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A, B, C, «Diario de México» (1805-1812): un acercamiento

Esther Martínez Luna



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A Esperanza y Eloy




ArribaAbajoPágina liminar

Mi interés por el estudio de la prensa del siglo XIX me llevó a realizar hace ya varios años el índice onomástico de la primera época del Diario de México (1805-1812). Desde entonces, no he dejado de frecuentar las páginas de la primera publicación periódica editada al margen de los intereses y de los requerimientos gubernamentales de las autoridades de la Nueva España, sea para documentar la obra de fray Manuel Martínez de Navarrete, sea para estudiar los trabajos de quienes se incorporaron en la Arcadia de México, sea para seguir atentamente las discusiones de la primera clase letrada que se haya articulado alguna vez en la historia de nuestro territorio. Afortunadamente, una tarea tan ardua, dilatada y minuciosa me brindó como recompensa la oportunidad de conocer el mundo literario, cultural, político y social de los primeros lustros del siglo XIX, antes de que José Joaquín Fernández de Lizardi se hubiera destacado como la figura literaria, periodística y política que todos conocemos, y mucho antes, claro está, que el primer romanticismo mexicano diera sus primeros pasos. Gracias a la frecuentación constante de las páginas de nuestro primer cotidiano he podido ir configurando los hábitos intelectuales y las prácticas de sociabilidad de una comunidad letrada cuya existencia nos conduce suave, coherente y lógicamente del notable prestigio del neoclasicismo español, vigente durante los últimos lustros del virreinato, a los primeros vagidos del romanticismo popular y nacionalista. Del mismo modo, he advertido cómo la prensa ilustrada española representó una gran influencia en la conformación del Diario de México, aunque, claro está, nuestro cotidiano nació vigoroso y con los rasgos específicos que le imprimieron los criollos ilustrados.

El Diario de México fue un espacio colectivo que permitió expresarse a los letrados al margen de las instituciones virreinales, dando origen a una asamblea pública de carácter virtual en cuyo territorio simbólico se discutieron los más diversos temas y problemas que afectaban a la sociedad. En este sentido, las páginas del Diario de México se erigieron en una verdadera asamblea de sujetos educados suficientemente de acuerdo con las orientaciones pedagógicas dominantes de su tiempo que comparecían en el espacio público administrado por los editores del Diario para deliberar sobre los asuntos que interesaban a la comunidad. La participación activa y constante de los letrados novohispanos favoreció el surgimiento de una voz colectiva y plural que enriqueció las propuestas para solucionar los males sociales e ir configurando el camino hacia una nueva sociedad. Si bien es cierto que en las páginas del Diario de México no se promulgó la Independencia de México, también lo es que en sus entregas cotidianas se construyó poco a poco el ideal de una asamblea de ciudadanos libres, orientados por la razón y el conocimiento al gobierno de sus propios intereses.

Por consecuencia, nuestro cotidiano modificó las «prácticas periodísticas» de aquellos años al ser la empresa de un grupo de hombres y no la de uno solo individuo a la usanza dieciochesca, y al entender la publicación del periódico como un negocio que redituara beneficios pecuniarios para sus editores. No pocos rasgos de la modernidad periodística se ensayaron por primera vez entre nosotros gracias a la publicación a la cual se encuentra consagrado este librito.

Este a, b, c del Diario de México tiene como propósito servir de acercamiento inicial pero suficiente al documento periódico que en más de un sentido es la puerta de entrada a la historia de la cultura literaria de los mexicanos. Sin embargo, en esta primera lección impartida a los no iniciados, en asuntos que a mí me han interesado por tanto tiempo, no he querido ahorrarme el beneficio de algunas conclusiones y algunas líneas de trabajo que incluso actualmente no son del todo moneda de curso forzoso en los intercambios intelectuales de mis colegas. Así, recupero en este volumen algunos trabajos anteriores dados a conocer en órganos especializados de no muy fácil acceso, no sin antes haberlos sometido a una revisión escrupulosa y, en no pocas ocasiones, matices y rectificaciones. También he incorporado en este a, b, c toda la información que he sido capaz de allegarme en abono de ideas más firmes y datos más precisos.






ArribaAbajoEl Diario de México: incipit de la prensa independiente

Hacia fines del siglo XVIII un importante desarrollo económico y cultural iba constituyendo a la Nueva España en una verdadera nación, y su gente más instruida empezaba a tomar conciencia de ello. La subsistencia de una honda herencia prehispánica, la forja de una descollante cultura novohispana y la riqueza que a ojos vista surgía de ella, empezaban a cristalizar en un orgulloso sentimiento de diferencia.

Las tres cuartas partes de la riqueza que España obtenía de sus colonias en América procedían de México. Ninguna otra colonia americana había dado a la cultura hispánica figuras de la talla de Juan Ruiz de Alarcón y sor Juana Inés de la Cruz. Los jesuitas mexicanos, expulsados por la Corona en 1767, con Francisco Xavier Clavijero a la cabeza, pusieron de relieve en Europa lo excepcional del pensamiento y de la historia antigua de México, y los estudiosos que llenaron los huecos dejados por los jesuitas en las universidades y colegios novohispanos (Juan Benito Díaz de Gamarra, José Antonio de Alzate, José Ignacio Bartolache, los fundadores del Colegio de Minería, del Jardín Botánico, es decir, los ilustrados católicos) fundaron una reflexión moderna, abierta moderadamente a la ciencia de su época.

Cuando Alexander von Humboldt llegó a la Nueva España, encontró sabios con quienes debatir las cuestiones candentes que planteaba la entrada en el nuevo siglo. Vio en México una capital moderna, rica, hermosa (la ciudad de los palacios), y reconoció la insalvable contradicción social que se daba entre los numerosos criollos ricos y cultos, pero postergados, y los pocos pero arrogantes y poderosos peninsulares.

En Europa Napoleón extendía las ideas de la Revolución francesa que, al llegar a América, moderadas a través de la ablandada Ilustración española, se entrecruzaron con las modernas ideas locales. Una tradición barroca autóctona daba sello peculiar a la naciente cultura mexicana. El neoclasicismo mexicano surgió, siguiendo en parte el ejemplo del español, también como un proceso de racionalización de todo ese pasado y como aspiración de modernidad.

Hizo falta una coyuntura histórica propicia, un punto de crisis en la metrópoli, para que el desarrollo de la Nueva España se manifestara con una cualidad nueva.

En aquellos años inciertos, en los que nadie hubiera podido sospechar que se estaba a tan sólo un lustro del acontecimiento fundador de una nueva nación, surge el Diario de México.

El Diario de México (1805-1817) tiene una significación excepcional en la historia cultural y social de México por un grupo de hechos que lo marcaron: fue el primer periódico diario publicado en nuestro país; el momento de su aparición (1805), en la víspera de la guerra de Independencia, le da un carácter peculiar y revelador; fue, asimismo, el primero en ocuparse de manera sistemática y dar amplia cabida a la poesía neoclásica mexicana, así como a la discusión de temas literarios, además de los sociales, históricos, científicos y políticos. Estas circunstancias, junto con el hecho de haber incorporado, asimilado y transformado varias ideas estéticas y políticas tanto externas como locales, sitúa al Diario en una muy singular coyuntura temporal de transición. Además, en cuanto a nuestra literatura, el Diario fue decisivo, al servir de palestra y ayudar a aglutinar a la Arcadia de México, donde confluyó el primer grupo de poetas neoclásicos mexicanos.

El Diario de México tuvo una vida de poco más de once años: del 1 de octubre de 1805 al 4 de enero de 1817, dividida, fundamentalmente, en dos épocas por su evidente intención editorial1. La primera abarcó desde su inicio hasta el 14 de diciembre de 1812. Ruth Wold, en su amplio estudio sobre el cotidiano, refiere que, recién suspendida en la Nueva España la libertad de imprenta proclamada poco antes por las cortes de Cádiz, el Diario interrumpió su aparición por vez primera, del 5 al 9 de diciembre de 1812. Reapareció el 10 de ese mes, para anunciar el día 20 que «el Diario anterior había dejado de existir, pero que continuaría publicándose con nuevos editores»2. Los estudiosos del Diario coinciden en que fue durante la primera época cuando éste dio mayor espacio y relevancia a los contenidos literarios y culturales; sin embargo, a la poesía con frecuencia se le brindó un lugar especial, incluso durante la segunda época. Esta última época ha sido menos estudiada desde la perspectiva literaria, mientras que en otros ámbitos del conocimiento ya empiezan a surgir algunos trabajos.

Recordemos que en la primera época se gesta la explosión social que representó la guerra de Independencia y, por tanto, cobra especial relieve el papel que el Diario desempeñó (no obstante las limitaciones que le impuso la censura virreinal) como amplio difusor de una temprana cultura liberal e ilustrada y de una exaltada identidad mexicana; además la libertad de imprenta no había sido declarada y existían escasos periódicos que pudieran competir con el cotidiano en ese momento crucial de nuestra historia.


ArribaAbajoRumbo a la independencia impresa

A principios de 1805, la única publicación periódica de interés que existía en la Nueva España para cubrir las necesidades generales de información era la Gazeta de México, órgano oficial del gobierno, editada por Manuel Antonio de Valdés desde 1784 y dirigida por Juan López Cancelada. Junto a ésta, circulaban novenas, romances de ciegos, papeles volantes, folletos religiosos y devocionarios. La aparición de la Gazeta era bastante irregular, quizá llegaban a publicarse, en forma constante, unos veinticuatro números al año.

La Gazeta tenía como función publicar las noticias económicas, políticas y de interés social que al gobierno virreinal le interesaba difundir, ya fueran generadas localmente o traídas por barco desde España. Existía también el Asiento Mexicano de Noticias Importantes al Público, fundado en 1803 por el licenciado Juan Nazario Peimbert que, de irregular publicación, contenía noticias muy generales, primordialmente anuncios e información sobre compra y venta de bienes diversos, oferta y solicitud de servicios, objetos perdidos y encontrados; es decir, ningún medio de comunicación en el que se pudiera expresar una nota disidente respecto de la Corona, algún comentario en contra de los problemas que aquejaban a la sociedad, o simple y llanamente opiniones personales sobre cualquier situación. Toda la información estaba controlada. Por ello, la aparición del Diario resultó un hecho innovador en todos los niveles, porque se abría un canal de expresión independiente del gobierno virreinal y los hombres comenzaban a tener opinión y a ser vistos como ciudadanos. Roberto Castelán lo ha expresado con acierto:

Esta nueva forma de periodismo se proponía contribuir, en cierta medida, a la conformación del individuo responsable con su entorno social. Por primera vez en México aparecía un periódico dirigido al individuo, que lo invitaba a manifestar su propia opinión, organizada y expresada fuera de los canales habituales establecidos por el reino3.



En consecuencia, la publicación del Diario de México contribuyó a modificar la circulación de ciertas ideas convencionales que se venían difundiendo sin cuestionarse. Fue así que los hombres ilustrados comenzaron a participar en la discusión de diversos temas que importaban a los miembros de la sociedad novohispana, como «el orden público», «el bien de la sociedad», «las enfermedades sociales», dando «soluciones» y «remedios» para mejorar, surgidos de la propia sociedad novohispana.

En España circulaba desde 1754 el Diario de Madrid. Los periódicos diarios eran ya un medio popular, difundido con gran auge en la segunda mitad del siglo XVIII en las principales capitales europeas, como por ejemplo, en Londres, el Daily Courant (1702), y en Francia, Le Journal de Paris (1777). En los Estados Unidos el primer diario había aparecido en 1783. En Perú se publicaba el Diario de Lima (1790). México, capital de la Nueva España, la ciudad más importante de la América hispana, no contaba con un medio de comunicación a la altura de su relevancia socioeconómica, cultural y política.

Fue así como el dominicano Jacobo de Villaurrutia (1757-1833) y el licenciado mexicano Carlos María de Bustamante (1774-1848), decidieron crear en México un diario que «contuviera artículos sobre literatura, arte y ciencia, parecido al Diario de Madrid»4. Fueron apoyados por don Nicolás de Galera y Taranco, quien, siendo tío político de Villaurrutia, actuó como el inversionista del proyecto, y a quien debería incluírsele en la nómina de los fundadores.

El Diario de México en su editorial inicial, que sirvió de presentación, los editores hablaban de su intención de darle un carácter popular, y de que para la elección de sus contenidos no se intentaría diferenciar a los lectores por niveles ni clases sociales, ni por letrados o iletrados, padres de familia o simples hombres, la idea era llegar a un amplio sector de la sociedad novohispana. Para obtener la licencia de publicación fue necesario elaborar y someter a la autorización del gobierno virreinal un prospecto titulado Idea del Diario Económico de Méjico, presentado en septiembre de 1805 y que planteaba como sus contenidos principales los siguientes:

Avisos referentes al culto religioso, disposiciones y providencias de policía o buen gobierno, noticias de causas célebres que se ventilen públicamente en los tribunales, adelantos en las ciencias y en las artes, avisos comerciales, relativos a subastas, almonedas, precios corrientes en plaza de bienes de consumo, pérdidas, hallazgos, acomodos, notas necrológicas, anuncios sobre diversiones públicas y artículos de varia lectura5.



