Lo popular en «La Araucana»:
Símiles populares, uso de refranes y muestras de humor en la
obra de Ercilla
Luis Íñigo-Madrigal
En la abundante
bibliografía dedicada a La Araucana una serie de
aspectos del poema aparecen críticamente inéditos.
Uno de ellos (importante tanto para la cabal comprensión de
la epopeya ercillana como para reafirmar algunas facetas conocidas
de las literaturas hispánicas en general) es el repetido uso
de elementos populares, en el nivel del lenguaje, que se encuentra
en las octavas reales de la obra que inicia nuestra historia
poética.
El hecho, ejemplo,
en distintas medidas, de los caracteres de espontaneidad, arte de
mayorías y colectivismo que distinguen, según don
Ramón Menéndez Pidal, a la literatura
española, resulta particularmente relevante en un poema que,
a pesar de contrarias opiniones, se muestra tan atento a los
preceptos retóricos como La Araucana. La
maestría con que se concilia el cúmulo de
contribuciones populares, y aun vulgares, con la perentoriedad de
una bella «elocutio», exigida por la epopeya, es una
nueva prueba del valor, todavía no del todo descubierto, de
la obra de Ercilla. Las páginas que siguen son, pues, una
contribución al estudio de lo popular en La
Araucana; abarcan sólo tres, si bien importantes
aspectos del fenómeno, y ello sin ánimo exhaustivo y
con un mínimo aparato crítico. Entre los recursos que
podemos signar como populares destacan en primer término,
los símiles reducibles a esta categoría1.
Al referirnos a los símiles dejamos de intento fuera del
conjunto, aunque quizás sin razón, las abundantes
comparaciones cinegéticas, tauromáquicas y referentes
a otros ejercicios caballerescos, que, de alguna manera,
podrían incluirse con justicia en el grupo. Nombraremos,
pues, primero, aquellos símiles con un grado máximo
de cognoscibilidad (en cuanto a la relación entre la imagen
comparativa y el objeto ilustrado) para el público lector de
la época. Así, por ejemplo, cuando, para ilustrar una
distancia, se dice:
Un grado medio de
cognoscibilidad es el de las comparaciones fundadas en costumbres
populares de aquellos años, como, cuando describiendo la
huida de los españoles, acosados por los araucanos en la
batalla de Andalicán, narra:
Uno, dos, diez y veinte,
desmandados
corren a la bajada de la
cuesta,
sin orden ni atención
apresurados,
como si al palio fueran sobre
apuesta.
(VI, 14)
haciendo referencia, con
palio al «premio que señalaban en la carrera
al que llegaba primero: y era un paño de seda o tela
preciosa que se ponía al término de ella», como
informa el Diccionario de Autoridades3.
Igualmente
actividades o acontecimientos comunes de la vida cotidiana,
singularmente la rural, sirven a menudo como término de
referencia en diversas comparaciones. Así, cuando se pinta
la temible furia devastadora de Tucapel en el segundo asalto a
Concepción:
como suele segar la paja
seca
el presto segador con mano
diestra,
así aquel Tucapel con
fuerza brava
brazos, piernas y cuello
cercenaba.
(IX, 75)
O cuando se cuenta
el esquivado peligro que ha tendido a los españoles la
astucia de Lautaro, al pretender llevarlos a combate en un terreno
previamente anegado, en cuyo lodo los caballos de los hispanos no
podrían desenvolverse y:
adonde, si aguardaran, los
cogieran
como en liga a los
pájaros cebados;
(XII, 35)
O al decir, de la
diligente industria con que los españoles fabrican sus
viviendas, tras llegar, después de la famosa tormenta con
que finaliza la Primera Parte del poema, a tierra firme que:
Del modo que se ven los
pajarillos
de la necesidad misma
instruidos,
por techos y apartados
rinconcillos
tejer y fabricar los pobres
nidos,
que de pajas, de plumas y
ramillos
van y vienen, los picos
impedidos,
así en el yermo y
descubierto asiento
fabrica cada cual su
alojamiento.
(XVI, 35)
O, por
último, cuando se ilustra la voracidad de los hambreados
soldados imperiales que se lanzan sobre un campo de frutillas, tras
largos días de ayuno y desesperanzado vagar por yermas
tierras a los que los ha llevado la malintención y sagacidad
de australes guías indios, en una comparación muchas
veces citada y elogiada por la crítica:
quien huye al repartir la
compañía,
buscando en lo escondido parte
alguna
donde comer la rama
desgajada
de las rapaces uñas
escapada,
como el montón de las
gallinas, cuando
salen al campo del corral
cerrado,
aquí y allí
solícitas buscando
el trigo de la troj
desperdiciado,
que con los pies y picos
escarbando,
hallo alguna el recojo
sepultado,
y alzándose con
él, puesta en huida,
es de las otras luego
perseguida,
así aquel que arrebata
buena parte,
déste y de aquél
aquí y allí seguido,
huyendo se retira luego en
parte
donde pueda comer más
escondido;
(XXXV, 46, 47, 48)
No sólo lo
campestre puede, sin embargo, servir de imagen comparativa con
sentido popular. Algunos fenómenos típicamente
urbanos desempeñan también ese papel. Así, al
narrar la batalla de San Quintín, las depredaciones hispanas
provocan el siguiente símil:
Como el furioso fuego de
repente
cuando en un barrio o vecindad
se enciende,
que con rebato súbito la
gente
corre con priesa y al remedio
atiende,
y por todas las partes
francamente
quién entra, sale, sube,
quién deciende,
sacando uno arrastrando, otro
cargado
el mueble de las llamas
escapado,
así la fiera gente
vitoriosa,
con prestas manos y con pies
ligeros,
de la golosa presa
codiciosa,
abre puertas, ventanas y
agujeros,
sacando diligente y
presurosa
cofres, tapices, camas y
rimeros,
y lo de más y menos
importancia
sin dejar una mínima
ganancia.
