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La expresión del alma en el modernismo: relaciones contextuales entre la "Sonatina" de Rubén Darío y algunos escritos de Amado Nervo

Alberto Acereda Extremiana





«Sonatina» apareció en el diario La Nación de Buenos Aires el 17 de junio de 1895 y fue un año después incluida en la primera edición de Prosas profanas y otros poemas (Buenos Aires: Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1896). Su fama fue considerable y varias son las circunstancias que así lo muestran. Ya en 1903 la Baronesa de Wilson incluyó la «Sonatina», junto a otros poemas de Rubén, en una antología de poetas hispanoamericanos. De igual modo, desde esa misma fecha y en los primeros años del siglo XX la «Sonatina» fue reproducida en importantes diarios y revistas de la época. Sólo en el caso de España, en apenas algo más de quince años son constatables hasta tres reproducciones del poema en importantes publicaciones de la época como Pluma y Lápiz de Barcelona, El Imparcial y el Nuevo Heraldo de Madrid. Paralelamente, en las primeras dos décadas del siglo XX, la «Sonatina» fue uno de los primeros poemas de Darío traducidos al inglés o incluidos en antologías extranjeras de autores hispánicos. La antología de 1913 de James Fitzmaurice-Kelly así como las traducciones de Agnes Blake Poor en 1918 y J. P. Rice en 1920, entre otras, son buena prueba de ello. La fama posterior de la «Sonatina» animó incluso a algunos a llevar a escena el poema, como se puede comprobar en la glosa escénica en tres actos que de la «Sonatina» de Darío preparó en 1925 Raúl Contreras.

La gran celebridad de la «Sonatina» ha hecho que sus alejandrinos se hayan repetido una y otra vez, desde la seriedad y el ritmo musical anapéstico de sus versos hasta la parodia popular y culta. En este sentido, ya en 1906 la revista antimodernista Gedeón publicó anónimamente la «Sonatita», subtitulada «Parodia de la famosa "Sonatina" de Rubén Darío para uso de modernistas y liberales sin graduación». Desde entonces hasta hoy, las parodias se han venido repitiendo incluso por parte de autores cultos y poetas todavía hoy vivos, como es el caso de la madrileña Gloria Fuertes y su poema «Homenaje a Rubén Darío». En él Gloria Fuertes parodia la «Sonatina» de Darío al sustituir «princesa» por «cipresa» e iniciar su poema: «La cipresa está triste ¿qué tendrá la cipresa? / Se ha quedado sin nidos y descalza de hierbas» (329, 1-2). Los ejemplos de parodias del poema son muchos y ofrecen un interesante campo de estudio al curioso investigador daríano.

El éxito de la «Sonatina», paradójicamente, ha contribuido en buena medida a la incomprensión de este poema, porque hoy la «Sonatina» simboliza para muchos un modernismo vacuo, facilón e intrascendente, que desfigura el verdadero valor de este movimiento y, con ello, el significado hondo y perdurable de Rubén Darío. En tomo a la «Sonatina» han abundado los estudios desde la perspectiva formal de la versificación, como es el caso de Navarro Tomás, estudios que han mostrado la maestría musical de Rubén Darío. Sin embargo, la agradable música de la «Sonatina» ha hecho olvidar a la mayoría de la crítica el verdadero sentido que inspira estos versos de Rubén. En realidad, este poema ofrece varias lecturas como ya señalé en mi libro sobre Rubén Darío y en otro artículo al respecto. Allí, apunté mi idea de la posibilidad de una lectura ocultista de este poema a partir de la metáfora del caballero (el dios) al que espera la princesa (el alma) en última expresión del deseo final de la unión sexual con lo divino. Ese feliz caballero, como un dios, vence a la muerte y en ese anhelo de trascendencia y eternidad, en el intento de conocer el misterio de la vida y el escapar de la angustia por la fusión última con lo divino, es donde encontramos el latido ocultista de Darío. Para los aspectos ocultistas de Darío y la ficción modernista es muy iluminador el reciente libro de Howard Fraser.

Estrechamente ligada a esta lectura ocultista quiero aquí mostrar cómo en la «Sonatina», efectivamente, se halla un perfecto ejemplo de la expresión poética del alma en el conjunto de la poesía modernista. Al mismo tiempo estableceré ciertas conexiones con algunos escritos de Amado Nervo, amigo y compañero de Rubén.


