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ArribaAbajoMi villa

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Ilustración

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   Si yo jamás hubiera salido de mi villa,
con una santa esposa tendría el refrigerio
de conocer el mundo por un solo hemisferio.

   Tendría, entre corceles y aperos de labranza,
a Ella, como octava bienaventuranza.

   Quizá tuviera dos hijos, y los tendría
sin un remordimiento ni una cobardía.

   Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
el niño iría de luto, pero la niña no.
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   ¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora,
una granada roja de virginales gajos,
una devota de María Auxiliadora
y un misterio exquisito con los párpados bajos?

   Hacia tu pie, hermosura y alimento del día,
recién nacidos, piando y piando de hambre
rodaran los pollitos, como esferas de estambre.

   Quiero otra vez mis campos, mi villa y mi caballo
que en el sol y en la lluvia lanza a mitad del viaje
su relincho, penacho gozoso del paisaje.

   Corazón que en fatigas de vivir vas a nado
y que estás florecido, como está la cadera
de Venus, y ceniciento cual la madera
en que grabó su puño de ánima el condenado:
tu tarde será simple, de ejemplar feligrés
absorto en el perfume de hogareños panqués
y que en la resolana se santigua a las tres.

   Corazón: te reservo el mullido descanso
de la coqueta villa en que el señor mi abuelo
contaba las cosechas con su pluma de ganso.
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   La moza me dirá con su voz de alfeñique
marchándose al rosario, que le abrace la falda
ampulosa, al sonar el último repique.

   Luego resbalaré por las frutales tapias
en recuerdo fanático de mis yertas prosapias.

   Y si la villa, enfrente de la jocosa luna,
me recuerda la pérdida de aquel bien que me dio,
sólo podré jurarle que con otra fortuna,
el niño iría de luto, pero la niña no.



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ArribaAbajoLa saltapared

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   Volando del vértice
del mal y del bien,
es independiente
la saltapared.

   Y su principado
la ermita que fue
granero después.

   Sobre los tableros
de la ruina fiel,
la saltapared
juega su ajedrez,
sin tumbar la reina,
sin tumbar al rey...
—80→

   Ave matemática,
nivelada es
como una ruleta
que baja y que sube
feliz, a cordel.

   Su voz vergonzante
llora la doblez
con que el mercader
se llevó al canario
y al gorrión también
a la plaza pública,
a sacar la suerte
del señor burgués.

   Del tejado bebe
agua olvidadiza
de los aguaceros,
porque trasparente
su cuerpo albañil
gratuito nivel.

   Y al ángel que quiere
reconstruir la ermita
del eterno Rey,
sirve de plomada
la saltapared.



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ArribaAbajoEl sueño de los guantes negros

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Ilustración

  —83→  

   Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos.
Era una madrugada del Invierno
y lloviznaban gotas de silencio.

   No más señal viviente, que los ecos
de una llamada a misa, en el misterio
de una capilla oceánica, a lo lejos.

   De súbito me sales al encuentro,
resucitada y con tus guantes negros.
—84→

   Para volar a ti, le dio su vuelo
el Espíritu Santo a mi esqueleto.

   Al sujetarme con tus guantes negros
me atrajiste al océano de tu seno,
y nuestras cuatro manos se reunieron
en medio de tu pecho y de mi pecho,
como si fueran los cuatro cimientos
de la fábrica de los universos.

   ¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros...

   ¡Oh, prisionera del valle de México!
Mi carne... de tu ser perfecto
quedarán ya tus huesos en mis huesos;
y el traje, el traje aquel, con que tu cuerpo
fue sepultado en el valle de México;
y el figurín aquel, de pardo género
que compraste en un viaje de recreo...

   Pero en la madrugada de mi sueño,
nuestras manos, en un circuito eterno
la vida apocalíptica vivieron.
—85→

   Un fuerte...1 conto en un sueño,
libre como cometa, y en su vuelo
la ceniza y... del cementerio
gusté cual rosa...



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ArribaAbajoEl sueño de la inocencia

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Ilustración

  —89→  

   Soñé que comulgaba, que brumas espectrales
envolvían mi pueblo, y que Nuestra Señora
me miraba llorar y anegar su Santuario.

   Tanto lloré, que al fin mi llanto rodó afuera
e hizo crecer las calles como en un temporal;
y los niños echaban sus barcos papeleros,
y mis paisanas, con la falda hasta el huesito,
según se dice en la moda de la provincia,
cruzaban por mi llanto con vuelos insensibles,
y yo era ante la Virgen, cabizbaja y benévola,
el lago de las lágrimas y el río del respeto...
—90→

   Casi no he despertado de aquella maravilla
que enlazara mis Últimos óleos con mi Bautismo;
un día quise ser feliz por el candor,
otro día, buscando mariposas de sangre,
mas revestido ya con la capa de polvo
de la santa experiencia, sé que mi corazón
hinchado de celestes y rojas utopías,
guarda aun su inocencia, su venero de luz:
¡el lago de las lágrimas y el río del respeto!