El fiscal de lo civil don Ambrosio de Sagarzurieta dio el dictamen en favor de la publicación del Diario, argumentando los beneficios que éste acarrearía a la sociedad mexicana con el «fomento de las ciencias, de la industria, de la agricultura y el comercio», con su inspiración para «la afición a la lectura», su incitación al «amor a la virtud», y su influencia para «civilizar la plebe y reformar sus costumbres»6.

La licencia fue concedida al Diario de México con la condición de no incluir noticias económico-políticas del gobierno local y la Corona, sobre las cuales la Gazeta tenía la exclusividad. Como consecuencia de las insistentes acusaciones en contra del Diario presentadas por López Cancelada7 (quien se dice tenía envidia y estaba molesto por la pronta popularidad que ganó el nuevo periódico), el virrey, inseguro de que el rey aprobara su publicación, actuó como censor cotidiano y personal del Diario, lo que frecuentemente provocó el retraso a la hora de aprobar los textos. Los editores llegaron a señalar que no era raro que pasaran la noche entera trabajando, rehaciendo el número.

En su afán por involucrar activamente a la sociedad novohispana, los editores del cotidiano instalaron en donde se vendía el Diario 12 buzones para recoger las colaboraciones espontáneas de los lectores-escritores interesados en participar con cartas, pequeños artículos, editoriales, anuncios, noticias, escritos particulares en el periódico.

El Diario se venderá desde temprano a medio real en los doce puestos señalados al efecto: en el Parián frente del sitio de coches de providencia, y los 11 estanquillos siguientes: esquina de la Profesa, frente del Correo, del Ángel, bajos de S. Agustín, bajos de Portacoeli, Puente del correo, esquina de Sta. Inés, 3 calle de relox, 2 de Sto. Domingo, la de Tacuba, y Cruz del factor.

En cada uno de estos mismos puestos habrá una caja cerrada con llave, en la que se echarán por la abertura de arriba los avisos, noticias, o composiciones, que se quieran publicar por medio del Diario, en la inteligencia de que los interesados no tendrán que pagar cosa alguna, de que todas las tardes se recogerán los papeles que contengan todas las cajas y de que se cuidará de comprobar las especies que lo requieran [...] Las personas de fueran enviarán a sus corresponsales los papeles que gusten para que los echen en las cajas, o si los dirijen por el correo al Diarista de Méjico, que sean francos de porte, pues de otra manera no se sacarán8.



Pero por desgracia, la recolección de textos por medio de estos buzones muy pronto fue prohibida por el virrey José de Iturrigaray. Bustamante lamentó el hecho «porque numerosos hombres de talento de la Nueva España, que hubieran podido hacer del Diario una excelente publicación, se perderían porque su modestia les impedía presentarse en las oficinas del periódico a ofrecer sus escritos»9. Fueron, sin embargo, tantas las colaboraciones recabadas en tan poco tiempo, que incluso los diaristas se dieron a la tarea de rechazar algunos textos, artículos y poemas que se salían del tono general del Diario. Hay que resaltar este hecho porque justamente la novedad del proyecto de los editores del periódico fue abrir el espacio al público lector y entablar un diálogo con la sociedad novohispana.




ArribaAbajoLa apariencia del Diario

El Diario de México constaba de una hoja impresa por ambos lados y doblada, formando cuatro páginas (14 por 20 centímetros; su forma era muy parecida a un libro)10, y aparecía todos los días de la semana. Su número de páginas aumentaba ocasionalmente, cuando incluía un suplemento, de dos o cuatro páginas (a éstas por lo regular no se les asignaba número). La numeración de sus páginas se reiniciaba cada primero de enero, y se continuaba, día con día, a lo largo del año. Esta manera de distribución numeral de la publicación tenía la intención de organizar los ejemplares del periódico en un tomo por año; no obstante, esta pretendida organización no llegó a concretarse en su idea original, y tuvo que organizarse en volúmenes semestrales. Mencionemos que los primeros dos tomos traían un índice general de los textos que se habían publicado, pero a partir del tomo III (1806), apareció un índice «alfabético» de los poemas publicados y de las piezas en prosa.

La distribución editorial del periódico iniciaba con noticias religiosas y a veces con el santoral o con efemérides. En los primeros años se incluyó regularmente un poema en la primera página, pero a partir de 1808 los poemas comenzaron a ser menos frecuentes, aunque no desaparecieron. En las páginas centrales se trataba, a veces con cierta profundidad, una gran variedad de temas, como podían ser los descubrimientos de los científicos más destacados en la época, por ejemplo, Newton; la biografía de algún músico, como Haydn; cuestiones de gramática u ortografía, acentuación española y latina; consejos de cómo tratar a una parturienta o la crianza de los niños; temas sobre botánica y zoología, o se explicaba cómo elaborar un buen pulque11. Aparecían lo mismo reseñas de teatro que algunos pasajes de los Quijotes de Cervantes o de Avellaneda; convocatorias de concursos literarios, o un diálogo entre Moctezuma y Cortés; no faltaban, claro está, discusiones acerca del comportamiento de las mujeres, de la literatura y la historia en general o de las actitudes de Fernando VII y de Napoleón Bonaparte (este último visto inicialmente como un destacado hombre de Estado y más tarde como un traidor). Veamos un ejemplo de cuando el monarca francés era visto con admiración:




Al invicto y augusto Emperador de los franceses triunfante en la corte de Viena12


¡Al mismo Marte asombra la alta gloria,
que a Napoleón conduce en sus acciones!,
el feliz resultado es la victoria.

Se obscurece a su vista la memoria
de los Cides, Anibales, Scipiones,
Cesares y Alexandros: sus blasones
no caben en los fastos de la historia.

Ya rindió a su valor la altiva frente
la Austria, la Rusia, el héroe que no cede
hace temblar a todo el Continente.

Sus triunfos son sin fin... ¡Yo me confundo!
Y me atrevo afirmar, que solo puede
un Bonaparte dar la paz al mundo.



Los temas eran normalmente tratados con un claro interés de divulgación, heredado sin duda de la prensa periódica que había tenido su auge y sus maestros en el siglo XVIII sobre todo en Inglaterra. En la última página del Diario existía una sección de anuncios, en la que se incluían libros en venta o la invitación para hacer impresiones, para muestra un botón:

Venta: En el puesto del diario, sitio en el Parián, el 1 y 2 tomos de las obras escogidas de Mr. De Fontenelle, que contienen los diálogos de los muertos: reflexiones sobre el honor, sobre la historia y sobre los antiguos y modernos; otros discursos sobre poesía, física y varias cartas, y el 2.º tomo la pluralidad de mundos y disertaciones sobre los oráculos. Están en su original francés y se darán en 5 pesos y 4 reales.



Objetos extraviados como el siguiente: «Pérdidas: El domingo 20 del corriente una cigarrera de oro con su diamante reventado en el muelle, se perdió en Ixtacalco; entréguese en casa de D. Manuel Tolsá»; o artículos robados,

Robo: En la noche del día 7 del corriente falsearon los candados y llave del oficio público del escribano D. Ignacio Valle, y se robaron seis alcancias con dinero cada una y rubros de sujetos particulares; también se incluyó una chaqueta de indiana de Barcelona fondo amarillo y jaspe negro, con ribete azul, y un par de calzones de coletilla. La persona que supiere de alguna cosa ocurra a dicho oficio.



Así como una amplia gama de artículos y almonedas, intercambio de objetos valiosos, esclavos en venta o alquiler de criados: «Sirviente: Norberto, negrito y sin pies, vecino de esta ciudad, pretende un acomodo de cocinero, pues es inteligente en el oficio, vive en la calle del Puente de Anaya», y notas necrológicas. Era frecuente ver anunciada la obra de teatro que se representaba esa noche en el famoso Teatro Coliseo, lo mismo que otras veces se publicaban las listas de los actores y sus sueldos. Los nombres de los estudiantes de diversos colegios o del Seminario de Minería que habían sobresalido en algún examen podían también alcanzar un espacio en el Diario o la designación de algún empleo hecha por el virrey: «Empleo: El excelente señor virrey se ha servido proveer la plaza vacante de agente solicitador de naturales en don Mariano Barazábal; que vive en la calle de Coliseo Viejo número 20»13.

En varios tomos también se dieron a conocer los nombres de los suscriptores, entre los que había funcionarios del gobierno, artistas, sacerdotes, poetas, en fin, personajes que participaban en la vida social, económica, política, cultural y religiosa de la Nueva España. Basta revisar las páginas con las que iniciaba cada volumen para conocer las listas de suscriptores tanto de la capital como foráneos y la actividad laboral a la que se dedicaban. De acuerdo con esta información sabemos que al salir por vez primera el periódico contaba con 687 suscriptores, un número considerable que provocó que los repartidores no se dieran abasto para entregar el cotidiano en la capital y los suscriptores comenzaran a quejarse por no recibirlo en las primeras horas de la mañana.

Que me lleven más temprano el diario, los suscriptores deben ser preferidos y recibirlos antes que los demás como los que tienen apartado en el correo. [A lo que el diarista respondió] México es muy grande, los repartidores no pueden ir a todas partes a un tiempo, y siendo sólo cuatro quedan rendidos a media mañana, cada día se ha ido mejorando en esto, y se ha aumentado a otro repartidor14.



A lo largo de su vida el Diario tuvo varios impresores: el primero fue María Fernández de Jáuregui (octubre de 1805 a abril de 1807), que se ubicaba en la calle de Santo Domingo (actualmente Brasil), esquina con Tacuba; después Mariano de Zúñiga y Ontiveros (mayo de 1807 a junio de 1809), en la calle del Espíritu Santo; Juan Bautista Arizpe (junio de 1809 a diciembre de 1812), en la 1.ª calle de la Monterilla15. En la segunda época del Diario, María Fernández de Jáuregui fue la encargada de la impresión durante el primer año, para luego dar paso en 1814 a José María de Benavente quien lo imprimió hasta 181716. Cabe señalar que el encargado de las suscripciones en la capital fue Juan Bautista Arizpe, cuyo cajón de suscripciones se encontraba en la misma calle de Monterilla. Sin embargo, los cambios de la vida novohispana hicieron que el lugar de suscripción cambiara en 1810 al Portal de Mercaderes, al cajón de Domingo Antonio de Llanos. Con los datos que contamos, sabemos que a finales de 1812 se sumó otro lugar para las suscripciones, la librería de Manuel del Valle. El precio de la suscripción mensual comenzó costando 14 reales, mientras el precio del ejemplar era de medio real. Las suscripciones foráneas eran aceptadas exclusivamente por tres meses y el costo era de seis pesos y seis reales, pero la entrega era semanal. Aclaremos que para sendas suscripciones se incluía el índice general de cada tomo, algunas ocasiones hasta una lista de erratas y, por supuesto, la lista de suscriptores y los suplementos que llegaban a publicarse. Durante la segunda época del Diario las suscripciones se tenían que hacer en la ya mencionada calle de Santo Domingo donde se encontraba la librería de María Fernández de Jáuregui.

El amplio estudio de la primera época del Diario de México realizado por Ruth Wold identifica entre sus contenidos sólo cinco grandes secciones: poesía, teatro, tipos sociales mexicanos, comentarios políticos y lecturas de libros. El Diario incluye, sin embargo, una amplia miscelánea de textos de más diversa clasificación; por mencionar algunos: las estadísticas sobre enfermedades, informaciones sobre actos delictuosos, notas necrológicas, así como nacimientos, el precio de productos básicos y anuncios de venta o alquiler de objetos. También conocemos por medio de sus páginas las costumbres de la época, las prácticas sociales de diversión o los métodos empleados para la educación en la primera infancia; sin duda, en las páginas del Diario tenemos el testimonio claro de los hábitos y gusto literarios, al tiempo que buena parte de las ideas que sirvieron para aglutinar a los promotores y protagonistas de la guerra de Independencia, mezcladas con ideas conservadoras y fieles a la Corona, así como el testimonio del espíritu ilustrado de sus colaboradores y algunos atisbos de la incipiente «identidad mexicana».