1. El sentido de la «Sonatina»

Ricardo Gullón, por ejemplo, que ha pasado por ser en España uno de los mejores conocedores del modernismo y de la poesía de Rubén, ha visto en «Sonatina» un poema intrascendente, cuyo valor radica única y exclusivamente en su belleza rítmica y formal. Por ello afirma Gullón tajantemente que en, rigor, «la "Sonatina" es poema sin asunto; el asunto no es nada» (328). Y más adelante el propio Gullón habla de la «pobreza intelectual de la "Sonatina"» (332) y considera que esta carencia de sentido final del poema está compensada por su música. Por si fuera poco, Gullón se atreve incluso a afirmar que «Darío no cree en lo que escribe cuando escribe "Sonatina". Se divierte y se complace escribiéndola, como uno puede complacerse en la gracia de un trabajo delicado e intrascendente» (332). Aunque encomiables los estudios de Gullón sobre la época modernista, aquí, sin embargo, su afirmación confunde más que acierta, porque tan exagerado es negar el significado profundo de la «Sonatina», como no tener en cuenta su musicalidad y su acierto formal. La «Sonatina», en definitiva, vuela mucho más alto de lo que la crítica ha venido señalando, es mucho más incluso que un simple manifiesto modernista, como Pat O'Brien ha calificado a la «Sonatina», y se convierte en verdadera expresión del alma en el modernismo.

Afortunadamente, contamos hoy ya con varios estudios que han intentado poner la «Sonatina» en su lugar adecuado. Pueden verse los artículos de Miguel Enguídanos, Nigel Glendinning, Helmuth Hatzfeld y, sobre todo, el de María A. Salgado.

Según las palabras de Rubén, el tema de «Sonatina» es la espera del amor por parte de la mujer, la alegoría de las ansias amorosas de las jóvenes. Él mismo nos dice, en la Historia de mis libros, y refiriéndose al poema en cuestión: «contiene el sueño cordial de toda adolescente, de toda mujer que aguarda el instante amoroso. Es el deseo íntimo, la melancolía ansiosa, y es, por fin, la esperanza» (143).

Es curioso observar que el marco que gira en torno a la princesa, protagonista del poema, no es estrictamente ni medieval ni exótico-orientalista, ni de la Edad de Oro ni dieciochesco. Es todo y nada a la vez, porque Rubén ilumina su poema con la vela de la intemporalidad y, sin agotar la cera, lo mantiene vivo en el ámbito de lo universal y lo trascendente. Esa agradable imprecisión espacial y temporal en que se desarrolla la vida de «Sonatina» y esa imagen de la princesa de la boca de fresa va mucho más allá de la inocente anécdota que, en principio, imaginamos. La princesa es, en último término, el símbolo del alma de Rubén, angustiada y sin libertad, anhelante de una redención por el amor. Es, en definitiva, un alma que busca lo bello, lo verdadero y el misterio de lo trascendente. Esta princesa angustiada es el alma de Rubén, angustiado también por la muerte el 26 de enero de 1893 de su esposa Rafaela Contreras, por la trampa tendida al poeta por Rosario Murillo dos meses después para casarlo con ella el 8 de marzo de 1893 bajo los efectos del alcohol, y finalmente, por la muerte el 3 de mayo de 1895 de su madre Rosa Sarmiento, justo un mes antes de que se publicara la «Sonatina» en La Nación.

En estas circunstancias debió escribir Darío la «Sonatina», agobiado por la tragedia vital y sentimental. Junto a estas razones biográficas aducidas, la identificación espiritual del poeta con la angustia de la princesa se verifica en una lectura detenida del poema, así como de algunos otros ejemplos del conjunto de la producción rubendariana. Ciertamente, no son pocas las citas y referencias que aquí se pueden traer a colación para apoyar esta lectura de «Sonatina», pero basten sólo unos ejemplos para demostrarlo.

En la misma «Sonatina» encontramos, claramente expresada, la identificación de la princesa con la mariposa:


¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa


(556, 19-20)                


Y poco después: «¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!» (557, 37). Si la princesa simboliza el alma, también la mariposa es dentro de la tradición occidental símbolo de lo anímico del poeta.

