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ArribaAbajo1.4. La novela sentimental


ArribaAbajo1.4.1. Desfase cronológico

El juego de las emociones, la hipersensibilidad psicológica, los sentimientos amorosos y la proyección subjetiva sobre el paisaje configuran el metagénero de novela sentimental. No podemos olvidar que esta categorización tiene ya sus raíces en el último tercio del siglo XVIII. La marquesa de Deffand, apasionada del poeta inglés Horacio Walpole, mezcla en sus Cartas el desencanto y el amor. Bernardin de Saint-Pierre impone el sentimiento elegíaco y lírico. Pero ya desde La nouvelle Heloîse (1761), las historias amorosas se centran en la espontaneidad instintiva, en la emoción, en la pasión trágica. Sin embargo, la nueva sensibilidad amorosa se consolida con la rápida difusión de las traducciones, de las autobiografías sentimentales, desde René (1802) hasta Graziella (1849), de Lamartine25. El género se mantiene en Hispanoamérica hasta la última década del XIX, como podemos comprobar en este paradigma:

AñoNovelas Autores
1847 Soledad B. Mitre
1851Esther M. Cané
1858El primer amorBlest Gana
1861 JuliaL. B. Cisneros
La peregrinación de BayoánHostos
1867María J. Isaacs
1869 ClemenciaAltamirano
1871Angélica L. C. Ortiz
1878MaríaValderrama
1882CarmenP. Costera
1895 Angelina R. Delgado

Al margen del sentimiento amoroso, latente en la narrativa indianista, la primera novela de la serie es Soledad26, escrita en Bolivia, durante el destierro del autor, Bartolomé Mitre. Dentro del espacio geográfico limitado por las estribaciones de las cumbres andinas bolivianas, el escritor argentino localiza una compleja historia amorosa, con la acumulación de tópicos del género y situaciones efectistas derivadas del folletinismo francés. La agente de la acción, Soledad, es un prototipo de heroína romántica que lee La Nueva Heloïsa, escribe un diario sentimentaloide   —13→   y está convencionalmente idealizada, con formas estereotipadas como estas: «imagen escapada de las telas de Rafael»; «un serafín bajado del trono del Señor»; «la estatua de la castidad meditando». Mitre usa «de las prerrogativas del novelista, que todo lo sabe»; su narración depende más del «interés del juego recíproco de las pasiones, que de la multiplicidad de los sucesos, poniendo siempre al hombre moral sobre el hombre fisiológico».

Los esquemas míticos sentimentales inspiran, también, a otro escritor argentino, Miguel Cané, para la elaboración de Esther. Las convencionales situaciones amorosas se suceden con distinta fortuna, hasta llegar al final elegíaco de la muerte de la protagonista. La localización en Florencia es un pretexto para apuntar impresiones artísticas. Mezcla, además, referencias a los escritores argentinos de su tiempo.

En el centro de este paradigma cronológico, resalta La peregrinación de Bayoán, del intelectual puertorriqueño Eugenio María de Hostos (1839-1903). La prosa poemática actúa sobre la visión polidimensional del espacio geográfico antillano y del sentimiento delirante de los agentes. El proceso amoroso de Bayoán y Marién, a parte de su simbolismo geográfico y étnico pasa por tres fases: la supeditación del amor al deber patriótico; el viaje de la pareja, desde el Caribe a España, mezcla de arrebatos líricos, de esperanza de felicidad y sobresaltos; y la frustración de todos los sueños, con la muerte de Marién, narrada con estremecido efectismo. Pero además, en sus páginas entra también el ideario político y la postura reformista. Por este motivo fue silenciada en España. Sin embargo, la ideología, la actitud combativa, frente a los males de la colonia, y el alegato contra la eliminación de los indios pierden efectividad, entre el lirismo, la conciencia paroxística de exaltación de las pasiones y el tono altisonante de la prosa.




