Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

61

La algolagnia, conocida también como «vicio inglés», es la flagelación erótica (Cfr. Mario Praz, La carne, la morte e il diavolo nella letteratura romantica, Sansoni, Florencia, 1966, pp. 381 y ss.).

 

62

Es una idea en la que insisten los nuevos psicólogos y sociólogos (Cfr. Francesco Alberoni, Op. cit., p. 146 y David Cooper, La morte della famiglia, trad. it., Einaudi, Turín, 1972, p. 27).

 

63

Cfr. Allen W. Phillips, Op. cit., p. 210, y Jaime Torres Bodet, Cercanía de López Velarde, en «Contempotáneos», VIII, n.º 28-29, sept.-oct., 1930, p. 119.

 

64

Cfr. Jean Laplanche y J. B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalise, cit., pp. 394 y ss.

 

65

José Luis Martínez, Op. cit., p. 25.

 

66

Jean Paul Sartre, Baudelaire, Gallimard, París, 1946, pp. 80-81.

 

67

Mucho se ha hablado de las relaciones entre López Velarde y Baudelaire. Ya en 1940 había señalado Villaurrutia que no era casual que el nombre del gran poeta francés surgiera a menudo cuando se hablaba del mexicano. No sabemos (y no importa) si López Velarde leía en francés o si conoció a Baudelaire a través de traducciones españolas, como la de Marquina, por ejemplo. No importa porque «no es la forma lo que Ramón López Velarde toma de Baudelaire, es el espíritu del poeta de Las flores del mal lo que le sirve para descubrir la complejidad del suyo propio [...]. La agonía, el vacío, el espanto y la esterilidad, que son temas de Baudelaire, lo son también de nuestro poeta» (Xavier Villaurrutia, Ramón López Velarde en Textos y Pretextos, México, 1940; ahora en Obras: Poesía, Teatro, Prosas varias, Crítica, Fondo de Cultura Económica, México, 1966, 2.ª ed. aumentada, pp. 650-651). Ahora bien, según Villaurrutia, además, los dos poetas siguen un camino inverso que en el fondo es coincidente: el mexicano resuelve su religiosidad en erotismo, mientras que el francés convierte el erotismo en plegaria (ibidem). Yo no veo en López Velarde el proceso que señala Villaurrutia sino más bien el contrario, es decir, el mismo que en Baudelaire, si bien con modalidades distintas: la sublimación de su erotismo en religiosidad (y no el contrario) es, en efecto, el eje del trabajo que me ocupa.

Octavio Paz empezó desmintiendo a Villaurrutia: no habría parentesco entre los dos poetas ni desde un punto di vista formal ni desde el punto de vista de sus respectivas actitudes vitales. Sin embargo, decía Paz, hay algo en la obra del zacatecano que lo convierte «en un lejano, inesperado e indirecto descendiente de Baudelaire»: se trata de Jules Laforgue, cuya influencia fuera de Francia fue enorme y cuya presencia es constante en un poeta muy amado por López Velarde, Leopoldo Lugones. «Muchas de las virtudes que López Velarde admiraba en Lugones -dice Paz- se encuentran en la poesía de Laforgue: la rima inesperada, la imagen autosuficiente, la ironía, el dinamismo de los contrastes, el choque entre lenguaje literario y lenguaje hablado» (Octavio Paz, El lenguaje de López Velarde, México, 1950; recogido más tarde en Las peras del olmo, UNAM, México, 1957, reed. Seix Barral, Barcelona, 1978, pp. 69-70).

Años más tarde Paz volvió sobre el tema para corregir su opinión inicial y dar finalmente razón a Villaurrutia. Las diferencias entre los dos poetas, dice ahora, «no deben ocultarnos muchas y profundas semejanzas. Los dos son "poetas católicos", no en el sentido militante o dogmático sino en el de su angustiosa relación, alternativamente de rebeldía y dependencia, con la fe tradicional; su erotismo está teñido de una crueldad que se resuelve contra ellos mismos: al Je suis la plaie et le couteau responde el mexicano con el ser en un solo acto el flechador y la víctima; ambos aman los espectáculos del lujo fúnebre: la cortesana, encarnación del tiempo y la muerte, las bailarinas, los payasos, la domadora, los seres al margen, imágenes de fasto y miseria. Hay en los dos la misma continua oscilación entre la realidad sórdida y la vida ideal ("edén provinciano" o "chambre spirituelle"); la idolatría por el cuerpo y el horror del cuerpo; la sistemática y voluntaria confusión entre el lenguaje religioso y el erótico, no a la manera natural de los místicos sino con una suerte de exasperación blasfema... En una palabra, hay el mismo amor por el sacrilegio» (O. Paz, El camino de la pasión (Ramón López Velarde), en Cuadrivio, cit., 72-74).

 

68

George Bataille, La letteratura e il mole, trad. it., Rizzoli, Milán, 1973, pp. 73-74.

 

69

Todos los críticos están de acuerdo en considerar que este poema de La sangre devota y otros de Zozobra (Que sea para bien, La mancha de púrpura, Día 13, Despilfarras el tiempo, Tus dientes, La lágrima) están dedicados a Margarita, hermana del escritor Alejandro Quijano, miembro del Ateneo y amigo del poeta. La prosa La dama en el campo (Don de febrero) es una hermosa fantasía dedicada a esta «señorita de nombre de flor». En estas mismas páginas el poeta recuerda que en La sangre devota ha «llamado a la inspiradora de esta crónica, boca flexible, ávida de lo concienzudo; figura cortante que se escapó de una redoma de alquimia o de una asamblea de vitrales oblongos» (Cfr. Pedro de Alba, Las mujeres y los amigos de Ramón López Velarde, cit.; José Luis Martínez, Op. cit., p. 784; José Emilio Pacheco, Antología del modernismo 1884-1921, UNAM, México, 1970, vol. II, p. 128; Concepción Gálvez de Tovar, Op. cit., p. 11 y p. 127, aunque no se entiende bien por qué esta crítica cita a Phillips y parece estar de acuerdo con su identificación de Margarita Quijano y no obstante se sirve de Boca flexible, ávida... para intentar una reconstrucción del retrato de Fuensanta).

 

70

«Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas / porque heredé de ellas el afán temerario / de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido / en tan graves aprietos en el confesonario», El viejo pozo. Véanse además El mendigo, La última odalisca, El candil y Todo de ZO y Treinta y tres de SC, como otros tantos reconocimientos de esa escisión interior, cuya fuente literaria podría ser el propio Darío y en particular algunos de sus poemas como Lo fatal o El reino interior.