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ArribaAbajoLos autos sacramentales de Sor Juana: tres lugares teológicos

La filosofía y la teología ocuparon desde muy pronto un lugar relevante en la vida de la Nueva España. Ya el primer siglo de la colonia, el siglo XVI, tuvo expositores notables, tanto en los conventos y colegios de los religiosos como en la universidad. Fray Alonso de la Veracruz, Fray Tomás de Mercado, el padre Antonio Rubio, entre otros, fueron representantes destacados de la escolástica. Era una escolástica, la de ese siglo, influida por el humanismo renacentista. Y aunque en el siglo XVII la corriente de fondo siguió siendo la escolástica, se trataba ya de una escolástica en contacto con la filosofía hermética y con la naciente filosofía moderna. Para este siglo se puede hablar de una escolástica barroca, a veces culterana y a veces conceptista, tanto en filosofía como en teología. El padre jesuita Diego Marín de Alcázar es un buen ejemplo de escolástica culterana y rebuscada, mientras que Fray Diego de Basalenque puede servir como ejemplo de escolástica conceptista y mesurada180. Ya a principios del siglo se siente un nacionalismo criollo en la filosofía y en la teología de algunos novohispanos; por ejemplo, en el agustino Fray Juan Zapata y Sandoval (tío del famoso poeta Sandoval y Zapata). Destaca la figura de Carlos de Sigüenza y Góngora, en quien, además de la presencia del hermetismo kircheriano, se percibe la de la modernidad cartesiana. Sigüenza, gran amigo de Sor Juana, es un preclaro modelo para ella en estas corrientes, que parecen confluir en su obra.

Sor Juana Inés de la Cruz manifestó un notable conocimiento de la escolástica, tanto en filosofía como en teología. Estos conocimientos, al ser transportados a su poesía, adquieren un ropaje literario con el que no sólo conservan su condición de ideas filosóficas y teológicas, sino que adquieren una fuerza especial que los potencia aún más para lograr llegar al ánimo del público. Singularmente filosófico-teológicos son sus autos sacramentales. En ellos Sor Juana recoge ese tipo de ideas y con amor las engasta en los ornamentos barrocos de su poesía dramática. Ejemplo de estas producciones son sus autos sacramentales: El divino Narciso y El mártir del sacramento, San Hermenegildo, así como El cetro de José, auto histórico sobre José, hijo de Isaac. Las tres son piezas muy complejas; en las dos primeras se aborda uno de los principales misterios del cristianismo y en la otra aparece un interesante antecedente de Cristo. (Aunque también podría verse su relación con la   —94→   eucaristía, ya que José aporta el trigo, esto es, el pan, que salva a su pueblo del hambre).

Apreciamos en Sor Juana la habilidad para servirse de la mitología, la historia y la Sagrada Escritura (respectivamente en cada uno de los autos señalados), con el fin de comunicar las ideas filosóficas y teológicas del cristianismo. Precisamente era ése el cometido de los autos sacramentales, algo que también se aprecia en Calderón de la Barca, el gran maestro, a quien Sor Juana sigue de cerca181. Sólo que en Calderón encontramos una utilización mayor de vidas de santos, o de personajes creados por él mismo, que de aquellos surgidos de la mitología. Da la impresión de que Calderón es más conceptista y Sor Juana más culterana en este aspecto; en todo caso, él es más parco en esa búsqueda de recursos expresivos y comunicativos del dogma, y Sor Juana parece explorar con mayor libertad en otros lugares teológicos, o fuentes de donde se podría echar mano para presentar los misterios revelados.

No deja de aproximarse esta idea de los lugares teológicos, que fue la preocupación principal del dominico Melchor Cano (1509-1560), a la concepción dialéctica y hasta retórica de los lugares o tópicos. De hecho, la obra de Cano se intitula De locis theologicis (Salamanca, 1563), es decir, de los lugares teológicos o, con el otro nombre, de los tópicos teológicos. Tópico se entiende aquí como lugar común, y esto no en el sentido peyorativo de algo trillado, puesto que es aceptado por todos, sino que tiene el sentido de lugar o apoyo en el que puede fundamentarse la construcción teológica, o, como en este caso, la edificación de su vehículo comunicativo. Es la concepción humanista y después barroca de la retórica y la poética como actuantes en la teología. Los lugares teológicos eran, por supuesto, la Sagrada Escritura, la tradición de la Iglesia, los concilios, los papas, los santos padres, los teólogos y aun los filósofos y los historiadores. Es decir, también se daba cabida a los filósofos182.

La filosofía tenía, obviamente, una acción más reducida, sólo como ayuda ancilar que aportaba el método y muchas de las nociones que servirían en las argumentaciones. Junto con la filosofía, y a veces en ella misma, dado que era el saber humano, se ponía lo que ahora llamamos la literatura, o sea, la poesía y la mitología. Estas eran vistas con más recelo por los teólogos, pero se las destinaba a la labor retórica de transmisión del mensaje cristiano. Los oradores sagrados, sobre todo en el Barroco, daban lugar a la utilización de la poesía y la mitología,   —95→   llegando inclusive a algunos excesos en su uso. Se veía como parte de la comunicación del misterio cristiano o del kerigma, dentro de lo que podría llamarse ya teología kerigmática.

A esta teología kerigmática -pues no otra cosa era la oratoria sagrada, y aun la poética «sacra»-parece haber contribuido Sor Juana con su brillante exposición de los misterios al pueblo, a través de sus autos sacramentales. Estas son piezas teatrales que transmiten y facilitan la comprensión de ciertos dogmas cristianos a la gente que los veía representar, y a la que había que entregar esos contenidos teológicos digeridos y bien dispuestos, no sólo hechos comprensibles para la mentalidad de los espectadores, sino con los adornos que los hicieran conmovedores y amables. Tenían que afectar emocionalmente a los asistentes y no sólo llegar a su intelecto. Era una labor muy parecida a la que hacían los predicadores u oradores sagrados, que, como decía uno de los mayores entre ellos, Fray Luis de Granada, tenían no sólo que hacerse entender por sus oyentes, sino mover sus corazones al verdadero arrepentimiento, al odio del pecado y al amor de la virtud183.

En este sentido, Sor Juana fue muy atenta al público que iba a ver sus obras teatrales, los espectadores a los que destinaba su producción. Cosa muy difícil, si se toma en cuenta la disparidad de extracción social, de nivel cultural, etc., y la necesidad de agradar a unos y a otros. Nuestra monja jerónima tuvo que hacer un alarde de inteligencia y de habilidad dramatúrgica para que esas piezas llegaran a la mente y al corazón de sus destinatarios. Era como fabricarse un auditorio ideal (en el sentido de Chaïm Perelman), que en promedio entendiera y gustara sus obras. Lo veremos en cada uno de ésos tres autos sacramentales.


Sor Juana y la Eucaristía: El divino Narciso

En El divino Narciso, Sor Juana toca el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Jesucristo es el divino Narciso, porque, así como el Narciso mitológico se enamoró de su ser (más bien en la dimensión de la existencia), el nuevo Narciso, a saber, el Hijo de Dios, se enamora de su ser en la dimensión de la esencia o naturaleza. Esto es, ama el tener naturaleza humana. En efecto, él tiene dos naturalezas, la divina y la humana, en un mismo supuesto existencial que es el individuo Jesucristo. Por ello, a diferencia del Narciso mitológico, que se enamora de su propia individualidad o de su misma existencia y de su yo, el Hijo de Dios es el divino Narciso que se enamora de una de sus dos esencias,   —96→   la naturaleza humana, que es la que viene a tomar en la historia además de su naturaleza divina, la cual ya tenía y conocía desde la eternidad. Así, uno de los personajes representa a la Naturaleza Humana, y hay otro personaje que encarna a Eco, la ninfa enamorada de Narciso, y que en la pieza teatral de Sor Juana es la naturaleza diabólica, esto es, la de los ángeles caídos. En su soberbia, Eco quiere con amor de concupiscencia al divino Narciso y envidia a la Naturaleza Humana el amor que éste le tiene; a toda costa, Eco está decidida a evitar que Cristo ame a Naturaleza Humana.

Gran parte del auto sacramental tiene como objetivo el mostrar cómo la ninfa Eco, que coincide con la naturaleza diabólica, se empeña en impedir que el galán Narciso ame a alguien que no sea ella, y, sobre todo, que ame a la Naturaleza Humana. El divino Narciso podía sucumbir ante los encantos de Eco, pero se encuentra a la Naturaleza Humana y queda prendado de ella, mientras que la ninfa se transforma, como sabemos por la mitología, en un árbol. El divino Narciso se enamora, pues, de la Naturaleza Humana, y se entrega a ella, que es como Sor Juana quiere resaltar el amor de Cristo hacia el ser humano, por cuya salvación y redención entrega su vida. Al mostrar las finezas184 con las que el divino Narciso se entrega al amor de la Naturaleza Humana, Sor Juana tiene una intención didáctica, catequética o kerigmática: resaltar con sus mejores tintas el amor de Cristo por el hombre. Mueve al pensamiento de que Cristo tenía la naturaleza divina, y podía haberse cerrado en su carácter de Dios, y no haberse preocupado de la Naturaleza Humana caída, la cual, a diferencia de la diabólica, sí tenía salvación.

Al presentar las cosas de esta manera, Sor Juana manifiesta un notable conocimiento de la filosofía y la teología en su versión escolástica. Se ha comentado el conocimiento que tenía de la filosofía moderna de su tiempo, sobre todo de René Descartes185. Pero también nos parece muy notable su conocimiento de la filosofía (y la teología) escolástica. Vamos a dedicarnos a subrayar este conocimiento y resaltaremos algunos de los trozos como muestra en esta pieza dramática.