(XVIII, 19, 20)
Hay también
comparaciones tomadas de elementos que sobrepasan el mundo singular
de la experiencia rural o ciudadana, alcanzando mediante el humor
una cierta universalidad que las acerca a la visión
cómica. Tal, por ejemplo, la que sirve para describir el
estado en que algunos invasores quedan, tras el asalto de las
huestes araucanas en la quebrada de Purén:
Oíros, cual rana o sapo
aporreados,
no pueden aunque quieren
removerse;
(XXVIII, 56)
Señalemos,
para terminar este apartado, que la búsqueda de lo popular
en los símiles parece ser, en Ercilla, deliberada. En alguna
de las series de símiles concatenados, que tan
características son en La Araucana, se siguen dos
comparaciones destinadas a ilustrar la rapidez conque Rengo se
recupera de un mal paso, mientras lucha con Leucotón, en las
fiestas generales con que los araucanos celebran sus primeras
victorias. El primero de los símiles (que en realidad es
más de uno, pues es doble) es netamente popular:
No la pelota con tan presto
salto
resurte arriba del macizo
suelo,
ni la águila, que al
robo cala de alto,
sube en el aire con tan recio
vuelo,
como de corrimiento el seso
falto,
Rengo rabioso, amenazando el
cielo,
se puso en pie, que aún
bien no tocó en tierra,
y contra Leucotón
furioso cierra.
(X, 55)
el segundo, en cambio, es
típicamente cultista, como lo indica su referencia
mitológica:
Como en la fiera lucha Anteo
temido
por el furioso Alcides
derribado,
que de la tierra madre
recogido
cobraba fuerza y ánimo
doblado
así el airado Rengo
embravecido,
que apenas en la arena
había tocado,
sobre el contrario arriba de
tal suerte,
que al extremo llegó de
honrado y fuerte.
(X, 56)
Este recurso, en
el que un solo objeto es ilustrado por dos diversas imágenes
comparativas, es característico de la épica
ercillana. En este caso en que, de los dos símiles, uno es
popular y el otro culto, sirve para ilustrar acabadamente la
simbiosis retórico populista que venimos ejemplificando. El
segundo de los recursos de ese carácter observable en La
Araucana, es el frecuente uso de refranes, frases
proverbiales, frases adverbiales y vocablos en acepción
popular que en ella se encuentra.
La
distinción de estos elementos presenta algunas dificultades
comunes y otras particulares.
Así, la
débil diferencia establecida por paremiólogos y
lexicólogos entre proverbios, frases proverbiales,
etc. Así también
los problemas documentales que impiden establecer, en algunos
casos, la raigambre popular de esos elementos en forma
definitiva.
En el caso
específico de los refranes concurren aún otros
obstáculos. Sabido es que los cantos de la obra de Ercilla
se inician con sendos momentos gnómicos, a semejanza de los
que ocurren en el Orlando Furioso y en los Cinque Canti de Ariosto, cuyo
carácter sentencioso se asemeja, de por sí, al
espíritu de los pariemas. Si aunamos a ello el que los
versos finales de la octava real ostentan una estructura similar a
la de los refranes (casi siempre bimembres y frecuentemente
pareados) se comprenderá el riesgo de creer que todo el
monte es orégano.
Por tanto, hemos
preferido aquellos ejemplos documentados en paremologías
anteriores o poco posteriores a la edición de La
Araucana (a saber: Santillana, Valdés,
Núñez, Rosal, Mal Lara, Horozco, Correas y Caro
Cejudo), si bien en ocasiones hemos atendido también a
adagios recogidos por Rodríguez Marín con mucha
posteridad. Las citas están referidas siempre a el
Refranero general ideológico español,
compilado por Luis Martínez Kleiser4.
En el caso de las frases adverbiales o de simples vocablos hemos
recurrido casi exclusivamente a Diccionario de
Autoridades, pero también al Covarrubias.
En general, con
las limitaciones obvias, recogemos en las siguientes páginas
todos aquellos ejemplos con sabor popular que, aunque no
explícitamente documentados, dejan entrever con claridad su
origen.
En tres ocasiones
indica Ercilla que está empleando refranes en el texto de su
poema. La primera cuando pone en boca de los enviados de Chile a
reclamar socorro al Perú, una serie de frases destinadas a
convencer al Marqués de Cañete para que envíe
a su propio hijo, terminado una serie de elogios con las siguientes
palabras:
de sus partes, señor nos
contentamos,
pues por natural cosa se
sabe,
(y aun acá en el
común es habla vieja)
que nunca del león
nació la oveja.
(XIII, 13, DEFG)
A pesar de que la
frase sea «habla vieja»ya Medina, en su edición
de La Araucana5
asegura que «no hemos podido hallarla en ninguna
colección de refranes», cosa que es cierta con
respecto a las paremiologías españolas; cabe sin
embargo pensar que el adverbio acá señale el ser un
refrán usado en América, y no en España, lo
que evidenciaría, además, un profundo conocimiento de
la materia por parte de Ercilla.