Los editores del Diario fueron hombres cultos que convocaron a los lectores a aportar colaboraciones para su publicación. Jacobo de Villaurrutia era un abogado dominicano con prestigio que había escrito en el periódico El correo de los ciegos de Madrid (1786-1787). Fue miembro de la Academia de literatos españoles. Después de cinco años de trabajo en el Corregimiento de Alcalá de Henares pasó a ser oidor de la Audiencia de Guatemala, en 1792, donde dirigió la Gazeta de Guatemala (1797- 1804) y fundó y dirigió la Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala en 1784. Llegó a México en 1804 y al año siguiente fundó el Diario de México, del que fue editor y colaborador tres años. «Tomó parte activa en las juntas políticas de 1808 y fue acusado de traición por Juan López Cancelada, editor de la Gazeta, el periódico rival»17. Al ser simpatizante de las ideas de emancipación, el virrey Venegas le dio el cargo de oidor de Sevilla en 1810 para alejarlo de la Nueva España, pero Villaurrutia dejó nuestra capital hasta enero de 1814. Volvió en 1822 después de que México lograra su independencia. El otro editor fundador del Diario, Carlos María de Bustamante, también llegó a simpatizar con las ideas de emancipación. Desde muy joven ocupó cargos que le sirvieron para tomar parte en la fundación del Diario. A partir de 1812, y acogido a las garantías de libertad de imprenta establecidas en la Constitución de Cádiz, fundó varios periódicos independentistas, como El juguetillo (1812), El Correo Americano del Sur (1813), El Ilustrador Americano (1813), La avispa de Chilpancingo (1821), El Cenzontli de México (1822), y La sombra de Moctehzoma Xocoyotzín (1834), entre otros muchos. Por otro lado, Juan María Wenceslao Sánchez de la Barquera estudió también derecho; aún era estudiante cuando llegó a editor del Diario, en cuyas páginas, además, fue un constante polemista al grado de que sus ideas liberales le provocaron la persecución de la Santa Inquisición. Se sabe que también fue editor de otros periódicos, entre los que se encuentran: Semanario Económico de Noticias Curiosas y Eruditas (1809), El mentor mexicano (1810), El correo de los niños (1812-1813), El amigo de los hombres (1815) y La mosca parlera (1823).




ArribaAbajoProtagonistas del Diario

Un punto que es pertinente destacar es que el Diario de México nació con la idea de ser una empresa que aglutinara a un puñado de socios, y no ser únicamente el periódico de un solo hombre a la manera tradicional de la prensa ilustrada europea del siglo XVIII. Si bien en su concepción editorial su objetivo era educar y brindar consejos para mejorar a la sociedad, a la sazón de periódicos como The Spectactor y The Tatler en Inglaterra o en España El Censor, El Observador y El Pensador, la intención de nuestros editores fue concebir como un pequeño negocio la incipiente publicación.

Los colaboradores del Diario fueron hombres ilustrados (en su mayoría criollos) que buscaron cambios y mejoras en todos los ámbitos de la sociedad novohispana. En el cotidiano coincidieron también los más importantes poetas y escritores mexicanos de principios del siglo XIX, cuyo mayoral fue fray Manuel Martínez de Navarrete. Como es natural, la poesía de este periodo se caracterizó por seguir el estilo de la española de finales del siglo XVIII en la que destacaron Juan Meléndez Valdés, José Cadalso, Nicasio Álvarez Cienfuegos, Melchor Gaspar de Jovellanos y José Manuel Quintana; no obstante, en las composiciones poéticas de nuestros letrados se plasmaron ciertos rasgos de identidad nacional. Siendo nuestros poetas seguidores del estilo neoclásico entre las formas que cultivaron se encuentran: la poesía bucólica, la égloga, la anacreóntica, el idilio pastoril y las formas de corte clásico, razón por la cual recurrían al uso de palabras y frases latinas, hacían constantes referencias mitológicas, solían llamar a sus amadas con nombres de personajes bucólicos, como Silvia, Armida, Tirsis, Clori, Dafne, Belisa, Fabia, Anarda, y dentro de esta tradición las citas eruditas estaban más que presentes. Recordemos que la poesía de estilo neoclásico buscaba el equilibrio, la mesura y la austeridad en la expresión. Si bien la crítica literaria más ortodoxa se ha dado en calificar negativamente este tipo de poesía, no debemos ignorar que desde el punto de vista histórico sí merece nuestra atención.

Un dato importante más para agregar es el hecho de que la poesía pastoril, a lo largo del Diario, habla de amores desgraciados, no correspondidos, o del sufrimiento por la ausencia de la amada, pero todo esto en un tono festivo, es decir, alejado aún de lo que caracterizará después a la poesía romántica que más tarde se escribirá. Como sabemos, en la poesía romántica la naturaleza desempeñaría un papel predominante lo mismo que el amor imposible, y la visión será trágica.

Otro género que ocupó con abundancia las páginas del Diario fue la sátira en sus distintas facetas, es decir, la sátira acre que lindaba en el insulto personal con el sabor de la hiel y el vinagre, y la sátira ilustrada, preocupada por señalar los defectos, pero sin hacer escarnio, sino buscando la rectificación y el mejoramiento de la conducta social de los hombres. Este mejoramiento de la conducta social de los hombres sirvió también para entablar discusiones sobre la estética neoclásica, el plagio, la preceptiva literaria, el buen gusto, la traducción y muchos otros temas que provocaron un verdadero debate público. Estos debates tenían el ánimo de coadyuvar a mejorar las costumbres y la literatura, tarea nada fácil entre los colaboradores del cotidiano, pues su espíritu belicoso a veces dominaba sus buenas intenciones, por eso, cada vez que se podía, algunos colaboradores solicitaban:


sin tono imperativo
de cuando en cuando
es preciso decir algo:
Señor tocayo de Clarita
si usted no es poeta plagiario,
ni ensucia tampoco nuestro Diario,
por ser su musa exquisita;
no con crítica inaudita
zahiera a los pobretones
sus humildes producciones,
pues si más no les da Dios
mucho menos podréis vos
cambiarlos en cicerones.
Bueno es que el sabio
critique con finura,
mas sin escarnio


El rigorista18                


Existe una clara evidencia de que hacia 1808 los textos de literatura publicados en el Diario cedieron lugar a cierta información de carácter más político, pues la invasión napoleónica ganó lugar en sus páginas. Del mismo modo, la poesía que siguió publicándose ahora abordaba los sucesos políticos del momento, su tono era casi panfletario, en los poemas se mencionaba a Napoleón Bonaparte, al general Nelson, a Fernando VII, Joaquín Murat, Manuel Godoy o algún hecho histórico. Por su parte, Wold lo declara de esta manera: «La mitad de la poesía política publicada entre julio de 1808 y julio de 1810 atacaba a Napoleón, alababa al rey español y animaba a los españoles a la unidad y la acción»19. Podemos decir que el Diario se convierte en un medio de propaganda que ensalza las virtudes del gobierno monárquico español. Por ello, no es de extrañar que en ese tenor temático fray Manuel Martínez de Navarrete publicara un soneto titulado «A la misma señora bajo su advocación de Guadalupe», en donde le pedía a la virgen los protegiera del infernal Napoleón.



Desde su eterno alcázar, desde el cielo,
viendo estaba a la América algún día
en su última aflicción la gran María,
y baja a darle maternal consuelo.

Miradla en Tepeyac, y a su desvelo
cómo se frustra el plan de la herejía,
y apagarse la llama que cundía
desde el francés hasta el indiano suelo.

¿Qué vale, pues, que Napoleón ufano
con su hueste infernal, que al mundo aterra,
quiera ocupar el reino mexicano?

Al arma, paisanaje: guerra, guerra,
que el sacro Paladión Guadalupano,
por su favor ampara nuestra tierra20.


Los poemas religiosos también ocuparon un espacio en el Diario. Éstos estaban dedicados a la virgen de Guadalupe, a san Juan Nepomuceno, a san Felipe de Jesús, misionero mexicano que fue muerto en Nagasaki, o a algún otro santo.

Se dice que los poemas más logrados que se publicaron en el Diario fueron de fray Manuel Martínez de Navarrete; sin embargo, también destaquemos las composiciones poéticas de Anastasio de Ochoa y Acuña y de Manuel Sánchez de Tagle. Por su parte, el franciscano publicó un gran número de composiciones21, junto con sus colegas árcades, de corte filosófico, algunas sátiras, y fábulas que emulaban el estilo de las españolas, principalmente las de Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte.

Por pertenecer la mayoría de los poetas del Diario a la Arcadia de México y por ser muy común en la época usar nombres de pastores griegos, seudónimos o anagramas, los colaboradores firmaban sus colaboraciones de diversas maneras para encubrir su identidad. Así, Mariano Barazábal firmaba como Aplicado, Anastasio María de Ochoa y Acuña como Damón, Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera como Quebrara, Francisco Manuel Sánchez de Tagle como Torsario, Ramón Quintana del Azebo como Anaknit, Juan María Lacunza como Can-azul, por mencionar a algunos árcades y sólo uno de sus varios seudónimos.

Los escritores que se dieron cita en el Diario fueron dignos representantes de su época. Entre los poetas más sobresalientes ya se hizo referencia a fray Manuel Martínez de Navarrete, quien publicó más frecuentemente y cuyos poemas ostentan una mejor calidad, por su buena versificación y por sus recursos estilísticos empleados. También destacan en las páginas del Diario otros importantes poetas neoclásicos como Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Anastasio María de Ochoa y Acuña, Ramón Quintana del Azebo, Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera, Juan María Lacunza, Mariano Barazábal, José Mariano Rodríguez del Castillo, poetas prolíficos, aunque literariamente medianos.

Casi sin excepción, se trata de hombres jóvenes, de veinte a treinta años. Además, cinco de ellos publicaron sus obras por primera vez en el Diario. Ello demuestra por sí solo que el Diario constituía un estímulo para la producción literaria22.


De menor talento que los anteriores pero no carentes de significación se encuentran: José Victoriano Villaseñor, Luis de Mendizábal, Juan José de Güido, Francisco Palacios, José Leal de Gauce, Manuel Manso, Pelayo Suárez, Joaquín Conde, Antonio Pérez Velasco, Francisco Uraga, Francisco Estrada, José Valdés, José Antonio Reyes y Pedro Cabezas (alias Paz de Escobar). Y entre los que no publicaron mucho en el Diario aunque después serían muy reconocidos se encuentran: José Joaquín Fernández de Lizardi, Antonio José de Irisarri y Simón Bergaño y Villegas. Los colaboradores fueron hombres inteligentes y cultos, algunos con un agudo sentido del humor como Anastasio de Ochoa; otros fueron mejores prosistas que poetas como es el caso de Mariano Rodríguez del Castillo, o estuvieron más dedicados a la sátira o a los escritos políticos, tal es el caso de Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, o ejercitaron su pluma para rimar plegarias cristianas como el cura José Manuel Sartorio.




ArribaAbajoEl teatro y sus autores

A principios del siglo XIX el teatro era una diversión bastante popular, a la cual el Diario de México dio también un importante espacio, tanto así que, por medio de sus páginas, podemos conocer las obras que se representaron en la ciudad de México en esa época e incluso los nombres de los actores más famosos (por ejemplo, Luciano Cortés y Agustina Montenegro, los cantantes Dolores Munguía y Victorio Rocamora) y el sueldo que percibían. El mayor interés por el teatro se ve reflejado en los primeros años del Diario, porque si bien en los siguientes se publicaron reseñas de las obras que se presentaban ya no se escribieron con tanta frecuencia y profundidad artículos sobre el tema. Por el periódico sabemos que en ocasiones, entre acto y acto, las obras eran acompañadas de breves bailes, tonadillas o canciones, del mismo modo el ballet novohispano también ocupó los escenarios y tuvo muy buena acogida. El lugar donde eran representadas las obras fue el Teatro Coliseo de México, el hoy cerrado Teatro Principal, que se encontraba en la calle de la Acequia. La importancia social y cultural de este teatro fue tan grande que el Diario llegó a publicar una serie amplia de artículos que daban noticia sobre el incendio que había sufrido el primer Teatro Coliseo en 1722.

Las obras representadas no eran casi nunca originales, aunque sí las hubo. Las de dramaturgos extranjeros escritas en otras lenguas también escaseaban, ya que era más frecuente ver las que provenían de escritores españoles de la segunda mitad del siglo XVIII, como Leandro Fernández de Moratín (El café, La mojigata, El sí de las niñas), y de Tomás de Iriarte (Hacer que hacemos, La señorita malcriada). Para invitar al público a asistir a la puesta en escena de El sí de las niñas, incluso se publicaron amplias reseñas laudatorias de la obra de Moratín, pero lo mismo se hizo para José Cañizares y su Dómine Lucas o El anillo de Giges; Ramón de la Cruz y su Donde las dan las toman, La maja majada y El amigo de todos o Cándido María Trigueros con su aclamada Sancho Ortiz de las Ruelas.

Por otro lado, cabe señalar que Mariano Barazábal publicó un largo poema que hacía referencia a cerca de 100 títulos de obras teatrales, si bien el poema de Barazábal no puede darnos la certeza de que las obras mencionadas hayan sido representadas en la capital novohispana, sí nos permite conocer las obras sancionadas de la época. Para muestra un botón:


La más ilustre fregona
La Jacoba, La Isabela
y toda su parentela
callaban como una mona.
Pero no así la Lindota
de Galicia, que con ceño
apoderada de un leño,
formó con algarabía
la batalla de Pavia
gritando: La vida es sueño23.