ArribaAbajo1.4.2. Culminación del metagénero

La culminación del metagénero es María, del colombiano Jorge Isaacs. La novela, típico ejemplo de la Weltanschaung romántica, nos ofrece una plástica interpretación de la naturaleza del Valle del Cauca, la exploración de las estructuras socioeconómicas del mundo rural y las situaciones de convivencia de distintos grupos étnicos. El enfrentamiento entre los latifundios de las planicies y los minifundios de la sierra, las distintas escalas de la pirámide social, la diferenciación étnica y los contrastes socioeconómicos, a pesar de su exploración convencional y de las interrelaciones dominadas por el paternalismo, crean una clara bipolarización:

Diagrama del enfrentamiento entre los latifundios y los minufundios, la diferenciación étnica y los contrastes socioeconómicos

Efraín se convierte en narrador autodiegético; en forma retrospectiva, con un encadenamiento analéptico, relata su apasionada aventura amorosa y, al mismo tiempo, aparece como observador del espacio geográfico y como testigo de las estructuras sociales. Es un prototipo de los héroes románticos, al protagonizar una «vía purgativa», intensificada por la nostalgia de la emigración y por la grave enfermedad y la muerte de su amada. Por eso, lo más importante en María es la romántica «mentalidad impetuosa», categorizada por los sentimientos exaltados, la soledad, la melancolía, el desarraigo, el delirio amoroso. Algunas funciones agenciales están movidas por signos caracterizados del mal du siècle, del Weltschmerz, con sus desmayantes emociones y sombríos presagios. Además de su parentesco con Atala, Virginia o Graziella, María puede considerarse   —14→   como una Margarita Gautier rezagada27.




ArribaAbajo1.4.3. La novela sentimental en México

La evolución del metagénero novela sentimental llega en México hasta el último trimestre del siglo. En 1869, se publica Clemencia, de Ignacio Manuel Altamirano, autor que se estudiará más adelante. Sobre el espacio real de la ciudad de Guadalajara se localiza una historia amorosa reconstruida con los tópicos del género: retratos femeninos idealizados, convencionales; engaños y desengaños; honorabilidad y traición. El efectismo se acumula al final: Flores es procesado por traición; Valle le sustituye en la cárcel y es fusilado en su lugar. Clemencia rechaza a Flores, al conocer su delito, y se desmaya al recibir la noticia del fusilamiento de su pretendiente. También Pedro Costera conjuga todos los tópicos románticos en su novela Carmen, a pesar de la fecha tardía de su publicación, en 1882. Aunque es «el primero en burlarse del romanticismo y de despreciar el dolor», idealiza en esta autobiografía sentimental la figura de la agente, reconstruyendo nostálgicamente una parcela del pasado; hay una proyección subjetiva sobre el paisaje. Carmen es una huérfana abandonada y de origen desconocido; su grave enfermedad se opone a la felicidad amorosa. El conflicto de la anagnórisis y la muerte de la protagonista ponen un efectismo elegíaco en el desenlace del discurso narrativo.






ArribaAbajo1.5. La novela histórica

La novela histórica surge en Europa a comienzos del XIX, en unos años de fuerte crisis, cuando, detenido el «rodillo» de Napoleón, se instala la nueva frontera política derivada del Congreso de Viena, y la revolución industrial entra en su segunda fase. Las situaciones contextuales brindan un complejo de tensiones, pero los escritores románticos prefieren relatar el «irrealismo e ilusionismo» del pasado. Walter Scott reconstruye la romántica caballeresca medieval; Victor Hugo intenta resucitar el París del XV; Manzoni dota de un sentido especial al Milán del XVII...

La historical romance se introduce gradualmente en Hispanoamérica en un tiempo de crisis, de afirmación del nuevo status político y socioeconómico. Los jóvenes narradores se sienten fascinados por la poderosa nostalgia del pasado lejano. La nueva mentalidad liberalizada, inquietada por las impresiones de la independencia conseguida, reacciona contra el dilatado periodo de dominio colonial, y busca el más lejano punto de conflictividad en la época de la conquista. Adaptan las técnicas de estructuración del discurso scottianno, pero sustituyen la caballeresca medieval y el honorable gentleman inglés por los audaces conquistadores y los héroes indígenas que defienden su territorio natural. Plantean, como consecuencia, la contraposición dialéctica entre el presente de implantación republicana y el pasado de sumisión virreinal28.