El segundo de los
ejemplos del mismo carácter, se encuentra en la
introducción del Canto XX, que trata sobre promesas y
cumplimiento, y dice:
Nadie prometa sin mirar
primero
de que de su caudal y fuerza
siente,
que quien en prometer es muy
ligero
proverbio es que despacio se
arrepiente:
(XX, 1, DEFG)
el propio Medina, luego de observar
que antiguamente se decía «de espacio», cita dos
refranes de la colección de Correas: «Quien presto promete, tarde lo cumple, y presto
se arrepiente» (M. K. 52.807) y «Quien presto dice sí y promete, presto
dice no y se escuece» (M. K. 52.806), el primero de los
cuales está también recogido por Caro Cejudo.
Rodríguez Marín anota otro que coincide más
directamente con las palabras empleadas por Ercilla: «Quien de ligero promete, despacio se
arrepiente» (M. K. 52.808), pero que, al parecer, no
está contenido en colecciones contemporáneas a la
publicación de La Araucana.
El tercero y
último de los ejemplos de empleo explicitado de refranes en
La Araucana es aquel en que Ercilla, casi a las postres de
su poema, al ponderar el conocimiento adquirido a través de
sus muchos viajes, dice:
digo que la verdad hallé
en el suelo
por más que afirmen que
es subida al cielo
(XXXVI, 1, FG)
versos con los que concluye una
estrofa cuyo concepto, en opinión de Medina, proviene de
Ariosto (op. cit., id.
ibid.) quien no observa, en
cambio que existe una referencia inequívoca a una serie de
dichos tradicionales, como «La verdad,
huyendo se fue al cielo» (M. K. 63.009) y «La verdad se fue del suelo, y la justicia
miró desde el cielo» (M. K. 63.010), de
colecciones posteriores a la de Correas donde figura «La verbena y la verdad perdido se han»
(M. K. 63.008). Aunque los anteriores son los únicos
ejemplos en que se reconoce, expresamente, el empleo de refranes,
las ocasiones en que se los usa, en forma inequívoca pero no
explícita, son muchísimo más abundantes.
Los versos finales
de la segunda estrofa del canto IV, cuya introducción indica
los beneficios de la justicia dicen:
clemente es y piadoso el que
sin miedo
por escapar el brazo corta el
dedo.
(IV, 2, FG)
Dejando de lado el
que «Dar un dedo de la mano por
algo» es, según el Diccionario de
Autoridades una «Phrase exagerativa
con que se pondera el deseo grande que se tiene de conseguir alguna
cosa», lo que se ejemplifica con un texto de Cervantes,
en Rodríguez Marín se pueden encontrar al menos dos
ejemplos que muestran la prosapia popular de la conseja: «Más vale que un dedo se pierda, que no la
mano entera» (M. K. 38.212) y «Si había de perder la mano, a perder un
dedo me allano» (M. K. 38.213). Igual raíz
tradicional tienen los versos con que se pondera el desamparo en
que quedan los hispanos tras el saco de Concepción:
Pues es mayor miseria la
pobreza
para quien se vio en
próspera riqueza.
(VII, 56, FG)
En Valdés y
Correas se encuentra el siguiente refrán: «Riqueza, trabajosa en ganar; medrosa en poseer,
llorosa en dejar» (M. K. 55.853); en Horozco, estos dos:
«Riqueza, trabajosa de ganar y penosa de
dejar» (M. K. 55.854) y «La
última pobreza es haber sido más rico» (M.
K. 50.761) y por último, en Rodríguez Marín
éste: «La suma pobreza es haber
tenido riqueza» (M. K. 50.762).
Similar es el caso
de dos versos del momento gnómico con que se inicia el canto
VIII:
del vulgo, que jamás
dice lo bueno,
ni en decir los dejetos tiene
freno.
(VIII, 2, FG)
cuyo parentesco con el
refrán de Valdés, Núñez y Correas
«El vulgo no perdona las tachas a
ninguno» (M. K. 64.902) y con el de Rodríguez
Marín «El vulgo echa las cosas a
lo peor» (M. K. 64.904) es probable.
Un ejemplo
interesante se encuentra en las primeras estrofas del canto XV;
Ercilla se disculpa de la monotonía del tema que le ocupa y
dice:
que no hay tan dulce estilo y
delicado,
ni pluma tan cortada y
sonorosa
que en un largo discurso no se
estrague,
ni gusto que un manjar no le
empalague.
(XV, 4, DEFG)
pensamiento que se repite
más adelante en el poema, con variantes:
que el manjar más
sabroso y sazonado
os deja, cuando es mucho,
empalagado.
(XXVII, 1, FG)
y
¿Qué cosa
habrá tan dulce y tan sabrosa
que no se amarga al cabo y
desabrida?
