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ArribaAbajo Sobre la reforma de la ortografía portuguesa

A. R.


El 30 de abril último, la Academia de Ciencias de Lisboa y la Academia Brasileña de Letras, convinieron en un acuerdo ortográfico que tiende a simplificar la escritura de la lengua portuguesa, acercándola más a la fonética corriente. Las modificaciones convenidas son aplicables por igual a la pronunciación europea y a la americana. Ambos gobiernos se han manifestado conformes en adoptar las nuevas reglas, y ellas parecen llamadas a abrirse paso poco a poco, a pesar de la natural resistencia de las fuerzas conservadoras, aquí representadas por las costumbres individuales y por los generales hábitos de la imprenta. Naturalmente, no han faltado los comentarios chuscos, que parecen una fatalidad inseparable de todo intento de reforma ortográfica. En castellano, donde la simplificación ortográfica es ya grande, aún queda algo por hacer; pero desacreditan la causa, por lo mismo que provocan la reacción humorística, esos reformistas aficionados que se empeñan en sustituir la c fuerte por la k, sin querer darse por entendidos de que, para el lector de nuestra lengua, la k es una letra espeluznante. (Aquí hablamos de la escritura corriente o demótica, no del alfabeto fonético de los filólogos, que cede a otras necesidades). Un poeta -un gran poeta por cierto- ha adoptado algunas simplificaciones tímidas, como el empleo invariable de la j en vez de la g fuerte. La consecuencia de esta regla debiera ser la supresión de la u muda después de la g débil, pero él no se ha atrevido a agotar las consecuencias de su sistema. Y su timidez ha quedado descubierta a las claras, cuando cierto crítico vino a objetarle: «Daré crédito a tu reforma, si te atreves a escribir hombre sin ‘h’». De todos modos, la labor de simplificación se continúa en nuestra lengua de un modo consuetudinario y fuera de todo dictamen de los gramáticos. Es así como aumenta cada día el número de los que escriben suscritor en   —168→   vez de subscriptor. El corrector de imprenta, guardián de las normas, todavía se opone. Unamuno cuenta por ahí que, habiendo escrito en uno de sus libros la palabra oscuro, la imprenta le envió las pruebas con la corrección: «obscuro ¡ojo!». A lo que él contestó, quitándole a la palabra la letrilla pedante y etimológica: «oscuro ¡oreja!». Porque, como lo hacía notar el académico brasileño Medeiros e Albuquerque en su regocijado discurso ¿A qué viene esta superstición etimológica en tiempos en que un negro, vestido de negro, puede perfectamente ser candidato? Al lado de estas reacciones normales contra la sencillez ortográfica, se dan las anormales o patológicas. Así la del falso cultista que se cree obligado a torturar la palabra mucho más de lo que exige la etimología, y se empeña en escribir erudicción y expontáneo, por ejemplo. En las imprentas de Hispanoamérica, o no existe el corrector profesional o tiene menos autoridad de especialista que la que todavía conserva en España. El resultado de ello es cierta anarquía en la acentuación y en la puntuación, que reflejan más directamente el modo de escribir del autor. A veces, la anarquía va un poco más allá, protegida por las peculiaridades del habla americana, y sobre todo en los periódicos que se componen a toda prisa. En muchos diarios de cierta república, de cuyo nombre no quiero acordarme, abundan los casos del atravezar -así con zeta-. Y si el andaluz se pusiera a escribir como habla, abundarían fenómenos como el que sorprendí en un mosaico viejo de cierta iglesia de Sevilla, donde a Santa Justa se la llama literalmente: Santa Juta.

La nueva ortografía portuguesa propone la eliminación de consonantes mudas (cetro, por sceptro); de consonantes dobles (sábado por sabbado), con excepción de la doble ss: russo, o de la erre: carro, eliminación de la h muda intermedia (compreender por comprehender), con excepción de los compuestos en que la h es inicial del segundo elemento: inhumano; también se elimina la h en formas reflexivas o pronominales del futuro y condicional de los verbos: dever-se-á en vez de dever-se-ha, dir-se-ia en   —169→   vez de dir-se-hia; y finalmente se eliminan la s del grupo sc (sciencia: ciencia) y el apóstrofo: d’este: deste.