Los códigos del Redgauntle se generalizan y crean un nutrido corpus de novela histórica, ambientada en episodios de la conquista y de los siglos XVII-XIX. Las primeras novelas intentan reconstruir hechos de la historia del Perú: Gonzalo Pizarro (1839), del mexicano Manuel Ascencio Segura; Huayna Capaz y Atahualpa, del colombiano Felipe Pérez. La cruenta conquista de México, además de Guatimozín (1846), inspira varias novelas tardías, Eligio Ancona sigue las campañas de Cortés y su lucha con Xitoténcatl, en Los mártires de Anáhuac (1870), novela efectista en los incendios y en la tremenda matanza con perspectiva omnisciente por el novelista.   —15→   El sentimentalismo y las situaciones folletinescas restan veracidad al relato. Frente al antiespañolismo de Ancona, Juan Luis Tercero manifiesta su simpatía por los conquistadores españoles y defiende las acciones de Hernán Cortés en Nezahualpilli (1875), aunque los únicos valores de esta obra son las concretas descripciones paisajísticas de Tlaxcala y Michoacán y del «hermoso espectáculo del Valle de México».

Todo este proceso interpretativo de las situaciones límite de la conquista culmina, en 1879-1882, en el equilibrio expresivo y el rigor histórico de Enriquillo, del dominicano Manuel de Jesús Galván.


ArribaAbajo1.5.1. Los procesos inquisitoriales, materia novelesca

Novelistas de diferentes países utilizan la tradición residual de los principales acontecimientos de la colonia. Los procesos inquisitoriales contra las desviaciones religiosas y morales, contra judíos, protestantes y renegados proporcionan materia para un metagénero narrativo. Lima y México, ya desde 1569, son centros claves de la actuación del Santo Oficio, y por ello estas dos ciudades son las preferidas para la ambientación novelística.

Vicente Fidel López

Vicente Fidel López

El primer ejemplo significativo de este metagénero es La novia del hereje o La Inquisición en Lima, de Vicente Fidel López, publicada como folletín, en 1846, y en libro, en 1854. La formación filosófica del escritor argentino influye en su interpretación de las tensiones del pasado histórico, y las lecturas de Walter Scott, Fenimore Cooper y Eugène Sué condicionan la organización del discurso narrativo y el tratamiento efectista de algunas situaciones. La acción se localiza en la Lima de los años 1578-1579, por ser entonces el «centro de vida que el Gobierno español había dado a todos los territorios» americanos.

Por La novia del hereje circulan personajes históricos, como el virrey Francisco de Toledo, el arzobispo Megrovejo, Sarmiento de Gamboa, Francis Drake. Pero el encuadre histórico se dinamiza por el juego de intrigas, personajes funestos, venganzas, incursiones de los piratas, batallas navales, procesos del Santo Oficio... La actitud liberal y anticlerical del autor se proyecta sobre el proceso amoroso de una pareja de distinta religión. La católica María, perseguida por la Inquisición por sus relaciones con un hereje, es liberada de la prisión por su amado Henderson, auxiliado por algunos contestatarios limeños, y puede restaurar su felicidad, alejada del espacio adverso peruano, en un ambiente protestante como el de Inglaterra.

También el escritor chileno Manuel Bilbao (1829-1895) escribe y publica, durante su estancia en Lima, El Inquisidor Mayor. Historia de unos amores (1852). Mantiene asimismo una postura   —16→   liberal y clerófoba para novelar los horrores de los tribunales inquisitoriales en el mismo marco limeño colonial, forzando la intriga con procedimientos folletinescos.

