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ArribaAbajoEl pensamiento en Venezuela

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ArribaAbajo1. Colonia e Ilustración


ArribaAbajo1.1. Orígenes

A diferencia de países o conglomerados nacionales como México y Centroamérica (integrantes del complejo mesoamericano) o el Perú y los demás países del Altiplano Andino (piezas del ajedrez cultural quechuakolla-aymara), en Venezuela no se ha encontrado o, al menos estudiado y revelado con toda amplitud, una fuerte tradición indígena en sus aspectos intelectuales. México y Centro América ostentaron grupos de pensadores y poetas, cristalizaron una admirable sistematización científica en la sabiduría astronómica y matemática, de la cual quedan monumentos de estremecedora precisión como el calendario maya y náhuatl. Perú forjó una lírica sentimental y un teatro conocidos a través de cronistas, más cimentado en la historia del Incario. En nuestro país se conservan vestigios fragmentarios de teogonías y cosmogonías que giran alrededor de tradiciones orales recogidas con simpatía, primero por cronistas e historiadores o viajeros -Caulín, Aguado, Simón, Gilii, Schomburgk- y más tarde por tradicionistas abnegados como Arístides Rojas y Lisandro Alvarado; los primeros estudios etnológicos realizados con cierto rigor metodológico tienen firma de positivistas como Julio César Salas; recientemente, el fraile Cesáreo de Armellada, el estudioso Civrieux y el antropólogo Juan Crisólogo, han aportado nuevos materiales para el conocimiento de un pensamiento mitológico121. Abundan en esas tradiciones   —152→   las consabidas referencias a un diluvio, común en textos coloniales hispanoamericanos relativos al mundo prehispánico, como punto de arranque para una posterior aparición del hombre.

Dentro de un paisaje distorsionado por el asombro, cierta zoología fantástica, de la cual no escaparon los hombres-monstruos junto a las sirenas con cara de hombre, feas por lo tanto y no tan esbeltas como las acuñadas por las mitologías europeas, emerge una primera visión de Venezuela en testimonios y alegatos de exploradores y misioneros; la geografía asume de repente visos mágicos en la memoria atormentada del primer Almirante, cuyos ojos confundieron al Orinoco, extraño río inadmisible para una cosmografía aún medioeval, con las fuentes del Paraíso, de donde manaron los únicos ríos aceptados por los textos sacros.

Así empieza el meditar sobre un ámbito y un habitante, más sorprendido tal vez que sus propios descubridores y civilizadores cristianos. Orígenes oscuros de una Tierra de Gracia en la cual el discurso metafísico tardó en cuajar como una lógica del ser y el quehacer nacionales.




ArribaAbajo1.2. Siglo Ilustrado

Si los orígenes fueron aún penumbrosos, la conquista y su impronta de aniquilamientos masivos actuó como dispositivo dilatorio para el advenimiento del pensar y el transmitir ideas. Nuestra Colonia muestra retardo -con relación a otros países o virreinatos de Hispanoamérica- en la obtención y afincamiento de vehículos ideológicos: universidad e imprenta. Penosos fueron los intentos por justificar los esfuerzos de la metrópoli para impartir cultura honda a nuestro país, integrado como tal apenas en 1777, cuando se unifican las Gobernaciones provinciales con la de Caracas y la Capitanía General de Venezuela, creada esta última por Real Cédula de Carlos III122, tan afanado en ordenar que se explorase la   —153→   ruina cultural de Pompeya, desde sus viejos tiempos de rey de Nápoles, tan reacio a dejarle paso libre a las universidades venezolanas.

La Universidad venezolana tuvo germen remoto en el Seminario de Santa Rosa de Lima; comenzó a funcionar muy tardíamente. Desde fines del siglo XVI -en tiempos del rey Felipe II, hacia 1592- se estaba pugnando por fundar el Real Colegio Seminario, pero no hubo mejor suerte. Transcurrirían ochenta años para que las gestiones de Fray Antonio González de Acuña diera rostro de hecho a una aspiración de cultura123. En los mismos años se inicia un trámite empeñoso para abrir universidad; en 1725 se logra transfigurar el Seminario en aula superior universitaria124. Establecida ya, la casa de estudios cuenta en sus inicios con nueve cátedras, entre las cuales destacó la de Filosofía, por cuanto fue el alvéolo de la discordia colonial del pensamiento. Seguir su historia es historiar, en buena parte, las tendencias filosóficas de nuestro siglo XVIII, cuando realmente puede hablarse de una actividad especulativa, más o menos autóctona.

Si en los primeros tiempos se nota un «predominio exclusivo de la filosofía aristotélica y tomística hasta 1788»125, en la cátedra sobre la materia estaría centrada la lucha por imponer un pensamiento más avanzado: el de la Ilustración y las ciencias modernas.

Las disputas sobre la cultura colonial y el oscurantismo de nuestros siglos pre-independientes forman una amplia bibliografía que arranca de viajeros como Francisco Depons y llega a nuestro tiempo. La incógnita parece   —154→   haberse despejado con los aportes e investigaciones de Ángel César Rivas, Gonzalo Picón Febres, Caracciolo Parra León, Mario Briceño Iragorry y, muy recientemente, Ildefonso Leal. Es la pugna de la leyenda negra y la leyenda dorada, a la que Picón Salas procuró poner fin en su libro Dependencia e Independencia de la historia hispanoamericana126.

Hoy es posible afirmar que existió una filosofía colonial en Venezuela, gracias a los trabajos de Juan David García Bacca, quien ha logrado hilvanar «una constelación de pensadores» -para usar sus propias palabras-, en la cual se distinguen, por lo menos tres tendencias claramente demarcadas en su valor exegético y polémico127.

El primero de estos grupos o tendencias es el constituido por aristotélicos y tomistas, centrados alrededor de las cátedras de la universidad caraqueña. Es comprensible, porque hubo un predominio claro de los sacerdotes en la regencia de las cátedras universitarias y, particularmente, de dos órdenes rivales: dominicos y franciscanos, en cuyas peripecias puede observarse la lucha por una   —155→   modernización del pensamiento -franciscanos- contra una empecinada tendencia a mantener los privilegios docentes sobre cubierta aristotélica -dominicos-128; esa modernización, que constituyó fallido intento por liberalizar la enseñanza filosófica a nivel universitario, gira alrededor del pensamiento escotista, como segunda tendencia. Pero va más allá de los claustros académicos para integrar tal vez el grupo más brillante de meditadores.

Entre los primeros habría que citar al Dr. Antonio José Suárez de Urbina, caraqueño nativo, egresado, Profesor y Rector de la Universidad; y al Dr. Francisco José Urbina, profesor de clara exposición tomista.

El escotismo tiene como figuras destacadas a Alfonso Briceño, Tomás Valero y Agustín de Quevedo y Villegas. Este último trató de infiltrar sus ideas en el ámbito universitario, en su condición de Provincial del Convento de San Francisco.

El tercer grupo lo constituyen ¿los personalidades que mantienen posición antitética frente a las ideas enciclopedistas del Padre Feijoo: Fray Antonio de Navarrete, seguidor fiel de las ideas expuestas por el debatido español, y Salvador José Mañer quien se manifiesta adversario empedernido hasta llegar a escribir un Anti-teatro Crítico.




ArribaAbajo1.3. Los primeros rebeldes

Figura aislada ha de ser la de Baltasar de los Reyes Marrero, considerado justamente como el modernizador del pensamiento universitario en las cátedras caraqueñas.

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Con Marrero se llega un poco más adelante que con las disputas de los teólogos aristotélicos y escotistas para observar, por menuda rendija, la aparición de otros nombres filosóficos y científicos: Descartes, Locke, Condillac, Leibniz, Newton, Feijoo, Spinoza.

Marrero no sólo polemiza, cuando se le obliga, sino que seriamente acomete la tarea de fundar, con perseverancia pionera, los estudios de las matemáticas y la física modernas, como instrumentos de reflexión, en su cátedra de filosofía. Una considerable oposición lo lleva a la renuncia del aula y a su eclipsamiento docente, por haber intentado siquiera una apertura hacía otras luces de la cultura colonial129.

De esta lucha entre Enciclopedia y Escolástica surgirá en buena parte la generación de los ideólogos que emprenderán la tarea emancipadora. La Universidad fue el eje, con todos sus defectos inocultables130. Hacia finales   —157→   del siglo XVIII, la modernización de su cátedra es notoria131.

De la rebelión contra Aristóteles se pasa a la rebelión contra España. Del pensamiento escotista, a los Derechos del Hombre y del Ciudadano. La convivencia de opiniones y criterios engendró exaltadas pasiones de aprendizaje en los estudiantes. La voluntad renovadora y sus fallas no fueron mayores ni menores que las de la Metrópoli, donde un frustrado educador vería abatir sus ideas innovadoras de la pedagogía peninsular, para convertirse en un conspirador y revolucionario antimonárquico, ser detenido, condenado a muerte y ver al final conmutada su pena por reclusión en las mazmorras de La Guaira, donde entró en contacto con los conspiradores criollos -a quienes debería enseñar- y a cuya inquietud se deberá la divulgación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: Juan Bautista Mariano Picornell132.

No sería justo dejar sin mención al primer eslabón de las ideas económicas en la Colonia, y menos cuando en la figura del Intendente Don José Abalos se halla el factor decisivo de la erradicación de la Compañía Guipuzcoana,   —158→   a cuyo rededor gira la primera intentona profunda de autonomía económica venezolana: el movimiento de Juan Francisco de León.

Don José de Abalos tuvo en sus manos la creación de la primera Intendencia de Venezuela en 1777. Se sabe que era manchego, que había desempeñado cargos de Oficial Mayor en la Real Contaduría de Cuba y de Contador Mayor del Tribunal de Cuentas de Caracas. Su fama reside, primero, en la batida furiosa que dirigió contra el tráfico ilegal en nuestras costas, acción que lo hizo antipático a los ojos del mantuanaje. Fue célebre su informe dirigido al Rey Carlos III sobre la Compañía Guipuzcoana, fechado el 29 de setiembre de 1780. Aparte del impacto producido por su señalamiento que origina la extinción de los privilegiados de la empresa vasca en 1781, es importante la manera como se anticipa estratégicamente a anunciar la inminencia emancipadora de las colonias.

Héctor García Chuecos transcribe y comenta el párrafo último del memorable documento de Abalos, así:

«La permanencia de la Compañía hacía odioso el nombre del Rey y de sus Ministros, pues poca utilidad derivaban de ella, oprimidos como estaban al tener que vender por su avaro conducto sus pocas producciones. Esta situación influía sobre la fidelidad de sus vasallos, con la que no se podía contar en este ambiente de descontento.

No es éste un vaticinio vano -decía el Intendente- sino pronóstico de un conocimiento inmediato de la tierra; y si se perdiese esta parte de la América será para la Monarquía la desgracia más lamentable, tanto por las inmensas riquezas que comprenden estos países como que con esta puerta en su poder absorberá fácilmente el que la tuviese todo el resto del Continente. El que dominase las provincias de Caracas y Cumaná, e Isla de Trinidad, será señor de toda esta parte occidental, y con ella tendrá una próxima disposición para intentar también a los demás. Como puede observarse, el Intendente Abalos se anticipa en el pensamiento a posteriores conceptos de Miranda y Bolívar»133.

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De la rebeldía activa que se va tejiendo a lo largo del siglo XVIII, se pasará, en los últimos años, a la pugna ideológica. La liberalización del comercio, la modernización de los medios culturales ya no podían seguir siendo argumentos de dominación colonial. La independencia norteamericana y la Revolución Francesa eran ejemplos demasiado vivos. Es entonces cuando podemos decir que se politiza la conciencia de emancipación en la colonia venezolana, De los motines y sublevaciones se proyecta a los folletos y hojas sueltas que despliegan una labor de agitación. En este proceso avanzado es cuando podemos hablar con mayor base de un pensamiento republicano dotado de cierta organicidad y no de rasgos aislados. Hay que distinguir dos grandes vertientes en el pensamiento -de estos años: la de los divulgadores o difusores de textos extranjeros y la de los pensadores. A falta de ideologías propias -si es que las ha habido en alguna cultura sin mescolanza o influencia de otros rumbos- los precursores del movimiento emancipador acudirán a fuentes europeas y norteamericanas, para traducirlas y difundirlas. En el punto siguiente van a ser referidas las de mayor importancia. Pero antes deberá insistirse en un segundo elemento de gran ausencia dentro del siglo XVIII venezolano: la instalación de una imprenta.

Su necesidad a lo largo de los últimos 50 años del siglo XVIII se hizo notar en intentos fallidos por adquirir un taller. El primero que lo propuso al Colegio de Abogados de Caracas fue Miguel José Sanz134. Luego hubo   —160→   otros conatos de adquisición, pero no pasaron a hechos. El presunto funcionamiento de un pequeño taller tipográfico en la ciudad de Valencia, origen de ardua discusión y pesquisa para determinar la localización editorial del primer libro -supuestamente- impreso en Venezuela, ha quedado hoy sin lugar135. La verdad es que hasta 1808, como hace notar Pedro Grases, no hubo realmente un taller de imprenta en Venezuela. Si lo hubo piénsese en la cantidad de manuscritos que pudieron ser sometidos a aquella tremenda inquisición desatada durante la Primera República por el Obispo Coll y Pratt y después por el mismo José Tomás Boves136. De modo que si existió un mayor volumen de pensamiento colonial inédito, prenunciador de los procesos emancipadores, es tarde ya para conocerlo en la evidencia.

Si tal ocurría con la imprenta, algo no menos grave sucedía con otro fermento de cultura intelectual y de pensamiento; me refiero a las bibliotecas. La vida colonial hace ponderar a algunos viajeros como Humboldt y Depons, la existencia de una gran inquietud cultural entre los criollos. Conocidas son las veladas musicales, una escuela de pintura y las tertulias político-literarias, como la famosa de los hermanos Ustáriz. Pero no es menos cierto que Depons lamenta el que hasta 1800 no hubiera salas públicas de lectura, que no existiera un teatro y que el juego y las diversiones de aquellos 32.000 caraqueños no pasara de algunos frontones -tres en total- y uno que otro billar deteriorado, a los que había poca asiduidad. En cambio se sorprende de la buena disposición de los pobladores para el estudio, la lectura de obras en idiomas extranjeros -inglés y francés- y su interés por completar la formación cultural137. Buenas bibliotecas   —161→   hubo en los conventos y en la universidad, a más de algunas particulares; esto es innegable. Pero debe recordarse también que para 1810, Juan Germán Roscio se empeñaba en la fundación de una biblioteca pública, que sólo será realidad muchos años más tarde138.

En tales condiciones llega Venezuela a las vísperas de su emancipación.