Ya en la loa que hace para el auto sacramental del Divino Narciso, Sor Juana habla de la conversión de América a la religión cristiana y llega a admitir que primero fue preciso vencerla por la guerra para mejor llevar a cabo la evangelización. Después de que el personaje que representa al Celo menciona la victoria de las armas españolas, y quiere   —97→   matar a América, se queja de que la religión le impida hacerlo, y, al preguntarle por qué la deja viva, la Religión responde:


Sí, porque haberla vencido
le tocó a tu valentía,
pero a mi piedad le toca
el conservarle la vida:
porque vencerla por fuerza
te tocó; mas el rendirla
con razón, me toca a mí,
con suavidad persuasiva.


(vs. 210-217)                


186

No admite, pues, Sor Juana la evangelización por la fuerza, sino por la persuasión mediante el razonamiento. Pero acepta que primero tuvo que ser vencida, para España, y luego para la fe cristiana. Con ello vemos a Sor Juana participar en el arduo debate de los juristas, filósofos y teólogos acerca de la conquista y la evangelización, o por lo menos se le ve recoger algunas opiniones de éstos, y a través de sus compactos versos dejar caer su opinión en el ánimo de la gente.

En la propuesta de evangelización que Sor Juana plasma en el parlamento de sus personajes, se ve el aprovechamiento de las deidades indígenas para llegar, a partir de ellas, al Dios cristiano. Todos los efectos que los indios atribuían a muchos de sus dioses son operaciones que ella remite al único Dios. Expone algunos de los predicados o atributos divinos, tan difíciles de entender para los indios, como su inmaterialidad o espiritualidad, su inmensidad, etcétera; pero, al ver el grado de su dificultad, decide poner en boca de Religión estos versos:


Pues vamos. Que en una idea
metafórica, vestida
de retóricas colores,
representable a tu vista,
te la mostraré; que ya
conozco que tú te inclinas
a objetos visibles, más
que a lo que la Fe te avisa
por el oído; y así,
es preciso que te sirvas
de los ojos, para que
por ellos la Fe recibas.


(vs. 401-412)                


  —98→  

Sor Juana se da cuenta del poder de las imágenes visuales, esto que bellamente llama «idea metafórica, vestida de retóricos colores»; y ella misma dice que «alegoriza» un auto sacramental. También se refiere, muy segura de sí misma, a que ese auto puede representarse tanto en México como en Madrid; y hace gala de su conocimiento de la gnoseología escolástica, al decir también en boca de Religión:


Como aquesto sólo mira
a celebrar el Misterio,
y aquestas introducidas
personas no son más que
unos abstractos, que pintan
lo que se intenta decir,
no habrá cosa que desdiga,
aunque las lleve a Madrid:
que a especies intelectivas
ni habrá distancias que estorben
ni mares que les impidan.


(vs. 462-472)                


Es decir, las especies intelectivas, o los conceptos, al ser inmateriales, trascienden el espacio y el tiempo, y por eso no las dañará el que tengan que ir hasta la metrópoli, y nada podrá evitar que representen lo que representan como signos formales, los más perfectos que existen187.

Ya metidos en el auto sacramental del Divino Narciso, la Naturaleza Humana, de la que surgen la Gentilidad y la Sinagoga, dice que, por ser madre de una y otra, «a entrambas es bien que toque / por ley natural oírme» (vs. 25-26). Ella misma nos deja conocer la erudición escolástica de Sor Juana al mencionar que la Sinagoga, a través de los profetas, veneraba a Dios y llegará a darse cuenta de que Cristo es su Hijo, dejando ya de discutir en sus «oposiciones», que eran los alegatos de los maestros en las escuelas.

Además del conocimiento revelado que tuvieron los indios a través de la predicación de los misioneros, Sor Juana acepta el conocimiento natural que algunos gentiles alcanzaron de ciertos misterios del cristianismo, como semina verbi o semillas del Verbo de Dios, que es su sabiduría. Dice Naturaleza Humana:


pues muchas veces conformes
Divinas y Humanas Letras,
dan a entender que Dios pone
aun en las Plumas Gentiles
—99→
unos visos en que asomen
los altos Misterios Suyos.


(vs. 125-130)                


En todos está de alguna manera el Espíritu Santo, quien inspira a los gentiles ciertos vislumbres de la fe cristiana; ésta es una idea que viene de los Santos Padres. Para Clemente de Alejandría, el Espíritu Santo había inspirado a los mismos filósofos paganos como Platón y Aristóteles la verdad que habían proclamado. A ello añade Sor Juana -palabras de Gentilidad- un rasgo del hilemorfismo aristotélico-escolástico, como es la materia o cuerpo por el alma:


Yo, aunque no te entiendo bien,
pues es lo que me propones,
que sólo te dé materia
para que tú allá la informes
de otra alma, de otro sentido
que mis ojos no conocen,
te daré de humanas letras
los poéticos primores
de la historia de Narciso.


(vs. 140-148)                


En boca de la ninfa Eco, que también es la naturaleza demoníaca -y que no soporta la envidia y los celos por el amor que el divino Narciso tenía a los seres humanos-, se menciona la ciencia infusa, que según la teología escolástica es la que no puede adquirir la creatura con su esfuerzo, sino que le ha de ser otorgada por Dios. Es la que tenían los ángeles, tanto los buenos como los malos (o demonios); pero marca con tintas muy fuertes la desgracia que es la soberbia (característica de esa ninfa y de esa naturaleza diabólica). Eco proclama


Pues yo os diré lo que infiero,
que como mi infusa ciencia
se distingue de mi Propio
Amor, y de mi Soberbia,
no es mucho que no la alcancen,
y es natural que la teman.
Y así, Amor Propio, que en mí
tan inseparable reinas,
que haces que de mí me olvide,
por hacer que a mí me quiera
(porque el Amor Propio
es de tal manera,
—100→
que insensato olvida
lo mismo que acuerda);
Principio de mis afectos,
pues eres en quien empiezan
y tú eres en quien acaban,
pues acaban en Soberbia
(porque cuando el Amor Propio
de lo que es razón se aleja,
en Soberbia se remata,
que es el afecto que engendra,
que es aquel que todas
las cosas intenta
sólo dirigidas
a su conveniencia),
escuchadme...


(vs. 295-321)                


Sor Juana alude aquí a la paradoja de la soberbia, que en realidad impide al individuo amarse a sí mismo, pues lo aparta del sano y verdadero amor propio, que exige el amor a los demás para ser completo. Esto es lo que ahora enseña el divino Narciso, el nuevo Narciso, que por amarse a sí mismo amó al género humano al que pertenecía. Después de un largo poema que entona la Naturaleza Humana a Narciso, y que tiene numerosas resonancias del bíblico Cantar de los Cantares, Sor Juana vuelve a hablar de las especies cognoscitivas o conceptos -según la escolástica-, ya que la Naturaleza Humana le dice a la Gracia que tiene de ella las especies tan borradas, que no puede reconocerla. Y ella le responde que puede pedirla a Dios, en cuanto que le es imposible alcanzarla con el propio esfuerzo:


No está en tu mano, aunque está
el disponerte a alcanzarla
en tu diligencia; porque
no bastan fuerzas humanas
a merecerla, aunque pueden
con lágrimas impetrarla,
como don gracioso que es,
y no es justicia, la Gracia.


(vs. 1005-1012)                


Ésta es una doctrina muy importante en la teología escolástica, la del auxilio de Dios y la respuesta que viene por parte del hombre. Originó muchas discusiones entre dominicos y jesuitas sobre todo en la   —101→   segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Sor Juana recoge de manera muy sencilla la enseñanza de la Iglesia y evita entrar en complicaciones, dado que se dirige a personas no avezadas en esas discusiones. Al punto, la Gracia insta a la Naturaleza Humana a que se refleje en las aguas, ya que Cristo, el divino Narciso, podrá reconocerse en ella, como especie o género a que pertenece:


Procura tú que tu rostro
se represente en las aguas,
porque llegando Él a verlas
mire en ti Su semejanza;
porque de ti se enamore.


(vs. 1163-1167)                


En efecto, Cristo había tomado la naturaleza humana, además de la divina, que ya tenía; con ello había aceptado la semejanza de hombre, y, si -según el mito de Narciso- había de enamorarse de sí mismo al verse en el agua, si viera a la Naturaleza Humana, se enamoraría de ella, reconociéndose como miembro de ese género humano, al que él mismo había elegido pertenecer. Cuando Eco se da cuenta de que Cristo está viéndose en la Naturaleza Humana reflejada en el agua, se queja diciendo:


Si quiero articular la voz, no puedo
y a media voz me quedo,
o con la rabia fiera
sólo digo la sílaba postrera;
que pues Letras Sagradas, que me infaman,
en alguna ocasión muda me llaman
(porque aunque formalmente
serlo no puedo, soy lo causalmente
y eficientemente, haciendo mudo
a aquel que mi furor ocupar pudo:
locución metafórica, que ha usado
como quien dice que es alegre el prado
porque causa alegría,
o de una fuente, quiere que se ría),
y pues también alguna vez Narciso
enmudecer me hizo,
porque Su Ser Divino publicaba,
y mi voz reprendiéndome atajaba,
no es mucho que también ahora quiera
que, con el ansia fiera,
—102→
al llegar a mirarlo quede muda.
Mas, ¡ay!, que la garganta ya se anuda;
el dolor me enmudece.
¿Dónde está mi Soberbia? ¿No parece?
¿Cómo mi mal no alienta?
Y mi Amor Propio, ¿cómo no fomenta,
anima mis razones?
Muda estoy, ¡ay de mí!