La persecución del tribunal del Santo Oficio se intensifica en México, desde 1642, sobre todo, contra el criptojudaísmo. Sus tensiones atraen a varios novelistas. Entre 1848 y 1850, Justo Sierra O'Reilly (1814-1861) publica, en el folletín de El Fénix, La hija del hereje. En el marco del Yucatán del siglo XVII, el escritor mexicano localiza la historia amorosa de la pareja María Álvarez y Luis Zubiaur, frustrada por la maquinación del Santo Oficio que los persigue por la sospecha de ascendencia judía. Las influencias de Bulwer-Lytton, Walter Scott, Dumas y Eugenio Sué fuerzan el discurso narrativo, con intrigas, violencias y secuencias efectistas.

Años más tarde, en 1868, Vicente Riva Palacio se enfrenta con situaciones históricas y procesos inquisitoriales, en la Nueva España del XVII, en dos novelas con perspectiva histórica reelaborada con procedimientos ficcionales, de sorpresa y de misterio, con situaciones de tormento y brujería. Los modelos están en Walter Scott, en Sué, en el efectismo del relato folletinesco. En el largo discurso narrativo de Monja y casada, virgen y mártir acumula y entrelaza citas amorosas, disputas por herencias, crímenes pasionales, enredos dramáticos, funciones diabólicas, brujerías, narcóticos, tormentos en los calabozos del Santo Oficio, mujeres desdichadas que se precipitan en el abismo... La misma compleja estructura folletinesca se repite en Martín Garatuza, protagonizada por personajes supervivientes de la novela anterior. El agente central, en sucesivos cambios de disfraz, se mueve en las turbulencias de los criollos. Se suceden «trampas infernales», bodas engañosas, anagnórisis de hijos perdidos, sangrientas venganzas, expiación en un convento29.




ArribaAbajo1.5.2. La aventura de la piratería

Otro polo de sugestión del pasado americano es la piratería. La navegación de los corsarios intenta contrarrestar la doctrina del mare clausum defendida por España, las rutas comerciales cerradas cubiertas por los galeones españoles. Ya en las últimas décadas del XVI, los piratas franceses y los corsos de Hakins y Drake operan por el litoral americano, inquietan los puertos del Atlántico y del Pacífico. Las incursiones de los holandeses menudean a lo largo de la primera mitad del XVII, y en la segunda mitad de esta centuria, Jamaica se convierte en gran base de la piratería inglesa, de las acciones de Morgan y Vernon. Los filibusteros y bucaneros dominan puntos estratégicos en el mar del Caribe, hasta 175030.

Los testimonios de abordajes, saqueos y prisioneros, tan frecuentes en las historias, son tema de las diatribas de Juan de Castellanos, Cristóbal de Llerena, Miramontes, Rodríguez Freyle, Sigüenza y Góngora, Oviedo, Herrera... Para algunos escritores clásicos, estas depredaciones son represalias de la herejía, del luteranismo, de la «confabulación contra España». Pero el punto de vista de los románticos cambia este concepto parcial. Los piratas, con su aventura, con su navegación audaz, se convierten en símbolos de la libertad. Cuatro escritores, difundidos en los círculos culturales hispanoamericanos, contribuyen a esta perspectiva: Lord Byron exalta la existencia temeraria del corsario; Walter Scott dinamiza sus aventuras en The Pirate; el norteamericano Fenimore Cooper interpreta sus aventuras en The Pilot; José de Espronceda introduce en su poesía a estos héroes marginados.