ArribaAbajo1.4. Ideologías precursoras

El impacto producido por la Independencia norteamericana, la Revolución Francesa y el propio descontento reinante en las Colonias de ultramar, debía verse proyectado en un cuerpo doctrinario que sirviera como pie a los actos insurreccionales. Motines y sublevaciones se suceden uno tras otro en Venezuela. El más sonado lo protagoniza Juan Francisco de León, con dos acometidas que tienen como blanco a la Compañía Guipuzcoana, y como objetivo la defensa de los intereses económicos de los criollos.

Pero desde Europa, concretamente desde Londres, Miranda intrigaba, luchaba, iba armando progresivamente una conspiración alrededor de la cual debían girar otros nombres de agitadores e ideólogos. El más célebre de ellos fue el abate Juan Pablo Viscardo, ex jesuita, expulsado muy joven de su tierra natal. Radicado primero   —162→   en Italia y más tarde agente al servicio de su Majestad Británica. Partidario y mediador de ayuda para la rebelión de Túpac Amaru, de sus manos hubo de salir uno de los documentos agitacionales más importantes en los procesos independientes de Venezuela: su Carta derijida a los españoles americanos. Escrita probablemente entre 1787 y 1792, iba a ser traducida hacia 1800 por Francisco de Miranda, según los testimonios del estudioso jesuita Miguel Batllori. «Esos escritos» -dice- son el pedestal de su fama póstuma. En el primer decenio del siglo XIX y aún más adelante, hacia 1822, la Carta derijida a los españoles americanos, será una de los escritos que más ayudarán a los americanos que un tiempo fueron españoles, a cobrar conciencia de su propio ser y a darse cuenta de que una nueva época se abría en la historia del nuevo Continente.»139 El texto permaneció inédito -por varias circunstancias que Batllori estudia profusamente-, hasta 1799, cuando aparece la edición francesa. De ahí lo tomó Miranda para traducirlo. La versión española apareció en Londres en 1801, «publicación que se debe, sin duda, a iniciativa de Miranda»140. Cómo pudo llegar a Venezuela, con anterioridad a la invasión mirandina, es difícil de precisar, pero sí se sabe que hubo de difundirse ampliamente por las islas próximas. En 1806, cuando la fallida expedición produzca sus proclamas a bordo del buque insignia de la flota, en la fechada a 2 de agosto, Miranda y sus compañeros piden a las personas «timoratas o menos instruidas», para que se informen sobre las tropelías cometidas por España contra los indefensos habitantes de América, desde su descubrimiento, que «lean la epístola adjunta de D. Juan Viscardo de la Compañía de Jesús dirigida a sus compatriotas»141.

Otro agitador revolucionario, más radical, partícipe activo en las luchas liberales y republicanas dentro de España, Juan Bautista Mariano Picornell debía ser el segundo elemento aglutinante en lo ideológico, de los movimientos precursores de Venezuela. El inquieto pedagogo mallorquín participa como uno de los principales dirigentes   —163→   en la conspiración de San Blas. En las reuniones previas a aquel 3 de febrero de 1795, Picornell formaba parte de un Comité revolucionario «integrado por sus más destacados discípulos y coprofesores. Miembros principales del grupo son: Manuel Cortés Campomanes, su secretario, joven de 19 años, ayudante profesor en la Escuela de la Real Comitiva y pensionado por el Reino; Sebastián Andrés, Maestro de Matemáticas, por oposición a esta asignatura en el Colegio de San Isidro Real; y José Lax, maestro de Humanidades y traductor público. Esta directiva estaba asesorada por el abogado gaditano Juan de Manzanares; por Bernardo Garaza, también abogado y traductor literario; por el Profesor de Humanidades y lengua francesa Juan Pons Izquierdo. (...)

El Profesor Juan Pons Izquierdo vertía al castellano la proclamación de derechos y deberes del ciudadano, que discutía la Convención Francesa, y todos se daban a la tarea de sacar copias de estos escritos para hacerlos circular entre los amigos y adeptos142.

Picornell había escrito, hacia 1794, según López, el Plan conspirativo que había de ser descubierto por traición. El destino de sus compañeros es vario. Sólo Garaza y Pons Izquierdo logran escapar. Picornell es sentenciado y enviado a prisión perpetua en América. Padece reclusión en La Guaira. Participa efectivamente en la conspiración de Gual y España. Durante su encarcelamiento escribe algunos libelos que circularon, según la misma fuente, por copias manuscritas. Los títulos de ellos serían: «Vida del admirable Bitatusta.» «Exaltación de Nos Fray José María de la Concepción, de la Orden de San Francisco»; «Carta del abuelo a su nieto»; «Diálogo entre un Moreno Teniente Coronel de la República Francesa y otro Moreno Español, primo suyo»143.

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Con escasas ausencias como la de Pons Izquierdo, los conspiradores de San Blas vuelven a confluir, por separado, en las ergástulas de La Guaira. Recomienzan, en opinión de Pedro Grases, la tarea de traducir los Derechos del Hombre y del Ciudadano, interrumpida al abortar el movimiento de San Blas el 2 de febrero de 1796. La obra, sea como fuere, salió editada en 1797, Madrid, Imprenta La Verdad. Pero realmente, según el mismo Grases, debió ser dada a prensa en Guadalupe144. Aparte de los Derechos del Hombre, Picornell y sus compañeros de conjura capitaneada por Gual y España, dejaron otros testimonios escritos: unas Ordenanzas, sobre procedimientos de Gobierno, en caso de triunfar la rebelión. Una alocución a los habitantes libres de América Española; las canciones revolucionarias: Canción Americana y Carmañola Americana145.

En Picornell tenemos, pues, un ideólogo y un difusor del pensamiento; la huella del hombre reaparece fugazmente durante las peripecias de la Primera República; al perderse ésta, se esfuman el gesto varonil y la ejemplaridad revolucionaria del mallorquí, para dar paso a la abjuración, al pedido de clemencia ante el Rey. Queda la obra. La escrita y la activa, porque los Derechos del Hombre continuarán perseguidos y volverán a imprimirse varias veces146. La insurrección de Gual y España aunque frustrada, deja el primer cuerpo de doctrina, con larga influencia en los años de afirmación emancipadora; Grases sostiene que «A pesar del fracaso, la conspiración no fue en absoluto esfuerzo perdido. Las palabras proféticas de José María España al ser ajusticiado, 'que no pasaría mucho tiempo sin que sus cenizas fueran honradas', tuvieron plena realidad. La conjura, conocida en la historia del Continente como la Conspiración de Gual y España, fue el intento de liberación más serio en Hispanoamérica antes del de Miranda en 1806. La historia ha reivindicado la trascendente acción de sus protagonistas»147.





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ArribaAbajo2. La emancipación y su ideología

Augusto Mijares ha insistido en varios lugares de su obra148, acerca de la falacia -muy repetida- sobre la Independencia que, por largo tiempo, promovieron algunos historiadores. Me refiero al hecho de considerar el movimiento que arranca del 19 de abril de 1810, como una simple gesta de carácter militar, signada por el heroísmo mesiánico de Bolívar y otros próceres armados. Era la concepción iluminista de la Historia lo que privaba. Picón Salas, por su parte, también ha llamado la atención sobre el hecho de que, escrita ya la historia militar y política, de aquel período, es justo iniciar el trabajo de analizar los valores ideológicos149.

Vistos los antecedentes de una cultura y un trasfondo de fuerza doctrinaria, enfatizado hacia los últimos años del siglo XVIII, se tienen elementos para llegar a otro acercamiento, a otra perspectiva trazada, de hecho, por historiadores más modernos.

Hay que distinguir entre el hecho bélico de la Independencia, como materia de discusión histórica, a cuyo rededor gira buena parte de la Historiografía venezolana, y los fenómenos que, con un término muy del uso actual, pudieran llamarse la super-estructura ideológica engendrada dentro del fenómeno mismo.

En cuanto al hecho, los escritores añoran el pasado glorioso, lo exaltan y escriben una historia que llega a ser casi un «cantar de gesta», o una epopeya en prosa, como atinadamente llamó Key Ayala a Venezuela Heroica150.   —166→   Los pensadores del periodo constructor de la República se enfrentan con angustia a las desviaciones morales que sufren los héroes convertidos en caudillos políticos, al asalto de privilegios económicos y del poder. Se verá oportunamente. Para los historiadores positivistas quedó la primera revisión seria y a fondo; Gil Fortoul y Vallenilla Lanz, penetraron a profundidades que les permitirían desentrañar una tesis sociológica más ajustada a la realidad. Los historiadores contemporáneos regresan con nuevo instrumental, más científico para dar una visión objetiva, precisa y documental.151

La bibliografía sobre la materia es avasallante. Pero queda planteado todavía un problema ingente: la historia de las ideas. Por este rumbo trataremos de entrometernos un tanto, fundados en algunos puntos aislados.

Mijares fue el primero en salir a enfrentarse con las nuevas afirmaciones que veían la emancipación como proceso de contienda clasista de las oligarquías criollas152. Y no le faltaba razón, si se toma en cuenta que los primeros análisis fueron algo simplistas en su argumentación. Pero hay hechos, como conjunto, como estructura histórica, cuya verdad es inexorable.

El propio historiador afirma que no puede verse la Emancipación como una simple tendencia mimética de la Enciclopedia y la Independencia de los Estados Unidos. Esto es cierto. Los elementos de motivación eran más profundos; desde las embestidas contra la Compañía Guipuzcoana se ve claramente la incomodidad de los criollos al sentirse dueños de un potencial económico, pero desprovistos de instrumental político de gobierno donde apoyarlo. Las autoridades seguían siendo designadas desde España, Los primeros intentos de cambiar esta estructura, fueron propuestos en forma de proyectos de Monarquía a ser implantada en América, con descendientes   —167→   de las casas reales de Europa153. Esto indica a las claras que también algunas figuras ilustradas del propio régimen metropolitano en las colonias, tenían claro el riesgo de una insubordinación, por el distanciamiento entre las normas jurídicas que se redactan en España, y la realidad de su aplicación en el propio terreno de los hechos. Entonces, no valían las simples imitaciones de procesos autonomistas cuyos contenidos estructurales eran otros. De ahí, que el proceso derive, de la simple intención levantisca de los motines, a la forja de una conciencia política y a su difusión. Sólo que esta conciencia, por el carácter de la cultura colonial, donde el ingreso a la Universidad era privativo de los hombres poseedores de ciertos recursos, tenía que ser, necesariamente, de carácter criollo154.

No basta para desmentir este aserto, el que los luchadores de la emancipación realizaran sacrificios económicos para obtener poder político. Esto es obvio. Lo que importa es ver cómo, en la generación actuante de la Independencia, hay lo que el mismo Mijares llama un proyecto, parafraseando cierta reflexión de Simón Rodríguez, en su Defensa de Bolívar. Que ese proyecto entendido como un complejo ideológico hubiera de quedar cercenado por la prolongación de la lucha en cuanto aplicación a la realidad esto no lo invalida, como punto de arranque para el estudio de los aportes de pensamiento, que muestra una generación íntegra de pensadores155.

Insisto en la idea de que deben diferenciarse los que fueron auténticos pensadores y los que realizaron una labor -no menos valiosa, por supuesto, ni menos necesaria- de difusores, de publicistas o agitadores. Hay algunos en quienes se confunden ambas condiciones;   —168→   hay otros en quienes es difícil discernir dónde empieza el guerrero y dónde termina el pensador. El conjunto de ellos lo integran hombres nacidos en fechas comprendidas a lo largo de tres décadas: 1750-1780 con ligero margen. Todos se agrupan alrededor de una figura aglutinante: Bolívar (1738-1830). Algunos alternan la función intelectual de ideólogos, con la inmolación guerrera, en la que entregan su vida: Francisco Isnardy (17501814), Francisco de Miranda (1750-1816), Miguel José Sanz (1756-1814). Son los hermanos mayores dentro de la generación. En Isnardy está presente y domina el difusor que trabaja en el periodismo, El Publicista de Venezuela, en su calidad de Secretario del Primer Congreso de Venezuela. Intervendrá en el pensamiento jurídico, para dar fin a la redacción de la primera constitución venezolana. Sanz es el jurista que desde la Colonia, descuella como hombre de pensamiento original propio, sólido y crítico. Su informe sobre la Instrucción Pública, será uno de los documentos más debatidos. No se sabe en él qué pesa más: si el periodista del Semanario de Caracas, el ideólogo jurídico, el crítico de una cultura colonial, el mártir que muere en guerra. Miranda es el hombre cósmico: por su cultura ecuménica, por la visión continentalista que tiene del proceso independiente, por el carácter de conspirador universal y a un tiempo estratega de grandes ejércitos; inadaptado, por supuesto, a la lucha que se improvisa en su desarrollo militar incipiente. El segundo conjunto generacional se constituye entre un luchador de prensa y de campo: Fernando Peñalver (1765-1832), los gobernantes discretos: Cristóbal Mendoza (1772-1829); Martín Tovar Ponte (1772-1843). Y dos figuras seriamente extrañas: Juan Germán Roscio (1763-1821), donde a la prudencia del legislador del año 11, sucede el implacable combatiente ideológico alrededor de la religión usada como arma opresiva; será el pensador por antonomasia, por su sinceridad personalísima, por la enorme influencia posterior de su obra que rebasa la vida trunca en el momento en que iba a culminar la carrera política; el vejado jurista que en 1800 recibe fuerte oposición para el ingreso al Colegio de Abogados, por sus ideas subversivas y que entre los mismos patricios del primer congreso recibe el embate de los exaltados: Bolívar, entre ellos, el mismo Bolívar que el año 19 lo necesita a su lado, como legislador y   —169→   que lo juzga como «Un Catón prematuro en una república en la que no hay ni leyes ni costumbres.» El otro gran extraño, sería un reformador demasiado radical, un socialista, un conspirador temprano que deberá irse lejos, primero a Europa, luego por América del Sur, sin Venezuela, a dejar luces y virtudes americanas, esparcidas en sus fábricas de velas y de hombres: Simón Rodríguez (1771-1854). Como en el de su opuesto, el taciturno y severo, el disciplinado y estudioso, como en el de Andrés Bello (1781-1865), el caso de la obra de Rodríguez hubo de quedar fuera del país. Los reflejos serán muy posteriores156. Así ocurrirá también con Manuel Palacio Fajardo (1784-1819), cuya obra la Revolución de Hispanoamérica, editada en inglés en 1817, apenas si es traducida -por Carlos Pi Sunyer- y editada en Venezuela en 1954.