(vs. 1422-1449)                


La aplicación del mito de Narciso por parte de Sor Juana tiene mucho ingenio. Por un lado maneja una identidad de tipo concreto que es la individual o meramente numérica, y pasa a una identidad específica o universal. Es decir, Narciso se había enamorado de sí mismo en un sentido individual, mientras que Cristo, nuevo Narciso, se enamora de sí mismo en cuanto miembro de la raza humana, esto es, se enamora de la especie humana. Es una utilización peculiar de la doctrina escolástica de la identidad, que no solamente era individual, cuando dos cosas eran indiscernibles, sino que también admitía una identidad bajo cierto concepto o naturaleza, esto es, una identidad universal, ya sea de especie o de género. Así por ejemplo, Sócrates es idéntico a sí mismo y, si «Sócrates» y «El hijo de Sofronisco» designan lo mismo, tienen significados indiscernibles; pero Sócrates y Platón son idénticos bajo el concepto o la naturaleza universal hombre, es decir, son idénticos en cuanto a la especie humana, son idénticamente hombres o miembros de la raza humana. Tal es el juego de identidades -de distinto tipo lógico- que hace Sor Juana. De paso se ve aquí el conocimiento de cuando hace la distinción, Eco, de la mudez que no se da en ella formalmente, sino causalmente, es decir, como causa eficiente de la misma en quien la ve. También se aprecia cuando, en un parlamento de Narciso, lo hace decir: «que es poca la materia de una vida / para la forma de tan grande fuego» (vs. 1694-1695); otra vez se centra en las causas, esta vez en la formal y en la material, como aspectos del hilemorfismo aristotélico-escolástico.

En el auto sacramental de Sor Juana, Narciso entrega su vida por la Naturaleza Humana, y al hacerlo usa expresiones del Evangelio, poetizadas por la monja jerónima. Igualmente versifica en español el canto latino-gregoriano de la pena de la Virgen María por la muerte de su hijo: «Oh, vos omnes, qui transitis per viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor meum». Sor Juana lo pone así pronunciado por Naturaleza Humana:

  —103→  

¡Oh vosotros, los que
vais pasando, atendedme,
y mirad si hay dolor
que a mi dolor semeje!


(vs. 1883-1886)                


Pero Cristo resucita; por eso Narciso, después de muerto, resurge con nuevas galas. El poder y la gloria del resucitado son equiparables con su benignidad y misericordia. Le ofrece la salvación a la misma Eco, quien tiene mucha dificultad en comprender esos misterios. Y, al preguntar a Narciso cómo podrá captarlos, éste le dice:


Pues para darte más pena,
porque ha de ser el mayor
tormento el que tú lo sepas,
y por manifestación
de Mi sin igual fineza,
¡llega, Gracia, y recopila
en la metáfora mesma
que hemos hablado hasta aquí,
Mi Historia!


(vs. 2032-2040)                


Ya son varias las veces que Sor Juana alude a su estar hablando en símbolos, en locuciones figuradas, haciendo un discurso figurado que aquí personifica en la metáfora, una grandiosa metáfora, o una magna analogía. Pero lo hará en este momento de manera muy especial, pues la Gracia metaforizará los hechos de este divino Narciso que es el redentor. Así, la Gracia narra en compendio lo que hizo Cristo por el ser humano. Primero se refiere a que el Hijo de Dios tenía un glorioso resplandor en el Cielo, al que renunció para bajar al valle de lágrimas que es el mundo inferior. Y lo dice Gracia con variados énfasis poéticos, cuya belleza nos autoriza a transcribirlos con algún detalle:


Érase aquella belleza
del soberano Narciso,
gozando felicidades
en la gloria de Sí mismo,
pues en Sí mismo tenía
todos los bienes consigo:
Rey de toda la hermosura,
de la perfección Archivo,
Esfera de los milagros,
y Centro de los prodigios.
—104→
De Sus altas glorias eran
esos Orbes cristalinos
Coronistas, escribiendo
con las plumas de sus giros.
Anuncio era de Sus obras
el firmamento lucido,
y el resplandor Lo alababa
de los Astros matutinos:
Le aclamaba el Fuego en llamas,
el Mar con penachos rizos,
la Tierra en labios de rosas
y el Aire en ecos de silbos.
Centella de su Beldad
se ostentaba el Sol lucido,
y de Sus luces los Astros
eran brillantes mendigos.
Cóncavos espejos eran
de Su resplandor divino,
en bruñidas superficies,
los Once claros Zafiros.
Dibujo de Su luz eran
con primoroso artificio
el orden de los Planetas,
el concierto de los Signos.
[...]
Maremagnum Se ostentaba
de perfección, infinito,
de quien todas las bellezas
se derivan como ríos.
En fin, todo lo insensible,
racional, y sensitivo,
tuvo el ser en Su cuidado
y se perdiera a Su olvido.


(vs. 2045-2102)                


Tal era la situación del Hijo de Dios, gracias a su naturaleza divina. Pero por el hombre renunció a su alta jerarquía de Dios, abandonando la gloria que tenía, y se rebajó y tomó la carne del ser humano, haciéndose como un esclavo, y llegó hasta la muerte ominosa de la cruz en su amor por el hombre. Habiendo estado en lo más alto, se bajó hasta lo más ínfimo, todo por amor al hombre. Aquí Sor Juana está siguiendo a San Pablo, en su carta a los filipenses: «Sentid entre vosotros lo mismo que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a   —105→   Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su parte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre»188.

Ese abajamiento tan total es una de las finezas del amor de Dios por su creatura, que Sor Juana se empeña en resaltar. Esto es lo que canta ahora la Gracia en el relato que hace de la acción salvífica de Jesucristo:


Éste, pues, hermoso Asombro,
que entre los prados floridos
Se regalaba en las rosas,
Se apacentaba en los lilios,
de ver el reflejo hermoso
de Su esplendor peregrino,
viendo en el hombre Su imagen,
Se enamoró de Sí mismo.
Su propia similitud
fue Su amoroso atractivo,
porque sólo Dios, de Dios
pudo ser objeto digno.
Abalanzóse a gozarla;
pero cuando Su cariño
más amoroso buscaba
el imán apetecido,
por impedir envidiosas
Sus afectos bien nacidos,
se interpusieron osadas
las aguas de sus delitos.
Y viendo imposible casi
el logro de Sus designios
(porque hasta Dios en el Mundo
no halla amores sin peligro),
Se determinó a morir
en empeño tan preciso,
para mostrar que es el riesgo
el examen de lo fino.


(vs. 2103-2130)                


  —106→  

En esto resume Sor Juana las finezas del amor de Cristo por el hombre. Pero no paró en la muerte su amor, sino que se quedó con el ser humano a través de la Eucaristía, por su transubstanciación en el pan y el vino, gracias a la cual puede estar a disposición continuamente. Esto ya era un gesto de amor insospechado, algo que el hombre no podría con sus solas luces ni imaginar por parte de Dios, y es lo que ha tenido que aprender por revelación de lo alto. Un profundo e incomprensible misterio de amor, que no puede ser abarcado con la mente, sino sólo cantado con el corazón. Por ello Sor Juana canta al Santísimo Sacramento del altar, a la Eucaristía. Y para eso Eco y la Naturaleza Humana entonan el himno que en latín compusiera Santo Tomás de Aquino a Jesús sacramentado, el Pange lingua, que la monja jerónima convierte en poema castellano. Dicen Eco y Naturaleza Humana:


¡Canta, lengua, del Cuerpo glorioso
el alto Misterio, que por precio digno
del Mundo Se nos dio, siendo Fruto
Real, generoso, del Vientre más limpio!
Veneremos tan gran Sacramento,
y al Nuevo Misterio cedan los Antiguos,
supliendo de la Fe los afectos
todos los defectos que hay en los sentidos.
¡Gloria, honra, bendición y alabanza,
grandeza y virtud al Padre y al Hijo
se dé; y al Amor, que de Ambos procede,
igual alabanza Le demos rendidos!


(vs. 2227-2238)                


Con esto, el auto sacramental de Sor Juana trata de hacer lo que quiso en su momento Santo Tomás: ser el poeta-teólogo del sacramento. Él había logrado, como teólogo, llegar a las profundidades metafísicas más recónditas del misterio de la transubstanciación; pero su aliento místico lo llevaba a la poesía, en la que cantaba su amor a ese misterio de amor.

La pieza teatral de Sor Juana El divino Narciso, al igual que sus demás obras, constituye un testimonio de su capacidad lírica y su acervo cultural. Manifiesta muy a las claras la condición del Barroco, distendido entre la exacerbación de la estructura y la emoción de fondo. No se sabe si en el Barroco se da una alocada carrera de la forma, por hacerse omnipresente, en follajes y pámpanos, en verbosidades y conceptos, o si se trata de una sobrecarga de contenido que fuerza a la   —107→   forma a expandirse en una especie de hipertrofia de sentido. En todo caso, la obra de Sor Juana es una buena muestra de la difícil tensión entre la forma y el contenido. Es verdad que la forma estética predomina, pero también lo es que esa forma embellece los contenidos que toca. Y esos contenidos son muy profundos, tomados de la filosofía y la teología escolásticas, y llevados a una lograda expresión por la poetisa mexicana.