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ArribaAbajoAgua fuerte

(Alfonso Camín)


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   Alfonso, inquisidor estrafalario:
te doy mi simpatía, porque tienes
un aire de murciélago y canario.

   Tu capa de diabólicos vaivenes
brota del piso, en un conjuro doble
de Venecias y de Jerusalenes.

   Equidistante del rosal y el roble
trasnochas, y si busco en la floresta
de España un bardo de hoy, tu ave en fiesta
casi es la única que me contesta.



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ArribaAbajoSuave Patria

  —96→  

Ilustración

  —97→  


Proemio

   Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo,
para cortar a la epopeya un gajo.

   Navegaré por las ondas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuán
que remaba la Mancha con fusiles.
—98→

   Diré con una épica sordina:
la patria es impecable y diamantina.

   Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste todo entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre gritos y risas de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.


Primer acto

   Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

   El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros de petróleo el diablo.

   Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
—99→

   Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.

   Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.

   Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.

   ¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los juegos de artificio?

   Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco, sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
—100→

   Tu barro suena a plata, y en tu puño,
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.

   Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera.

   Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de tí
la picadura del ajonjolí.

   ¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!

   Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
—101→

   Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas;
oigo lo que se fué, lo que aún no toco,
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
¡oh trueno, la ruleta de mi vida!


Intermedio

Cuauhtemoc


   Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

   Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.

   No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro enmedio del suplicio:
tu cabeza desnuda se nos queda
hemisféricamente, de moneda.
—102→

   Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.


Segundo acto

   Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.

   Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
—103→

   Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en tí, mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.

   Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.

   Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.

Te dará, frente al hambre y el obús,
un higo San Felipe de Jesús.

   Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.
—104→

   Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de tí, el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.

   Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso,
frescura de rebozo y de tinaja:
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

   Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.

   Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
—105→

   Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el Ave
taladrada en el hilo de rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.

   Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carreta alegórica de paja!

24 abril, 1921.





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ArribaEl verso inolvidable...

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La síntesis diferencial de este poeta asciende como un trémolo de aristocracias sobre la hora vacía de las hemorragias nacionales. Enfrentándolo con la realidad externa que lo nutrió, se llega a la conclusión de que el Yo irreductible rebasa los datos de la experiencia común y proyecta en hipótesis viables las construcciones del porvenir.

Aquel que se evade cotidianamente a zonas de abnegación, donde te argentan los ideales por congelaciones sucesivas y de donde se vuelve con el sentido ingrávido de la escarcha y la alondra; el que logra, por un esfuerzo sostenido, prender en la noche de la Patria una bella curva espiritual; quien perfecciona el coloquio con los sistemas planetarios que bailan en las franjas del sol coladas por la rendija; quien además de todo esto, encadena sus emociones, las combina en los sagrarios intangibles de la personalidad consciente y las filtra por el ojo de una aguja para que caigan libres de escoria, merece ser llamado héroe de la epopeya siglo veinte que vivimos.

Por nudos de discreto heroísmo trepaba López Velarde a los cables que nos tiran las constelaciones.

Hoy, que estamos familiarizados con los retratos vertiginosos de la pantalla, recordamos con júbilo el busto del poeta y reaparece en las películas de la memoria con sus guiños y valores plásticos y espirituales.   —110→   Pero como aquí el fotógrafo operaba con las falanges ardorosas de la vida, se nos representa cual un malabarista que equilibrase la magia interna y la magia del mundo; surge de nuevo con su sonrisa modelada por el septimino de las cañas panidas; en su máscara leemos la teoría de nostalgias y silencios fecundos, y volvemos a ver su cabeza patricia y denodada y su aspecto de angelote escapado de frisos pre-estelares.

Cuando la madrépora emocional de López Velarde iba a abrir cardinalmente su millón de brazos, resplandecientes de corales y sorpresas, murió trocando en sonrisas el último latido. Dicen que, al ungir su frente, ¡amanecía!

Este es el hombre que dio un salto mortal e inmortal, al pasar de su fino ensayo de Sangre devota a Zozobra y El Minutero. Su sentimentalismo primitivo es más tarde resplandor nervioso; su anarquía ilimitada y difusa tiende a lo exquisito ilimitado y sus simples emociones estéticas conviértense en sensibilidad mental. De este modo, el amorfo iridiscente de la subconciencia: automatismo psíquico, dictado de los sueños, imágenes espontáneas, endopatía; todo el cortejo de inasibles que acompañan a los fenómenos misteriosos que acaecen en nuestra red nerviosa y en los altos centros cerebrales, adquieren carta de ciudadanía en los versos y en la prosa de este cantor infortunado.