El centro generacional es Bolívar, discípulo de Rodríguez, hombre que hace escuela de combate, sobre la marcha siempre, en vértigo, con ritmo apresurado; y así tendrá que ser el pensamiento157. Los nombres de los primeros -Sanz, Roscio, Ramos, Bello-, representan temperamentos hechos en una disciplina que podríamos llamar académica; son temples universitarios, la obra redactada, escrita para ir a fondo, para penetrar; la intranquilidad del voluntarioso, del rebelde, imprimen a la obra y al estilo de pensamiento de maestro y discípulo, ese aire de chispazo luminoso, de idea apresada en tránsito, dicha con rapidez, como al galope. Hay identidad de estilos de vida y de palabra; Bolívar dicta, más que escribe. Rodríguez monta sobre la misma imprenta aquellas formas excéntricas, aquella extraña disposición «caligramática», que quiere romper con todas las tradiciones: en la vida íntima, en la escuela, en el modo de ver, en el modo de pensar, en la arquitectura tipográfica   —170→   de lo escrito. Tan distinto del célebre don Manuel Antonio, autor de los principios de urbanidad, aquel Carreño de la compostura, con quien lógicamente, allá en la juventud caraqueña, rompe también, no sólo el trato, sino el apellido, para asumir el materno.

Restan aún otros destinos generacionales: el disidente feroz, que en unos recuerdos escritos años después de la Independencia, traza la caricatura violenta de la guerra emancipadora, que él califica como rebelión; es el periodista, que comparte responsabilidades con Sanz, en el Semanario de Caracas, y co-redacta la era negra de la Gaceta de Caracas: José Domingo Díaz (1794-)

Entre los exaltados y violentos, no falta el anarquista de época, el agitador que improvisa y enardece: Antonio Muñoz Tébar (1792-1814) y Coto Paúl; entre los ponderados y recios por la idea, tampoco está lejano el científico a quien la historia impondrá responsabilidades más adelante: José María Vargas (1786-1854). Faltan aún nombres, pero no es posible el censo absoluto. Baste el perfil de la generación.

Se habló de una estructura social que fortalece sus arraigos en el transcurso del siglo XVIII, que llega al poder en una prolongada peripecia de sangre que va del año 11 al 21. Diez años en los cuales, la obra de pensamiento, la super-estructura, se bifurca en varías direcciones: una política, agitacional, premiosa, para forjar pueblo consciente, desde una minoría dirigente; ella origina, como medio expresivo, una prensa de combate, a través de periódicos memorables: la Gaceta de Caracas, El Semanario de Caracas, El Mercurio Venezolano, El Publicista de Venezuela, El Correo del Orinoco. Ahí está la fuente de ese pensamiento sobre la batalla, la afirmación escrita cuya perduración desmiente la idea del pensamiento efímero cuando es periodístico. La tarea es tan importante «como los pertrechos», porque así juzga Bolívar el valor agitacional de la imprenta. Al lado de esas expresiones, la oratoria de los congresos, donde los hombres tienen que representar al pueblo y, en su nombre constituir una legislación que se ajuste a la nueva realidad.

Dentro de esa adaptación, está implícito el proyecto emancipador. Al ampliarse el radio de acción militar, a cinco repúblicas, la labor de afirmación y afianzamiento   —171→   republicano debía tambalearse. Las conquistas populares y sociales quedarían relegadas o realizadas a medias; los cuerpos de leyes y la doctrina, como intención, están presentes, pero la aplicación a la práctica, por gobiernos inestables, por alternancia forzada de la guerra misma, impidieron una continuidad de empresa capaz de transformar las estructuras profundas. Hay una diferencia radical, una dislocación ideológica en tres tiempos, dentro de ese pensamiento: el igualitarismo social rotundo, la erradicación de la esclavitud, las conquistas populares completas, que propugnan las ordenanzas de Gual y España; las atenuaciones a que debía llegarse luego en las cartas constitucionales de los Congresos, incluso el de Angostura. La liberación de los esclavos resultaba riesgosa, por razones económicas, y se posterga hasta que se hace realidad en 1854158, y el tercer tiempo, demasiado audaz, un reloj adelantado para aquella hora, está en las Sociedades Americanas, en el otro proyecto del socialista intuitivo, el de la revolución social que debía seguir a la revolución militar, según Rodríguez. (Obsérvese además que Rodríguez, en Caracas, resultaba implicado en la conspiración de Gual y España; había, pues, afinidades.)

La actitud crítica del pasado colonial, tenía que ser, como otra vertiente dentro del pensamiento, enfática en el señalamiento de errores y vicios, tanto porque esto fuera parcialmente así, como también porque la campaña de desprestigio, adelantada desde Europa, imponía una contrarréplica, una estrategia defensiva en lo ideológico. Los informes de Sanz y Rodríguez, sobre la instrucción colonial, son textos decisivos en estos embates. Lo mismo la obra de Bello y García del Río, en Londres.

Queda aún el problema de dilucidar las fuentes ideológicas de este pensamiento emancipador. El trabajo lleva hoy a conclusiones mayores en su ámbito de influencias recibidas; ya no puede concretarse un análisis a decir que los inspiradores ideológicos fueran Rousseau, Voltaire, Montesquieu y los demás enciclopedistas solamente.   —172→   Los trabajos de Grases159 para establecer las verdaderas procedencias políticas, más allá de las estructuras personales que indiscutiblemente realizaban los pensadores, revelan el grupo de traductores y divulgadores tan importantes como los propios ideólogos en esta corriente; a los referidos materiales de Viscardo y Picornell, se añaden ahora otros núcleos bibliográficos fundamentales. Hoy se sabe que Bello, en su juventud de Caracas, había traducido el Ensayo sobre el entendimiento humano, de John Locke; y que el ensayo sobre El arte de escribir, de Condillac, también traducido por Bello en su Juventud, ante el anuncio de su inminente publicación, lo induce a serias protestas que transfiere la traducción como responsabilidad, a Carlos Bello, su hermano, para que la gestione ante el editor; la razón «no querría cargar con la responsabilidad de ideas ajenas, pero no aún de las propias a tanto intervalo de tiempo»160.

La traducción de El Contrato Social, de Rousseau, atribuida a Vargas y a Roscio, circulaba por Caracas, impresa en la misma ciudad en 1811. Manuel García de Sena, el más importante, tal vez, de los divulgadores, desde Filadelfia, traducía y editaba, dedicado a sus compatriotas «La Independencia de la Costa Firme, justificada por Thomas Payne treinta años ha» (1811). Igualmente, la Historia concisa de los Estados Unidos, de John M'Culoch, en 1812.

Por otra parte, ya ha sido estudiada la Biblioteca del Libertador, por Manuel Pérez Vila, y la de Miranda, por Grases161. Esto ensancha aún más la posibilidad de estudiar   —173→   las influencias ideológicas, sobre terrenos más seguros162.

NOTA DE ADICIÓN: Terminado el presente esquema en 1968, para servir de prólogo a la Antología del pensamiento Venezolano, las últimas afirmaciones mantenían una validez litoral. Sin embargo, en 1969, un joven investigador venezolano concluyó en el Colegio de México su tesis doctoral, dirigida por el Dr. José Gaos. El trabajo se titula: La mentalidad venezolana de la emancipación, 1810-1812. Su autor es Elías Alfonso Pino Iturrieta. Enorgullece poder agregar ahora que el trabajo de sistematizar los principios y esquemas contextuales del pensamiento emancipador en ese lapso, 1810-1812, está concluido con seriedad, solvencia y abundante documentación. De igual manera, Manuel Pérez Vila acaba de publicar su obra: La formación intelectual del Libertador (1971), aporte decisivo para el estudio del tema.



  —174→  

ArribaAbajo3. Afirmación republicana.163


ArribaAbajo3.1. Los partidos políticos

Las llamadas oligarquías de Venezuela mantendrán sus pugnas y puntos de vista en forma repetida a lo largo de casi todo el siglo XIX, desde 1830. Cambiarán los colores, los nombres, las consignas externas, pero el cuerpo doctrinario se va haciendo concomitante.

Terminada la refriega de la emancipación política de España, cerrado el ciclo de la epopeya, los próceres civiles -excepto Vargas, José Luis Ramos y algunos, muy pocos, fuera del país-, han quedado en la ruta. Los próceres militares devienen en caudillos que se disputan el poder. Próceres recompensados pingüemente por sus sacrificios, aspiran a la exclusividad de gobernar o arbitrar en los hombres y en las instituciones, cuando empezábamos a ser república autónoma.

En 1821 termina el acto bélico de echar fuera a las tropas de su majestad. Prosigue la lucha a lo largo de otros cuatro países. En 1830 se produce la demolición de Colombia, sueño de Bolívar, premonición de Miranda. Bolívar, soñador, es repudiado en Caracas, mientras agoniza física, moral y prestigiosamente en Santa Marta, para ser revalorizado en su patria después de 1842.

A partir de 1830 arraigan y echan fronda en Venezuela los males no disipados de nuestra vida institucional; quedan las conquistas exiguas, vestigios de las olvidadas reformas sociales a fondo, que habían previsto los inmolados en la conspiración de Gual y España. Advienen las desviaciones formales, a tiempo que el cuerpo, la estructura social-económica del país -ya organizado   —175→   en cuatro Departamentos y catorce Provincias prevalece con escasas variantes. Venezuela tenderá a debatirse en una pesadilla de búsquedas para sentar las bases de la nación.

Dos partidos políticos imprimen los rasgos fisonómicos, positivos o negativos, a las organizaciones posteriores. El pensamiento es, pues, sustancialmente político de partidos. Son las llamadas oligarquías -conservadora o liberal- cuyos calificativos inexactos apenas si exteriorizan diferencias de fondo. Oligarquías que tienen su origen en la generación precedente de ex-próceres y caudillos, engrosada con pensadores de relevo. Equipos con intereses capaces de impedir las reformas a que se aspiraba en la Independencia, cuando el proyecto de minoría llega a convertirse en guerra nacional de liberación política, pero las huestes populares esperaban también la superación económica. Defensores de un capitalismo incipiente, se conforman con actuar en el parlamento en preservación de sus patrimonios individuales o influyen pálidamente tras la silueta de césares militares a quienes apoyan y obedecen. Partidos sin doctrina cuajada en programa de Gobierno. Con ideólogos brillantes, pero sin ideología uniforme164.

La forma del Estado, la censura o la retaliación contra el grupo de enfrente, el bizantinismo de buena o mala fe, ocuparon un tiempo precioso a estos cerebros sobre los que recaía una responsabilidad histórica: consolidar la independencia política con la transformación económica, única plataforma capaz de resistir la erección de instituciones de una democracia «representativa», necesaria entonces, pero inocua en el tiempo, puesto que no fue orientada en su oportunidad -como lo había previsto Simón Rodríguez, ante un vacío y una indiferencia alarmantes- hacia la transformación integral de los medios para industrializar al país que debía soportarla165.

  —176→  

Otro partido sui géneris, sin nombre de oligarquía, pero deliberante y compacto en sus apetencias despóticas, los generales próceres, tendrán el papel de amenizar las deliberaciones parlamentarias con un sucederse de conspiraciones, revueltas, amenazas e irrespetos a los propios tribunos. Negocios que se dieron entre el General que gobernaba y el que aspiraba gobernar en lugar suyo.

Como trasfondo, un pueblo que las más de las veces mira hacer la política, siempre la padece, en escasas ocasiones recibe papeles de actor en el teatro convulso; y cuando los recibe, sus empresarios, los que se arrogan el privilegio de su representación -recuérdese a Roscio y a José Félix Sosa, cuando el 19 de abril irrumpen en el Cabildo para autoelegirse como representantes del pueblo-, desvían la sacudida y el pueblo vuelve al mismo lugar en el fondo del público166; así, los esclavos y los manumisos; así, los peones de hacienda, buenos para la hora de labranza, inútiles para la hora del sufragio, cuando los ciudadanos detentan el título de electores y elegidos. La Independencia sirvió, por lo menos, para otorgar este nuevo adjetivo a quienes ya se avergonzaban de ser llamados mantuanos o criollos.

En un país, ahora de 800.000 habitantes, 60.000 esclavos van uncidos a la espera de una liberación ocurrida sólo por ley del 24 de marzo de 1854, y esto para empujar en la historia de los gobernantes a un hermano de José Tadeo Monagas -José Gregorio-. Veinticinco o treinta mil manumisos ven alargarse la hora de su libertad completa, de la edad de 18 años cumplidos, establecida en ley de 1821, a la de 21 años, edad impuesta por los conservadores en ley de 1830. Luego siguen los   —177→   grandes sectores de ciudadanos, cuya mayoría analfabeta privó de aplicar el reglamento electoral en todo su riguroso espíritu selectivo167. Sobre el gobierno, una minoría intelectual brillante, sin duda, que sufre vigilia en persuadir al caudillo para que admita como justos y viables sus propósitos de mando. En la cima, un militar, más o menos militarista, más o menos respetuoso de la legalidad establecida por la Constitución, o una excepción civil muerta al nacer: la Presidencia de José María Vargas.

Este es el contexto histórico-social. Habrá que ver ahora, cómo funciona la ideología dentro de los partidos políticos de la época: el liberal y el conservador, para después adelantarnos en la situación del pensamiento filosófico o científico por aquellos años.


3.1.1. Partido Conservador

Nacido en la matriz del Partido Federalista de 1811, complementado por el Liberal Civil en coalición con el separatista -que azuzaba Páez contra Bolívar desde 1826-, en 1830 se entroniza en el mando hasta 1846, cuando se produce el suicidio político más hilarante de su historia: elige a José Tadeo Monagas para Presidente de la República y éste lo persigue, aniquila y abre las ventanas a los liberales, para destruirlos también, o dispersarlos en espera de incorporarse como revolucionarios en la Guerra Federal y, algunos, tomar su conducción final para desviarla al fracaso.

Crece, desarrolla cerebro ideológico y actúa durante tres períodos constitucionales y un semi-período de provisionalidades, condimentado por asonadas y sediciones que algunos llaman revolución, con ironía a nuestros oídos. He subrayado actúa en lugar de decir gobierna,   —178→   porque si bien la parte legislativa -Congresos y Constitución- desde el año 30 hasta el 57 es anotable a su favor, la religiosa adhesión a un individuo -Páez- privó de gobierno, en la práctica, a los conservadores.

Los intereses de sus miembros -latifundio, esclavitud y capitalismo incipiente- fueron afirmados o confirmados en la legislación económica y social, pero nunca los expusieron a riesgo o peligro alguno, puesto que los intereses del grupo liberal -aún sin fisonomía de partido- eran idénticos.

Las contradicciones entre capitalismo recién nacido y feudalismo estático, no fueron aprovechadas por estos hombres, tan apegados a la tradición de la tierra y de la ley, tan adictos al liberalismo económico en las finanzas.

Se ha hecho casi incontestable el aserto político de que la oligarquía conservadora fue más liberal que la liberal. La postura ecléctica de los primeros, en lo tocante a filosofía de poder, a forma de gobierno lindero entre federalismo y centralismo -cimiento de la constitución de 1830- era justa en su momento. Las fuentes ideológicas de este problema sobre las formas del Estado, de la cual llegan a hacer una cuestión de fondo, por demasiado tiempo debatida, fueron -además de Montesquieu- la obra de Hamilton, Jay y Madison El Federalista que, como ha establecido Grases168 fue traducida parcialmente al menos, «por una Sociedad de Amigo», en 1826. Si el célebre periódico exegético de la constitución norteamericana de 1787 no fue vertido completamente al español, o al menos publicado, ya es importante saber que su influencia en los ideólogos de aquel proceso, fue decisiva. La Constitución fue respetada por los dos grupos, a punto de alcanzar longevidad excepcional en Venezuela, un país donde la definición sarcástica de su máxima ley ha sido: «un librito que se reforma todos los años y se viola todos los días»169. A estas fuentes seguirá después la influencia -común al Continente- de Tocqueville: La democracia en América.