A veces da la impresión, en el Barroco, que tanto la forma como el contenido llegan a la exacerbación, que ambos se rompen y que se fusionan entre sí. Más que sobredeterminación, hay una conversión del uno en el otro, producida por la sobredeterminación de ambos. La excesiva carga de contenido rompe la forma, que no sólo llega al paroxismo, sino que se confunde con el contenido. Uno y otro están desbordados, desbordados por ellos mismos, desde ellos mismos. A veces se cree que este fenómeno de la sobredeterminación de sentido se da sólo en uno de los aspectos del Barroco, a saber, en el lado culterano. Mas José Rojas Garcidueñas ve que el barroquismo de Sor Juana reúne los dos aspectos que suelen marcarse para el Barroco, a saber, el culteranismo y el conceptismo189. Por lo general, esos aspectos se indican como separados, a veces casi como irreconciliables. Para el culteranismo se señala por antonomasia a Góngora y para el conceptismo, a Quevedo. El primero es vehemente y exuberante, cargado de metáforas; el segundo es moderado y juicioso, sintetizado de símbolos y alegorías. Sor Juana sabe reunir ambas vertientes del barroquismo; barroca por esencia fue ella misma. A veces muestra la discreción austera del conceptismo, a veces el entusiasmo exacerbado del culteranismo en que se distendía esa época. ¿O serán tan sólo dos tendencias en que se debate el ser humano? ¿No serán, en el fondo, sino dos aspectos cuyo equilibrio cuesta a todo hombre?




Sor Juana y la Eucaristía, II: El mártir del sacramento

En su auto sacramental El mártir del sacramento, San Hermenegildo, Sor Juana se ocupa también del tema de la Eucaristía. Como era un misterio teológico muy discutido, en la loa que acompaña a este auto Sor Juana coloca a unos estudiantes en plena discusión. En el modo como relata esa discusión, la monja jerónima demuestra un notable conocimiento de la forma en que se llevaba la disputa escolástica. De ésta se tenían muestras en actos públicos de la   —108→   universidad y los colegios, y, por supuesto, en los mismos libros se seguía ese esquema. Es claro que Sor Juana pudo conocer esas disputas escolásticas en los libros, pero también es factible que las haya presenciado, y nos viene a la memoria la discusión pública que sostuvo en la corte virreinal con doctores de la universidad, cuando apenas tenía unos quince años de edad y lució tanto sus dotes intelectuales.

En efecto, en la loa es muy vívida y nada libresca la discusión entre los estudiantes, si bien siguiendo los métodos y cánones que se encuentran en los manuales de lógica190. Tal se ve en los siguientes versos:

Escena 1


 

Dentro, ruido de ESTUDIANTES; y dicen:

 
ESTUDIANTE 1
¡Que niego la Mayor, digo!
ESTUDIANTE 2
¡Y yo digo que la pruebo
y que el supuesto no admito!
ESTUDIANTE 1
¡Yo la consecuencia niego!

 (Salen DOS ESTUDIANTES.) 

Pues prosiguiendo en negarla,
de esta manera argumento.
ESTUDIANTE 2
Déjame probarla a mí,
y luego irás respondiendo.
ESTUDIANTE 1
Supuesto que...
ESTUDIANTE 2
Ya te he dicho
que no te admito el supuesto,
y así su ilación no sale.
ESTUDIANTE 1
¿Cómo no, cuando del Texto
consta, sin la autoridad de Augustino,
a quien me llego?
ESTUDIANTE 2
¡Si por eso es, mi opinión
no es parto de mi talento,
sino del grande Tomás!

Escena II

 

Sale OTRO ESTUDIANTE [mayor, y de aspecto grave].

 
  —109→  
ESTUDIANTE 3
Que esperéis un poco os ruego,
y que no tan encendidos
en vuestra opinión, y tercos,
vayáis librando en las voces
la fuerza del argumento.
Ésta no es cuestión de voces
sino lid de los conceptos;
y siendo juez la razón,
que será vencedor, pienso,
el que más sutil arguya,
no el que gritare más recio.
En ninguna parte tanto,
como en las Escuelas, creo
que es el que lo mete a voces
el que tiene más mal pleito.
(vs. 1-32)                


Sor Juana nos muestra en esos versos que sabe negar la premisa mayor de un silogismo, y que el oponente la ha de probar, lo cual hace rechazando el supuesto del proponente. También niega la consecuencia de todo el argumento que se le ofreció. El oponente se empecina en mantener su supuesto, y el otro en rechazarlo. Y, pasando al argumento de autoridad, uno se apoya en San Agustín y otro en Santo Tomás. Juiciosamente un tercer estudiante pide que no confundan con la fuerza de los gritos la fuerza de los argumentos; más aún, dice que en las lides escolásticas el que más grita es el que suele llevar la peor parte y la más improbable.

Pero también se nos descubre otro aspecto del pensamiento de Sor Juana, a saber, el del hermetismo, que tenía como una de sus inclinaciones principales la magia natural. Es cierto que este tipo de magia, a veces entendida en el sentido de ciencia y no en el de nigromancia, recorre la Edad Media y se manifiesta en algunos puntos, como en Gerberto de Aurillac o de Auxerre (después Papa Silvestre II) y en San Alberto Magno, pero no era tan propia de los escolásticos como lo fue, después, de los herméticos renacentistas y barrocos191. Tal vez haya que decir que en los medievales esa magia natural era más bien lo que no podían comprender por su ciencia demasiado rudimentaria, y que después comprendería la ciencia moderna. Lo mismo podría decirse en el caso de los renacentistas y herméticos; esa magia natural estuvo a veces vinculada a clérigos piadosos, como en el caso de Kircher y de su asiduo seguidor, el también jesuita Gaspar Schott. Esta presencia de la   —110→   magia natural en el contexto de Sor Juana se ve en lo que dice uno de los estudiantes, precisamente el que trata de mediar en la discusión:

Pues ahora,
ya sabéis que mis desvelos
a naturaleza apuran
los más ocultos secretos
de la magia natural,
y que con mis ciencias puedo
fingir, ya en las perspectivas
de la luna de un espejo,
o ya condensando el aire
con los vapores más térreos;
o ya turbando los ojos,
mostrar aparentes cuerpos.
Y cuando aquesto no pueda,
demos que el entendimiento
con alegóricos entes
hace visibles objetos.
Y eligiendo lo segundo,
si no admitís lo primero,
os pretendo mostrar...

(vs. 171-188)                


Esa magia natural se vale del espejo, obsesión barroca; usando vapores o, engañando los ojos, haciendo ver aparentes cuerpos, lo cual parece tener que ver con la famosa linterna mágica, tan cara a Kircher. Mas, dejando todo ello, con esos «entes alegóricos» que serán los personajes del auto sacramental, se propone dar a conocer el misterio de la Eucaristía, a través de uno de los santos que más ha adorado dicho misterio, hasta dar la vida por él, como lo hizo San Hermenegildo; tal sería el tema del auto.

Además, en boca del primer estudiante que discute, Sor Juana pone autoridades tales como San Agustín, San Bernardo, el cardenal Hugo, que debe ser Hugo de San Caro, dominico y excelente biblista, y Pererio, esto es, Benito Pererio, que también era exégeta de las Sagradas Escrituras192. Aquí Sor Juana da también un ejemplo de exégesis literal o histórica y de exégesis alegórica o espiritual, cuando interpreta el lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús en la última cena, primero como una costumbre judía y ritual de hospitalidad, pero también como alegoría de la confesión y la penitencia, que limpia no el cuerpo, sino el alma, de los pecados que se han cometido.

  —111→  

Pues bien, San Hermenegildo fue el príncipe godo (puesto a gobernar en Sevilla por su padre) que se convirtió al catolicismo, abandonando el arrianismo que tenía este pueblo en España. El arrianismo, la secta del hereje Arrio, negaba la divinidad de Jesucristo, dejándolo en un hombre de Dios muy especial, pero no hijo de Dios. Esta herejía fue combatida por San Atanasio, que proclamaba la divinidad de Jesús. Se veía de manera singular en el sacramento de la Eucaristía, que adquiría un significado muy distinto que el que tenía en el catolicismo. Convertido por San Leandro de Sevilla, San Hermenegildo y su esposa, Ingunda, adoran la hostia. Pero Leovigildo, padre del monarca godo, y Recaredo, su hermano, lo consideran alta traición, y le hacen la guerra. Vencido Hermenegildo, se le pide que abjure de su catolicismo y de su devoción a la Eucaristía; y, al no hacerlo, es martirizado. Pero su padre y su hermano reaccionan y se arrepienten, al grado de convertirse ellos y todo el reino a la fe católica.

Hermenegildo se encuentra en una tienda de campaña, donde duerme y sueña que unas virtudes lo alientan a luchar por su fe y otras a deponer las armas. Él mismo trata de explicar su sueño por el desasosiego que padece, y las palabras que Sor Juana pone en sus labios para hacerlo revelan que ella emplea la doctrina aristotélico-escolástica del sueño193. En efecto, él mismo explica:

La gravedad del cuidado
que me oprime, y las contrarias
imaginaciones que
mis discursos embarazan,
son tales, que aun en el sueño
no dan treguas a mi vaga
confusa imaginación.
Y es que, impresas en el alma
(aunque falten los sentidos),
las especies que guardadas
tiene mi imaginativa,
mientras el cuerpo descansa,
se representan tan vivas,
que lo que es sólo fantasma
finge tanta corpulencia,
que aun ya despierto, jurara
que oigo a la Misericordia...

(vs. 214-230)                


  —112→  

Las especies son los vehículos o intermediarios del conocimiento, son las representaciones que contienen aquello mismo que representan. La escolástica decía que los entes tienen esencia y existencia; pues bien, en el conocimiento la esencia de la cosa pasa a la facultad cognoscitiva del cognoscente con una existencia intencional o psíquica, distinta de la existencia física que tiene en la cosa misma. Pero es la cosa presente en el cognoscente. La especie es el vehículo que guarda ese contenido cognoscitivo que es la esencia en cuanto conocida. Si el conocimiento se da en los sentidos, se produce una especie sensible; si es de la imaginación, se produce una imagen o fantasma; y si es de la inteligencia, se produce una especie inteligible o concepto. En los versos de Sor Juana se dice que el sueño hace revolotear las especies impresas en la mente, ya sensitivas, ya imaginativas, ya intelectivas. En este caso son las imaginativas, que operan aun sin la presencia de los sentidos, pues están en la memoria, como imágenes o «fantasmas» -según se las llamaba entonces.