En cuanto a sustituciones: la k y la ch con sonido fuerte quedan, como en castellano, sustituidas por la qu o la c, según el caso, salvo para las abreviaturas de kilo y para los derivados de nombre extranjero que llevan k: kantismo; la w se trueca por u o v, según el sonido; la y por i; los grupos ph, rh, y th, por f, r, y t; la z final por s, salvo excepciones de nombres propios; y la m por n donde se ha caído la p etimológica: pronto en vez de promto (prompto).

Hay además, algunas uniformaciones para evitar la dualidad que la costumbre ha venido manteniendo en ciertas grafías, y hay unas precisiones más sobre división silábica y acentuación; todo ello orientado de conformidad con la verdadera lengua hablada.

Esta brevísima exposición basta para comprender que la lengua portuguesa se ha acercado más a la castellana. El viajero argentino que pasa por Río de Janeiro rumbo a Europa, y que quiere aprovechar las breves horas en tierra para mitigar su sed con el clásico refresco de coco, se sentirá más a su gusto cuando el «taxi» lo lleve, en la Avenida Río Branco, al Café Simpatia, porque aquello de Sympathia -escrito todavía en griego-, le resultaba algo antipático. (Y la verdad es que los cafés y los comercios en general no parecen muy resueltos a adoptar las nuevas reglas, por razones de economía y también de rutina). Como quiera, el paso está dado, y es un paso de aproximación. La red invisible de la lengua -una lengua, sin embargo, tan cercana y tan parecida a la nuestra- ha resultado una telaraña de acero lo bastante resistente para contribuir con eficacia a mantener la unidad de este inmenso continente, metido dentro del otro: la nacionalidad brasileña. Acabada ya la formación del pueblo, la primera evolución nacional, la red se afloja ahora lo bastante para volverse permeable. Permeable hasta cierto punto, claro está. Siempre marcarán la frontera otros fenómenos morfológicos y   —170→   sintácticos más profundos, y aun esas pequeñas costumbres de la lengua a que se refiere Ronald de Carvalho en una notícula sobre los traductores brasileños de Amado Nervo (Véase: Monterrey, N.º 5). El poema de Nervo «Cobardía» ofreció a los traductores, en el primer verso, un escollo insuperable para un brasileño: Pasó con su madre. «En portugués del Brasil -dice Carvalho- ningún poeta lírico se atrevería a escribir: Passou com sua mãe. No hay extranjero que pueda imaginarse el sabor de ironía que brota del régimen de posesivo junto al nombre de madre»... Y concluye ingeniosamente: «He aquí una prueba física de que los dos idiomas fundamentales de la Península se parecen tanto que no se equivalen. El teorema de las paralelas encuentra, aquí, la mejor demostración».

Y sin embargo, entre estas dos corrientes paralelas que, por definición, sólo podrían encontrarse en el infinito, ha habido en todo tiempo un cambio de inducciones eléctricas que fomenta el caudal de ambas. Ved lo que acabo de encontrar en no menor purista que el riguroso y exclusivo Estébanez Calderón. El 16 de abril de 1851, cuando don Juan Valera, joven diplomático en servicio, vivía en Lisboa, Estébanez Calderón le escribe desde Madrid:

«Y a propósito le diré, si es que ya no ha caído en ello, lo útil que nos es la lectura de los buenos prosadores portugueses. Los lusismos sientan maravillosamente en nuestra lengua: son frutos de dos ramas de un propio tronco, que se ingieren recíprocamente para salir con nueva savia y no desmentido sabor».



El contacto con el habla portuguesa abre, en las palabras del escritor hispánico, canales de connotación que el tiempo comenzaba a azolvar, y desyerba algunas veredas olvidadas de la sintaxis.

A. R.