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Plática 52

Sobre la regla 44: De la ociosidad


1. Trata esta regla que huyamos el ocio, enemigo mortal de la vida religiosa.

La regla, pues, dice omnes quamdiu corpore bene valent, etc. En el lugar de las Constituciones en que se toma esta regla, hay otras palabras en que se dice que, así como se debe proveer de ayuda y alivio a los que tienen muchas ocupaciones, porque no se ahogue el espíritu y debiliten las fuerzas; así se debe proveer que a el que le sobra tiempo, tenga en qué emplearlo útilmente. Toca esto a los Superiores y al gobierno suyo, como lo dice nuestro Padre hablando a los rectores; para que el ocio no tenga lugar en nuestra casa, porque es origen y raíz de todos los males. Así nos lo enseña el Eclesiástico donde nos da una doctrina maravillosa cómo se ha de tratar el esclavo y dice: panis et disciplina et opus servo; mitte illum in operationem, ne vacet; multam enim malitiam docuit otiositas. Constitue eum in opera, sic enim condecet illum. En estas palabras, en figura de siervo, nos enseña el Sabio cómo nos hemos de haber con nuestro cuerpo, que es nuestro esclavo a quien hemos de tener sujeto y rendido al espíritu. Y dice primero del pan, en que se entiende del sustento necesario, pues nos lleva a cuestas, y para que tenga fuerzas para servir en lo que nos mandaren. Darle también del palo; porque es de mala raza; tiene respetos bajos y serviles; no hay que fiar de él, y es menester mantenerle en temor con la disciplina, para que no se engría y levante a mayores; y, al fin, ocuparle y atarearle, porque si está ocioso y mano sobre mano, luego da en ser ruin y en pensamientos inútiles y vanos, y deseos y antojos con que sale. Leemos en Ezequiel que entre las cosas que pone de aquella miserable ciudad de Sodoma, una es otium ipsius et filiarum eius. Como era gente rica, tierra de ribera y regadío, tenía riqueza para su sustento, y por eso dieron en ocio; y tras él se siguió aquel malaventurado vicio. Sabemos de algunas repúblicas extranjeras que tienen una orden que ¡ojalá la viésemos en España!: que, aunque sean hijos de príncipes y señores, aprendan algún oficio con que entretenerse y ocupar el tiempo; que la crianza de la juventud con ociosidad es la que tiene arruinadas las costumbres, como vemos el día de hoy.

2. Nació el hombre para el trabajo, como el ave para el vuelo, dijo Job (cap. 5.); no pudo encarecerlo más. Porque, si miráis a toda el ave la figura del cuerpo, las plumas en que se tiene en el aire, las alas con que le corta, la cola que es el gobernalle; todo esto es para el vuelo. Y así es el hombre para el trabajo, que con el ejercicio y ocupación habilita las fuerzas y con el ocio se manca. Crió Dios al hombre en aquel estado felicísimo; pónele en aquel paraíso, en aquel jardín de recreación plantado por la mano de Dios. Y ved qué dice: ut operaretur et custodiret illum; allí quiso que tuviera alguna ocupación y tarea. Destiérrale Dios por el pecado a este valle de lágrimas, con decirle que con el sudor de su rostro había de comer su pan: trabajo aquí y trabajo allá; pero el primero era de gusto y este otro de pena; el primero de recreación, y este otro de necesidad; aquél fructuoso simple, porque aquella tierra había de estar obediente y dar al hombre todo contento; mas esta otra tierra, sujeta a maldición del pecado, muchas veces produce espinas y abrojos que nos den pesadumbre. No hay cosa ociosa en lo criado; todo tiene su tarea dada del autor de la naturaleza; y procura cada cosa dar buena cuenta de lo que le han encomendado con todas sus fuerzas; el ser de ellas es por el hacer; y, si cesase este fin, no habría para qué fuesen. Y así dijo muy bien Séneca que el hombre ocioso, en vida está sepultado: otium sepulcrum hominis vivi: no hay para qué sea, pues no hace nada. Y de allí dijo el Apóstol, que el que no trabaja no coma, porque es sustentar al que no merece ser. Lo que acá llamamos perezoso y ocioso, llaman los griegos en su lengua aergos; que quiere decir sin tener qué hacer, sin tarea; como lo pinta el Espíritu Santo, mano sobre mano. Monstruo es éste, al fin; y así, no es de maravillar que se sigan tantos desórdenes, estando el hombre fuera de su fin, desquiciado de lo que había de ser.

3. Mas vengamos ahora a lo particular que pertenece a la vida religiosa y en la cual los Padres de ella dieron tal orden, que no hubiera hora vaca. En ella todo el tiempo, estaba distribuido desde la mañana a la noche: tiempo de convenirse juntos, tiempo de retirarse aparte; y la oración y meditación no la dejaban, aunque trabajasen con las manos. Tenemos de esto testimonio de San Agustín en la epístola ad Probam, y en el tratado de opere monachorum, y San Basilio. Y Casiano, libro 1.º, refiere de San Antonio, que, estando en la soledad, dándole hastío de verse allí sin nadie, se le apareció un ángel, el cual un rato se hincó de rodillas a oración, otro se sentó y comenzó a hacer una espuerta, y así se fue remudando por algún tiempo, dándole a entender por aquellas mudanzas y trueco de cosas, que, estando siempre ocupado, vencería el tedio que suele haber en las cosas espirituales. Casiano escribe del abad Paulo que estaba apartado siete jornadas de la conversación de los hombres y que hacía espuertas el tiempo que le sobraba de la oración; y al cabo del año, quemaba todo su trabajo, dando a entender que tomaba este trabajo y ocupación, no para sustento de la vida, sino para tener con qué vencer la pereza, con qué huir la instabilidad del corazón que nace de la vida ociosa. A este paso han ido las religiones, como vemos en San Basilio y San Benito y San Bernardo in vita solitaria. Y San Francisco, en el capítulo 5.º de su regla, aconseja a sus frailes que, cuando no tuvieren ocasión de mayor momento, como los que predican o estudian, tengan en qué emplear el tiempo, con condición que los trabajos no ahoguen el espíritu y sean decentes a la vida religiosa. San Buenaventura, de reformatione mentis, nota la diferencia que hay entre los religiosos que se criaban antiguamente con esta tarea y trabajo, a los que se crían ahora con la vida tan descansada; que aquellos eran humildes y rendidos y deseosos de ser gobernados, y con poca costa se sustentaban muchos: los de ahora son insolentes, inquietos, enemigos de todo yugo de disciplina. Y es así, que este aviso de huir del ocio es muy necesario a los religiosos; porque están muy lejos de los trabajos de los seglares, que, aunque ricos, comen su pan muchas veces con sudor y aun con dolor; el religioso vase a mesa puesta; sobre otros carga todo el peso, y tiene muchos que le sirven, que le den la comida y el vestido. San Agustín de opere monachorum nos enseña que es de temer que algunos vengan a la Religión por ser una vida descansada, huyendo del trabajo que debían tener en el siglo por sustentarse. Plega al Señor no veamos esto muchas veces en nuestros tiempos. Asentemos, pues, esto por fundamento, que nos enseña San Basilio: que no venimos a la Religión como a vida descansada, a no tener qué hacer; antes venimos a trabajar, a domar el cuerpo y rendirlo al espíritu en vida de ejercicio (que así se llama la vida de religión): vida de hacer hacienda, como está escrito de aquella alma santa: Et panem otiosa non comedit; trabajó con sus manos de día y de noche, y mereció el pan que comió. El Señor dijo a sus discípulo: Dignus est operarius mercede sua. Operarius, dijo, no el zángano, el que está por bien parecer. ¡Oh!, ¡qué buena consideración aquesta para cuando vamos al refitorio!: ¿sí es más lo comido que lo servido? Principalmente si pedís gullorías y no os contentáis con lo que se os da con santa pobreza. Llama el Señor por San Mateo al perezoso siervo malo; y con razón; porque, si viniste para trabajar y para servir, ¿cómo cumples con tu estado? Veréis algunos en la comunidad que quieren ser servidos, que todo les baile delante; y ellos no quieren meter las manos en el agua, etc.; diferentes bien de aquél que dijo: Non venit filius hominis ministrari, sed ministrare. Diréis que estáis muy ocupado. ¡Ojalá así fuese! Y cuando así fuese, dice San Agustín, de opere nonachorum, que, para que otros no tomen excusa y ejemplo con vos, que no os ven en tanta ocupación, será bien que acudáis algunas veces a algunas cosas de los trabajos comunes; que no os faltará tiempo para ellos, si queréis.

4. Veamos ahora los males que nacen del ocio. San Bernardo, De consideratione ad Eugenium, dice que el ocio es madre de parlería y madrastra de las virtudes. San Pablo ad Timotheum dijo de algunas viudas de su tiempo, que eran como las beatas del nuestro, que eran ociosas y parleras y curiosas; que hablaban mucho y lo que no convenía. Este mismo lugar aplica San Agustín de opere monachorum a los religiosos baldíos, que luego andan en parlerías, en curiosidades y en tratar de cosas impertinentes. Madrastra es el ocio de las virtudes; porque ellas se crían y sustentan con el ejercicio; y, en no obrando, se vuelven mortecinas, se destruyen y caen de suyo, como flacas y sin sustento. Una alma ociosa está aparejada para cualquier tentación y ruin suceso, como se colige de la doctrina de Nuestro Señor, que el demonio vuelve a la casa donde fue echado y, hallándola vacía, entra en ella con más poderío: Et fiunt novissima hominis illius peiora prioribus. San Jerónimo, escribiendo a Eustoquio, le dice: Teneas firmissime quod omnis concupiscentiae et immunditiae et peccati mater est otiositas. No pudo decir más mal; y así, aconsejaba que procurásemos nos hallase el demonio siempre ocupados, que así son las tentaciones menos peligrosas. Sentencia fue determinada de los Padres de Egipto, que refiere Casiano: operantem monachum uno daemone pulsari, otiosum vero innumeris spiritibus devastari. Trae para esto San Buenaventura una comparación: que, como en la bomba va entrando el agua sin sentirse hasta poner la nao en peligro, así es el corazón ocioso; que se va multiplicando en los peligrosos pensamientos malos, hasta traerlo al peligro de perecer; omnium malarum cogitationum sentina est otium mentis. El corazón que no tiene de suyo peso, anda de deseo en deseo y de antojo en antojo, como se escribe: Noluerunt manus eius quidquam operari; tota die concupiscit et desiderat. Y Casiano lee, según los 70, in desideriis est omnis otiosus (Proverbios).

5. Cosa cierta es que no hay dos espíritus más hermanados y vecinos que el vagabundo y el inmundo; el uno da la mano al otro y dispone para que tenga el otro más efecto: Gravis libido vincit quem otiosum invenit, dijo Isidoro, libro de Summo bono. Y por eso conviene que el siervo de Dios nunca esté parado, no se le entre este enemigo si halla la puerta abierta: animam enim vacantem cito praeoccupat voluptas: primero está encarnizado el mal pensamiento y ha hecho presa, que lo echéis de ver. Dejemos otros ejemplos aparte; el de David y Salomón, su hijo, nos bastará. Dejó David de ir a la guerra, cometió este negocio a Joab, quédase él en su palacio. Levántase un día después de dormir a mediodía, paséase sin tener cosa que le aquejase, mira con poco recato y ved ¡cuán caro le costó! Su hijo Salomón, que se vio desocupado de los edificios, comenzó a entregarse al deleite, perdiendo su buen seso, manchando aquel su corazón lleno de sabiduría, con tanta infamia de vicios. Y así dijo bien el otro: Quita el ocio y quitarás la fuerza de la deshonestidad. Y los Padres antiguos, a los que andaban maltratados con esta tentación procuraban ocuparlos con demasía, que no les quedase tiempo de rascar la cabeza. Anda la ociosidad acompañada con acidia y aquella pesadumbre que siempre el hombre en cosas espirituales tiene: madre y hija la llamó San lsidoro. Esta acidia es el «demonio meridiano» que llamaban los Padres, porque a aquella hora de mayor calor suele aquejar más. Y así, dice San Basilio, que en aquel tiempo se debe hacer oración, para que nos libre del demonio meridiano.» De aquí se sigue el sueño, el andar dormilón: Pigredo, dice el Sabio, mittit soporem, et anima dissoluta esuriet: no tiene cosa que le despierte: dormitavit anima mea prae taedio. Así es: en no gustando de cosas espirituales, en no teniendo cosa que nos haga peso en nuestro corazón, luego es el cabecear; el día se hace un año; nunca acaba el sol de trasponerse; el cuarto de examen es más que hora de oración; todos los pensamientos se lleva la campanilla; andáis buscando corrillos y rodeando corredores, hasta que topáis con otro de vuestro humor con quien no sintáis el tiempo; o, cuando mucho, hojeáis libros, como hombre desganado, para pasar el tiempo. Veis aquí cómo andan juntas la pereza y la ociosidad y el entorpecimiento en los santos ejercicios.

6. Enséñanos el Apóstol los males de los ociosos, como lo declaró Casiano, libro 10.

El primero mal es la inquietud: Audivimus quosdam ambulantes inquiete; y había dicho antes rogamus vos ut quieti sitis. No puede estar el ocioso en el aposento, anda de una parte en otra: de aquí es parlar y el traer nuevas; pégase este mal contagioso; que uno que pierde el tiempo, le hace perder a muchos: quién por no saberse descabullir de él, quién por curiosidad, quién porque gusta, quién porque en aquello piensa que hace bien, viendo el ejemplo de otros.

Segundo mal es la curiosidad, curiose agentes; y antes había dicho: ut vestrum negotium agatis: cada uno procure dar buena cuenta de lo que le han encomendado, de lo que está a su cargo, con que ha de satisfacer a Dios y a los hombres; no os metáis a examinar lo que pasa en el mundo y en vidas ajenas, que no sirven sino de tener materia de murmuración y parlería.

Lo tercero, es una fuente el ocio de deseos impertinentes por lo menos, y de muchos dañosos: ut nihil alterius desideretis; quien no está contento con lo que tiene, desea el estado de aquél, y del otro; y cualquiera cosa le parece le estará más a propósito de lo que tiene. Veréis, pues, con cuánta razón dijo el Sabio: quia multa mala docuit otiositas. Cierto es que quien quiere ahorrar de muchos tropiezos en la Religión; quien quiere vivir en paz, no pierde tiempo; estímalo en lo que es razón y procura emplearlo bien. ¿Quién es el que quiebra las Reglas? El ocioso; allí topa con uno, allí con otro. ¿Quién anda en parlerías?, ¿quién sustenta la tela?, ¿quién llena la casa de nuevas?, ¿quién tiene los correspondientes amigos impertinentes?, ¿quiénes son los inquietos?, ¿con quién los dares y tomares?, ¿con quién las competencias?, ¿con quién las amarguras?, ¿quién es el sindicado? El despreciador de tiempo y el ocioso. Echad bien la cuenta, y veréis que, si algún día habéis estado con devoción, ordenada vuestra vida; cuando venís al examen, hallaréis poco de qué echar mano. Mas si habéis andado baldío, mucho tendréis de que dar cuenta; y quizá será lo peor, que, habiendo habido tanto desorden, no lo echéis de ver, como hombre que nunca ha estado en su casa. Gran cosa es no perder tiempo, traer el corazón que muela siempre buena cibera; que, cuando muele en vacío, se hace grande daño: él tiene de suyo poco peso y, con este desvanecimiento, queda sin ninguno. No pienso yo que hay disparates ni aventuras de ésas que leéis por esos libros que alleguen a lo que pasa por el corazón del vagabundo. Los que no saben guardar el tiempo y distribuirlo para lo que han menester y para lo que tienen que hacer les falta: aunque sea poca la ocupación, siempre andan alcanzados; el oficio divino arrastrado y todo hecho de prisa. Veréis, al contrario, hombres ocupadísimos, que, por saber compartir el tiempo y guardarlo, a todo dan recado, y lo que vos gastáis en parlar aquí y allí, con éste y con el otro, ése gastan ellos en hacer lo que deben; y lo que hoy pueden, no lo guardan para mañana: no hay mañana para el diligente: Quodcumque poterit facere manus tua instanter operare.