Hermenegildo siente en su propio interior la lucha de las virtudes, que parecen contrarias entre sí; unas le piden que pelee y otras que se apacigüe. Hay una reflexión de Sor Juana -en palabras de él- que dice que las virtudes no tienen oposición entre ellas y que debe buscarse su armonía:

¿Qué es esto, ínclitas Virtudes?
Si un vínculo, el que os enlaza,
es de Caridad, ¿en mí
cómo parecéis contrarias?
Si os ayudáis unas a otras,
¿cómo ahora en mí batallan
Virtudes contra Virtudes?
Mas, sin duda, es mi ignorancia
quien a conciliar no acierta
los primores que os engarzan;
pues en el círculo hermoso
de la Divina Guirnalda,
lo que oposición parece
es lo que más os hermana;
mas en mí la discreción
para componernos falta,
dándoos debido lugar.

(vs. 323-339)                


  —113→  

Ésta es una idea de la filosofía escolástica. No se puede tener sólo alguna o algunas de las virtudes, ya que forman un cortejo y se van acompañando unas a otras dentro de cierto equilibrio armónico. La llave de las virtudes es la prudencia, que tiene entre otros el cometido de darles esa armonía que evita el que unas crezcan sin las otras. Asimismo, Sor Juana nos manifiesta de nuevo su saber teológico, bien aprendido; menciona que la caridad es el vínculo que enlaza a todas las virtudes. Y, en verdad, en la teología cristiana ella es la forma virtutum, esto es, lo más constitutivo de la vida virtuosa, la clave de bóveda del edificio de las virtudes, sin la cual se derrumbarían todas. Un embajador y consejero áulico, Geserico, cuenta a Hermenegildo la historia de su linaje real. Sus reyes han sido arrianos, ¿por qué cambiar al catolicismo? Además, así han tenido unidos a sus súbditos:

La razón de estado fue
de tus Mayores más grave,
mantener a los vasallos
en la Religión iguales.
Y ya que en aqueste punto
quieras seguir tu dictamen,
¿qué razón honesta puedes
hallar para rebelarte
contra aquel de quien el ser
y la fortuna heredaste?

(vs. 547-556)                


Llama la atención la presencia aquí de la famosa razón de estado, que pusieron en circulación Maquiavelo y Guicciardini, su seguidor. La objetaron mucho los pensadores españoles de aquel tiempo: Quevedo, Gracián, etc. Y tal vez por eso la pone aquí Sor Juana como la única razón por la que estaban los godos en esa facción herética del cristianismo. San Hermenegildo se debate entre obedecer a su padre, que por medio del embajador le pide que vuelva al arrianismo, y deje su fe católica, que lo hace resistir a esa tentación. A resistir le insta su esposa, Ingunda, que conoce el dilema en el que Hermenegildo se debate. Acude también San Leandro, el arzobispo de Sevilla, que le trae un despacho del emperador romano Tiberio, en el cual le promete ayudarlo con las armas, pero al precio de que entregue como rehenes a Ingunda y a su hijo Teodorico. Hermenegildo acepta. Mientras tanto, su padre, que amenaza guerra contra él por su cambio de religión, recibe de su propia fantasía la revelación de la historia de los reyes godos que, en número   —114→   de catorce, desfilan ante él recitando sus principales acciones. Todos ellos se habían distinguido en punto de religiosidad. Por ello Leovigildo se ve comprometido a seguir su ejemplo de celo. Llega Geserico, su embajador, y le comunica que Hermenegildo no quiso obedecer sus órdenes. Entre otras cosas, Geserico le dice a Leovigildo:

Llegué, en fin, a Sevilla, que su nombre
solo la explica; y con la autorizada
comisión de mi oficio, di en tu nombre
al Rey Hermenegildo la embajada.
Sin olvidar lo Rey, mostró ser hombre
la ternura, que tarde reportada
del alma, cuanto más se reprimía,
manifestaba aquello que escondía.

(vs. 1145-1152)                


Leovigildo monta en cólera y da órdenes a su hijo Recaredo de preparar las cosas para guerrear al hijo apóstata. Recaredo se duele, pues ama a su hermano Hermenegildo, no menos que a su padre. Comenta que Tiberio sólo quiere apoderarse de España so pretexto de ayudar al monarca godo.

Hablan entre sí las virtudes, acerca de este suceso, encomiando la entereza de Hermenegildo. Entre las mismas virtudes hay jerarquía, y unas han de imponerse a las otras. Hablan de una innegable prioridad que tiene la virtud de la justicia. Ésta hace que también se dé su lugar a la fe y a la caridad, pues una de las formas de la justicia es la virtud de la religión, que hace dar el culto debido a Dios, y por ello conecta con esas dos virtudes y hace amar a Dios sobre todas las cosas, inclusive más que a la propia vida, o a la familia, etc. La Paz da la definición aristotélico-escolástica de la Justicia así:

Ahí veréis
que hago bien en no lidiar:
porque (siendo, como es,
la Justicia la Virtud
que siempre da, recto juez,
a cada uno lo que es suyo,
y tú la que más fiel conoces lo que es Verdad)...

(vs. 1292-1299)                


Efectivamente, la justicia es la virtud que impulsa a dar a cada quien lo suyo. Entendiendo por este suyo lo que le es debido, sea porque   —115→   se le debe a causa de su necesidad, sea porque se le debe a causa de su dignidad u otros merecimientos194. Lo debido es lo que le corresponde a cada quien en el intercambio (justicia conmutativa), o por parte de la autoridad (justicia distributivo), o en el ámbito forense (justicia legal); pero siempre trata de conllevar equidad. Con todo, es una equidad o igualdad proporcional, según lo que cada quien necesita o merece, y no una igualdad sin más.

El poderío bélico de Leovigildo es mayor, y con Recaredo vence a Hermenegildo. Éste se ve derrotado y clama al cielo no tanto por su vida, sino porque no sea su padre quien se la quite. También Recaredo se duele de tener que luchar contra su propia sangre, pero apresa a su hermano. En el camino, Recaredo conmina a Hermenegildo a rendir obediencia a su padre:

Pues si de ella te apartó
de la Religión el celo,
para moverle la guerra
no fue bastante pretexto:
pues la diversidad sola
de ella (cuando no hay exceso
de tiranía) no basta
a dar razón ni derecho
a los rebeldes, y bien
sabes que mi Padre en eso
no ha puesto violencia, pues
ha permitido en sus Reinos
libre el uso de la tuya;
y si tú lo irritas, temo
que antes con eso la dañas,
pues lo haces romper el sello
a perseguirla, y mejor
les estará tus intentos
disimular, hasta que
goces el Solio Supremo:
que entonces, ya apoderado,
podrás mejor, con tu ejemplo,
reducir a los demás.
Nuestro Padre, aunque severo
se muestra, es tu Padre al fin;
y si tu propio respeto
le tiene armados los brazos,
su amor se los tiene abiertos,
—116→
como de Padre; y en fin,
ya para llegar a ellos
no hay en ti, Hermano, elección:
pues en lance tan extremo,
cuando el amor no te traiga,
será la llama o el hierro.
Ven conmigo y no le temas,
que yo librarte prometo
de sus iras, procurando
que te conserve su afecto,
como antes, en los Estados;
pues siendo tú su Heredero,
será, si a ti te los quita,
quitárselos a sí mesmo.

(vs. 1461-1502)                


Con todo, San Hermenegildo sigue firme en el fondo de su ser, fiel a la religión católica, aunque podría salvar su vida y aun su reino haciendo caso a Recaredo y fingiendo ante su padre que acepta ser arriano, sólo para dejar de serlo al subir al trono e imponer como obligatoria la fe católica. Por eso, cuando va ante su padre, persiste en su actitud, y éste lo manda encerrar mientras decide qué hacer con él. Leovigildo sigue queriendo que Hermenegildo abjure del catolicismo. Para ello se le dan múltiples argumentos, los cuales vuelven a ser categoría de falaces y malos. Dice Leovigildo a la Apostasía:

Estas razones de estado
y estos motivos de afecto,
se frustran si Hermenegildo
en su dictamen protervo
persiste. Ahora, tú mira,
como docto y como cuerdo,
qué medio hay de persuadirlo,
pues ves cuánto importa el medio.

(vs. 1661-1668)                


Esta alusión a la importancia de los medios es referencia a Maquiavelo, cuya idea de razón de estado vuelve a mencionarse. Se le adjudica la doctrina de que el fin justifica los medios, mientras que los escolásticos decían que no, ya que medios equívocos llevan a fines equívocos, es decir, son malos moralmente. Sor Juana habla de esto, al mencionar con sorna la cuestión del medio. En la prisión, Hermenegildo reflexiona sobre la mudanza de la fortuna mundana. Ayer era obedecido   —117→   por toda Andalucía, y ahora estaba a merced de un bajo alcaide. Piensa en su esposa y en su hijo; pero se consuela meditando que todo eso es por su fe, y sus palabras alcanzan un desprendimiento parecido al de Job, y que Sor Juana dice con expresiones tomadas de ese libro bíblico. Hermenegildo habla, igual que Job, a Dios:

Vos mismo me lo disteis;
Vos me lo habéis quitado.
¡Sed por siempre alabado,
pues en mí hacer quisisteis
que tantos bienes juntos poseyese,
para que qué dejar por Vos tuviese!

