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ArribaAbajoLa Inmortale Dei (1885): un intento fallido de pacificación

La encíclica Inmortale Dei del 1 de noviembre de 1885 aparece en un contexto de fuertes tensiones religiosas. La contienda entre integristas y católicos moderados se había agudizado a raíz de la publicación del folleto El liberalismo es pecado. La denuncia por parte de algunos miembros del episcopado catalán como Morgades, obispo de Vic, de la infiltración de las orientaciones integristas en los seminarios y asociaciones católicas, y del papel de cierta prensa católica en las campañas y manifestaciones intransigentes, ponía en evidencia el impacto que tenía el integrismo sobre el clero y los fieles de muchas diócesis. La Inmortale Dei, en la que León XIII planteaba el problema de la actitud de los católicos ante las constituciones y libertades modernas, había sido anunciada por la prensa católica española como un documento contra el liberalismo bajo todas sus formas.

En su encíclica, el pontífice empieza por oponer el tiempo en que «la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados» a «las dañosas y deplorables novedades promovidas en el siglo XVI», fuente de «aquellos modernos principios de libertad desenfrenada». El Estado moderno, fundamentado en este derecho nuevo, se ha alejado «del derecho cristiano y también del natural». Sin embargo, León XIII condena los actos de los gobiernos encaminados a «ahogar la libertad de la Iglesia católica y violar todos sus derechos», recomienda la concordia entre las potestades civiles y religiosas y establece que la Iglesia no reprueba las distintas formas de gobierno con tal de que no estén reñidas con la doctrina cristiana. Defiende la hipótesis y alienta a los cristianos a que «salgan del estrecho círculo a campo más vasto y extendido». Al incitar a los católicos a intervenir «en la gobernación de los pueblos» para convertir en provecho de la Iglesia lo que puede haber de malo en la constitución de los Estados, el pontífice recuerda que siempre ha sido misión de la Iglesia el infundir en las venas del Estado y de la sociedad «la sabiduría y eficacia de la religión católica»246.

Lo que es condenable no es el uso de una «libertad legítima», sino la «absoluta libertad fuente de muchos males». León XIII, en la Inmortale Dei, precisa la concepción cristiana de la libertad y justifica la «facilidad de acomodamiento» de la Iglesia por la necesidad de los tiempos. Estos conceptos fundamentales se oponían a la línea de conducta inmovilista del sector íntegro. Consciente de las dificultades que podían suscitar sus directrices tolerantes con respecto a la sociedad moderna y a los poderes constituidos, León XIII recalca las leyes obligatorias de la «mutua caridad, de la benignidad, de la liberalidad» a las que tiene que someterse todo verdadero católico.

La Inmortale Dei es un nuevo intento de conciliación en el ámbito de un catolicismo profundamente dividido. También es una solemne advertencia a los periodistas y escritores católicos que dan lugar a «polémicas intestinas y a cuestiones de partido». Dicha advertencia era tanto más justificada cuanto que, una vez más, un documento pontificio iba a convertirse en fuente de distintas interpretaciones. La encíclica de 1885, que precisaba los derechos y los fines de la sociedad civil, las relaciones de la Iglesia con la civilización moderna y la libertad «sana y legítima» de los católicos y su derecho de participación en la vida política, fue acogida con regocijo por parte de los católicos moderados que la consideraban como una confirmación de la hipótesis.

Numerosos prelados, que habían sido hostigados personalmente por los integristas, vieron con la difusión de la encíclica una ocasión para manifestar públicamente su apoyo a la postura abierta y moderada del pontífice y el episcopado español envió un mensaje de adhesión a León XIII. En este mensaje, el episcopado hacía referencia sin rodeos a las polémicas y contiendas de ciertas diócesis en las que el clero y los fieles confundían la doctrina católica y los asuntos políticos. Denunciaba la arrogancia de algunos católicos que querían atribuirse el monopolio del magisterio católico: «Ningún periódico, revista, folleto o publicación de cualquier género, sea cual fuere la autoridad que prestarle pueda el nombre de sus respectivos autores, tiene la misión de calificar, y menos de definir, si tal o cual teoría y opinión cabe o no dentro de la doctrina católica»247.

El mensaje a León XIII fue considerado por la prensa carlista e integrista como una «manifestación política». Algunas publicaciones como Lo Crit de la Pàtria y El Correo Catalán afirmaron que la presencia de miembros del episcopado en los funerales de Alfonso XII constituía una prueba de adhesión a la Regencia. En general, la prensa intransigente hizo una interpretación de la encíclica favorable a la postura integrista, como en el caso de la Revista Popular.

La Inmortale Dei no tuvo el efecto conciliador que esperaba la jerarquía católica. En 1887, Morgades, en una circular publicada el 15 de abril, reconocía la situación de graves desórdenes que persistía en Cataluña y que podía achacarse en gran parte a la prensa intransigente:

«[Cataluña se ha convertido] en un foco permanente de rebelión y discordia, constantemente atizado por una prensa periódica que, confundiendo la insolencia con la intransigencia, fomenta un espíritu de indisciplina tal entre los católicos [...] que si no llega a tiempo el remedio, ha de producir frutos amargos para la Iglesia, como ya está actualmente causando gravísimos perjuicios a la causa de la verdadera restauración social del Reinado de Jesucristo»248.



También en 1887, un documento de la Sagrada Congregación del índice, que aprobaba y encomiaba la obra de Sardà, iba a impulsar una actitud triunfalista por parte del sector íntegro.