(XXXIV, 1, DE)
Pues bien, los
refranes que enseñan «que las
cosas aunque sean muy escogidas y delicadas, siendo continuas en
esta vida mortal, sirven de molestia y enfado, y pierden su
estimación», como se lee en el Diccionario de
Autoridadess. v. empalagar,
explican el proverbio «No hay manjar que
no empalague, y vicio que no enfade», y otros muchos. De
Valdés en adelante, se repite con frecuencia en las
colecciones el siguiente: «No hay manjar
que no empalague ni vicio que no canse» (M. K. 29.218) y
las variantes sobre el tema abundan (Cfr. M. K.,
op. cit.,
29.819 a 29.861). Las primeras estrofas del canto XXVIII, dedicadas
al tema de Fortuna, contienen los siguientes versos:
y pues sabemos ya por cosa
cierta,
que nunca hay bien a quien un
mal no siga,
(XXVIII, 2, DE)
que se encuentra casi textualmente
en el pariema «Con todos los bienes
algún mal viene» (M. K. 7.335) y cuyo tema se
encuentra en otros mucho más antiguos: «Con bien vengas, mal, si vienes solo»
(M. K. 38.179) recogido ya, con variantes en Valdés y
Núñez, y en el Tesoro de la lengua
castellana, de Covarrubias6;
«Mal sin bien muchos lo tiene; bien sin
mal, pocos lo han» (M. K. 7.354); «El bien y el mal andan revueltos en un
costal» (M. K. 7.328); «Del
bien al mal no hay un canto de real» (M. K. 7.336),
también en Covarrubias, etc. La Araucana
refiriéndose a la ira con que Tucapel y Rengo aguardan un
duelo concertado y aplazado, dice:
y es visto que difieren en muy
poco
el hombre airado y el furioso
loco.
(XXX, 3, FG)
La sentencia es
largamente conocida en el pueblo: «Del
airado a loco va muy poco» (M. K. 34.459); «Entre el loco y el airado, media un
paso» (M. K. 34.460); «La ira,
con la locura alinda»(M. K.
34.461);«La ira es locura el tiempo
que dura» (M. K. 34.462); «Quien se enfurece, si no es loco, lo
parece» (M. K. 34.463); «Si la
ira durara, sería locura clara» (M. K. 34.464);
«Del loco al airado, no va un
palmo» (M. K. 37.048), todas recogidas por
Rodríguez Marín. Refiriéndose a los enemigos,
Ercilla emplea también, al menos en dos oportunidades,
refranes:
Jamás debe, Señor
menospreciarse
el enemigo vivo, pues
sabemos
puede de una centella
levantarse
fuego, con que después
nos abrasemos:
(XXIII, 1, ABC CH)
dice en la primera, en la cual
centella «Tórnase en sentido
alegórico por una pequeña ocasión de la cual
suele entenderse un gran fuego un gran trabajo y ruina»,
uso habitual de la palabra según Covarrubias (op. cit., s. v. centella) y que se puede
encontrar, invertido, en el refrán que reza «Mi enemigo muerto, mi cuerpo suelto»,
que trae Rodríguez Marín (M. K. 20.959). En la
segunda ocasión Ercilla dice:
no hay contra el desleal seguro
puerto,
ni enemigo mayor que el
encubierto.
(XXXI, 4, FG)
lo que consta en el refranero, bajo
la forma de «El peor enemigo es el
escondido» (M. K. 20.965).
El último
de los casos de empleo casi textual, aunque no explícito, de
refranes en Ercilla es aquel cuando hablando del mal, aconseja:
así que, pues sois
sabios, cada uno
elija de dos males el
más leve:
(XXXII, 87, CCH)
que repite el «del mal, el menos» (M. K. 38.218)
anotado ya por Valdés y Núñez y que es,
según el Diccionario de Autoridades una «Phrase adverbial con que se da a entender la
precisión de elegir el menor entre dos
daños».
Un tercer conjunto
de ejemplos es el constituido por aquellas ocasiones en que, en
La Araucana, se emplean pensamientos plasmados por la
tradición en diversos refranes, si bien, la alusión a
éstos puede sólo entreverse de manera indirecta, sin
que sea posible establecer inequívocamente, si se los tiene
en mientes o se trata nada más que de una correspondencia
basada en el acervo inconsciente común a todo un pueblo. Con
todo, dada esta última condición, que fija
también una perspectiva popular para la épica
ercillana, los diversos casos ofrecen considerable interés:
Así cuando, hablando en general de la imprevisión de
los que momentáneamente se ven favorecidos de Fortuna, pero
aludiendo en especial a los españoles, se dice:
No entienden con la
próspera bonanza
que el contento es principio de
tristeza,
(II, 2, AB)
que puede remitirse al antiguo
«Cuando mayor es la fortuna, tanto es
menos segura» (M. K. 59.467) o al también viejo
«La fortuna, cuando más amiga,
arma la zancadilla» (M. K. 59.491). O cuando,
refiriéndose a la codicia, se puede leer:
el fausto, la riqueza y el
estado hincha,
pero no harta al más
templado.
(III, 2, FG)
tema sobre el cual se pueden
encontrar, en Correas, al menos tres refranes: «A la codicia, no hay cosa que la
hincha» (M. K. 11.162), «Antes
cansada que harta» (M. K. 57.210) y «Nunca amarga el manjar por mucho azúcar
echar» (M. K. 59.381).
Facsímil de la portadilla de la edición
príncipe, 1569
Menos evidente,
pero posible es la relación que los versos:
la llaga que al principio no se
cura,
requiere al fin más
áspera la cura.
(IV, 1, FG)
tengan con el refrán
registrado en Núñez «Al
peligro con tiento, y al remedio con tiempo» (M. K.
53374), o la de:
sólo diré que es
opinión de sabios
que adonde falta el rey sobran
agravios.
(IV, 5, FG)
con «Todo es viento, si no hay rey en el reino o
prior en el convento» (M. K. 55.692).
Igual cosa sucede
en otras muchas oportunidades. Al hablar de la prudencia temerosa,
se dice en La Araucana:
el miedo es natural en el
prudente,
y el saberlo vencer es ser
valiente.