7. Así se hacen las cosas con sazón: no andáis ahogado. De San Gregorio se escribe, que, siendo enfermo de la gota y con flaqueza del estómago, con todo eso pudo escribir tanto y negociar -que para cada cosa era menester un Gregorio-, por el mucho orden que tenía en todas sus cosas y gastar el tiempo con medida y tasa. Monstruo es el religioso ocioso: no tiene peso en su vocación, no atiende a lo que tiene entre manos, siempre anda pobre y mezquino: qui sectatur otium in egestate erit: el que labra su tierra tendrá pan en abundancia, mas la mano floja siempre andará acompañada con pobreza. De mil maneras el Espíritu Santo, en los Proverbios, nos enseña esta doctrina: el que anda dormilón y las manos cruzadas queriendo y no queriendo, un rato duerme y otro cabecea, vendrále la mezquindad por la posta, que se apodera de él como un hombre armado que no puede echarle de sí; mas, si fueres diligente, vendrá la mies tuya con abundancia y la pobreza se alejará de ti. Ningún negocio se puede hacer sin solicitud: cuánto más éste de tanto momento y tantas dificultades. Reprehendió el padre de familias a los que estaban en la plaza ociosos, y ellos se excusaban con decir: Nemo nos conduxit: aquí estamos a punto con las azadas en las manos, y no ha habido quien eche mano de nosotros. Mas el religioso, sacado de la plaza y puesto en la viña del Señor, alquilado, asalariado, atareado y bien sustentado por él, y, con todo eso, el corazón por el suelo y soplando las manos y parlando y estorbando a los compañeros, ¿qué excusa podrá dar? Grande esterilidad hay en el alma de uno, cuando está de esta manera. Pasé, dice el Sabio, por la viña del perezoso y vila toda cubierta de malezas y ortigas, y la cerca rota por muchas partes. Había de dar fruto de bendición esta viña, por ser de buena tierra; faltóle la labor, y arrojó toda su fuerza en la mala hierba; y, si algún poco de su fruto le ha quedado, como está sin cerca y sin guarda, los que pasan por el camino se lo llevan todo. Todos los vicios y tentaciones se entran por el corazón ocioso, como por viña vendimiada y se entregan de veras.

8. Resta ahora que veamos el remedio, para que esta raíz de vicios no tenga lugar en nuestra casa. El remedio es resistirle, que así se vence; no huyendo, como otros vicios, como lo enseña Casiano y San Jerónimo.- Mas decirme heis ¿cómo se resiste? Haciendo siempre lo que tengo que hacer y no dejarlo por estar de mala gana, que tras de la mala viene la buena. Haced por necesidad lo que otras veces hacéis por gusto. Este concierto tengo hecho conmigo con mucha firmeza: que no dejaré de hacer el deber ni remitiré de mi orden y distribución, aunque me sienta desganado y me vea entumecido. Parece bien que toda la vida sea ordenada, cada tiempo tenga su ocupación, ya cada ocupación se de su tiempo;- mezclaré los ejercicios exteriores con los interiores, para que no cobre tedio de ellos. Tengo de estar persuadido que mi vida es de caridad actuosa; no sabe estar parada, ni para si, ni para otros; siempre busca el bien propio y bien ajeno. Cuando me siento tocar de este humor, que comienza el alma a andar vagueando, entonces debo despertarme a mi con decirme: ¿A qué viniste? ¿qué es lo que tienes que hacer? Ahora es el día en que puedas emplearte, vendrá la noche en que no habrá lugar para eso; el descanso para el cielo se ha de dejar, aquí es tiempo de merecer y ahorrar algún caudal con que parezcamos delante de Nuestro Señor, no nos coja aquel día las manos vacías. No se os pongan dificultades delante, que digamos como el otro: Leo est in via: el buen denuedo todo lo vence. Cuando uno ha perdido la gana de comer del todo, buscámosle salsillas con que despierte el apetito y pueda comer lo que hace provecho; así nos hemos de gobernar nosotros: leo, oro, revuelvo en mi corazón alguna cosa que suele avivarme, persevero aunque sea a secas en mis ejercicios, que el Señor es piadoso, siempre consuela y ayuda a los semejantes.




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Plática 53

Sobre la regla 45: De huir los negocios seglares


1. Toda la doctrina que se nos ha propuesto en este Sumario, es de la perfección y medios para alcanzarla, como se ve por los títulos en que están distribuidas estas Reglas, hasta el remate, que fue de la caridad. En este título postrero, que es de otio vitando et fugiendis negotiis saecularibus, se nos enseña a quitar los impedimentos, que nos pueden estorbar a alcanzar la perfección.

El uno es no hacer nada, del cual hablamos en la Regla pasada; el otro es ocuparnos en cosas ajenas de nuestra vocación, del cual hablaremos en la Regla presente; que tanto impedimento es uno como otro. Claro está que, tanto monta para no llegar al fin que pretendemos, estarse el hombre quedo sin caminar, o echar por camino diferente, que cuanto más vamos, nos vamos desviando de nuestro paradero.

2. Están hermanadas estas dos Reglas; porque parece y es así, que el que se embaraza en negocios seglares, no tiene que hacer en cosas de su vocación; y, como hombre que está mano sobre mano en lo que le importa, busca entretenerse en ocupaciones que no le importan. Y así vemos que nunca a los muy ocupados en negocios seglares les luce el trato espiritual. Esta Regla 45 es tomada del capítulo 3.º de la 6.ª parte a. 7.º, en el cual enseña nuestro Padre Ignacio qué cosas sean propias de la vocación de la Compañía y en que se debe ejercitar; y cuáles son ajenas de su Instituto, las cuales debe huir y apartar de sí, porque se hallará por lo menos embarazado para atender a las propias. Dice, pues, la Regla de esta manera: Ut plenius possit Societas. En la declaración de este lugar, letra D, encomienda mucho, principalmente, que se guarde esto cuanto se pudiere; y en caso de necesidad, o de cosa de mayor momento para servicio del Señor, por tiempo queda facultad de dispensar al Superior, y éste ha de ser el General o a quien él lo cometiere. Harto limitado está, y harto encarecido; y con haber dicho en esta Regla en universal, que no se traten negocios seglares, y que, después de haber puesto el ejemplo de testamentarios o procuradores, añade aut id genus officia; con todo eso no se contenta nuestro Padre con lo dicho; antes en el capítulo 6.º de la 7.ª parte, a. 4.º, hablando de la ocupación que ha de tener el General, torna a repetir esta regla, y la confirma y la extiende, diciendo, que los de la Compañía universalmente, no deben de embarazarse -implicari, dijo, que es el vocablo que usó el Apóstol en esta materia-, en negocios seglares: licet alioquin pia essent ea. He aquí como entendió la Regla y declaró su ánimo, y que el General no debe encargarse de ocupaciones que no tocan al Instituto de la Compañía, aunque sean pías; aunque, siendo de mucha importancia, o pidiéndolo personas de tal calidad que no se les pueda negar sin gran inconveniente, se deja facultad de tomar el asunto de ellas. De esta doctrina se sacó la Regla 42 de las Comunes, donde se dice que multo magis aversari convenit negotia saecularia, ut quae aliena sunt ab Instituto et vehementer avocant animun a rebus spiritualibus; bien claro se pone el intento de la Compañía y lo que debemos guardar los de ella.

3. En este Sumario se tuvo respeto de no mudar las palabras que nos dejó nuestro Padre Ignacio; y, si alguna cosa parecía conveniente añadir, eso se hizo en las Reglas Comunes, como de ello hay algunos ejemplos. Esta doctrina es de grande importancia para los religiosos que andan envueltos entre los hombres, para ayudarlos: y en los estatutos de la Iglesia y decretos hallamos que se prohíbe a los eclesiásticos tratar de estas ocupaciones seglares más que a los religiosos, porque entonces estaban tan retirados en los campos y soledades los religiosos, que no había para qué darles este aviso. Verdad es que el Papa Bonifacio en un decreto suyo, donde trata si los monjes de San Benito pueden ejercitar ministerios de sacerdocio, dice que San Benito no les impidió aquesto; solamente les impidió en todas maneras no tratasen negocios seglares, lo cual añade el Papa es muy conforme a los cánones de los Santos Padres. Y no sólo los religiosos, mas los eclesiásticos que viven regularmente no han de tratar de aqueso, porque escrito está: Nemo militans Deo implicat se negotiis saecularibus. Es, pues, este aviso muy necesario a los que andan mezclados entre los hombres, porque es defender no se les peguen sus pretensiones, sus honras; y que, ya con color de piedad, ya con respeto del parentesco, de la amistad y que es bienhechor, y nos dejará de hacer limosna, todo con pretexto de caridad, nos hallaremos fuera del camino que tomamos para alcanzar lo que es de nuestra vocación; y nos hallaremos hechos averiguadores de embargos ajenos, mayordomos de nuestros penitentes. Y es maravilla la batería que nos dan los seglares con esta ocupación. Porque les parece que no tenemos otro que hacer; no son capaces de comprender la importancia de nuestra empresa; y también, por el estado que tenemos, juzgan que tenemos más mano, más entradas y más salidas con unos y con otros; y también me persuado, que el demonio, envidioso de todo nuestro bien, cuando no nos puede quitar delante lo que hacemos nos busca embarazos en que nos divirtamos. Y así veréis que el casamiento, el pleito, el debate, la necesidad, todo carga sobre el pobre religioso, todo se lo pintan como cosa de mucho servicio de Nuestro Señor y aun obligación.

4. La doctrina de esta Regla está tomada de la Escritura y de los Santos, donde hallamos que la gente dedicada al culto divino, como es la eclesiástica y la religiosa, no deben atender sino a lo que es propio de su estado, ni volver la cabeza atrás a lo que dejaron, desdorando su dignidad por mezclarse con obras bajas, hechos seglares en las ocupaciones y en la voluntad; y habiéndolos Dios sacado de la muchedumbre, se vuelven a hacer comunes, profanándose con negocios del mundo; y así, se envilecen sus personas, y se deshace la estima de la dignidad sacerdotal, como lo dice San Gregorio escribiendo a Romano, defensor suyo, hablando de Basilio, Obispo, que andaba de audiencia en audiencia con procesos de causas civiles: vilem reddit personam suam et annihilat reverentiam sacerdotalem; y habiéndolos Nuestro Señor con su elección desembarazado del mundo, para que sólo atendiesen a las cosas espirituales de su servicio, ellos se tornan a embarazar con la solicitud de esos negocios; que es lo que dijo el Apóstol: (2. Thimot. 2.º): implicat se; él de su voluntad se entrega, se inhabilita para lo demás. Nemo potest servire Deo et mammonae: no son señores compatibles éstos; y los negocios seculares al interese miran y ahí se rematan. Y sí son de los píos, dan al fin, cuidado, llevan tiempo, llevan el corazón; lo uno y lo otro habemos menester para dar buen recaudo a la empresa que tenemos entre manos. Envíame Dios a una parte, y yo me voy a otra; no tengo con qué excusarme con mi dueño, que es gran señor, y tiene a cada cosa y a cada ocupación quien acuda con orden, que ésta es la disposición de la Divina Providencia: todas las cosas de Dios son ordenadas, no hay confusión en esta su gran casa. Hay diferentes grados y puestos; a cada uno dio su empleo; y, aunque todo se ordena a un fin último, los próximos e inmediatos son diferentes; no hay usurpar uno el oficio de otro, no hay mezcla ni confusión. Vemos que hay cuerpo y alma, fin sobrenatural y divino; hay cosas transitorias y cosas eternas; hay vida presente y vida que esperamos. A todo proveyó la Divina Sabiduría con ejercicios y medios proporcionados: cada cual a su fin. De manera que hay quien atienda a lo del cuerpo y a lo del alma; quién, al fin político, que es ut tranquillam vitam habeamus (1 ad Timoth. 2.º), que no haya injusticias, que haya sustento para esta vida corporal; proveyó también quien cuidase de lo espiritual, de lo que nos encamina para el cielo.

5. Dos siglos hallamos en la Sagrada Escritura, presente y por venir; y así, llama Isaías a Jesucristo, Padre del siglo venidero, y decimos en el Símbolo vitam venturi saeculi. Por otra parte, el Señor dijo: los hijos de este siglo; y San Pablo, de Demas, su compañero, que había dejado su compañía, diligens hoc saeculum. Mas, cuando llama la Sagrada Escritura siglo o secular, siempre se toma por lo que tiene por fin lo de esta vida, lo transitorio y corporal. Así dijo a los de Corinto San Pablo: saecularia negotia si habueritis, contemptibiles qui sunt in Ecclesia constituite ad judicandum. No os empachéis en el negocio de la viña y de la haza; para eso los hombres legos, que son los más bajos de la Iglesia, darán recaudo. Y ad Timoth. 2. 2.º: Nemo militans Deo implicat se negotiis saecularibus, que son los de esta vida. Estos negocios son en tres maneras: en que entra el desorden de la codicia y de la honra que son los mandones del mundo; y éstos a todos son prohibidos por esta causa. Otros son, que se pueden hacer bien, como es administrar justicia en cosas civiles y ser abogado o tutor; lo cual por derecho está prohibido a personas religiosas y eclesiásticas, porque desdice de su hábito y profesión. Otros son píos, como son la defensión y amparo de personas miserables, de huérfanos, cuya defensa está cometida a la Iglesia, como se ve en la distinción 88, y Santo Tomás lo cita, donde está por medio la piedad (2-2 q. 187, a. 2). He aquí la diferencia que hay de negocios seglares. Ahora bien, clara está la ventaja que hacen las cosas eternas a las temporales, las divinas a las humanas, las de otra vida a las de ésta: son como de otro género y orden superior, que no hay comparación de unas a otras; que las temporales son y deben ser por las sobrenaturales y divinas; y así, tienen los medios y los ejercicios más levantados, de los que Dios elige para tratar de esto, y se lo encarga. Quiso que tuviesen mayor dignidad, mayor puesto y más privilegiado en su Iglesia, y que no atendiesen a otra cosa alguna; que la importancia y cualidad de este negocio lo pedía así: y ¡Dios y ayuda! Cuando envió el Señor a sus discípulos en aquella misión que cuenta San Lucas, a dar principio a la predicación del Evangelio por sus discípulos, dales instrucción; y los primeros capítulos son, que no traten de otra cosa, sino de aquello a lo que les envía: ni cuiden de la comida, ni del vestido, ni del zapato: Nolite portare saeculum, neque peram, et neminem per vian salutaveritis; que es tomado de lo que dijo Eliseo a Giezi, cuando lo envió a resucitar al hijo de su huéspeda; que es encarecernos cuánto hemos de estar puestos en lo que se nos manda; que aun para decir un «Dios os guarde» de camino y de paso, no nos hemos de detener. Y quien esto prohíbe ¿cómo no prohibirá otras cosas que son de suyo tan embarazosas y tan ajenas del trato espiritual?

6. Dionos el Señor ejemplo en esto, como lo cuenta San Lucas: que vino uno a pedirle que se pusiese de por medio entre unos hermanos recién heredados, que departían sobre la partición, para concertarlos y dar a cada uno contento, y respondió el Señor: Homo, quis me constituit iudicem aut divisorem inter vos? Hombre le llama, como aquél que paraba en sólo lo de acá, y no levantaba el pensamiento del suelo: no me enviaron a mí a averiguar y componer esas diferencias; otro negocio de mayor cuantía traigo yo entre manos, en el cual me ocupo. Los apóstoles, como cuenta de ellos San Lucas, como verdaderos discípulos de su Maestro, cuando vieron que crecía la muchedumbre de los fieles y que ellos se ocupaban con darles de comer, dicen a todos: Non est aequum derelinquere nos verbum Dei et ministrare mensis. Buena obra es y santa, el repartir la comida a pobres tan calificados y que habían dejado su hacienda por amor de Dios; mas esto impide nuestra tarea y la empresa que nos han encomendado, que es el trato de las almas; y no es justo dejar lo uno por lo otro. Elíjanse hombres de abono, que tales son menester para tratar cosas de hacienda, que se ocupen en esto: nos autem orationi et verbi ministerio instantes erimus. Ésta es la suma de la vida apostólica y de los que la quieren imitar: vacar a Dios, tratar de la salud de las almas, negociar con Dios en la oración el aprovechamiento nuestro y de los prójimos, fuerza a la palabra, el fruto de nuestras ocupaciones, y dar todo el tiempo a los ejercicios y medios, que para alcanzar este fin nos ha Dios enseñado.

