Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Siguiente

La sangre devota1

Ramón López Velarde

Cubierta

Portada

—[5]→

En el reinado de la Primavera

—[6]→
—7→
   Amada, es Primavera.

Fuensanta, es que florece

la eclesiástica unción de la cuaresma.

   Hay un alivio dulce

en las almas enfermas,

porque Abril con sus auras les va dando

la sensación de la convalecencia.

   Se viste el cielo del mejor azul y de rosas la tierra,

y yo me visto con tu amor... ¡Oh gloria

de estar enamorado, enamorado,

ebrio de amor a ti, novia perpetua,

enloquecidamente enamorado,

como quince años, cual pasión primera!

—8→
   Y con la dicha de palomas que huyen

del convento en que estaban prisioneras

y se van lejos, bajo la promesa

azul del firmamento

y sobre la florida de la tierra,

así vuelan a verte en otros climas,

¡oh santa, oh amadísima, oh enferma!

estos versos de infancia que brotaron

bajo el imperio de la Primavera.


—[9]→

Tenías un rebozo de seda

(A Eduardo J. Correa)

—[10]→
—11→
   Tenías un rebozo en que lo blanco

iba sobre lo gris con gentileza

para hacer a los ojos que te amaban

un festejo de nieve en la maleza.

   Del rebozo en la seda me anegaba

con fe, como en un golfo intenso y puro,

a oler abiertas rosas del presente

y herméticos botones del futuro.

   (En abono de mi sinceridad

séame permitido un alegato:

entonces era yo seminarista

sin Baudelaire, sin rima y sin olfato).

—12→
   ¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo

de maleza y de nieve,

en cuya seda me adormí, aspirando

la quintaesencia de tu espalda leve?


—[13]→

Ser una casta pequeñez...

(A Alfonso Cravioto)

—[14]→
—15→
   Fuérame dado remontar el río

de los años, y en una reconquista

feliz de mi ignorancia, ser de nuevo

la frente limpia y bárbara del niño...

   Volver a ser el arrebol, y el húmedo

pétalo, y la llorosa y pulcra infancia

que deja el baño por secarse al sol...

   Entonces, con instinto maternal,

me subirías al regazo, para

interrogarme, Amor, si eras querida

hasta el agua inmanente de tu pozo

o hasta el penacho tornadizo y frágil

de tu naranjo en flor.

   Yo, sintiéndome bien en la aromática

vecindad de tus hombros y en la limpia

fragancia de tus brazos,

te diría quererte más allá

de las torres gemelas.

—16→
   Dejarías entonces en la bárbara

novedad de mi frente

el beso inaccesible

a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

   ¿Por qué en la tarde inválida,

cuando los niños pasan por tu reja,

yo no soy una casta pequeñez

en tus manos adictas

y junto a la eficacia de tu boca?


—[17]→

Viaje al terruño

(A Enrique Fernández Ledesma)

—[18]→
—19→

Invitación

   De tu magnífico traje

recogeré la basquiña

cuando te llegues, oh niña,

al estribo del carruaje.

   Esperando para el viaje

la tarde tiene desmayos

y de sus últimos rayos

la luz mortecina ondea

en la lujosa librea

de los corteses lacayos.

   No temas: por los senderos

polvosos y desolados,

te velarán mis cuidados,

galantes palafreneros.

   Y cuando con mil luceros

en opulento derroche

se venga encima la noche,

obsequiará tus oídos

con sus monótonos ruidos

la serenata del coche.

—20→

En camino

   Al fin te ve mi fortuna

ir, a mi abrigo amoroso,

al buen terruño oloroso

en que se meció tu cuna.

   Los fulgores de la luna,

desteñidos oropeles,

se cuajan en tus broqueles,

y van, por la senda larga,

orgullosos de su carga

los incansables corceles.

   De la noche en el arcano

llega al éxtasis la mente

si beso devotamente

los pétalos de tu mano.

   En la blancura del llano

una fantasía rara

las lagunas comparara

azuladas y tranquilas

con tus azules pupilas

en la nieve de tu cara.

   La aurora su lumbre viva

manda al cárdeno celaje

y al empolvado carruaje

un rayo de luz furtiva.

   Surge la ciudad nativa:

en sus lindes, un bohío

parece ver que del río

el cristal rompen las ruedas,

y entre mudas alamedas

se recata el caserío.