ArribaAbajoLos fallos de la Sagrada Congregación

Poco tiempo después de la publicación del opúsculo de Pazos El proceso del integrismo, llegaron dos denuncias a Roma. La primera se refería al libro de Sardà y había sido apoyada por algunos prelados catalanes. Esta primera denuncia fue seguida por la del opúsculo del canónigo Pazos. La nutrida correspondencia de aquella época entre Sardà y amigos íntimos como el eclesiástico Ramón Corbella, que fue publicada por Bonet y Martí en su obra sobre el integrismo catalán, revela las inquietudes del eclesiástico integrista ante las gestiones contrarias a El liberalismo es pecado por parte de miembros del episcopado. En la prensa católica catalana figuraban numerosas referencias a la denuncia del folleto de Sardà. En la revista integrista Dogma y Razón, publicada desde 1887, Francisco Mateos Gago denunciaba «la protección de altas influencias eclesiásticas» de la que se beneficiaban algunos católicos moderados en sus gestiones contra el libro de Sardà. De manera más explícita, tanto La Hormiga de Oro como la Revista Popular desvelaban las dificultades y los contratiempos que acompañaron el primer fallo de la Santa Congregación y subrayaban su importancia decisiva tanto para los íntegros como para «sus adversarios»:

«Si el Dr. Sardà salía condenado, toda la doctrina de los íntegros se venía al suelo, y realmente quedaban fuera de la verdad católica: si salían condenados los delatores, quedaba de una vez destruida la perturbación, creada como les he dicho a ustedes, y borradas de una plumada todas las acusaciones y notas de heréticos que les habían prodigado sus enemigos»249.



El 10 de enero de 1887, el secretario de la Congregación comunicó el fallo favorable a El liberalismo al obispo de Barcelona. El mismo fallo condenaba y prohibía el opúsculo de Pazos.

Para valorar el alcance de tal documento, cabe subrayar que este fallo sólo estaba firmado por el secretario de la Congregación, Hyeronimus Saccheri, muy próximo a los jesuitas de Roma, y que personalidades como el obispo de Oporto, el cardenal Pitra y el cardenal Pecci tuvieron cierta influencia en esta decisión.

Esta primera sentencia no sólo aprobaba sino que elogiaba al autor de El liberalismo: «Porque sin ofensa de persona alguna, propone y defiende la sana doctrina [...] con argumentos sólidos, expuestos con orden y claridad»250.

Por otra parte, la misma sentencia contenía una condena irrevocable del opúsculo de Pazos: «[...] Si se considera por el lado teológico es libro que va reprendido; si por el lado de la polémica el libro se reduce a un desahogo contra una persona particular, expresado en términos injuriosos»251.

Ante el contenido tan radical de esta sentencia que favorecía explícitamente a los integristas, cabe preguntarse cuál era su alcance religioso y jurídico. El hecho de que el fallo sólo fuese firmado por el secretario de la Congregación restringía bastante su impacto. Como cualquier otro fallo de la Santa Congregación, este documento tenía, ante todo, el valor de unas prescripciones en materia de conducta católica. Estas prescripciones eran independientes de las decisiones dogmáticas del papa y de la Conferencia Episcopal. Algunos católicos moderados, como Llanas, destacaron este aspecto de un documento que no era «decreto alguno ejecutivo, sino una comunicación meramente dispositiva».

El mismo Celestino Pazos había comunicado al prelado de su diócesis, el obispo de Tortosa, sus reticencias en cuanto a la importancia religiosa de esta sentencia: «Aunque el fallo de la Sagrada Congregación del índice no sea definitivo y yo pudiese lícitamente y según los sagrados Cánones apelar en debida forma o pedir su revisión, no le he hecho»252. Por otra parte, una polémica oficiosa reinaba en las filas del episcopado respecto a la interpretación de un documento que «no estaba destinado a la publicidad y que por consiguiente no podía imponer deberes públicos»253.

Para el sector íntegro, este fallo, como todo documento que emanaba de Roma, y que podía ser utilizado en sentido favorable a su causa, era una evidente victoria. La prensa íntegra difundió extensamente la carta de Saccheri que representaba para el carlismo nocedalista, civil y religiosamente marginalizado, un indicio de reconocimiento por parte de Roma.

Evidentemente, el primero en felicitarse por esta «aprobación oficial» fue el propio Sardà i Salvany. La publicación conjunta de una bendición pontificia y de dos artículos de Sardà y Ramón de Ezenarro en las primeras páginas de la revista integrista Dogma y Razón (1887-1890) constituye un ejemplo más de la táctica de recuperación ideológica de determinados acontecimientos políticos y religiosos. En dos artículos que se titulan respectivamente «¡Gracias a Dios!» y «El antecristo» se reafirma la necesidad de ser «firmes auxiliares de los sanos principios sociales y de católica intransigencia, aprobados y elogiados por la Iglesia en nuestro sencillo libro»254. Para esta revista, no cabe duda de que «la solicitud del Soberano Pontífice [...] ha de robustecer en nuestras almas el decidido propósito de ser mediante la gracia de Dios íntegros en la doctrina e intransigentes con el error».

La Hormiga de Oro también se apresura a sacar conclusiones idénticas en cuanto a la conducta del romano pontífice hacia el integrismo: para esta revista, el documento de la Congregación del índice demuestra que León XIII es tan intransigente con los «modernos errores» que sus predecesores. La asimilación que se produce en aquel momento entre un documento de la Congregación de restringido alcance religioso y la conducta del Vaticano refleja hasta qué punto la identificación de los íntegros con Roma era estratégicamente importante. El elemento religioso del poder romano era objeto de una constante instrumentalización por parte de los integristas. Como lo han señalado estudiosos del tema, la situación de aislamiento político y religioso del carlismo y del integrismo durante la Restauración favorecía la «mitificación religiosa del poder romano»255.