En el soneto «Venus», de su libro Azul... (1888, 1890), anterior por tanto a «Sonatina», Rubén ya utiliza la imagen de la mariposa como expresión del alma humana, asociación antiquísima, y así en el primer terceto el alma del poeta opta por la dimensión amorosa y erótica. Por eso le dice a Venus:


mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar


(536, 9-10)                


Esa misma imagen del alma-mariposa vuelve a aparecer en Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905), concretamente en el poema «Divina Psiquis», que ya estudió Enrique Rull desde esta perspectiva, y en el que ahora Rubén busca una solución media entre sensualismo y espiritualidad. Con razón, por eso, le dirá a su alma:


Entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de cristal.


(666, 27-30)                


Pero es, sin embargo, dentro de Prosas profanas y otros poemas donde se encuentra una gran mayoría de ejemplos para apoyar esta interpretación del poema. Especial interés tienen los titulados «Mía», «Dice Mía» y «El reino interior», escritos todos con posterioridad a la «Sonatina». De ellos procede atender al último de los tres, dedicado a Eugenio de Castro, escrito en 1896 y que lleva al inicio la cita «... with Psychis, my soul!» de Edgar Allan Poe. En «El reino interior» (603-05), Rubén se dispone a evocar lo que pasa en su alma y de él nos interesa destacar los atributos y enunciados de que es objeto el alma. En este sentido, el alma es: frágil, le sonríe la vida rosada y halagüeña, es prisionera, es como una infanta real en el palacio paterno; está pensativa, es pobre infanta misteriosa, es mariposa, es tierna hermana de la Bella-durmiente-del-Bosque, y finalmente, sueña. Efectivamente, en estos atributos referidos al alma del propio poeta se percibe un casi perfecto calco de aquellos otros referidos a la princesa de la «Sonatina». Esa princesa de ojos azules y boca de fresa no es sino la metáfora del alma confusa, frágil e indecisa del propio Rubén Darío. Un estudio detenido de algunos de los símbolos que se encuentran en este poema viene a corroborarlo. En este sentido, la princesa es equiparada por el poeta con la flor y simbólicamente, por su forma, la flor es una imagen del centro y, por consiguiente, una imagen arquetípica del alma. También el poeta dice que la princesa quiere dejar y olvidar, entre otras cosas, la rueca y el halcón. El primero de estos dos elementos tiene, simbólicamente, un sentido sexual. El otro, el halcón, en la Edad Media cristiana fue alegoría de la mala conciencia del pecador y puede muy bien significar en «Sonatina» que, al rechazar la princesa el halcón, busca la victoria sobre los instintos concupiscentes. También simbólicamente las hadas representan los poderes supranormales del alma humana y la figura de la Bella Durmiente puede comprenderse como símbolo del ánima. Todos estos símbolos fueron explicados desde un ámbito general por Juan Eduardo Cirlot, quien al referirse a la trayectoria literaria de la liberación de la doncella señala la procedencia mítica de esta imagen y se remite a la leyenda de Sigfrido despertando a Brunilda en la leyenda de la Bella Durmiente. El motivo de liberación de la doncella por el caballero tiene, según Cirlot, el simbolismo de la búsqueda del ánima y de su liberación de la prisión a que la tienen sometida las fuerzas maléficas e inferiores.

En «Sonatina», el alma del poeta encarnada en la princesa no opta sólo por un deseo carnal o sexual; de ser así cualquiera de los cuatro pretendientes de la tercera estrofa hubiera servido. En realidad, el alma de Rubén busca algo menos físico, desea llegar a las cotas más altas y por eso quiere volar a otras tierras. La llegada del príncipe idealiza más la situación, pero ese beso de amor parece simbolizar la satisfacción sexual y el bienestar físico más que el alcance de un ideal menos concreto. En «Sonatina», pues, parece evidente esta doble tendencia ambigua de lo físico y lo espiritual a un tiempo y por ello se puede afirmar que la «Sonatina» es uno de los más claros testimonios de la concepción o filosofía rubeniana sobre el alma.