(VII, 1, FG)
y en el refranero, ya desde el
siglo XV, «Quien no ha miedo, no face
buen fecho» (M. K. 60.171) y, después «El corazón que sabe temer, sabe
acometer» (M. K. 60.172). Reafirmando lo común de
la sentencia Covarrubias, s. v. miedo declara «Ay
un miedo que suelen tener los hombres de poca constancia y
covardes; ay otro miedo que puede caer en un varón
constante, prudente y circunspecto» y cita, para
confirmarlo la Ley de la Partida, 7, tít. 33, part. 7.
También
tradicional es el pensamiento de que «Necio con colmo es el que deja lo cierto por lo
dudoso» (M. K. 57.899) o como figura en Correas «Mas quiero poco seguro que mucho con
peligro» (M. K. 57.803), por lo que Ercilla no puede
dejar de asombrarse de los araucanos que, al saquear
Concepción, buscando la mayor ganancia:
haciendo codiciosa y necia
cuenta
busca la incierta y deja la
segura
(VII, 51, DE)
Otro ejemplo de
pensamiento popular manifestado en La Araucana se
encuentra en las estrofas introductorias del canto XVII, que hablan
sobre los provechos y desventajas del callar:
Nunca si hablar dejó de
dar indicio,
ni el callar descubrió
jamás secreto:
no hay cosa más
difícil, bien mirado,
que conocer un necio si es
callado.
materia sobre la cual, Covarrubias
escribía, a comienzos del XVII, «En tanto que un hombre no habla con dificultad
se puede colegir del lo que es, y assi dixo el otro filósofo
a uno: Habla pan que te conozcamos. Verdad es que esta prueba se ha
de hazer preguntando para echar de ver si responde a
propósito. Este mismo dezía que quando comprava una
olla de barro le dava algunos golpecillos, y del sonido
colegía si estava sana o cascada; pero los cascarrones no
esperan a que los toquen, preguntándoles, que ellos salen al
camino y dizen lo que son». Opiniones que se pueden
encontrar abundantemente en el refranero español, desde la
sentencia judío española «Del loco, del bobo y de la criatura se sabe
todo» (M. K. 29.404), hasta los más
explícitos «Por la boca muere el
pece, y la liebre témanla a diente», (M. K.
29.554), que figura en Correas, o el de Núñez
«Al buey por cuerno, y al hombre por el
verbo» (M. K. 29.566); pero, sobre todo, en refranes como
«El necio, callando es habido por
discreto» (M. K. 8.762) que recoge Valdés,
«El bobo si es callado por sesudo es
reputado» (M. K. 8.674) en Núñez, o
«Callando el necio es habido por
discreto, o parece discreto» (M. K. 8.675) en el propio
Correas.
En último
lugar, mencionaremos una serie de casos en que es posible se
empleen frases proverbiales de uso común en la época
de Ercilla, aún cuando en ocasiones sea imposible rastrear,
en colecciones paremiológicas u otro tipo de documentos, la
existencia real de ellas.
Así, en
ocasión que a Ercilla le parece haberse desviado del objeto
de su poema, se reprende a sí mismo, recordando:
que es trabajar en vano,
derramando
al viento en el desierto las
razones:
(IV, 6, C CH)
frase aún usada en nuestros
días en la forma en que la recoge Covarrubias «Predicar en el desierto, Cuando los oyentes no
están dispuestos a recebir la dotrina que se les predica o
lo que se les dize»; y que se puede encontrar, con
sentido popular, en Cervantes «Pero todo
fue como dicen dar voces al viento, y predicar en el
desierto» (Persiles, libro 3, cap. 19). Otro ejemplo semejante, de leve
cambio de un decir común, se encuentra en los siguientes
versos, que describen la desesperación del vulgo en la
destruida Penco:
que súbito, alterado y
removido,
de nuevo esfuerza el llanto y
las querellas,
poniendo un alarido en las
estrellas.
(VII, 13, FG)
variante del «Dar el grito que se ponga en el
cielo» de que habla el Diccionario de
Autoridades, según el cual, la frase es una «Exageración que explica la fuerza, con
que se quexa alguna persona», citando, como ejemplo, uno
de Quevedo «El Licenciado daba los
gritos, que los ponía en el Cielo». Al describir
cómo, mientras los españoles reconstruyen
Concepción:
La gente comarcana con
fingida
muestra la paz malvada
aseguraba,
esperaba la ayuda
prometida
que a cencerros tapados
caminaba;
(IX, 41, ABC CH)
Ercilla no hace
sino utilizar la antigua frase adverbial «A cencerros atapados», «con que se explica hacerse o haverse hecho algo
secreta y ocultamente: haciendo alusión al harriero, que no
quiere ser sentido en passo peligroso, y al que hurta ganado, que
ambos para no ser descubiertos tapan los cencerros, porque no
suenen», como explica el Diccionario de
Autoridades, que da un ejemplo del mismo Quevedo: «Y a ella, que se iba a cencerros atapados con
un zurriburri refunfuñando». Medina, recoge las
citas anteriores (op.
cit., id., ibid.) y agrega ejemplos de los americanos Barco
Centenera y Álvarez de Toledo. En igual fuente (D. A.) se puede buscar
casos como el de:
Lautaro dijo: «Es eso
hablar al viento;
sobre ello, Marcos, más
yo no disputo:
(XII, 17, DE)
que no es sino el «Hablar al aire», que en el citado
Diccionario se define como «Hablar sin fundamento y lo que no viene a
propósito».
