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ArribaAbajoInflujo profundo de la filosofía tomista en Sor Juana

Vemos en Sor Juana Inés de la Cruz una presencia de la filosofía, bajo la forma de filosofía tomista, escolástica, que era la que más se cultivaba en su época (al lado de la filosofía neoplatónica, hermética, y ya la moderna). Es una presencia e influencia poco destacada y estudiada en las obras de Sor Juana. No creemos que se haya dejado de lado porque se la da por obvia y ya ni atrae la consideración. Es un aspecto que se ha relegado por negligencia, y a veces por prejuicio. Se ha llegado a querer presentar una Sor Juana más bien hermética, neoplatónica y hasta moderna, pero no escolástica, como si ello fuera en desdoro y vergüenza de sus talentos. Pero, por una parte, es real y comprobable esa influencia en los escritos de Sor Juana; y, por otra, no creemos que sea demérito, sino, antes bien, una más de las virtudes de la genial monja este conocimiento y manejo de esa filosofía tomista que se deja ver en sus poemas.

Por ejemplo, Sor Juana recoge la enseñanza de la cosmología o filosofía natural propia de la escolástica, que era la correspondiente a la Physica de Aristóteles. Así, en la loa dedicada al cumpleaños del hijo de los virreyes, un personaje que representa a la Tierra, y lleva el nombre de Telus, explica las propiedades de los cuatro elementos según sus oposiciones mutuas:


Si el Agua (que es quien al Fuego
diametralmente se opone,
porque, como húmeda y fría,
es en todo desconforme
al Fuego, cálido y seco)
vencida se reconoce,
¿qué hará la Tierra, que aunque
en una calidad logre
(que es la fría) el defenderse,
con la seca es tan conforme
al Fuego, que si, invadida,
a resistir se dispone,
con una mano lo aparta
y con la otra lo acoge?124



Ciertamente esta parte de la filosofía aristotélica, la de la física, fue la más perecedera y que pronto iba a ser destronada por la ciencia moderna. Pero brindaba cosas que aun ahora siguen siendo valiosas y   —62→   válidas en el ámbito de la filosofía natural. Esto es, no en cuanto teorías científicas de la física, sino en cuanto teorías filosóficas u ontológicas de los fenómenos físicos. En seguida Sor Juana hace un silogismo acerca de la prioridad de la luz en la creación, donde menciona de pasada la distinción esencia/accidente en las propiedades, así como la distinción esencia/existencia en los principios del ente. Los razonamientos son válidos (i. e. con verdad y corrección), a pesar de las exigencias de la versificación y del uso de metáforas. Por eso hace decir a Neptuno:


Y argumento en esta forma:
La luz, primero que el Sol,
fue el primer día creada,
y después fue vinculada
a ese luciente Farol:
de modo que su arrebol,
después a su ardor unido,
fue un accidente añadido,
para que fuese luciente;
luego es esencia lo ardiente,
y accidente lo lucido.
Luego (si su ardor ha sido
su principal existencia,
en que consiste su esencia),
alumbrar y no encender,
no puede ser.

También hace ver que una propiedad esencial no puede negarse sin destruir la entidad, lo cual sería «con necia filosofía». En efecto, uno de los temas que más atraían a los escolásticos era esa especie de dialéctica que se hacía entre las propiedades opuestas de los cuatro elementos. Aunque eran opuestos, llegaban a una armonía por la que se producían las cosas. Ya era algo de lo que se admiraban los primeros filósofos griegos, singularmente Anaximandro, que hablaba de que de tiempo en tiempo había una colisión universal por la que se reparaba el predominio de alguno de los elementos. También se dio ese tópico en los aristotélicos y los escolásticos, y es una observación que aparece varias veces en los poemas de Sor Juana. Por eso, en esa misma loa, dice en seguida el Sol:


Al Fuego yo no le niego
el ardor (que eso sería,
con necia Filosofía,
negarle su esencia al fuego);
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mas quiero que notes luego,
que, para haber de quemar,
es preciso aproximar
la materia combustiva,
y la llama más activa
de lejos puede alumbrar125.



En la escolástica, recogiendo la tradición clásica, a través de Boecio, se consideraba la matemática formada por la aritmética y la geometría; pero la música estaba subordinada o subalternada a la aritmética, en cuanto que ésta le daba ciertos principios y elementos. En un poema encomiástico a los años de la virreina, el personaje que representa a la Música sabe que ésta es una disciplina subalternada a la aritmética; también sabe que la aritmética versa sobre la cantidad discreta, y que a ella pertenecen los sonidos musicales, todas ellas son ideas de esa tradición. La propia Música dice:


Facultad subalternada
a la Aritmética, gozo
sus números; pero uniendo
lo discreto y lo sonoro126.



Hace también mención de un punto de ontología de las relaciones o de los seres relativos. En efecto, según Aristóteles en las Categorías, los relativos se implican de tal manera que el conocimiento de uno lleva al conocimiento del otro. Sor Juana, de manera muy perspicaz, hace que la nota Re diga que cuando aparece el Do (o «Ut», como se lo llamaba en aquel entonces) ella también aparece, pues su ser es relacional, y donde está un correlato se presenta otro, según aquella mutua implicación que tienen los relativos:


Llamando al Ut, es fuerza
que a mí me nombren,
pues nuestro ser es sólo
de relaciones.
Y así, sigo sus pasos;
porque es preciso
que si el uno al otro llamen
los relativos127.



Hay una alusión a la quintaesencia, como dechado de perfecciones. De hecho, se pensaba que, además de las 4 esencias sublunares (agua,   —64→   aire, tierra y fuego), había una quinta esencia, la de los cuerpos celestes, que era la más perfecta de todas. Los alquimistas la buscaban, como capaz de transmutar o transformar a las otras esencias en metales preciosos128. En este caso, es el Sol quien concentra y sintetiza todas las perfecciones en su quinta esencia, la propia de los cuerpos celestes. Por eso, el personaje que lo representa dice:


Y salgo, porque quiero
que en mí se vea
que de las perfecciones
soy quintaesencia129.



Sor Juana recoge la enseñanza escolástica de la epistemología, relacionada con la ontología de las causas. Estas causas son los principios explicativos de la cosa, por lo cual ella emplea el esquema causal aristotélico para explicar lo que es un instrumento musical. La Música misma, al aclarar el funcionamiento de un instrumento musical, explica las cuatro causas de éste, siguiendo el esquema explicativo dado por Aristóteles en los Segundos Analíticos, y preservado por los escolásticos. En ese instrumento, el fin es la melodía, la materia y la forma están dados por el ente, que lo fabrica para lograr ese efecto armonioso, pero si la causa eficiente, a saber, el ejecutante, no es adecuada, sonará mal:


Destemplado un instrumento,
(aunque tenga la madera
más apta para el sonido;
aunque las más finas cuerdas
se le pongan; y en fin, aunque
en la forma y la materia
se apure el primor del Arte),
como sin concierto suena,
más que deleita, disgusta;
más que acaricia, atormenta130.