Como se verá, aquí se hace referencia a las obras de José Cañizares, Luciano Francisco Comella (éste fue uno de los más representados), Leonardo Argensola, Cristóbal de Monroy, y sin duda, Calderón de la Barca.

El Diario promovió la creación de obras dramáticas y patrocinó varios concursos. En el primero ofreció un premio de 25 pesos:

al autor del mejor sainete que se presente antes del día 15 de febrero. Desde este día inclusive no se aspirará ya al premio. La medida material o de su duración deberá arreglarse por los preceptos de D. Ramón de la Cruz. Fuera de las reglas dramáticas se evitarán chistes que puedan ofender la modestia y el decoro. Las piezas se pondrán dentro del término señalado en pliego cerrado en la librería de D. Juan B. Arizpe [...] El examen, calificación y aplicación del premio se hará por tres literatos por lo menos dentro de los 40 días siguientes o en menos tiempo si se pudiere y luego se anunciará por el Diario para que el laureado acuda por el premio a la citada librería. El diarista sale por garante, procurará que el sainete premiado se presente en el teatro y lo hará imprimir24.



Después de haber tenido que dar dos plazos más, por recibir pocas obras y de mala calidad, ganó El blanco por fuerza de Antonio Santa Ana que fue presentada el 9 de junio de 1806. Más tarde se abrió otra convocatoria para una tonadilla y un sainete. Cuatro sainetes compitieron, ganó El miserable engaño y niña de la media almendra de Francisco Escolano y Obregón. En los números 211 y 218 del Diario, para aumentar el número de concursantes, los jueces definieron qué entendían por una buena comedia, poniendo como ejemplo los preceptos de Ramón de la Cruz que era una de las autoridades sobresalientes en la península española. Otra forma en que los editores promovieron el teatro fue con la reimpresión de críticas procedentes de Madrid, algunas de piezas ya representadas en la ciudad de México, tal es el caso de El Rábula, Misantropía y arrepentimiento, Los pages de Federico II, Augusto y Teodora, El abate de L'Épée y Un loco hace ciento, por mencionar algunas.

El Diario alude que era tan frecuente la repetición de las obras que muchas veces la gente sólo asistía para hacer relaciones sociales. El platicar en voz alta y saludarse efusivamente, aunado al tamaño del teatro y su mala acústica hacían ininteligibles los parlamentos de las obras:

El primer defecto se advierte en el Coliseo de aquí; bien que no tanto se pierde lo más de lo que se dicen los actores por lo grande del teatro quanto por el murmullo, que regularmente hay durante la representación, que es una de las mayores incibilidades, es falta de decoro, y de consideración.

Paseante: No amigo, eso hasta en el gran teatro de San Carlos de Nápoles lo verá.

Viajante: Hay lo que a mí me incomoda, y ralla las tripas. Esos monos, esas jentes insulsas, que son como el perro del ortelano; ellos no disfrutan, ni son capaces de disfrutar la comedia, ni la dejan gozar a los que van a ella, y no a tertulia y han pagado dinero25.



A pesar de los inconvenientes mencionados el teatro mexicano antecedió al del país vecino del norte. Además del concurso de teatro, descrito líneas arriba, hubo otro que promovió la Universidad de México en honor a Fernando VII (para «limpiar su imagen» dados los acontecimientos políticos vividos por el monarca). Sus características fueron hacer un:

heroico testimonio de amor y lealtad al rey [...] esforzado en resumid el brío, y avivad el ardor para alabar lo que su mérito exige. Una oración latina y otra castellana, cuya lectura no pase de media hora ni dure menos de un cuarto. Un poema heroico latino que no exceda de cien hexámetros, ni tenga menos de cincuenta. Otro castellano en octavas reales, y un romance endecasílabo. Así mismo serán atendidas para el premio las composiciones cortas, como epigramas, sonetos, odas, décimas y cualquier otra que se haga acreedora a él. [...] El término perentorio es de tres meses contados desde la publicación de ésta, que es a 6 de enero de 180926.



Los ganadores de este certamen fueron Carlos María de Bustamante, Manuel Sánchez de Tagle, Ramón Quintana del Azebo, Bruno Larrañaga, Francisco Conejares, Mariano Barazábal, Josef Ignacio Franco y Manuel Gómez, la mayoría de ellos colaboradores de nuestro cotidiano. Cabe mencionar que uno de los galardones lo ganó fray Manuel Martínez de Navarrete, sin embargo el mayoral de la Arcadia no pudo recoger su premio, pues la muerte lo sorprendió unos meses antes.




ArribaAbajoCuadros de costumbres

Dentro de los variados temas que el Diario trató se encuentra el de costumbres y tipos sociales de la primera década del siglo XIX. Se escribía sobre los avaros, los jugadores, los holgazanes, o sobre diversas profesiones. El médico fue un tema polémico porque mucha gente no creía en su capacidad para sanar a los enfermos. Además se pensaba que la medicina herbolaria era la mejor alternativa para la salud, al decir de los colaboradores. De los boticarios también se decía que era gente de la que se debía desconfiar. Los abogados eran los hombres ricos y cultos de la época, pero existían los abogados ignorantes a los que se satirizaba cuando perdían el caso más sencillo. Por ello, los malos abogados eran los que no sabían latín y desconocían los muchos textos que estaban escritos en esa lengua. El principal autor prescrito para obtener una buena formación era Juan Sala y la lectura obligada era su Vinnius castigatus e Institutiones romano hispaniae.

Por su parte, al sastre, al panadero, al arquitecto y a los aprendices de artesanos, se les atribuían también defectos característicos en su desempeño laboral. Los ricos eran desalmados o avaros, se obsesionaban por comprar títulos de nobleza. Los currutacos o petimetres, con su extravagante forma de ser y vestir, también contribuían a la incomodidad de la sociedad y para colmo, de la misma manera existía la versión femenina expresada en las currutacas que eran «mujeres volubles, vanas y caprichudas, enamoradas de su figura y que tenían todos los caracteres de la corrupción de las costumbres»27. Los jugadores embusteros provocaron tales problemas que hicieron surgir leyes para prohibir ciertos juegos como «albures, banca, quincem, envidias, cacho, flor, dados, taba, bolillo y tablas»28. Por tales leyes, a la gente que era sorprendida jugándolos se le multaba, encarcelaba o exiliaba. Es decir que se escribía del lado malo de los profesionistas y tipos populares, donde siempre contaba el hecho de sus faltas morales, de las cuales se hacía escarnio y con ello se pretendía educar y dar ejemplo a la sociedad novohispana, dictando normas de conducta que se creía estaban relajando. Este carácter pedagógico es una de las marcas del pensamiento dieciochesco que creía en la perfectibilidad moral y política del hombre, así como en su natural espíritu crítico. Toda esta crítica estaba inmersa dentro de un costumbrismo ilustrado deudor del mundo cultural del siglo XVIII, muy diferente al que se desarrollaría hacia el segundo tercio del siglo XIX29.

Por otro lado, el Diario también dio cuenta de la influencia francesa en universidades, en casas de préstamos y en la manera de vestir y comportarse de hombres y mujeres (cerca de ciento cincuenta artículos), lo cual era una paradoja social porque al mismo tiempo se rechazaba a los franceses porque se estaba en guerra con ellos, aunque se decía que el enemigo real sólo era Napoleón.




ArribaAbajoLa política en el cotidiano

Inicialmente, por ser el virrey el censor del Diario y prohibir las noticias políticas, los editores se conformaron con dar esporádicamente una que otra información sobre los sucesos de guerra que acontecieron entre 1805 y 1808, o con referirse de manera atenuada a los hechos que sucedían en la sociedad novohispana. Pero a partir de 1808 el Diario cambió de giro y se detuvo más en los temas políticos, publicando sucesos de la política española en Europa y América. El Diario, al estar restringido a las leyes de la Corona, publicaba constantemente insultos contra Napoleón y su hermano José (Pepe Botella), al primero ya no se le veía como el héroe libertador de Europa sino como maligno invasor. Por otro lado, Fernando VII era ensalzado y visto como ejemplo de gallardía y emblema de unión.



El nombre de gachupín queda extinguido,
el de criollo también es sepultado,
el del indio y demás ya no es mentado,
cuando en Fernando todos se han unido.

Unánimes por él hemos gemido,
por su causa inocente hemos rogado,
formado un cuerpo en todo tan aunado
que maridaje tal ha confundido30.



Se ha dicho con insistencia que en las páginas del Diario estaban de forma velada las ideas que habían de dar paso a la guerra de Independencia; pero resulta difícil descubrirlas de manera evidente, ya que los editores eran muy cuidadosos y sólo publicaban decretos, bandos o notas oficiales, listas de reclutamientos, relatos de batallas, declaraciones de lealtad y peticiones de donativos, pues era claro que la supervivencia del Diario dependía de ello; sin embargo, la publicación de este tipo de textos nos da la pauta para especular que simbólicamente se quería mostrar que la península se encontraba en crisis debido a la invasión napoleónica y su difícil situación, sin duda, repercutiría en la Nueva España.

Parece oportuno mencionar que si no son patentes en el propio periódico las filiaciones independentistas o insurgentes de los editores y colaboradores, los nombres de varios de ellos aparecen en la nómina que Ernesto de la Torre Villar hace de la sociedad independentista de Los Guadalupes. En Los guadalupes y la independencia, nos dice que, ésta era una

sociedad que los partidarios no beligerantes del movimiento de Independencia organizaron en varias ciudades de Nueva España, para prestar a los combatientes toda índole de auxilios [...] la idea de constituir una organización bien tramada, activa y secreta que sirviera de medio eficaz para unir a los simpatizantes dispersos de la insurgencia, que los conectara con los jefes y que diera a los grupos rebeldes el auxilio material y moral que requerían en una guerra que era desigual31.



Los editores Carlos María de Bustamante, Jacobo de Villaurrutia y Wenceslao Sánchez de la Barquera al parecer fueron Guadalupes, lo mismo que los colaboradores Francisco Manuel Sánchez de Tagle, José Manuel Sartorio y Antonio López Matoso, entre otros.

En los primeros años el Diario de México tuvo un carácter antiinglés, profrancés, pronapoleón, actitud que años más tarde habría de cambiar. El propio Bustamante escribió algunos artículos en favor de Napoleón («Resumen histórico-político de la toma de Ulm»). Y en algunas ocasiones no sólo se dieron noticias escuetas sino opiniones favorables, por ejemplo los días 3 de enero y 8 de febrero de 1807, en las que se habló, airadamente, sobre las constituciones francesas.

La derrota de los ingleses en Buenos Aires fue un tema que ocupó las páginas del Diario y se hizo un eco de alegría por la actitud de los combatientes. Carlos María de Bustamante se dedicó el 7 de diciembre de 1807 a alabar a Santiago Liniers, y en números posteriores se siguió dando cabida al triunfo de Buenos Aires.

El Diario también dio espacio a la abdicación de Carlos IV en favor de Fernando VII, y a la caída del general Manuel Godoy. Ante los sucesos de la toma de España por los franceses se creó una repentina confusión en la Nueva España, que más tarde se tornaría en apoyo incondicional hacia Fernando VII. Tal actitud jamás hizo pensar en una insurrección contra la península.

A pesar de que uno de los editores del Diario, Jacobo de Villaurrutia, participó activamente en las asambleas para desconocer a la Junta de Sevilla, el periódico no dio cuenta de estos sucesos, salvo en un suplemento que publicó el 16 de septiembre de 1808, en el que se comunicaba que el virrey Iturrigaray había sido hecho prisionero y que su sucesor era Pedro de Garibay.

Garibay, aunque no reconoció públicamente a la Junta de Sevilla, ordenó que se publicaran los decretos de ésta en el Diario, lo cual le dio un carácter político al periódico. Los editores en este periodo evitaron dar sus opiniones y tomar partido, ya que cualquier vestigio de simpatía por la revolución hubiera provocado la suspensión del cotidiano.

Al enterarse la población de la declaración de guerra contra Napoleón, comenzó a surgir el regocijo general del pueblo, que organizó festejos en gran parte de México y cuyas convocatorias fueron publicadas en el Diario. A Fernando VII se le vio como a un gran héroe, aunque en realidad se estuviera humillando ante Napoleón. Al caer prisionero Fernando VII, y publicarse que las cosas no iban tan bien en España, los insultos contra Napoleón aumentaron de manera considerable. Se le comparó con Luzbel, se le llamó «monstruo horrible» y demás calificativos ofensivos. Carlos María de Bustamante y Wenceslao Sánchez de la Barquera mostraron una actitud «patriótica» e hicieron llamados a la unidad. El primero, con permiso del virrey, promovió la venta de una medalla con la imagen de Fernando VII. Las mujeres fueron las principales convocadas: «Convite a las personas del bello sexo. Invitación por su valentía y heroísmo y su papel en la historia. Españolas americanas adquirir una medalla con el busto de Fernando VII, al reverso a Judith, $65 en oro, plata $7»32.