Indudablemente, para el sector íntegro, la publicación de un documento aprobatorio del libro de Sardà, que era un auténtico manifiesto del integrismo, constituía una excelente operación propagandística: «Esta victoria nos alcanza también a nosotros, porque la causa del folleto del Dr. Sardà es la nuestra, y su triunfo, es el triunfo del integrismo en el terreno de la ortodoxia»256. Los integristas, afirma Llauder, ya no tienen porque callarse después de un reconocimiento que justifica «la sana doctrina». La labor de propaganda y conquista de los «buenos católicos» cobra nuevos alientos:

«Cuando sabemos a ciencia cierta que nuestras doctrinas en nada se oponen a la sana doctrina [...]. Ahora en cuanto a callarnos respecto a la defensa de nuestra doctrina, hoy aprobada ya y que antes tenían por buena los sacerdotes y órdenes religiosas, más sabios y virtuosos, las asociaciones católicas y los fieles más fervorosos, en cuanto a eso, que no lo piensen»257.



En la prensa de tinte integrista, el tono es triunfalista y el entusiasmo general. Más que nunca los periodistas y propagandistas íntegros recurren a las «armas» preconizadas por Sardà en El liberalismo es pecado. Abundan las sátiras que fustigan a los católicos «transaccionistas y pidalistas» que han ido a Roma «a por lana» y están definitivamente desautorizados.

Mientras que la prensa íntegra se felicita por este «triunfo para el saber y las virtudes del Dr. Sardà», las organizaciones católicas más afines al integrismo preparan homenajes y veladas en honor al autor de El liberalismo es pecado. En todas se encuentran destacados periodistas y directores de revistas integristas: Francisco Ribas y Servet, director de Dogma y Razón; Ramón de Ezenarro director de El Cronista del Clero y colaborador de Dogma y Razón, así como Josep de Palau i Huguet, Llauder y otros. Para Josep Puig, presidente de la Academia de la Juventud Católica, el libro de Sardà debe erigirse en «guía de los buenos católicos» que pueden «de nuevo y con mejores bríos entrar en liza hasta vencer o morir por la causa de Dios y de la Iglesia»258. El discurso de Puig, en la velada organizada por la Juventud Católica en honor de Sardà i Salvany, ilustra claramente el impacto que podía tener el fallo de la Congregación para el integrismo. Al cobrar un nuevo impulso después de varios acontecimientos desfavorables para el sector íntegro, la prensa y las asociaciones intransigentes reafirmaban su estrategia de total oposición a les poderes constituidos y a una autoridad eclesiástica cuyas consignas pesaban menos que las de Roma:

«La gloria del triunfo pertenece al Sr. Sardà; las consecuencias que del mismo se desprenden a nosotros principalmente alcanzan, y nosotros debemos aprovecharlas. He aquí porque el acto que se acaba de realizar, forzoso es que tenga más, muchísima más importancia de lo que a primera vista parece. [...] Creemos, y no dudamos que lo mismo han creído y creen las demás Academias y Asociaciones [...] que la campaña que toca a somatén nos llama a las armas a fin de apresurar el triunfo definitivo de la verdad sobre el error y de la justicia y del derecho detentados sobre la anarquía e impiedad entronizadas»259.



En la misma velada, Palau i Huguet, conocido polemista integrista, presenta a Sardà como el hombre providencial. En su conferencia que se titula «La Providencia de Dios suscita en los momentos históricos hombres y libros», el ponente exalta la Santa Inquisición y Torquemada, y enumera a los numerosos defensores de la fe íntegra que, en el pasado, supieron delatar la herejía pese a la conjuración de «obispos, canónigos, presbíteros y seglares».

El recrudecimiento de las manifestaciones íntegras, organizadas desde la prensa y distintas asociaciones católicas, justificaron varias iniciativas de prelados y eclesiásticos deseosos de evitar nuevos conflictos.


ArribaAbajoEl segundo fallo de la Santa Congregación

La primera iniciativa afectó directamente a la prensa católica y fue tenida muy en cuenta por Eduard Llanas quien, en una carta dirigida al director de El Criterio, Pere Armengol, anunciaba su decisión de retirarse de la revista con el fin de evitar nuevos enfrentamientos con los íntegros. Esta decisión reflejaba la profunda decepción y, hasta cierto punto, la amargura de los católicos moderados como Llanas para quienes el documento de la Congregación no tenía el valor de un decreto: «Podemos por lo tanto los católicos prescindir de la carta en cuestión; y combatir las inadmisibles doctrinas que El liberalismo es pecado contiene»260.

Para Llanas, este fallo, incompatible con las orientaciones moderadas de León XIII, había reforzado el integrismo que se había transformado en un verdadero «fanatismo». El radicalismo de los íntegros pretendía excluir todo católico que no fuese carlista. Estas reflexiones fueron sintetizadas en un importante documento anónimo, pero en el que intervinieron católicos como Llanas y que, bajo el título de «Exposición a León XIII acerca de la actual crisis religiosa por varios católicos españoles» fue enviado a Roma.

Otra iniciativa de la prensa católica que merece señalarse es la carta enviada por Pidal al diario La Unión incitándole a resistir a las campañas ofensivas de la prensa íntegra:

«Y créalo Usted, el verdadero peligro para la Iglesia no está principalmente, dadas las actuales circunstancias, en El Motín ni en Las Dominicales [...] pero aquellos otros motines contra la religión, la Iglesia, el Papa, los obispos, la caridad, la lógica, y todo lo que es espíritu cristiano, apartan de la religión y con ruina de muchas conciencias»261.