Dentro de esta línea del pensamiento cosmológico o de filosofía natural, se dejan ver otras ideas escolásticas acerca de la naturaleza. En la loa por el cumpleaños de Fray Diego Velázquez de la Cadena, la Naturaleza se proclama causa segunda supeditada a esa Causa Primera, que es Dios. Sor Juana explica, de manera muy erudita, que la idea operativa de la Naturaleza es la que configura la unión de materia y forma. En efecto, en su Del ente y de la esencia, capítulo 1131, Santo Tomás   —65→   dice que la naturaleza es la esencia en cuanto operativa (y no sólo definible, como en lógica, o entitativa, como en metafísica), y de esta manera es propia de la física, cosmología o filosofía natural. Ella es la que cuida del dinamismo del mundo, haciendo que, aun cuando los individuos perezcan, las especies se conserven. Igualmente cuida la sucesión de la generación y la corrupción, de modo que de lo corrompido se genere otra cosa, y así sucesivamente:


Ya que de la Primer Causa
dispuso la Omnipotencia
que yo, como su segunda,
dominio absoluto tenga
en las obras naturales
(pues soy la Naturaleza
en común, a cuya docta
siempre operativa idea
se debe la dulce unión
de la forma y la materia),
yo soy quien hago que el Mundo
tenga ser, haciendo, atenta
a que las especies vivan,
que los individuos mueran;
y porque a la corrupción
la generación suceda,
hago corromper las cosas
para que rejuvenezcan132.



Nótese cómo la naturaleza es la que hace acoplarse a la materia y la forma, ya que en esa composición de ambas consiste la naturaleza o esencia de cada cosa. Y ella, además, por la parte de la forma conserva a los universales (especies) y por parte de la materia conserva a los individuos. Asimismo, por la corrupción de una forma, hace que advenga otra, y así la cosa «rejuvenece», ya que la transformación se da como sustitución de una forma por otra en la materia. Cuando hay privación de una forma, adviene otra a la materia, y se da un cambio o rejuvenecimiento del ente corpóreo. Por otra parte, aparecen nuevamente los cuatro elementos, mencionados por la Naturaleza, la cual pondera la diversidad de sus características o cualidades, pero tan perfectamente conciliadas y en equilibrio, que resulta un verdadero misterio. Es un tópico que ya hemos encontrado antes:


que con esférica forma
a la Tierra el Mar rodea,
—66→
al Agua el Aire circunde,
y al Aire el Fuego contenga,
haciendo sus cualidades
ya hermanadas, y ya opuestas,
un círculo tan perfecto,
tan misteriosa Cadena,
que a faltar un eslabón
de su circular belleza,
todo acabara, y el orden
universal pereciera133.



Por supuesto que aquí esa «misteriosa Cadena» que une a los seres le sirve a Sor Juana de pretexto para aludir al homenajeado, esto es, a Fray Diego Velázquez de la Cadena. Por lo demás, en un contexto de antropología filosófica o filosofía del hombre, la monja jerónima recibe un hermoso símbolo que viene desde la Antigüedad, recorre la Edad Media y cobra vigor en el Renacimiento: el del hombre como microcosmos y como compendio de todo. Aquí reviste una modalidad muy bella, pues es el entendimiento el microcosmos, y no tanto el hombre en cuanto tal; efectivamente, de modo ideal o intencional (es decir, cognoscitivamente) es una cifra o compendio de todo lo creado. Así pues, expresa el Entendimiento:


A tus plantas heroicas viene atento,
oh gran Madre, el humano Entendimiento,
en cuyo ser divino está cifrado
un compendio de todo lo crïado134.



Todo un mundo se contiene en el pensamiento, esto es, en el entendimiento del hombre, el cual tiene dos aspectos muy distintos: uno de entendimiento propiamente dicho, o de intelección, y otro de razón, o razonamiento, o raciocinio, o discurso. Por eso, el discurso es lo que se sigue del entendimiento, pues el segundo es conocimiento directo y simple, intuitivo, mientras que el primero es complejo, sucesivo y fatigoso. Pero si el entendimiento es perspicaz, el discurrir será sutil. Habla el Discurso:


Yo me sigo, del concurso;
pues si a buena luz lo siento,
por fuerza al Entendimiento
ha de seguir el Discurso.
Y así, mi incesable curso
ofrezco a su discernir:
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pues llegándolo a advertir
todo, y todo a comprender,
a un perspicaz entender
sigue un sutil discurrir135.



El discurso o raciocinio es lo propio de la ciencia, mientras que la intuición es más propia de la sabiduría. Aun cuando ésta sigue usando del discurrir científico, lo que tiene como más peculiar es la captación intuitiva del orden cósmico. Y la sabiduría filosófica es la metafísica u ontología. De ahí que, por boca de la Música, se menciona la díada ontológica de principios que son la potencia y el acto. El acto es la perfección de la potencia, su culmen y realización, y puede ser entitativa u operativa. El acto entitativo es el de ser o existir, y el operativo se refiere a las distintas operaciones que puede efectuar el ente ya existente. Oímos exclamar a la Música:


¡Bien ha dicho que puede
perfeccionarlo,
porque el uno es potencia
y el otro es acto!136



Sor Juana domina, pues, los conceptos y principios clave de la ontología o metafísica escolástica. Pues bien, así como el entendimiento, con su dinamismo daba origen al discurso o raciocinio, así -de acuerdo con lo que dijimos- este último da origen a la ciencia, pues ella es el razonamiento que hace conocer las causas. El intelecto da los enunciados que sirven de premisas, y el discurso extrae de ellas la consecuencia o conclusión. Y la conclusión es científica cuando en las premisas se indican las causas de la cosa. Y la ciencia, según la expresión de Sor Juana, se fabrica a partir de la experiencia propia, o a partir de la ajena, mediante el estudio de los que han experimentado. Por eso dice la Ciencia:


Yo, que soy Ciencia (que fija
enseña el conocimiento),
como él del Entendimiento,
soy yo del Discurso hija.
Porque sus acciones rija,
le doy, de experiencias lleno,
del estudio el prado ameno
en cuyas flores me copio:
—68→
porque el estudio hace propio
el Entendimiento ajeno137.