   Como níveo relicario

que ocultan los naranjales,

—21→
del coche por los cristales

¿no distingues el Santuario?

   Del esbelto campanario

salen y rayan los cielos

las palomas con sus vuelos,

cual si las torres, mi vida,

te dieran la bienvenida

agitando sus pañuelos.

Llegada

   Por las tapias la verdura

del jazmín, cuelga a la calle,

y respira todo el valle

melancólica ternura.

   Aromarán la frescura

de tus carrillos sedeños

los jardines lugareños

y en las azules mañanas

llegarán a tus ventanas,

en enjambre, los ensueños.

   Escucharás, amor mío,

girando en eterna danza,

la interminable romanza

de las hojas... Y en el frío

mes de diciembre sombrío,

en el patriarcal sosiego

del hogar, mi dulce ruego

ha de loar tu belleza

cabe la muda tristeza

del caserón solariego.

   Esparcirán sus olores

las pudibundas violetas

y habrá sobre tus macetas

las mismas humildes flores:

—22→
la misma charla de amores

que su diálogo desgrana

en la discreta ventana,

y siempre llamando a misa

el bronce, loco de risa,

de la traviesa campana.

   A tus plácidos hogares

irán las venturas viejas

como vienen las abejas

a buscar los colmenares.

   Y mi cariño en tus lares

verás cómo se acurruca

libre de pompa caduca,

al estrecharte mi abrazo

en el materno regazo

de la amorosa tierruca.


—[23]→

Pobrecilla sonámbula...

(A Pedro de Alba)

—[24]→
—25→
   Con planta imponderable

cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,

y es tu sufrido rostro como un éxtasis

que se dilata en una transparencia.

   ¡Pobrecilla sonámbula!

Pareces, en tu ruta de novicia,

ir diciendo al azar: «No me hagáis daño;

temo que me maltrate una caricia».

   Devuelves su matiz inmaculado

al paisaje ilusorio en que te posas

y restituyes en su integridad

inocente a los hombres y a las cosas.

—26→
   Así cruzas el mundo

con ingrávidos pies, y en transparencia

de éxtasis se adelgaza tu perfil,

y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,

soy la virginidad del panorama

y la clara embriaguez de tu conciencia».


—[27]→

Domingos de Provincia

—[28]→
—29→
   En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre

que en la Plaza descubran las gentiles cabezas

las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre

y la banda en el kiosco toca lánguidas piezas.

   Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora,

los amantes se miran con la mejor mirada

y la orquesta en sus flautas y violín atesora

mil sonidos románticos en la noche enfiestada.

—30→
   Los días de guardar en pueblos provincianos

regalan al viandante gratos amaneceres

en que frescos los rostros, el Lavalle en las manos,

   camino de la iglesia van las mozas aprisa;

que en los días festivos, entre aquellas mujeres

no hay una cara hermosa que se quede sin misa.


—[31]→

Mi prima Águeda

(A Jesús Villalpando)

—[32]→
—33→
   Mi madrina invitaba a mi prima Águeda

a que pasara el día con nosotros,

y mi prima llegaba

con un contradictorio

prestigio de almidón y de temible

luto ceremonioso.

   Águeda aparecía, resonante

de almidón, y sus ojos

verdes y sus mejillas rubicundas

me protegían contra el pavoroso

luto...

Yo era rapaz

y conocía la o por lo redondo,

y Águeda que tejía

mansa y perseverante en el sonoro

corredor, me causaba

calosfríos ignotos...

(Creo que hasta la debo la costumbre

heroicamente insana de hablar solo).

—34→
   A la hora de comer, en la penumbra

quieta del refectorio,

me iba embelesando un quebradizo

sonar intermitente de vajilla

y el timbre caricioso

de la voz de mi prima.

Águeda era

(luto, pupilas verdes y mejillas

rubicundas) un cesto policromo

de manzana y uvas

en el ébano de un armario añoso.


—[35]→

A la gracia primitiva de las aldeanas

—[36]→
—37→
   Hambre y sed padezco: Siempre me he negado

a satisfacerlas en los turbadores

gozos de ciudades -flores de pecado-.

Esta hambre de amores y esta sed de ensueño

que se satisfagan en el ignorado

grupo de muchachas de un lugar pequeño.

    Vasos de devoción, arcas piadosas

en que el amor jamás se contamina;

jarras cuyas paredes olorosas

dan al agua frescura campesina...