Estas campañas a las que aludía Pidal y que iban a determinar la publicación de una circular del obispo de Vic, Morgades, el 10 de abril de 1887, se referían a El Siglo Futuro y El Correo Catalán. Ambos diarios habían comentado desfavorablemente la actitud de Pazos, que había tardado más de lo normal en manifestar su sumisión al documento de la Congregación. De hecho, la prensa íntegra explotaba a su favor un contratiempo en el envío de la carta de Saccheri al canónigo Pazos. Dicho documento había sido remitido por el obispo de Vic a Pazos, quien ya no dependía de su diócesis. El retraso con el que recibió la carta se debía a su traslado a la diócesis de Tortosa. Los propósitos injuriosos de la prensa íntegra para con el obispo de Vic suponían una «complicidad» entre el prelado y el eclesiástico Pazos. La circular fulminante de Morgades del mes de abril representa un importante testimonio acerca de la situación de «contra-poder» organizado por la prensa íntegra, en Cataluña y en el resto de España. Esta circular tuvo un impacto enorme en todos los ámbitos católicos. En este documento, publicado en diarios como El Correo Catalán, el obispo de Vic recalcaba el fracaso de las directrices contenidas en la Cum Multa y la Inmortale Dei: «El espíritu del mal y de división ha logrado introducirse entre los católicos, sin que, a pesar de los esfuerzos que vienen haciéndose de parte del Papa, del Nuncio de Su Santidad en estos Reinos, y de todo el Episcopado, haya podido conseguirse la Unión y concordia en Dios»262.

Las causas del mal no son nuevas, afirma Morgades, y han sido identificadas por los prelados muchas veces. Los católicos intransigentes acuden a las manifestaciones políticas y religiosas para desprestigiar a los prelados y miembros del clero que no se adhieren a sus tesis. Para Morgades, había llegado el momento de cortar el mal de raíz y hacer una declaración pública para denunciar el militantismo ofensivo y el exclusivismo espiritual de los integristas que habían convertido a Cataluña en un foco permanente de rebelión y discordia, constantemente atizado por una prensa periódica que, confundiendo la insolencia con la intransigencia, fomenta un espíritu de indisciplina tal entre los católicos, y en particular entre los jóvenes, que si no llega a tiempo el remedio, ha de producir frutos amargos para la Iglesia, como ya está actualmente causando gravísimos perjuicios a la causa de la verdadera restauración social del Reinado de Jesucristo263.

Otro testimonio valioso acerca de la crisis religiosa española iba a contribuir, de manera más eficiente que la circular de Morgades, a provocar una reacción por parte del Vaticano para atenuar el impacto de la decisión de la Congregación. Se trata del documento colectivo enviado al pontífice en el mes de mayo de 1887. Esta «Exposición» anónima y colectiva de 175 páginas era un recorrido histórico de las principales manifestaciones del integrismo desde 1881 y un intento para precisar su alcance ideológico. En la última parte, los autores expresaban las consecuencias negativas que había tenido el fallo de la Congregación para el catolicismo español y se dirigían a León XIII para que el Vaticano tuviera en cuenta la gravedad del cisma que afectaba a la Iglesia.

Llanas reivindicó la responsabilidad de este documento en El Criterio Católico, en diciembre de 1887. Escrita en primera persona del plural para subrayar el carácter colectivo de un documento que reflejaba el sentimiento de una mayoría de católicos tolerantes, dicha exposición aclaraba la estrategia del integrismo desde la constitución de la Unión Católica, considerada por el sector íntegro como una provocación y un intento para debilitar el partido tradicionalista. Al analizar el contenido del opúsculo de Sardà, Llanas intentaba mostrar que la finalidad del integrismo era excluir de la vida política y religiosa a todo católico, laico o eclesiástico, que no perteneciera a esta agrupación. Con realismo, Llanas intuía que lo que aparecía como «un triunfo del integrismo» tendría consecuencias doctrinales y también prácticas graves. De hecho, la aprobación del folleto de Sardà no haría más que reforzar al sector íntegro en su táctica de monopolización de los intereses católicos:

«[...] La aprobación de El liberalismo es pecado significa el triunfo del integrismo que no reconoce otro catolicismo que el que él representa. Que si pudiera haber alguna duda sobre ese alcance y significación, datos tenemos a mano que demuestran claramente, como lo que en un principio creyeron los intransigentes, continúan creyéndolo hoy, y con más firmeza desde las declaraciones de algunos Boletines eclesiásticos; esto es, que sólo son buenos católicos los que toman por programa de acción El liberalismo es pecado que ha sido desde su publicación, y es hoy más que nunca, el programa oficial de la fracción intransigente»264.



Para el padre escolapio, no se trata con esta «Exposición» de refutar la obra de Sardà sino de demostrar la total incompatibilidad entre las tesis que contiene y las prescripciones de León XIII: «Hoy se nos exige la aceptación de doctrinas que creemos contrarias a vuestras doctrinas y la aprobación de procedimientos que vemos son opuestos a los que Vos nos habéis constantemente recomendado»265.

Lo que aparece constantemente en este documento es el sentimiento de desorientación y de preocupación de los católicos tolerantes ante la línea de conducta de algunas instituciones eclesiales próximas al Vaticano: «Cómo habíamos de sospechar que de centros autorizados dentro de la Iglesia y con aquiescencia de unos Prelados y con aplauso de otros, se nos comunicara la intimación de aprobar la conducta de los antiguos rebeldes a los obispos?»266 ¿Cómo explicar, exclama Llanas, esta contradicción que ha suscitado en las filas del catolicismo moderado «desengaño y decaimiento»? A juicio del autor de la «Exposición», al elogiar una obra cuyo impacto doctrinal y político no desconocía, la Santa Congregación había cedido a intereses partidistas: «Esta insólita recomendación de la obra rarísima en los fastos de la Congregación del índice, [...] indica harto a las claras el designio de que el mencionado Folleto sirviera de programa de acción a los católicos españoles»267.