La experiencia, que alimenta la intelección y, por lo mismo, la ciencia, puede venir de uno mismo o de los demás. En el segundo caso, conjuntamos las experiencias que nos transmiten los otros y se da la enseñanza, con la cual avanzamos de ordinario, pues la invención personal es más bien rara, y es más frecuente adquirir los conocimientos mediante el aprendizaje. Sor Juana juega con el segundo apellido del fraile festejado (Fray Diego Velázquez de la Cadena), pues además de tener en el cielo como protector a San Agustín, quiere tener a Santo Tomás, el cual escribió una Cadena dorada, es decir, su Catena aurea, hecha de textos de los Santos Padres acerca de los evangelios. El también tiene una cadena de oro, como el del nombre. Esto lo afirma la Naturaleza del siguiente modo:


Puesto que ya está formada
de perfecciones y letras
aquesta Cadena (en quien
el Cielo quiere que tenga
Agustín, como Tomás,
también una Aurea Cadena),
sólo falta que supliquen
humildes las voces vuestras,
que pues la forma tan rica,
quiera conservarla eterna138.



Finalmente, en esa misma loa a Fray Diego, Sor Juana se refiere a dos conceptos que se podían encontrar tanto en la lógica como en la física: la intensión y la extensión. La intensión, en la lógica, se encuentra en los conceptos, y es el contenido significativo, mientras que la extensión son los individuos a los que designa. En física, la extensión es la cantidad de la cosa corpórea, y la intensión es el aumento o incremento de sus propiedades. Sor Juana habla de vivir, más que en cantidad (en la extensión), en la calidad (en la intensión). Aquí seguramente que no se refiere a la intención (con «c»), sino a la intensión (con «s»), pues de esta última forma significa la intensidad cualitativa, la intensio (como la llamaban los lógicos y físicos escolásticos), como acrecentamiento o condensación de la cualidad de algo. Tal expresa el Entendimiento:


Vivid, más que en la extensión,
en la intención: porque sean,
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las que en todos, temporales,
en vos, edades eternas139.



Con base en todos los ejemplos anteriores que hemos analizado, se ve, por consiguiente, la habilidad que Sor Juana había adquirido en filosofía. Su manejo de las nociones es adecuado, y sabe hacer poesía con conceptos filosóficos. Si se quiere, sin llegar a hacer una poesía filosófica, ni hacer filosofía en su poesía, sabe hacer un uso conveniente de los filosofemas en sus poemas, se vale de lo filosófico para dar mayor fuerza a lo poético. En este caso, podríamos decir, la filosofía está al servicio de la poesía; el arte se sirve de los otros saberes para quedar más logrado y perfecto. Pero, aun en esa utilización de lo filosófico en aras de lo poético, hay un aprovechamiento muy fino, y una precisión en el manejo de las ideas, que nos hace darnos cuenta de que Sor Juana alcanzó a tener un conocimiento más que pasable, notable, de la filosofía de su época, singularmente de esa filosofía escolástica que era la más extendida, a saber, el tomismo. Esta es una influencia y presencia intelectual que, no se sabe por qué, fue dejada de lado por los estudiosos de Sor Juana, y sólo poco a poco está siendo reconocida, y es la que nos hemos dedicado a recoger y resaltar en los renglones este trabajo.



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ArribaAbajoSor Juana y el hermetismo de Kircher

Un rasgo de la historia del pensamiento en la Nueva España es la presencia de la filosofía hermética, sobre todo a través de las obras de Atanasio Kircher, S. J. Este fue un erudito y fecundo escritor que se dedicó a sistematizar el hermetismo en numerosos libros que ambicionaban llegar a constituir una especie de enciclopedia. A través de él llegó la filosofía hermética a muchos de los novohispanos, entre ellos a Sor Juana Inés de la Cruz. Para poder entender el legado y la importancia del pensamiento hermético en Sor Juana, veamos primero un poco en qué consiste ese sistema. Después veremos qué recepción tuvo por parte de nuestra poetisa.


La tradición hermética

Llena de misterios y aun de confusiones, la filosofía hermética trataba de conjuntar a Platón y a Aristóteles, es decir, la especulación y la empirie, y en ese sentido era neoplatónica, realizada por griegos establecidos en Egipto (a pesar de que se ha creído que fueron escritos por sacerdotes egipcios helenizantes)140. Con todo, es indudable que en esta filosofía predominaba Platón, y así es comprensible que en el terreno de la ciencia ella se lanzaba a una apasionada especulación a partir de unos pocos datos experimentales que al final no contaban mucho. Inclusive en la tradición hermética se iba más allá de Platón, y se pensaba que el fundador de esa filosofía era el mitológico Hermes Trismegisto, esto es, el tres veces grande, por su sabiduría, bondad y poder141.

Así pues, su origen se remontaba fantasiosamente al antiguo Egipto, a su equivalente el dios Theut o Thot, inventor de la escritura y, por tanto, potenciador del saber, ya que la memoria humana no podía retener sino una cantidad muy limitada de conocimientos, mientras que si el hombre escribía, guardaría más de ese saber. Era, pues, creador de las artes y por lo mismo de la cultura. Pero era también el que, con la escritura, había domeñado y domesticado el lenguaje, hábil en el habla. Por eso tenía para los griegos y romanos (con los nombres de Hermes y Mercurio, respectivamente) el carácter de mensajero e intérprete de los dioses, el que traducía o explicaba sus designios a los hombres. Astuto y buen intermediario, había acumulado una gran sabiduría y la había legado a los mortales que le daban culto, guardada celosamente por los sacerdotes egipcios, quienes la habían transmitido a los demás. Con ellos   —72→   habría aprendido Platón, e inclusive lo habría hecho también Moisés; por eso la fácil asociación con la religión judeocristiana (y no faltaba quien dijera que el propio Jesucristo la había aprendido en el tiempo de su huida a Egipto).

Alberto Magno, en su Metaphysica, dice que Platón tomó la doctrina de las ideas de la Tabla Esmeraldina, que recoge enseñanzas de Hermes, y en la que se dice que «como es arriba es abajo», esto es, se indica la participación de las ideas celestiales por parte de las cosas terrenas o sublunares142. Aunque, efectivamente, lo que pasaba era que los cristianos habían introducido su doctrina del Verbo de Dios en la teoría platónica de las ideas ejemplares. Así, en el Poimandres se dice, platónicamente, que la Voluntad de Dios, «habiendo recibido en sí misma al Verbo y habiendo visto el bello mundo arquetipo, lo imitó, una vez modeladas en un mundo ordenado, según sus propios elementos y sus propios productos, las almas»143, y esas ideas prototípicas fueron plasmadas en la naturaleza por el Verbo y el Demiurgo que éste engendró. Se recoge así la idea del Verbo creador del Prólogo del Evangelio de San Juan, que era la sabiduría de Dios, es decir, el receptáculo de sus ideas divinas, y el que las había plasmado en la creación; pero todo esto se ve inundado de ideas neoplatónicas y gnósticas. Clemente de Alejandría llega a decir que Platón tomó sus doctrinas de Moisés, por lo cual el que un cristiano utilice el platonismo no es más que un acto de justicia y de recuperación de lo que es propio144.

