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Un boda aristocrática

Concepción Gimeno de Flaquer

El niño alado, el eterno niño, debe ser el principal personaje en esta revista; mi pluma no trazará una línea más sin exclamar:

¡Gloria a Cupido!

¡Gloria, gloria a ti, dominador del mundo, inspirador del poeta y del artista, mágico prodigioso que conviertes en audaz al tímido, en valiente al cobarde, en grande al pequeño, en héroe al grande! Tú eres el faro luminoso que conduce al extraviado viajero a puerto de salvación, la inextinguible estrella que ilumina los abismos del alma, la gota de rocío que vivifica las marchitas flores de la vida. Si la luna resplandece cual fúlgido diamante suspendido en la bóveda celeste, retratando su pálida faz en el mar, y las flores al abrir su corona embalsaman el ambiente, y la mariposa revolotea en torno de su jazmín querido, es que el fuego de la pasión las anima y el mar ama a la melancólica luna, y las auras al mar, el jacinto a la azucena, la mariposa al jazmín y el céfiro a la brisa.

Aimer c’est agir, ha dicho Víctor Hugo; sí, el amor es la vida, por eso cuando Voltaire creyó que ya no inspiraba amor, quería morir. Bien claramente lo expresó en estos versos:

On meurt deux fois, je le vois bien;

Cesser d’aimer et d’être aimable

C’est une mort insupportable;

Cesser de vivre ce n’est rien.



La mujer es la dueña del mundo, lectoras mías, porque es la inspiradora del amor. Cleopatra en Egipto, Lucrecia en Roma, Elena en Esparta y Aspasia en Atenas, cambiaron las leyes del estado con una sola mirada, porque no hay Numa sin Egeria.

Victoria Colonna prestó inspiración a Miguel Ángel, Fornarina a Rafael, Eleonora a Tasso, Fiametta a Bocaccio, Beatriz a Dante, Laura a Petrarca, Julieta a Chateaubriand, Nathercia a Camoens.

Ovidio, Shakespeare, Calderón, Molière, Lope de Vega, Michelet, Musset y Stendhal, deben sus mejores inspiraciones al amor.

Cupido, que se enorgullece de saber disparar sus flechas, acaba de encadenar dos corazones que mostrará siempre cual un trofeo, acaba de prender en sus redes a la bella Dolores Corona y al distinguido Fernando Camacho, que pertenece a una de las familias más prominentes de la sociedad mexicana y que posee los caballerescos sentimientos de su respetable padre.

Todos conocéis el nombre de Dolores Corona, la hija del esforzado general, del benemérito de la patria; pero no todos habéis visto u oído a Lola. Lola es pálida y esbelta como Cloris, sus negros cabellos tienen reflejos de azabache, su cutis es alabastrino, su diminuto pie, como el de la Napea, podría caminar sobre las hojas del frondoso bosque sin producir murmurio. Lola, que es tan bella, es algo más que bella, porque es muy inteligente. Ella puede desafiar al tiempo y al olvido, pues como dice Cahusac:

Quand la beauté seule séduit

On s’aime un jour, puis on languit,

L’amour s’enfuit, on se deteste;

Mais quand le coeur cède aux talents,

Au caractère, aux sentiments,

Le temps s’enfuit et l’amour reste.



A Dolores Corona jamás le hablo yo de modas, le hablo de Balzac, de Nadier, de Feuillet o de Saint Beuve.

La seriedad de Lola no se debe a los años, se debe a su alto criterio: Lola Corona se halla en ese crepúsculo de la vida lleno de perfumes y frescura, semejante al crepúsculo matinal que se conoce con el nombre de adolescencia. Lola no ha cumplido aún dieciséis primaveras, es una flor en capullo; el sol no ha besado sus pétalos, sobre su corola no se han fijado más miradas que las de la aurora.

El momento solemne ha llegado; son las nueve de la noche del 10 de octubre: Lola aparece vestida con un rico traje de brocatel amarillo, que la envuelve cual inmenso topacio, y se dirige tímidamente con el elegido de su corazón ante el juez. Verifícase el matrimonio civil, los novios atraen la atención general. Como diría el poeta Salvany:

   Miradlos, ahí están, turbados ambos

Temen y ansían el feliz momento;

Uno y otro, con ímpetu violento,

Sienten latir aprisa el corazón.

   Llamad al cura, preparad las galas,

Ya no tiene remedio, es cosa hecha,

De la aljaba del amor la misma flecha

A un tiempo mismo atravesó a los dos.



Pero me olvido de que las damas me han de exigir la descripción del trousseau de Lola. Yo no puedo detallarlo, recuerdo haber visto toda clase de encajes, toda clase de telas.