Refiere San Clemente en la primera epístola que escribió ad Jacobum, fratrem Domini, que es tan celebrada en toda la antigüedad, el razonamiento que le hizo San Pedro, cuando le ordenó por sucesor; y luego, al principio, le propone esta doctrina: A ti te conviene, Clemente, vivir sin reprehensión, y tener gran cuidado de apartar de ti todos los negocios de este mundo: ni ser fiador, ni abogado, ni tener otros cuidados semejantes; porque te hago saber que no te ordena hoy Cristo Nuestro Señor por juez de causas civiles y averiguador de semejantes negocios; no quiere que, ahogado con tales cuidados, non possis verbo Dei vacare; los laicos y los que viven en el siglo se ocuparán en eso: te nemo occupet a viis tuis, porque salus hominibus datur tibi; impietatis crimen est, neglecto verbi divini studio, curas suscipere saeculares. Y porque el pueblo no entiende aquesto, conviene que los diáconos les enseñen lo que deben hacer; porque te hago saber, que no podrás en ninguna manera embarazarte con esas ocupaciones y cumplir con tu oficio, que es enseñar a cada uno el camino de su salvación. Hasta aquí son palabras de San Pedro, doctrina apostólica y que, los que seguimos este Instituto, es bien la tengamos delante de los ojos. Infieles seremos a Dios y a la gracia de nuestra vocación, si dejáremos de atender a la salud de las almas por ocupaciones seglares, que tan lejos se apartan de este nuestro ministerio.

7. Otro testimonio tenemos de San Cipriano, que no hace menos al caso para la confirmación de lo que esta Regla nos enseña. Dice, pues, este glorioso mártir en la epístola 9 del libro 1.º, escribiendo a su feligresía: Ya os acordáis cómo se ha determinado en un Concilio de Obispos, que ningún seglar pueda nombrar por tutor en su testamento a alguna persona eclesiástica o del Clero; porque los tales están dedicados al culto divino del altar, de la oración; por lo cual no han de ser impedidos con molestias y negocios seglares, de este su ejercicio, porque deben estar de día y de noche atendiendo a las cosas espirituales y celestiales. Y se ordenó juntamente, que, si alguno otra cosa dispusiese en su testamento, no se dijese por él Misa, ni se dijese pública oración; porque el que quiso apartar al sacerdote del altar y de la Iglesia, no es razón que le valga ni la Iglesia ni el altar. Y porque hemos sabido, que Víctor Furnense nombró en su testamento por tutor de sus hijos a Gérmino Flaustino, sacerdote nuestro, contra el derecho dicho, queremos que no se diga Misa por él, ni se haga por él oración pública: neque enim apud altare Dei meretur nominari in sacerdotis prece, qui ab altare Deo sacerdotes et ministros voluit avocare.

8. ¡Qué tiempos aquellos y qué tiempos éstos!, ¡qué estima del sacerdote y qué baja la de ahora! ¿Quién hay que se acuerde, que el oficio del sacerdote y del religioso es ocuparse de día y de noche en las cosas espirituales y celestiales? La razón de estos decretos es aquélla del Apóstol: Nemo militans Deo, implicat se negotiis saecularibus (ad Timoth. 2.º). Es verdad que San Basilio lee, como los demás griegos, Nemo militans implicat se, que es un argumento, con que el Apóstol ejercita a su discípulo a cuidar de su oficio, como el soldado cuida solamente la guerra, olvidado aun de lo que pertenece al cuidado del sustento de esta vida. Miles, dice Basilio, obliviscitur quid in terris refectionis habere possit: el soldado no edifica casa para su morada, no compra viña ni huerto, no es mercader ni tratante, alójase donde puede, duerme en el campo, come lo que halla, padece mucho trabajo, frío, calor, peligro por la honra, por la ventaja que ha de haber de buen soldado, ut placeat ei, qui se probavit; sólo por contentar a su general, a su emperador que le puso debajo de su bandera. Éste es el discurso de San Basilio, que sale a la misma cuenta de lo que tratamos. Mas los Concilios latinos y Doctores leen: Nemo militans Deo, como tenemos en la Vulgata. Y negocios seglares llaman todos los que no son eclesiásticos; y quiérennos decir, que ninguno de los escogidos por Dios para pelear sus guerras, praelia Domini con armas no carnales sino espirituales, poderosas por la virtud de Dios, no sólo contra la sangre y la carne, mas contra los pertrechos y munición de las potestades de estas tinieblas, se embaraza en otras ocupaciones. Si algo toma, es como de paso, como quien tiene otro que le duela, donde tiene puesto su corazón, ut placeat ei;, aquí va todo, a contentar a Dios. a cuyo servicio totalmente se ha consagrado y dedicado.

9. Confirmemos esto con la experiencia cotidiana, que es la que asienta las doctrinas, de cal y canto. ¿Habéis visto cuán mal os sucede cuando tenéis cuenta en lo temporal y no ponéis por mira la mayor gloria del Señor?, ¿cómo en eso mismo que pretendéis sois castigado? ¿Habéis visto cuán mal sucede siempre que el religioso toma a su cargo lo que no es de su oficio? Dícele Dios: no fiaste de Mí; no hiciste cuenta de lo que yo te encomendé; principalmente fuiste a lo que yo no te envié, a lo que no me pasó por pensamiento hacer de ti; extendistis manus vestras ad deos alienos: nonne Deus requiret ista? Vais no como instrumento de Dios, mas como instrumento de vuestra desordenada y propia voluntad: ¿cómo pensáis que habrá buen suceso, pues os falta la moción del Señor, mediante la gracia de la vocación? Y al contrario: cuán confiado puede ir el religioso, cuando va a cosas propias de su Instituto, con aquella palabra: Ecce ego initto vos. No me espanta la dificultad del negocio ni mi insuficiencia: Ego mitto vos. Con esto se me allana lo uno, y veo que se suplen mis faltas, no temo del suceso, que es ésta hacienda de Dios; y a Él pertenece el suceso, a mí el trabajo, la industria, el poner de mi casa lo que tuviere, de buena gana. Seguro puedo ir, que Dios sabrá sacar la mayor gloria suya y, por lo menos, justificará más su causa.

Trató Santo Tomás (q. 187, a 2) de esta materia, al fin de su 2-2, y dice que, con cuatro condiciones puede el religioso tratar algunos negocios seglares: la primera, que sea no teniendo ojo a cosa de codicia e interés temporal, ni por sí ni por otro; y la razón es manifiesta, porque el religioso no es medio para eso. La segunda es, que el motivo de este trato sea la caridad, a la cual debe mirar siempre el religioso como a su fin. La tercera que, para andar con más cierta dirección, sea con licencia del Superior, y notó aquellas palabras nemo se implicat, porque el que es mandado implicatur, sed non se implicat. La cuarta, que haya debida moderación mirando la decencia de lo que pide su estado, porque muchos negocios hay que desdicen totalmente de él; y que sea cosa de paso, poca, enderezando, aconsejando, que no pase de la medida y de la tasa que pide la misma caridad. Y lo mismo aconseja San Buenaventura in Speculo.

10. Ahora me preguntaréis, que cuál será el remedio común para aquesto. Digo que es guardar la Regla 45 del Sumario que hemos dicho: que no mostréis vos gana al negocio que os pide el amigo, aunque sea pío, por que no quede la puerta abierta a lo que no sea tal. No echéis toda la carga al Superior, que le obliguéis a romper, o a conceder lo que el otro pide. No traigáis las cosas a término y necesidad, que haga el Superior lo que no quisiera y lo que no debe hacer. Si él es vuestro amigo, desviadle de esa su pretensión por buenas; dadle a entender que no es esa vuestra vocación ni vuestra mercaduría: non est aequum nos derelinquere verbum Dei: almas busco, no cuerpos; fin del cielo, no de la tierra: non quaerimus vestra, sed Jesum Christum. Para la confesión, para la dirección de vuestra alma me hallaréis con toda prontitud, que ese es mi trato y mi codicia; no faltarán otros, que ayuden en ese particular. Mas hay algunos que no quieren dejar a nadie disgustado; que quieren más cargar sobre la Compañía y los Superiores, que sobre sí, cualquiera de estos sinsabores. ¡Qué de tiempo tendremos para nosotros, si ahorráremos de estos embarazos y negocios seculares! ¡Qué de gente se desengañaría y trataría puramente lo que conviene a sus almas, y no veríamos lo que ahora, que tratan sus almas algunos por obligarnos a su negocio, que le miremos como de hijo espiritual, y que nos obligamos a llevar a cuestas todo el peso de sus duelos.Ved qué abuso tan grande: ¡ordenar lo espiritual a lo temporal! Cómo serían nuestros ministerios, así de parte nuestra como de parte de los que a ellos vienen, con más fruto, con más ayuda de Nuestro Señor, puros, sin mezcla de interés temporal; que esta mezcla, como hace daño al que ejercita el ministerio, así le hace al que le recibe. Mucho importa que tengamos esta persuasión asentada en el corazón, y que no hemos de servir de este oficio, ni estamos para eso asalariados; somos muertos al mundo, rompidos con todos sus lazos e impedimentos; y como tales nos hemos de tratar y honrarnos; y al contrario, avergonzamos cuando nos miran con otros ojos. Y al fin, que sepan los Superiores que esto ha de ser por dispensación; que quiere decir, no cosa ordinaria, Y con mucha justificación.

Sit nomen Domini benedictum in saecula.




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Plática 54

De curanda corporis valetudine


Última sobre las Reglas del Sumario


1. Con esta plática daremos fin y conclusión a la declaración de las Reglas del Sumario. Dos títulos quedan por declarar: el primero es de la guarda de las constituciones y reglas, de lo cual se trató al principio, con unas pláticas que fueron como proemio e introducción de todo lo demás. El otro título es de cómo se ha de tener cuidado de la salud, del cual hablaremos ahora, que contiene desde la regla 46 hasta la 50: materia bien copiosa y que tiene muchos cabos de que se podrá tratar, pero de todos ellos se ha tratado, parte en la regla 4.ª, de la vida común que la Compañía abraza en lo exterior, y del uso de la penitencia en ella; parte, en la materia de la castidad, con la regla 30, y en lo que los otros días dijimos de huir del ocio. Ahora propondremos aquí la doctrina que aquí nos dejó nuestro Padre Ignacio, que es tan escogida como suele y de mucho momento, por ser el trato del cuerpo tan ordinaria cosa, que nos acompaña siempre, y sin él no sabemos hacer cosa, y él por sí nos lleva buena parte del tiempo. Trátase aquí, al fin de este Sumario, del gobierno del cuerpo; y en orden de la ejecución, había de ser lo primero, según aquello del Apóstol «Prius quod animale, secundum quod spirituale» (1 Cor. XV 46), mas por razón de la excelencia espiritual, se ha puesto en primero lugar aqueso. Y, en la verdad, toda la reformación del cuerpo depende de la del alma; y nunca el cuerpo tendrá corrección de sus siniestros, si el alma no la alcanza primero. Ese mismo orden siguió nuestro Padre en la primera parte, donde vemos que, en el primer capítulo, trata muy copiosamente de la institución espiritual y reformación del hombre interior; en el segundo, trata la materia de este título.

2. El hombre no es sola el alma, ni sólo el cuerpo; ni tampoco es el alma la que usa del cuerpo como de una vestidura que tiene par de sí, como a algunos pareció, según la doctrina de Platón; mas es lo uno y lo otro, un compuesto de alma y cuerpo; de dos cosas tan diferentes, la una muy baja y la otra muy alta: una del cielo, otra de la tierra; una muy noble, otra muy villana. Mas en la una y en la otra es Dios maravilloso y maravillosísimo en la junta de las dos. Crió a Adán y tomó un cuerpo de barro de materia bermeja de donde tomó el nombre de Adán (Gen. I; 1 Cor. XV) e hizo el cuerpo, obra de una arquitectura y traza maravillosa, donde mostró el Señor su bondad y sabiduría, que convidó a muchos filósofos a reconocer el poder de Dios y su gran sabiduría. Y David dijo: «Mirabilis facta est scientia tua ex me; confortata est, et non potero ad eam»: de sólo lo que veo en mí, conozco vuestra sabiduría, y se me va por alto; que es más de lo que yo puedo alcanzar. En sólo el artificio que tiene el ojo de un hombre hay mucho que desenvolver, y no sabemos quién haya comprendido todo lo que allí está encerrado. Tierra, pues, es el hombre (Gen. III) y en tierra se ha de volver, y se manda que labre y trate la tierra de la cual fue formado; mas, para criar el alma, se dice que sopló Dios en el rostro de Adán, «et factus est Adam in animam viventem»: donde se nos da a entender la alteza del origen del alma, que es inmortal y de casta real: sale del rostro de Dios, porque trae consigo impresa su imagen. Esta obra fue el fin de las obras de Dios, cifra de las demás, donde se halla cielo y tierra, inmortal y caduco, espíritu y carne; y el hombre es el mundo pequeño que con todo lo criado tiene semejanza y parentesco. Llamóle Próculo «horizo aeternitatis»: el confín de lo eterno y de lo temporal. Y como son diferentes estas dos cosas, tienen diferentes las propiedades y condiciones: cada una sabe a su origen, el alma al cielo, el cuerpo a la tierra; el alma a lo de arriba, «sed corpus quod corrumpitur aggravat animam.»; Con gran propiedad declaró el oficio del cuerpo, que es apesgar y hacer abatir a las cosas de acá: «et deprimit terrena inhabitatio sensum multa cogitantem»: se abalanza a cosas inferiores el apetito del cuerpo: a lo que le ha de dar gusto, a lo que alcanza el sentido, a aquello con quien tiene semejanza, que de tierra es y a lo de tierra se abate.

3. Y como nos faltó el freno de la justicia original, que hacía estar el cuerpo a raya, que no entrase por lo vedado, estando en sujeción al espíritu y en obediencia, así como el espíritu está sujeto a Dios; de ahí viene esa guerra sangrienta, en la cual no hay tregua, entre la carne y el espíritu, que llamó Casiano «inviscerata corpori nostro»; porque está entrañada con nosotros por todos lados donde nunca se nos cae. Ésta es la que dijo el Apóstol San Pablo: «Caro concupiscit adversus spiritum, et spiritus adversus carnem»: quiere la carne holgarse, regalarse, no trabajar; no mira si dice con la razón o con el espíritu, sólo mira a su antojo y a su gusto. Llamó carne el Apóstol a esto que es la corrupción de este hombre bajo y sus siniestros; los deseos en la tierra de lo que en ella halaga a los sentidos. De estos deseos nacen aquellas obras que él luego cuenta, que son pecados sensuales: avaricia, enemistad, porfías, riñas, iras, comidas y bebidas demasiadas. De esta guerra vienen aquellas quejas que el Apóstol dice: «Infelix ego homo, quis me liberabit de corpore mortis huius?»; y otras semejantes que hallamos en él y en los siervos de Dios que conocían en sí este peso, este tizón que siempre está humeando, esta fuente de donde salen a borbollones los deseos aviesos que experimentamos cada día. Algunos quisieron decir que juntar Dios al alma con el cuerpo, fue meterla como en una cárcel, que fue error de Orígenes,` tomado de Platón, que llamó al cuerpo cárcel. Cierto es que el cuerpo es compañero del alma, que, después del pecado, le sirve como de probación y ejercicio, de donde tiene ocasión de ejercitar la virtud y ganar grande bien. Sírvenos como ayo, dice Casiano; que si el espíritu anda flojo y olvidadizo, luego le da el cuerpo un recuerdo y le castiga y despierta con sus ruines siniestros; y luego en él se muestra si el espíritu anda con veras o no. Sirve también de nuestra humillación, que vemos pone Dios los tesoros en vasos de barro tan quebradizos y flacos, para que sea la gloria, de Dios, y Él sea reconocido por autor de todo bien. Hanos valido mucho este compañero, tal cual; pues por su causa ha sido reparable la caída del hombre, porque «Deus cognoscit figmentum nostrum». No alcanzó esto el ángel, que cayó de una vez sin poderse reparar.

