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Caviedes y Sor Juana

Giuseppe Bellini


Universidad de Milán



El siglo XVII, visto desde nuestra actual perspectiva, está dominado en la Colonia por dos figuras extraordinarias y diferentes, Sor Juana Inés de la Cruz en el Virreinato de la Nueva España y Juan del Valle y Caviedes en el del Perú. Hace tiempo ya, que el valor de la obra de la monja mexicana ha sido nuevamente reconocido1, más reciente es la valoración positiva de la creación artística del satírico peruano2. Ambas figuras están unidas por un curioso destino, que las pone continuamente en comparación: no se habla de Sor Juana sin hacer luego referencia a Caviedes, o viceversa. Determina esta situación no solamente su extraordinaria personalidad literaria, sino su misma vida, advirtiendo que, mientras en sus comienzos la fama del poeta de la Ribera estaba ligada, más que todo, a un morbosa insistencia sobre aspectos «malditos» de su aventura terrena3, con la Fénix de México es en tiempos todavía recientes cuando, a lo menos en Italia, se ha dado en novelar sobre su vida conventual, insinuando sospechas de homosexualidad4; insinuaciones no solamente descabelladas, sino del todo gratuitas, pero que le dan a ciertos intérpretes freudianos de su personalidad, motivo para regodearse en una supuesta pocilga.

También en esto las dos figuras señeras del siglo XVII acaban por encontrarse, víctimas ambas de estudiosos noveleros, que se dejan guiar solamente por sus gustos muy discutibles. ¿Y qué diremos del conocido poema en el cual Caviedes afirma que Sor Juana le pidió que le enviara sus versos?5 Tampoco tenemos pruebas; la monja de México no habla nunca de Caviedes en su obra; su creación parece estar muy lejos del clima propio de la del peruano: tan culta y aristocrática ella -aunque no tanto como para eliminar el humor6-, y tan populachera la de Caviedes, aunque no inculta, ciertamentente, sino todo lo contrario.

¿Por qué motivo Caviedes se inventaría que Sor Juana le había pedido versos? ¿Para darse pisto, para acreditar su categoría de poeta? Todo es posible, aunque poco me inclino a aceptarlo, puesto el carácter orgulloso del satírico, que parece legítimo deducir de ciertas composiciones. ¿Podría de veras Sor Juana haberse interesado al pobre poeta de la lejana Lima? Que ella tuviera presente este mundo lo sabemos por un romance con que responde a un caballero peruano que le había demostrado su admiración (613-617). ¿Pudo la monja desconocer la existencia de un poeta que, en el lejano Perú, gozaba ciertamente, y único, de seguro renombre, si no fama? Su atención iba, naturalmente, con explicable preferencia, a las «inimitables Plumas de la Europa» (Inés de la Cruz 158-161), que con sus elogios habían hecho «mayores» sus obras, pero su «americanismo», que entendemos sincero, sin nada de revolucionario o independentista, no la inclinaría a informarse igualmente sobre lo que en el ámbito literario, sucedía en otras regiones de su América?

Y, por otra parte, ¿por qué sólo Caviedes debía saber de Sor Juana y ella de él? Claro que la fama de la monja volaba más alto que la del pobre poeta peruano, encerrado en al ámbito limeño, sin libro editado, ni hojas sueltas, pero es difícil que una inteligencia tan viva y curiosa como la de la Fénix no dignara de atención a una poeta que cultivaba temas en parte correspondientes con los suyos, aunque tenía una gran parte de su obra dedicada a la sátira más impiadosa y, si queremos «desvergonzada» de las costumbres.

Son interrogativos no inútiles, creo, a los cuales no podemos dar sino una respuesta por aproximación, provisional, pero que se funda en algunos datos plausibles.

En torno a la vida de Sor Juana lo conocemos ya todo, o casi todo, pues la monja pasa por alto en su Respuesta, lo hemos, y lo han, notado ya varias veces, un largo período de su existencia. En cuanto a Caviedes ya, por mérito sobre todo de Antonio Lorente Medina7, hemos salido abundantemente de la nebulosa en que navegaban sus orígenes y su figura se nos presenta ahora más clara e identificable. Debido a estos motivos, y apoyándonos en su obra, y en la de Sor Juana, es posible ver en los dos artistas, personalidades que ciertamente pueden afirmar una serie de puntos de contacto no tan difíciles de demostrar.

¿Cuándo compondría Caviedes su poema, su «Carta» poética supuestamente o realmente, enviando a Sor Juana «alguno de sus versos», como la monja le pedía? No lo sabemos, pero es interesante notar que al poeta Sor Juana le pedía, si realmente se la pidió, una selección de su poesía. Libros no, pues Caviedes no tenía nada publicado ni había compuesto «obra» orgánica alguna, a no ser el conjunto de poemas reunidos bajo el título de Guerra física o, como se dio en llamarlos, Diente del Parnaso.

En el caso de que realmente la monja se los hubiera pedido estos versos, ¿cuáles le enviaría Caviedes? Tampoco esta pregunta tiene respuesta cierta. Podemos únicamente suponer que, debido a la condición religiosa de la Fénix y la fama de su cultura, el satírico peruano le enviaría algo que podía estar bien dentro de las temáticas sorjuaninas: poesía de habilidad barroca, poesía religiosa, poesía filosófica y satírica «decente», digamos, por ejemplo el poema «Doctos de Chafalonía» en el cual tanta parte tiene la nota personal del poeta, que nunca había logrado salir de su misérrima condición, por más que se codeara con los poderosos en la tertulia virreinal, y el orgulloso soneto sobre el poder de la inteligencia8, una especie de «consolación» a través del talento, frente a la mala planta, de vida inextinguible, del saber de «introducciones», que permitía alcanzar puesto y medrar por méritos que nada tenían que ver con el mérito verdadero.