¿Cómo describiros los trajes Pompadour, color acero, heliotropo, coral, gris, plata, rosa seca, negro tórtola, marfil y azul? La toilette que más ha llamado mi atención es un vestido de encaje blanco, caprichosamente adornado con cintas verdes: grupos de espigas, hierbas y musgo ocupan el lugar de los bouquets, dando al traje gran originalidad. No podéis comprender el efecto de este traje sin haberlo visto; el verde de las cintas es serpentino, las espigas de trigo parecen arrancadas a la guirnalda de la diosa Ceres.

Mas la modestia de Lola no quiere absorber tanto tiempo la atención del lector, y desea me ocupe de sus amigas.

Concluido el breve acto del matrimonio civil, en el cual los desposados tuvieron por testigos a los Sres. Gral. Díaz, Romero Rubio, Gral. Pacheco, Eduardo González Gutiérrez y Ministro de Inglaterra, la señora de Corona nos obsequió con un brillante baile y una opípara cena. El baile estuvo animadísimo y engalanado con los más hermosos astros de nuestro cielo social.

Aún me parece contemplar los delicados contornos de las ideales figuras de Carmen Romero Rubio de Díaz y María Luisa de Teresa: sus breves cinturas son como el tallo de la magnolia que apenas puede sostener la flor; aún veo como a través de nacarado sueño a la graciosa Amada Díaz, envuelta en albo traje salpicado de margaritas, luciendo sus torneados brazos; a Lupe Camacho de Icaza con traje de gasa blanca cubierto de capullos multicolor, como lo vestiría Flora; a la esbelta Sra. Estrada de González Gutiérrez, emblema de la distinción y de la elegancia; a la inteligente Paz Terreros de Rincón Gallardo, cuya palabra es cautivadora; a la siempre hermosa Leonor Rivas; a la muy amable y simpática Josefa Calderón de Pacheco, con sus encantadoras hijas; a la bella Esther Guzmán, luciendo un soberbio traje de terciopelo azul turquí con encajes blancos de Inglaterra; a la arrogante Sra. de Mariscal, ostentando un traje en el cual se combinan acertadamente todos los tonos del azul; a su hermosa hija Elena, luciendo rico vestido color de ámbar; a Concepción Tornel de Suinaga, la de cuerpo escultórico; a la elegante Lupe Rondero de Viadero; a la bella Refugio Terreros de Rincón, con falda negra y corpiño recamado de brillantes; a Soledad Juárez, que siempre viste à la dernière; a Enriqueta, Josefina y Trini de Prida, elegantemente ataviadas con trajes color salmón; a Concha y Domitila Rivas con trajes blancos y heliotropo; a la señora Morán de Pontones, lujosamente engalanada; a la esbelta Sra. Baz de Phillipp luciendo ricas joyas, como la Sra. de Villada ricos encajes; y a las siempre distinguidas damas Arroyo de Anda, Schiaffino, Arteaga de Prida, Juárez de Santacilia, Buch de Landa, González Buch de Ituarte, Escudero, Cervantes, Landero y Cos, Iturbide, Barroso, Mosquecho, Carden, la Torre y Haro.

Mercedes Dublán, que es tan amable como graciosa y amena, me señala un grupo de preciosas niñas con trajes níveos; parécenme todas juntas sartas de perlas de un rico collar: son María Torres, Paz Rincón, Elena y Amelia Zamacona, María Schiaffino, Piedad Cumplido, Clotilde Bros, Paz Barroso y Olimpia Morquecho.

En otro salón, presididas por la interesante María Corona, que viste de azul, se hallan Eugenia Bazaine, cuyo hermoso cabello tiene el color de la Helena griega, María Santacilia, sonrosada como una alborada de mayo, su hermana Memé, con traje color de cielo cual Pilar Bros y Luz Landero, y tantas y tantas otras cuyos nombres harían esta revista interminable.

Empecé con el nombre de Lola Corona, pues a la novia corresponden todos los honores de una crónica nupcial, pero no debo terminar sin estampar el de Mme. Mery McEntee de Corona. La distinguida esposa de Corona hizo los honores de la casa con rara elegancia, acompañada del general y de sus hijos. En dicha dama es innata la cortesía, y como si esto no bastara ha frecuentado constantemente los primeros salones de Madrid durante diez años. Madrid es una gran escuela para la etiqueta. Al decir esto, olvido que soy española y me hago eco de frases pronunciadas por diplomáticos de Viena, Rusia, Londres y Berlín, cortes muy suntuosas cual todos sabéis. La Sra. de Corona recibió a sus invitados como se recibe en los palacios de las duquesas de Medinaceli, Fernán Núñez y de la Torre, los salones más aristocráticos de la corte española. Al apearse el presidente de la república del carruaje encontrose con el Gral. Corona que le esperaba en el umbral de la puerta; el himno nacional anunció su llegada, y la señora de la casa salió al descanso principal de la escalera para recibir a la distinguida esposa del ilustre Gral. Díaz: estos honores se tributan en Madrid al jefe superior de la nación, lo mismo que en Washington.