(vs. 1743-1748)                


Todo eso le hace estar en paz y le recuerda la idea de que, aun cuando se perdiera la dinastía gótica, lo tendría todo en su santa fe. La apostasía se le presenta, como personaje del auto sacramental, en la figura de sacerdote arriano y lo tienta para que abandone sus creencias. Hermenegildo resiste y es ayudado por la fe, que va encarnada en otro personaje. Otras virtudes acuden en su apoyo, como la verdad, la justicia, la paz y la misericordia. El sacerdote arriano (la Apostasía) le dice que, sin meterse a discutir otros puntos teológicos, reciba de él la comunión, puesto que coinciden en sostener la Eucaristía. Hermenegildo le responde que no puede ser auténtico sacramento el que él le da. Admite que ambos son cristianos, y que podría aceptar su bautizo; pero no su eucaristía, ya que no puede reconocer como válida su ordenación sacerdotal. Y, como no acepta su comunión, el sacerdote arriano se ofende y pide que se ejecute la sentencia por no recibir los sacramentos arrianos: el degüello. Así es llevado a la muerte, y las virtudes cantan su alabanza por haber preferido el martirio antes que recibir una falsa eucaristía. Recordando el versículo del Salmo 85:11, en que se dice que la justicia y la paz se besan, la Verdad habla:

Y pues Hermenegildo,
de virtudes ejemplo,
nos hizo a todas una,
¡como una nos portemos!
Y puesto que en su muerte
se llegó el feliz tiempo
en que Misericordia
y yo nos encontremos,
la Paz y la Justicia
—118→
aquel místico beso
se den, que signifique
nuestro vínculo eterno.

(vs. 1921-1932)                


Todas vuelven a cantar la alabanza de San Hermenegildo, que queda como un mártir de la religión católica, pero específicamente sacrificado por su fe en el sacramento de la Eucaristía, que era el objeto del auto sacramental. Es un mártir de la fe en la Eucaristía, en ese misterio de amor por el que Jesucristo se entrega al hombre como alimento que lo robustece contra todas las adversidades y pruebas. Inclusive el martirio, el dar la vida, es, como el propio Jesús lo decía a sus discípulos y aludiendo a sí mismo, la prueba más contundente e irrefutable de amor. Por eso la Paz proclama:

Y aladas Jerarquías
a venerar el Cuerpo
del Mártir, y a adorar
tan alto Sacramento,
de las Esferas bajen,
todos diciendo
que éste es el mártir solo
del Sacramento.

(vs. 1949-1956)                


Después de lo cual repiten los coros:

¡Que éste es el Mártir solo del Sacramento!
¡Llore, llore la Tierra,
y cante, cante el Cielo,
que éste es el Mártir solo del Sacramento!

(vs. 1957-1962)                


Sor Juana logra su intento de hacer ver al espectador de su auto sacramental un ejemplo de seguimiento de Jesucristo hasta las últimas consecuencias. Si Jesucristo había manifestado su amor al hombre dando la vida por su salvación y quedándose con él bajo las especies o apariencias del pan y del vino, quien aceptara creer en él tendría que dar un testimonio de amor no menor. Y eso es lo que hace San Hermenegildo, que no escatima dar su vida por aquel que la dio por él. De esa manera ofrenda su vida por su fe en el sacramento en el que Jesús se da al ser humano con todo su amor.


  —119→  
Sor Juana y la Eucaristía, III: Una prefiguración simbólica de Cristo, la de José, hijo de Isaac, salvador de su pueblo

Otra muestra del saber teológico de Sor Juana es su trabajo sobre un relato bíblico, El cetro de José. El auto es llamado «historial», no «sacramental», ya que se refiere a un relato del libro del Génesis, que es la historia de José, el hijo de Isaac. Pero también podría contarse, como lo hacemos, entre los autos sacramentales, ya que el tema de fondo es la Eucaristía, pues José salva a su parentela de la muerte, durante una hambruna, dándoles trigo, esto es dándoles pan, como es lo que hace Cristo en la Eucaristía, con su nueva parentela, con su nuevo pueblo, que es la Iglesia. Demos los elementos imprescindibles para reconstruir someramente una narración tan conocida. José es el hijo de Isaac y nieto de Abraham. Es también el penúltimo de doce hermanos, cabezas u orígenes de las doce tribus de Israel. José era el preferido de su padre, por lo cual fue envidiado y odiado de sus hermanos. El colmo llegó cuando José dio a conocer sus sueños, que después resultarían proféticos: sus hermanos lo reverenciarían. Ellos decidieron matarlo y lo llevaron a un sitio despoblado. Rubén, el mayor, insistió en que echaran a José a una cisterna vacía, de la cual pensaba rescatarlo después. Pero Judas195 propuso venderlo como esclavo a unos mercaderes ismaelitas que lo llevaron a Egipto. Allí trabajó en casa de Putifar, ministro del faraón. La esposa de Putifar quedó prendada de él, y, al no ser correspondida en sus proposiciones, fingió que José la había querido violar, por lo cual Putifar lo envió a prisión.

En la cárcel José supo que el faraón había tenido unos sueños y que se atormentaba mucho porque sus aduladores sabios no le daban una interpretación satisfactoria. José ya era avezado en sueños, pues desde que estaba en casa de su padre fue celado por sus hermanos a causa de aquellos sueños que les había contado, y lo llamaban «el soñador». Pide ir ante el faraón para resolverle el enigma y revelarle el significado de esos sueños.

En el primer sueño del faraón aparecían siete vacas gordas y después siete vacas flacas que las devoraban. En el segundo sueño había siete espigas lozanas y luego siete tan tristes y mustias, que acabaron por hacer que las otras se marchitaran. José interpretó estos dos sueños como uno solo, ya que decían lo mismo en esencia: la sucesión de siete años buenos y siete malos, lo cual indicaba que en los siete años de bonanza había que guardar lo suficiente para los siete que vendrían de   —120→   hambre. La interpretación profética satisfizo al faraón, el cual premió a José haciéndolo su ministro, a fin de que administrara las provisiones en el tiempo malo. En ese tiempo malo acudieron los hermanos de José, a quienes su padre Isaac había enviado a comprar víveres, pues ellos padecían también la escasez. José los reconoce con sorpresa, y manda que los atrapen, con el pretexto de ver si no son espías. Los interroga y se da cuenta de que en efecto son ellos, que habían venido y habían dejado al más pequeño, Benjamín, con su padre. Ellos le dicen quiénes son, y que habían perdido a su hermano José, y que tenían a su hermano menor con su padre. José pide, como prueba, que dejen como rehén a alguno de ellos y los demás vayan por Benjamín. Fueron y lo trajeron. Entonces José les reveló quién era, y ellos se aterrorizaron, pensando que se vengaría de lo que le hicieron; pero él los perdonó y los abrazó. Pidió que además trajeran a su padre, y de esa forma todos se reunieron otra vez.

José es figura de Cristo, que fue dañado siendo inocente, y lo único que da es perdón. Ha sido vida para los que procuraron su muerte; ha sido la salvación para los que padecían necesidad. De ser víctima se transforma en salvador; o precisamente por ser víctima se convierte en salvador. Esto es algo que obviamente está suponiendo Sor Juana; su pieza teatral implica este simbolismo.

Pero también José es el hombre de los sueños. Soñador y descifrador de sueños. Emisor y receptor adecuado de ensoñaciones. Advertido conocedor de presentimientos y presagios que surgían de lo profundo del ser humano, sus miedos y temores; su temblorosa captación de lo que no alcanza a ver la vigilia racional; su atesorada luminosidad a veces surgida de lo oscuro del inconsciente, revelando alegrías y angustias.

Apenas al comenzar el auto sacramental de Sor Juana, después de que José es vendido por sus hermanos a los ismaelitas, la Conjetura, haciendo gala de conocimiento de la lógica y la argumentación, dice al Lucero, que quiere ponderar la gravedad de ese crimen:

Eso dirá mejor tu Conjetura,
pues hija tuya soy y de tu Ciencia,
y después sacarás la consecuencia.

(vs. 44-46)                


Y el propio Lucero sigue diciendo:

primicias le dará a la Conjetura,
para que de uno y otro antecedente
saque, si no evidente,
—121→
probable conclusión, por ver si acierto
en el daño, que ya imagino cierto.

(vs. 96-100)                


Por su parte, la Ciencia asegura:

Y pues tiene retórica licencia
de fabricar, la Ciencia,
sus entes de razón, y hacer posible
representarle objeto lo invisible,
vuelve los ojos hacia el Paraíso
y verás cómo al barro quebradizo,
en su culpa infelice,
dice... Pero ya el mismo Dios lo dice

(vs. 113-120)                


Es cuando Sor Juana aprovecha para presentar un cuadro en el que aparecen la voz de Dios, Adán y Eva. Se relata el pecado original, a lo cual el Lucero comenta:

Y añade a ese discurso, que no alcanzas
el de poner al pie las asechanzas,
o el carcañal, en que tu luz me avisa
de cuán distintas cosas simboliza:
pues la Filosofía, allá en su ciencia,
por símbolo lo da de la inocencia;
y por de libertad, el más temido
jeroglífico ha sido
en Egipto; y también, de la victoria,
es en otras naciones. ¡Oh memoria!

(vs. 202-211)                


Vemos aquí un testimonio palpable del aprecio que tenía Sor Juana por el hermetismo, que se hacía provenir de Egipto, y después de mencionar la filosofía se habla de los misteriosos jeroglíficos egipcios, que tienen simbolismo inagotable. Sigue el Lucero mostrando su saber lógico cuando dice:

... Pero no lo entiendo,
ni discurrirlo por ahora quiero,
hasta ver las premisas por entero;
y pues estas figuras, que he mostrado,
son del tiempo pasado,
porque saques mejor las ilaciones
de las que ya sospechas conclusiones,
queden estos notables, ya pasados,
para cuando nos sirvan, asentados.

