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Un ataque norteamericano contra Menéndez Pidal

Ricardo Gullón





Bajo el título Rasgos nacionales y mitologías publica la Kenyon Review (Primavera 1952) una extensa reseña de Los españoles en su historia, de Menéndez Pidal, redactada por Paul Radin. Piensa Radin que las generalizaciones a que llega el maestro de la historiografía española no han sido obtenidas histórica e inductivamente, y siente como una ofensa personal la pasión hispánica del ilustre maestro.

Toda pretensión de definir a un grupo nacional supone riesgos que nadie ignora mejor que don Ramón, y por eso, antes de intentar caracterizar a los españoles, estudió del modo más concienzudo todos los datos que a través de la historia podían revelar las peculiaridades de la raza.

En opinión de Menéndez Pidal, la austeridad es la cualidad básica del español, y sus argumentos, lejos de ser subjetivos y faltos de crítica, se apoyan en un examen riguroso de la realidad española a lo largo de veinte siglos. El profesor Radin, pues profesor de sociología resulta ser el malhumorado comentarista, no entiende que un trabajo de síntesis, como el que tan vanamente intenta comprender, implica selección y no acumulación de datos, mas si se decidiera a dar un vistazo a la ingente obra del maestro, podría comprobar que no son materiales de primera mano lo que en ella falta.

Que al dómine yanquee no le entre en la cabeza la idea de que para los reyes y para la mayoría de los conquistadores españoles los beneficios económicos de sus empresas no eran móviles preponderantes, es cosa que no sorprenderá a nadie. ¿Cómo este amojamado y metalizado sociólogo llegaría a concebir, a imaginar la actitud espiritual de un conquistador español del siglo XVI, y ni siquiera la de un campesino castellano en estos nuestros tiempos? Según Radin, el español a diferencia del francés, el inglés y el italiano, padece una inseguridad básica, surgida «cuando compara la ruptura y desigualdad, la discontinuidad de su cultura, con la de sus vecinos», y para defenderse de su falta de integración y de su inseguridad, convierte en virtudes «la pureza y la continuidad».

La flecha final del malévolo comentarista (y ahí le vemos la abundante oreja) atribuye a Menéndez Pidal una deshonestidad sólo concebible por quien, según se descubre, escribe movido por el resentimiento político: «ficciones, mitos y genealogías de esta naturaleza -dice- no tienen nada que ver con la verdad. Sirven las necesidades de la terapéutica del momento». Y concluye sugiriendo que la presencia del Maestro en España implica que la tesis expuesta en el volumen comentado es un artilugio montado para servir al actual régimen de este país.





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