Este metagénero novelístico de piratería, iniciado ya por Vicente Fidel López, con La novia del hereje, se mantiene hasta finales de siglo, en estratificación cronológica con el realismo y naturalismo. La serie continúa con El filibustero (1851), del mexicano Justo Sierra O'Reilly y   —17→   con El pirata o La familia de los condes de Osorno, de Coriolano Márquez Coronel. En 1865, el chileno Manuel Bilbao publica El pirata de Guayas, relato de escasos valores literarios, lleno de ingenuas situaciones melodramáticas. Eligio Ancona mezcla, en El filibustero (1866), las efectistas aventuras del corso con un proceso amoroso desdichado, lleno de situaciones inverosímiles y con las represiones de la Inquisición. Las intrigas folletinescas entran también en Los piratas del golfo (1869), de Riva Palacio. El famoso pirata Roberto Cofresí, que merodea por el litoral de Puerto Rico, a comienzos del XIX, suministra sus audaces razzias a un metagénero narrativo concreto. El puertorriqueño Alejandro Tapia Rivera novela, en Cofresí (1876), funciones sentimentales, traiciones, situaciones folletinescas que culminan con el fusilamiento del agente, acaecido, en realidad, en 1825. También el dominicano Francisco Carlos Ortega interpreta las aventuras del mismo personaje en El tesoro de Cofresí (1889). El ciclo de la piratería se amplía, además con Carlos Paoli, de Francisco Acuña Gabaldón; Los piratas de Cartagena (1885), de la colombiana Soledad Acosta de Samper; Los piratas, de Carlos Sáez Echevarría; y Esposa y verdugo, otros piratas de Tenco (1897), de Santiago Cuevas Puga.

El jardín de palacio del pirata Sir Walter Raleigh

El jardín de palacio del pirata Sir Walter Raleigh, de una serie de grabados de finales del XIX sobre la mansión




ArribaAbajo1.5.3. Guatimozín, de Gómez de Avellaneda

El entusiasmo por Walter Scott y Chateaubriand y los modelos de Larra y Espronceda, deciden a Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) a novelar dramáticos episodios históricos de la conquista de México, en Guatimozín (1846). Utiliza como fuentes principales las Relaciones de Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Antonio de Solís, Clavijero y Roberston. Conocería también la novela de García Bahamonte, Xicoténcatl, ya que las aventuras y la ejecución de este caudillo de Tlaxcala ocupa varios capítulos en su obra; existe, ademas, una indudable coincidencia entre los dos desenlaces, con la venganza de las dos viudas indias. La viuda del jefe tlascalteca, Teutila, llega, con fingimiento, hasta la residencia del conquistador y lo hiere, lanzándole un puñal. En el epílogo de la escritora cubana, la loca viuda del último emperador finge amistad con Marina para herir a Cortés.

La influencia scottiana está presente ya en los primeros capítulos que sirven de introducción para ilustrar al lector sobre las conquistas de Cortés, su alianza con Tlaxcala y la situación del «imperio de Moctezuma». La entrevista entre el conquistador y el emperador sirven de motivo para describir las costumbres y las fiestas populares mexicanas. La prisión de Moctezuma y el destierro de Guatimozín generan las situaciones conflictivas de la segunda parte. Con la rebelión de los mexicanos y la muerte de su emperador, el héroe tlaxcalteca pasa a un primer plano, y como nuevo emperador se convierte en el duro opositor de Hernán Cortés; pero después del cerco y la conquista de la capital, padece el «martirio» de la prisión y es ahorcado.

La novela abunda en situaciones de violencia, acotadas por la escritora con comentarios generalizadores. Por ejemplo, la emboscada y la matanza de los españoles en la «Noche Triste», están atenuadas por el engarce de diálogos, de exclamaciones, con la imprecisión de sintagmas de vago sentido: «confusión», «terribles escenas de matanza», «emociones de peligro», «entusiasmo   —18→   por la patria». Alguna de las situaciones límite, como la acción de ahorcar a Guatimozín, está dominada por efectismo enfático. Sin embargo, en otros episodios, la lengua se equilibra, se hace más directa, por su proximidad a las fuentes históricas. Pueden destacarse dos ejemplos: la visión de la «mortífera epidemia de la viruela» que intenta transmitir el terror de la corte de Tenoxticlán, y la narración del cerco de México y de la derrota de los españoles31.