María A. Salgado ofreció en un acertado artículo otros detalles para apoyar esta interpretación de la «Sonatina» y en este sentido hace referencias al «Autumnal» de Azul..., al «Yo persigo una forma» y también a «El reino interior» de Prosas profanas y otros poemas, y al «Nocturno» de Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas. Como se ha dicho, muchos son los ejemplos que se pueden encontrar en la obra de Rubén para corroborar esta lectura de «Sonatina». Podríamos examinar algunos de sus cuentos como «El palacio del sol» (1887), el «Cuento de la sonrisa de la princesa Diamanatina» (1893) y el de la «Historia prodigiosa de la princesa Psiquia» (1906), pero de ello ya se ocupó Nigel Glendinning.




2. Relaciones contextuales de «Sonatina» con Amado Nervo

Una revisión detallada de los diversos motivos que encontramos en la «Sonatina», dentro del conjunto de la literatura modernista, podría revelarnos, sin duda, la confirmación definitiva de esta lectura de «Sonatina» como expresión del alma de Rubén Darío. Empresa de tal magnitud se me hace inabarcable por el momento pero me ocuparé aquí de la obra de Amado Nervo (1870-1919), el poeta mejicano con el que Rubén pasó algún tiempo en París y Madrid y con el que iba también a conocer a Francisca Sánchez.

Varios son, efectivamente, los detalles que en la producción de Nervo permiten reafirmar la interpretación que se le ha dado a la «Sonatina». En este sentido, por ejemplo, y en el ámbito de la poesía, el libro En voz baja (1909) recoge un poema, «La Bella del bosque durmiente» en el que Nervo toma su personal camino en el tratamiento del motivo de la Bella Durmiente. En el poema la princesa lleva esperando dos siglos al caballero, que por fin llega. Los dos son ancianos y la princesa todavía le ofrece el amor, su compañía. Por eso, aunque le recrimina su tardanza, al final, le dice:


Mas aún puedo amarte como una hermana,
posar en mi regazo tu frente cana
y entonar viejas coplas cuando estés triste...


(II, 1562, 13-16)                


La idea del alma-mariposa aparece también en Amado Nervo, concretamente en el poema «Como una mariposa», perteneciente a El arquero divino (1922), donde leemos:


Como una mariposa se para en un espino,
posáronse las alas del Ensueño divino
en mi alma triste y hosca.


(II, 1830, 1-3)                


La prosa de Nervo ofrece también varios ejemplos que se pueden considerar. Así, en la sección «Estados del alma», perteneciente a «Lecturas literarias» y compuesta hacia 1902-1903, encontramos varias referencias significativas. Nervo reproduce, por ejemplo, la siguiente divagación de J. López Pinillos: «Las que se van, las pobres enfermitas que ayer todavía soñaban, inocentes y crédulas, tal vez confíen en el milagro...» (II, 427). A modo de comentario escribe Nervo:

¡Pobres enfermitas que se mueren de frío! Pobres golondrinas, que no pudiendo emigrar a los países del sol, emigran a un país más lejano... desconocido... ¿No se trata, por otra parte, de un estado de alma?


(II, 427)                


La princesa de «Sonatina» es también golondrina y, por supuesto, una triste enferma que quisiera salir del castillo donde se encuentra custodiada. Más adelante, y todavía en la misma sección de sus prosas. Nervo toma unos versos de Villaespesa:


En la tierra lejana
tengo yo una hermana.
Siempre en primavera
mi llegada espera
tras de la ventana.


(II, 428)                


Y en ellos Amado Nervo cree ver «ese vago y vano esperar de nuestras almas al inefable o a la inefable amante soñada... que no llega nunca» (II, 428). También la princesa de Rubén es eminentemente un ser que espera la llegada del caballero1.

Es, sin embargo, en un fragmento del sentido prólogo al poemario La amada inmóvil (1922), prólogo fechado en febrero de 1912, donde la idea última de la princesa como alma se observa aún más claramente y donde nos parece estar leyendo a Rubén. Textualmente dice Nervo:

Mi pobre alma está encerrada en esta fortaleza del cuerpo. Es una triste princesa metida en una torre impenetrable, con cinco mezquinas ventanillas (los cinco sentidos) para adivinar el inmenso mundo exterior... Mi alma, la infantina prisionera... sabe que los muertos amados... que, adquirieron el principio del vuelo, pugnan por acercarse a ella, la solicitan, la aguardan.