Con estas palabras se revela el propósito de algunos católicos moderados de facilitar una intervención pontificia para esclarecer el alcance del fallo de la Congregación del índice y «disipar el cisma». Esta aclaración oficial de Roma era tanto más necesaria cuanto que en el mismo episcopado surgían disensiones y algunos prelados, «siguiendo el ejemplo dado por el Secretario de la Congregación del índice, manifiestan empeño decidido en que aquellas doctrinas, que contienen el programa del partido intransigente, queden triunfantes y a salvo de todo ataque que puede debilitarlos»268.

Las tensiones entre católicos españoles, la desorientación de los prelados ante los problemas políticos y sociales de España así como las disensiones en el clero, en su mayoría fieles a las consignas integristas eran, para Llanas, el peligro más grave: esta situación podía afectar incluso la confianza de los católicos en la autoridad pontificia. Las conclusiones de Llanas eran tajantes: el papa tenía que restaurar esta confianza que tan profundamente había sido perturbada por los últimos acontecimientos:

«Rechazamos, Santísimo Padre, el Integrismo porque no podemos conciliar su principio fundamental con la constitución divina de la Iglesia, en cuya sustitución se nos presenta. Y por lo que atañe al procedimiento de que los integristas se valen para sacar a flote su idea primordial, también lo hemos combatido con todas nuestras fuerzas, porque no sabemos conciliar con la caridad cristiana, y con la moderación y mansedumbre evangélicas, ese sistema de maldicencia, de difamación, de afrentas y calumnias...»269.



Esta «Exposición» no iba a quedar sin respuesta. Su difusión en los ámbitos del catolicismo español y romano provocó reacciones violentas por parte del sector íntegro. En la Revista Popular salieron en junio y en julio varios artículos del jesuita Padre Rinaldi, previamente publicados en la Civiltà Cattolica y El Correo Catalán270. Constituían una apasionada defensa del opúsculo de Sardà e incriminaban a Eduard Llanas que, en su apelación a León XIII, había dado muestras de «gran irreverencia respecto a la Congregación del índice». En cuanto a El Correo Catalán y La Hormiga de Oro, recurrían otra vez al sarcasmo para fustigar a esos católicos que actuaban «de manera provocativa y anticanónica [...] y por medio de grandes influencias».

El segundo fallo de la Congregación del índice fue publicado en los distintos boletines eclesiásticos en septiembre de 1887. El Correo Catalán, que había difundido el nuevo documento pocos días después, intentaba atenuar su alcance al declarar que era el resultado de presiones sobre Roma271.

Este nuevo fallo revestía particular importancia por varias razones. Por una parte, refleja el interés y la preocupación de la Santa Sede con respecto a la gravedad de la crisis religiosa española. No era casualidad que el cardenal Rampolla, nombrado Nuncio Apostólico en España de 1882 a 1887, fuese trasladado a Roma en junio como secretario de Estado de León XIII. Monseñor Mariano Rampolla, preocupado por los problemas españoles y deseoso de acabar con las disensiones del catolicismo hispano, había llegado a España en el momento álgido de los conflictos religiosos. Conocía, por lo tanto, las causas del cisma. En varias ocasiones había llamado la atención del episcopado sobre los excesos del integrismo español y, siguiendo fielmente las instrucciones pontificias, había tratado de conciliar los esfuerzos de los católicos laicos moderados, de los obispos y del clero de acuerdo con las recomendaciones de León XIII272.

Los términos en los que el pontífice había comunicado al nuevo secretario de Estado de Roma el contenido de sus atribuciones muestran hasta qué punto confiaba en la influencia moderadora de Rampolla en España:

«España: Vos, Señor Cardenal, habéis conocido de cerca su mérito, así como sus necesidades particulares, entre las cuales la primera es la de la unión entre los católicos para la defensa generosa y desinteresada de la Religión, en la adhesión sincera a la Santa Sede y en la caridad recíproca a fin de que no se dejen arrastrar ni por móviles personales, ni por el espíritu de partido»273.



En todo caso, poco después de que el cardenal Rampolla fuera nombrado en su nuevo cargo, se dio a conocer la segunda sentencia de la Congregación. Todos los matices y las complejidades de la política vaticana con respecto a España se encuentran en este documento. Las primeras diferencias aparecen en las firmas. En efecto, este segundo fallo llevaba la firma del secretario de la Congregación, monseñor Saccheri, y la del cardenal prefecto, el cardenal Martinelli.

Son notables la moderación y la prudencia de este texto. Su finalidad declarada es, ante todo, tranquilizar a los fieles que «han elevado a la Sede Apostólica humildes preces y que desean saber cuál es el genuino significado de la carta acerca del opúsculo del presbítero D. Fèlix Sardà i Salvany»274. También se trata de aclarar las ambigüedades del primer fallo «de lo que se han seguido acres disputas entre los escritores de periódicos, aptas para perturbar conciencias y fomentar disensiones». De hecho, esta primera aprobación sólo se refería a la «tesis en abstracto», y de ningún modo «a algunas proposiciones incidentales o alusiones allí tal vez contenidas que miran al orden concreto de los hechos o al estado de las cosas políticas en España».

Se traslucen, una vez más, las advertencias a los que mezclan política y religión. Es la instrumentalización de la religión la que amenaza la integridad del catolicismo. Este segundo fallo se refiere explícitamente a las orientaciones de la Cum Multa y evoca, varias veces, esas «pasiones políticas» que provocaron «interpretaciones menos rectas». La segunda sentencia, que no hacía referencia a la obra de Celestino Pazos, quizá por considerar que el elemento más polémico era El liberalismo es pecado, evidenciaba la voluntad del Vaticano de distanciarse del integrismo.