No terminaré sin satisfacer la curiosidad de mis lectoras, mencionando los numerosos regalos que como testimonio de simpatía ha recibido la bella deposada.

He aquí la lista más completa de cuantas se han publicado:

El Sr. Gral. Porfirio Díaz, una magnífica pulsera de brillantes y perlas.

La Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz, un preciosísimo alhajero de plata oxidado con bajorrelieves muy artísticos.

La Sra. Clara C. de Camacho, un piano de media cola de Steinway.

Dolores Camacho de Landa, una pulsera de oro y brillantes.

Guadalupe Camacho de Icaza, un prendedor de oro y brillantes.

Sra. Agustina C. de Romero Rubio, un magnífico reloj colgante con brillantes, perlas y rubíes.

Esther Guzmán de Díez Gutiérrez, un lindo prendedor de brillantes y perlas.

Guadalupe Terreros de Algara, un prendedor de brillantes, rubíes y esmeraldas.

Refugio Terreros de Rincón, una pulsera de oro, perlas y rubíes.

Sra. Laura S. de Mariscal, dos estatuas en bronce.

Sra. de Carden, un tarjetero de marfil con monograma en plata antigua.

Luisa Baz de Phillipp, un neceser de piel de Rusia con los accesorios de carey.

Sra. de Suinaga, unos gemelos de teatro, marfil y oro.

Beatriz Tornel, un estuche peluche con tarjeteros y portamonedas de piel.

Sra. Schiaffino e hija, un precioso edredón bordado de colores, fondo de fresa machucada.

Olimpia Morquecho, una caja de guantes bordada por ella.

Elisa Corona, un precioso y artístico grupo en terre-cuite.

Mary Corona, una virgen de cristal.

Piedad Cumplido, un precioso centro de mesa de cristal.

Paz de Haro, un precioso estuche con un abanico de marfil y un portabouquet.

Srta. Santacilia, un juguete de tocador.

Soledad Juárez, un espejo forma de corazón.

Clotilde Bros, un bonito pañuelo encaje de Bruselas.

Josefa Terreros de Algara, un elegante anillo de perlas y brillantes.

Sra. Paz Rincón Gallardo, un elegante abanico.

Sra. Lola Cervantes de Riba, un grupo de bronce.

Srtas. Osio, un pañuelo encaje de Bruselas.

Eugenia Bazaine, precioso juego de cristal para flores.

Sra. Enriqueta C. de Prida, un precioso despertador de metal blanco.

Sra. Morán de Pontones, un sachet rosa de raso, pintura a la aguada.

María Torres Rivas, un magnífico centro de mesa de plata adornado con flores artificiales.

Elena Mariscal de Limantour, un lindo canastillo de gardenias.

Srta. Trini Prida, un centro de mesa de cristal.

Esther T. de Martín, una cruz de bronce y mármol.

María del Valle, un lindo bouquet de gardenias y camelias.

Srta. E. de la Torre, un precioso prendedor de brillantes y perlas.

Sra. Josefina Prida de Núñez, un lindo canastillo de camelias y gardenias.

Carlota V. de Ramírez, un precioso libro de misa de piel de Rusia.

Sra. Cervantes, un canastillo de gardenias.

Sra. de D. Francisco M. de Prida, un juego de té de plata y oro incrustado.

El Sr. D. Sebastián Camacho, un espléndido aderezo de brillantes.

Fernando Camacho, un riquísimo aderezo de perlas y brillantes.

Antonio Algara, un curiosísimo mueble antiguo de gran mérito, para alhajas.

Eduardo Rincón Gallardo, una caja de plata oxidada con relieves.

Eduardo González Gutiérrez, un valiosísimo neceser alhajero de piel de Rusia y bronce, con todas las piezas de marfil y cristal.

Sir Spencer St. John, un abanico de carey con plumas blancas y monograma en oro.

Coronel Lic. Leonides Torres, tres jarrones de porcelana de Sèvres.

Gral. Escudero, un juego tibores faience.

Sr. Julio García, dos jarrones estilo morisco.

Sr. Olavarría, dos perfumadores de cristal.

Francisco Sepúlveda, una pluma de oro para firmar el contrato de matrimonio.

Sr. Gustavo Baz, un artístico y valioso jarrón de porcelana con flores artificiales.

Tres ramos enormes de los Sres. Gaspar de Errazu y Eustaquio y Francisco Barrón.

Carlos Rivas, dos magníficos jarrones de porcelana.

Como veréis por los detalles referidos, la boda de Lola Corona ha sido espléndida, suntuosa, y los amigos, los obsequios y las galas dignas del simpático matrimonio, tan agasajado por toda la sociedad mexicana.

Que disfruten cuantas venturas merecen, es lo que les desea

Concepción Gimeno de Flaquer.