(II, 1124)                


Las últimas palabras de «Sonatina» salen de la boca del hada madrina que informa a la princesa de la próxima llegada de un caballero que vendrá «a encenderte los labios con su beso de amor» (557, 48).

Amado Nervo, todavía en el citado prólogo de 1912, habla de esa alma-princesa y sustituye el hada por un «raciocinio piadoso» (1124), raciocinio consolador que le dice a la princesa:

porque abrevia el plazo, vencido el cual, tu alma... y su alma... se fundirán locamente en un divino beso de amor.


(1124)                


Estos ejemplos escogidos aquí y allá de los escritos de Amado Nervo bastan por sí solos para demostrar que la «Sonatina» se sumerge perfectamente dentro de toda la obra de Rubén Darío y, en último término, responde a las constantes temáticas de su poesía y a las de todo el modernismo. Una revisión detenida de la literatura modernista a ambos lados del Atlántico iluminaría mucho más esta idea. De forma muy breve y para mostrar la validez de mi tesis voy a hacer referencia seguidamente a otros dos autores modernistas.

Ya el mejicano Manuel Gutiérrez Nájera, calificado de poeta precursor del modernismo, en su poema «Ondas muertas», de 1887 y, por tanto, anterior a la «Sonatina», alude a una negra corriente de agua que está condenada a perpetua «prisión». En último término, esta negra corriente resulta ser metáfora del alma del poeta porque él mismo nos lo dice al equipararla con su alma (la cursiva es mía):


Como ella, de nadie sabidas,
como ella, de sombras cercadas
sois vosotras también, las obscuras
silenciosas corrientes del alma.


(64, 45-48)                


Y, a continuación, el poeta se lamenta de la soledad de su alma: «¡Nadie a veros benévolo baja!». La estrofa final, además, imprime un anhelo de fuga y escapatoria que aquí nunca se alcanza. Así, pues, comprobamos que los atributos con que Gutiérrez Nájera nos presenta su alma -prisionera, silenciosa, solitaria y anhelante de fuga- coinciden con aquellos que Darío coloca para la princesa de su «Sonatina», todo lo cual confirma, en fin, todavía más mi interpretación del poema de Darío y, por extensión, la expresión del alma en el modernismo. Otro de los poemas de Gutiérrez Nájera, el titulado «La soñadora del dulce mirar» tiene también como protagonista a una princesa y los paralelismos con la «Sonatina» no son pocos.

Si nos trasladamos a España, en la prosa de Valle-Inclán, por ejemplo, concretamente en Sonata de otoño (1902) el Marqués de Bradomín narra sus memorias sentimentales con Concha y escribe: «En la penumbra de la alcoba la voz apagada de Concha tenía un profundo encanto sentimental. Mi alma se contagió: -¡Yo te quiero más, princesa (37, la cursiva es mía). Y al final de la obra, cuando ha muerto Concha, Bradomín se lamenta: «¡La pobre Concha había muerto! ¡Había muerto aquella flor de ensueño... ¿Volvería a encontrar otra pálida princesa, de tristes ojos encantados, que me admirase siempre magnífico?» (86, las cursivas son mías). Es la misma idea de Darío desde la primera estrofa de la «Sonatina»:


La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.


(556, 4-6)                


En este artículo he querido mostrar la permanencia de un tema, el del alma, que se inserta en todo el corpus de la literatura modernista, como se ha visto en el caso de Rubén Darío y Amado Nervo. Los ejemplos se multiplican, como se constata en los casos de Gutiérrez Nájera y Valle-Inclán. El estudio completo y exhaustivo de este tema en todo el corpus de la poesía modernista, por ejemplo, deja campo abierto a toda una interesante y necesaria tesis doctoral.

Por todo lo dicho, Rubén logra en los cuarenta y ocho versos que componen la «Sonatina» la universalización de los más grandes temas de la filosofía del hombre -el alma, la sensualidad, lo espiritual, el bien y el mal- a partir de la más simple anécdota, la imagen de una princesa entristecida. Y a todo esto Rubén le añade la música de la palabra. A cien años de su publicación y a punto de celebrar ya el centenario de la primera edición de Prosas profanas y otros poemas, la «Sonatina» deja de ser un simple poema de época y se convierte en un poema para todas las épocas.








Obras citadas

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