Las reacciones de la prensa íntegra parecen confirmar esta hipótesis. Pese a los acostumbrados procedimientos de manipulación ideológica de las publicaciones intransigentes, la mayoría de ellas, como Dogma y Razón y la Revista Popular, se conformaron con subrayar que este segundo fallo confirmaba el primero sin adentrarse en comentarios del mismo.

Para la prensa católica moderada, este segundo fallo confirmaba las directrices tolerantes de León XIII. Son esclarecedores en este aspecto diversos artículos publicados por Llanas en El Criterio Católico de septiembre a diciembre de 1887, así como la sección «Exposición de doctrinas» en la que se dedicó, en el mismo período, a analizar el integrismo bajo el pontificado de León XIII. En estos artículos, Llanas y los colaboradores de El Criterio justificaban su comportamiento con respecto al sector íntegro y analizaban la delicada cuestión de las relaciones del pontífice con los distintos sectores del catolicismo hispano. A sus ojos, la «corriente de reconstitución social y religiosa» emprendida con León XIII no estaba en contradicción con la condena del liberalismo y la entereza doctrinal de Pío IX. El problema residía fundamentalmente en la obstinación de los integristas en negarse a considerar los cambios impuestos a la Iglesia por las circunstancias históricas. La aceptación de los poderes constituidos no suponía la aceptación de legislaciones contrarias a los intereses católicos ni el abandono de la perspectiva de un Estado confesionalmente católico. Lo que diferenciaba al catolicismo tolerante del integrismo no era la doctrina religiosa, ni la concepción de la sociedad, sino la estrategia que se preconizaba para reconquistar la influencia social de la Iglesia.

Lo que nos interesa subrayar es que, a finales de 1887, la toma de posición del Vaticano con el segundo fallo de la Congregación confirmaba la distancia crítica anteriormente manifestada en la Cum Multa y la Inmortale Dei respecto al radicalismo de los integristas. Por otra parte, los inicios de un cambio de estrategia del partido tradicionalista, ya perceptibles en 1885, se confirmaron en el momento del Jubileo de León XIII. El delegado de Don Carlos en Cataluña había encarecido, en una nota pública, la necesidad para los representantes del carlismo de quitar a dicha manifestación «toda idea política en sentido tradicionalista que pudiera atribuírsele»275. Ya se manifestaba una evolución hacia una política de atracción que se afianzaría definitivamente en 1888, llevando a una ruptura con el integrismo.






ArribaAbajoEl integrismo en el fin de siglo

A finales de 1887, y en los primeros meses de 1888, una grave crisis interna iba a debilitar las fuerzas intransigentes y a desembocar en la ruptura final. Distintas intervenciones de Don Carlos, suscitadas por las violentas polémicas que se entablaron entre las publicaciones La Fe, El Correo Catalán y El Siglo Futuro, acabaron marginalizando a la fracción integrista, acelerando así su desvinculación definitiva del carlismo.

De hecho, la escisión de 1888 fue la culminación de un largo proceso de exacerbación de los conflictos entre dos orientaciones distintas presentes en el partido carlista desde 1871. De 1871 a 1885, la actitud político-religiosa excluyente preconizada por Cándido Nocedal había conducido el partido carlista a numerosos enfrentamientos con el sector católico tolerante y con el episcopado. La progresiva marginalización de las fuerzas intransigentes durante la Restauración explica sus constantes apelaciones al Pontificio, de quien esperaban un apoyo oficial.

La táctica de resistencia pasiva y de obstrucción con respecto a los gobiernos de la Restauración desembocó en una primera crisis con la muerte de Cándido Nocedal. Se planteó en aquel momento un problema de «sucesión» que no se resolvió inmediatamente. Es probable que Ramón Nocedal, entonces director de El Siglo Futuro y con ciertas ambiciones políticas, desease asumir a su vez la representación política del partido. Las reticencias de Don Carlos ante unas exigencias que suscitaban fuertes resistencias dentro de la Comunión católico-monárquica se concretaron en varias medidas. Don Carlos asumió personalmente la dirección política del partido en 1885. A partir de 1886, con motivo de las elecciones a diputados provinciales, el cambio de estrategia preconizado por Don Carlos y que implicaba el abandono de una total inhibición respecto a la participación en la vida política, reveló las discrepancias existentes entre carlistas y integristas.

En 1888, las grietas se acentuaron aún más con motivo de la publicación por La Fe, órgano de la Comunión tradicionalista, de varios artículos que hacían explícitamente referencia a textos programáticos de la política carlista: la carta del duque de Madrid a su hermano Alfonso del 30 de junio de 1869 y el Manifiesto de Morentín de 1874. Estos documentos, que carlistas e integristas habían sepultado prudentemente desde 1875, contenían afirmaciones que podían prestarse a interpretaciones polémicas, especialmente en lo que se refería a la unidad católica y a las modernas instituciones. Las polémicas entre el periódico La Fe y El Siglo Futuro en el que Ramón Nocedal incriminaba la política del partido carlista provocaron fulminantes intervenciones de Don Carlos, que expulsó a Nocedal y a su diario de las filas carlistas.

Don Carlos, que consideraba que había llegado el momento de tranquilizar definitivamente los ánimos y de dar muestras de su autoridad como jefe de la Comunión tradicionalista, publicó el «Manifiesto a mis leales». Sin duda, este manifiesto, como la carta anterior del 14 de junio de 1888 a Ramón Nocedal, constituía una reafirmación de autoridad después de un largo período de dudas y vacilaciones acerca del papel del duque de Madrid en el seno de la Comunión católico-monárquica. En ambos documentos transparece una actitud de mayor apertura política y el claro rechazo de la línea de conducta intransigente que había sido la norma cuando predominaba la influencia nocedalista en el partido.