Al fin, el cuerpo es la oficina e instrumento del alma, que en él y por él obra; y así experimentamos cuánto dependemos del temple de ese instrumento en cuanto queremos hacer. Queréis ir a oración, y la cabeza, si está desvanecida y os duele, no da lugar; queréis alegraros con vuestros hermanos, y una melancolía que os ha cargado, no os deja; queréis ir a trabajar, y la mala gana de vuestro cuerpo os hace que os pese cada brazo un quintal: pronto el espíritu, y la carne flaca. Es tan grande esta dependencia, que el otro médico compuso un libro. «Quod mores animi sequuntur temperamentum corporis». Mas no supo lo que se dijo, porque la razón e industria humana basta a corregir algunos siniestros de la complexión natural: cuánto más la gracia y espíritu de Dios Nuestro Señor. Y se ve que cuanto más es un hombre espiritual, tanto menos depende del cuerpo; que el espíritu de Dios hace división, allá en lo interior, de lo uno y de lo otro, y la abundancia de la gracia suple las faltas de este instrumento, y saca fuerzas de flaqueza, y hace al alma superior a todos sus achaques.

Todo, pues, nuestro cuidado va a parar aquí: que el cuerpo esté templado y hecho un instrumento acomodado para servir al espíritu en lo que quisiere servirse de él.

4. Tiene este cuerpo dos estados, salud y enfermedad; y de entrambos habla nuestro Padre.

Es, pues, la doctrina general, que, en el gobierno del cuerpo, hay dos extremos: uno es la demasiada solicitud de lo que le toca al cuerpo; el otro es el olvido de acudirle con lo necesario para sustento y reparo de sus fuerzas; y así queda el medio loable, que es el cuidado competente que todos deben tener.

Reprende Cristo Nuestro Señor la solicitud, cuando dice: Nolite solliciti esse quid manducetis, neque corpori vestro quid induamini. Haec enim omnia gentes inquirunt, que San Basilio notó mucho. Este cuidado es de los que no esperan la otra vida; que no tienen otro contento sino el de este mundo; que viven en él sin Dios, ajenados de la vida del otro siglo. En la última regla de las largas dice San Basilio: «Tollenda est anxia solicitudo, ne implicitam vitam in corporis curatione ducamus, quod a christianis repudiandum est». Son éstos, discípulos de Epicuro, y no de Cristo y de su Evangelio; son en la comunidad molestos; dan mucho que hacer, son costosos, y de ordinario no tanto provechosos; son aquéllos de quien dice San Pablo, «qui ventri serviunt»: esclavos de la gula, «quorum deus venter est», «qui terrena sapiunt». Aquí paran todos sus cuidados: su gusto. Y así, si esto les falta, viven descontentos.- Pues, Padre, si algo me hace daño a la salud, ¿no queréis que lo proponga? -Hermano, sí, que la regla 46 lo ordena, que lo propongáis a vuestro Superior, hecha primero oración y con indiferencia. Y así nos lo enseña San Basilio, que toméis lo que os dieren: «Dividebant unicuique ut opus erat». «Habéis fiado el alma, fiad el cuerpo, a quien Dios cometió el cuidado que mire por vuestras necesidades, primero por las del alma y luego por las del cuerpo, para en todo proveer según la voluntad de Dios. Al parecer de ése te has de remitir; que ese tu cuerpo ya no es tuyo, sino de la Religión, a cuyo servicio te has consagrado».

¿Qué será de aquél que murmura por lo que le dan? Responde el mismo Santo, que le cabrá parte de aquella pena de los que murmuraron por la comida, «et perierunt ab exterminatore». Y si alguno se embotijare y hace del enojado, y no quiere comer porque no le dan lo que ha pedido y desea, ése merece, dice, que no le den lo que pidiere. Fea cosa y indigna del discípulo de la cruz de Cristo, del que ha dedicado su corazón al cielo, ocuparse en cosas tan bajas como ésa; que por la golosina de una escudilla de lentejas bien guisada, como Esaú, pierde el mayorazgo. Nuestro mayorazgo es tratar de los bienes eternos, y dejamos eso por el cuidado de lo que ha menester el cuerpo: abuso grande de quien lo dejó todo y se dejó a disposición del Superior, en cosa como ésta querer ser suyo y tomar tan a pecho esta bajeza; y principalmente en comunidad: y pocas veces se hace esto sin mucha desedificación.

5. El otro extremo es olvido de este cuidado del cuerpo. Llámase con razón extremo, porque no soy yo dueño de mi vida ni de mi salud; Dios es el dueño de la vida y de la muerte. Tengo yo necesidad de las fuerzas corporales para ocuparme en lo que me han mandado. Si el Señor me las quitara, lleváralo yo en paciencia, que suyas son, mas yo no puedo ser liberal de hacienda ajena.

Pregunta San Basilio, regla 128, qué se le dirá al que ayunó de manera que le vinieron a faltar las fuerzas para cumplir con lo demás a que tiene obligación. Responde que el tal entienda primeramente que «non in abstinentia ciborum continentia est, sed in eo si quis voluntates suas a se penitus abdicet»: que es la doctrina que constantemente enseña la Compañía. Y hay muchos que tratan mal su cuerpo y con aspereza, y con poco fruto, como se colige de lo que el Apóstol dice, «non ad parcendum corpori». La razón es, porque en esto hállase la propia voluntad, y se les puede decir lo del Profeta Isaías: «In medio ieiunii vestri invenitur voluntas vestra». Y añade Basilio una doctrina maravillosa para nosotros, que «in quacumque re, voluntatis suae arbitrio stare periculosum est»; y al que quiere ayunar y hacer más que otros en esto de ayunar y destrucción corporal, les aconseja otras cosas que a todo hombre le son de mucha importancia. La primera, que se guarde de su propia voluntad en caso semejante: «quidquid enim ex propriae voluntatis arbitrio fit, alienum est a cultu Dei; id enim facientis proprium est»: no se pone esto a cuenta de Dios, sino a cuenta de vos, que lo hacéis por vuestro antojo. Enseñanza es ésta muy conforme a lo que la Compañía enseña en la materia de obediencia.

Lo segundo es que se guarde de el espíritu de soberbia. De donde nace la singularidad y querer parecer más que los otros: «sibi enim placere et inani gloria delectari non corum qui legitime certant».

Lo tercero: bueno y verdadero que acuda al Superior y dé cuenta de todo, «et quod ille statuerit observet. «Saepe enim alio potius modo necessitati illius consulere oportebit». Pensáis vos que esa tentación se ha de vencer con la disciplina y el ayuno, y habéis menester más la humillación y menosprecio vuestro; que quizá vuestro engreimiento os trae tan acosado, y habéis menester que el médico que Dios os ha dado os descubra la causa de vuestra enfermedad.

6. Veis aquí lo que la regla 48 nos enseña y lo que, desde el capítulo primero del Examen, platica perpetuamente la Compañía: que, en el remedio de nuestras necesidades, fiemos del parecer de otro y no del nuestro; y que el castigo del cuerpo no sea con demasía, mas que se mida con las fuerzas corporales de cada uno y su necesidad. Enséñanos esto San Basilio en aquella su constitución 5.ª de las monásticas, diciendo que «ea est praestantissima continentia, quam vires corporis cuiusque definiunt». Mirad, dice este santo doctor: hay algunas virtudes que en todo estado del cuerpo convienen; sea flaco, sea robusto, sea sano, sea enfermo; porque el cuerpo, en el ejercicio de estas virtudes, no sirve más que de un teatro donde ellas se representan. Así es la humildad, la mansedumbre, la sinceridad, la paciencia, la caridad de unos con otros, y otras semejantes. Mas hay otras virtudes que se ejercitan con las fuerzas corporales, como el ayuno y lo demás que toca al castigo del cuerpo. Y así no conviene a todos una misma medida de ellas y se debe regular el ejercicio de eso con lo que cada uno puede llevar y lo que ha menester. Ayunar de manera que, no podáis hacer nada y otros os sirvan, no es acertado. No crió Dios el hombre para vida de esa manera sin provecho; no siempre el hombre ha de estar colgado del cielo, que ha menester compartir las cosas para no dar con todo en el suelo, como se dice en la regla 47, y lo tratamos a la larga. Prueba esto San Basilio con el ejemplo de la vida de Cristo Nuestro Señor, y de sus discípulos y aun de Elías y de San Juan Bautista, que tan retiradamente vivieron. Porque, tras el retraimiento se seguía el trabajar y ocuparse en ayuda de otros: et auxiliari opere corporis, virtutes suas illustriores reddiderunt, andando ocupados en cumplir la voluntad de Dios Nuestro Señor.

7. Hemos, pues, de dar sustento al cuerpo no por el gusto, sino para que tenga firmeza, porque somos operari Dei. Y eso es «manducare Domino» y comer yo a más gloria de Dios, que dice el Apóstol. Declara esto San Basilio en la Regla 196 dándonos tres consejos para conseguir todo lo que el Apóstol manda. Lo primero, dar el sustento al cuerpo con hacimiento de gracias -según aquello «qui manducat, Domino manducat, gratias enim agit», por la providencia de Dios que tiene tan particular de damos el sustento con tantos medios. Lo segundo es, que en esto tengamos a Dios presente: no comáis seguro, como quien no tiene testigo. El tercero, no comáis por el gusto. Aunque comáis con gusto, no comáis por él; no esclavo de vuestro estómago. propter voluptatem, sed ut operarius. La golosina que me ha de hacer mal, la aparto de mí; lo que me ha de hacer provecho, aunque no sea tan gustoso lo tomo. Hemos, pues, de tener cuidado competente de lo que es menester; debémosle de amar al cuerpo como a compañero íntimo nuestro, que este amor es natural, que aun en las bestias se ve, como dice Augustino. Y el Apóstol dice a los casados: «Diligite uxores vestras ut corpora vestra, nemo enim unquam carnem suam odio habuit.»; Dadle lo necesario para que os lleve a cuestas, para que no desfallezca en el camino, mas tenga fuerzas para acudir a lo que se le mandare del servicio de Nuestro Señor. Amo al cuerpo con amor ordenado de la caridad, porque le quiero llevar conmigo a que le quepa su parte de galardón de la gloria, a que goce de la inmortalidad y sane de todos sus achaques. Ha le de venir todo este bien, de la salud perfecta del alma, que consiste en nunca despegarse de aquel bien eterno e inmutable que es Dios y no trocarle por otro.

8. Y de aquí se ve, que, con este amor, se compadece el castigo de este cuerpo, como lo hacía el Apóstol. Porque el que castiga su cuerpo «non corpuss (dice Agustín) sed pondus eius et corruptionem odit»: el que se disciplina «non hoc agit ut nullum habeat corpus, sed ut habeat subiugatum et paratum ad opera necessaria; exstinguere enim vult affectus et libidines male utentes corpore, non corpus interimere. Ésta es la verdad de la doctrina que la Iglesia nos ha enseñado en el uso de las penitencias. El fin de las penitencias es el que dice el Apóstol «in servitutem redigo»: para que esté sujeto al espíritu, como el orden natural lo pide. Nace este castigo de amor, según aquello que el Espíritu Santo dice: «Qui parcit virgae odit filium suum. No es el cuerpo capaz de entender el mal que hace a sí y a mí, cuando me lleva arrastrando al deleite por el cual pierdo a Dios; y por eso le castigo, le traigo amedrentado y encogido, para que no se atreva otra vez a desmandarse y a ponerme en riesgo. Dice el glorioso Agustino que, en este santo ejercicio de la disciplina corporal, se ensayan los siervos de Dios para la vida del cielo, ubi post resurrectionem corpus omnimo cum quiete summa spiritui subditum inmortaliter vigebit: hoc in hac vita meditandum est.» Y es una trabajosa guerra: se ha de procurar que la costumbre carnal y el mal uso del cuerpo se mude en mejor, para que no nos haga impedimento con sus desordenados movimientos. En la regla 44 trujimos aquel lugar del Eclesiástico: «panis et disciplina et opus servo», en que está cifrada toda esta doctrina del trato del cuerpo. Panis, dijo, que aunque es manera de hablar de la Sagrada Escritura para significar el sustento corporal, en esa manera de hablar hay misterio. Significa, pues, «pan», una cosa simple, un mantenimiento que da esfuerzo, cosa a mano, no curiosa, no de regalo ni demasiada, en lo cual se mantiene la salud en su fuerza y vigor; y dijo Basilio que toda la medicina nos enseña que la parsimonia y sobriedad es madre de la sanidad.

9. Pasemos ahora al otro estado del cuerpo que es estar enfermo, de lo cual habla en las reglas 49 y 50. Duda hubo entre la gente espiritual si debían llamar médico para remedio de sus enfermedades, porque parece es poner mengua en la confianza en Dios. San Juan Crisóstomo prueba que debemos usar de medicinas, de aquello del Apóstol que escribe a su discípuIo: «Noli adhuc aquam bibere, sed modico vino utere, propter stomachum tuum et continuas infirmitates». Pudiera el Apóstol sanar al que tanto amaba, pues sanaba a otros; mas le remite a la medicina del vino templado, para remedio de su estómago flaco y otros achaques que había cobrado con excesos de abstinencia. Dale esto por medicina; que, si el vino se diese de esa manera como las demás medicinas de las boticas, y no se vendiese en taberna, sería cosa de mucha salud y no haría el daño que vemos.

Trata Basilio en la última regla de las largas esta cuestión, y resuelve que hemos de usar de este modo de la Providencia de Dios, como está escrito que Dios crió de la tierra la medicina, y el hombre prudente no dejará de usar de ella; mas con estas condiciones: la primera, que no haya en eso buscar médico con demasiada solicitud; que tomemos el que nos dieren, como lo dice la regla 21 de las comunes; la segunda es, que la confianza la tengamos puesta en Dios que es el autor de la vida y de la muerte, cuyo soy yo o para cuyo servicio quiero la vida: disponga Dios de mí como de cosa suya. Yo uso del médico por hacer de mi parte lo que debo; lo demás queda sometido a la Providencia paternal del Señor. De ahí viene la obediencia que hemos de tener al médico como a medio de la Providencia de Dios, con el cual me quiere gobernar. Y así, nuestro Padre practicó esto mucho, de la obediencia que enseña en esta regla 49, en su persona; y quiso que los Generales se dejasen gobernar por parecer de los Asistentes en lo que toca a esto del cuerpo, principalmente en tiempo de como lo hemos visto en todos los que han precedido que nos han dejado un vivo ejemplo de la guarda de esta regla. La otra condición es, que examine el hombre la causa porque Dios te castiga, que suele ser de ordinario por culpas, como dijo el Señor al otro paralítico: Ecce sanus factus es, noli amplius peccare.» Y de aquí viene que hemos de sufrir la enfermedad con igualdad de ánimo; y al médico y medicinas; que suele ser áspero y fastidioso y sirve de domar al cuerpo y rendirle al espíritu: «Iram portabo quia peccavi ei», dice Miqueas. Es esto más de padre que quiere la mejoría del que castiga, y así hemos de pedir gracia al Señor para sacar de este ejercicio el fruto que Él pretende. De aquí se ve lo que la regla 50 dice, que la enfermedad no es menos don de Dios que la salud: y es de advertir que aquel «no menos» no compara la salud con la enfermedad, que sea lo uno tan bueno como lo otro; mas dice que, como la salud es don de Dios, también lo es la enfermedad, pues viene registrada por la mano de Dios para corrección y enmienda nuestra.

Síguese de aquí, que el enfermo no ha de ser mal contentadizo, no mohíno ni impaciente, mas antes ha de procurar ser tal, que de buena gana le, sirvan por su virtud y edificación que da. Y, cuando ésta no diese, dice San Basilio, merecía ser enviado a otra parte donde hubiesen cuidado de él.