  —179→  

Cuando los conservadores se inclinaron por la forma intermedia de Gobierno, el centro-federalismo, Hispanoamérica se debatía entre un centralismo despótico y un federalismo agreste -como el de Juan Manuel de Rosas, en Argentina-. Venezuela, sobresaturada de próceres, sin guerra externa donde mellar los filos del arma empuñada desde 1811, no podía correr el riesgo de segmentar su geografía en pequeños estaditos, fabricados a la medida de cada aspirante presidencial encarnado en uniforme de héroe. La Revolución Federal sería el saldo trágico y el escarmiento de aquella encrucijada.

El ideario liberal del Partido Conservador puede resumirse así: firmeza frente a las «tentaciones» del clero -muy apegado a los bienes terrenales-, al que hicieron entrar por el aro constitucional; fomento de la inmigración, plasmado en el simple ensayo de 1842 -la Colonia Tovar-, por no haber sido estimulado con asignaciones monetarias suficientes. Creación del primer Banco Nacional e incremento del crédito público, si bien la célebre ley del 10 de abril de 1834 abría oportunidades a la usura legalizada170. Libertades públicas, no reprimidas   —180→   totalmente, ni aun en horas de merodeo conspirativo.

El corrosivo principal de la obra: criterio de impunidad, exclusivismo y discriminaciones al aplicar las leyes contra la subversión, si los subvertidos eran hombres de su misma clase -señores notables, patricios y otras especies dentro del mismo género en aquella fauna política de la época-; la interesada postergación de la libertad de los esclavos, la reticencia para instaurar el sufragio universal -de donde colgaba, es cierto, su posibilidad de mantenerse en el poder-, son otros factores que completan la suma letal. Así durante la dinastía de los Monagas, éstos aparecerán como césares ultraliberales, tomarán previsiones de apariencia popular -y algunas realmente populares, como la abolición de la esclavitud-; todo en un intento para aniquilar los vestigios del conservatismo, y luego emprenderla también con los liberales de partido.

Los pensadores del grupo conservador, como los del liberal, se ha visto que no pueden tenerse por tales de modo tajante, si se atiende a los textos. Así ocurrirá, por ejemplo, con el caso Fermín Toro, quien es claramente el primer socialista utópico dentro de sus escritos, después de la diáspora intelectual que se produce por Chile y Perú, en el pensamiento de Simón Rodríguez.




3.1.2. Partido Liberal

Historiadores y comentaristas han establecido su fecha de nacimiento en 1840, con la fundación de El Venezolano, periódico dirigido por Antonio Leocadio Guzmán, cuya personalidad es considerada como la del Jefe del Partido Liberal.

Sin embargo, desde 1821, y desde las páginas de otro periódico homónimo del fundado por Guzmán, resaltaba ya otra figura que es, a nuestro juicio, el verdadero ideólogo del liberalismo venezolano; esto, por la densidad de argumentos y el despego de ambiciones, la elusión de fórmulas demagógicas y el espíritu analítico frente a cuestiones vitales del país: Tomás Lander.

  —181→  

Si resulta difícil delimitar el cuadro fisonómico de la oligarquía conservadora, más resbaladizo aún es el de la oligarquía liberal, como partido. Los conceptos son más ambiguos, menos sistemáticos. Sus ideólogos, en ocasiones muy frecuentes, llegaron a opinar en identidad con sus adversarios históricos. Agrego más: si algún partido permaneció indiferenciado hasta su diseminación, ese fue el liberal171.

Si pueden concretarse algunos rasgos aislados, como el de aglutinar una base popular. En efecto, dio cabida a las masas que, despectivamente, el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna llama turbulentos mulatos de Caracas172.

Casi no resisto la inclinación a sostener que éste es el primer partido policlasista de Venezuela. Es decir, el primero que utiliza los sectores populares como escalera, pero sin representar en la realidad los intereses de dichos sectores.

Si la oligarquía conservadora actuó bajo la tutela de Páez, su nodriza política, los liberales son tomados como instrumentos burlescos, como comparsas o «extras», en la farsa umbrosa protagonizada por José Tadeo y José Gregorio Monagas.

En su actuación llena de medidas arbitrarias y de claudicaciones, respetan y declaran sagrada la Constitución de 1830 -mientras los Monagas permiten que   —182→   así sea-, una carta rubricada por nombres conservadores, pero la más liberal de todo el período que se cierra con la Guerra Federal. Gil Fortoul dice que los liberales actuaron: «...circunscribiendo su programa político a pedir hombres nuevos en el personal gubernativo y a proclamar sin éxito, con Guzmán a la cabeza, cierta imitación del parlamentarismo a la inglesa. En cuanto a cuestiones económico-sociales, o coinciden con el Gobierno Conservador cuando recomiendan inmigración y caminos, o acogen inconsideradamente puras ideologías, como el proyecto de crédito territorial imaginado por Aranda, proyecto que, por otra parte, no pertenecía a los liberales, porque Aranda era y continuó siendo alto empleado del Gobierno hasta 1847 y tuvo también por colaborador nada menos que a Fermín Toro. Si los liberales merecen su nombre, es porque cuando sus adversarios tendían, por timidez o por sistema, a mantener el statu quo constitucional, y a esperar el progreso de la iniciativa privada, ellos instintivamente querían avanzar, aunque a menudo sin saber cómo; presentían que la escuela liberal clásica de no intervención del Gobierno, cuyos verdaderos representantes fueron llamados conservadores (en política abundan los epítetos absurdos), presentían que esta escuela había de modificarse, precisamente con la intervención del Gobierno, para acelerar la evolución de un pueblo nuevo e inculto; comprendían, por último, que existiendo en todo organismo social tendencias progresistas y tendencias reaccionarias, los gobiernos benéficos son los que saben descubrir aquéllas y encauzarlas, paralizando las otras»173.

Con todo lo certero del juicio emitido por Gil Fortoul, pareciera que las formulaciones imputadas por él a los liberales, hubiesen constituido en las mentes integradoras del partido una unidad doctrinaria. Bastaría comparar el pensamiento político de Antonio Leocadio Guzmán, el más exaltado liberal -y el más olvidadizo de sus ideas cuando tuvo oportunidad de ponerlas en vigencia de acción con la autocracia «civilizadora» de su hijo-, con las de Tomás Lander, el más denso y penetrante -aunque derrochó su capacidad en polémicas sutiles, o en describir menudas incidencias de la Diputación   —183→   Provincial de Caracas- para comprender cómo fueron de inconexos y, al final sólo buscaron, como partido, el ascenso al poder, por el solo hecho de mandar y participar en la rebatiña de cargos burocráticos; es otra semejanza literal con el poli-clasismo de los ambiguos partidos de nuestros días.

Volviendo a lo ideológico, Guzmán, por ejemplo, fue un insistente proclamador de la inmigración europea, como necesidad. Lander, liberal también, era proclive a lo que bautiza como transmigración, o sea, migración interna, vecina íntima de la colonización del país con los propios habitantes, vista por el socialismo de Rodríguez y por la modernidad de Pedro Emilio Coll, también de tinte socialista, según Beltrán Guerrero174.

Felipe Larrazábal será el teórico de la agricultura y el crítico de la legislación, aparte de constituir uno de los pocos nombres empeñados en historiar el pensamiento venezolano de su época, junto a Fermín Toro y pocos más. Por cierto, hay afinidad en cuanto a ideas y fuentes ideológicas, entre el «conservador» Fermín Toro y el «liberal» Felipe Larrazábal175.

El barniz democrático -la incorporación de núcleos populares a las filas del partido- que imprimió Antonio Leocadio Guzmán a sus huestes, no singularizó las acciones públicas de sus miembros en la defensa de consignas   —184→   que no fueran específicas de la oligarquía urbana y del feudalismo rural. Un barniz que tuvo signo positivo en el hecho de que nuestros grupos no ciudadanos adquirieron paulatina conciencia de lucha que estallaría más tarde, como se ha dicho, en los actos de la Revolución Federal, entendida como verdadero movimiento de masas por Ezequiel Zamora y alguno que otro de sus seguidores, pero detractada en sus contenidos de reforma social -concretamente reforma agraria legítima- por Falcón y por el propio Antonio Leocadio Guzmán, quien tendrá el desparpajo de pronunciar aquella célebre declaración burlesca: «No sé de dónde han sacado que el pueblo venezolano le tenga amor a la Federación, cuando no se sabe ni lo que esta palabra significa: esta idea salió de mí y de otros que nos dijimos: supuesto que toda revolución necesita bandera, ya que la Convención de Valencia no quiso bautizar la Constitución con el nombre de Federal, invoquemos nosotros esa idea, porque si los contrarios hubieran dicho Federación nosotros hubiéramos dicho centralismo.»176

Si este era el estilo de combate liberal, en su máximo Jefe, ¿qué podía quedar para quienes no lo eran? Y no obstante, exponentes honrados y verticales en su pensamiento, hubo en este bando, como en el conservador.

La indiferenciación política de liberales y conservadores tuvo, entonces, una mira y un sepulcro idénticos. Del pensamiento liberal, afiliado en uno u otro partido, hay dos rasgos caracterizadores, en su versión venezolana, que Carrera Damas ha estudiado con penetración: su contenido popular y la organización de la República177.



  —185→  
3.1.3. Ideologías truncas

La toma del poder, el acto de gobierno, la obsesiva inclinación a hacer sentir la mano mandona, la pedantería ostentosa de prepotencia, la venganza inoperante, la retractación de los principios sustentados en documentos que se escribieron la víspera de las campañas electorales, fueron las piedras cimentadoras de las agrupaciones que se vienen observando. Partidos que se escindieron fácilmente en pequeñas camarillas y, con harta frecuencia, partidos que se disolvían en la lucha por mantenerse gobernando. Los presuntos anteproyectos de gobierno pregonados en las campañas de sufragio no se vieron cumplidos jamás. Desplomarse solos en el poder, era la consecuencia de la pérdida progresiva de prestigio.

Gil Fortoul -que quiso mirar al fondo de nuestro angustioso devenir político- pinta generalizando lo que entonces era nuestro ambiente ideológico.

«La política de cada pueblo la caracterizan a un tiempo la forma especial de sus instituciones y la manera como estas funcionan; y por otra parte, la interpretación y la aplicación de las leyes constitucionales tienen siempre mayor importancia que la doctrina más o menos avanzada que sirve de norma a los Congresos encargados de redactarlas. La más sabia constitución resulta letra muerta si la contradicen desde luego las costumbres del medio social y político y las tendencias o anárquicas o despóticas de los partidos y los procedimientos o autoritarios o disolventes del Gobierno. Compruébalo así la historia de las repúblicas latinoamericanas durante muchos años del siglo XIX, en las cuales, no obstante la forma de sus constituciones, forma que ha llegado a veces casi a la perfección teórica, el individuo gozó a menudo de menos libertad que en otras naciones sometidas todavía a un régimen constitucional aparentemente anticuado (las monarquías británica, belga, holandesa, italiana); y aun aconteció que la revolución social fuese   —186→   en algunos períodos más rápida bajo la dictadura que durante el funcionamiento del Gobierno legítimo»178.

Tendencias anárquicas o despóticas, procedimientos autoritarios o disolventes, son los cuatro polos del hacer político en las formas liberales que se han devaluado en prestigio, pese al aguante de nuestros pueblos hispanoamericanos. El último eslabón es el de las democracias representativas de hoy, cuyos comentarios al respecto resultan sobrantes. Formas de hacer reñidas con el decir cotidiano, democracias de clase que son dictaduras contra la clase antagónica y contra los partidos antípodas en las concepciones de la sociedad y del gobierno. Divorcio de la teoría y la práctica, oscilación periódica de la anarquía al escepticismo de las clases populares; escepticismo o anarquía motivados por las rebeliones truncas que desembocan en sumisión temerosa; estas son las realidades que dan vigencia y actualidad al pensamiento de los hombres que señalaron los males, a veces propusieron los antídotos, mas nunca lograron sistematizar sus denuncias y señalamientos en colectividades dispuestas a modelar y unir las baldosas indispensables para la construcción sobre terreno práctico. Por ello hubo ideólogos ermitaños en prédica sin auditorio -el auditorio al que podía haber interesado un contenido progresista, era analfabeto y no participaba en la política, ni los predicadores mismos hicieron viable la participación directa-. Ideólogos ubicados dentro de sendos grupos aun cuando sus opiniones encajan plenamente, dado que no había otros conjuntos propicios donde acoplar textualmente su ideario. Era la heterogeneidad de militancia y de doctrina.

Buena fe, leyes hermosas, principios nobles, alimentaron en ellos una espera ilusoria. Comprometidos por vínculos de familia o por razón de intereses, no tuvieron la imprescindible decisión de abocarse a las reformas radicales; partidos parroquianos, por amistad o enemistad con los cabezas visibles de las oligarquías, los ideólogos permanecieron en segunda fila cuando les llegó el momento de pasar a la ofensiva. El hábito paralizante del respeto miedoso a los caudillos militares que perduraron en el monopolio de la Presidencia, redujo a los políticos de partido a una ficción de creerse dueños del poder   —187→   cuando en verdad estaban sometidos a una voluntad con guerrera. Queda para hoy el testimonio de sus escritos, la acerba lección de sus debilidades; la experiencia de los despeñaderos por donde precipitaron tantas intenciones no canalizadas. Esta situación se alargará por todo el siglo XIX, con apariciones y desapariciones en contrapunto macabro de asonadas y golpes de Estado179.