   Todo eso sois, muchachas cortijeras

amigas del buen sol que os engalana,

que adivináis las cosas venideras

cual hacerlo pudiese una gitana.

   Amo vuestros hechizos provincianos,

muchachas de los pueblos, y mi vida

gusta beber del agua contenida

en el hueco que forman vuestras manos.

   Pláceme en los convites campesinos,

cuando la sombra juega en los manteles,

veros dar la locura de los vinos,

pan de alegría y ramos de claveles.

—38→
   En el encanto de la humilde calle

sois a un tiempo, asomadas a la reja,

el son de esquilas, la alternada queja

de las palomas, y el olor del valle.

   Buenas mozas: no abrigo más empeños

que oír vuestras canciones vespertinas,

llegando a confundirme en las esquinas

entre el grupo de novios lugareños.

   Mi hambre de amores y mi sed de ensueño

que se satisfagan en el ignorado

grupo de doncellas de un lugar pequeño.


—[39]→

La bizarra capital de mi Estado...

(A Jesús B. González)

—[40]→
—41→
   He de encomiar en verso sincerista

la capital bizarra

de mi Estado, que es un

cielo cruel y una tierra colorada.

   Una frialdad unánime

en el ambiente, y unas recatadas

señoritas con rostro de manzana,

ilustraciones prófugas

de las cajas de pasas.

   Católicos de Pedro el Ermitaño

y jacobinos de época terciaria.

(Y se odian los unos a los otros

con buena fe).

Una típica montaña

que, fingiendo un corcel que se encabrita,

al dorso lleva una capilla, alzada

al Patrocinio de la Virgen.

Altas

y bajas del terreno, que son siempre

un broma pesada.

—42→
   Y una Catedral, y una campana

mayor que cuando suena, simultánea

con el primer clarín del primer gallo,

en las avemarías, me da lástima

que no la escuche el Papa.

Porque la cristiandad entonces clama

cual si fuese su queja más urgida

la vibración metálica,

y al concurrir ese clamor concéntrico

del bronce, en el ánima del ánima,

se siente que las aguas

del bautismo nos corren por los huesos

y otra vez nos penetran y nos lavan.


—[43]→
—[44]→
—45→
   Tu paz -¡oh paz de cada día!

y mi olor que es inmortal,

se han de casar, Amada mía,

en una noche cuaresmal.

   Quizá en un Viernes de Dolores,

cuando se anuncian ya las flores

y en el altar que huele a lirios

el casto pecho de María

sufre por nos siete martirios;

mientras la luna, Amada mía,

deja caer sus tenues franjas

de luz de ensueño sideral

sobre las místicas naranjas

que por el arte virginal

de las doncellas de la aldea,

lucen banderas de papel

e irisaciones de oropel

sobre la piel que amarillea.

   Fuensanta: al amor aventurero

de cálidas mujeres, azafatas

súbditas de la carne, te prefiero

por la frescura de tus manos gratas.

—46→
   Yo te convido, dulce Amada,

a que te cases con mi pena

entre los vasos de cebada

la última noche de novena.

    Te ha de cubrir la luna llena

con luz de túnica nupcial

y nos dará la Dolorosa

la bendición sacramental.

   Y así podré llamarte esposa,

y haremos juntos la dichosa

ruta evangélica del bien

hasta la eterna gloria.

Amén


—[47]→

En las tinieblas húmedas...

—[48]→
—49→
   En las alas obscuras de la racha cortante

me das, al mismo tiempo una pena y un goce:

algo como la helada virtud de un seno blando,

algo en que se confunden el cordial refrigerio

y el glacial desamparo de un lecho de doncella.

   He aquí que en la impensada tiniebla de la muda

ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas

de mi apetito; he aquí que en la húmeda tiniebla

de la lluvia, trasciendes a candor como un lino

recién lavado, y hueles, como él, a cosa casta;

he aquí que entre las sombras regando estás la esencia

del pañolín de lágrimas de alguna buena novia.

   Me embozo en la tupida obscuridad, y pienso

para ti estos renglones, cuya rima recóndita

has de advertir en una pronta adivinación

porque son como pétalos nocturnos, que te llevan

un mensaje de un singular calosfrío;

y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando

estas sílabas frágiles en tropel, como ráfaga

de misterio, al umbral de tu espíritu en vela.

—50→
   Toda tú te deshaces sobre mí como una

escarcha, y el translúcido meteoro prolóngase

fuera del tiempo; y suenan tus palabras remotas

dentro de mí, con esa intensidad quimérica

de un reloj descompuesto que da horas y horas

en una cámara destartalada...