La ciencia hermética acudía de una manera muy importante al argumento de autoridad. Muchas de las obras que se produjeron en ella fueron muy tardías, y se han fijado cronológicamente en el periodo helenístico, sobre todo en el neoplatonismo, como lo señala el propio Festugière, y, sin embargo, para todas ellas se buscaba de una manera u otra la autoría del mismo Hermes Trismegisto. Comenzado el siglo XVII, en 1614, el erudito Isaac Casaubon puntualizó que, aun cuando podía haber existido un personaje antiguo con el nombre de Hermes Trismegisto, los que pasaban por escritos suyos eran fechables después de Cristo, incluso falsificados por los cristianos para su provecho, restándoles con ello autoridad; pero siguieron influyendo durante todo ese siglo145.

Era, además, esta ciencia hermética una ciencia ya inicialmente utilizadora de la experiencia, pero mayormente basada en la autoridad y en el secreto. En lo que se transmite con sigilo y sólo a los iniciados. Todos estos investigadores, a veces llamados «magos», arrancaban con una mezcla de supuestos vagos y experimentos repetidos sus secretos a la   —73→   naturaleza; y también los transmitían por la vía de la iniciación secreta, como un secreto que se concede al iniciado. Al discípulo se le pedía que continuara esa tradición, en el secreto que lo protegiera de los poderosos. Por eso aureolaban sus conocimientos con un nimbo de misterio, de revelación, como lo hizo Raimundo Lulio, que tanto influiría en Kircher y en Leibniz. Lulio recibió la revelación de su arte combinatorio, universal y enciclopédico, esto es, que contenía en su fuente y origen todo saber, para ser desarrollado lógicamente, cuando estaba de ermitaño haciendo penitencia en el monte Randa, en Mallorca. Fue incorporado a la corriente hermética sobre todo en el renacimiento, de modo que entonces lulismo y hermetismo eran casi la misma cosa146. Pico de la Mirandola, Ficino, Bruno..., todos ellos se iniciaron en el ars magna de Lulio y la usaron como instrumento algorítmico para obtener los conocimientos, como una especie de alquimia del saber, que alambicaba toda la realidad procesándola a favor del mago o filósofo. Además, Lulio tenía un sincretismo y un universalismo muy fuertes147, que le hacían pensar, herméticamente, que podría hacerse entender por todos y, lo que es más, persuadir a todos de la verdad universal del cristianismo, como trató de hacerlo con los árabes y fue martirizado.

Muchas veces los conocimientos eran presentados en los escritos en forma de diálogos, diálogos entre maestro y discípulo, y aun entre el hermético y algún enviado del cielo, nuevo Hermes que le transmitía un mensaje de lo alto, como se ve en la obra que emprendió el padre Alexandro Favián, corresponsal de Kircher en México. Algo de eso se ve en Sor Juana, fuertemente influida por el hermetismo, que adoptó la forma de un sueño como camino revelador del saber.




La transmisión del hermetismo a los mexicanos por Kircher

Atanasio Kircher encarnó en sus obras y en su persona esa tradición, reunió todo el saber que se había recibido y desarrollado en la escuela hermética, que habían adoptado los jesuitas debido a que su eclecticismo se lo permitía. Ese eclecticismo era parte de la Contrarreforma, y, sobre todo dejaba mucho lugar a la imaginación, como se ve en el manejo del lenguaje figurado, en la retórica de Gracián y otros, en tanto que la línea protestante o reformada se centró en el sentido literal. Pero Kircher influyó también en los reformados, por ejemplo en Leibniz, quien lo toma muy en cuenta para su libro De arte combinatoria.

La obra de Kircher influyó ampliamente en México. Elías Trabulse nos dice que los inventarios de bibliotecas, hechos por la Inquisición, reportan la presencia de sus obras. Para cosas de magnetismo lo cita fray   —74→   Diego Rodríguez, catedrático de matemáticas en la universidad y maestro de Sigüenza y Góngora. Muchos de los que hablaron sobre el cometa aparecido a fines de ese siglo en México usaban los libros de Kircher. Así se ve en el propio Sigüenza, pero también en sus adversarios: el padre Kino, Joseph de Escobar y Gaspar Juan Evelino. También lo citan el geómetra Joseph Sáenz y, ya en el siglo XVIII, Eguiara y Eguren, Clavijero, Alzate y León y Gama, Borunda y fray Servando Teresa de Mier, para asuntos de jeroglíficos, y el padre Gamarra para asuntos de física148.

Célebre y especial fue el caso de Sor Juana. En el retrato de ésta pintado por Miguel Cabrera aparecen las obras de Kircher junto a las de Galeno149. Además, el mencionado corresponsal mexicano de Kircher, Alexandro Favián, consiguió muchas obras del jesuita alemán, tanto para él como para el obispo Fernández de Santa Cruz, muy cerca del cual estaba. Este obispo fue el que dirigió a Sor Juana la famosa carta acerca de su mayor afición al estudio que a los rezos, con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz150. En su respuesta a esa carta, Sor Juana dice: «Así lo demuestra el R. P. Atanasio Quirquerio en su curioso libro De Magnete. Todas las cosas salen de Dios, que es el centro a un tiempo y la circunferencia de donde salen y donde paran todas las líneas criadas»151. Con ello acepta Sor Juana el esquema hermético-kircheriano de Dios como el círculo o la esfera cuyo centro y cuya circunferencia están en todas partes, por ser infinitos. Vemos la cita explícita del De Magnete de Kircher (Quirquerio) hecha por Sor Juana.

Por otra parte, la propia Sor Juana tiene un romance en el que dice:


Pues si la Combinatoria,
en que a veces kirkerizo,
en el cálculo no engaña
y no yerra en el guarismo...152



Y en un soneto al virrey marqués de la Laguna:


Vuestra edad, gran Señor, en tanto exceda
a la capacidad que abraza el cero,
que la combinatoria de Kirkero
multiplicar su cantidad no pueda153.