Tomás Lander, Antonio Leocadio Guzmán, Francisco Aranda, Pedro José Rojas, Valentín Espinal, Felipe Larrazábal, Pedro Gual, cada uno en su círculo orbital de partido, fueron liberales a su modo. Sus ideas, sumadas, constituyen un legado heterogéneo de principios no realizados y a veces antitéticos en su misma contextura teórica. Unos más penetrantes, otros más astutos, algunos excepcionalmente intuitivos, todos productos de una Venezuela agria de pasiones y ambiciones, todos se dejaron inducir a la anulación o detracción de sus propósitos. En función de pensar, pensaron más o menos bien; en función de aplicar, transigieron frente a los argumentos de la fuerza o de la pasividad. Pocos se diferencian del conjunto en lo que toca a pensamiento. Equidistantes de la demagogia y de la polémica signada por la invectiva, la calumnia o la vehemencia perturbadora, como del acontecimiento al espejismo de los liberales ingleses y norteamericanos a quienes muchos contemporáneos citaron sin asimilar, supieron meditar en la raíz propia, incorporar como suyas las doctrinas que empezaban a deshilachar la telaraña de un liberalismo derivado en entelequia, y ponerlas en circulación dentro del ámbito contradictorio de su tiempo. Entre ellos, tan distinto de los liberales como de los conservadores -entre quienes militó incidentalmente- por la forma artesana del raciocinio, por la gallardía orfebre de la expresión, Fermín Toro aparece ante nosotros casi como isla humana que supo cavar hasta lo recóndito nuestra esencia nacional, extrajo conclusiones acusadoras y plasmó rumbos nuevos   —188→   en la política nativa, pese a que tampoco -y en esto se identifica con sus contemporáneos- hizo, habiendo tenido ocasiones de poner a marchar en actos lo que recalcaba en palabra. Un arco de ondulación entre el idealismo y el realismo políticos; mejor entre socialismo romántico burgués y liberalismo burgués en estertores, lo privó de imponer su criterio reformista. Será, como Cecilio Acosta, un místico de la política venezolana; no importa que uno -Acosta- observara sin actuar y otro actuara sin aplicar lo denso de la doctrina aportada. Los resultados en ambos son los mismos.

Acosta es llamado el último conservador180 aunque él mismo se llama liberal. En verdad no fue nunca un político actuante. Sí, un observador doliente, un árbitro severo de aquella situación de pugnas en la cual fueron puestos al lado los propios principios y omitido el destino social-económico del país181.





  —189→  

ArribaAbajo3.2. Los vehículos expresivos del pensamiento. Fuentes e influencias ideológicas

En una época de ardua pugna por la toma o la defensa del poder, los vehículos naturales para la expresión del pensamiento fueron la tribuna parlamentaria (congresos y convenciones) y el periodismo de combate. Es abrumadora la cantidad de diarios, semanarios y revistas que se producen en Venezuela después de sellada la Independencia182. En cambio son pocos los libros y folletos. Esto crea dificultades muy serias para la ordenación de las fuentes ideológicas de los pensadores, aunque en los últimos años se ha hecho un esfuerzo en tal sentido183. A tales repertorios hay que acudir para la futura labor de historiar las ideas políticas venezolanas.

En cuanto a las fuentes mismas donde se nutrieron estos pensadores políticos, las pocas referencias proceden de las citas de los mismos autores, aparte trabajos menores de localización y estudio. Por ejemplo, Fermín Toro es uno de los escasísimos nombres que, por vía polémica, traza un cuadro relativo a «Los estudios filosóficos   —190→   en Venezuela» publicado en 1838, como artículo de prensa y en discusión que responde a aseveraciones hechas por «Unos estudiantes». Una contrarréplica hace sospechar que el autor inicial del artículo firmado por esos «estudiantes», fue Rafael Acevedo184.

El mismo Fermín Toro, cuatro años después, al rememorar los días de su formación cultural de juventud, dice:

«Emancipada Venezuela y puesta en libre contacto con el mundo civilizado, recibió de repente todo lo que antes le estaba vedado: hombres y cosas que no eran de España. Libros sobre todas las materias cayeron en nuestras manos; pero en el estado del pueblo tratados de política eran de urgente necesidad; ellos formaron pues, el primer alimento de nuestra juventud. Un sistema filosófico era también preciso; el del siglo XVIII era el único que simbolizaba la reacción que experimentábamos y la necesidad de romper con toda autoridad. Rousseau, pues, Voltaire, Helvecio, Diderot, Destutt Tracy fueron los autores favoritos.»185

La lista de los nombres con mayor influencia y la nómina de autores que se estudiaban en 1838 en el Colegio Independencia, de Montenegro y Colón -germen ideológico de la generación siguiente-, aumenta la perspectiva y al censar las citas de fuentes en sus propios trabajos, se completa un cuadro aproximado de las influencias que, con variantes, pueden tenerse por comunes a toda aquella generación, Guizot, es llamado «la primera autoridad quizá de Francia, sobre Política e Historia»; entre los ingleses, Pitt, Dugald-Stewart y Brown -cuya Historia de la Filosofía era texto frecuentado desde 1837-; Damiron, el jurista francés Cottu, Tocqueville -cuya obra La democracia en América es cita común y repetida a lo largo de todo el Continente, entre románticos y socialistas utópicos. Lamartine y Chateaubriand, entre los literatos románticos, especialmente citados por sus ideas políticas y religiosas. Las inclinaciones de identidad y frecuencia más notorias se agrupan -en filosofía especulativa- a los intuicionistas y espiritualistas de   —191→   las escuelas alemana y escocesa186. La filosofía alemana fue conocida a través de la Histoire de la Philosophie allemande, de Barchu de Penhoen. Sin embargo, se menciona también a Hegel, quien junto con Damiron y Brown, son citados «como los últimos textos que yo conozco publicados en las Universidades de Edimburgo, París y Berlín»187.

Hay además citas de Kant (Prolegómenos a toda futura metafísica, traducción del alemán al inglés por Richardson). El Manual de Tennemann, traducido del alemán al francés por Cousin.

Paso ahora a enumerar los socialistas utópicos, algunos de los cuales son citas frecuentes en Toro, Antonio Leocadio Guzmán y Felipe Larrazábal188. En primer lugar, el Cours d'Economie Politique, de Juan Bautista Say -intérprete francés de las doctrinas económicas de Adam Smith; Sismonde de Sismondi- Nouveaux príncipes d'economie politique y Ensayo sobre las constituciones de los pueblos libres. Tal vez de ahí nacen las posiciones adoptadas indistintamente por liberales y conservadores, respecto al laissez faire. Cousin y Lammenais, Pierre Leroux, Fourier, Saint Simon, Victor Prospero Considerant -quizás la fuente a través de la cual se difundieron las ideas de los anteriores y de donde son tomadas las ideas de la democracia social pacífica, así como la de feudalismo industrial, con las que varios de los pensadores venezolanos se proveen para combatir la penetración monopolista europea-; téngase, además, presente que Cole considera a Lammenais, como «eslabón importante entre Saint-Simon y Marx»189.

La evolución de fuentes socialistas sigue completándose y enriqueciéndose hasta llegar a los años de la polémica entre Cecilio Acosta e Ildefonso Riera Aguinagalde (Clodius), éste último, ideólogo claramente influido por el pensamiento de Proudhon y otros autores como   —192→   Girardin y Raspail. Esto sucede ya por los años de 1868. En la década anterior, circuló, seguramente, en Venezuela, una obra de divulgación socialista, cuyos pormenores refiere Germán Carrera Damas190.

Vemos, entonces, aparecer ya un pensamiento menos imbuido en la lucha menuda de cada día, para adelantarse unos cuantos pensadores en la tarea de dirimir cuestiones filosófico-sociales.




ArribaAbajo3.3. El otro pensamiento; los otros pensadores

Si el siglo XIX se puede considerar como de intensa agitación de golpes y contragolpes, de constituciones y proyectos de reformas a las mismas, tarea en la cual transcurre la mayor parte del tiempo intelectual de aquellos pensadores políticos, algunos tendrán tiempo, robado a la pelea diaria, para ocuparse en meditar sobre problemas de mayor densidad y transcendencia que los situados alrededor de la polémica sobre las formas del Estado. Voy a tratar de establecer ese panorama, en sus distintas vertientes, para cerrar el ciclo vesperal del romanticismo y el tránsito hacia el positivismo.


3.3.1. Los sobrevivientes de la Independencia

Por lo menos tres nombres cimeros se proyectan y resaltan más allá de la emancipación política, todos nacidos antes de estallar el conflicto. Dos de ellos dejarán lo más importante de su obra escrita y de su labor constructora en otros países de América Latina. El tercero se quedará en el país, pero apenas logrará despuntar un momento en sus tareas de reflexión para volcarse más a fondo en la actuación docente y en problemas de índole filológica. Aludo concretamente a Simón Rodríguez, Andrés Bello y José Luis Ramos.

El mayor de los tres será Simón Rodríguez (1771-1854). Como en tantos otros casos, la biografía anecdótica había dejado oculta la enorme densidad de su pensamiento que, si expresado de manera atrabiliaria y al   —193→   galope -como su discípulo Libertador-, constituye el indudable primer impulso de una ideología socialista en América. Su obra pedagógica, escrita o diseminada en fracasadas intentonas que se fueron acallando en Bogotá, Valparaíso, Alto Perú, para morir con su propio animador en un oscuro puerto peruano, contenían ya el germen a seguir dentro de la organización republicana, si las guerras civiles no hubieran restado a los gobernantes el tiempo necesario para la construcción de países sobre bases de economía estable y de sociedad más justa. Fue de los primeros en criticar y apuntar soluciones al problema de la instrucción colonial venezolana. Pero lo más consistente va por el terreno de las grandes reformas socio-económicas, expuestas en un cuerpo de doctrina: Sociedades Americanas, que se continúa en Luces y virtudes sociales y en la Defensa del Libertador.

Leopoldo Zea ve a Rodríguez más como patrimonio continental que como figura circunscrita al perímetro venezolano, de donde escapó, ya comprometido con la independencia -muy joven participa en la conspiración de Gual y España- y a cuyo territorio no habría de regresar nunca191.

Su pensamiento socialista está marcado por una búsqueda de originalidad constante. Lastarria es uno de los primeros en llamar la atención sobre su ideología socialista, mediante alusiones a Reybaud; establece como fuentes de su pensamiento a Saint-Simon, Fourier y Owen. Sin embargo, no hay en los textos de Rodríguez citas expresas de estos autores. Su célebre entrevista con Vendel Heyl en Valparaíso ha sido repetida por casi todos sus biógrafos, y clarificada por Ricardo Donoso, quien la toma seguramente de la transcripción hecha por Orrego Luco192. Rodríguez dijo al pedagogo francés no haber leído nunca ni a Fourier, ni a Owen ni a Saint-Simon. Y Donoso comenta: «¿Pretendía con esto aparecer como un pedagogo original, como un reformador personalísimo y único? Es evidente la influencia de la   —194→   escuela socialista en las ideas políticas y sociales del preceptor venezolano, pero es justo también reconocer la originalidad de su sistema de reforma social por medio de la instrucción pública»193.

En efecto, las aspiraciones de Rodríguez no se quedaban en la ilusoria imagen del falansterio; abordaban previamente con ojo analítico y despiadado humor crítico, el proceso de distorsión histórica hacia los simples formalismos republicanos que ocuparon la vida a los herederos de la emancipación de España.

Hay una distancia estelar entre sus ideas para mejorar las condiciones de la Escuela de primeras letras de Caracas (1805), entre el rousseauniano conspirador que ayuda a la educación de Bolívar, y el pensador maduro que vuelve de su largo trashumar europeo, para exponer todo un sistema de pensamiento en Sociedades Americanas (1828), cuya pintoresca disposición la aproxima a las innovaciones caligramáticas de Apollinaire. No obstante detrás de lo pintoresco se comienza por afirmar que las repúblicas americanas están establecidas pero no fundadas. La ocultación de las fuentes de su pensamiento es intencionada y burlesca, porque en la advertencia él mismo admite que «muchos pensamientos no serán suyos... los eruditos lo sabrán».

Una idea persistente transita por todos sus escritos posteriores: el desvelo, casi llevado al alarido por defender la causa social, en lugar de desvivirse proclamando las abstracciones de la libertad y la igualdad, que para él tienen un poderoso basamento en la transformación integral de la economía y de la organización social y, para lograrla, él considera como factor vital la educación. Cuando en 1842 publica la totalidad de su ideario social en Lima, insiste en la urgencia de fijar la socialización económica con una educación popular. Y se reconoce «el primero que propuso en su tiempo medios seguros de reformar las costumbres para evitar revoluciones»194.

Cuando escribe la Defensa del Libertador, para completar su ideario, evoca críticamente lo que aspiraba con el fallido experimento de Chuquisaca: colonizar el país   —195→   con sus propios habitantes, acostumbrar al trabajo para hacer hombres útiles, asignarles tierras y ayudarles en su establecimiento. J. A. Cova interpola una cita de Rodríguez que resulta elocuente para concluir el comentario:

«De haberse realizado enteramente su plan en el Alto Perú -apuntaba más tarde don Simón- los burros, los bueyes, las ovejas y las gallinas pertenecerían a sus dueños; de las gentes nuevas no se sacarían pongos para las cocinas, ni cholas para llevar alfombras detrás de las señoras. Los caballeros de las ciudades no encargarían indiecitos a los curas, y como no vendrían, los arrieros no los venderían en el camino... Habría personas ocupadas e instruidas en sus deberes morales y sociales: los campos estarían cultivados; y los labradores tendrían casas bien construidas, amuebladas y limpias... En una palabra, serían ciudadanos... El Alto Perú sería hoy un ejemplo para el resto de la América Meridional. Allí se verían cosas verdaderamente nuevas»195.

El segundo gran sobreviviente, Andrés Bello (1781-1865), también debería salir muy joven del país para dejar el saldo máximo de su pensamiento en Chile. Aunque su obra surtió por las vertientes más disímiles, desde la poesía, pasando por la Filología hasta el Derecho Internacional, en el primer humanista americano se tiene uno de los pocos casos posteriores a los pensadores de la colonia, en quien la Filosofía entendida como actividad especulativa llegó a alcanzar la madurez y la cristalización de una obra cimera: Filosofía del Entendimiento.

El pensamiento filosófico de Bello se manifiesta por escrito en Chile, entre 1843 y 1848, aunque sus contactos de lectura formativa en este campo pueden palparse ya en su juventud caraqueña; recuérdese que entre 1802 y 1807, Bello había emprendido la traducción del Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke y la de El arte de escribir de Condillac. Según García Bacca, «Hacia 1810 habiendo conocido un ejemplar del tomo I del Cours des Etudes de Condillac, llegado casualmente a sus manos la teoría del verbo de este filósofo, procuró aplicarla   —196→   al verbo castellano, lo que le hizo descubrir su insuficiencia y falsedad»196.

La valoración y el reconocimiento de Bello como primer gran filósofo sistemático de su tiempo, comenzó a partir del juicio de Menéndez y Pelayo, quien calificaba a la Filosofía del Entendimiento, como «... la obra más importante que en su género posee la literatura americana»; y al mismo Bello, como filósofo, lo calibra de: «... poco metafísico, ciertamente, y prevenido en demasía contra las que llama quimeras ontológicas, de las cuales le apartaban de consuno el sentido de la realidad concreta, en él muy poderoso, su temprana afición a las ciencias experimentales, la estrecha familiaridad que por muchos años mantuvo con la cultura inglesa, el carácter especial del pueblo para quien escribía, y finalmente sus hábitos de jurisconsulto romanista y sus tareas y preocupaciones de legislador». Finaliza el juicio, agregando que fue «positivista mitigado, si se le considera bajo cierto aspecto, o más bien audaz disidente de la escuela escocesa en puntos y cuestiones muy esenciales, en que más bien parece inclinarse a Stuart Mill que a Hamilton»197.