No podemos olvidar que los episodios históricos están reconstruidos con imaginación y fantasía, con la consiguiente deformación de la veracidad de los hechos. Dentro de una relativa postura neutral, Gómez de Avellaneda resalta la osadía y ambición de Cortés, la crueldad de sus acciones represivas; exalta, en cambio, el heroísmo y los sentimientos de los príncipes mexicanos. Dentro del marco histórico, se entrelazan los procesos amorosos de las parejas Guatimozín y Gualcazinla, Cortés y Marina y Tecnixpa y Velázquez. Las situaciones sentimentales se repiten, o se intensifican, dominadas por las situaciones límite de la lucha. La mujer del último emperador pierde la razón, al verlo preso. El episodio más novelesco es el del amor apasionado de Tecnixpa por el capitán español Velázquez de León; para Concha Meléndez32 su gracia juvenil recuerda a la Mila de Chateaubriand, pero su desdicha la convierte en una segunda Atala.




ArribaAbajo1.5.4. La historicidad de Enriquillo

El ciclo de la novela histórica culmina con Enriquillo, publicada, la primera parte, en 1879, y la edición completa en 1882. Su autor, el dominicano Manuel de Jesús Galván, tiene un claro sentido de la historia y la geografía de la Isla Española, y, al sujetarse a la historicidad de los hechos, crea una novela didáctica, veraz y equilibrada. En los años en que escribe se ha superado ya la fantasía romántica. Por eso, en su prosa tienen una representación objetiva los sucesos históricos de las primeras décadas del siglo XVI. Se enfrenta con la conflictividad creada por el gobernador Nicolás de Ovando, al sacrificar a «más de 80 caciques indios, abrasados entre las llamas o al filo de implacables aceros»; pondera los procedimientos más reflexivos de Diego Velázquez y elogia el testimonio histórico de Bartolomé de las Casas. Describe con detalle la corte de los virreyes Diego Colón y doña María de Toledo. Además de las intrigas cortesanas, las tensiones están representadas por la conflictividad del enfrentamiento entre los conquistadores y los indios, por las distintas situaciones de violencia, por la rebeldía del cacique Guarocuya, conocido con el nombre de Enriquillo.

La amplia perspectiva histórica deriva de fuentes concretas: la Historia de las Indias, del P. Las Casas, citada con frecuencia textualmente: las Décadas, de Herrera; las Elegías de ilustres varones de Indias, de Juan de Castellanos; la Vida de Colón, de Washington Irving, y otras biografías y documentos del Archivo de Indias. Además, en su organización narrativa encontramos resonancias de Antonio de Solís y del Inca Garcilaso de la Vega. La preocupación historiográfica de Galván se descubre en transcripciones literales de las crónicas, las pormenorizadas explicaciones, las notas a pie de página. La fidelidad a la historia imprime un tempo lento al relato, merma la profundidad psicológica, el juego de lo imaginativo y ficcional. Para José Martí, en Enriquillo se manifiesta una «novísima y encantadora manera de escribir nuestra historia americana». La lucha de los indios, mandados por Guarocuya, tiene para Galván un sentido nacionalista, es un símbolo de la defensa de los derechos indígenas, en el XVI y en   —19→   los mismos años en que se escribe la novela33.

José Mármol (grabado de 1890)

José Mármol (grabado de 1890)

En interrelación con los acontecimientos históricos, se desarrollan tres procesos amorosos: las traiciones contra la india doña Ana, viuda de Hernando de Guevara; los obstáculos que impiden la felicidad de doña María de Cuéllar, enamorada de Juan de Grijalba, pero obligada a casarse con Diego Velázquez; y por último, el idilio entre Enriquillo y Mencía, consumado en el matrimonio, pero cortado violentamente por la muerte heroica del cacique en las montañas de Bahoruco. Aunque el escritor dominicano parece olvidar los modelos de estructuración de los grandes novelistas románticos, algunas unidades narrativas y ambientales descubren ecos de Scott, Saint-Pierre y Manzoni.