Ermilo Abreu Gómez, en su intento de reconstrucción de la biblioteca de Sor Juana, manifiesta la presencia de la tradición hermética. Sin embargo, el padre Alfonso Méndez Plancarte lo critica por incluir a ese   —75→   personaje mitológico e inexistente, Mercurio Trismegisto154. Con todo, podemos decir que Sor Juana conoce la obra de Hermes, si no directamente, al menos por medio de compiladores y transmisores, como el propio Kircher. Acerca de éste, el mismo Abreu Gómez menciona su presencia en la obra de nuestra monja155. Sobre la relación de Sor Juana con la tradición hermética habló expresamente Robert Ricard, al relacionar El sueño de la Décima Musa Mexicana con los sueños filosóficos herméticos156. Octavio Paz enlaza a Sor Juana con la tradición hermética a través de la obra de Kircher. Dice: «Por Kircher, sor Juana se enlaza a una tradición universal y todavía viva, una tradición que no ha cesado de inspirar a los poetas de nuestra civilización, desde el Renacimiento hasta la época contemporánea. Pero esta tradición, por su naturaleza misma, ha sido siempre una corriente subterránea. Sólo hasta ahora empezamos a conocer sus orígenes y percibimos sus ramificaciones. No deja de ser extraordinario que una de esas ramificaciones se encuentre en el México de fines del XVII y que se haya manifestado en uno de los textos más complejos, rigurosos e, intelectualmente, más ricos de la poesía de lengua española: Primero sueño»157. En concreto, el modelo de Sor Juana habría sido el Iter Extaticum de Kircher; pero también sus dos obras Oedipus Aegyptiacus y Musurgia Universalis. Por su parte, José Pascual Buxó dice prudentemente: «Así, pues, el indudable conocimiento que tenía Sor Juana de las obras del padre Kircher, si bien nos confirma su insaciable curiosidad científica, no es bastante para persuadirnos de que la doctrina de su poema sea esencialmente hermética y "egipciana" ni que la traza de El sueño haya de seguir fatalmente la del Iter Extaticum o la Musurgia Universalis; de esta última -hace poco también- Elías Trabulse aseguraba ser la obra que inspiró a Sor Juana "las etapas que el espíritu ha de recorrer a efecto de conocer la armonía... de todas las cosas creadas", y causa de que -a su juicio- El sueño no sea otra cosa que una versión en verso de "lo que Kircher había tratado 'científicamente' al describir cómo lo que preside las relaciones entre todos los seres creados... es la armonía musical"»158. Es cierto que no se debe exagerar la influencia del hermetismo en Sor Juana; hay también otras influencias. Pero tampoco se puede minimizar, ya que era algo muy peculiar a ese mundo extraño del siglo XVII que convivía con el surgimiento de la modernidad.

Sor Juana está muy poco en el mundo moderno. Más bien se coloca en esa reacción contra éste que fue el barroco, tensionado entre la escolástica y el hermetismo. La escolástica era medieval, y el hermetismo propiamente renacentista, aunque recorrió varias épocas. El   —76→   barroco, contrastado con la modernidad, nos hace pensar en la Edad Media; no en balde Irving Leonard llama a la Nueva España «sociedad neomedieval». De alguna manera eso es el barroco: un tiempo que tiene algo de neomedieval. Ciertamente sucumbió ante los embates del mundo moderno, pero fue un repunte del medioevo, conviviendo con lo nuevo, y sobre todo retardándolo. Los filósofos y científicos que originaron la modernidad tuvieron todavía algo de barrocos, pero eso fue desplazado por lo nuevo que nacía. Descartes con sus retorcimientos religiosos, Leibniz con su metafísica optimista, Galileo, Tycho y Kepler, y aun Newton, al que alguna vez se ha llamado «el último de los magos». Esos primeros científicos tuvieron resabios herméticos: resquicios de magia, confusiones astrológicas, etc. Pues bien, en el barroco mexicano, que era la alternativa no moderna, se daban muchos rasgos de detenimiento, embrollo y aun rechazo de lo moderno, que tienen mucho parecido con las últimas y más nuevas proclamas posmodernas.

Sor Juana está interesada en la teología, saber de salvación. La teología en la época del barroco oscilaba entre el conceptismo y el gongorismo, en todo caso padecía de una abigarramiento y recargo. Lo que se hacía en los retablos, que se sobrecargaban de adornos, se hacía en las páginas de los libros teológicos, que se sobrecargaban de erudición prolífica, cuestiones sutiles y distinciones menudas. Si a eso añadimos la influencia del hermetismo, se tiene una mezcla que explica muchos de los fenómenos literarios y de pensamiento en Sor Juana. De hecho la escolástica medieval y el hermetismo renacentista convivían en España y sus provincias de ultramar. Ermilo Abreu Gómez afirma: «La Edad Media y el Renacimiento no tienen fronteras en el espíritu de España. Una franja inefable, de espacio y de tiempo, los separa sin dividirlos. Se diría que sus valores, sin confundirse, conviven en el espacio. Al cambiar las épocas no fueron los hechos sino su sentido filosófico lo que varió en la conciencia ibérica. Más que la esencia, fue el rumbo, el ritmo de la marcha humana lo que se alteró. Se ha dicho que el Renacimiento español fue tardío. Debe aclararse esta apreciación: fue lento en concordar con los aspectos del Renacimiento europeo; pero era antiguo en sus gérmenes clásicos como en Italia o en Francia»159. De este barroco conceptista, Sor Juana cita al padre Baltasar Gracián: «como dijo doctamente Gracián, las ventajas en el entendimiento lo son en el ser»



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Fantasmagorías ilusorias

Hay un retrato muy notable de Kircher. El que aparece en la portada de su libro Mundus subterraneus160. Es una litografía, un grabado en bronce. En él se ve a Kircher a sus 76 años de edad, en 1678, es decir, cuando faltaban dos años para su muerte. Su fisonomía es vigorosa. Los ojos muy abiertos y la mirada inquisitiva y penetrante. Parece que devora lo que ve. Sus pómulos salientes, la cara adusta. La nariz recta y firme. Los labios apretados, con gesto fuerte y hasta rígido, con un rictus notorio en la quijada. La vestimenta parece el abrigo usado en lugares de mucho frío, tal vez por hallarse en el invierno europeo. En la cabeza lleva el bonete jesuítico, que nos revela o nos recuerda su pertenencia a la Compañía, como no deja tampoco de decirlo la leyenda que aureola el grabado, en la que además nos enteramos que era fuldensis, esto es, de Fulda, en Alemania.

Tiene unos ojos brillantes, con los que da la impresión de estar viendo más de lo que parece. Tal vez la cercanía de la muerte o tal vez su misma sapiencia alcanzada le hacían ver algo de la Trascendencia. Uno recuerda sus libros cargados de esa «ciencia» más pretenciosa que la moderna, pues quería llegar a cosas imposibles, como la invención del arca de Noé y el estudio de la torre de Babel161. Nos desconcierta esa mirada de Kircher, mirada que puede ser la de un visionario y también la de un iluso. Un poco atractiva y un poco sobrecogedora, esa mirada parece hundirse en el horizonte, en busca de sueños perdidos que rescatar. Esa mirada nos habla del tipo de conocimiento que el hermetismo barroco buscaba. Conocimiento de la realidad a través de sus símbolos el imán magnético, los jeroglíficos y el caracol.