El rescate de Bello para Venezuela se consolida con la publicación de sus Obras Completas198. Desde entonces tal vez no haya habido autor venezolano a quien se dedicase mayor cantidad de estudios, elogios, glosas y comentarios. En lo relativo a su pensamiento filosófico, quizá sean los ensayos de Gaos, García Bacca y Mayz   —197→   Vallenilla los de enjuiciamiento y penetración más certeros199.

Gaos coincide en ciertos enfoques con el juicio de Menéndez y Pelayo, sobre la posición ecléctica de Bello frente a la escuela escocesa. Pero agrega un elogio que es toda una valorización del hombre y de la obra de pensamiento: «Si Bello hubiera sido escocés o francés, su nombre figuraría en las historias de la filosofía universal como uno más en pie de igualdad con los de Dugald Stewart y Brown, Royer Collard y Jouffroy, si es que no con los de Reid y Cousin.»200

Lo cierto es que si Bello, humanista integral, deja el aporte más sólido al pensamiento especulativo hispanoamericano del siglo XIX, su lección y el mensaje formativo de la obra llegan tarde a un país donde la convulsión y la polémica ocuparon buena parte del espacio que podría haberse destinado al juego de las ideas y de la reflexión.

El tercer sobreviviente, si de talla menor que Rodríguez y mucho menor que Bello en el volumen y trascendencia de las ideas, no por eso es desechable. Se trata de José Luis Ramos (1783-1849). Luchador y educador, de recia formación clásica, su obra es escuálida. Las pugnas de partido y el cargo administrativo le sustrajeron horas; las de estudio fueron dedicadas, en su mayoría, a temas filológicos del latín y del español, a confeccionar manuales, a disertar sobre el verso endecasílabo castellano, a comentar obras de Martínez de la Rosa y García Quevedo. Como pensador, sin embargo, produjo algunas notas y comentarios sueltos, útiles, no obstante, para entrever el desvelo y la angustia que lo mantuvieron siempre alerta sobre problemas relativos al contrabando, a la explotación de los recursos mineros -cuyo estudio preocupó también a Fermín Toro, adversario accidental del humanista; hizo concesiones a la polémica y a las escaramuzas verbales de su tiempo.

  —198→  

Aunque lo esencial, verdaderamente importante es la famosa Memoria sobre la renta del tabaco (1831). Era casi desconocido su valor como pensador económico, hasta que fueron publicados sus trabajos en la Colección de Clásicos Venezolanos201. La Memoria, a juicio de Beltrán Guerrero, el mayor comentarista de Ramos «Es el más completo tratado que conocemos, original de su pluma: versación histórica, dominio de la ciencia económica, experiencia en la administración y juicio sensato y preciso sobre las características e incidencias de los diversos impuestos, cuyo análisis realiza, le llevan a aconsejar se mantenga el estanco del tabaco, con las reformas que propone, fundado en razones políticas y prácticas. Y todo ello en lenguaje claro, persuasivo, reposado, firme, con las solas galas que la materia admite, cual si hubiese resucitado la prosa del Jovellanos que comentó la Ley Agraria»202.

En efecto es abundante la información histórica de Ramos, que abarca desde los orígenes del tabaco, pasando por las disposiciones del estanco en Venezuela -en tiempos del Intendente Abalos-, no sin digresiones sobre los escándalos que el uso de la planta levantó en Europa. Maneja datos sobre el impuesto de tabaco desde 1781 hasta 1801 y enfatiza en la legislación protectora de este cultivo, sostenida a lo largo de las deliberaciones legislativas de los congresos republicanos hasta 1830. Enfoca con precisión otros tipos de gravámenes impositivos para entrar al comentario de las ventajas sobre el estanco del tabaco y proponer las reformas de protección a la industria, que estima viables. Pero también se manifiesta partidario de mantener la esclavitud y de establecer impuestos sobre la tenencia de esclavos que considera como una propiedad legal, aunque agrega que los ingresos por este concepto podrían revertirse en libertar anualmente un número de sometidos a aquella infamia203. Como fuentes inspiradoras de   —199→   su pensamiento hay citas de Montesquieu y de Juan Bta. Say.




3.3.2. Los nombres mayores

De la generación que nace en los mismos años de las luchas republicanas o muy poco tiempo antes, los nombres que insurgen para perdurar más allá del discurso o del editorial de prensa, serán: Antonio Leocadio Guzmán (1801-1884). Es el mayor de edad, filtrado de la emancipación a la lucha republicana. Es el político por antonomasia, con todos los defectos y virtudes que ello implica: demagogo, agitador, polemista, liberal que usa al pueblo a conveniencia, capaz de mantener su bandera con vaivenes, hasta llevar al poder a su hijo, después de haberse desbocado por conquistarlo para él mismo. Su ideario es desconcertante, resbaladizo. A veces expone conceptos que podrían ubicarlo dentro de la más ortodoxa línea conservadora, salta al polo opuesto, bordea el socialismo utópico, es partidario a ultranza de la Federación y luego reniega de ella. Guzmán terminará siendo el arquetipo del personalismo en los partidos del siglo XIX, al extremo de que al liberal se le llegó a tildar de Partido Guzmán.

Innecesario insistir en que casi puede considerarse a Guzmán un inclasificable desde el punto de vista ideológico porque si en la práctica de la intriga que fue su tiempo, no siguió siempre a un hombre, ceñido indivisiblemente por lealtad, tampoco lo hizo con ninguna doctrina en forma absoluta. Su gran biógrafo a quien es insoslayable acudir para entrever el ambiente de aquella época, traza en líneas rápidas lo que pudiera ser la silueta moral de Guzmán, a falta de la ideológica:

«En algunos espíritus difícilmente logran las emociones vencer a los cálculos. El sentimiento está siempre en ellos en un segundo plano agazapado y como prisionero. Son psicologías organizadas a manera de armarios, con gavetas distintas para el amor, para la cólera, para la piedad, para el orgullo y hasta para el heroísmo. Por esto confunde verles, en determinados momentos, arrostrar peligros reales, incluso de muerte, impulsados por el cálculo frío de las posibilidades (...). La política, en   —200→   la posición que él había adoptado y desde la cual esperaba conquistarla era particularmente arriesgada. Guzmán es uno de los hombres menos románticos de su época, pero se da perfecta cuenta de que está viviendo en pleno Romanticismo y de que si se excluye de esta corriente, de esta religión del siglo que tiene sus héroes y sus santos, no llegará jamás a ver coronados sus fines»204.

Tal el hombre, tal su modo de pensar que no es sino una forma sistemática de justificar en las contradicciones dialécticas, su paradójico modo de proceder. Terminará siendo el adversario más odiado, pero también más temido dentro del liberalismo venezolano.

Siguen quienes exponen una doctrina duradera, sientan un haz de principios, observaciones y señalamientos que llegan hasta hoy. Son Fermín Toro (1810-1865), de quien se ha hablado antes con abundancia. Rafael María Baralt (1810-1870), historiador y purista de la lengua, pero también el liberal cuyo pensamiento político repercute en España más que en Venezuela; Juan Vicente González (1810-1866), el contrincante por excelencia, adversario a muerte, romántico político por comportamiento que, si bien derrochó talento en ingeniosos calificativos disparados contra enemigos personales o políticos -entre ellos Guzmán- tuvo tiempo y reposo para dejar trazados en estilo incendiario, la Historia del Poder Civil en Colombia y Venezuela, a través de las biografías de Martín Tovar y José María Vargas. Tiempo para iniciar la narración biográfica en prosa que ha sido equiparada a la del Facundo, en su Biografía de José Félix Ribas y la radiografía social de una época: la Segunda República. Tiempo para escribir el Epitafio, en frases de tono pesimista, en las tumbas de compañeros muertos antes que él: Andrés Bello, Fermín Toro, Teófilo Rojas, Andrés Avelino Pinto -la primera víctima de las luchas federales-. Será también el primer comentarista de Renán en Venezuela. González es el romántico por temperamento y estilo, plagario de Michelet, pero de originalidad incinerante en el editorial de prensa, el panfleto, el trabajo de fondo. Sabe mimetizar su estilo de acuerdo con la materia que acomete y lo sabe   —201→   para decirlo él mismo205: por eso su obra puede ser vista en tres tonos de lenguaje perfectamente demarcados; el primero, turbulento y pasional, del editorialista tras de quien marcha la conducta -igualmente sinuosa- muy parecida a la de su compañero de militancia inicial y luego su más encarnizado enemigo: Antonio Leocadio Guzmán206; el segundo, amargo y pesimista, lleno de reflexiones dolorosas, de presagios y nocturnidad románticos: el poeta de las Mesenianas207; por último, el de un   —202→   meditador que lucha por refrenar sus granizadas adjetivas para trazar cuadros y valorar hechos en función de historiador romántico, pero de un romanticismo decantado; es el prosista de las biografías de Ribas, de Avila, de Tovar y Vargas208.

Luego figuran dos nombres unidos por la polémica. Ildefonso Riera Aguinagalde (1834-1882) y Cecilio Acosta(1818-1881). El primero, insistimos, socialista utópico a todo riesgo: hasta el de la propia vida entregada en prisión. Católico, tiene una visión universalista, bíblica de la religión como instrumento de liberación social. Si no estima a Cristo como un revolucionario, más bien como un reformador209, en cambio actúa en la Guerra Federal al lado de Falcón, expresa su posición firme contra los godos; polemiza con Acosta bajo el seudónimo de Clodius; Acosta (Tullius) se escandaliza ante la tesis de Riera (Clodius), quien afirma que las revoluciones traen el progreso y han sido el motor de la historia -si bien tiene una concepción providencialista de la revolución- y Acosta, por el contrario, afirma que las revoluciones -confundidas con la guerra y la violencia- atrasan210.

Cecilio Acosta es otra de las figuras muy escasas a quienes las luchas civiles y las polémicas de partido no sacaron de su recogimiento y dedicación a estudiar y meditar. «Lo que yo digo perdura»; esa frase suya, define un tanto la conciencia del decir en este hombre que será el árbitro del pensamiento y el ojo agudo que desentraña   —203→   problemas y acusa con autoridad hasta a la generación positivista, con la cual tiene aproximaciones en sus ideas sobre el orden y el progreso, pero siempre con actitud ecléctica; no escapó al impacto de la invectiva y hubo de salir una u otras veces a defenderse, a discutir con altura, a señalar exageraciones. Su pensamiento ha sido estudiado copiosamente; el trabajo más completo y de actualidad es de Sambrano Urdaneta211. Más que el último conservador, Cecilio Acosta puede considerarse el último gran ecléctico antes del positivismo, cuyo alto sentido de análisis preanuncia ya las interpretaciones sociológicas que los inscritos en aquella escuela habrían de producir. Es también el último gran espectador de las pugnas civiles. Fue siempre un empecinado hombre de doctrina, en contraposición a los hombres de partido. Recuérdese su crítica de los partidos políticos212. Sambrano lo ubica como un liberal doctrinario213; otros han puesto de relieve su acendrada fe religiosa como una referencia antagónica a su condición de observador sereno de nuestra realidad que sería, en último término, el primer elemento; su cultura es vasta; las fuentes de su pensamiento, variadas pero siempre decantadas, van desde el conocimiento de los clásicos a la lectura también de los socialistas utópicos. Quedaría el balance detallado de su esquema ideológico.




3.3.3. Los fundadores científicos

Después de los intentos por introducir un pensamiento moderno en la cátedra de Filosofía de la Universidad Central en plena Colonia, y de haber querido ampliar la enseñanza de la Física Moderna y las Matemáticas, realizadas por Baltazar de los Reyes Marrero, estas disciplinas tendrán un impulsor definitivo, desde el punto   —204→   de vista del razonamiento puro, en Juan Manuel Cagigal (1803-1853). Fermín Toro lo Juzgaba así en 1852:

«El señor Juan Manuel Cagigal es otro de esos individuos a quien Venezuela es deudora de los conocimientos matemáticos que tan felizmente se difunden en el país. Hábil profesor, ingenio trascendente, es fundador de una escuela la más brillante en su género que tienen quizás las repúblicas hispanoamericanas. Fáltale para su complemento mucho, es verdad; aún no ha pasado de la región puramente científica; pero pronto vendrán las aplicaciones y se conocerá la importancia del bello y brillante planteo que ha salido de las manos del señor Cagigal.»214

Pero sería injusto encerrar a Cagigal en el simple círculo de su formidable labor en la Escuela de Dibujo y en la Academia de Matemáticas; su sensibilidad social se puso de manifiesto en el desvelo por problemas como los de la esclavitud en Venezuela, tema al que dedica extenso comentario en 1839. Hizo periodismo, pero con una orientación que escapaba a la tradicional guerrilla de minucias políticas; escribió artículos de costumbres con no muy feliz prosa. Se preocupó por llamar el interés público hacia la muy descuidada instrucción primaria (1839). Formado en Europa (primero en España, más tarde en Francia), alumno de La Place, llega a Venezuela ya formado en 1829. Ese mismo año se funda la Sociedad Económica de Amigos del País; junto a Fermín Toro, Montenegro y Colón, Vargas, se multiplica en esfuerzos; la ciencia está por afirmarse; la cultura está puesta bastante al lado, por la politización crónica que lo embarga todo. Entre los pocos nombres civiles que son citados a formar parte de la Sociedad, están el suyo, el de Vargas y los de José María Rojas, Domingo Navas Spínola, Tomás José Hernández Sanavria, Manuel F. Tovar y otros215.

Extinguida la Sociedad en 1839, en 1842 se funda una asociación político-cultural de donde surgirá una revista de preocupación política doctrinaria, pero también con inquietudes literarias y culturales: El Liceo Venezolano.   —205→   Allí estaba la mano y la palabra de Cagigal junto con las de Toro y Vargas.

Si no bastase su condición de fundador de los estudios modernos de las Matemáticas Superiores, como una continuación de la cátedra que había sido fundada en la Universidad en 1826, y su desinterés y dedicación a la enseñanza científica, ya es Cagigal, Coronel de Ingenieros, un ejemplo de hombre que no hace lucro de su condición militar; que mantiene su vínculo inquebrantable de moralidad civilista, al lado de sus inseparables compañeros de angustias: Vargas y Toro.