Lo mismo que los
versos con que el tal Marcos responde a Lautaro:
no estimo lo que ves en una
paja
ni alardes pueden punto
amedrentarme.
(XII, 22, C CH)
que dicen los que Covarrubias
decía «No monta una
paja» y el Diccionario de Autoridades«No monta o no importa una paja»; esto
es: «Phrase con que se desprecia alguna
cosa por inútil u de poca entidad».
Igualmente muy
usual es el símil con que Ercilla pondera la celeridad con
que narra su asunto:
y que más que una posta
voy corriendo.
(XXVII , 3, CH)
sobre el que Medina (op. cit., id., ibid.)
dice «Posta, tomado esta vez en la
acepción de correo; de donde salió el modismo por la
posta: a toda prisa, que es muy frecuente en los escritores
antiguos, así de España como de
América». En efecto, Covarrubias menciona «correr la posta», que el
Diccionario de Autoridades dice «Es caminar con celeridad en caballos, a
propósito para este ministerio...», de lo cual al
por la posta, «Modo adverbial con que
además del sentido recto de ir corriendo la posta,
translaticiamente se explica la prissa, presteza y velocidad con
que se executa alguna cosa», según el mismo
Diccionario, hay poco trecho, inexistente casi en nuestro
ejemplo.
Un último
ejemplo, esta vez no de uso de un modismo, sino de un vocablo en
acepción popular, se encuentra en las lamentaciones con que
Glaura pondera sus desventuras comparándolas con la de un su
antiguo pretendiente:
más, ¡ay!, que en
lo que yo padezco, veo
lo que el mísero
entonces padecía,
que a término he llegado
el pie del palo
que aun no puedo decir mal de
lo malo.
(XXVIII, 12, DEFG)
pues bien, palo, según el
Diccionario de Autoridades, «Se
toma también, por el último suplicio, que se executa
en algún instrumento de palo: como la horca,
garrote», cosa ya observada por Medina que al respecto
dice (op.
cit., id., ibid.) «Estar al pie
del palo (Es estar al pie de la horca) Correas,
Vocabulario, p.
533»; añadiendo además unos versos de
Garcilaso en los que figura la frase, la que don Adolfo de Castro
comenta diciendo que se trata de un «término vulgar», en la
acepción dicha.
Hasta aquí
los ejemplos de usos, refranes, modismos o vocablos de
tradición y con significado popular en la obra de Ercilla.
Por cierto es posible que la abundancia de ellos en La
Araucana sea superior a la muestra entregada; baste ella, sin
embargo, para reafirmar el carácter popular de la
época ercillana, su profunda ligazón con el pueblo.
Un tercer recurso cuyo carácter popular nos parece admisible
y que está, por otra parte, ligado a la ingeniosidad que la
crítica extranjera desde el siglo XVIII cree
característica de la literatura española, es el
humor. Aunque reñido, de alguna manera, con los preceptos
retóricos para la epopeya, el humor suele aflorar en
Ercilla, en una serie de variantes que alivianan la
entonación bélica del poema y contribuyen a darle una
muy especial fisonomía.
En ocasiones son
los propios personajes de la epopeya los que ejercitan la burla;
bien como Lautaro, quien por orden de Caupolicán va a
reunirse con el Senado araucano y trata de sorprender a sus
compañeros de armas, jugándoles una broma que en
principio causa alarma, pero luego es recibida con
alegría:
En oyendo Lautaro aquel
mandato,
levanta el campo, sin parar
camina,
deja gran tierra atrás,
y en poco rato
al monte andalicano se
avecina;
y por llegar de súbito
rebato
el camino torció por la
marina,
ganoso de burlar al bando
amigo,
tomando el nombre y voz del
enemigo.
(VIII, 9)
Facsímil de la edición príncipe, 1578
O bien como
Tucapel, que habiendo desafiado a duelo desde hace largo tiempo a
Rengo, sin haber podido enfrentarlo por diversas razones, ve de
súbito, en el fragor del combate contra los
españoles, que su enemigo está apunto de morir a
manos de éstos, por lo que:
Llegóse a Rengo y dijo:
«Aunque enemigo,
esfuerza, esfuerza, Rengo, y
ten hoy fuerte,
que el impar Tucapel
está contigo
y no puedes tener siniestra
suerte;
que el favorable cielo y hado
amigo
te tiene aparejada mejor
muerte,
pues está cometida al
brazo mío,
si cumples a su tiempo el
desafío».
(XXV, 69)
Las más de
las veces, sin embargo, es el propio poeta el que introduce cierta
nota humorística, a manera de comentario sobre las acciones
que narra, como sucede, por ejemplo, al referir la llegada de
Caupolicán al lugar en que debe elegirse general de los
araucanos. Hace ya varios días que se desarrollan las
pruebas para elegir al caudillo; Colo-Colo, sabiendo que
Caupolicán, su favorito y seguro triunfador, llegará
con retraso, ha programado las cosas de manera que su candidato
disponga de tiempo para arribar. Al fin lo hace, y canta
Ercilla:
Fue con alegre muestra
recebido,
-aunque no sé si todos
se alegraron-
(II, 48, AB)
Muy similar es el
comentario al nombramiento como capitán del joven
Lautaro:
Del grato mozo el cargo fue
acetado
con el favor que el general le
daba;
aprobólo el común
aficionado,
si a alguno le pesó, no
lo mostraba:
(III, 86, ABC CH)
En otras
ocasiones, los comentarios del narrador abandonan la malicia para
desembocar en otro tipo de humor. Así cuando describiendo la
batalla de Andalicán se dice:
Diego Cano a dos manos, sin
escudo,
no deja lanza enhiesta ni
armadura,
que todo por rigor de filo
agudo
hecho pedazos viene a la
llanura;
pues Peña, aunque de
lengua tartamudo,
se revuelve con tal
desenvoltura
cual Cesio entre las armas de
Pompeo,
o en Troya el fiero hijo de
Peleo.