¿Por qué esta relación del hermetismo con el barroco? Pues Kircher, al igual que sus cofrades Sebastián Izquierdo y Baltasar Gracián, así como Quevedo y Leibniz, pueden ser ubicados como sabios barrocos. El barroco es entusiasta (piénsese en la metafísica optimista de Leibniz): exuberante en el culteranismo y más parco en el conceptismo. Pero tanto en uno como en otro da la impresión de ser muy animoso162. ¿Qué dificultad le representa el acometer esas utopías e ideales, o incluso obsesiones y fantasías? Es, en verdad, reino de la fantasía, no sólo de la razón. La imaginación creativa se entremezcla con el esfuerzo racional; pero en una verificación empírica todavía incipiente y rudimentaria. Kircher habla del pez magnético del que le informa por carta Alejandro Favián, desde las aguas de México163, pero como algo apendicial, no   —78→   decisivo y ni siquiera como prioritario. Ya que era creíble porque era más fantástico que empíricamente constatable.

Este saber kircheriano llegó a Sor Juana. Kircher fue uno de sus principales paradigmas de conocimiento. Eso concuerda con su barroquismo gongorista y sofisticado (aunque también tiene momentos conceptistas y alambicados). La lleva al simbolismo mitologista del Neptuno alegórico, se deja ver en el Sueño, con sus alusiones al conocimiento enciclopédico de los arcanos misterios del cosmos, tanto del macrocosmos como del microcosmos (quizá más de este último), y transmina en otros escritos suyos. Sor Juana, sabia barroca como Sigüenza y Góngora, hace convivir el hermetismo con el escolasticismo. El hermetismo, tal vez no recogido directamente de los textos de Hermes, pero sí a través de hermetistas como el propio Kircher, le da ese regusto gnóstico, hermético en el sentido de oculto y que busca lo cerrado, que gusta ocultarse y exigir una laboriosa exégesis para poder penetrar en su secreto. Así como llegó a ser tan penetrante la mirada de Kircher, en el grabado al que nos referimos.

La mirada penetrante, pero un tanto perdida, de Kircher nos fascina. El sabio barroco se permitía brincar de su raíz escolástica al arrebato hermético-gnóstico. Convivían en él la argumentatividad escolástica con la fantasía neoplatónica, es decir, el concepto y la imagen. Eso se da en Sor Juana. En ella encontramos esos aspectos conjuntados. Sor Juana que da brillantez conceptual a sus escritos, Sor Juana que se deja ir en el vuelo de su fantasía. Sor Juana que piensa. Y Sor Juana que sueña.





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ArribaAbajoLa filosofía moral en Los empeños de una casa, de Sor Juana

En algunas de las obras de Sor Juana, sobre todo en sus piezas teatrales, se ven muchos puntos de la ética o filosofía moral que tenía ella, o que reflejaba las opiniones de su época. Preferimos Los empeños de una casa, porque Amor es más laberinto no fue escrita en su totalidad por Sor Juana, sino que en ella interviene el numen, bastante menor, de Juan de Guevara. Por eso solamente trataremos de esta que fue la única comedia escrita totalmente por la genial monja.


El asunto

La comedia Los empeños de una casa164, de Sor Juana Inés de la Cruz, habla del apasionado amor de Don Carlos y Doña Leonor.

Para realizar sus propósitos de unirse, el primero había raptado a la segunda, y había dejado herido a uno de los familiares del padre de ésta, Don Rodrigo. Por supuesto, este último estaba persiguiendo al raptor y a la raptada. En esa fuga, Doña Leonor llega a pedir refugio a casa de Doña Ana, hermana de Don Pedro. Éste se hallaba enamorado de Doña Leonor y deploraba que ella correspondiese a Don Carlos.

Por su parte, Don Juan, amigo de Don Pedro, amaba a la hermana de éste, Doña Ana, pero ella no lo tomaba en cuenta, y estaba, a su vez, enamorada de Don Carlos, y resuelta a quitárselo a Leonor. Doña Ana y su criada Celia amparan y esconden a los fugitivos; a Leonor en la casa y a Carlos y a su criado Castaño en las caballerizas, para que no se enterara de ello Don Pedro.

En su amor desesperado por Carlos, Doña Ana maquina engañar a Leonor y disuadir a Carlos del amor de ésta. Lo quería para sí. Por eso, con la ayuda de Celia propicia el que Don Pedro pueda hablar con Leonor. Éste le declara su amor, pero ella se mantiene fiel a Carlos, y rechaza todas las propuestas que le hace. Sin embargo, Castaño, para poder salir de la casa, tiene que disfrazarse con ropas de mujer, tapando su cara con un velo. En esa ficción, Don Pedro lo confunde con Leonor, y Castaño, teniendo que aparentar que es ella, le da esperanzas de su amor. La finalidad por la que Castaño tenía que salir de esa casa era llevar a Don Rodrigo un papel en el que Carlos reconocía lo que había hecho, y prometía casarse con Leonor. Esto le urgía, pues ya sabía que Don Rodrigo, queriendo a toda costa lavar su honor y el de su hija, sobre todo con ventaja económica, había aceptado que Don Pedro se casara con   —82→   ella. Lo que a Don Rodrigo le preocupaba era que Leonor no quedara deshonrada sin matrimonio.

Doña Ana, mientras tanto, procuraba convencer a Carlos de que ella lo amaba más que Leonor, dado que esta última había dado esperanzas a su hermano. Y había logrado que Carlos la viera y abrigara la duda en su corazón. Por ello Carlos mismo llega a flaquear, por resentimiento, con Doña Ana, y a considerar la posibilidad de dirigir hacia ella su amor. Doña Ana, ayudada por Celia, había dispuesto que Leonor presenciara esa flaqueza de Carlos. Pero Castaño alcanza a llevar el papel a Don Rodrigo, y él accede a que Don Carlos se case con Leonor. Con ello Don Pedro se da cuenta de que estuvo hablando a Castaño, y no a Leonor, como él creía, por el disfraz de éste. Entonces Don Juan aprovecha que a Doña Ana se le malogran sus amoríos con Carlos, para ofrecer desposorios a ésta, la cual lo acepta, como una especie de premio de consolación. Don Pedro acepta que no pudo conquistar a Leonor, y regaña a su hermana por haber hecho tantos enredos para conseguir a Carlos, al punto de poner en peligro su honra. Por su parte, Carlos se queda con Leonor, que comprende lo que ha pasado; y hasta Castaño se queda con Celia. Sólo se queda sin pareja Don Pedro.