Inmediatamente después de los duros momentos que debieron ser para estos hombres el derrocamiento de Vargas como Presidente, la actividad cultural de Cagigal abarca infinidad de campos, que Luis Correa resume así:

«Vencida la Revolución volvió la Academia a su estado normal, no sin que Cagigal diera una nueva demostración de su desinterés, renunciando en ese año nefasto al cobro de los 500 pesos con que contribuía el Gobierno al sostenimiento del instituto. Con redoblados bríos tornaban a la palestra alumnos y profesores. La fama de Cagigal pasaba ya los límites nativos, como lo prueba el hecho de que escribiera, y enviara a West Point una memoria sobre integrales entre límites, tan apreciada en aquel gran centro del que recibió en cambio una colección de libros destinados por él al enriquecimiento de la recién fundada biblioteca de la Academia. Para sus tareas no había descanso. Los domingos y jueves daba una clase de Química Industrial; asistía a las sesiones de la Diputación Provincial, en cuyo seno se ocupó del trazado del camino de Aragua, y en general del problema de las vías de comunicación; leía un curso de Literatura en la Universidad; por dos veces ascendía a la silla del Avila, intocada después de Humboldt y Bonpland; pintaba a la acuarela; herborizaba en unión del Doctor Vargas y de Fermín Toro; apoyaba con calor la iniciativa del «Liceo Venezolano» para la formación de una biblioteca pública; se interesaba por los trabajos corográficos de Codazzi; traía y montaba en su casa una prensa litográfica; ensayaba, el primero entre nosotros, los procedimientos científicos de Daguerre; fundaba, en fin, el 9 de marzo de 1839, un semanario, el 'Correo de   —206→   Caracas', inolvidable en los archivos del periodismo venezolano por sus equilibradas tendencias innovadoras.»216

Los estudios médicos que habían tenido en la colonia como ilustre fundador a don Lorenzo Campins y Ballester, mallorquín como Picornell, hallaron durante la organización de la república al modernizador e impulsor decidido: José María Vargas (1786-1854). Presidente de la República, de corta vida en el mando, víctima del caudillismo militar; Rector de la Universidad, a quien se encomienda la reorganización de la enseñanza superior, una vez consolidada la emancipación política. Con justicia se le conoce como «el sabio Vargas». Y era un hombre esencialmente justo hasta para combatir la intolerancia; su firmeza le permitió dar el primer vuelco hacia rumbos liberales a la universidad venezolana. «La Universidad rindió homenaje al Libertador; ella acababa de recibir de sus manos los bienes de los Conventos. Desde ese día marchaban juntos el Padre y el Maestro. Vargas emprende su labor de reformas. Su principal objetivo es solidificar la existencia económica de la Universidad, dándole recursos independientes. (...)

Resultado de los desvelos de Vargas fueron los estatutos de 1827, que rigieron hasta 1843, en que fueron sustituidos por otros redactados por el mismo Vargas como Presidente de la Dirección Nacional de Instrucción Pública. Entraron a la Universidad ciencias que allí no se cursaban: Anatomía, Cirugía, Obstetricia, Química, Botánica, Farmacia.»217

Reforma, pues, la enseñanza y la profesión médica. Corre los riesgos y las vejaciones del prócer civil que comete Ja audacia de aceptar la Presidencia de la República, coto cerrado del militarismo. Lucha en el Parlamento y en la prensa; debe multiplicarse o dividirse en el quehacer cultural; esto le restó horas al que hubiera podido ser primer ideólogo de las ciencias venezolanas. Quedan en inventario su tratado de Anatomía, sus estudios clínicos, sus ideas políticas, su tentativa de   —207→   hacer el primer recuento histórico de la Medicina en Caracas218.

Se ha llamado a este grupo de hombres fundadores científicos en lugar de pensadores porque, los motivos y contextos histórico-políticos expuestos al comienzo privaron a Venezuela, durante los dos tercios iniciales del siglo XIX, de un verdadero conjunto de pensadores metódicos, tanto en el campo filosófico o social, como en el de las ciencias experimentales; primero debían crearse, establecerse al menos; luego vendrían la meditación y el balance; esa tarea debía quedar para la generación de los positivistas.




3.3.4. Los educadores

El complemento práctico de esta labor fundadora de las ciencias modernas debía ser la fundación de centros de enseñanza a escala menor, pero nunca menos importante. En el fondo, políticos o historiadores, polemistas o científicos, todos debieron canalizar su necesidad de luchar contra la voracidad total de las contiendas políticas, en el desahogo del aula docente, universitaria o media. Muchos de ellos hicieron posible la tarea exitosa de Feliciano Montenegro y Colón (1781-1853) y su Colegio Independencia. El plantel vino a llenar un vacío, a forjar otra generación, a dar cabida a los pensadores más sólidos o a los maestros más brillantes, si bien hay que reconocer el carácter aristocrático de la educación, por el abandono de la instrucción pública cuya reforma y esparcimiento había venido siendo clamado desde la Colonia por Sanz, Rodríguez, Vargas, Cagigal, Roscio, Toro, etc.

En el Colegio Independencia impartieron docencia Fermín Toro, Juan Vicente González; éste continuaría la obra de Montenegro, en lo pedagógico, cuando fundó el Colegio «El Salvador del Mundo».

Montenegro y Colón fue, además, geógrafo e historiador219. Participó en las labores de la Sociedad Económica   —208→   de Amigos del País. Fue luchador a quien la calumnia no perdonó en su momento. Anduvo por España y México (San Juan de Ulúa). Participó como precursor en las luchas por la Independencia de Cuba (1837). Antes de Codazzi, escribe un Compendio de Geografía. Abrió su Colegio el 18 de abril de 1836. Pero la infamia había puesto en su carácter la dosis corrosiva. Se volvió huraño. La consagración a la docencia fue el apostolado y también el pago a una inculpación que ahora no viene a cuento, aparte de que ha quedado ya plenamente esclarecida. Se enemistad con Vargas, González, Toro, Soublette. Era irascible. La fecha exacta de su muerte quedó un poco en el misterio.

El difícil papel que le tocó en suerte como Comisionado de las Cortes de Cádiz, en el instante mismo de producirse la Independencia, ennegreció un tiempo su figura. Hoy se reivindica y reconoce en él a un gran innovador práctico de la enseñanza primaria y normal en Venezuela.






ArribaAbajo3.4. Balance y recapitulación

Durante el período que va de 1830 a 1842, aproximadamente, se están echando las bases de una reforma cultural en el país. La educación primaria se extendía con una lentitud alarmante, hasta llegar al decreto de 1870. El estado de las ciencias para la década del 40 «... está limitado a las medicales y algunas especulativas, desconociéndose enteramente todas las que tienen por objeto el estudio de los diferentes reinos de la naturaleza y de sus fuerzas en general para sacar aplicaciones a los usos y goces de la vida. Por eso nuestras riquezas minerales y vegetales están por catarse; por eso los prodigios de la fuerza inanimada no se conocen en medio de tantos y tan poderosos agentes naturales; por eso, en fin, nuestras construcciones de hoy son peores que las de ahora un siglo, como si retrocediésemos en conocimientos de arquitectura y de construcción civil»220.

  —209→  

Durante los años alternantes de las oligarquías, incluido el decenio monaguista, la situación varía muy poco en lo cultural. El encarnizamiento de las dos facciones enajena prácticamente todo el hacer no político. La lucha librada por la Sociedad de Amigos, por fundar la agricultura y el comercio sobre bases casi nuevas después de las guerras de independencia, es titánica pero en buena parte infructuosa. Apenas en 1842 se completan la primera Historia y la primera Geografía de Venezuela, obras de Baralt y Codazzi.

No bastaban entonces buenas y aisladas intenciones. Las herborizaciones llevadas adelante por Vargas, Cagigal y Toro, la correspondencia de Vargas con sabios de Europa, eran intentos mínimos. Aquel saber no se difunde. No hay expansión de conocimientos. En materia de educación y cultura populares, todavía la situación para 1866, cuatro años antes del decreto de Instrucción Pública, era desoladora. Hacía falta quien volviera a llamar la atención sobre este problema. Valentín Espinal quedó encomendado de aquella tarea, para trazar un panorama escalofriante221.

Otros aspectos de la vida intelectual que habían llamado la atención de viajeros como Humboldt y Depons en la Colonia, actividades como la música y las bellas artes, desaparecida la generación de pintores heroicos de la Independencia, habían caído en un letargo enfermizo. No es casual aquél cuadro un tanto irónico trazado por un político profesional como Pedro José Rojas, cuando comenta las labores de una pequeña academia de pintura222.

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Aún debían transcurrir años de mayores incidencias de sangre; era necesaria la sacudida temible de la guerra federal, donde se canalizó el hastío colectivo, para que el país entrara en una etapa de reconstitución intelectual, si no ética.





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ArribaAbajo4. La guerra federal y la idea de Federación

Con un propósito más o menos sincero, los partidos Liberal y Conservador, aliados alrededor del General Julián Castro, en marzo de 1858, inhuman el largo proceso hegemónico de los hermanos Monagas. Es convocada una Convención en Valencia, donde la unidad efímera de los grupos políticos, tensa luna de miel, se deshace en discusión relativa al régimen, estatal que debía implantarse: federal o centralista. Se aprueba una constitución centro-federal. El descontento persiste. El Partido Liberal se escinde. Las oligarquías cambian de nombre y adoptan, o les son adjudicados varios motes. El grupo de Gobierno se llamará Constitucional; lo llamarán Godo, Oligarca, Conservador, Central, Centralista, Colorado. El de la oposición -que empieza a ser agitacional, conspirativo, preparatorio de la insurgencia- será el Liberal, Federalista, Federal o Amarillo223.

El concepto de Federación, que hasta entonces había servido para aludir a la simple forma del Estado, sufre un tremendo cambio «semántico», para dar paso a la insurrección popular224.

Pocos meses después del derrocamiento de los Monagas, una fracción del Partido Liberal, descontenta, venía conspirando a la sombra, mientras la Constitución Centro-Federal era discutida y mientras el proceso de las elecciones se demoraba. Debelado el movimiento conspirativo, Julián Castro decreta la expulsión de varios cabecillas, quienes se refugian en Saint Thomas; entre ellos están Ezequiel Zamora, Antonio Leocadio Guzmán -máximo líder liberal- y Juan Crisóstomo Falcón. Con otros   —212→   compañeros, integran un Directorio. A poco tiempo invaden el país. El 20 de febrero de 1859, desde Coro, se eleva la consigna de Federación, suscrita por Ezequiel Zamora. Una guerra de cinco años esperaba a Venezuela.

El descontento popular venía manifestándose por la violencia desde tiempo antes225. Las desigualdades sociales, vigentes y frustradas en su deseo de justicia desde la independencia, atenuada la esclavitud por el decreto de abolición de 1854, las diferencias económicas exacerbadas, todo unido a un desencanto general respecto a la ineficacia de los partidos tradicionales, más dados a dirimir bizantinamente cuestiones formales y jurídicas sin tocar las estructuras económicas, fueron el detonante de aquel estallido que, a poco tiempo debería inundar de sangre la mayor parte del territorio venezolano226.

Zamora avanza desde Coro y logra aglutinar las guerrillas dispersas del Occidente; ocupa la zona llanera. Se levanta como caudillo de legítimo pensamiento popular, por su abnegación, por su decidido carácter dado a actuar más que a discutir. La proclama lacónica alterna con arengas enérgicas. Es la guerra y la liberación inmediata de los territorios, el reparto de la tierra; la conciencia forjada a base de persuasión directa sobre las antiguas ideas de igualdad y fraternidad que por fin llegan a adquirir sentido de acto en el pueblo. Los derechos del hombre ahora se imponen por vía práctica y no se discuten. La mayoría sigue siendo analfabeta, pero actúa por sí y no delega su mandato arrasador en representantes suyos auto-elegidos. El temor -cierto o falso- de un proclamado regreso a la esclavitud, con el derrocamiento de los Monagas, es el mejor argumento para reclutar huestes. Los incendios de ciudades y aldeas son el método persuasivo de ambos ejércitos, el constitucional o el federal; no hay diferencias227. Más que ideólogos,   —213→   la Guerra Federal tiene difusores juglarescos y belicosos que alimentan el fuego con discursos inspirados en los viejos y archivados textos de la Revolución Francesa. Entre ellos destaca el perfil aventurero de un médico empírico, que ha peleado en México (¿durante la Reforma de 1857?) y en Colombia. Insurge en Barinas, incendia San Fernando, es ratificado jefe de Puerto Nutrias por Zamora, quien indignado por la violencia de hechos y el carácter sanguinario, no siempre honesto, ordena detenerlo; se escapa y termina perdiéndose vía a Europa. Es nada menos que Carlos Henrique Morton de Keratry228.

Junto a Zamora estarán combatiendo algunos viejos líderes e intelectuales del liberalismo, uno de ellos, de quien se habló antes, verdadero ideólogo federalista, de los pocos que, apagado el fuego de la guerra sigue sustentando el carácter progresista de las insurrecciones y termina consumiendo la vida en la cárcel dentro de la miseria más absoluta: Ildefonso Riera Aguinagalde229. Otros, ex-parlamentarios federalistas de la Convención de Valencia, defienden sus argumentos con balas: Estanislao Rondón.

El ambiente agitacional había sido preparado, además, por los periódicos liberales que exaltaban al pueblo e, incluso, educaban a su máximo caudillo: Ezequiel Zamora230.

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Zamora es asesinado. Dudoso misterio el que encerró este crimen. Juan Crisóstomo Falcón se erige heredero indiscutible de la conducción del movimiento, para desviarlo, pactar en la hacienda de Coche y dar camino libre a un nuevo ciclo de dictaduras y frustraciones populares231.

La que hubiera sido Revolución Federal, queda restringida al simple valor de otra guerra civil; se convierte así en uno de los temas arduamente discutidos entre historiadores y políticos de los años siguientes; será materia para muchos de los análisis e interpretaciones de los positivistas. César Zumeta, años más tarde, enjuicia el fenómeno, así:

«Porque si bien la Federación victoriosa fue el triunfo definitivo de la masa, y transformó radicalmente la sociedad venezolana, tan profunda modificación del medio no produjo, a más de la romántica declaración de los derechos del hombre, hecha en la Constitución, cambio fundamental alguno en el modo de ser político. El 'pueblo' era el soberano, pero como ese pueblo no existía en el sentido cívico, hubo que gobernar por él, y aun cuando altos ideales fueron proclamados, la Federación resultó, como era fatal que resultara, una mentira inicua.»232

Lo cierto es que Revolución frustrada o guerra civil frenada con la Constitución de 1864, después del pacto de Coche, el hecho insurreccional divide la historia de nuestro siglo XIX en dos grandes sectores de lucha; las oligarquías reciben un serio escarmiento para reaparecer disimuladas en la autocracia guzmancista. El pueblo vive un período de aspiraciones y desencantos donde se afirman nuevas esperanzas y se explican nuevos estallidos   —215→   de insurrecciones, para llenar la historia de los descontentos y las indignaciones colectivas hasta hoy233.