10. San Juan Crisóstomo pone otras causas por las cuales suele Dios a los justos y siervos suyos enviarles enfermedades: para que anden envueltos siempre en estos accidentes y trabajos, porque de esta manera los humilla, y, aunque tengan más dones sobrenaturales, tienen quien les acuerde que son hombres como los otros; y los que los ven los tienen por tales, aunque conozcan en ellos dones de Nuestro Señor, que levanta la naturaleza humana sobre su ser común.

También se muestra más la gracia de Dios, que, con gente enferma y flaca, hace obras tan señaladas a que muchos sanos no pueden atender; y así sea la gloria atribuida a Dios. Y así como un cuerpo robusto, si tiene un ánimo vil, es de poco provecho; así, al contrario, un ánimo generoso lleno de valor de Dios, en un cuerpo muy enfermo, puede mucho y hace mucho. También con esto se ejercita la paciencia de los siervos de Dios y se confunde el demonio, como lo vemos en Job; y es muy grande argumento del premio que nos espera en la otra vida. Pues vemos que en ésta los inocentes, los justos, andan siempre con aflicciones, argumento es y claro testimonio (pues lo bien hecho no ha de quedar sin premio), que les está esperando otra vida en que han de ser galardonados. Sirve esto de consuelo y ejemplo de otros, para que se animen; sirve de que entendamos en qué está puesta la bienaventuranza; no en el contento de mí, aunque nos sobre la salud, sino en la verdadera conformidad de nuestro corazón con el de Dios.

11. El fruto de las enfermedades que pide la regla es paciencia, que para este tiempo ha de servir, donde hay tanto que sufrir; y es menester fortaleza de ánimo, pues nos amenaza el peor entonces, el último de los terribles, que es la muerte; y la obediencia, que, pues estando el hombre sano y en vigor de su juicio se deja gobernar por otros, ¿cuánto más cuando la enfermedad no hará acertada elección, porque el humor y la flaqueza lo impedirán? Y el remate y el cuidado del siervo de Dios ha de ser que, en los estados, de salud y enfermedad, de vida y de muerte, sea Dios glorificado: «Nemo sibi vivit, nemo sibi moritur; sive vivimus sive morimur, Domini sumus». Ésa es la cuenta que hemos de hacer, que Dios sea glorificado en nosotros, y, viendo nuestras buenas obras, glofiquen al Padre Eterno que tales siervos tiene en su casa, viendo la paciencia, la conformidad, la esperanza, el gozo de ver que estáis como Dios quiere, de que tenéis prendas de vuestra salud eterna y que ya se siente el alivio de los aires de la tierra.

12. Sirva por conclusión de toda esta plática, y aun de cuanto hemos dicho en todas estas reglas, una doctrina de San Basilio en la constitución 6, que es el fin que la Compañía pretende alcanzar con todos sus medios y remedios. Hablando, pues, este santo doctor si el verdadero amador de la perfección anduviera por las plazas en medio la frecuencia de la gente, y en el campo, si se distraería, responde que no; porque él trae su cuerpo tan templado y tan concertado, que sirve a su ánima y a su espíritu como retrete de su recogimiento. Ése es su monasterio, dice Basilio, donde tiene recogidos sus cuidados; ahí dentro, trata con Dios escondidamente: «quippe qui mentem suam introrsum ad se ipsum recollectam habet, stabilis in suo naturali monasterio manet». Que, como veréis, algunos recogidos tras paredes, metidos en sus retretes, cerradas puertas y ventanas y aun bajados los ojos, con todo eso anda el corazón divertido por las plazas y aun por las cosas de fuera. Al contrario, el siervo de Dios, aunque esté en mitad de la plaza, en este encerramiento del cuerpo está como en una gran soledad, teniendo su pensamiento puesto en sí y en Dios, no le perturbando de esta paz y quietud las cosas que vienen a los sentidos, porque no pasan tan adentro.

¡Dichoso estado éste y tan importante para los que han de tratar siempre con prójimos, para no quedar distraídos con lo que les acarrean los sentidos! El Señor nos lo conceda por su misericordia!


 
 
LAUS DEO
 
 



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Plática 55

Seis pláticas para los confesores, que hizo el Padre Maestro Gil González, siendo visitador, en Medina del Campo


Primera para los confesores


1. Entre las primeras y más principales cosas que se encomiendan a los Superiores que han de visitar los colegios, es, que tengan gran cuenta, con qué provecho se tratan los ministerios con los prójimos. Y con mucha razón, porque, quitado esto a nuestro Instituto, nos quedamos con nada. Éste es el caudal con que hemos salido a servir a la Iglesia, y lo que es propio de nuestra vocación.

Así, me he determinado, en estas conferencias que se hacen de casos, tratar de lo que pertenece a nuestros ministerios, dejando lo especulativo para otro tiempo. Ahora se tratará de lo que toca a la práctica; y tengo por averiguado, que hacer algunas conferencias de estas morales y prácticas entre año, será de mucha utilidad.

El orden que llevaremos será el que nuestro Padre significa en la séptima parte, capítulo cuarto, y en la cuarta parte, capítulo octavo, y en las Declaraciones.

Y en el primer lugar dice nuestro Padre que las maneras que la Compañía tiene para ayudar al prójimo son, lo primero la buena y santa vida, que es el fundamento de todo lo demás; lo segundo, con encendidos deseos nacidos del celo de las almas, con la continua y ferviente oración que de aquí nace, lo cual junto, puede mucho con Nuestro Señor; lo tercero, con administración de los sacramentos; lo cuarto, con la enseñanza de la palabra de Dios en las predicaciones y en la enseñanza de la doctrina cristiana y con toda religiosa y sagrada conversación; lo postrero, con las obras de caridad, con las cuales se ganan mucho los prójimos, y se disponen a recibir lo que se les trata de su aprovechamiento.

2. Digamos ahora de lo primero, aunque en breve, pues de esto siempre se habla. Claro está el consejo del sabio, que quien es malo para sí, cómo será bueno para los otros. El Apóstol pide a los obreros de Dios que sean irreprensibles e inconfusibles, y que sean ejemplo a los fieles, en castidad y en caridad y en las demás virtudes; que su vida ejemplar dé peso a la doctrina que predican; que se persuada la gente que es hacedero lo que se predica y enseña. Hablando el glorioso Dionisio Areopagita de la santidad, perfección y luz que han de tener los sacerdotes obreros de Dios, de quien Dios ha fiado su honra, dice que han de ser sacri et sacrantes; perfecti et perficientes; illuminati et illuminantes; que es, que han de tener santidad de vida y luz de doctrina, para sí y para los prójimos. Al fin concluye, que deben transire in consortium Dei; y, actuados ellos en aquesto, llevar los otros a Dios. Hay un ejemplo para esto, que, aunque es de Platón, diálogo de furore poetico, nos es a propósito: El hierro que es tocado a la piedra imán, trae otros hierros a sí, de la manera que lo hace la misma piedra.

3. Para la importancia de esto tenemos una razón, que mucho lo declara, sacada de la 4.ª parte, capítulo 8.º. Si este negocio hubiera sido humano, y acá de tejas abajo, medios humanos y prudencia humana bastaran a dar buen recaudo de ello; pero el fin que pretendemos es sobrenatural, obra de Dios y de más importancia que criar el cielo y la tierra; pues lo uno no costó a Dios sino una palabra; y por lo otro se dio por bien empleado morir Dios en una cruz. Y así, aunque nos hayamos de valer en este ministerio de la humana prudencia y nuestras industrias, pues que se trata por hombre y con hombres, hemos, empero, de fiar principalmente de la unción del Espíritu Santo y de la dirección de Dios, con la cual no falta a sus amigos que con lealtad y desinteresadamente se emplean en buscar su gloria. Y cierto, donde hay estas entrañas fieles, ansiosas de agradar a Dios; donde un hombre no es intruso, sino llamado legítimamente a este ministerio; ancha confianza ha de haber en el ejercicio de ello, y las faltas que se hacen, donde hay gana de acertar y cesa la temeridad por estar de por medio juicio de obediencia, mucho es de creer que recibirán perdón fácilmente de la misericordia del Señor: quia ipse cognoscit figmentum nostrum.

Advierte nuestro Padre, en el sobredicho lugar de la 4.ª parte, que de tal manera procuremos buscar ventajas para hacer este ministerio con más aprovechamiento de los prójimos, que prevengamos nuestros propios daños y los inconvenientes que de aquí se nos puedan recrear, pues la caridad ha de comenzar por sí. Y el Apóstol dice a su discípulo: Attende tibi et doctrinae, hoc enim faciens et te ipsum salvum facies et eos qui te audiunt. Y porque de esto habemos de tratar adelante, bastará lo dicho.

4. Vengamos a lo segundo.

Mucho pueden los deseos con Nuestro Dios, pues que de Él está dicho: Desiderium pauperum exaudivit Dominus; y a Daniel le dice el Ángel que era «hombre de deseos», y con ellos negociaba en el acatamiento de Dios. El origen de donde nacen, es el celo de la honra de Dios, del bien de las almas de que tantas veces se hace mención en nuestro Instituto, y un amor intenso y una sed y ansia de servir a Dios en lo que Él tanto gusta y tanto quiere, que es la salud de las almas; un querer bien a Dios -que sea manifestado su nombre y conocido y glorificado de todos-; de una alma que reconozca lo mucho que debe a Dios y anda buscando en qué emplear el caudal que le han dado más conforme al corazón de Dios. Nace esto de estimar y conocer lo que tenemos a cargo, que es la sangre de Cristo; pues los Sacramentos llaman los Padres los vasos de la gracia y del precio de nuestro rescate. Habíamos siempre de mirar a las almas que acuden a nuestros pies, para que se nos fuese el corazón tras ellas (aunque traigan más mala ropa), como aquéllos por quien ofreció el Señor su pasión y sangre de tan buena gana. Habíamonos, de acordar juntamente, que está encomendada a nosotros la llave de aquella fuente que dijo el profeta Isaías, que había de haber en la casa de David para lavar y limpiar todas nuestras mancillas. En esta fuente, como en otra probática piscina, tengo yo que meter el paralítico, para que reciba la santidad. ¿Qué piensan que hace el sacerdote que absuelve, sino abrir un camino de aquellas fuentes del Salvador? No sé yo virtud que tanto esté bien al obrero de Dios, como esta compasión de las almas que están tiranizadas del demonio; esas tiernas entrañas de misericordia de que nos habemos de vestir, como santos y escogidos de Dios, para parecer mucho a su condición y a la de aquel Pontífice grande que nos dio, qui scit compati infirmatibus nostris. No pide Ambrosio a Dios otra cosa, sino que Dios le dé esta ternura cerca de los pecados; y diósela Dios, pues escribe Paulino en su Vida que lloraba con los que venían a confesarse con él y les declaraba sus miserias.

5. De aquí salen los deseos que hemos dicho, la ferviente oración, que no se aparta de Dios hasta haber bien despachado. Entre el pueblo y Dios media el sacerdote, para que, in tempore irarum, dies fiat reconciliationis. Pone Bernardo, Obispo de Bermis en su decreto en el libro penitencial, que hace una oración muy devota antes que el sacerdote comenzase a confesar al penitente. Aconseja en el mismo libro, adelante, que si estuviere el penitente en necesidad, haga el sacerdote por él penitencia, ayudándole con ayunos y otras aflicciones corporales, con que se aplaque la ira de Dios. Tenemos algo de esto en nuestro libro de penitencia, d. 6, c. 16, § Sacerdotes. Nuestro Padre aconseja mucho en esta 7.ª parte, que con oraciones y sacrificios, tratemos con Nuestro Señor, como con dueño de esta hacienda, la adelante para su honra y servicio.

6. De este deseo nace buscar medios para conseguir nuestro fin; y así, de hallarlos también; porque la buena voluntad es inventora buena y halladora de medios para lo que se pretende. Que no sea menester llamarnos por fuerza al confesonario. Hállennos siempre a punto para esto, por lo cual sólo, nos dan de comer en la Iglesia; que ni tenemos coro, ni hospitalidad, ni otras obras en que otras religiones se ocupan tan santamente. Estamos alquilados para segar; ésta es la mies del Señor; vergüenza habíamos de tener que, cuando viniere el padre de familias a dar el jornal a cada uno según su trabajo, nos halle las manos vacías y ni siquiera con algunos manojos, como hubiere cada uno la mano para abarcar. Mucho va en la aplicación a este ministerio, corno cosa a que tanta obligación tenemos; en estar el hombre en lo que hace; en tener puesto su corazón y cuidado, para del ejercicio de este ministerio salir con mucha gloria del Señor.

7. De este ministerio de los prójimos, especialmente de la administración del sacramento de la penitencia, trataremos por este orden: Lo primero, cómo se prevendrán los inconvenientes que de él se pueden recrecer. Lo segundo, de la ciencia y prudencia que ha de tener el confesor, no sólo como juez, que de esto poco se dirá, pero como médico, que ha de conocer las disposiciones del paciente: si están los humores con sazón y cocimiento para poderle purgar; y, si no, ayudarle para que lo estén, que es una práctica en esta medicina de las almas de mucha importancia. Y también el recogimiento y regla de buena vida que debemos a los enfermos que se encomiendan a nuestra fe y cuidado, para que no tornen a recaer en saliendo de nuestras manos, como lo vemos tan frecuentemente acontecer. En estas cosas se encierra lo principal que se puede hablar en esta materia, y de ellas se irá hablando en las conferencias que se siguen, comenzando de lo primero conforme a la regla de ordenada caridad, que así ama el bien ajeno, que pone siempre delante el propio.




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Plática 56

Segunda para los confesores


1. En la 4.ª parte, capítulo 8.º, número 8, avisa nuestro Padre que doceantur nostri antevertere incommoda, quae possunt accidere in hoc ministerio. Y en las Declaraciones, en la letra D, ut habeant instructionem ad bene et prudenter in Domino, et sine dammo suo hoc officium exercendum. Estos inconvenientes que debemos prevenir pueden ser en tres maneras: o que nacen de la persona con quien tratamos, o de las cosas que se tratan, o de la manera con que se tratan. De estas tres cabezas principales diré sumariamente y en general, dejando lo más particular a la conferencia de adelante.

2. Comencemos, pues, de las personas; y entre éstas, de las mujeres, Hallo yo que de dos maneras, de éstas, puede haber algún inconveniente: unas son muy santas y muy espirituales, con caminos extraordinarios de oración y con otros testimonios de religión de vida, por los cuales se suele dar a esta gente mucha fe y crédito, con tanta estima y reputación, que no queda lugar a la virtud de la discreción. Dejo yo ahora aparte hablar de la afición que hace, de las demasiadas consultas, de los tratos espirituales, de gustar mucho de las palabras de este lenguaje, de la comunicación de la oración y en otras cosas semejantes; tanto más peligrosas, cuanto con menos sospecha se entra el corazón del hombre de rondón en ellas. Esto, porque es común a toda esta gente que tratan de aprovecharse de este ministerio, aunque no con tantas ventajas espirituales, se dejará para adelante. Ahora sólo decimos lo que es propio de esta gente, que es rendirse el entendimiento, tan de todo en todo, que las canonizamos en vida: sus lumbres y vislumbres, sus sentimientos, y, al fin, todo su espíritu, se reverencia corno de Dios y se aceptan como del Espíritu Santo. Bien sabemos los que por aquí se han engañado; y, cuando cayeron en la cuenta, habían perdido todo el crédito de sus personas. Y aun a éstos no les ha ido del todo mal. Peores han sido aquéllos que, por haberse sujetado tan indiscretamente a semejante espíritu, han venido no sólo a perder el nombre y la buena vida, pero la fe. Lea quien quisiere a Jerónimo en la carta que escribe a Tesifonte; lea a Epifanio en muchas partes que escribe de los herejes; y hallará haber sido esto perpetuamente, en todo el suceso de la Iglesia. Y no es maravilla; porque ya sabe el demonio la buena entrada que por este camino tiene, pues por el engaño que hizo a nuestra primera madre, privó a Adán de su dignidad. De la junta que suele haber para mal, de esta gente curiosa, llena de muchos deseos, y de los hombres que tienen sola apariencia de virtud, decía San Pablo a su discípulo Timoteo: Ex his sunt qui penetrant domos et captivas ducunt mulierculas oneratas peccatis, quae ducuntur variis desideriis, semper discentes et nunquam ad scientiam veritatis pervenientes. Y en este trato hay dos extremos; el uno es el dicho, de personas que, sin juicio y elección, se rinden del todo a las muestras de santidad que ven con quien tratan, donde la ilusión tan fácilmente se puede mezclar, y el caer en la cuenta suele ser a nuestra costa y quizá sin remedio. De un pontífice cuenta Gersón que, a la hora de la muerte, ninguna cosa le daba tanta pena ni le tenía tan corrido, como acordarse que, por haber creído del todo a revelaciones de una mujer santa y por tal con razón tenida, dejaba la Iglesia en mucho peligro de grave turbación y cisma, que, después, duró mucho tiempo.