Contexto ético

Esto último, la frustración de Don Pedro, parece obedecer a que trató de aprovecharse de la situación de Leonor, y se muestra como un castigo. Aunque la principal truculenta y enredadora fue Doña Ana, que así con trampas quiso conseguir el amor de Carlos, ella sólo recibe una reprimenda de su hermano, quien le dice que expuso demasiado su honor para lograr lo que tal vez podía haber intentado de buen modo. Pero, en fin, se queda con Don Juan, que la pretendía en secreto, como recompensa a la perseverancia de éste. Fidelidad y perseverancia son vistos por nuestra monja jerónima como valores muy encomiables.

La que se exhibe como virtuosa es Leonor, que mantiene firme su amor por Carlos en todo momento, a pesar de que éste llega a obnubilarse al ver a Leonor flirteada por Don Pedro. Leonor es el prototipo de la mujer amorosa y fiel, de pasiones fuertes, pero en la línea de la veracidad, que es lo que Sor Juana plasma como ideal de mujer. Con todo, a Carlos se le toma en cuenta la fuerza de su amor por Leonor, y es recompensado con la posesión de su dama. Sor Juana procura poner de relieve que actuó movido por los celos y el engaño. Pero, en el fondo, el premio a Carlos de la posesión de su dama parece más un premio a ella misma que a él.

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En la persona de Don Rodrigo Sor Juana llega a burlarse de la cuestión de honor, pues se le ve más deseoso de lavar su honra haciendo que Leonor se case con cualquiera, o Carlos o Don Pedro. Además, se hace ver que está venido a menos y que llegó a tentarle la mejor posición de este último. Quiere para su hija lo mejor que pueda conseguir, como si fuera la mejor oferta por una mercancía cualquiera.

Da la impresión de que la entrega incondicional es muy valorada por Sor Juana, bajo la forma de la fidelidad como virtud. Ya sea, en primer lugar, en la fidelidad de Leonor, ya sea en el amor impulsivo de Carlos, que, aun cuando tiene algún titubeo a favor de Doña Ana -al imaginarse que Leonor flaqueaba con Don Pedro-, sin embargo, de suyo la quiere, y fue capaz de arrostrar por ella tantos peligros y sinsabores. Castaño y Celia, los pícaros, se hacen simpáticos por sus agudezas de ingenio, además de hacerlo por el afecto que se tomaron.




Los adornos de la trama

Sor Juana adopta un tono conceptista, el cual queda bien dentro de su barroquismo, ya que es una parte de este fenómeno estético, y además maneja muy bien la paradoja o antífrasis, cuando hace decir a Doña Leonor:


Si de mis sucesos quieres
escuchar los tristes casos
con que ostentan mis desdichas
lo poderoso y lo vario,
escucha, por si consigo
que advirtiendo tu agrado,
lo que fue trabajo propio
sirva de ajeno descanso,
o porque en el desahogo
hallen mis tristes cuidados
a la pena de sentirlos
el alivio de contarlos165.



Los contrarios se unen allí para causar los efectos que son deseados, modulando y hasta aprovechando su oposición. Por lo demás, en esta comedia puede verse a Sor Juana describiéndose a sí misma cuando en boca de ese personaje sigue diciendo:


Inclineme a los estudios
desde mis primeros años
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con tan ardientes desvelos,
con tan ansiosos cuidados,
que reduje a tiempo breve
fatigas de mucho espacio.
Conmuté el tiempo industriosa
a lo intenso del trabajo,
de modo que en breve tiempo
era el admirable blanco
de todas las atenciones;
de tal modo, que llegaron
a venerar como infuso
lo que fue adquirido lauro.
Era de mi patria toda
el objeto venerado
de aquellas adoraciones
que forma el común aplauso.
Y como lo que decía
fuese bueno, o fuese malo,
ni el rostro lo deslucía,
ni lo desairaba el garbo,
llegó la superstición
popular a empeño tanto,
que ya adoraban deidad
el ídolo que formaron.
Voló la fama parlera,
discurrió reinos extraños,
y en la distancia segura
acreditó informes falsos166.



Dice Sor Juana que la superstición popular llegó a un empeño desmedido; pero su propio empeño, «el empeño de su casa», fue el estudiar y adquirir un saber fuera de lo común en su época. Asimismo, allí es notorio su ingenio y su gracejo, que se acerca al retruécano. Otro juego de palabras se encuentra allí mismo, cuando ella expresa:


Sin temor en los concursos
defendía mi recato
con peligro del peligro
y con el daño del daño167.



En sus intervenciones, Castaño representa lo práctico y realista, mientras que Don Carlos representa al enamorado idealista, casi un carácter quijotesco o de poeta romántico. El primero dice al segundo,   —85→   cuando éste dice haber visto a Doña Leonor en casa de Doña Ana, donde lograron a duras penas esconderse:


¿A Leonor? ¿Hazlo soñado?
¡Ay tan grande bobería!
Yo por loco te tenía,
pero no tan declarado.
De oírlo sólo me espanto,
señor, vete poco a poco;
mira, muy bueno es ser loco,
mas no es bueno serlo tanto.
La locura es conveniente
por las entradas de mes,
como luna, un si es no es
cuanto ayude a ser valiente.
Mas no, señor, de manera
que oyendo esos desatinos
te me atisban los vecinos
porque saben la tronera168.



Por su parte, Celia hace gala de su talento pícaro cuando sabe inculcar con habilidad en Don Carlos la duda acerca de Doña Leonor, haciendo caso a su ama, Doña Ana, que deseaba hacerlo desistir del amor de aquélla:


Temo, señor, que es pecado
descubrir vidas ajenas;
mas supuesto que tú has dado
en que lo quieres saber
y yo en que no he de contarlo;
vaya, mas sin que lo sepas,
y sabe que aquel milagro
de belleza, es una dama
a quien adora mi amo
y anoche, yo no sé cómo
ni cómo no, entró en su cuarto.
Él la enamora y regala;
¿con qué fin? yo no lo alcanzo,
ni yo en conciencia pudiera
afirmarte que ello es malo,
que puede ser que la quiera
para ser fraile descalzo.
Y perdona, que no puedo
decir lo que has preguntado,
—86→
que estas cosas mejor es
que las sepas de otros labios169.



Pero ya la duda está sembrada, y es poderosa productora de celos y desasosiego. Además de los juegos de ingenio, Sor Juana muestra un dejo de teología moral -algo dura y centrada en el castigo- cuando pone en boca de Don Rodrigo estas palabras:


Veis aquí cómo es el mundo,
a mí me agravia don Pedro,
don Carlos le agravia a él,
y no faltará un tercero
también que agravie a Don Carlos.
Y es que lo permite el cielo
en castigo de las culpas
y dispone que paguemos
con males que recibimos
los males que habremos hecho170.