Para apoyar a la Corona española el virrey convocó a una colecta cuyo fin era enviar fondos para la guerra; aquélla dio tan buen resultado que se enviaron once millones al Tesoro Real Español. En el Diario se publicaron la convocatoria y las listas de los contribuyentes, lo mismo que la de los candidatos a la Suprema Junta Central.

Las noticias de las derrotas españolas eran generalmente minimizadas, pero el Diario comenzó a darles poco a poco, si no especial importancia, sí la que en realidad tenían los hechos. Se escribía sobre los «lastimosos sucesos» y las «tristes noticias», todo lo cual alegraba a los partidarios de la independencia.

Un antecedente de los sucesos que vendrían a suceder en la Nueva España se puede ver en una carta que publicó el periódico el 4 de noviembre de 1809:

En América hay una clase de personas respetables, a quienes toca privativamente por razón de las circunstancias, el instruirse a fondo en todos estos artículos de política, siempre que se intente la felicidad de una nación, que no carece de disposiciones para todo. Los curas párrocos de los pueblos y provincias, con el singular ascendiente que tienen sobre sus feligreses, son estas personas respetables, que podrían enriquecer con su influxo [...], yo conozco varios señores curas que no nombro por no ofender su modestia, y porque son bastante conocidos, cuando siguen el exemplo de un Hidalgo y un San Martín párrocos sabios que cuidan de las ventajas morales, tanto como en las políticas, en adelantar la industria de los indios, instruyéndoles en sus deberes, e inspirándoles las mejores ideas de civilización33.



Esta quizá fue la referencia más clara y obvia a las ideas emancipadoras. El 5 de octubre de 1810 el Diario publicó las primeras noticias sobre el inicio de la guerra. Se trató, en general, de bandos, órdenes de quemar públicamente las proclamas rebeldes por considerar que actuaban en favor de José Bonaparte. A esta clase de textos se le dio un amplio espacio, al grado que hicieron a un lado muchos otros temas, en especial los literarios.




ArribaAbajoLectura y libros

Otra clase de artículos que publicó el Diario fueron los referentes a la historia del México antiguo y de la conquista. Allí se ensalzó a Cuauhtémoc y otros héroes indígenas, a Nezahualcóyotl se le asemejó con Píndaro, y también aparecieron publicados diálogos donde Cortés hablaba con Moctezuma, al mismo tiempo que se destacaba la arquitectura del periodo en que reinó el emperador azteca. Por darse importancia a estos temas, no tardaron en llegar cartas de rechazo para el Diario, donde algún hombre escribió: «¿a quién le interesa la historia azteca?». Lo mismo hubo reacciones por parte de algunos lectores del Diario que criticaron el tono en cómo estaba escrita la Historia antigua de México del jesuita Francisco Xavier Clavijero.

Se puede pensar que el público que leía el Diario de México era el mismo que consumía libros, ya que a principios del siglo XIX en nuestro país existía un índice muy alto de analfabetismo. En general, los libros que se anunciaban en el Diario eran sobre «profesiones, gobierno, religión, filosofía y ciencias. Muchas de las obras estaban en latín, sobre todo las de derecho y religión, y es sorprendente el predominio de la influencia francesa»34. También eran frecuentes los libros de cocina, viajes, música, arte, gramática, física, educación infantil, etc. Se traducían obras del inglés, italiano, francés y alemán, y aunque poco se conoce acerca de los libros, su comercio y sus lectores35, por el Diario podemos enterarnos de las obras que estaban prohibidas por la Inquisición, que generalmente eran las de ficción, las de caballería o las que promovían la insurrección de los esclavos, como El negro sensible. Entre algunos de los títulos que fueron prohibidos se encuentran Jacques le fataliste, Zadig o el destino, Les nuits de Paris, El Ángel lego y pastor, La muerte de Abel, Perfecto diario del cristiano, Novena de la esclarecida virgen sta. Gertrudis la grande o Falso nuncio de Portugal, etc.

Los anuncios o la lista de consignación de libros que el Diario publicaba en la parte final, del mismo modo brindan información valiosa acerca de cuáles eran las lecturas favoritas del público de la época. Se sabe, además, que era relativamente fácil tener acceso a libros recién editados de otros países.

A pesar de que en este periodo no se escriben novelas en México, sí existe un buen número de lectores de este género. Por ejemplo, El Quijote fue una lectura muy socorrida, y las novelas que más aceptación tuvieron se caracterizaban por presentar una relación epistolar entre los personajes, sobre todo las francesas. Como ya se mencionó, los escritores españoles del XVIII ocupaban un lugar importante; se leía a Benito Jerónimo Feijoo, Juan Meléndez Valdés, Manuel Quintana, Diego González, Tomás de Iriarte y Juan Arriaza; pero al parecer el escritor más popular era el francés Fenelón con Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises. Por supuesto, no hay que olvidar, las constantes referencias a las obras de autores grecolatinos como Quintiliano, Virgilio, Plutarco, Cicerón, Sócrates, Platón y Aristóteles. En teatro se leía a Leandro Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz, Prévost y Jean Batiste Poquelín Molière. Las fábulas de Iriarte eran muy comentadas, lo mismo que los manuales de retórica y preceptiva literaria. Los libros de derecho también resultaban de mucho interés; de los de economía se tienen pocos datos, mientras que los de religión eran muy mencionados, sobre todo los Sermones de Massillon o los de fray Neuville, lo mismo que los devocionarios, las obras de santos, las novenas o la Biblia. De la misma manera El ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III de Sempere y Guarinos fue muy leído entre nuestros letrados. Por su parte los temas históricos eran fuente de consulta en autores como Edward Gibbon, Antonio Solís, Lorenzo Boturini o Cortés. Paradójicamente muchos autores importantes de esta época hoy están olvidados o son prácticamente desconocidos.

La lectura de periódicos de otras latitudes que circulaban en México también es digna de destacar como por ejemplo, el Diario Mercantil de Cádiz, Diario de Filadelfia, La Gaceta de la Regencia de Francia, Diario de Tarragona, Diario político, económico y literario de la Habana, Correo de las Damas (tanto el de Cádiz como el de la Habana). La reproducción de artículos y noticias de estos mismos periódicos extranjeros en las páginas del Diario fue una práctica común sobre todo en la segunda época. Finalmente, a esto habría que agregar que en el Diario se publicaron artículos que promovían e invitaban a la lectura, por ejemplo, «El que quiera saber que lea» o «La carta a una señorita sobre el modo de aprovechar la lectura de los libros» y sus respectivas polémicas y sus consabidas respuestas, en un afán por fomentar la lectura dentro del discurso ilustrado novohispano.

*  *  *

Decretada la libertad de imprenta (1812), las páginas de Diario se vieron beneficiadas, pero sólo por un par de meses, ya que el gobierno ordenó la suspensión del cotidiano al considerar que se había excedido, como muchos otros periódicos, con sus críticas sociales. Los censores hacían referencia, en especial, a un artículo de José Ruiz Costa, quien dirigía en esos momentos el cotidiano36. Este incidente sirvió de pretexto para que la primera época del Diario de México llegara a su fin el 19 de diciembre de 1812. Así, el 20 de diciembre, se anunciaba que el Diario tendría nuevos editores e iniciaría su segunda época, convirtiéndose en una publicación con un carácter más político, dados los acontecimientos por los que atravesaba el país, pero sobre todo, se convertiría en un periódico más cercano y dependiente del gobierno, no obstante, que en algunos momentos álgidos del movimiento insurgente el editor Juan Sánchez de la Barquera mostrará su simpatía por los rebeldes. Nuestro cotidiano además coexistiría con otras muchas publicaciones importantes de la época (como la prensa insurgente), de tal manera que su lugar de privilegio dentro del incipiente periodismo se vería modificado como era natural.

El Diario de México es, sin duda, referencia obligada, los testimonios de nuestro horizonte cultural, político y científico están en sus páginas. Su aparición resultó todo un acontecimiento en la sociedad virreinal por su carácter abierto e innovador. La forma de hacer periodismo mostró que los hombres importaban a nivel individual y que podían expresarse fuera de los canales oficiales. De este modo, los debates públicos, en las páginas del Diario, jugaron un papel fundamental en la construcción de una nueva sociedad que buscaba explicarse a sí misma.






ArribaAbajoLa Arcadia en las páginas del Diario de México


ArribaAbajoLos primeros días de la Arcadia

De la Arcadia de México se ha escrito poco y con poca fortuna. Para comprender el origen de la primera asociación literaria mexicana es preciso conocer las páginas de la primera época del Diario de México (1805-1812), ya que ahí se encuentran los datos primarios para establecer las características principales de esta asociación. Es por todos conocida la idea de que la Arcadia de México se fundó tratando de emular a la de Roma (1690), creada a principios del siglo XVIII, y que del mismo modo que los árcades romanos, los poetas mexicanos recurrieron a nombres pastoriles, anagramas, seudónimos o a sus iniciales para encubrir su identidad, pero también señalemos que las máscaras tras las que se ocultaron respondían a que el desempeño de su actividad creadora no privilegiaba la idea de autor o una individualidad, es decir, lo que importaba era la obra en sí. De acuerdo con estos conocimientos comunes, la Arcadia sólo habría venido a representar, en nuestro país, una zona propia para los juegos literarios más o menos eruditos de unos hombres aficionados a la tradición clásica, pero muy poco inclinados a contemplar los avatares de la vida pública. Sin embargo, resulta necesario someter a una revisión crítica esta imagen de la Arcadia como un lugar de evasión y de juego.

Se puede decir que la Arcadia de México surgió casi a la par que nuestro primer cotidiano; pues, a pesar de no existir un manifiesto o estatuto de esta asociación, nos enteramos, por medio de las páginas del Diario, que los árcades ya firmaban algunos poemas publicados en esas páginas, en el primer lustro del siglo XIX, y que tales poemas a veces se dedicaban a la Arcadia Mexicana y a sus miembros. En consecuencia, el fenómeno social representado por la Arcadia va estrechamente ligado al espacio público que la prensa del periodo va perfilando en la sociedad mexicana. De este modo, no podríamos comprender las prácticas sociales (no sólo las referidas al discurso literario, sino también al político, el escolar, el académico, etcétera) de los árcades sino como parte de la constitución del campo social de la opinión pública.

El primer soneto que atestigua la existencia de la Arcadia pertenece al poeta y militar veracruzano Juan José de Güido (El pastor Guindo), quien el 10 de noviembre de 1805 dedicó su poema titulado «Cantinela» a esta asociación: «El Pastor Guindo desde Veracruz, a los de la Arcadia mexicana».




El pastor Guindo desde Veracruz


Cantinela

Dichosos compañeros,
amables y entendidos
que con vuestros cayados
vivís ahí tranquilos:
yo disto largo trecho
de la falda de Pindo,
y soy un ignorante
infeliz pastorcillo;
pero así por afecto
dedicar he querido
mis simples producciones
al celebrado Aprisco,
los Tagles, los Pomposos
los Zuñigas divinos,
los Prietos y Gutiérrez
Barreros, e infinitos37
a todos respetuoso
sus númenes envidio,
dirijo mis acentos
y su amparo suplico,
de diversas pastoras
amores y desvíos
cantaba en otro tiempo
alegre y afligido.
Y ¿a quién mejor podría
consagrar mis suspiros,
ofrecer mis contentos,
que a zagales tan finos?
Recibidlos, humano
bondadosos amigos,
que ya llegará el caso
de variar el estilo.
Afinando mi lira
hoy imploro el divino
auxilio de Caliope,
para ser expresivo.
En asuntos ajenos,
el poderoso niño,
también mi tosca pluma
os dará sus escritos.
Haré críticas justas
del depravado vicio,
la virtud será sola
quien mueva mi designio;
y en los puntos más graves
tendré mi participio;
si acertare, estimadlos;
si yerro, corregidlos.



Semanas más tarde no sólo él, sino también otros árcades, como Agustín Pomposo Fernández de San Salvador (Mopso Mexicano) o Mariano Barazábal38 (Bárbara Lazo Manai), hacían también referencias a la Arcadia y a sus integrantes, o firmaban traducciones y poemas como Flagrasto Cisné (Francisco Manuel Sánchez de Tagle), e Iknaant (Ramón Quintana del Azebo).