Sólo el producto de su ingenio podía consolar al poeta, pues no se lo debía a nadie, a ningún favor y por eso no suponía «pensiones»:


Sin aquestas pensiones, el talento se consigue, perdón que
ofrezco al cielo; con su luz entretiene y da contento.
Si poesías y ciencias dan consuelo, así el que tuviere
entendimiento
el más feliz será que hay en el suelo.


¿Qué reacción tendría Sor Juana frente a estos versos, siempre que los leyera? Supongo que, de haberlos realmente leído, la monja encontraría en ellos mucho de su misma experiencia. Ella misma, en condiciones diferentes, había abandonado la corte virreinal y había ingresado al convento para continuar en sus estudios, en su ejercicio artístico, que tantas persecuciones debía acarrearle, aunque le dio fama para los siglos. Sor Juana, autora de una obra tan dominada por la autobiografía, frente al no menos autobiográfico Caviedes, no debía de quedar indiferente, pues en varios de sus poemas veía ciertamente reflejarse su propia vida. No olvidemos lo que en la Respuesta la monja afirma a propósito de su inclinación avasalladora hacia el estudio y la creación artística, de su sed de aprendimiento, y su dolorosa denuncia de las dificultades que continuamente se le opusieron en el convento: si había alcanzado el éxito como artista, ello no había significado más que infelicidad. En su defensa escribe, en la Respuesta a Sor Filotea, que la acusaba de dedicarse demasiado a cosas profanas:

¿Quién no creerá, viendo tan generales aplausos que he navegado viento en popa y mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues Dios sabe que no ha sido muy así; porque entre las flores de esas mismas aclamaciones, se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuántas no podré contar; y los que más nocivos y sensibles para mí han sido, no son ¿aquellos que con declarado odio y malevolencia me han perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien (y por ventura mereciendo mucho con Dios por la buena intención) me han mortificado, y atormentado más que los otros [...]


(Bellini 79).                


Al final, Sor Juana se callará definitivamente, limitándose a unos pocos documentos rituales: declaraciones de adhesión a la Santa Iglesia Católica, protesta de su propia indignidad de pecadora, etc...

Nada sabemos cierto a propósito de las dificultades que encontró Caviedes en su vocación intelectual, a no ser su persistente condición indigente, que lo dejó, al momento de su muerte sin la posibilidad siquiera de pagarse el entierro. Sin embargo nadie, parece, logró hacerlo callar y ciertamente persecuciones debió de sufrir de parte de los varios personajes, especialmente médicos, casi todos en posición dominante, a quienes satirizaba con humor cruel. Mientras Sor Juana parece casi pedir disculpa por la fuerza de su «inclinación» (Bellini 79), Caviedes declara con orgullo que todo se lo debe a sí mismo, a su propia inteligencia, no a las aulas universitarias o a estudios regulares y afirma su aporte fresco a la poesía:

y así doy frutos silvestres de árbol de inculta montaña, que la ciencia del cultivo no aprendió en lengua la azada.


(81-84)                


La postura de ambos poetas frente al hombre y al mundo los acerca aún más. Los dos habían tenido a lo menos un maestro común, Francisco de Quevedo, del cual, cada uno según su propia índole, habían ido escogiendo dentro de su obra lo que más correspondía a su personal inclinación. Una línea común la representa cierta filosofía de la vida, el desencanto del mundo, la falta de aprecio por el hombre en general, y si la monja de México insistía sobre el desengaño de lo temporal -«La posesión de cosas temporales, / temporal es, Alcino, y es abuso / el querer conservarlas siempre iguales» (Inés de la Cruz 292), Caviedes radiografiaba con íntima amargura la universal avería a través de las muchas máscaras con que intentaban disfrazarse los personajes que dominaban la vida diaria de la capital peruana.

La Colonia, a través de estos dos personajes, muestra ya su íntima decadencia. El drama personal de Sor Juana recibe tanta resonancia a través de la Respuesta a Sor Filotea, que se transforma en drama de todo el Virreinato de la Nueva España. Y Caviedes, en toda su obra satírica no hace más que denunciar el desastre, que es un desastre humano, moral esencialmente. El aislamiento de la monja de México, su silencio final, denuncian más que otras formas de protesta el momento crítico de un mundo fundado sobre un principio de autoridad del todo injusto. Con la resonancia de su voz, bien metido dentro de la sociedad, Juan del Valle y Caviedes muestra el desastre del Virreinato del Perú. Ambos testimonios de una época a la que, en forma distinta, pero directa, han participado.

Estas pocas líneas dedico al Profesor Don Luis Monguió, en la ocasión de celebrar sus 85 años, cifra feliz para quien la festeja y para sus amigos y discípulos, en el número de los cuales me pongo yo. Un verso de Leopardi viene al caso: «serena ogni montagna». Es lo que le deseo a Don Luis, «montaña» de sabiduría, siempre serena.






Obras citadas

  • Bellini, Giuseppe. Sor Juana e i suoi misteri. Milano: Consiglio Nazionale delle Ricerche, Cisalpino-Goliardica, 1987.
  • Caviedes, Juan Valle de. Obra Completa, ed. María Leticia Cáceres, y estudios de Luis Jaime Cisneros y Guillermo Lohmann Villena. Lima: Biblioteca Clásicos del Perú.
  • Inés de la Cruz, Sor Juana. «Respondiendo a un Caballero del Perú, que le envió unos Barros diciéndole que se volviese hombre», Obras completas, ed. A. Méndez Plancarte, tomo I. México: Fondo de Cultura Económica, 1951.


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