—[51]→

Ofrenda romántica

—[52]→
—53→
   Fuensanta: las finezas del Amado,

las finezas más finas,

han de ser para ti menguada cosa,

porque el honor a ti, resulta honrado.

   La corona de espinas, llevándola por ti,

es suave rosa que perfuma la frente del Amado.

   El madero pesado

en que me crucifico por tu amor,

no pesa más, Fuensanta,

que el arbusto en que canta

tu amigo el ruiseñor

y que con una mano

arranca fácilmente el leñador.

   Por ti el estar enfermo es estar sano;

nada son para ti todos los cuentos

que en la remota infancia

divierten al mortal;

porque hueles mejor que la fragancia

de encantados jardines soñolientos,

y porque eres más diáfana, bien mío,

que el diáfano palacio de Cristal.

—54→
   Pero con ser así tu poderío,

permite que te ofrezca el pobre don

del viejo parque de mi corazón.

   Está en diciembre, pero con tu cántico

tendrá las rosas de un abril romántico.

   Bella Fuensanta,

tú ya bien sabes el secreto: ¡canta!


—[55]→

Para tus pies

—[56]→
—57→
   Hoy te contemplo en el piano, señora mía, Fuensanta,

las manos sobre las teclas, en los pedales la planta,

y ambiciona santamente la dicha de los pedales

mi corazón, por estar bajo tus pies ideales.

   Porque yo sé de tu planta ser de todas la más pura,

tu planta sabe las rutas sangrientas de la Pasión,

que por ir tras Jesucristo por calles de la Amargura

dejó el sendero de lirios de Belkis y Salomón.

   Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines

para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,

cuyos senderos polvosos y desolados jardines

te han de devolver en rosas la más estéril cizaña.

   En las tertulias de noches de prolongada vigilia,

—58→
en el piano me pareces moderna Santa Cecilia

que cual solícita novia, con sus harmónicos pies,

con la magia de los ojos y el milagro del sonido,

venciendo horas y distancia me lleva siempre a través

de los valles lacrimosos, al Paraíso Perdido.


—[59]→

Nuestras vidas son péndulos

—[60]→
—61→
   ¿Dónde estará la niña

que en aquel lugarejo

una noche de baile

me habló de sus deseos

de viajar, y me dijo su tedio?

   Gemía el vals por ella,

y ella era un boceto

lánguido: unos pendientes

de ámbar, y un jazmín

en el pelo.

   Gemían los violines

en el torpe quinteto...

E ignoraba la niña

que al quejarse de tedio

conmigo, se quejaba

con un péndulo.

—62→
   Niña que me dijiste

en aquel lugarejo

una noche de baile

confidencias, de tedio:

dondequiera que exhales

tu suspiro discreto,

nuestras vidas son péndulos...

   Dos péndulos distantes

que oscilan paralelos

en una misma bruma

de invierno.


—[63]→

Poema de Vejez y de Amor

(A Armando J. Alba)

—[64]→
—65→
   Mi vida, enferma de fastidio, gusta

de irse a guarecer año por año

a la casa vetusta

de los nobles abuelos,

como a refugio en que en la paz divina

de las cosas de antaño

sólo se oye la voz de la madrina

que se reporte del acceso de asma

para seguir hablando de sus muertos

y narrar, al amparo del crepúsculo,

la aparición del familiar fantasma.

   A veces, en los ámbitos desiertos

de los viejos salones,

cuando dialogas con la voz anciana,

se oye también, sonora maravilla,

tu clara voz, como la campanilla

de las litúrgicas elevaciones.

—66→
   Yo te digo en verdad, buena Fuensanta,

que tu voz es un verso que se canta

a la Virgen, las tardes en que Mayo

inunda la parroquia con sus flores:

que tu mirada viva es como el rayo

que arranca el sol a la custodia rica

que dio para el altar mayor la esposa

de un católico Rey de las Españas;

que tu virtud amable me edifica,

y que eres a mis ósculos sabrosa,

no como de los reyes los manjares,

sino cual pan humilde que se amasa

en la nativa casa

y se dora en los hornos familiares.