Entendido el proceso de aquella guerra en una forma de contenido intuitivamente revolucionario o de guerra civil, en torno a sus incidencias la historiografía venezolana alcanza también una línea divisoria. Luis Level de Goda, combatiente de aquella gesta, será uno de los últimos historiadores militares del país. Marca la antesala de una nueva interpretación de nuestro proceso nacional. Luego de cortos ciclos presidenciales se impondrá la autocracia de Antonio Guzmán Blanco. Con ella, adviene el despotismo ilustrado. En sus ejecutorias, el nacimiento de una cultura moderna basamentada fuertemente en la ideología y la realidad francesa. El más importante de todos estos actos de modernidad es la aparición del Positivismo y del Evolucionismo, como puntos de arranque para una revisión a fondo de nuestro devenir histórico y para un nuevo golpe de timón al desarrollo de las ciencias experimentales en Venezuela. La instrucción pública, gratuita y obligatoria, será al fin realidad -al menos en el decreto- desde 1870. La lucha contra los apetitos terrenales del clero sufrirá uno de los embates más duros: la expulsión de los jesuitas decretada por Guzmán en 1876. Tal vez aquel pensamiento de un pecador arrepentido que se encarna en El triunfo de la libertad sobre el despotismo, escrito y publicado por Roscio en Filadelfia, adoptado como- influencia fundamental de su formación por Benito Juárez, había regresado convertido en Leyes de Reforma, desde México, para alimentar nuevas medidas. Quede la indagación para otro sitio.

Resta agregar que si la Guerra Federal no aportó pensadores que sustentaran en argumentos posteriores la justeza de su estallido, al menos fue materia abundante para que se continuara hablando de ella y tomándose como punto de referencia para analizar la realidad histórica del país desde un ángulo de mira sociológico, en el que ya no sería posible nunca más ignorar que más allá de las constituciones perfectas, de las fuerzas ciudadanas representadas en los Congresos, existía también el pueblo venezolano como verdad señaladora y amenazante.



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ArribaAbajo5. Evolucionismo y Positivismo


ArribaAbajo5.1. El Positivismo venezolano, un preterido

Tiene razón el maestro Leopoldo Zea cuando afirma que después de la Escolástica, no hubo en Hispanoamérica, corriente filosófica de más dilatada y penetrante influencia que el positivismo234. En Venezuela, por la carencia de una Historia de las ideas, y mientras no se escriba, seguirán tejiéndose conjeturas y detracciones sobre muchos problemas de nuestro pensamiento y, de manera especial, respecto al Positivismo, gran marginado en las Antologías e Historias del pensamiento continentales235.   —217→   Sin embargo, es de hacer notar que fue justamente Venezuela, el país donde primero se encendió la chispa ideológica de estos movimientos capaces de proclamar la emancipación mental del hispanoamericano.

Si se resumen las estupendas aportaciones del Dr. Zea, sobre el desarrollo histórico del Positivismo hispanoamericano se notará cómo es México, en las enseñanzas de Gabino Barreda, el primer país donde se implantan ideas de Comte y Spencer, hacia 1867, luego en Chile con Lastarria (1868), después en Argentina (1870), con las lecciones de Sarmiento en la Escuela Normal de Paraná; después, en Uruguay, bajo forma de una renovación pedagógica, José Pedro Varela empieza a agitar el ambiente con las nuevas ideas, híbridas entre racionalismo y positivismo, a partir de 1875-1877; aunque no sea hasta 1890, cuando se oficialice el ideario de Spencer en la Universidad uruguaya236. Y para Bolivia, deberá esperarse hasta 1880; más aún en el Perú, casi en isocronía con la afirmación dariana del Modernismo (1888); en Cuba, a partir del 80, trata de imponerse con Varona, aunque su arraigo sea poco profundo en los momentos de las luchas emancipadoras tardías237.

Además del problema cronológico, en relación a nuestro Positivismo, se le ha querido negar importancia, por   —218→   parte de autores, tanto venezolanos238 como hispanoamericanos239.

Voy a tratar de establecer algunas líneas de demarcación, sobre un recuento de estudios y esquemas ya existentes. Base para una futura ampliación del tema.




ArribaAbajo5.2. Las condiciones previas y las exageraciones

Se afirmó antes que la Revolución Federal dividía la historia venezolana del siglo XIX, en una simetría de posiciones. La afirmación, de Carrera Damas240, es no sólo exacta y ajustada, sino muy honda en sus implicaciones.

En primer lugar, las luchas de liberales y conservadores, que centran su polémica alrededor de las formas del Estado, para culminar en la Convención de Valencia (1858), sufren una de las más agrias censuras, cuando Ezequiel Zamora, en su proclama de Coro, desconoce el esfuerzo baldío de las disensiones y pide regresar al ideario federal e igualitario de la Constitución de 1811241.

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La historia militar y política, declina con Level de Goda y González Guinán. La sustituye un criterio más amplio: el de las Ciencias Sociales y Naturales, para escribir la Historia Social o institucional, bajo una clara definición filosófica y no seguir preguntándonos en abstracto qué somos, sino cómo actuamos y dónde están las raíces sociológicas de nuestro comportamiento. Esos son los puntos fronteros de una etapa que se cierra en la década del 60, con escasas prolongaciones, cuando mueren González, Bello, Toro, sobrevive Acosta y se abren los primeros itinerarios de un pensamiento científico moderno.

Vargas había dado el vuelco definitivo a la universidad venezolana, para ponerla al día en pensamiento científico y filosófico. Las pugnas de liberales y conservadores inciden en la vida académica para excitarla y crear el campo apto a la siembra de ideas.

Aquel foso ensangrentado de la República Federal deja pues, abierto un camino para nuevos transeúntes. Y así ocurre que, en el mismo año en que Venezuela impone la explosión popular con las armas de la guerra federal, Europa se sacude en lo profundo de sus concepciones cuando aparece On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life. Era 1859 y Carlos Darwin publicaba su obra famosa.

Años antes, Augusto Comte había sentado las bases de la Sociología Moderna; su Cours de Philosophie Positive, se publica entre 1830 y 1842; el Catechisme Positiviste, en 1852; el Systeme Politique Positive, en 1854.

En 1861, llegaba a La Guaira un viajero alemán, Doctor en Filosofía de la Universidad de Leipzig. En 1863, ingresa en la Universidad para dictar, primero, una cátedra de Alemán y, en seguida, abrir otra de Historia Natural. Era Adolfo Ernst (1832-1899). Desde entonces, no se daría tregua ni una hora en su trabajo de maestro y estudioso, Fundará la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales (1867), divulgará las ideas de Darwin -con quien mantiene cordial correspondencia242- en la concurrida clase de Historia Natural, o en las páginas de El Federalista y, después en la revista Vargasia, órgano de, la Sociedad (1868).

Gil Fortoul y otros discípulos, recordarán después aquellas enseñanzas como el primer hito de las ciencias contemporáneas en Venezuela.

Antecedentes a veces exagerados, se habían fijado y se repetían al cansancio, en relación a presuntas ideas positivistas de otros autores venezolanos, antes de la llegada de Ernst; Marius André, estima a Bolívar como un positivista avant la lettre243. Bello había sido amigo personal de Stuart Mill, en Londres. Juan Vicente González era el primero en nombrar y comentar -biográficamente a Ernesto Renán, en 1865244. Simón Rodríguez había sido, fuera de Venezuela, un Saint-simoniano, según algunos de sus biógrafos. Fermín Toro ejercitaba el pensamiento socialista utópico en Venezuela y creaba así, como Echeverría en Argentina, los hilos transicionales hacia el Positivismo245.

Pero lo cierto es que, el estudio de Darwin, primero, con Ernst, en la secuencia fijada ya; y casi de inmediato Rafael Villavicencio (1837-1920), en una cátedra de Filosofía de la Historia, serían los cimientos reales de una doctrina nueva, consciente y basada en textos de los grandes pensadores europeos; Comte, primero, luego su discípulo Littré, más tarde Spencer.

Sobre Rafael Villavicencio, es importante aclarar cómo, si su resumen ideológico es cuajado en libro para 1912, y sus vacilaciones filosóficas lo llevaron a veces a merodear campos dudosamente científicos, cuando era un joven profesor de apenas 29 años, sacudía a los estudiantes   —221→   de la Universidad Central, con un discurso pronunciado en el acto de repartición de premios, el día 8 de diciembre de 1866; obsérvese que la Oración Cívica de Gabino Barreda, texto iniciador -según Zea- del Positivismo en México, es de 16 de setiembre de 1867.

En su discurso, Villavicencio se dirigía especialmente a la juventud. Y luego directamente a confrontar ideologías; unas, las refutadas, que sirvieron de fuente a los ideólogos de la Emancipación y la República; otras, contradictorias, o encontradas a veces en sus argumentaciones, que sentaban la base del pensamiento nuevo en Europa. Cito textualmente:

«Hay entre los modernos una numerosa falange que en diversos escritos sostienen el mismo pensamiento, Rousseau, Benjamín Constant, Montlosier, Belart, Marchangi, el barón de Chateaubriand y varios otros. Una falsa noción de la propiedad territorial ha sido causa de que muchos economistas creyesen necesaria la injusticia. La ley de Ricardo sobre la renta conduciría a la desigualdad progresiva de los hombres; la de Malthus, sobre la población, los llevaría inevitablemente a la miseria; la de Tocqueville sobre la herencia produciría la esterilización de las tierras, y las cuatro empujarían de consumo a la humanidad al triste camino del mal, mal irremediable a que se vería condenada la especie humana.

Protesto, señores, con todas mis fuerzas, contra tan ruidosa teoría, y lo hago en nombre de la imponente autoridad de la razón y de los hechos; y no dejarán de concurrir a sostenerme en mi protesta los hombres de verdadera ciencia, Dunoyer, Cobden, Bastiat, Augusto Comte, Littré, etc.»246

Sigue el discurso con un análisis crítico de la Metafísica, para entrar de lleno, luego, a la clasificación de las Ciencias, según Comte y, particularmente a resaltar el papel de la Sociología dentro de las ideas comtianas, alude a la ley de los tres estados, insiste en la idea de progreso, refuta las ideas de Rousseau y Raynal sobre   —222→   los hombres en estado primitivo. Más adelante, enfatiza las ideas de orden y progreso247.

Dos años después, Villavicencio era invitado nuevamente, el 8 de enero de 1869, a pronunciar el discurso en una celebración similar a la memorable de 1866. Ahora llama la atención, directamente, hacia el estudio de las ciencias positivas, «como agentes y términos que son de la gran renovación intelectual y material que se realiza hoy en el mundo, constituye la verdadera necesidad de la época actual (...)248. Por cierto, curiosamente en una nota al pie, Rafael Villavicencio habla del discurso pronunciado por Teófilo Rodríguez, el año anterior, donde se plantea ya la urgencia de una reforma de los estudios universitarios, para adaptarlos a las nuevas ideas de las ciencias positivistas. Villavicencio se muestra insistente partidario de esta reforma, que apenas deberá intentarse el año siguiente, con el Decreto de Instrucción Pública, gratuita y obligatoria.

El segundo discurso analiza el desarrollo de las ciencias apoyado ahora en la idea de que «No está en las facultades del hombre el detener el curso irresistible de las transformaciones, ni arrancar los cuerpos a las corrientes perpetuas de la circulación»249. Para concluir de nuevo en una discusión objetiva sobre las tentativas de elevar la historia al rango de ciencia, que finalizan en la obra de Comte, seguida por Littré. Amplía, además, la ley de los tres estados en el aspecto teórico general. Pero no escapa en la disquisición, una crítica profunda al socialismo   —223→   tradicional, que considera retrógrado250, para analizar una de las bases de un nuevo orden social251.

Aquellos dos maestros, Ernst y Villavicencio formarían un grueso número de discípulos, no sólo alrededor del aula universitaria, sino en la creación de institutos y sociedades científicas, que comienzan a intentarse según el mismo Villavicencio, a partir de 1862252. Esas asociaciones se opondrían más tarde a las Academias, que como un contrapeso necesario se fundarían dentro de la autocracia de Guzmán Blanco. Las más dignas de mención, por la calidad de sus integrantes y por la obra posterior que ellos realizarían, son: La Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, establecida definitivamente en 1867, pero cuyos primeros pasos, como se ha visto provenían de 1862-1863. Luego, el Instituto Venezolano de Ciencias Sociales, que data de 1877 y, finalmente, la Sociedad de Amigos del Saber, creada entre los discípulos, en 1882, para difundir polémicamente el pensamiento evolucionista y positivista253.

A los nombres de Ernst y Villavicencio, deberán agregarse los de Vicente Marcano y Teófilo Rodríguez, entre los fundadores o maestros. Luis Beltrán Guerrero incluye también a don Arístides Rojas, que Lisandro Alvarado califica como «profesor sin cátedra»254.

Con alumnos directos de los profesores Ernst y Villavicencio, se integra la segunda generación positivista, entre quienes destacan: Luis Razetti (1862-1932); partidario a ultranza del evolucionismo, en cuya defensa polemiza en forma encendida; David Lobo (1861-1924), Guillermo Delgado Palacios (1867-1931), José Gil Fortoul (1861-1943), filósofo de la historia y autor de la más moderna Historia de Venezuela hasta hoy; Nicomedes   —224→   Zuloaga (1860-1933), Lisandro Alvarado (1858-1931), Alfredo Jalin. (1867-1940), y Manuel Revenga (1858-1926). Son adherentes al positivismo, sin que lo hayan recibido al amparo de los muros de la Universidad, Luis López Méndez (1863-1891), César Zumeta (1860-1955) y Manuel Vicente Romerogarcía (1865-1917)255.

La tercera promoción, la integrarán los nombres de Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), cuya aguda interpretación del caudillismo, desde un punto de vista sociológico, desemboca en la macabramente célebre tesis del «gendarme necesario». Pedro Manuel Arcaya (1874-1958), José Ladislao Andara (1876-1922), Elías Toro (1871-1918), Ángel César Rivas (1870-1930), Julio César Salas (1870-1933) y Samuel Darío Maldonado (1870-1925).

Todos dejarán obra más o menos importante, todos se trabarán en polémicas por la defensa de aquellos principios; ellos cubren el pensamiento venezolano hasta la primera guerra mundial; el Positivismo se imbricará con el Modernismo y, juntos, llegarán a influir poderosamente en el gobierno de Juan Vicente Gómez, cuyo primitivismo e incultura no fue obstáculo para que el Positivismo fuera una especie de Filosofía en el Poder. Hubo hasta intentos de fundar un partido con aquel contenido ideológico.

Sus proyecciones van incluso más allá todavía; escritores como Luis Manuel Urbaneja Achelpohl y Rómulo Gallegos, recibirán aún los reflejos del Positivismo dentro de su expresión literaria naturalista.

Las luchas del clero contra aquellas ideas, dejan un aporte y un testimonio de las encendidas controversias. Las coincidencias con el liberalismo no habrían de ser absolutas. La pureza rotunda del ideario no podía mantenerse; pero aún así, el Positivismo y el Evolucionismo son los dos puntos miliares de las ciencias y la Historiografía modernas, hasta que una nueva generación, armada de nuevas ideologías, se enfrente en forma insurgente a la hora en que los positivistas y modernistas se entreguen a la sustentación de la más feroz y longeva dictadura venezolana en pleno siglo XX: la era de Juan Vicente Gómez.