3. El otro extremo es, de los que cuanto de esto oyen o leen lo condenan luego, que les parece que es cosa bastante para reprobarlo ser dichos de mujer; como si no hubiésemos visto que la misericordia de Dios, que no es aceptadora de personas, se haya descubierto a semejante gente y fiado sus tesoros de un vaso tan flaco. Débora fue profetisa y juzgó al reino de Israel. Y Josías, santo rey, acude a Olda, mujer de Sellum, para tomar de ella la declaración de la voluntad de Dios. Y en los Actos de los Apóstoles hallamos que Filipo, uno de los siete diáconos, tenía cuatro hijas que profetizaban. Y no hay para qué traer ejemplos otros en esta parte de revelaciones examinadas por juicios de hombres doctísimos, como las de Santa Brígida, que pasaron por los juicios del Concilio de Constanza. Y al fin, esto el cerrar la puerta a Dios cuius manus non est abbrreviata.

4. El medio entre estos dos extremos es el que el Papa Gelasio nos dio en un Concilio Romano, como se refiere, 15 d. c. Sancta Romana, hablando de revelaciones y vidas de santos, trayendo aquello del Apóstol: Omnia probate, quod bonum est tenete. Mucho hay escrito de San Buenaventura y Juan Gersón, para tener alguna prueba entre visiones verdaderas y falsas; para conocer el ángel de Satanás, aunque se transforme en ángel de luz. Documentos tenemos en nuestros Ejercicios para la diferencia de espíritus, para que no aceptemos las tinieblas por luz. Cierto es que Dios no es contrario a sí; y así, cualquiera espíritu que contraríe a la palabra de Dios que tenemos en su Escritura sagrada, a la autoridad de la Iglesia, a la subordinación de su Jerarquía, que tiene testimonio infalible del Espíritu Santo, a la lumbre de la razón natural que está impresa en nuestros corazones del rostro de Dios, no puede ser de Dios; porque Deus non est dissensionis auctor, sed pacis. A estas reglas, y a esta piedra de toque, hemos de hacer examen de lo que nos parece oro; y no es todo oro lo que reluce. Vaya el que de esto tratare mirando el suceso, dando crédito, no a la persona, sino a las cosas; y no más de cuanto ellas se conformaren con las reglas dichas. Tema el peligro del engaño, y, como quien va navegando mar peligroso, nunca suelte el timón de la mano; guárdese que la afición de las cosas, no le lleve a la afición de las personas, que están muy vecinas; porque, cuando ésta empieza a reinar en los corazones, puede tanto con el entendimiento, que le hará fácilmente trampantojo. Y al fin, a lo que tiene autoridad de Dios y de su Iglesia ha de captivar el hombre su entendimiento. Lo demás debe probar y examinar. Léanse a este propósito aquellos dos capítulos tomados de Agustín. c. Ego etc. Noli d. 9.

5. Con lo demás de esta gente que son de menos espíritu, y no de mucha edad, lo que puedo decir es que es gente de poca ganancia y de mucha pérdida. Et quis miserebitur incantatoris a serpente percussi? Cuando, después de mucha costa de vuestro cuerpo y trabajo de vuestro espíritu, pensaréis que tenéis algo, hallaréis que todo ha sido buscar su consuelo y entretenimiento, y aquí se remata todo.

Encomiendan nuestras reglas la gravedad y severidad paterna en este trato; que no se hablen cosas fuera de lo necesario para su alma; porque otros dares y tomares, aunque parezcan más espirituales, causan enternecimiento, principio de todo el mal que adelante podría suceder. Sed muy escaso del tiempo en este trato; no atendáis a su consuelo, sino a su aprovechamiento; y, al fin, acuérdese que las manos que andan envueltas en pez, si no andan muy mojadas de agua, siempre se les pega algo; porque la pez es pegajosa y las manos son de carne; y no hay que buscar más razones de esta pegazón.

6. No sólo mire el confesor por lo que a él toca, ya que es fácil la afición espiritual convertirse en carnal, como lo enseña San Basilio y Buenaventura muy a la larga; pero por el peligro que a ellas corre, pues es obligado a buscar su aprovechamiento; porque estas gentes beben la afición sin tasa ni medida, y tragan tras el cebo el anzuelo; y, sin que lo adviertan, están presas de la afición, tanto con más seguridad, cuanto a su parecer, todo ha sido hasta allí espiritual. Muchas cosas dice Jerónimo, Bernardo y Buenaventura: sólo diré tres cosas: lo 1.º, que hablemos con esta gente como si nuestras pláticas hubiesen de ir a los tribunales; lo 2.º, que, por santo que él sea o ella sea, haya todo el recato posible, como quien va a tratar con una serpiente; lo 3.º, grande recato y tiento en lo que toca a votos y consejos de perfección.

(De estas tres cosas decía algo aquí el Padre pero muy más larga y eruditamente lo trata en la 3.ª plática, sobre las reglas de los sacerdotes y en la 4.ª lo que toca a votos). [Pl. 3.ª pp. 738 ss; 4.ª: votos, p. 752.]

7. En el trato con los hombres hay poco que tratar,si guardamos nuestras reglas: Vide in fine ultimae concionis super regulas sacerdotum.

Bien se ve el sano y buen estómago que ha de tener el confesor que ha de andar siempre las manos envueltas en llagas y que ha menester preservativos para que el vaho de los dolientes no le inficione; y porque es de carne y quien ha sabido a qué sabe la trementina, bien podría ser que, curando llagas de otros, reverdeciesen las suyas viejas. La oración y penitencias, la gracia de Dios, grandes preservativos son del corazón, para que no haga presa en él la ponzoña.

Mucho hace al caso no hacer, en materia pegajosa, preguntas curiosas, no menudear mucho en semejante materia. Omnia honeste, de parte del que pregunta y de parte del que responde, pues que este tribunal santo es del Dios Celador. Sólo lo necesario se sepa, ni se deje pasar adelante; y lo necesario, con brevedad, sin otros entremeses; que, mientras más en particular se dicen, más dañan al que dice y al que oye. Aprovecha también no preguntar todo junto, divertirse a otras pláticas, que toquen al bien del penitente; o, cuando esto no bastare, sin nota, con algún buen achaque tomar otra ocupación, o algún socorro de oración y penitencia, que son dos ejercicios muy bastantes para alanzar cualquier espíritu inmundo que nos persiguiere.

En la manera de este trato podríamos parar en perjuicio, si de tal manera nos embebeciésemos en él, que nos olvidásemos de nosotros; en lo cual tres cosas advertiré con brevedad.- La primera, que nunca perdamos la oración y examen: la ración de esto ordinaria que la Compañía nos tiene librada; pues para el mismo fin que pretendemos del buen suceso de este ministerio; conviene al hombre andar muy actuado con Dios Nuestro Señor y acudir a Él como a dueño y no perderle de vista, si fuese posible.- Lo segundo, que nunca olvidemos la lealtad que pide Dios en sus siervos, la fidelidad que se debe a su Majestad en estos ministerios, y a la Compañía cuyos obreros somos; que son dos consideraciones que, por ser de mucha importancia, se nos ponen en nuestro Instituto, en la bula de Julio III. Lo tercero, lo que nuestro Padre nos aconseja, Declaraciones, 4.ª parte, capítulo 8.º, letra D: que hagamos siempre examen de nuestras faltas, así personales como de nuestro oficio; tomando experiencia de nuestros yerros para la enmienda de adelante. Y esto baste haber dicho, así en general, de lo que toca a tener alguna precaución de los inconvenientes que pueden acontecer. Resta que hablemos de la ciencia y prudencia del confesor, lo cual queda para la plática siguiente.




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Plática 57

Tercera para los Confesores


La otra parte de que habemos de tratar es la ciencia y prudencia del confesor, el cual es juez puesto por Dios para dar sentencia en perdonar, o no, las injurias hechas contra su divina Majestad, conforme aquello: Quorum remiseritis peccata remittentur eis. Es también médico para curar las llagas, porque este juicio, de tal manera lo es, que es medicinal; y el castigo que aquí se da es para remedio de nuestras culpas; porque el castigar por castigar es reservado a solo Dios. Sácase este oficio del confesor, de aquel gran cap. Omnis utruisque sexus, de poenitentia et remissione. Es, allende de esto, instruidor, que ha de quitar la ignorancia del penitente; que le ha de instruir en la fe y vida cristiana, como se puede colegir del cap. Deus qui Ecclesiam. Para estas tres cosas, que todas son muy importantes, ha menester el confesor buen recaudo.

Nuestro Padre, en las Declaraciones, 4.ª parte, capítulo 8.º, dice que tengan nuestros confesores un compendio de las censuras eclesiásticas, para saber a dónde se extiende su jurisdicción; y cómo, por privilegios apostólicos, podamos absolver de todas las excomuniones, exceptas las de Cena Domini, bástanos el ejemplo que tenemos en todos los colegios, de esta Bula conforme al mandado de Pío V.

También dice nuestro Padre que tengamos alguna forma de absoluciones extraordinarias, como si ocurriese algún excomulgado que se haya de absolver con alguna solemnidad. Y también, para absolver algún suspenso, dispensar con un irregular, para lo cual, se podrán sacar formas del directorio del P. Polanco, o de la Summa de Cayetano. Y sería bien tener prae manibus a lo que de estas censuras y penas se puede extender nuestro poder, conforme a las facultades del fuero interior que tenemos de la Sede Apostólica.

Añade nuestro Padre que se tenga una instrucción breve, con método para preguntar en los mandamientos al penitente. Está este trabajo ya hecho por Cayetano en su Surrima: V. interrog. confess. Lo mismo dice Navarro en el índice de la suya: V. mandamiento. Ha de haber en esto prudencia, y muy particular, para saber qué, a quién se debe preguntar; por que no enseñemos a hacer mal. Y así, aquel consejo de Cayetano vale mucho, que diga el penitente algo, aunque sea rudamente y sin distinción; porque, por lo menos, servirá para dar alguna luz al confesor, para que sepa lo que debe preguntar. Mucho hará al caso enseñar a los penitentes sepan confesarse por los mandamientos, porque ubi non est lex, nec praevaricatio.

En esta instrucción se enseña a saber colegir el número de los pecados, que es cosa en que hay general descuido en los que se confiesan; y, para no ser en esto molestos con demasiados escrúpulos y exacciones, y cansarlos a ellos y desecar a nosotros, léase un quodlibeto que escribió Cayetano en esta materia, muy acertado.

Este tribunal, como hemos dicho, de tal manera es de juicio, que es de medicina. Con este fin de saber el estado del enfermo, para remediarle, hemos de tener toda nuestra cuenta, y en la relación del paciente hemos de mirar lo que puede variar, o no, el juicio del médico para la cura. Y así, en personas que han tenido estado y costumbre de pecar en consentimientos interiores, en gente desalmada, es más fácil de saber el número de lo que parece. Remítome al dicho quodlibeto y al Institutio pastoris, de fray Pedro de Soto, que hablan en eso con menos escrúpulos y con más acierto.

Mucha parte de esta prudencia es tener destreza para saber sacar a plaza a los empachados y vergonzosos, quod enim ignorat medicina non curat. En gente moza y mujeres, es esto de mucha importancia, como escribió Juan Gersón (por la experiencia larga que de ello tuvo), en el libro De pueris ad Christum trahendis; de arte audiendi confessiones y en el de peccato mollitiei. Confiesa este experimentado y docto varón que, por descuido en esta parte, ha encontrado infinitas confesiones nulas, hechas con sacrilegio; que, comenzando el hombre a perder la vergüenza a este tribunal y a tragar saliva, por ahí se va a lo de adelante; y tanto más el pecado es dificultoso de salir cuantos más años ha estado encubierto. Júntase en esta gente vergüenza, corrupción de naturaleza, ignorancia, aunque crasa, de lo que hacen; y mucho mayor, de no saberse explicar. Y así Bernardo en su decreto, en el libro penitencial, aconseja al principio, sean exhortados los penitentes a descubrir con claridad su conciencia, para lo cual hay muchos testimonios de Santos. En Orígenes, Cipriano y Jerónimo hay muchos ejemplos con que se puede encarecer la gravedad de este sacrilegio, quererse esconder de Dios, como otro Adán, et sperare a Domino dimidiam salutem. Buenaventura, opúsculo De arte audiendi confessiones, enseña la importancia de esto y el tiento con que se debe hacer, y cómo por preguntas comunes y acostumbradas se ha de venir poco a poco a sacar a plaza, si algo hay de lo extraordinario que se suele encubrir. Léase el capítulo primero de penitencia d. 6, ut sit diligens inquisitor et subtilis investigator, qui sapienter et quasi astute interroget a peccatore qui forte ignorat vel per verecundiam vult occultare. Algunos avisos hay en Gersón, en los libros dichos, que servirán para este propósito.

Concluye nuestro Padre lo que toca a la ciencia del confesor con amonestar que tengan consigo un compendio de las cosas que tocan a la fe y vida cristiana, para lo cual el catecismo del P. Canisio es muy alabado de todos; y donde ahora ha salido el del Concilio de Trento, no será menester buscar más ayudas para este fin.

Lo que yo tengo que añadir a lo que se ha dicho de la ciencia es, lo primero, que nos encomiendan nuestras Constituciones que, en nuestra práctica, sigamos la doctrina común y opiniones probadas de los Padres de la Iglesia; y porque en cosas morales suele haber diversidad de opiniones, y todas probables, advierta el confesor quod liceat illi agere contra scientiam et non contra conscientiam y que no debe negar la absolución al penitente porque le vea seguir diferente opinión que la suya, viendo que aquello lo defienden personas con razones y fundamentos que basten a hacerlo probable; y la buena fe excusa de culpa.

Lo segundo: al enfermo basta saberse quejar dónde le duele, y que tenga corazón para decir sus duelos como él los siente; el médico ha de saber colegir de esta relación que le da el paciente la especie de la enfermedad, las causas y ocasión de ella; que, esto sabido, fácil es darle cura. Para lo cual es menester lección de libros, porque receptar de cabeza, ¡ya Dios te la depare buena! es mucho peligro. Quien ha de tratar la palabra de Dios, es menester que tenga el pecho lleno de doctrina para darla a otros. No hablo ahora aquí la lección de Summas y de lo especulativo de esta materia, sino de cosas morales que sirvan para instrucción, como San Bernardo, Buenaventura, Gersón, Institutio, pastoralis, de Fray Pedro Soto, y otros que tratan de esta enseñanza de vida cristiana, de la cual debe ser el confesor maestro; y así, le conviene tener tiempo dedicado para este estudio y para lo que hay moral de la Sagrada Escritura, pues esta parte pertenece también ad ministros Christi. Allende de esto, para que ésta sea ciencia sanctorum, es menester oración y ejercicio del hombre interior, que mucho hace al caso que de nuestras curas deprendamos las ajenas. Y así, en el Levítico, capítulo 10, manda Dios a los sacerdotes, que, cuando hubiesen de entrar en el Tabernáculo, no beban vino ni cosa que les pueda embriagar, ut habeat scientiam discernendi inter sacrum et profanum; inter pollutum et mundum; et doceatis populum meum Israel omnia legitima mea.