(V, 40)
Que la vena
humorística ercillana no es malitencionada se comprueba al
ver que, al menos en una ocasión, se vuelve contra sí
mismo. Triunfadores los araucanos del asalto a Concepción,
Ercilla repara, de improviso, que su canto ha seguido a los
derrotados españoles, abandonando a sus vencedores. Y
rectifica:
Con la gente araucana quiero
andarme
dichosa a la sazón y
afortunada;
y, como se acostumbra,
desviarme
de la parte vencida y
desdichada;
por donde tantos van quiero
guiarme,
siguiendo la carrera tan
usada,
pues la costumbre y tiempo me
convence
y todo el mundo es ya
¡viva quien vence!
(IX, 100)
Ocasiones hay
también en que ironía y humor se ejercitan a
través de la elección de un solo vocablo, como en la
ocasión en que Lautaro elige a los guerreros que han de
acompañarlo en el ejercicio bélico:
Los que Lautaro escoge son
soldados
amigos de inquietud,
facinerosos,
en el duro trabajo
ejercitados,
perversos, disolutos,
sediciosos,
a cualquiera maldad
determinados,
de presas y ganancias
codiciosos,
homicidas, sangrientos,
temerarios,
ladrones, bandoleros y
cosarios.
Con esta buena gente
caminaba
hasta Maule de paz
atravesando,
y las tierras, después,
por do pasaba
las iba a fuego y sangre
sujetando:
(XI, 35, 36 ABC CH)
O, parecidamente,
a través de una figura literaria; en este caso un
símil que describe los destrozos producidos por el
genovés Andrea entre sus indígenas adversarios en el
combate de Millarupué:
lleva de un golpe a Changle la
cabeza
y por medio del cuerpo de On
cercena;
hiende a Narpo hasta el pecho,
y a Brancolo
como grulla lo deja en un pie
solo.
No siempre es tan
festivo el humor de La Araucana: abundantes y
significativas son las ocasiones en que la burla se ejerce como
sanción moral, singularmente de la cobardía o simple
falta de arrojo. Así, cuando antes de iniciar la batalla de
Andalicán los ejércitos español y araucano
toman posiciones frente a frente:
Villagrán con la suya a
punto puesto
en el estrecho llano se
detiene;
plantando seis cañones
en buen puesto
ordena aquí y
allí lo que conviene:
estuvo sin moverse un rato en
esto
por ver el orden que Lautaro
tiene,
que ocupaba su gente tanto
trecho
que mitigó el ardor de
más de un pecho.
(V, 3)
Y cuando Lautaro
interviene para detener la furia de Tucapel, que luego de matar a
Puchelcalco amenaza con acabar con todo el Senado araucano:
Baja Tucapel al campo, y
prestamente
el rico cuerno a retirar
tocaba,
al son del cual se
recogió la gente,
que recogerse a nadie le
pesaba;
(VIII, 56, ABC CH)
O, al hablar del
poco éxito con que el reclutamiento de gente dispuesta a
reedificar Concepción se lleva adelante:
Con gran trabajo y gasto
levantaron
pequeña copia y
número de gente:
afirman la ocasión desto
no puedo,
si fue la poca paga o mucho
miedo.
(IX, 39, DEFG)
Tal como al
describir como huyen los españoles de Penco, asolado por los
indios, y cómo algunos se disponen a escapar en un
navío a la sazón atracado en el puerto de la ciudad,
se dice:
Quien en llegar es algo
perezoso,
viendo llevar el áncora
a la nave,
no duda en arrojarse al mar
furioso
teniendo aquel morir por menos
grave;
quien antes no nadaba, de
medroso
las olas rompe agora y nadar
sabe:
mirad, pues, el temor a
qué ha llegado,
que viene a ser de miedo el
hombre osado.
(IX, 65)
Por último,
en igual sentido, cuando Lautaro avanza sobre Santiago, y antes de
llegar a él se fortifica en un lugar al que van a atacarle
los conquistadores, no pueden éstos dejar de maravillarse de
la fuerza indígena:
Quien incrédulo dello
antes estaba,
teniendo allí el venir
por desvarío,
a tan clara señal
crédito daba,
helándole la sangre un
miedo frío.
Quien de pura congoja
trasudaba,
que de Lautaro ya conoce el
brío;
(XI, 45, ABC CH DE)
Otro tipo de humor
es el que resulta de la pura comicidad de las situaciones narradas,
acentuada o no por el poeta. Tal por ejemplo, cuando se describe el
encuentro con los indios en la fuerza de Tucapel, en el cual los
españoles causan graves daños en las filas
enemigas:
Otro, pues, que de
Córdoba se llama,
mozo de grande esfuerzo y
valentía,
tanta sangre araucana
allí derrama,
que hizo más de cien
viudas aquel día:
por una que venganza al cielo
clama,
saltan todas las otras de
alegría;
que al fin son las mujeres
varïables,
amigas de mudanzas y
mudables.
