Un centenario actual
Ricardo Gullón
—270→
Todos los centenarios son iguales, pero unos centenarios son más iguales que otros, diremos, parodiando a George Orwell en Animal Farm. Todos tienen cien años cabales, sea contando desde el nacimiento, sea desde la muerte del causante; pero mientras algunos están hechos una ruina, otros se conservan que da gusto verlos. Gracias a los centenarios, salimos del sota-caballo-rey habitual, y a veces incluso sirven para que los escritores ganen unas pesetillas a cuenta de ese monstruo voluble y extrañado llamado «la actualidad».
De cada mil centenarios, dos o tres (refiriéndonos a los de escritores) tienen verdadero interés. La comprobación es algo lúgubre y como para desanimar a los variopintos plumíferos obstinados en pedir a la literatura una notoriedad que, perdurando a través de los tiempos, llegue a convertirse, si no en la gloria, por lo menos en discreto sucedáneo de ella. De lustro en lustro, surge resplandeciente y juvenil un centenario vivo, es decir, el centenario de un escritor cuya obra resulta tan cercana a nosotros que sorprende comprobar lo viejo de un siglo o dos: así con Larra, Bécquer, Galdós y, ahora, con Leopoldo Alas.
Admira ver cómo se conserva, casi al medio siglo de su muerte el buen Clarín, a quien la miopía no impidió ver bastante más lejos de sus narices, límite máximo al que osaban asomarse algunos «intelectuales» de la época. Mariano Baquero, Carlos Clavería, Francisco García Pavón y otros escritores están insistiendo en demostrar que la obra narrativa de Alas está escrita desde una sensibilidad semejante a la actual y con técnicas y procedimientos que conservan plena vigencia: por eso puede ser llamada, con toda justicia, actual.
Suele pensarse que la crítica clariniana ha perdido validez, y en mucha parte así ocurre. Hay en ella demasiada cominería, demasiada atención a lo pequeño circunstancial, y, aunque comprendamos las razones que le movieron a realizar esa «crítica de policía», como él la llamaba, no es posible sino comprobar que, en general, al escribirla, sacrificó los valores permanentes al chisporroteo del momento. Pero las excepciones existen y prueban agudeza en la observación de costumbres todavía no caducadas. Bastantes comentarios de Alas podrían publicarse ahora sin parecer —271→ anacrónicos, sino denuncia de fenómenos, quizá desarraigables, de la vida literaria.
Leamos: «Chateaubriand se quejaba ya de que se acababan
los hombres grandes para todo el mundo; según él,
dentro de poco ya no habría celebridades europeas.
Más adelante se dijo que habíamos llegado a la edad
de las medianías. Es verdad. El humorismo, la delicadeza, el
pesimismo poético, patrimonio antes de pocas almas escogidas
y enfermas de genio, son hoy baldíos en que se
alimentan como pueden muchos espíritus vulgares con un poco
de talento. Véase lo que sucede en Francia, donde aparecen
todos los años dos o tres poetas blasfemos, o
escépticos, o humoristas hábiles en el manejo de las
palabras y en el arte de enseñar llagas psicológicas,
postizas las más veces»
.
Y con respecto a
España: «Aquí pasa ya por
envidioso el que se opone a la corriente general que proclama el
genio de... un ganso. En cambio, si se trata de dar a los buenos
escritores lo que merecen, separándolos de los malos, como
piensa hacer Dios en el Día del Juicio, se pone el grito en
el cielo y hasta se habla de igualdad y fraternidad. Aquí,
por sistema, se protege al que empieza mal y se olvida o desprecia
al que sigue bien. Yo he visto a cinco, diez, veinte
periódicos analizar detenidamente una novela o un
drama de un badulaque, que no merecía ni ser nombrado, y
dejar que pasara sin un mal artículo una obra notable de un
autor merecidamente célebre. Aquí se llama
crítico a cualquiera y se habla de las rapsodias que
colecciona en pésimo castellano...»
Así escribió Alas, mayo de 1885, en el prólogo a Sermón perdido. Nada tan fácil como acumular testimonios de cuán actual puede ser, a ratos, su palabra, testimonio, entre otras cosas, de la inaptitud de la crítica para reformar o influir siquiera en las costumbres, en las malas costumbres del mundillo literario.