En la provincia armonizará un derroche de luces vegetales por monterías y huertas; en la ciudad urdió con la risa de la mujer y el juego de arbitrarias cataratas, una metafísica de cristales. Pero no sólo se libertó del terruño charanguero y entumecedor, sino también de la urbe, esa amortajada con el llanto de la decadencia y el hipo de los bárbaros. Fue cuando empezó a tatuar con sus conceptos acerados las encinas de la selva intocada para convertirse en el arquitecto de sí mismo, el arquitecto que levantaba sus palacios imaginarios con coordenadas, que antes parecían abstrusas, por estar hechas con puntos medulares, y que hoy con claras de «claridad desesperante». Su ubicuidad permitíale ser el metaforista bizarro que ritmaba su profetismo intelectual con la mecánica del pelele, y el flaneur abstraído, que luego se gastaba la broma de tomar un camión astroso. ¡Oh, dúctil Sagitario, cazador de imposibles estrellas cinemáticas! Fue el lustre de su vida en que se dedicó a ensamblar hallazgos   —111→   de raro calibre, basta conseguir precipitados quimio-cerebrales casi absolutos, como este:



   Mi carne pesa, y se intimida
porque su peso fabuloso
es la cadena estremecida
de los cuernos universales
que se han unido con mi vida.

   Ámbar, canela, harina y nube,
que en mi carne ni tejer sin mimos,
se eslabonan con el efluvio
que ata los náufragos racimos
sobre las crestas del diluvio.

   Mi alma pesa, y se acongoja
porque su peso es el arcano
sinsabor de haber conocido la
Cruz y la floresta roja
y el cuchillo del cirujano.

   Y aunque todo mi ser gravita
cual un orbe vaciado en plomo
que en la sombra paró su rueda,
estoy colgado en la infinita
agilidad del éter, como
de un hilo escuálido de seda.

¡Así habla el Demiurgo! Su yo depurado trasciende al egoísmo y se hace impersonal!

Baja a veces su imperio alcanforado con el terrible cedazo que ya no cierno sino polen de rosaledas y levaduras del trasmundo, para asombrarnos con su poema «Humildemente», o reconducirnos a la «Suave Patria» por una coordinación de síntesis espontáneas forjadoras de un collar de endecasílabos supremos. Sus dedos hortelanos vuelven a oler a   —112→   jengibre y manzanilla, derraman sus ánforas glucosas de albérchigos y guayabas, mueven a su paso las corolas un allegro de estambres y cruza, rúbrica feliz, por los paisajes de su inventiva, «el relámpago verde de los loros». ¡Arpegios incorruptibles! ¡Mieles de Dios!

He aquí el poeta que odiaba el grito y las contorsiones de los versificadores impacientes. He aquí al hombre que quemaba diariamente las etiquetas de la literatura y que hoy se instala en las ágoras de la República resucitado con el aliento de las vírgenes lejanas, sostenido por la parábola que radiaron sus flechas cosmogónicas y consagrado por el óleo latino.

Con el decurso de los días aparecen los botareles y armadura de una fábrica que por su inquietud espiritual desborda los cálices apolíneos y que, aprovechando la disimetría de cien torres, se estiliza góticamente en el azul...

Entendiendo el ideal en el Arte como la armonía de las formas futuras y, dentro de esto, el perfeccionamiento de la humanidad por la belleza, ninguno de nuestros poetas alcanza timbres tan nobles como Ramón López Velarde.

Efectivamente, en la breve y condensada obra que nos legó resaltan la anatomía y virtudes de la mujer y las excelencias del territorio, miniadas con el pincel de la comprensión, el cariño y el desinterés. De nuestro acervo literario esta es la sola vibración lírica cuyos elementos orquestan la rapsodia mexicana que se alza como una arquitectura barroca cimentada en basaltos y obsidiana, revestida de tezontle, ónices y tecali, y rematada por logias opalinas y tímpanos aéreos que se resuelven en gamas ornitológicas y vuelos de colibrí.

Como aceptó la divina amargura de vivir en continuidad poética de los objetos preciosos que nos rodean, escogió a la mujer para descansar de las tareas espirituales que asedian al constructor moderno. Los que le creen romántico no recuerdan que dejó caer en los escudos de su vía-crucis estas lágrimas de oro: «el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra». Por lo demás, su mano inverosímil hizo de la estatua femenina una delicia avasalladora que finge, bajo las ropas negras, un trazado en marfil de escalofríos.