(vs. 287-295)                


  —122→  

En verdad, no conviene discurrir precipitadamente sobre una cosa, sin antes ver con detenimiento las premisas, como se nos aconseja aquí; y mientras, para sacar mejores conclusiones, con válidas ilaciones o inferencias, se dejan asentados los notables o notabilia, como les decían los escolásticos, esto es, las cosas que tenían que hacer notar para que procediera mejor la discusión (praenotamina, praenotanda). Cuando el faraón menciona los misteriosos sueños que ha tenido, y que está triste y asustado porque ninguno de sus sabios los ha podido descifrar, al hablar de que desea el conocimiento cabal de los mismos, usa términos de la gnoseología escolástica:

Pero de cualquiera modo
que la desgracia conciba,
bien como contingente,
bien ya como precisa,
faltan a la provisión
los medios, pues la noticia
falta también de la especie
en que vendrá la desdicha;
y mal puede, quien la ignora,
hacer, por más que se aflija,
diligencias de estorbarla
ni paciencia de sufrirla.

(vs. 558-569)                


La desgracia que teme le anuncien los sueños puede ser conocida como contingente, en cuyo caso puede estorbarse, o como precisa, en cuyo caso nada aprovecha hacer. Pero los medios del conocimiento son insuficientes: la noticia, que es lo sabido en el conocimiento, y la especie, que es el medio en el cual y por el cual es conocido aquello, y ese medio mental o intencional coincide con lo que se llama también el concepto. Sor Juana aprovecha este ambiente egipcio para juntar los jeroglíficos con los magos, que también se decía provenían de ese país, todo ornamentado con tintes herméticos, ya que Hermes mismo, el origen de la magia, había surgido de entre sus pirámides196. Cuando José descifra los sueños del faraón, el Lucero pregunta si eso pudo hacerse por medios naturales, a lo que la Inteligencia le responde:

No, porque a tener premisas,
ya en los aspectos celestes,
ya en los vientos que dominan,
o ya en los temperamentos
—123→
que diferencian los climas,
o en otras ocultas causas,
que aunque nunca comprendidas
son de los hombres, lo es el
efecto que pronostican
[...]
y si hubieran, como he dicho,
precedido estas premisas,
se pudieran alcanzar,
o ya por ciencia adquirida
o por razón natural
o Astrológica pericia,
siendo humana conjetura,
no Revelación Divina,
y entonces yo, mejor que él,
lo alcanzara, y la noticia
les diera a los Agoreros.

(vs. 732-769)                


Es decir, si no fuera un conocimiento revelado el que tuvo José cuando descifró los sueños, sino un conocimiento naturalmente adquirido, la Inteligencia hubiera podido darlo de manera mejor y más clara a los agoreros del faraón, que eran sabios y entendidos en esas cosas ocultas. Para evitar cualquier mal entendimiento, Sor Juana hace bajar a la Profecía y proclamar:

Ved que del Solio excelso, donde habita
Majestad Infinita,
al mundo Dios me envía,
pues Su Espíritu soy de Profecía,
a asistir a Josef, en quien procura
un bosquejo formar, una figura
del que será en el siglo venidero
Redentor verdadero...

(vs. 867-874)                


De esta forma se aclara que José prefigura a Cristo, quien también será salvación para las gentes, pero esta vez para todas. La Conjetura se refiere al objeto de conocimiento y a la substancia, y a las locuciones humanas. Y recurriendo a una estrategia teatral -el teatro dentro del teatro-, Sor Juana efectúa un salto de discurso, elabora un metadiscurso teatral, como lo ha hecho en Los empeños de una casa. Explicando al público, hace decir a la Conjetura:

  —124→  
Buscando (vuelvo a decir)
al Lucero vengo, para
darle una nueva feliz,
entre tantas desgraciadas.
Pero él con la Inteligencia
viene: que como ella es sabia,
siempre en orden me precede
de operación, pues las causas
y efectos ella primero
discurre, y las circunstancias;
y luego entro yo, infiriendo,
conforme a lo que me alcanza
a proponer. Ya sin duda
le habrá dicho lo que pasa;
mas ahora entraré yo,
pues a inferir hago falta.

(vs. 1025-1040)                


Una función muy importante cumple aquí este personaje de la Conjetura, tanto porque José ha tenido que descifrar sueños, adivinar y profetizar, como porque en él se conjetura a Jesús, el Mesías. Sor Juana le hace establecer un orden muy conforme con el del conocimiento y el del ser: la inteligencia conoce primero las causas, los efectos, las circunstancias, y luego la razón lanza sus conjeturas, para inferir los resultados que habrán de probarse por contraste con lo que ocurra en realidad. Haciendo esa ostentación de conocimiento de la lógica y la teoría de la argumentación de la escolástica, Sor Juana pone en boca de la misma Conjetura -en discusión con la Inteligencia- estas palabras:

Tu proposición es que
o José miente, o se engaña,
pues o ignora, o sabe que
son sus Hermanos. Si alcanza
que lo son, con fingimiento
como a enemigos los trata,
diciendo que son Espías,
y afirma cosa tan falsa
por tres veces. Y si ignora
que los son, es cosa clara
que padece engaño, pues
que lo son. En que, por ambas
partes arguyendo, infiero
o su culpa o su ignorancia:
—125→
pues si ignora, no es Profeta;
y no es Justo, si lo alcanza.

(vs. 1055-1070)                


Sor Juana pone aquí un célebre dilema, o, como los llamaba su patrono San Jerónimo -al menos así se lo adjudica la tradición- un cornuto, esto es, un silogismo con dos cuernos. Ante él repone la Inteligencia:

Fuerte es tu argumento, porque
es un dilema, que abraza
negación y afirmación;
mas mi ciencia no se sacia
ni se quieta mi inquietud
sin ver cuál es la culpada
de las dos.

(vs. 1071-1077)                


Efectivamente, se trata de un dilema en forma, bien puesto, y cuyos cuernos no pueden romperse para escapar, ya que se han planteado bien y completamente las alternativas, resultando en cada una de las dos algo que el contrario no desea conceder ni que le resulte como consecuencia. Y ya que José salva con el trigo de Egipto la vida de su familia y su pueblo, se encuentra también en él un antecedente de la Eucaristía. Así, dice el Lucero, cuando los doce hermanos de José están a la mesa con él, en clara alusión a la última cena de Jesús con sus apóstoles:

¿Qué enigmas, Cielos, son éstos?
¿Qué otra Mesa? ¿Qué otros Doce
han de ser éstos? ¿Ni cómo,
si que es Convite propone
que hará la Sabiduría,
sin mentar otros más nobles,
manjar sólo nombra el Pan?

(vs. 1183-1189)                


Y da una explicación metafísica u ontológica de la Eucaristía, mediante la noción de transubstanciación, que involucra las de substancia y accidentes, y otras del hilemorfismo aristotélico-escolástico. A pesar de que se veían las cualidades y demás accidentes de pan y de vino, éstos eran sólo aparentes, pues la substancia había ya cambiado y era la del cuerpo y la sangre de Cristo. Sigue diciendo el Lucero:

  —126→  
Y no que, antes, dice que
el Pan (¡oh, qué confusiones!)
ha de dejar de ser Pan.
Y si acaso se interpone
la corrupción, para que
otra nueva forma tome,
repudiada la primera,
ya después que se transforme,
no quedará Pan. Pues ¿cómo
que un Pan de Vida propone?
Dejar de ser Pan, el Pan,
fácil es, si se corrompe
y admite otra forma: que es
conforme al natural orden
que tiene Naturaleza
en todas sus sucesiones.
¿Pero ser Pan, y no Pan?
¿Quién estas contradicciones
podrá concertarme?...

(vs. 1203-1221)                


Un poco más adelante sigue Sor Juana adjudicando a la Conjetura las premisas con las que tendrá que formarse un juicio, a través de un silogismo o inferencia197. Dice el Lucero:

¡Qué Conjetura, si tiene
sólo el ser que tú le das,
y ahora tan vanamente
discurres, que no la dejas
que a conjeturar acierte,
y donde la Conjetura
las premisas convenientes
no halla para formar juicio,
al punto se desvanece!

(vs. 1368-1316)                


Ahora que ha hablado de la Inteligencia y de la Ciencia, y con base en ellas, Sor Juana sabe contraponer la intelección y el raciocinio. La primera es inmediata, instantánea y reposada, corresponde a la inteligencia o intelecto, que tiene como propia la simple aprehensión; el segundo es mediato, discursivo y cansado, corresponde a la ciencia, que es discursiva. La Inteligencia asevera:

  —127→  
Vamos, Lucero, a asistirle;
que quizá sólo con verle
obrará la aprehensión simple,
ya que la ciencia no acierte.

(vs. 1397-1400)                


Al final del auto, Jacob besa el cetro de su hijo, ahora príncipe de los egipcios, un cetro que, para hacer la doble alusión al pan que los salvó y al pan eucarístico, Sor Juana hace adornar con una torta de pan en la punta. Jacob pronuncia algunos versos del cántico litúrgico Rorate coeli desuper y, como en un adviento, se dirige a Cristo, del que dice:

a Quien yo adoro, y a Quien
(en el Espíritu) miro
en tu Vara figurado,
no sólo en mi Carne unido
con Hipostática Unión,
mas en el velo escondido
de esa insignia que, en tu Cetro,
de tu providencia indicio
ha sido. Pues, como siempre
por costumbre se ha tenido,
en Egipto y otras partes,
que de la hazaña en que ha sido
el Héroe más señalado,
jeroglífico esculpido
traiga, en que a todos declare
las hazañas que antes hizo;
y como la tuya fue
haber socorrido a Egipto
con el Trigo, te pusieron
la empresa también en Trigo
en el fastigio del Cetro,
que adoro por sacro Tipo
del más alto Sacramento
que los venideros siglos
adorarán, y por quien
el Vaso dirá Elegido,
de mí hablando, que «muriendo
en la fe, adoré el fastigio
de tu Vara», adonde veo
tanto Misterio escondido.