Pero no es sino hasta el 16 de abril de 1808 cuando se hizo pública -en las páginas del Diario- la formal constitución de la Arcadia Mexicana, y se invitó a los poetas interesados a sumarse a este grupo. El poeta José Mariano Rodríguez del Castillo fue el fundador y principal promotor, junto con Juan María Lacunza, de esta empresa. El primero escribe el artículo «Mis deseos. Rasgo poético, dedicado a Atanasio de Achoso»; al final de su texto, añade esta nota:

Con motivo de haber formado nuestra Arcadia los señores J. V. V., bajo el nombre de Delio; Atanasio de Achoso, bajo el nombre de Damón; el Inglés Can-Azul, bajo el de Batilo, M. B. o El Aplicado, bajo el de Anfriso, y yo que soy el inventor, bajo el de Amintas, hemos tratado de enlazarnos en público por la dedicación mutua de nuestras composiciones, como se ha visto en el Diario de esta capital. ¡Ojalá y los ilustres poetas que brillan en el periódico, tuvieran la bondad de asociarse a nuestra pequeña Arcadia, para darnos honor como lo ha hecho el caballero Marón Iknaant con el nombre de Dametas39.



Esta breve nota dio a conocer públicamente la existencia de la primera asociación literaria de nuestro país, la Arcadia de México. También, en ese mismo espacio, Carlos María de Bustamante, editor del Diario y promotor activo de nuestras letras, escribió: «El diarista aprueba desde luego esta especie de academia, como estímulo poderoso para adelantar en todo género de composiciones». Al mismo tiempo, Bustamante aprovechó la oportunidad para exhortar a los poetas a

sostener el nombre de la Arcadia, puliendo con gran cuidado todo lo que presentaren, lo que no es difícil, consultando recíprocamente por medio de la crítica y examen privado. Los señores que componen esta Arcadia nueva, suponemos que no nos mandarán sus composiciones sin haber pasado un serio examen proporcionado a las fuerzas, que se deben suponer al principio. La fábula, el epigrama, la sátira, la sentencia, y otros objetos interesantes, deben ser sus materias: el amor, la más común, tan trillada y tan variada, debe tocarse en sus composiciones, sólo por incidencia para adorno, o para avivar algún cuadro. Las descripciones exactas y sentenciosas, cuidando de la propiedad de sus voces, y del giro de expresión, defecto en que incurre a cada paso, debe ser principal cuidado de los socios, de quienes esperamos un adelanto honroso40.



El diarista además exigía a los colaboradores calidad, crítica y autocrítica en sus composiciones, condición necesaria para poder tener un espacio en las páginas del cotidiano41. A todo lo anterior, Bustamante solicitaba composiciones breves para hacer más fácil su publicación, «porque no cabe con tanta facilidad una poesía larga como una corta»; quizá por ello, los sonetos y otras composiciones en verso de arte menor tuvieron tan buena recepción en los primeros años de vida del Diario.

Apenas fray Manuel Martínez de Navarrete había dado a conocer algunos de sus poemas en el Diario de México cuando ya se le preguntaba a los editores, según consta en una de las entregas de esta publicación, «por el nombre de este autor, pues al fin de ellos [los poemas] sólo se leían las iniciales FMN». De igual manera, había interés en «saber a qué lugar de nuestro continente había tocado la dicha de servirle de patria»42. En el Diario se especuló que el poeta era de Celaya, de Guanajuato; finalmente, el propio Martínez de Navarrete escribió un mensaje para informar que había nacido en Villa de Zamora, y que a él, sólo a él, pertenecían las iniciales FMN.

De acuerdo con la opinión de los árcades, fray Manuel Martínez de Navarrete era «por su divino talento» el ejemplo a seguir; lectores y colaboradores se preguntaban en el Diario: «¿Quién tiene su gusto, su imaginación, su fluidez y belleza, su dulzura, su erudición copiosa, su inteligencia en el idioma?»43. En consecuencia, fue una decisión natural que lo designaran mayoral de la Arcadia. El 23 de abril de 1808 hicieron público el nombramiento. La admiración del árcade Lacunza por Martínez de Navarrete lo llevó a dedicarle su poema («un romance endecasílabo») «La mañana de otoño»44, en el cual muestra la admiración que sentía por el fraile, a tal grado que son obvias las referencias poéticas al estilo de Martínez de Navarrete. Pero Lacunza no fue el único poeta que le dedicaría sus composiciones, también lo hicieron Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera, José Mariano Rodríguez del Castillo, Ramírez (Arezi), Mariano Barazábal, Joaquín Conde, Simón Bergaño y Villegas, Antonio Pérez Velasco, por mencionar sólo a algunos de los árcades.

El papel que desempeñó Martínez de Navarrete como mayoral de la Arcadia, al parecer, fue sólo honorífico, pues hasta el momento no se conoce ningún documento que permita certificar la presencia del poeta en México hacia ese periodo, cumpliendo con las tareas de dirección de una sociedad literaria que, por lo demás, parece sólo haber tenido las páginas del Diario como tribuna. Todo hace suponer que fray Manuel Martínez de Navarrete se atuvo a los límites de la zona cultural de la vieja Valladolid. Sin embargo, sí es importante señalar que por medio del empeño de Carlos María de Bustamante, editor y amigo de Martínez de Navarrete, el fraile seguramente conoció la producción de sus colegas árcades y los elogios que le fueron dispensados.

En la entrega del Diario de México correspondiente al 16 de febrero de 1808, se inició la publicación de un largo poema titulado «La Inocencia», compuesto de diez odas y una dedicatoria dividida en 16 cuartetas, en el cual fray Manuel Martínez de Navarrete hacía referencia a la Arcadia, y agradecía a sus miembros el buen trato con que lo habían distinguido.



¿Con que podrá mi musa,
Arcadia Mexicana,
darte por tanto elogio
las más debidas gracias?
[...]

¿Con qué podrá, pues, ella
corresponderos grata,
sino con repetiros
lo mismo que os agrada?
[...]

Escuchadlas, pastores
de la moderna Arcadia,
escuchadlas benignos,
y perdonad sus faltas.



A pesar de la distancia geográfica que lo separaba -Villa de Tula-ciudad de México- de estos poetas, Martínez de Navarrete conocía la obra de ellos gracias a las páginas del Diario. En el referido poema «La Inocencia», Martínez de Navarrete menciona a algunos de los más destacados árcades, describiéndolos con algún epíteto que a su modo de ver caracterizaba su poesía. Además de la destreza de Can-Azul, hace encomio del amable Quebrara, del delicado Mopso, el fogoso Arezi y del travieso Aplicado. Este poema tuvo que pasar por los ojos del censor y poeta José Manuel Sartorio quien dictaminó: «¿Quién puede negar su aprobación a estas bellezas tan dignas de salir al público?»45.

En este poema queda manifiesto que el fraile de Zamora, convertido en mayoral, como conviene a la retórica pastoril del movimiento arcádico, veía en los árcades a sus interlocutores, a sus iguales: comunidad de pastores que vigilan los rebaños del territorio literario. Mediante sus versos se dirige a un grupo de colegas con los cuales comparte su patrimonio cultural, el gusto por leer y escribir, y a quienes les reconoce su particular talento, a pesar de no conocerlos personalmente46. Se trata de una comunidad simbólica de pastores reunidos en torno a un capital cultural común, y a una publicación periódica en la cual se pone en juego dicho capital.

Pero no todo fue simpatía, cordialidad y aceptación entre los árcades: Martínez de Navarrete fungió como maestro-censor, llamando al orden al pastor descarriado. Nuestro fraile parece haber asumido con el mismo celo tanto la bondad como la energía correspondientes a su mayorazgo literario. En algunas de sus composiciones criticó a los poetas que consideraba no tenían ningún talento, llamándolos pseudopoetas o poetastros, y les censuró su forma de hacer poesía:


Le aconsejo, que después
de reflexionar un rato,
advierta con más recato,
que el pie de un verso se mide
de otro modo del que pide
la tosca [h]orma de un zapato47.



Martínez de Navarrete era partidario de la correcta versificación; en sus composiciones, invitaba a guiarse por el «buen gusto», expresado en la claridad y la dulce sonoridad del poema. Se trata de un «buen gusto» que proclamaba la sencillez en los recursos de la dicción, y que apreciaba el dominio de la versificación tradicional. A pesar de que no lograría del todo adecuar su obra al «buen gusto», como hubiera querido, su espíritu crítico lo llevó a hacer escarnio de los «sonetos de pies libres», de las «décimas prosaicas» y de las coplas que iban «acompañadas de muletas». También puso en evidencia a los deshonestos plagiarios, que a su decir, menudeaban en el Diario de México. En el «Himno a Minerva» -composición hecha por encargo del poeta Zeobá (Ramón Quintana del Azebo)-, Martínez de Navarrete agradece a la diosa de la sabiduría el haberlo iluminado para descubrir al «ladrón literario» Castro Duvepi


Luego llegaron los varones doctos,
e instruidos todos en la grave causa
de Castro ¡oh dioses! de las altas musas
ladrón de fama
[...]


Y ¡oh tú la misma luminosa dea!
Minerva, antorcha de la nueva arcadia,
benigna acepta nuestro religioso
himno de gracias48.



El poema se publicó acompañado de la siguiente nota: «Uno que se firmó en nuestro Diario Castro Duvepi, dio en él a luz una producción, que después resultó ser ajena, por lo que se le encargó al P. Navarrete que compusiese este himno, dando gracias a Minerva por el descubrimiento de este ladrón literario».

A pesar del despertar de la conciencia de originalidad y de autoría que se advierte en esta censura del plagio, no todos los árcades vieron con malos ojos este tipo de prácticas. Por ejemplo, el poeta Mariano Barazábal, en su fábula «El cenzontle», publicada el 23 de agosto de 1809, escribió:



Un amigo convidó a otro
para que oyera cantar
a un cenzontle que tenía,
imitador singular.

En efecto, el pajarillo
comenzó luego a imitar,
ya al canario, ya al jilguero,
a la calandria y demás.

Después siguió con minuets,
bäes, y en fin, por acabar,
otras piezas que probaron
su excelente habilidad.

El convidado aguardó
a oír el canto natural
del cenzontle, para ver
si era en él todo capaz,

mas al oír los broncos gritos,
que sin tuno empezó a dar
el pájaro, interrumpiólo
diciendo: mira animal:

canta pues, lo que has oído
pues lo sabes mejorar;
mas nunca tu propio canto,
porque tú me entenderás.

Esto prueba, que más vale,
para una necesidad,
un plagio mejorador
que un pésimo original49.



Sin duda, esta fábula era una crítica abierta a la calidad de la poesía que se publicaba en el Diario, como lo veremos más adelante. Incluso el mismo editor del periódico hacía referencia a que, «como tenemos espías en el parnaso, nos denunciaron [...] que algunas producciones son copiadas», pero es preferible publicar mientras la cosa sea buena o útil, y no común, no reparemos en eso, cediendo gustosos el crédito o lauro de escritores originales»50. De acuerdo con el punto de vista de Carlos María de Bustamante, resultaba benéfico para la comunidad publicar textos ya conocidos aunque no fueran de «actualidad» ni de algún escritor que se estuviera abriendo camino en la república de las letras mexicanas. La originalidad del «creador» literario todavía no era tan apreciada para esta comunidad letrada como la capacidad para conocer, atesorar y reproducir los valores culturales de la tradición sobre los cuales descansaba su identidad como grupo social. En consecuencia, resultaba más convincente parafrasear o adaptar un texto de un autor consagrado y destacar la utilidad que reportaba a la sociedad la recreación del texto recuperado.




ArribaAbajoEl debate de los árcades

La Arcadia de México aglutinó a poetas cuya obra se caracterizaba por intentar alejarse del lenguaje oscuro, deliberadamente complicado en todos sus niveles, en el cual, a su decir, habían caído los poetas barrocos. Los árcades buscaban un lenguaje claro, sencillo y diáfano que expresara de forma natural las emociones humanas, sin importar el género que se cultivara; en este sentido proclamaron el respeto de las reglas asentadas por los preceptistas clásicos y, por consecuencia lo que para ellos era el «buen gusto». A fuerza de repetirse, se ha vuelto una «falsa verdad» creer que la Arcadia tuvo un carácter evasionista, que sus poetas sólo se ocupaban de escribir acerca de pastores y ovejas, y que éstos consideraban a la poesía como mero «divertimento». Esta idea ha terminado por convencer a más de uno. Sin embargo, se olvida que tanto la Arcadia de Roma, como la española, la francesa y la portuguesa -en mayor o menor medida- tuvieron un programa restaurador en lo literario y en lo lingüístico. Este programa tuvo claras conexiones con el mundo político y social. En la historia de la cultura occidental, todo proyecto arcádico ha sido la expresión de profundas recomposiciones del ámbito público que afecta a la producción literaria y a los autores51. Por ejemplo, el intelectual renacentista construye de sí mismo una imagen pastoril cuando cobra conciencia de sí mismo como factor político y agente social de la cultura de su tiempo, y se aparta de la norma del intelectual escolástico. Otro caso que viene a nuestro recuerdo es el de los árcades lusitanos cuando vieron la posibilidad de ascender socialmente por medio de la apropiación de la cultura del periodo. Esta clase de asociaciones literarias que cruzan toda la historia de Occidente no quisieron ser lugares de evasión o un simple locus amoenus, por el contrario, abrieron mediante la discusión y el imaginario arcádico espacios simbólicos donde ejercer la crítica. La Arcadia de México es descendiente de esta línea de desarrollo de los intelectuales en Occidente. Nada más lejano al papel decorativo que se le ha asignado en nuestra historia literaria. El simple hecho de que nuestra Arcadia surgiera sin el cobijo de la institución y autoridad de la Corona, le confiere un carácter autónomo e innovador en el contexto de las prácticas literarias de su tiempo.