  —113→  

Su otro oasis fue la provincia. Rasgando pequeños horizontes, nos reintegró a una patria efectiva, sin truenos, una patria que aunque internamente, padece el sarpullido de las fobias, suele caracterizarse como un contacto de almas y estrellas.

Pero el poeta frecuenta otros parajes. Las sendas se le motean de precipicios; su sibila, aconsejada por la serpiente, no hace sino gritarle negaciones; sus miembros distiéndense en los crepúsculos hasta tocar las violetas del nubarro. Las telas fantásticas de Zozobra y El Minutero se enriquecen con el toque gris de plata y los sulfuros que poblaran las concepciones de un redivivo Greco. El sismo medular provoca perturbaciones indelebles que evidencian el patetismo raigal.

Mas, la voluntad alerta, prende en cada jirón de enigma el brote insinuante de unos labios, aterciopela cada sollozo con un acorde y hace abortar en las entrañas de los profundos ébanos nocturnos nácares, plumones, caricias y delirios. Y resulta lo excepcional en poesía; dentro la negra inmensidad arde la afirmación de la estrella, la mujer y el cocuyo, reivindicando alegría. ¡Inquietud y elegancia!

A esto hay que agregar una complicación pictórica de primer orden, una bruma leonardesca de ágatas, perlas y cianuros que sublima los cuadros del poeta y hacen de los paisajes un derivado del reposo animal y una secuencia de la fluidez del pensamiento. Almas y formas humanas se encaminan por prados, arroyos y roquedales; sumándose a ellos y amalgamándose en las lejanías, para converger en perspectivas abstractas, plenas de futuricidades excesivas...

Esta manera de López Velarde no es aparente: es una integración de infinitesimales que sólo alcanzan los creadores, cada uno de los cuales vive su distinta eminencia, más allá de las escuelas pasadas y presentes.

Como en el verso inolvidable, su ojo, cada mañana, era el príncipe del día.

Finalmente, los elementos (psico-estructurales) de que se sirvió López Velarde para realizar la trunca delicia de su ensueño, son sin duda, al nuevo aporte de quilate-rey que vuelca en el tesoro social de la belleza.   —114→   Estos elementos son la rima, el ritmo y el adjetivo. Vale la pena aventurar una impresión fervorosa.

RIMA.- Con su rima -mentís solemne a los flojos buzos del lenguaje- dio circulación al oro de las minas estáticas, timbrando el mercado con remates y desconcertantes. Sus consonancias y asonancias son frutos esenciales que caen estilizados del paraíso de la idea.

RITMO.- Ritmo velado y letárgico que corresponde a las actitudes de un sonámbulo innovador. Música cerebral y doliente que se va imponiendo como la gracia de los rostros queridos y que al fin nos conquista a fuerza de diarios sortilegios. Pocas veces se da el caso en la historia de las literaturas de un ritmo que sea exponente de las modalidades internas del artista que vaya, como en el presente caso, por las líneas quebradas del pensamiento de la vida.

ADJETIVO.- Monstruoso vástago de Laforgue y Herrera Reissig es el adjetivo velardeano. Es de Laforgue por su audacia orbal, proveniente de energías insospechadas, caída de los hospitales saturnianos y de las faunas y floras invertebradas y geométricas de Orión. Vale como un lingote rico de heliotropos y electrones. Es de Herrera y Reissig por su química descompuesta y su cromatismo espectral, pues fue extraído de terciopelos submarinos y suscitado por las aventuras de la luz y el sonido en las gargantas, en las cabelleras, en las encías amadas, en los valles y en el diálogo del lucero y el pozo. Sumado al sustantivo precipita cobaltos faraónicos y ocelados, únicos para esmaltar la cauda de un destino. A veces es el adjetivo del Espíritu Santo robado al filón bíblico y a los bronces purísimos que rodará por calles y azoteas el ángelus del día...

Tal el hombre que vislumbró la presencia trágica del alma y que, equilibrando la emoción y el conocimiento, logró el armónico trascendente.

López Velarde es acreedor a una viva corona de gratitudes porque estando dotado como pocos para operar en el vacío, supo contenerse y darnos el acento cuajado de su espíritu. Supo decirnos lo estupendo anímico y evitar los saltos bruscos apoyándose en la ironía, como tangente que alegra los márgenes del drama, aunque sin concederle intelectual regalía.

  —115→  

Fue un dignatario de su Patria y hubiese llegado a ser sintonizador de ondas transoceánicas, arquetipo de esta humanidad que se traslada, sólo Dios sabe a qué generosas maravillas.

Que se alcen sobre su tumba, en este aniversario, nuestras cumbres mayores, en una alba salutación de ventisqueros.

Rafael Cuevas