Algo muy interesante para conocer las ideas de la época, la cual tenía en buen concepto al hermetismo (que era una de las facetas del pensamiento de Sor Juana), se ve en la alusión a la astrología, oficio -entre otros- de su amigo Sigüenza y Góngora, lo cual reluce al decir Don Carlos:


que entre mil dudas el pecho,
astrólogo de mis males,
me pronostica los riesgos171.



Como algo en lo que nuestra monja jerónima parece anticiparse a ciertos recursos de la vanguardia más moderna, un curioso metadiscurso o meta-comedia se abre de repente cuando Castaño hace que Don Carlos calle, apurándole así:


Vamos, y deja lamentos,
que se alarga la jornada
si aquí más nos detenemos172.



Se refiere a que ya debía terminar la segunda jornada de la comedia, y allí es en efecto donde adquiere abruptamente punto final. Una alusión a Calderón de la Barca, en la que Sor Juana indudablemente se inspiraba   —87→   para muchas de sus piezas teatrales, y al cual alude en otros lugares, se encuentra cuando Castaño exclama:


¡Quién fuera aquí Garatuza
de quien en las Indias cuentan
que hacía muchos prodigios!
que yo, como nací en ellas,
le he sido siempre devoto
como a santo de mi tierra.
¡Oh tú, cualquiera que has sido,
oh tú, cualquiera que seas,
bien esgrimas abanico,
o bien arrastres cantera,
inspírame alguna traza
que de Calderón parezca
con que salir de este empeño!173

También se refiere a Calderón, por ejemplo, en el sainete segundo que se representó en uno de los descansos de esa comedia. Uno de los personajes dice que pudo haberse escogido, para ser representada, una de Calderón, Moreto o Rojas174.

Un si es no es de feminismo se le escapa a Sor Juana cuando hace decir a Castaño, que ha terminado de disfrazarse con ropas de mujer y de cubrirse la cara con un velo:


Ya estoy armado, y quién duda
que en el punto que me vean
me sigan cuatro mil lindos
de aquestos que galantean
a salga lo que saliere,
y que a bulto se amartelan,
no de la belleza que es,
sino de la que ellos piensan175.



Pero también, como en un acto de justicia, muestra un mucho de conocimiento de lo femenino, y algo de crítica a las mujeres se alcanza a notar cuando el mismo personaje aclara, al ser galanteado en su disfraz mujeril:


¡Gran cosa es el ser rogadas!
Ya no me admira que sean
tan soberbias las mujeres,
—88→
porque no hay que ensoberbezca
cosa, como el ser rogadas176.



Con ello muestra Sor Juana ser equitativa en observaciones críticas. Critica tanto el papel del hombre como el de la mujer que se había dado en su época. También critica la pretendida defensa de la honra, que hacían los padres o las personas «ofendidas». Así señala hacia Don Rodrigo, que se preocupaba más de sí mismo, sintiéndose, como se sentía, ofendido en el honor de su hija Leonor. Él cuida mucho el honor,


porque es un cristal tan terso,
que si no le quiebra el golpe
le empaña sólo el aliento.
Esto habréis pensado vos,
y haréis bien en pensar esto,
pues también esto me trae.
Mas no es esto a lo que vengo
principalmente, porque
quiero con vos tan atento
proceder, que conozcáis
que teniendo de por medio
el cuidado de mi hija
y de mi honor el empeño,
con tanta cortesanía
procedo con vos, que puedo
hacer mi honor accesorio
por poner primero el vuestro177.



Vemos un matiz de reclamo en ese metro de Sor Juana. Y ahora, pasando al sainete segundo, al que ya nos hemos referido al mencionar su alusión a Calderón, uno de esos personajes, Muñiz, dice los siguientes juegos de ingenio y de ironía:


Amigo, mejor era Celestina,
en cuanto a ser comedia ultramarina;
que siempre las de España son mejores
y para digerirlas los humores
son ligeras; que nunca son pesadas
las cosas que por agua están pasadas.
Pero la Celestina que esta risa
os causó, era mestiza,
acabada a retazos,
y si le faltó traza, tuvo trazos,
y con diverso genio
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se formó de un trapiche y de un ingenio.
Y en fin, en su poesía
por lo bueno, lo malo se pulía;
pero aquí ¡vive Cristo! que no puedo
sufrir los disparates de Acebedo178.



Hay aquí un verdadero derroche de ingenio. Estamos ante un sainete en verdad brillante, en el que Sor Juana se dedica a burlarse de su propia comedia. Y, cuando los personajes del mismo le silban, dice con sorna:


Gachupines parecen
recién venidos,
porque todo el teatro
se hunde a silbos179.



No carece de fineza el chiste, y no quiere ser ofensivo, sino resaltar la dicción característica de los españoles peninsulares (gachupines), con la que se distinguían notoriamente de los criollos y demás estamentos de Indias. Como se ve, ya se les llamaba «gachupines» a fines del siglo XVII, y ya se marcaba una prosodia muy distinta a ambos lados del mar. Todos ellos eran elementos de la identificación y del nacionalismo de los mexicanos, y en Sor Juana se ve la búsqueda de la identidad de lo mexicano, por mucho que sea incipiente, como lo era también en el caso de Sigüenza y Góngora, pero ya en ambos decidida y abierta.




Balance

En síntesis, los contenidos filosófico-morales de esta comedia de Sor Juana apuntan a resaltar ciertos valores, que para ella son muy importantes. En ellos se ve su sensibilidad de mujer, además de su postura cristiana sincera y coherente. Virtudes como la fidelidad, tanto en la perseverancia como incluso en la vehemencia del amor mismo, son subrayadas por ella, más allá del mero apasionamiento. La sensatez y prudencia de las mujeres, como en Leonor, y el denuedo para superar las dificultades que se interponen entre los enamorados, como en Carlos, obtienen su premio en la realización de su anhelo. Aun la paciencia y la constancia de Don Juan logra su fruto. En cambio, la inconstancia de Doña Ana y el oportunismo de Don Pedro son castigados en el incumplimiento de sus objetivos. En los pícaros, como en Castaño y Celia, se alaba la rapidez de la inteligencia y la habilidad, y el afecto se ve recompensado. Todo esto nos habla no solamente del mundo de Sor   —90→   Juana, como una cultura precisa y bien delimitada, sino de tipos y caracteres que trascienden su momento histórico y se erigen en prototipos y paradigmas del comportamiento humano.





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