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Poesía infantil en castellano desde 1990. Breve panorámica


Ana Garralón





En 1990, con la desaparición, decadencia o reciclaje de algunas editoriales que incluían en sus catálogos poesía (Escuela Española, Didascalia, Labor, Miñón, Espasa Calpe), la única colección exclusivamente dedicada a poesía para niños era Alba y Mayo, de Ediciones De la Torre. Una excelente colección que pretende -todavía hoy- acercar autores consagrados, con rigurosas ediciones que incluyen prólogos con material gráfico, bibliografía y una selección a cargo de especialistas. La colección incluye en la actualidad más de cuarenta poetas y en ella se pueden encontrar antologías de imprescindibles como Alberti, Machado o Guillén hasta otros más difíciles de encontrar para jóvenes, como Blas de Otero, León Felipe; o latinoamericanos como Rubén Darío, Ernesto Cardenal o Juana de Ibarbourou, entre otros. Las reediciones permanentes confirman la consolidación de esta colección de referencia que, no obstante, todavía no ha incluido autores de generaciones más contemporáneas.

El resto del panorama editorial lo conforman, bien editoriales que no publican nunca poesía, bien otras que, ocasionalmente lo hacen (Bruño, Edelvives, Lóguez), o las que optan por traducir autores extranjeros (Ediciones B, Lumen, Destino). Desde mediados de los noventa, para concluir este vuelo de pájaro sobre lo editado, algunas editoriales han incluido regularmente novedades de poesía (SM, Anaya, Everest, Espasa Calpe) y, en 1995, celebramos la aparición de una nueva colección, Ajonjolí, en Ediciones Hiperión, dedicada a poetas contemporáneos para niños.

Hasta los años noventa, era muy frecuente encontrar numerosas antologías que recogían selecciones de la tradición oral: adivinanzas, juegos, retahílas, villancicos, etc. Impulsores de esta línea fueron Carmen Bravo-Villasante, Ana Pelegrín y Pedro Cerrillo. De Bravo-Villasante han quedado un poco desperdigadas sus excelentes antologías, y solo Olañeta rescató en 1998 uno de sus libros más clásicos, Pito, pito, colorito en una bella edición a la que se incorporaron recortables de la época para ilustrarlo. De Ana Pelegrín se encuentran sus selecciones para los más pequeños: Deditos y cosquillitas (Espasa Calpe, 1994), y Misino Gatino (Espasa Calpe, 1993), aunque escasamente promocionados debido a la nueva política editorial. Esta autora publicó una versión abreviada de su excelente tesis en 1996, La flor de la maravilla. Juegos, recreos, retahílas (Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1996), renovando así el panorama de estudios del género. Pedro Cerrillo, quien ha seguido estudiando las tradiciones folclóricas y populares, publicó para los más pequeños, ¡Adivina! (SM, 1998) y Trabalenguas (SM, 1998).

De los autores que publicaron a partir de los años setenta y que alimentaron esas colecciones hoy ya inexistentes, han debido pasar algunos años para que sus obras se reeditaran o, simplemente, pudiéramos disfrutar de nuevos libros. Se encuentra de manera permanente la abundante obra de Gloria Fuertes, reeditada por completo en 1996 por Susaeta, dos años antes de la muerte de la autora y también, de otra autora que nos dejó en estos años, María de la Luz Uribe, sus breves historias rimadas siguen vivas en los catálogos editoriales. Un excelente rescate es la reedición de Cuentos tontos para niños listos (Hiperión, 2000) y Cuentos para todo el año (Hiperión, 2000) de Ángela Figuera Aymerich, publicados en 1979 y 1984. Sin embargo no todos los autores han podido volver a editar sus obras. Carlos Murciano, cuya brillante trayectoria como poeta para niños quedó clara desde su primer libro de poesía, La bufanda amarilla (SM, 1986 reeditado en 1994), ha publicado a cuentagotas algunos nuevos libros, como Me llamo Pablito (Edelvives, 1996), y Un ave azul que vino de las islas del sueño (Hiperión, 1996). Otro poeta con larga trayectoria, es Antonio Gómez Yebra, quien ha publicado en una edición de escasa difusión Versos como plumas (Fundación Jorge Guillén, 1999) inspirado en la lírica. Hiperión reeditó en 1995, Versos como niños. Si otros autores, como Jaime Ferrán, Concha Lagos, Carmen Conde o Marina Romero, apenas se encuentran hoy más que en bibliotecas, nuevos poetas son presentados en ediciones para niños, como Antonio Fernández Molina Aroma de galletas (Media Vaca, 2000) en una cuidada y bella edición.