   ¡Oh, Fuensanta: mi espíritu ayudado

de tus manos amigas,

ha de exhumar las glorias del pasado:

En el ropero arcaico están las ligas

que en el día nupcial fueron ofrenda

del abuelo amador

a la novia de rostro placentero,

y cada una tiene su leyenda;

«Tú fuiste, Amada, mi primer amor»,

«Y serás el postrero».

   ¡Oh; noble sangre, corazón pueril

de comienzos del siglo diecinueve,

para ti la mujer, por el decoro

de sus blancas virtudes,

era como una Torre de Marfil

en que después del madrigal sonoro

colgabas los románticos laudes!

   Yo obedezco, Fuensanta, al atavismo

de aquel alto querer, te llamo hermana,

y fiel a mi bautismo,

—67→
sólo te ruego en mi amoroso mal

con la prez lauretana.

   Tu llanto es para mí linfa lustral

que por virtud divina se convierte

en perlas eclesiásticas, bien mío,

para hacerme un rosario contra el frío

y las hondas angustias de la muerte.

   Los vistosos mantones de Manila

que adornaron a las antepasadas

y tienes en las manos delicadas,

me sugieren la época intranquila

de los días feriales

en que el pueblo se alegra con la Pascua,

hay cohetes sonoros

tocan diana las músicas triunfales,

y la tarde de toros

y la mujer son una sola ascua.

   También tú, con las flores policromas

que engalanan tos clásicos mantones

de Manila, pudieras haber ido

a la conquista de los corazones.

   Mas, oh Fuensanta, al buen Jesús le pido

que te preserve con su amor profundo:

tus plantas no son hechas

para los bailes frívolos del mundo

sino para subir por el Calvario,

y exento de pagano sensualismo

el fulgor de tus ojos es el mismo

que el de las brasas en el incensario.

   Y aunque el alma atónita se queda

con las venustidades tentadoras

a las que dan el fruto de su industria

los gusanos de seda,

—68→
quieren mejor santificar las horas

quedándose a dormir en la almohada

de tus brazos sedeños

para ver, en la noche ilusionada,

la escala de Jacob llena de ensueños.

   Y las alegres ropas,

los antiguos espejos,

el cristal empañado de las copas

en que bebieron de los rancios vinos

los amantes de entonces, y los viejos

cascabeles que hoy suenan apagados

y se mueren de olvido en los baúles,

nos hablan de las noches de verbena,

de horizontes azules,

en que cobija a los enamorados

el sortilegio de la luna llena.

   Fuensanta: ha de ser locura grata

la de bailar contigo a los compases

mágicos de una vieja serenata

en que el ritmo travieso de la orquesta,

embriagando los cuerpos danzadores,

se acorda al ritmo de la sangre en fiesta.

   Pero es mejor quererte

por tus tranquilos ojos taumaturgos;

por tu cristiana paz de mujer fuerte;

porque me llevas de la mano a Sión,

cuya inmortal lucerna es el Cordero;

porque la noche de mi amor primera

la hiciste de perfume y trasparencia

como la noche de la Anunciación;

por tus santos oficios de Verónica,

y porque regalaste la paciencia

del Evangelio, a mi tristeza crónica.

—69→
   Los muebles están bien en la suprema

vetustez elegante del poema.

   Las arcas se conservan olorosas

a las frutas guardadas;

el sofá tiene huellas de los muslos

salomónicos de las desposadas;

entre un adorno artificial de rosas

surgen, en un ambiente desteñido,

las piadosas pinturas polvorientas;

y el casto lecho que pudiera ser

para las almas núbiles un nido,

nos invita a las nupcias incruentas

y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron

las parejas eróticas de ayer.

   Dos fantasmas dolientes

en él seremos en tranquilo amor,

en connubio sin mácula yacentes;

una pareja fallecida en flor,

en la flor de los sueños y las vidas;

carne difunta, espíritus en vela

que oyen cómo canta

por mil años el ave de la Gloria;

dos sombras adormidas

en el tálamo estéril de una santa.

Envío

   A ti, con quien comparto la locura

de un arte firme, diáfano y risueño;

a ti, poeta hermano que eres cura

de la noble parroquia del Ensueño;

va la canción de mi amoroso mal,

este poema de vetustas cosas

y viejas ilusiones milagrosas,

a pedirte la gracia bautismal.

—70→
   Te lo dedico

porque eres para mí dos veces rico;

por tus ilustres órdenes sagradas

y porque de tu verso en la riqueza

la sal de la tristeza

y la azúcar del bien están loadas.


IndiceSiguiente