Ahora vengamos a lo principal, que es a conocer el estado del pecador, su disposición; a saber sazonar su corazón, y sazonarle para que la medicina de la penitencia le aproveche. Y tengo para mí que, de no poner los ojos en esto principalmente, vemos este sacramento tan gastado, y se peca tan de asiento, con tanta rotura y desvergüenza no dejando los hombres de confesarse, como si nunca se confesasen. Hemos, pues, de advertir que este sacramento, no sólo consta de la absolución que da el sacerdote, sino también de los actos y obras del penitente, como se enseña en el Concilio Florentino. Así como vemos que la medicina del enfermo consta de sudor o vómito que hace, y esto entra en cuenta de su remedio. Y a esta causa, la Santa Iglesia, los Padres que en ella han tenido oficio de enseñarnos, nos encarecen mucho, cuánto conviene tener cuenta con esta disposición del penitente. San Crisóstomo, libro 2 de Sacerdotio, dice que el sacerdote debet sexcentis oculis inspicere habitum peccatoris. Y en la 6.ª Sínodo, canon 102, es advertido el confesor ut attente rimetur qualiter sit affectus is qui peccavit, an ad salutem inclinetur an consuetudine prava detineatur, an obtemperet medico?, et speculetur peccatoris promptitudinem ad reversionem. Lo mismo se halla en el Concilio de Vormes, c. 25. Léase de poenitentia D. 5, c. Si qui vero, del Concilio Niceno. Y una de las causas que da San Agustín por que la Iglesia antiguamente con tanto rigor detenía la absolución a los penitentes, que solían pasarse 10 y 20 años de prueba con gente de pecados graves y de costumbre, es para que la penitencia y el corazón del que había de ser absuelto exploratum et manifestum esset Ecclesiae.

Ahora contentámonos con que traiga examinada su conciencia, y aun lo tenemos en mucho; como si no hubiese más que hacer sino confesar los pecados, olvidando lo que toca a la contrición y mudanza de vida que es lo más principal de este Sacramento: con decir «pésame, pésame que no me pesa» (quae potius significant quam exercent actus poenitentia) nos damos por satisfechos; y así, bien se ve el poco fruto que hay, el poco caudal que se hace de esto. Debemos, pues, poner en estas dos cosas todo lo principal de nuestro caudal: en que haya arrepentimiento de lo pasado y mudanza en lo porvenir: haec est nostra maxima poenitentia, praeterita mala plangere et plangenda iterum non committere.

En una palabra nos lo enseña San Agustín in Enchiridio, donde dice que tenga su ojo puesto el confesor en la mudanza de la vida y en el corazón del penitente: qui enim baptizatur a mortuo et tangit mortuum quid prodest baptizatio eius? Los que dan limosnas (dice San Agustín) y se están en sus pecados, ¿qué hacen con sus limosnas sino lo que el Concilio Cabilonense dice (donde hay muchas cosas de este Sacramento): en el c. 3 nos dice: Videntur ii Deum mercede conducere ut liceat eis impune et liberius peccare: que parece que compran con dineros facultad de Dios para pecar.

Veamos las causas de esto, para que así se conozca mejor el remedio: La 1.ª y más principal es, que no se estima el don de la penitencia y el perdón de los pecados: hacerse un hombre de enemigo de Dios, amigo: cosa de tanto valor, que por ella se dio por bien empleado morir Cristo, y no se estima en nada. La mucha costumbre de pecar que tienen los hombres causa esto. Ésta hace que los pecados quae horrenda sunt, pro quibus sanguis Filii Dei effusus est, quae excludunt a regno Dei, ipsa consuetudine tolerabilia fiant et vilescant, como dice San Agustín in Enchiridio et ad Galatas, 4.

Añade mucho a esto ver los hombres la facilidad, y cuán a poca costa, se absuelven el día de hoy infinitos y gravísimos pecados, por uno de los cuales se diera antiguamente penitencia de muchos años rigurosísima, como se puede ver en estos cánones de los Concilios y en los penitenciarios que traen (1035) Ivón y Buccardo o Bernardo en sus decretos. Ahora pueden decir: Peccavi et quid accidi mihi? De aquí se sigue que, como esto se tiene en poco, se hace tan poca o ninguna diligencia por ello; y de esa manera, tan raras veces se alcanza; porque aunque sit facile in oculis Domini honestare pauperem y no podamos a la misericordia de Dios poner tasa alguna ni de tiempo ni de otra cosa, pero lo ordinario es lo que hemos dicho. Esta negligencia que se ve en los hombres en el aborrecimiento de sus pecados, hace nunca ver enmienda ninguna en ellos de veras. Estas dos cosas, penitencia en lo pasado y enmienda en lo porvenir andan tan hermanadas entre sí, que, al paso que la una corre, la otra va. Cierto está que lo que aborrecemos y tememos, ponemos algún cuidado de no topar en ello. Mas como el corazón no se acaba de volverse a Dios del todo, sino a medias, como dicen, -nunca se destraba de la vida mala-, fácilmente se vuelve a lo que nunca dejó: de aquí son las recaídas, et fiunt novissima hominis peiora prioribus; porque siempre hay más dificultad: de parte de la costumbre más arraigada; de parte de Dios a quien tenemos más exacerbado y irritado (que así nos lo dice la Sagrada Escritura) con nuestra mayor ingratitud.

También descuidámonos los confesores de dar a los que curamos reglas de buen regimiento y ejercicio de buenas obras, entretenimiento de alguna penitencia y satisfacción; con esto, inveniunt immundi spiritus domum mundatam sed vacantem; y así, éntranse de rondón en su antigua posesión. Claro está que, si vos no dejáis vuestra holgazanería y ociosidad, con que habéis vivido; si no tenéis algo que os despierte; si la conversación, trato, comida y bebida, descuido, es como de antes, que será hogaño lo que antaño. Estado común, pero peligrosísimo de los hombres; camino para dar en endurecimiento de corazón, en olvido de Dios y en el abismo y profundo de los pecados: en el pecar con menosprecio y a ojos vistas, con desacato de Dios. Éste es el estado en que paran los hombres que pecan siempre y nunca hacen penitencia; estas son las causas de venir a él. Ahora réstanos hablar de los remedios, en la conferencia siguiente.




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Plática 58

Cuarta para los Confesores


1. La primera cosa que hemos de suponer en esta materia es, que conviene estemos persuadidos ser la penitencia don de Dios y gracia suya como todos los, Padres y Concilios han enseñado contra los Pelagianos. En la sesión 6 del Tridentino se nos dice largamente.- Jeremías, 31: postquam convertisti me, Domine, egi poenitentiam, postquam ostendisti, perconcussi femur meum. Así, que es menester que nos vierta Dios el corazón y que nos de a conocer a nosotros mismos, para que caigamos en la cuenta, y por tanto se debe disponer el alma para recibir este don de Dios y pedirlo con oración instante y humilde. Y todo lo que yo pretendo que persuadamos al penitente es, que, como se hace diligencia en el examen de la conciencia para la confesión, se haga mucha y muy particular para recibir este don de Dios. Para despertar en el alma el deseo de orar y pedir a Dios esta misericordia, se ha de poner delante de los ojos el valor suyo, pues a la penitencia, como ya dijimos, está anejo el perdón de los pecados y anda a las parejas. Estado es dignísimo de ser temido de las almas, no desear esto, y ser desagradecidos a Dios que se lo da: señal alguna es de arrepentimiento tener aprecio de esta señalada misericordia de Dios. En el concilio Agathense, como se refiere cap. d. 50, refiriéndose aquella severidad con que se recibían los penitentes al principio de la cuaresma, que salía el obispo con el clero y los confesores, estaban los penitentes cubiertos con sacos, los pies desnudos por tierra, los rostros en el suelo cantaban los 7 salmos penitenciales, ponían ceniza sobre la cabeza; lloraban con ellos, pedían a Dios que los perdonase y, después, echábanlos de la iglesia, hasta que con más o menos rigor hiciesen satisfacción, conforme al merecimiento de su culpa; diciéndoles aquellas palabras: In sudore vultus tui vesceris pane, donec revertaris in terram de qua sumptus est, quia pulvis es et in pulverem reverteris, dase causa de toda esta severidad y de tanto sentimiento: ut ipsi, videntes pro suis facinoribus sanctam Ecclesiam commotam atque tremefactam, ipsi non parvipendant poenitentiam. Y pluguiese a Dios que tanto celo de la honra de Dios tuviésemos los confesores, que, con el sentimiento que tuviésemos nosotros de las ofensas de Nuestro Señor, pudiésemos pegar algo a los penitentes. San Agustín en la carta ad Macedonium, y San Ambrosio en el 2.º libro de Poenitentia, la razón que daban porque no se iteraba la solemne penitencia es porque los hombres no viniesen a tenerla en poco.

2. Para ayudar a lo que tenemos dicho, tres cabezas principales puede haber, con que tengamos cuenta: La primera declarar la gravedad del pecado; la segunda engrandecer las entrañas de la misericordia de Dios con nosotros, la redención de nuestro medianero Cristo Nuestro Señor, el gran bien que es ser uno amigo de Dios y estar en su gracia; la tercera, que este beneficio del don de la penitencia, se da al que es aún enemigo de Dios y ha merecido el infierno. Aprovechará para esto tener algunos libros leídos como San Basilio, Agustín, Crisóstomo, de Poenitentia; y los de Fray Luis de Granada, que han salido ahora, que tratan este argumento muy copiosamente.

Y sobre todo, lo que Nuestro Padre nos encomienda, 4.ª parte et 7.ª: que todos tuviésemos muy andadas las materias de los Ejercicios, y principalmente los de la V semana, donde se trata este primer punto del mal que hay en el pecado, por contener en sí menosprecio de Dios, pérdida de bien infinito y condenación de infierno; injuria para cuyo perdón se derramó la sangre de Cristo.

Para lo 2.º que dijimos, si la justificación es más obra que criar el cielo y la tierra, como lo tiene San Agustín y lo enseña Santo Tomás: -Si Dios por un hombre hubiese criado el cielo y la tierra y cuanto en él hay, en cuánto se estimaría-; y, al fin, non corruptibilibus auro et argento sed pretioso sanguine Christi, quasi agni immaculati empti sumus. Es menester descubrir las entrañas de Dios al pecador: Pro Christo enim legatione fungimur, tamquam Deo exhortante per nos. Obsecramus pro Christo, reconciliamini Deo, Corinthios 5. De manera que con dos cosas hemos de tener cuenta: de poner al hombre en el abismo y profundo de sus males, iuxta illud De profundis clamavi ad te, domine; et illud: Salvum me fac, Domine, quia intraverunt aquae usque ad animam meam; (Hier). Lapsa est in lacum vita mea.

Lo 2.º, debemos abrir la puerta de la confianza: que acudan a Dios como a padre piadoso; y no piense nadie que, por no ser capaz de contemplación ni meditación, no puede hacer esto. No hay quien no pueda llamar a Dios y pedirle este socorro y pedirle perdón, como quien ha injuriado a un tan buen Padre.

3. Conviene mucho al que desea alcanzar la verdadera penitencia tomar algún tiempo desocupado, en que, apartado de otros cuidados, recoja su corazón trate de esto con su Dios, como de cosa que sumamente le importa. Léase 2-2, q. 2 fere per totam: como los que hacían penitencia no podían ocuparse en pleitos, ni mercaderías, ni ir a la guerra, ni tratar de casamientos, ni acudir a baños, ni a convites, por que no hubiese cosa que les distrajese el corazón de este cuidado. Véase el provecho que experimentamos en los que se recogen una semana a hacer una confesión bien hecha. Aprovechará para sazonar el corazón lección de algún buen libro, alguna santa y buena conversación, algunas obras de satisfacción, ayunos y otras aflicciones, limosnas, que aprovechan para disponer el alma, para quitar el enojo a Dios, para que mire con entrañas de misericordia esta alma, como miró a Pedro; el oír misa cada día, acudir al templo, pedir la intercesión de Nuestra Señora y de sus Santos: al fin, hacer algo en que muestren que tienen gana de que Dios les perdone. Véase el capítulo Falsas de penitencia d 5, c. Quod quidam, de poenitentia et remissione, Alex 3. Mucho conviene quitar esta mala persuasión que tienen los hombres, que les parece que no hay cosa más fácil que pecar y que Dios les perdone. Y aunque sea verdad que un solo momento puede bastar para esto, pero, con todo esto, vemos el cuidado que tenían los santos de que Dios les perdonase sus ofensas Peccatum meum contra me est semper; et Lavabo per singulas noctes lectum meum, decía David; aunque le había dicho Nathán: Transtulit Dominus peccatum tuum a te. Y al fin, todas las vidas de los santos están llenas de esta solicitud de pedir perdón de sus pecados, añadiendo lágrimas a lágrimas, ayunos a ayunos, con nuevos géneros e invenciones de penitencias, con un santo temor, como el que tenía Arsenio, habiéndosele caído las pestañas de pura continuación de lágrimas.

4. Mucho aprovechará a los que tuviesen más capacidad, darles algún gusto de la bondad de Dios, para que mejor conociesen la ingratitud del pecado y la vanidad de él por que se ha ofendido Majestad tan grande; que con ansia del corazón hiciesen algunos actos de la estima y amor de Dios, del desprecio y aborrecimiento del pecado. Y pues San Agustín dice, que se tenga diligencia no menos que en cosa en que va la vida, cualquiera ayuda e industria que se tome sería bien empleada.

En esta parte debe tomarse el pulso al corazón; qué piensa hacer en lo de adelante, cómo traza su vida. Y esta parece prueba verdadera, ver un corazón firme en quitar ocasiones y peligros, cuidadoso de mirar por sí, que sale de vuestros pies con miedo siquiera, de no ofender a Dios tan sin miedo y vergüenza como hasta entonces. De manera, que será bien, para satisfacernos del dolor del penitente, ver el cuidado que ha puesto y diligencia que ha hecho para haberle. Lo 2.º, el recato que trae para lo de adelante, que no parece posible haber conocido la fealdad de la vida y no poner algún remedio en la enmienda de lo porvenir. Lo 3.º, la manera del confesarse y las muestras exteriores que da de lo que pasa en su corazón, pueden dar satisfacción de lo que pretendemos.

5. Antes de pasar adelante en los medios que puede haber para que el corazón del penitente se prepare como hemos dicho, quiero advertir una cosa, que, si falta la destreza y prudencia del confesor para la ejecución de esto, volverse ha en ponzoña lo que había de ser medicina. Mucho se ha de hacer para que no nos pierda la benevolencia el penitente. Ha de ser la mano tan sabrosa, que, en el mismo dar la lancetada y el cauterio, no dé pesadumbre: persuadirle lo que le conviene; y, al fin, donde hay entrañas de padre y muchas de éstas, no se puede aguardar sino buen suceso. En tiempos de priesas, yo no querría encargarme de gente habituada en mal, si acaso no supliese la buena disposición y la moción con que Dios le trae (a que se ha de tener ojo principalmente). Porque cuando hay poco tiempo y mucho que hacer, siempre se suele dar mal recaudo a estas cosas. Quedarse ha ahora para adelante el tratar de la eficacia de este medio que es diferir la absolución.




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Plática 59

Quinta para los Confesores


1. Para ver el ansia con que pedía la Iglesia deseasen los pecadores volver a la amistad de Dios, véase este lugar de San Ambrosio in libro de penitentia, c. 16: Volo veniam reus speret, petat eam lacrimis, petat gemitibus, petat populi totius fletibus, et cum secundo aut tertio dilatata fuit communio, credat remissius se supplicasse, fletum augeat, miserabilior repetat, teneat pedes lacrimis. Cognovi quosdam in poenitentia sulcasse vultum lacrimis, exarasse continuis fletibus genas, stravisse corpus suum calcandum omnibus, ieiunio ore semper et pallido, mortis speciem spiranti in corpore protulisse. Vide en Ambrosio: Ad virginem lapsam; Chrysost., Homilia 42 in Mathaeum.

Y por esta causa fue un remedio muy usado en la Iglesia antigua, después de la confesión de los pecados mortales, no admitir a nadie a la Comunión, ni a la absolución, sin primero haber hecho legítima satisfacción de sus pecados, como se colige manifiestamente.