El 31 de julio de 1888, en reacción a estos acontecimientos, se publicó una Manifestación hecha en Burgos por la prensa tradicionalista, firmada por representantes de veinticuatro periódicos e inspirada por Ramón Nocedal. Este texto volvía a asentar uno de los principales criterios inspiradores de la doctrina integrista: indiferencia con respecto a la forma de gobierno siempre que asegurase la restauración de la soberanía social de Jesucristo. El manifiesto acusaba a Don Carlos de «cesarismo» por considerarse el único depositario de la autoridad del partido. Este documento era la primera etapa de constitución del partido integrista, cuyas bases fueron echadas definitivamente en marzo de 1889.


ArribaAbajoSardà i Salvany y el partido integrista

Fèlix Sardà i Salvany había tomado posición desde el mes de julio de 1888 contra las disposiciones desfavorables de Don Carlos respecto a las publicaciones íntegras. En el mes de agosto de 1888, durante una conferencia que se celebró en el local de la Juventud Católica de Sabadell, el eclesiástico integrista desarrolló algunos de los principios vertidos en El liberalismo es pecado reafirmando posturas de total intransigencia. Sólo la doctrina integrista que defendía «el amor al bien y el odio al mal» podía garantizar la auténtica defensa de la religión. Sardà reiteraba la indiferencia de los integristas ante las formas de gobierno y negaba la necesidad de someterse a la autoridad personal de un monarca. La alusión a Don Carlos era evidente y las afirmaciones de Sardà, que recogían las recomendaciones de desobediencia a «toda autoridad eclesiástica o civil» en desacuerdo con la doctrina integrista, se interpretaron como incitaciones al combate.

El eclesiástico catalán había tenido un papel relevante en la declaración colectiva dirigida a Don Carlos el 6 de julio, firmada por varios periódicos integristas catalanes. Junto con Nocedal, abandonó el partido carlista y se integró en la Comunión tradicionalista. Este manifiesto integrista permite constatar que la base social y política con la que contaba el catolicismo intransigente era cada vez más reducida. La reivindicación sin concesiones de la tesis implicaba que los integristas se refugiasen en una postura exclusiva y elitista. Se consideraban los únicos representantes legítimos del catolicismo y, por lo tanto, detentadores de una verdad única.

El progresivo agotamiento de la prensa integrista a partir de 1889, así como el debilitamiento del integrismo político representaron un enorme beneficio para la pacificación religiosa que propugnaba León XIII. Además, la celebración de los congresos católicos españoles representó un esfuerzo significativo por parte de la jerarquía religiosa y de varios sectores del catolicismo hispano para reforzar la convivencia pacífica de todos los españoles.

Las insistentes amonestaciones de León XIII a los católicos españoles más comprometidos en los conflictos religiosos se plasmaron en varios documentos de particular relevancia para comprender la posterior evolución del integrismo.

La encíclica Libertas de 1888, que representó una iniciativa alentadora para muchos fieles desorientados por las hostilidades internas del catolicismo, no había logrado la pacificación de los católicos españoles. En la encíclica del 10 de enero de 1890 (Sapientiae Christianae), León XIII insistió una vez más sobre la necesidad de que los católicos, deponiendo sus diferencias, se uniesen para la defensa de la Iglesia y participasen en la vida pública. En tres cartas posteriores dirigidas al cardenal Benavidos, a Sardà i Salvany y al obispo Casañas, el Papa recalcaba la necesaria concordia de los católicos276. En el documento dirigido a Sardà el 15 de marzo 1890, el papa «alaba el propósito del Director [de la Revista Popular] de difundir la sana doctrina, lo cual [...] se logrará si los periodistas fomentan la concordia sin dejarse llevar por el espíritu de partido, y si obedecen los mandatos de la Santa Sede y de los obispos»277.

A estos avisos solemnes se añadieron otros: entre las muchas exhortaciones a la unidad dirigidas especialmente a los españoles, conviene citar las palabras del papa en su carta al presidente del Congreso católico de Sevilla de 1892, en la peregrinación obrera de 1894 y en el Congreso católico de Tarragona del mismo año. En el mes de junio de 1896, León XIII incitó formalmente, mediante una intención pontificia, a los socios del Apostolado de la Oración a que rezasen por la unidad de los católicos. En 1896 el panorama del catolicismo tradicional español seguía tan desolador como en años anteriores. Las elecciones celebradas en la primavera de 1896 habían agudizado los enfrentamientos entre carlistas e integristas y provocado serias divergencias entre dos publicaciones integristas, el Diario Catalán, en el que colaboraba Sardà, y El Siglo Futuro. El Diario Catalán se mostraba más integrista que nocedalino porque «pensaba de este modo que complacía mejor a los católicos catalanes»278.

Fue en aquellas circunstancias en las que se manifestó lo que se ha llegado a llamar el «integrismo abierto». Este integrismo abierto puramente religioso y políticamente independiente, inspirado por el jesuita Padre Vigo, originó una profunda división entre los jesuitas catalanes. En 1896, desde las páginas de la Revista Popular, Sardà publicó dos artículos en los que afirmaba que era necesario responder positivamente a las incitaciones del papa a favor de la unidad de los católicos279. En el artículo titulado «¡Alto el fuego!» del mes de junio, ostentaba una postura más moderada y tolerante y afirmaba:

«¡Alto el fuego! y no se luche ya más entre nosotros, los que gloriamos de servir a un mismo Dueño y Señor. [...] Católicos son como nosotros muchos de nuestros hermanos carlistas; católicos son como nosotros muchos de nuestros hermanos alfonsinos; católicos son como nosotros muchos de nuestros hermanos que no gustan apellidarse con mote alguno de los arriba dichos, entre los cuales nos contamos»280.