Los miembros de nuestra Arcadia utilizaron las páginas del Diario como arena para la discusión de las ideas acerca del gusto y de la estética propia de la época (neoclasicismo). Tal era su confianza en el poder de la palabra impresa y en la lectura para contribuir al mejoramiento de los hombres. Las polémicas sobre cómo debía escribirse la poesía poblaron las páginas del Diario en su afán por normar los hábitos intelectuales de los ingenios ilustrados52. Además de Martínez de Navarrete -como ya se ha señalado-, y de los otros miembros distinguidos de esta institución literaria, también polemizaron los lectores cultos de la época que buscaban difundir sus opiniones críticas en la plaza pública, y no restringirlas, únicamente, a la tertulia doméstica amparada bajo el eco de los amigos. Nada más alejado de la realidad resulta la idea que nos hemos hecho de las élites ilustradas del periodo como una pequeña -exclusiva y excluyente-, amanerada reunión de hombres afectados que hacen gala de su sprit en salones donde se sirven tazas de chocolate espumoso. En vez de ello, el primer cotidiano en la historia de nuestro país nos permite atisbar el murmullo incesante de una comunidad mucho más extendida, que confía plenamente en los dictados del tribunal de la opinión pública, en los impresos, en la circulación abierta de las ideas. Los árcades se encuentran, en virtud de sus hábitos y de los instrumentos de su taller intelectual, mucho más cerca de la figura del intelectual moderno que lo que habíamos venido pensando.

La abundancia de polémicas centradas en la lengua poética no debe llamar a engaño a nadie: no se trata de torneos intelectuales entre eruditos ni de meros juegos de ingenio. Todas ellas hacen hincapié en diversos aspectos de la teoría poética o retórica del momento. De modo que se discute sobre las condiciones de un sistema literario en trance de ser reformado. Estamos ante las bases del proceso ideológico que fundará en pocos años lo que algunos críticos llaman nuestra expresión nacional. Es así que los lectores-polemistas dirigieron su inconformidad sobre todo a la poesía que se publicaba en el Diario. El argumento más recurrente consistía en sostener que había «una peste de poetas». De entre las innumerables cartas dirigidas al diarista para quejarse, sobresale ésta, que fue enviada por «Clarita la preciosa» y en la cual se planteaba las siguientes preguntas:

¿Qué es lo que dice usted de tanto poeta roñento como se ha soltado?

R. Para lograr un poeta bueno es menester que cultiven muchos la poesía: lo precioso siempre es raro. Así se perfeccionan unos y adelantan otros.

¿Por qué se inclinarán tantos a la poesía?

R. Tiempo ha que lo dijo el refrán: de médico, poeta y loco todos tenemos un poco.

¿Para qué tantos versos en el diario?

R. Porque a muchos les agrada53.


Otra queja más hacía referencia a que la poesía que se publicaba por lo regular se caracterizaba por estar cargada de imperfecciones, ya fuera en virtud del uso excesivo de arcaísmos54, la mala versificación, la utilización de un lenguaje oscuro, obsceno, altisonante, y la pedantería al citar frases en latín o hacer alusiones mitológicas; también la frivolidad en la mayoría de los temas que se trataban era objeto de crítica. La respuesta de los poetas aludidos no se hizo esperar. Éstos argumentaron que la poesía no era resultado del «mero artificio de la versificación» ni que solamente se debía considerar y definir a la «poesía [como] peste, enfermedad y frenesí». Bárbara Laso Manai (Mariano Barazábal) abundó:

¿Cómo yo he de creer que sea tan mala la poesía, y que pueda llamársele frenesí, enfermedad y peste? Esos sabios antiguos que oigo mentar a mis hermanos [...] Homero, Virgilio, Horacio, Ovidio y otros innumerables hombres, que por insignes poetas parece que no han muerto, y que aun comen, y beben con nosotros, ¿fueron por ventura locos o enfermos? Señor Antipoeta [...] sin duda tropezó en el camino del Parnaso: le cobró miedo a la jornada y por eso blasfema...55.


Apenas seis meses tenía el Diario de México de aparecer cuando se publicó una carta firmada por «El Pasante», en la cual el autor anónimo criticaba duramente la forma de hacer poesía de Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera (Barueq)56. Su crítica de carácter formal giraba en torno al empleo de algunas palabras usadas inadecuadamente que provocaban que las composiciones de Barueq perdieran sentido poético y se volvieran vulgares prosas. Como resultado de sus objeciones, «El Pasante» invitaba a Barueq a leer La poética de Luzán para que así pudiera entender y saber cómo se hacen versos menos malos. El árcade Barueq, en contraataque, dio una larga respuesta publicada en dos números del Diario:

Señor mío, el buen gusto abomina toda esclavitud, y aprecia la libertad de producirse, con tal que sea con aquella moderación que forma el verdadero carácter del poeta, pero la crítica del rigorismo luzánico, impone leyes sin saber lo que pesca. Se quieren destruir los acrósticos, los laberintos, y otros metros, porque son una tortura de la imaginación: y quieren imponemos una esclavitud en las consonantes, cuyo caudal debe ser el más copioso, parla viveza de la imaginación acalorada. Por lo común los acabados en ante son participios, y estos como suelen significar acción lo mismo que cualidades, son el lenguaje de la libertad poética57.


Para Barueq el «buen gusto» estaba dado en la libertad del poeta para experimentar nuevas formas y nuevos usos de palabras; usos y formas que abrieran el camino a «la viveza de la imaginación acalorada». No obstante, el árcade no desconocía los códigos por los que se regía la preceptiva, era un poeta consciente del nuevo camino que buscaba transitar. Tan consciente como algunos de los miembros de la Arcadia que habían elegido flexibilizar las formas, en busca de un lenguaje más natural, más cercano a lo que eran o buscaban ser. Barueq continúa su discusión con «El Pasante» explicando por qué decidió el uso de una palabra y no otra, por qué a sus composiciones conviene una rima consonante y no una asonante, por qué opta por una terminación y no otra. En beneficio de sus argumentos, se refiere a fray Luis de León, Fernando Herrera, Juan Bautista Arriaza, Juan Meléndez como poetas que no escaparon al uso de terminaciones en ante y anto. En pocas palabras, Sánchez de la Barquera afirma tajantemente que las terminaciones en anto y ente

son defectos de nuestros mejores poetas. Vamos al able, y al ible que tanto eco han hecho a usted con todo y sus orejas de tapia. Ésta es una medida paronomasia muy usada de nuestros poetas, y que si en el día no se usa, es porque cuesta trabajo el buscarlas, y acomodarlas; pero cuando sean naturales como en estos versos, son muy corrientes. De esta clase tenemos en el diario un bello soneto de Guindo, y en los poetas clásicos verá otros cuando esté menos ocupado. [...] le digo que el uso es la costumbre y que esta no es cuestión canónica, y mucho menos rigorista.


Para concluir con su clase de preceptiva, Sánchez de la Barquera le recomienda al «Pasante» que estudie ya no el rigorismo luzánico sino que, «cuando usted quiera estudiar algo de poesía con fundamentos, lea al Rollin, en su Tratado de estudios (t. I), al Barthelemy, en su Viaje de Anacharsis, al Blair, en su Tratado de poesía y versificación, y finalmente, para medir sus versos al Masdeu en su Arte poética»58.

Es digno de señalar que entre los miembros de la Arcadia de México también hubo desacuerdos al respecto de la preceptiva literaria. Tiempo después de las desavenencias entre Barueq y el lector embozado tras el seudónimo de «El Pasante», dos árcades, José Mariano Rodríguez del Castillo y Mariano Barazábal, utilizaron sus composiciones poéticas para descalificarse entre sí en la más pura tradición de la sátira; de manera contundente exhibieron los defectos que padecían sus poemas. El primero en abrir fuego bajo las iniciales JMRC fue Rodríguez del Castillo con su anacreóntica «A la Alameda». En ese poema acusa al «Aplicado», seudónimo de Barazábal, de dedicarse a «morder vidas ajenas» en vez de ocuparse en escribir poesía. Por ello, lo excluía de la invitación que hacía a sus otros colegas para componer un himno a «nuestra hermosa Alameda». El «Aplicado» siguió publicando algunos poemas sin hacer referencia alguna a esa ofensa, pero el 27 de abril de 1807 publicó una oda en «Respuesta a la anacreóntica del n. 558». A partir de este momento, los disparos comenzaron, iban en un sentido y volvían cargados de más pólvora. Del mismo modo, en esta tradición ilustrada del gusto por la discusión, donde la crítica era la sal y la pimienta, «El Pensador Mexicano» también contribuyó con su granito de sal y ocupó las páginas de nuestro cotidiano para entablar acres discusiones sobre la sátira o el uso de los «espacios públicos» con algunos cognotados miembros de la Arcadia de México.

En general, gran parte de las discusiones que se suscitaron se abocaba a criticar la forma y el lenguaje empleados en la construcción de los poemas. Por un lado, estaban los poetas que buscaban únicamente expresarse de manera sentida, clara y concisa; por el otro, los poetas que pedían someterse al mando de la métrica y la versificación, para ello citaban a las autoridades en boga, como Luzán, Boileau, Blair, etcétera, cuando eran censurados por su pretendido acartonamiento. Incluso, algunos fueron más allá en sus preocupaciones y discutieron sobre reglas ortográficas59, porque «nunca escribirás bien si no escribes con sus reglas», y la «mala pronunciación» americana que dislocaba los acentos. Problemas que, a su decir, también sufrían los habitantes de varias provincias de España, y de quienes se había heredado. Así, en un despliegue de participación para evidenciar su postura -que justificaba el camino que habían elegido-, los árcades publicaron un gran número de composiciones que bien podríamos definir como «arte poética». «El Africano» (Ángel Ruiz) publicó un largo poema del que transcribo sólo la parte de su defensa:


Quiero lector que sepas
antes de leer mis versos
que has de hallarles a todos
muchísimos defectos;
porque yo como muchos
poetas de acaba presto
y vamos que ya es tarde
y pongo lo que quiero,
no los sujeto a reglas
porque no las entiendo60.


Por otro lado, los partidarios de someterse a las reglas parecieran responder a «El Africano» en este soneto:



Me preguntas poeta principiante,
¿cómo se hace un soneto liso y llano?
y me remites uno en castellano
compuesto en un estilo altisonante.

Amigo, con tal pauta por delante,
no habiendo quien te lleve por la mano,
serás versificante a lo romano,
y mil versos harás en un instante.

El soneto es poema reducido:
debe tener, y definir objeto
comparar, apropiar, y ser medido;

La feliz conclusión lo hace perfecto.
Coteja tú con éste el remitido,
y verás de los dos cual es Soneto.


León de Parma61                


Recordemos que el soneto gozaba de tanto prestigio en estos años que a la muerte de fray Manuel Martínez de Navarrete se sugirió que para elegir nuevo mayoral se seleccionara al poeta que más y mejores sonetos hubiera escrito y publicado en el Diario, porque, a su decir

En la poesía española la composición, por decirlo así, más brava es el soneto. Los antiguos y modernos inteligentes la llaman el potro de los poetas. Ella es una composición seria, digna, bella y respetable cuando sale perfecta que es lo más difícil. Ninguno puramente versista puede travesear con esta majestuosa composición, sin dar a conocer de luego a luego, la limitación de sus alcances62.


La discusión sobre la preceptiva era uno de los vehículos más poderosos para dar expresión al interés de los miembros de la Arcadia en demostrar que en América se escribían obras de calidad a la altura de las de Europa. Su propósito era buscar el reconocimiento y respeto pero no sólo por parte de sus connacionales sino en el extranjero, y propagar así una imagen de los talentos que poseía toda América, reivindicando a la cultura novohispana63. De acuerdo con sus convicciones, el tener una literatura bien cuidada nos refrendaría como nación culta y civilizada. Por ejemplo, Juan María Lacunza, el infatigable promotor de la Arcadia, pedía que la poesía -seguramente Martínez de Navarrete coincidía con él- se sujetara conscientemente a reglas fundadas en la poética y la preceptiva clásicas con el propósito de lograr el reconocimiento del exterior; así, el buen dominio de la versificación era, a su decir, la prenda más cara en un poeta. El árcade Lacunza valoraba públicamente los atributos que como poeta tenía Meléndez Valdés a quien, a su juicio, había que emular, a pesar de que «en su epístola al canónigo Cándamo (p. 330 de sus poesías) nos trató nada menos que de bárbaros, rudos, salvajes, etc. Error que sólo es disculpable en el ningún conocimiento que tenía de los sublimes Tagles, Sartorios, Barqueras y otros mil»64. El mismo Lacunza en su romance «A la Arcadia Mexicana» instaba a los árcades, después de la muerte de Martínez de Navarrete (Nemoroso), de José Victoriano Villaseñor (Delio) y de Juan José de Güido (Guindo), todos ellos destacados representantes de esta asociación



Dejad pues, vuestro llanto, y recordando
que en América brillan mil ingenios,
que pueden competir con los que causan
vuestros gemidos, procurad consuelo.