(IV, 30)
En el mismo grupo
se puede contener la aventura que le sucede al propio Ercilla
mientras cabalga, por los campos, solo:
Viniendo, pues, a dar al
Chaillacano,
que es donde nuestro campo se
alojaba,
vi en una loma, al rematar de
un llano,
por una angosta senda que
cruzaba
un indio laso, flaco y tan
anciano
que apenas en los pies se
sustentaba,
corvo, espaciosos,
débil, descarnado,
cual de raíces de
árboles formado.
Espantado del talle y la
torpeza
de aquel retrato de vejez
tardía,
llegué, por ayudarle en
su pereza,
y tomar lengua del, si algo
sabía;
mas no sale con tanta
ligereza
sintiendo los lebreles por la
vía
la temerosa gama
fugitiva
como el viejo salió la
cuesta arriba.
(XXIII, 24, 25)
Facsímil de la edición príncipe, 1589
Un último
ejemplo de esta especie. Mientras se prepara el largamente diferido
combate entre Tucapel y Rengo, que ya hemos nombrado, la
expectación crece entre los araucanos y con ella, las
apuestas sobre el triunfador del duelo:
Pues el campo y el plazo
señalado
que fue para de aquel en cuatro
días,
nacieron en el pueblo
alborozado
sobre el dudoso fin muchas
porfías:
quién apostaba ropa,
quién ganado,
quién tierras de labor,
quién granjerías;
algunos que ganar no
deseaban,
las usadas mujeres
apostaban.
(XXIX, 21)
Refirámosnos, para terminar a un muy especial tipo de humor
que asoma aquí y allí en La Araucana. Una
suerte de humor negro, que toma de las situaciones macabras o
trágicas su materia, sin caer nunca en extremos. En el
Senado Araucano convocado después de las primeras victorias
indígenas, un viejo cacique, Puchecalco, con fama de
adivino, agorero y astrólogo, anuncia a la asamblea que el
aire está lleno de malas señales y más vale
detenerse y no desafiar al sino; Tucapel, que ya ha tenido un
incidente con Peteguelén, por parecida opinión, no
resiste este nuevo llamado a la mesura:
Tucapel, que de rabia
reventando
estaba oyendo al viejo,
más no atiende,
que dice: «Yo veré
si adivinando,
de mi maza este necio se
defiende».
Diciendo esto, y la maza
levantando,
la derriba sobre él, y
así lo tiende,
que jamás midió
curso de planeta,
ni fue más adivino ni
profeta.
Quedole desto el brazo tan
sabroso
según la muestra, que
movido estuvo
de dar tras el senado
religioso,
y no sé la razón
que lo detuvo.
(VIII, 44, 45, ABC CH)
Otra muestra de
este especial tipo de humor puede sorprenderse en el verso final de
la estrofa en que Ercilla pondera una de las más graves
consecuencias de la sequía que afecta, durante una
temporada, al país. La sequía, y la falta de alimento
de ella derivada:
Causó que una maldad se
introdujese
en el distrito y término
araucano,
y fue que carne humana se
comiese
(¡inorme
introducción, caso inhumano!),
y en parricido error se
conviertiese
el hermano en sustancia del
hermano;
tal madre hubo que al hijo muy
querido
al vientre le volvió do
había salido.
(IX, 21)
Esas mismas madres
araucanas son las figuras de otro cuadro, más que macabro,
grotesco. Tras la derrota que los españoles sufren a manos
de los habitantes del país en Concepción, y mientras
los soldados imperiales huyen, aparecen las mujeres
indígenas que se lanzan en persecución de los
vencidos:
Ya vueltas del estruendo y
muchedumbre
también en la vitoria
embebecidas,
de medrosas y blandas de
costumbre
se vuelven temerarias
homicidas;
no sienten ni les daban
pesadumbre
los pechos al correr, ni las
creadas
barrigas de ocho meses
ocupadas,
antes corren mejor las
más preñadas.
(X, 5)
Finalmente la
última de las escenas miradas desde esta perspectiva del
humor negro, es aquella en que, tras la victoria de
Millarapué, los españoles, para escarmiento, mandan
ahorcar a algunos caciques. Uno se resiste, pero increpado por
Galvarino, se decide por la muerte honrosa, en la que lo sigue el
anterior, quedando al fin ambos colgados de los árboles. Ese
es el hecho: así lo canta Ercilla:
Apenas la razón
había acabado
cuando el nobel cacique
arrepentido
al cuello el corredizo lazo
echado,
quedó en una alta rama
suspendido;
tras él fue el audaz
bárbaro obstinado,
aun a la misma suerte no
rendido,
y los robustos robles desta
prueba
llevaron aquel año fruta
nueva.
(XXVI, 37)
Los ejemplos de
símiles, refranes y humor que hemos traído a
colación no pretenden, repetimos, agotar la cantidad de
elementos populares que se pueden sorprender en La
Araucana. Sí llamar la atención sobre un rasgo
hasta el momento no visto que distingue la creación de
Ercilla, la liga con la tradición hispánica e
ilumina, en sus inicios, la singularidad de nuestras letras.
Yo dejo mucho,
y aún lo más principal por escribir, para el que
quisiera tomar el trabajo de hacerlo, que el mío lo doy por
bien empleado, si se recibe con la voluntad que a todos lo
ofrezco.