ArribaAbajo1.6. Testimonios de la historia del XIX

La novela histórica, con su proyección hasta finales de siglo, explora también los conflictos y la estructuración social de la época contemporánea, con enfoques diferentes: climax romántico, intrigas folletinescas, elementos costumbristas, criollismo y ensayo de perspectivas de realismo moderado. El autoritarismo instalado en algunos países, con las consiguientes situaciones de represión, sirve de fuente para la iniciación del metagénero de poder personal. La dictadura de Juan Manuel de Rosas condiciona las tensiones de Amalia, de José Mármol. Las conmociones mexicanas de la época de Santa Anna ambientan las funciones de Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, y la persecución de los plateados dinamiza la acción de El Zarco, de Altamirano. Por su parte, el boliviano Nataniel Aguirre reconstruye, en Juan de la Rosa, episodios de la Independencia.


ArribaAbajo1.6.1. Amalia, síntesis de funciones románticas

Durante su forzado exilio en Montevideo, José Mármol narra la dramática situación de Buenos Aires, en 1840; crea un tenso climax de violencia, representado por la represión contra los unitarios y por la guerra civil. Además de testimonio histórico, Amalia es una singular síntesis de distintos géneros de novela romántica. El autor organiza toda la categorización romántica sobre varios ejes semánticos en interacción: la relación sentimental entre Amalia y Eduardo; la   —20→   cruenta guerra civil entre los federales rosistas y los unitarios de Lavalle; las bipolarizaciones políticas y sociales; el terror de la mazorca. Pero además, el discurso narrativo está elaborado con elementos que tienen un claro parentesco con los distintos metagéneros narrativos de la época: el juego mnemotécnico de algunos clisés descriptivos, la proyección subjetiva, la exaltación sentimental, las funciones folletinescas, las pulsiones efectistas, impuestas por la publicación en entregas sucesivas, las perspectivas internas del proceso amoroso. Las bipolarizaciones ideológicas crean un climax de peligro para la pareja de enamorados, un enfrentamiento de fuerzas antitéticas. El terror rosista está funcionando como el «horror gótico» del romance inglés del Romantico Revival. Los dos agentes protagonizan su amor dentro del estrecho círculo de la represión, en una psicosis de miedo. Las bandas armadas, con el espectacular asalto a la Casa Sola y el sucesivo allanamiento violento de la quinta de Barracas generan las tensiones que provocan la situación dramática, efectista, final34:

Diagrama de la situación efectista final: funciones desencadenantes




ArribaAbajo1.6.2. Romanticismo y costumbrismo en México

El efectismo romántico, el costumbrismo y la historia se conjugan en una serie de novelas de varios países. En México, la época turbulenta del general Santa Anna, la intervención francesa y el emperador Maximiliano inspira una serie de novelas por entregas. Ya en 1845-46, Manuel Payno publica El fistol del diablo, novela irregular, folletinesca, animada por los sucesos históricos de la guerra con Estados Unidos y el regreso del general Santa Anna, cuadros de costumbres y fuerzas sobrenaturales movidas por un diablo con nombre de Rugiero. La descripción de la ciudad de México de noche y de madrugada, los encuadres del barrio obrero y la visión de los léperos contrastan con las tensiones efectistas, con las situaciones folletinescas.

En la tardía y larguísima novela Los bandidos de Río Frío, publicada por entregas en 1889-1891, Payno nos ofrece otro panorama de la época de Santa Anna, sin abandonar las convencionales situaciones románticas, los efectismos folletinescos. Por los caminos de Veracruz, el coronel Yáñez, ayudante del presidente, actúa como jefe de bandoleros. Al lado de las turbulencias, no faltan en el autor dotes de observación para ofrecernos la pintura irregular de toda una época, para entrelazar historias y «cuadros de costumbres», testimonios como el de la persecución de los perros vagabundos, asilvestrados. Resalta la preocupación social, al introducir una dinámica teoría de presentar diferentes estratos; demuestra interés por los mestizos y las impresionantes viviendas de los indios; describe con notas trágicas y dolorosas el mundo suburbano. Pero esta visión múltiple está aún representada por una actitud de socialismo utópico, vinculado a la novelística romántica.