Y conmigo decid a los que aún viven,
y disfrutan de Apolo el sacro fuego,
que vuelvan a cantar, pues que se ofenden
las Musas de su tétrico silencio.

Pedidles que en el Diario nunca falten
sus poéticos rasgos, que honra siendo
del mexicano país, causan hermosas,
la envidia y confusión del extranjero.

Que a su pesar confiesa, que si Europa
ha producido sabios en su seno,
la América no cede en esto a nadie,
cuyos hijos compitan con aquellos.

Vuelvan, árcades, pues los días felices
y templando otra vez los instrumentos,
cantad con la belleza que solíais,
que yo tomar lecciones os prometo.


Es más que clara la postura reivindicadora y militante del árcade Lacunza, su intención va más allá de escribir sobre pastores, corderitos u ovejitas heridas como comúnmente se identifica a los poetas que pertenecieron a la Arcadia.

Hay que insistir en esto, porque se sigue repitiendo en nuestros círculos que en la Arcadia Mexicana no hubo espacio para la discusión, sino que fue una asociación donde prevaleció un ambiente de espíritus sosegados y acríticos, nada más alejado de la verdad.




ArribaAbajoLos cimientos mexicanos de la ciudad letrada

La lectura de la poesía de fray Manuel Martínez de Navarrete publicada en las páginas del Diario de México permite entender cuál era la intención de la poesía de esos años. Sabemos que además de cultivar la poesía bucólica, el fraile y sus colegas árcades practicaron la poesía amorosa, religiosa, satírica y política, esta última sobre todo tuvo su «esplendor» cuando se suscitó la invasión napoleónica en España (1808). Hay que destacar que la poesía religiosa estaba dedicada, fundamentalmente, a la virgen de Guadalupe o a san Felipe de Jesús, personajes íntimamente ligados a la historia cultural de México.

Sin duda, fray Manuel Martínez de Navarrete y sus colegas árcades buscaron consolidar el carácter propio de la poesía mexicana, para ir gestando una identidad que se convirtiera en orgullo nacional. Así, con la conciencia de comenzar a definir una identidad propia, los poetas del Diario utilizaron palabras como jacal, manta, ixtle, tilma, petate, ayate, pulque, o hicieron amplias referencias a la fauna mexicana; así, zopilotes, guajolotes, cenzontles, loros y chichicuilotes, poblaron sus textos65. Ya Jorge Ruedas de la Serna ha expresado atinadamente que

La modesta Arcadia Mexicana se aproximaba ya a esa idea de consolidación de una cultura nacional, que partiese de valores oriundos, y en tanto que era el resultado de una asociación libre y espontánea, y por ello mismo inédita, implicaba la cultura del pasado como algo ajeno y desnaturalizador. La operación poética más característica de la Arcadia Mexicana consistió en una forma de apropiación de las convenciones europeas, para traducirlas a un código vernáculo: el paisaje se pobló de especies y seres mexicanos, o mestizos: magueyes, jarros, chinampas, mayates, indios, etcétera. Las ninfas se mudaron en «la indita Xúchil que a recoger verdura, anda de madrugada», «el vino de Lesbos», en el preciado pulque, «que es también don del gran padre Liéo» y la patrona de la Arcadia en la Virgen de Guadalupe66.



La poesía de los árcades sobre todo dio cabida a la discusión, porque se le veía como un ejercicio de ensayo y error, nada estaba dictado de manera definitiva y todo se iba conformando por aproximación. Lo publicado en el Diario de México era una lección, un aprendizaje que se iba afinando poco a poco. Al lado del desarrollo del proceso ideológico de la Independencia de México, la comunidad letrada reunida en torno a las páginas del Diario desarrollaba un proceso complementario, no menos delicado para la construcción de una cultura nacional que la rebelión armada: me refiero a la articulación de un sistema lingüístico-literario, espacio simbólico de la ciudad letrada de México, a punto de nacer como entidad política.

Ruth Wold señala que la mayoría de los poetas que hicieron su incursión literaria en las páginas del Diario de México eran hombres jóvenes, de veinte a treinta años. Por nuestra parte, agreguemos que Manuel Martínez de Navarrete fue el ejemplo para esos jóvenes que comenzaban a incursionar en la literatura y que más tarde se comprometerían con la lucha por la Independencia de México. Mencionemos que los miembros de la Arcadia fue un grupo heterodoxo de hombres que tuvo distintas posiciones tanto en su quehacer literario como en su actitud respecto a la guerra de Independencia; baste recordar los nombres de Francisco Sánchez de Tagle (quien ocuparía el lugar del fraile michoacano a su muerte y se le nombraría el nuevo mayoral de la Arcadia), Anastasio de Ochoa y Acuña, Juan María Wenceslao Sánchez de la Barquera, Mariano Barazábal y José Manuel Sartorio como simpatizantes de la guerra insurgente, y a Juan María Lacunza, José Mariano Rodríguez del Castillo, Francisco Estrada y Agustín Pomposo Fernández de San Salvador como fieles servidores de la Corona. De la misma manera no todos los integrantes de la Arcadia habían nacido en suelo mexicano, por ejemplo, Simón Bergaño y Villegas, Pelayo Suárez, Ramón Roca, Antonio José de Irisarri y Francisco María Colombini y Camayori habían visto la luz por vez primera en otras tierras. Mariano Rodríguez del Castillo así nos lo hace saber:

Entre los árcades mexicanos hay algunos que nacieron más allá de los mares, tal es mi amadísimo Dametas [Ramón Quintana del Azebo], aquel Dametas que ha encantado mi alma con su noble trato, con su carácter sincero y amoroso y con todo género de prendas, que lo han hecho entre nosotros, uno de nuestros amigos de los más fieles y uno de nuestros hermanos más queridos. Las célebres montañas de Asturias lo produjeron, como también a nuestros Lepoay [Pelayo Suárez] y SB y Villegas [Simón Bergaño]. Árcade del Dauro y ahora en México, nosotros no amamos a los pastores porque hayan nacido en nuestras cabañas, ni los aborrecemos porque hayan venido de lejanas tierras. La virtud es la que caracteriza al hombre y la tierra, es patria del hombre de bien67.



Fray Manuel Martínez de Navarrete no viviría para ser testigo de los cambios, pero fue sin duda el «agitador», que con su forma de hacer poesía motivó a sus colegas árcades. Tan claro fue esto que a su muerte -y por supuesto por los sucesos políticos y sociales por los que atravesaba el país- la producción poética en las páginas del Diario decayó significativamente. Sin embargo, los incansables Mariano Rodríguez del Castillo y Juan María Lacunza no se dieron por vencidos y continuaron escribiendo poemas en donde invitaban a revivir la experiencia social de la Arcadia.



Y ya que el infortunio (no inconstancia)
con su terrible riguroso trato,
nuestra Arcadia ha destruido, procuremos
volverla a reanimar los que restamos.
[...]

Y creo no faltarán otros pastores,
que quieran alternar sus dulces cantos
con los nuestros sencillos, y así vuelva
la Arcadia al esplendor que había tomado.



La invitación no tuvo el eco esperado y todo se resumió a esporádicas colaboraciones pero sin la esencia de los primeros años del Diario de México. Los «¡Pastores que habitáis en las riberas / del opulento valle mexicano», a que se refería Rodríguez del Castillo, ya se habían marchado de los campos y habían puesto a buen recaudo sus rebaños.






ArribaAbajoConsideraciones finales

Como hemos podido corroborar a lo largo de estas páginas la importancia del Diario de México, en tanto que fuente de valiosísima información científica, literaria, social, cultural, histórica y política, es fundamental para todos los campos del conocimiento.

El innovador fenómeno que para la comunicación de la sociedad novohispana representó contar con un periódico diario independiente de la Corona es digno de destacarse, aún más el hecho de que la publicación invitara desde un inicio a los lectores a colaborar espontáneamente, utilizando los buzones colocados para ese fin en la ciudad.

Respecto de la literatura novohispana, a principios del XIX ésta había comenzado a agotar sus excesos de barroquismo. Los poetas habían decidido mudar sus temas pastoriles por los épicos de las luchas nacionales. El Diario de México se convierte así en el vehículo que aviva el surgimiento del tardío neoclasicismo local, y podría aventurarse que apoyado en él, la Arcadia Mexicana alcanzó su expresión más alta, ya que convivió con los aspectos finales del barroco, con los aspectos del neoclasicismo y con la alborada del romanticismo, e impuso así la coexistencia ecléctica de estilos antagónicos. Por ejemplo, en la literatura los nombres de los neoclásicos españoles (Fernández de Moratín, Luzán, Cadalso, Cienfuegos, Quintana, etc.) y los de sus epígonos mexicanos (Martínez de Navarrete, Sánchez de Tagle, Ochoa y Acuña) se mezclaban en el Diario de México con los grandes escritores barrocos de los Siglos de Oro (Lope, Quevedo, Garcilaso, Calderón, los Argensola, Torres Villarroel).

También el Diario en sí y su afán didáctico y popular encarnaron el sentido moderno de la sociedad novohispana. Los muy diversos temas tratados muestran la pluralidad de intereses de los letrados de la época. Desde temas científicos, religiosos, educativos, literarios y culturales hasta consejos prácticos, anuncios, y otras minucias cotidianas tuvieron expresión en sus páginas como resultado de la herencia de la Ilustración. El Diario, por ejemplo, permitió que el debate de múltiples temas saliera de los salones y tertulias para ser ventilados públicamente en la prensa e interesar a un número inusitado de personas y dar cuenta de las posturas de diversos sectores sociales y abrir así un espacio para la naciente opinión pública.

Por otro lado, el registro de la actividad teatral en los primeros lustros del siglo XIX está ampliamente documentado en el Diario; lo mismo pueden rastrearse para su estudio los libros que se leían y cuáles estaban prohibidos por la Inquisición, así como el lugar donde habían sido impresos. De la cultura popular y de las costumbres de la época hay mucho por descubrir. Las estampas costumbristas y los retratos de tipos de la sociedad que fueron tan del gusto de nuestros escritores del siglo pasado hallan en el Diario ejemplos singulares.

En cuanto a lengua, léxico y ortografía (esta última muy irregular entonces), el Diario ofrece interesantes posibilidades de estudio, ya que su interés por emplear un lenguaje accesible, frecuentemente popular, lo convierte en vivo testimonio de cómo se hablaba y escribía el español en México a principios del siglo XIX.

Para la historia del periodo, el Diario encierra mucha información, si bien es preciso indicar que la mayor parte de ella está encubierta, y sólo queda sugerida, a causa de la difícil circunstancia de censura política bajo la que tenían que trabajar sus editores. Las ideas liberales heredadas de algunos jesuitas, las lecturas de los ilustrados franceses y españoles y la incipiente conformación de una identidad mexicana, diferenciada de la española, son todos elementos ideológicos precursores de la guerra de Independencia que pueden advertirse en el Diario de México. Como sabemos el antecedente cultural de la guerra de Independencia más importante se remonta a 1767, cuando los jesuitas, por orden del rey Carlos III, fueron expulsados de tierras americanas, y con ello se vio mermada la vida cultural moderna de la Nueva España, pero no el germen de las ideas de libertad que aquéllos habían sembrado. Con su expulsión, se puso de manifiesto la ortodoxia religiosa, cuestión que mantuvo su vigencia mucho más allá de los albores del siglo XIX. Es por ello que la frecuente alusión a los jesuitas mexicanos más notables en las páginas del Diario de México no resulta sorprendente, sino destacable. Asimismo la presencia de las ideas de los futuros integrantes de la secreta sociedad independentista de los Guadalupes halla lugar en las páginas de nuestro primer cotidiano.

Otro punto que es digno de destacar es la participación activa y constante del público-lector de nuestro cotidiano, ya que con sus colaboraciones censuró o sancionó los temas a los que se debía dar prioridad.

Podríamos continuar señalando un sin fin de temas que se abordaron en el Diario de México, baste decir en términos generales que nuestro primer cotidiano todavía encierra información muy valiosa en sus páginas y que está a la espera de que nuevos estudiosos transiten por sus páginas.






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