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ArribaAbajo Precisiones de Le Corbusier

Alberto Prebisch


En el nuevo libro de Le Corbusier están desarrolladas las diez conferencias que el gran arquitecto suizo-francés pronunció en Buenos Aires bajo el patrocinio de la Asociación Amigos del Arte. Los que han tenido la oportunidad de escuchar esas disertaciones sentirán, a la lectura de Précisions, renovarse en su espíritu el fervor convincente de una doctrina arquitectónica hecha de pasión que un siempre actuante espíritu de juicio no intenta contener. Porque aquí radica precisamente una de las características más singulares de este gran creador: su pasión de hombre-poeta, que lo arranca siempre de los límites estrechos de la simple razón pragmática: la pasión, «que convierte en un drama viviente la piedra inerte».

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Leyendo ahora las páginas siempre tensas de Précisions, nos damos cuenta exacta de la extraordinaria honestidad mental de un conferencista que nos ha aportado una doctrina sólida y concreta, y no vagos discursos de transitorio efectismo. La elocuencia personal, la que emana de las actitudes físicas del orador, queda en este caso subyugada por la gravidez maciza de las verdades expuestas. Yo pienso en Marinetti, en sus gesticulaciones histriónicas, en todos sus artificiosos despliegues de oratoria forense. En Le Corbusier orador, la pasión está en la propia doctrina y no en el gesto. Recordemos a este hombre flaco y displicente como un turista yanqui: rostro rojizo y anguloso de paisano normando. Ojillos cuya intención aviesa no consiguen disimular los gruesos lentes de carey; cabellos lisamente disciplinados por la ya prestigiosa gomine argentine. Con gesto tranquilo y lejano, Le Corbusier va desplegando ante el público verdades grandes como banderas. El público asiste en suspenso a esas demostraciones realizadas con la calma sonriente de un temerario volatinero. Le Corbusier saca de sus inagotables mangas de prestidigitador verdades imprevistas y rotundas. Con unas maravillosas tizas de color («¿no pensáis que mi carbonilla y mis tizas de color encierran una fabulosa poesía: el lirismo de los tiempos modernos?») va ilustrando sus experimentos sobre grandes hojas blancas, que luego cuelga como trofeos de un hilo tendido de un extremo al otro del estrado.

No es ésta la oportunidad de entrar en un análisis de la teoría arquitectónica de Le Corbusier, ya establecida con amplitud en libros anteriores, y que el presente no hace más que acomodar a la extensión y finalidad de las diez conferencias pronunciadas. Ahora la podemos ver reflejada en unos pocos principios   —181→   centrales y dominantes que forman la armazón intelectual de todas sus aplicaciones prácticas: casa, palacio, ciudad. Teoría antropocéntrica de la arquitectura. Es decir, arquitectura concebida en acuerdo riguroso con las necesidades del hombre normal. La arquitectura surge directamente de una aplicación racional de los nuevos elementos constructivos, librados de toda aureola académica y reducidos a la escala humana. Los principios arquitectónicos que presiden la realización de una casa prolongan sus consecuencias hasta el palacio y la ciudad, tendiendo de ese modo a una indispensable unidad arquitectural. Arquitectura en todo, urbanismo en todo.

El libro está precedido de un prólogo americano en el que Le Corbusier describe, con un estilo desordenado pero siempre viviente y tenso, un viaje en avión al Paraguay. Le Corbusier se emociona ante el pensamiento de los primeros colonos domesticando en una lucha solitaria la extensión hostil de la campaña argentina. «La llanura circunda todo. ¿Dónde está el vecino? ¿Dónde un posible reabastecimiento? ¿Dónde está el doctor? ¿Dónde la muchacha que se querría amar?». Hojeando los álbumes de su amigo Gonzaléz Garraño (sic), le viene el deseo de escribir un libro ilustrado con esos precisos y preciosos documentos: «La Historia magnífica de los colonos argentinos». En Asunción le entusiasman las pequeñas viviendas populares, simples y puras, no contaminadas aún por la falsa cultura ciudadana. «Casas de indígenas en los suburbios de la ciudad, que son el acto más total de devoción de un alma sensible». Busca siempre con avidez esas casas, que son casas de hombres y no casas de arquitectos. Una casa de hombre es un acto de amor. Una casa de arquitecto es un artificio académico: Brillat-Savarin en la arquitectura.   —182→   «Si pienso en las casas de hombres me vuelvo roussoniano: el hombre es bueno. Si pienso en las casas de arquitectos, me vuelvo escéptico, pesimista, volteriano».

Este último y no otro pudiera haber sido el estado de espíritu de Le Corbusier ante el panorama arquitectónico de Buenos Aires. Pero él ha venido a América para comprender y no para juzgarnos implacablemente: «He tentado la conquista de América por una razón implacable y por una gran ternura hacia las cosas y las gentes; he comprendido en esos hermanos separados de nosotros por el silencio del océano, los escrúpulos, las dudas, las vacilaciones, las razones que motivan el estado actual de sus manifestaciones, y tengo confianza en el mañana. Bajo esa luz nacerá la arquitectura.