El interés, de nuevo, por llenar ese espacio vacío de poesía para niños, significa que, a partir de mediados de los noventa, autores poco conocidos hasta el momento van a publicar sus textos en varias editoriales. José A. Ramírez Lozano publicó en 1995 Pipirifauna (Hiperión), una selección llena de humor, ritmo y sinsentido que inauguró la colección Ajonjolí. También en esta tradición del juego con las palabras alejándose de concepciones clásicas está Marisa López Soria, quien ha publicado Diversopoemas (Hiperión, 1998) y El verano y sus amigos (Xórdica, 1997), éste último Premio Lazarillo por sus ilustraciones. Y otro libro con premio, finalista del Lazarillo en 1998, fue Versos muy frescos (Diputación de Málaga, 2000), de Alicia Borrás, quien escoge el mundo de la vida cotidiana para versificarlo incluyendo expresiones coloquiales. Otros libros destacables son: Rimas de la luna (SM, 1993), de Antonia Ródenas; Ciudades de Fran Alonso (Espasa Calpe, 1998); La casa de los días (Anaya, 2001) de Sagrario Pinto y Poesía infantil (Everest, 2001), de José González Torices.

Las antologías de poetas son la mejor solución para aquellos que prefieren un recorrido guiado y variado por diversos poetas, y así lo confirma el éxito y la difusión de estas selecciones. 1997 fue un año destacable en este sentido, pues una colección, Sopa de Libros, se inauguró con Mi primer libro de poemas (Anaya), una selección de Juan Ramón Jiménez, Alberti y Lorca, realizada por Felicidad Orquín que agotó pronto su primera edición. Su éxito demostró la necesidad que había de antologías cuidadas. En ese mismo año, Carlos Reviejo y Eduardo Soler publicaron una bella edición titulada Canto y cuento. Antología poética para niños (SM), que mereció el Premio al mejor libro publicado por el Ministerio de Educación y Cultura, que incluía una extensa nómina de autores y se presentó como una introducción al mundo poético para niños. En tres meses se agotó la primera edición y los autores prepararon, para los adultos Cantares y decires (SM, 1998). También en este año se reeditó una antología clásica de Ana Pelegrín publicada por Taurus y largamente agotada, que los editores convirtieron en dos volúmenes: Poesía española para niños y Poesía española para jóvenes (Alfaguara). Pelegrín editó también Letras para armar poemas (Alfaguara, 2000) y Raíz de amor (Alfaguara 1999). En la colección Sopa de Libros se han ido incluyendo antologías, como Si ves un monte de espumas y otros poemas hispanoamericanos realizada por Ana Garralón y publicada en 2000, la única selección que recopila autores de América Latina y un año antes apareció Por caminos azules, una selección de Jaime García Padrino y Lucía Solana. Destacable es también la bella edición Narices, buhítos, volcanes y otros poemas ilustrados (Media Vaca, 1998). Cabe citar en este apartado de antologías las numerosas preparadas por José María Plaza, destinadas a un público escolar: Entre el dardo y la rosa. Antología de la poesía española (Espasa Calpe, 1998), De todo corazón. 111 poemas de amor (SM, 1998), Alibarú, la ronda de las estaciones (Gaviota, 1999), Tungairá: mi primer libro de poesías (Gaviota, 1999) y Pajarulí, poemas para seguir andando (Gaviota, 2001).

Para terminar este breve recorrido, no podemos dejar de citar dos obras que se dirigen a los lectores de poesía, escritas por poetas, que pretenden adentrarse en lo que significa leer y escribir poesía. Siete maneras de decir manzana de Benjamín Prado (Anaya, 2000), analiza los elementos literarios que conforman la poesía; y Lecciones de poesía para niños inquietos (Comares, 1999), de Luis García Montero, donde el poeta se dirige directamente a los lectores para ayudarles a escribir poesía.

Un panorama, en general, escaso, pero variado y plural.








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