Algunos años más tarde, ante las recurrentes críticas de los católicos afines al integrismo que le acusaban de haber abandonado «su sana intransigencia», vuelve a justificar su posición a favor de la unión de todos los católicos281. Las posturas de moderación de determinados jesuitas de la Compañía tuvieron sin lugar a dudas algo que ver con el alejamiento de Sardà respecto al integrismo político más radical. También cabe recalcar la convergencia de vista de Sardà con los representantes de un cristianismo catalán más moderado y alejado de las posturas intransigentes del neocatolicismo. Entre los representantes más destacados de este cristianismo catalán y militante, situado en las líneas generales de un regionalismo conservador y católico, había Jaume Collell, director de La Veu de Montserrat, y Torras i Bages, autor de dos obras fundamentales publicadas por estas revistas: La tradició catalana (1892) y La pietat catalana (1917).

Tanto Collell como los demás eclesiásticos que se comprometieron en la defensa de un cristianismo catalán, habían expresado su rechazo de las posturas intransigentes del neocatolicismo. Indudablemente, la línea conciliadora de este grupo de eclesiásticos que tuvieron un destacado protagonismo en la difusión y renovación del cristianismo catalán, así como en la vida cultural y religiosa de la Renaixença, influyó en Sardà i Salvany.






ArribaAbajoEsta edición

Transcribimos el texto de la edición de 1887 tal como podía descubrirlo el lector de aquella época, con su ortografía y su sintaxis peculiares.

Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a Àngels Santa que ha facilitado la publicación de esta edición, a Laureano Bonet, por su paciente y sagaz lectura del manuscrito, a Renaud Cazalbou, por haberme ayudado a localizar y traducir las citas latinas del texto, a Rodolfo de Roux que me hizo descubrir el apasionante libro de Rafael Uribe Uribe, El liberalismo no es pecado. También quisiera expresar mi agradecimiento a Nathalie Vitse por su inteligente y eficaz ayuda en la elaboración material de esta edición crítica.






ArribaBibliografía


Obras de F. Sardà i Salvany

  • Almanaque de los amigos de Pío IX, Barcelona, 1872.
  • Año Sacro, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1884.
  • Bien ¿y qué?: reflexiones cristianas para aliento de los débiles y confusión de los malvados en épocas de persecución, Barcelona, Tipografía Católica, 1881.
  • Caracteres de la lucha actual: por ellos está justificada la conveniencia de las Academias de la Juventud Católica: conferencia leída en la de Barcelona, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1884.
  • Conversaciones de hoy sobre materias de siempre, Barcelona, 1899.
  • Cosas del día, o sea, respuestas católico-católicas a algunos escrúpulos católico-liberales, Barcelona, Tipografía Católica, 1875.
  • Devota novena a la Virgen Santísima de la Salud, para pedir a Dios por su intercesión soberana el remedio en nuestros males, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1884.
  • Discurso leído por D. Fèlix Sardà i Salvany en el Congreso Católico de Zaragoza, Barcelona, Tipografía Católica, 1890.
  • Ecos del Vaticano, Barcelona, 1874.
  • El Apostolado seglar, o Manual del propagandista católico en nuestros días, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1885.
  • El clero y el pueblo, Barcelona, Tipografía Católica, 1881 (2.ª ed.).
  • El dinero de los católicos, Barcelona, Tipografía Católica, 1879.
  • El Laicismo católico: conferencia leída en la Asociación de Católicos de esta ciudad, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1885.
  • El liberalismo es pecado: cuestiones candentes, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1884.
  • El Liberalismo es pecado: cuestiones candentes. Políglota monumental, Barcelona, Establecimiento Tipográfico de la Hormiga de Oro, 1891.
  • El Mal social y su más eficaz remedio: breve conferencia leída en la Academia de la Juventud Católica de Sabadell, por su consiliario..., Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1883.
  • El Pan del pobre, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1896.
  • El Sacerdocio doméstico, o sea El Deber de los padres y amos para con sus hijos y dependientes, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1882.
  • El Zuavo del Papa, 1872.
  • Frailes y Monjas, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1899.
  • Higiene espiritual, Barcelona, Tipografía Católica, 1882.
  • Hojas de propaganda católica o lecturas populares, Barcelona, 1869-1874.
  • ¿Integristas?, Lérida, Imprenta del Diario de Lérida, 1889.
  • La acción antimasónica, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1896.
  • La chimenea y el campanario, Barcelona, Impr. de la Viuda Miró y Compañía, 1871.
  • La secta católico-liberal, versión literal del opúsculo de Mons. Luis Cayetano Segur. Hommage aux jeunes catholiques libéraux por..., Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1873.
  • Las Diversiones y la moral, Barcelona, Tipografía Católica, 1876.
  • La Vida espiritual, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1900.
  • Lecciones de teología popular, Barcelona, 1871.
  • Los Frailes de vuelta: breve y familiar apología de los institutos religiosos, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1880.
  • Manual del apóstol do de la presa, o sea Guía práctica del individuo de esta sociedad, Barcelona, Tipografía Católica, 1873.
  • Masonismo y catolicismo: paralelos entre la doctrina de las logias y la de nuestra Santa Iglesia, católica, apostólica, romana, única, verdadera, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1885.
  • Mes de juny dedicat al sagrat Cor de Jesús: breu, sencill, practich, acomodat a tota classe de personas, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1893.
  • Nimiedades católicas, Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1878.
  • No puedo dar limosna, Barcelona, Tipografía Católica, 1892.
  • Panegírico de Santo Tomás de Aquino en su solemne fiesta del Seminario conciliar de Barcelona, Barcelona, Imprenta de la Viuda e Hijos de J. Subirana, 1881.
  • Propaganda Católica, 12 vols., Librería y Tipografía Católica, Barcelona, 1883-1909.
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  • Revista Popular, Barcelona, 1870-1916.
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