Payno se propone escribir «escenas de la vida real y positiva de mi país, cuadros menos mal o bien tratados de costumbres que van desapareciendo, de retratos de personas que ya murieron»;   —21→   y esto contribuye a que su novela pueda considerarse como «la pintura de una época»35.

Desborda los esquemas de la novela histórica El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, dada a conocer en 1886 y publicada en 1902. Su mismo subtítulo, «Episodio de la vida mexicana en 1861-63», está apuntando hacia una geografía y unas situaciones contextuales concretas. Sobre unos itinerarios concretos de «tierra caliente», sigue las cabalgadas violentas de los plateados. Es indudable que disminuye el efectismo de Clemencia; encontramos, incluso, descripciones de paisaje que se acercan a los códigos realistas. Pero los clisés románticos se mantienen, a pesar de la fecha avanzada de la novela. Y el viejo tópico del enamoramiento de una muchacha de la mesocracia y un bandolero, con todos sus riesgos, obstáculos y rivalidades, prepara las tensiones efectistas del proceso agencial36:

Acción amorosaObstáculos oponentesDesenlace trágico
ManuelaPlateados Fusilamiento del Zarco
El Zarco Nicolás lucha contra bandoleros Locura y muerte de Manuela




ArribaAbajo1.6.3. Las perspectivas bolivianas de Juan de la Rosa

Tiene un nivel estético distinto una novela tardía, publicada en 1885, poco difundida y relegada por la crítica. Me refiero a Juan de la Rosa: memorias del último soldado de la independencia, de Nataniel Aguirre (1843-1888). Con una perspectiva de setenta y dos años, el escritor boliviano novela los episodios históricos acaecidos en su país, entre 1809 y 1811, con la insurrección de La Paz y la independencia de Cochabamba. El agente-narrador, Juan, desde la perspectiva amarga de la ancianidad, reconstruye su propia aventura infantil y los hechos históricos, las victorias y derrotas de la lucha por la emancipación. Narra con detalle, con efectividad de un cronista de Anusaya; contrasta sus recuerdos con las opiniones de los historiadores; consigue cuadros dramáticos, como el de la casa ardiendo y las mujeres muertas; tiene vigor y tensión el alzamiento de las mujeres de Cochabamba, en su lucha contra el ejército regular, ocupando los puestos de los hombres muertos, y su matanza en la Coronilla.

El viaje hacia la hacienda de las Higueras, por los escalones de la montaña, nos pone en contacto con la geografía; las orientaciones de la Cordillera Real se ajustan a la topografía concreta; las perspectivas de los valles, a pesar de algunas expresiones subjetivas, están bastante cerca de las descripciones realistas. También algunos encuadres urbanos y los rasgos de los personajes apuntan una línea renovadora. Además, hay en la novela de Aguirre una presencia indígena, los indios y sus condiciones de servidumbre; los aillos y las villas de la provincia de La Paz combaten por la emancipación; las referencias al quechua, «ya muy alterado entonces», y la reproducción de yaravís incaicos, traducidos al castellano.

El autobiografismo de Juan de la Rosa funciona desde una perspectiva externa; cuando se centra en los hechos históricos se aproxima, por su viveza narrativa, a la primera serie de Episodios nacionales, de Pérez Galdós. Las expresiones «fui espectador», «lo que vi del alzamiento», confirman la perspectiva de observador. A veces, la relación aparece en boca de otro personaje; por ejemplo, la batalla de Aroma contada por Alejo, en una lengua llena de formas   —22→   coloquiales. Pero además de testigo de la Historia, Juan es protagonista; y en este plano, varias funciones verbales están marcando la subjetividad del relato. Por otro lado, la repetición de redundancias, las formas enfáticas, las connotaciones de la idealización femenina, el mismo tópico del origen ignorado del agente y la anagnórisis final demuestran la pervivencia de elementos románticos37.