(vs. 1549-1578)                


  —128→  

Después de esta revelación, la Inteligencia queda vencida; por eso el personaje que en el auto la representa exclama:

Ya yo vencida
respecto de lo que he visto,
siendo el Abismo mi cárcel,
juzgo mi centro el Abismo.
Para mí no habrá descanso;
pues siempre me martirizo,
si con lo que miro, aquí,
allá con lo que imagino

(vs. 1588-1595)                


No deja de verse un cierto matiz de ese escepticismo con respecto a la inteligencia que Sor Juana pone en varios de sus versos. Por último, en palabras de Profecía, la monja jerónima luce su erudición y registra a un misterioso rabino:

(Pero por si algún curioso
quiere averiguar prolijo
la erudición, en lo que
del Cetro dejamos dicho,
sobre el Génesis, Rabí
Moisés nos lo dejó escrito,
citando el lugar de Pablo
sobre «adorar el fastigio»)...

(vs. 1622-1629)                


Eso nos da muestra de la erudición no común que poseía Sor Juana en filosofía, teología y hasta en la exégesis bíblica. Hacía en sus poemas interpretaciones muy sencillas pero muy adecuadas de los textos de la Sagrada Escritura, llenas de unción espiritual y muy racionalmente elaboradas. Por lo demás, la presencia, en este auto, de la filosofía escolástica y la filosofía hermética nos muestran en pleno el barroquismo de Sor Juana. De alguna manera el Barroco trata de conjuntar el aristotelismo y el platonismo (o neoplatonismo, porque ya es un híbrido muy especial). El aristotelismo había triunfado en la Edad Media, y el platonismo vuelve por sus fueros en el Renacimiento, muy mezclado con otras cosas, sobre todo con hermetismo. Tal vez éste sirvió de cauce para que volviera dicho platonismo. En el Barroco se conjuntan y como que tratan de convivir ambas corrientes, tal como apreciamos en este auto sacramental de Sor Juana. Se manifiestan varios temas aristotélicos o escolásticos, pero también, de alguna manera   —129→   aprovechando el ambiente egipcio, se nos muestran rasgos del hermetismo, que era de fondo platónico o neoplatónico, aureolado con la pretendida procedencia de Hermes Trismegisto, deidad del antiguo Egipto. Tales son la dialéctica y pugna de corrientes de pensamiento que se dan en el Barroco. No entraremos aquí a precisar qué tanto de armoniosa convivencia se dio en el encuentro de estas corrientes, si una de ellas predominaba sobre la otra, o si se fusionaron de manera perfecta, ni si lo hicieron con demasiado eclecticismo, de modo que fuera más bien un irenismo o un sincretismo mal estructurado. Lo cierto es que el propio pensamiento de la contrarreforma, el jesuítico, barroco por excelencia, tuvo este sincretismo de manera muy fuerte, y eso marcaba lo que era propio del modo de pensar del Barroco.




Balance

Por todo lo anterior, vemos que, en efecto, Sor Juana Inés de la Cruz tuvo un conocimiento nada despreciable de la filosofía y la teología escolásticas. También hemos visto que al llevar a sus conocimientos a una expresión poética les da una mayor fuerza connotativa. Adquieren un gran poder de evocación imaginativa que los hace llegar a un público muy amplio por la energía dramática con que son transmitidos, vehiculados. De Sor Juana reciben una presencia semántica y, sobre todo, pragmática que los vuelve más vívidos.

Con eso, nos hace ver muy a las claras esa actitud del Barroco de conjuntar lo conceptual con lo imaginativo y lo simbólico, como si lo simbólico, lejos de distraer de lo conceptual, o de disminuir su contenido, lo ayudara a una mejor recepción por parte del destinatario, sobre todo tratándose del pueblo. Tal parece que ese pensamiento barroco, a veces culterano, a veces conceptista -pero sobre todo el primero, a semejanza de don Luis de Góngora-, se complace en el revestimiento «carnal» de las ideas, es decir, literario, en su expresión estética, en su encarnación en formas bellas. De esta suerte se quería dotar con una fuerza mayor a la recepción de las ideas, a diferencia de lo que realizó la modernidad, que poco hizo intervenir a la poética -y aun a la retórica, si exceptuamos a Pascal- en sus reflexiones. Con ello tenemos en Sor Juana un representante de este simbolismo conceptual en el que se fusionaban poesía y conocimiento. Singular escolástica barroca la de la escritora novohispana, que en sus autos sacramentales e   —130→   históricos da cátedra de filosofía y teología en la que los conocimientos se adornan con la belleza de su poesía.

El saber teológico y el filosófico de Sor Juana, por cuanto podemos ver en sus autos sacramentales, son muy notables. El tema sacramental en las tres piezas es en el fondo el de la Eucaristía, pues en El divino Narciso se alude a que Cristo se quedó con el hombre bajo las apariencias de pan para hacerle compañía; en El mártir del Sacramento se hace referencia a San Hermenegildo, que, al comprender el misterio de amor que se encierra en el pan consagrado, entregó su vida por Cristo; y en El cetro de José, los hermanos de este personaje son salvados con el trigo -es decir, con el pan- que éste les consigue en Egipto, donde había sido esclavizado por culpa de ellos, antes de llegar a ministro del faraón. Pero estas presentaciones del tema sacramental van acompañadas de una cristología muy consistente, según se aprecia en su tratamiento de la unión hipostática, en la primera de esas obras; en su ataque de la herejía arriana, como se ve en la segunda; y en su exposición de la misión redentora de Cristo, tal como se contempla prefigurado en José, de acuerdo con lo que transmite la tercera.

Tanto la cristología como la teología sacramental -en el punto de la Eucaristía- llevan como acompañamiento muchas nociones de metafísica muy complicadas y arduas, sin las cuales no puede entenderse la unión hipostática en Jesucristo ni la transubstanciación en el pan y en el vino. Sin llegar a exponerlas de manera directa, lo cual no se podría hacer en esas obras teatrales, Sor Juana deja entrever su competencia nada usual en esas materias. Claro que estamos haciendo una aplicación o extensión, ya que Sor Juana no era un clérigo, ni mucho menos un teólogo, que por oficio tenía la obligación de entender lo mejor posible esas cuestiones. Más bien, en el recogimiento de su celda, en soledad y sin maestro, aprendió como pudo ciertos temas difíciles y que requieren de alguien que los explique. No en balde se queja de que no tuvo a la mano un maestro que la llevara como de la mano por esos caminos tan ásperos. Con todo, a pesar de esa doblada dificultad, Sor Juana llegó a ser no sólo una monja bien preparada y culta, como ya había habido en otros tiempos, por ejemplo aquella pléyade de monjas germanas o nórdicas (Hedwigis o Eduviges, la abadesa Gerberga, Hrosvita de Gandersheim, y otras), sino que alcanzó una erudición notable de esos temas. Estuvo a la altura de esas grandes mujeres que tuvieron   —131→   igualmente que estudiar por su cuenta y que, sin embargo, adelantaron mucho en ese camino del saber teológico.

Por lo que hace concretamente a la dimensión filosófica, si bien no era Sor Juana filósofa de oficio ni profesora de filosofía, supo adquirir un apreciable conjunto de conocimientos pertenecientes a dicha disciplina, y, sobre todo, plasmarlos en esa enseñanza al público que se daba a través de las obras teatrales. Y, al igual que en la teología, tuvo que hacerse maestra del pueblo, con una enseñanza indirecta, la que le permitían sus autos sacramentales, para hacer llegar a las gentes las ideas que sembraba entre sus versos.

Todo ello fructificó, y así vemos a Sor Juana convertida en una transmisora de la cultura, por medio de su dramaturgia, como habían hecho ya tantos célebres escritores, de la talla de Calderón, Alarcón y Lope, y de muchos otros. La relación de Sor Juana con la filosofía y la teología fue de un profundo estudio y de una gran difusión entre el pueblo, pero no como tratadista, dominio que pertenecía sobre todo a los profesores de la universidad o de los numerosos colegios que tenían las órdenes religiosas. No fue, pues, una filósofa o teóloga en el sentido estricto de estos vocablos, pero lo fue en otro sentido no menos digno e indispensable: el de la enseñanza masiva, el de la difusión. Así como grandes filósofos -desde Parménides, pasando por Séneca, y hasta llegar recientemente a Russell o a Sartre- no desdeñaron ofrecerse a los grandes públicos mediante el teatro, la novela o la poesía, de la misma manera lo hizo Sor Juana. No escribió sesudos tratados de invención o de polémica, sino que se dio a la difícil labor de divulgar generosamente lo que con tanto esfuerzo había aprendido, y empleó como medio de difusión lo que tenía a su alcance: el teatro. En este arte colaboró con la gracia y facilidad que ella misma ingenua y candorosamente confiesa que tenía para casi hablar en verso. Pero sobre todo se alcanza a ver algo mucho más hondo y radical; que es la profundidad del espíritu de Sor Juana, su genio para captar los principios filosóficos y para penetrar los misterios teológicos, sin el cual no hubiera sido posible que los transmitiera como lo hizo.







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