C. Multiplex de ponitentia, d. 1, de San León Papa, y del c. 53 De ecclesiasticis dogmatis; y en otros muchos lugares donde se habla de estos cánones penitenciales. Y en todos los Padres hallamos reprehensiones Contra facilitatem veniae, quae ansam praebet delinquendi, et laxat ad vitae dissolutionem. En un fragmento que hay de Nicéforo Cartofilacio de ligandi atque sovendi polestate ad Theodosium monachum, se dice: «Urum caveat sacerdos, ne indulgentius absalvat fiatque alienorum omnium particeps». Y ahora vemos que se tiene por caso de menos valor, dejar al hombre sin ser absuelto cuando se confiesa, y dejar luego de comulgar. Y de esto ya dijo Ambrosio en su tiempo, en su libro 2 de poenitentia, c. 5, habetur de poenit. d. 1, cap. Nonnulli ideo.

La causa de esto era porque parecía a la Iglesia que los que comulgaban con tanta facilidad, con la misma se volverían a sus pecados: et videbantur lusisse de communiona dominica. Esto se colige en Concilio Eliberitano. Con esta dilación no sólo se hacía provecho al penitente que buscase más su humillación, empero también a la edificación del pueblo, que con esto se detenía más de ofender a Dios. Era grande la severidad con que eran castigados los pecados, como se verá cuando tratáremos de la satisfacción, y con que pretendía la Iglesia, no sólo que escarmentasen los hombres de no pecar, pero purificarlos y disponerlos antes de recibir la absolución.

2. Y esto, no sólo en pecados públicos y escandalosos, pero con pecados ocultos y graves como se colige en la homilía 2 de Orígenes, salmo 37 y de San Agustín en la homilía 50, que es de poenitentia et de Ecclesiasticis dogmatibus, cap. 57. Como entonces la Iglesia estaba entre gentiles y había en ella tantos recién convertidos a la fe, por que no escandalizasen los unos y los otros, era menester castigar con mano tan pesada las culpas que aconteciesen. Y aun por esta causa, dice el Papa Inocencio I, que con demasiado rigor solían en algunas iglesias, por pecados muy enormes, privar de la comunión aun en el extremo de la vida, como aparece en cánones del Concilio Eliberitano; lo cual totalmente se abrogó en el Concilio Niceno, como cosa que, por su demasía, podía causar desesperación. Pero siempre queda la severidad con los penitentes, en que cumpliesen, conforme a la cualidad de sus culpas, diversas penitencias en ayunos, en cilicios, en mucha oración y ejemplo de vida, antes de ser absueltos ut ostenderent fructus dignos poenitentiae. En la Iglesia, tenían lugar apartado que había para su humillación, y, a cierto tiempo de la misa, con pública voz, de la misa salían fuera. De la cual costumbre aún hace mención Gregorio, 2 diálogo; y algunos, como eran los que estaban en costumbre de pecados muy feos y extraordinarios, los ponían entre los energúmenos, que eran los endemoniados, los cuales publica oratione Ecclesiae curabantur. De la cual costumbre hace mención Dionisio, De ecclesiastica Hierarchia, c. 3, p. 3. el Concilio Ancirano, cap. 17. Iban poco a poco con ellos admitiéndolos a más dignidad en la Iglesia, conforme daban muestras de su arrepentimiento. Y cierto, bien se ve en algunos tan endurecidos en estas malas costumbres, que, con las medicinas ordinarias que les recetamos, nunca acaban de curarse qui videntur agi a spiritu immundo et tradi iam in peccata contumeliae et passiones ignominiae. Cayóse del todo este rigor de la Iglesia, y juntamente entró de rondón la licencia y libertad de pecar que se ve entre los cristianos.

3. Están tan estragados los estómagos, que gravísimas enfermedades y muy envejecidas no admiten curas sino muy ligeras, y bien se ve en lo poco que se remedian. Aunque nosotros no seamos para introducir lo que está tan olvidado, todavía conviene que hagamos por dar a entender al hombre, lo que es haberse puesto en estado de enemistad con Dios, y para que tengamos industria para disponerlos antes de admitirlos a los sacramentos, ne mittamus margaritas ante porcos. A un doctor, y bien grave, parece que sería muy conforme al espíritu de la Iglesia, a ningún hombre admitir a la Comunión, que hubiese hecho pecado mortal, sin primero preceder obras de satisfacción y humillación. María, hermana de Moisés, porque había murmurado contra su hermano, después de haberla perdonado Dios por la oración de su hermano, quiere Dios que esté con la lepra siete días fuera del Real.

Esta humillación de apartar al hombre del altar, siquiera por algunos días, mucho le aprovecharía para no llegar polluto adhuc ore y las manos corriendo sangre. Verdad es, que en esto no se podrá tener regla general, porque muchas veces, el escándalo, el tiempo, el estado, nos obligaría a hacer otra cosa. Y así el confesor, conforme a las circunstancias y la disposición de la persona, en cosa que no parece tan necesaria, podría escoger lo que mejor le pareciese convenir.

Pero por regla más general tengo, y cuanto se sufre en materias morales, por universal, que los que han vivido en pecados con toda soltura y desvergüenza, el que ayer, como dicen, se levantó del estado de pecado; sin grave necesidad que a otra cosa nos obligase no debía ser admitido a la Comunión, sin que primero precedan algunas obras de humillación y satisfacción, porque deprendan a reverenciar haec tremenda misteria, y no se lleguen a ellos con tan poco reconocimiento como vemos.

4. De manera que, resumiendo lo que hemos dicho, conviene estar persuadidos, que este medio de diferir la absolución es muy eclesiástico y pretendido del Espíritu Santo, cuando el penitente no está bien dispuesto, o el confesor no tiene prendas bastantes con que se satisfaga de esta disposición del penitente y quiere tomar más prueba si su dolor de lo pasado y propósito de la enmienda en lo porvenir son verdaderos. Lo cual en gente acostumbrada, en quien es tan fácil el recaer, es medio muy necesario. Y también cuando se ve que, de esta manera, será él más ayudado para el fin que arriba hemos propuesto. Sólo advierto al confesor, que esto se haga con benevolencia del penitente, procurando hacerle capaz cuánto esto le conviene. Y en todos los medios que se han de tratar, que parecen dificultosos, por el abuso que hay en el mundo el día de hoy, para que no se dejen de ejercitar por eso, facilitándolos con la buena gracia y unción que el Espíritu Santo comunica a los que desean de veras servirle. También se colige de lo pasado los ejercicios de recogimiento, oración, obras de satisfacción en que se debe ocupar a los que se les difiere la absolución, para que con más ventajas suyas consigan el fruto de la penitencia.

Véase el cap. Falsas de poenitentia D. 5 de San Gregorio; el cap. Quad quidam de poenitentia et remissione.

5. Resta ahora de tratar de la satisfacción y penitencia que se ha de dar al que se confiesa, de los remedios que se han de aplicar según las diversas enfermedades, y de la regla y concierto de buena vida que debe tener cualquier cristiano, para entretenerse en la virtud y no andar siempre a echa levanta. De esto se puede decir poco por la brevedad del tiempo, y se quedará para la conferencia que se sigue lo que de esto se puede decir.




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Plática 60

Sexta para los Confesores


1. Tiene el sacerdote poder no sólo para perdonar los pecados, pero para dar satisfacción por ellos, como el Papa León lo dice, c. Multiplex de poenitentia d. 1; y es común doctrina de los Padres, como el Tridentino lo alega, sesión 14, c. 8. Y así tengo por cosa más cierta y más allegada a la doctrina de los Padres, que está obligado el penitente a aceptar la penitencia que el sacerdote, como prudente juez y médico de su alma, le impusiere. Esta satisfacción se da primeramente para venganza y escarmiento de los pecados; lo 2.º, para pagar a Dios lo que se le queda a deber; lo 3.º, en remedio y medicina; lo 4.º, para asemejarse más el hombre a Cristo Nuestro Señor.

Cerca de lo 1.º en el Concilio Cabilonense, sub Carolo Magno, son reprendidos mucho los sacerdotes, que, con respecto de personas, daban ligeras penitencias, con lo cual los hombres quedaban más facilitados a la recaída. En lo cual véanse las palabras del Concilio de Trento, en el lugar de arriba, que dice: Debent sacerdotes. Y tras esto encomienda luego que la penitencia que se diere, no sólo sea ad novae vitae custodiam et infirmitatis medicinam, sed ad praeteritorum peccatorum vindictam et castigationem.

2. Bien se sabe la gran severidad con que la Iglesia usó siempre esto, y que, el tiempo que de esta manera se trataba y los hombres estaban persuadidos que así habían de ser castigadas sus culpas, las había mucho menores y no tan ordinarias. Y así vemos, en todos los Concilios que después se hicieron, quejas comunes de los Padres, que, por haber caído el rigor de la penitencia, se había abierto tanto la puerta a ofensas de Dios. Y aunque la razón de tanta severidad en esta parte haya cesado, ne blasphemetur nomen Dei inter gentes inter quas erat Ecclesia tunc constituta, ne neophyti, que entonces había tantos, fuesen escandalizados con la ruin vida de los nuestros; pero la razón de que queden los hombres escarmentados de haber ofendido a Dios nunca ha cesado. Casi no hay Concilio antiguo en que no haya algunos cánones penitenciales, y algunos de 20 años y de toda la vida, por culpas que ahora con rosarios de Nuestra Señora pensamos satisfacer. Y entonces había, en este tiempo que duraba la penitencia, mucho pan y agua, mucho cilicio, los pies desnudos por el suelo y no subir a caballo, no traer armas, que ahora se han quedado algunos rastros de esto en el foro contencioso. La penitencia de 7 años que se hacía por pecados graves de homicidio, de juramento falso, etc., sabemos que aún duraba en el tiempo de los Concilios Gornavense y Remense y Triburiense; y en el Remense se verá la severidad de ello, que fueron celebrados después de la edad de Carlo Magno; y en tiempo de Bucardo y Ivon, cuyos decretos usamos, no dudo sino que se usaban estas penitencias por sus cánones, como se colige de sus libros, los cuales florecieron después del año del Señor de mil; y aun en Pedro Damián, Cardenal y obispo, en la vida de Santo Dominico Loricato, hallamos penitencia de 100 años, que contenía 20 psalterios disciplinados, sin ayunos y otras cosas. Y también se halla penitencia de mil años; no porque un hombre hubiese de vivir los cien o mil años, sino porque las penitencias de años se podían redimir y consumar en obras que en más breve tiempo se pudiesen hacer, como parece en Ivón; y así, en poco tiempo se podía cumplir, con mucha aspereza de vida, las penitencias sobredichas.

3. No se podía ordenar sacerdote sin saber estos cánones penitenciales: los que alego se hallarán en Rabano y Buenaventura, y otros muchos, coligidos. Verdad es que con los que con más vehemencia se tomaban a pechos para satisfacer a Nuestro Señor Dios, se podían abreviar estos plazos; con los perezosos y negligentes se cumplían a la letra. Ahora que, por la contraria costumbre, no hay obligación alguna de estos cánones, no por eso estaremos excusados de mirar cómo volvemos por la honra de Dios; en lo cual, lo que a mí me parece es: lo primero, que procuremos de renovar el espíritu de penitencia en los que tratamos, porque vemos que está Dios enojado y con espada desenvainada y, sin hacer reparo ninguno, castiga nuestros vecinos; y la penitencia aplaca a Dios, como se ve en Acab mal rey, los Ninivitas, y en otros muchos ejemplos de la Sagrada Escritura. Y así, debemos cargar la mano en esta persuasión cuanto pudiéremos; y más, cuando el penitente no arrostra a esto: malo cum parca poenitentia mittere in purgatorium quam cum magna in infernum, como dice Gersón. Y Crisóstomo nos dice que, si hemos de dar en algún extremo, vale más aplicarnos al de la misericordia que al del rigor. Cierto, poca señal da de entender lo que es haber ofendido a Nuestro Señor el que no está animado a hacer penitencia; pero con esperanza que, dejándole ganado, poco a poco se le irán abriendo más los ojos, se podría condescender con su flaqueza.

4. El uso del cilicio en penitencia está canonizado en el Testamento viejo y nuevo, en vidas de santos, obispos, reyes y caballeros; que del segundo maestre de Calatrava leemos que nunca se le mudó sino dos veces en la vida. No hay que traer ejemplos de esto, porque están llenos los libros de éstos. Es penitencia secreta que sin ruido ninguno se puede hacer. Vale mucho para quitar el brío a la sensualidad; más que la disciplina, que, allende de hacerse con dificultad para no ser oída, no tiene para este fin tanta eficacia, ni es tan usada de los muy antiguos y primeros como cilicio, aunque desde el siglo de San Pedro Damiano ha sido en todas las religiones muy usada. Y San Pedro Damiano cuenta de alguno que se llevaba sus 150 salmos disciplinados cada noche.

El dormir en el suelo, estar en pie, hincar muchas veces las rodillas, los ayunos, la oración, son muy usados siempre y canonizados de la Iglesia. En lo cual, quien ha hallado rincones para las ofensas de Dios a oscuras de las gentes, hállelos -que bien habrá industria para ello-, para satisfacciones a Dios sin testigo; porque la penitencia debe ser secreta.

Lo segundo, que quien mucho debe, mucho debe pagar acá o acullá. El segundo fin que dijimos de la penitencia es pagar a Dios, porque este fuero así es de misericordia, que también es de justicia. En sólo el bautismo se perdona culpa y pena. Aquí, la culpa y parte de la pena, conforme a la cuantidad de nuestra penitencia y de nuestra contrición. Y como nuestros pecados son muchos y nuestra tibieza también grande, siempre queda mucho que pagar acá o allá; pues una palabra ociosa tendrá su juicio particular y su castigo. Y si los pecados que en nosotros conocemos son tantos y la penitencia tan poca, ¿qué será si los juntamos con los que nosotros no echamos de ver, y se nos pasan por alto por nuestro descuido?

Aquí se debe encarecer mucho el fuego del purgatorio; y ver cómo el Padre Eterno, pecados puestos en las espaldas de su Hijo, los castiga con mano tan pesada: ¿qué será los nuestros propios, que nacimos arrastrando la sentencia tras nosotros? Ver cómo la Iglesia de Dios en este fuero que siempre ha sido de misericordia, castigaba las culpas, como hemos dicho. Ver cómo los santos en quien está la sabiduría de Dios y el verdadero aprecio de las cosas, la penitencia que hacían por sus pecados, que a nosotros nos parecen muy livianos y sus penitencias cuasi increíbles. Ver cuán delgado se hila en la otra vida, que por culpas que acá parecen ligerísimas se da largo y penoso purgatorio, como lo vemos en libros, a quien debemos dar crédito, en los diálogos de San Gregorio, en San Gregorio Turonense de gloria confessorum, en las obras de San Pedro Damiano, y en otros autores en doctrina y santidad muy graves.

5. De lo tercero: Vida regalada sin penitencia, no parece que puede durar mucho sin muchos pecados, a lo menos interiores. Ésta es la sal que detiene, ne corrumpatur caro, aestuante calore concupiscentiae: éstos son los cimientos que detienen este edificio viejo que está tan inclinado a dar consigo en el suelo. Ésta expele el poderío del espíritu inmundo, quita las fuerzas al enemigo casero, hostiga al hombre -que el loco por la pena es cuerdo-, despierta la penitencia interior, consérvala y ayúdala mucho; mueve las entrañas de la misericordia de Dios, que, quitado el enojo, mire la humillación del hombre y el deseo que tiene de satisfacer a Dios, pues pone las manos en sí; y estas obras pueden mucho con Nuestro Señor. Al fin, todos los Santos, que leemos sus vidas, usaron de este medio perpetuamente. San Pablo castiga su cuerpo et in servitutem redigit; ne cum aliis praedicaverit, ipse reprobus efficiatur; qui tamen habebat primitias spiritus et raptus erat usque ad tertium caelum. De Nuestra Señora dice San Buenaventura en la Vita Christi, que reveló a una sierva suya, que ninguna virtud le habían dado, fuera de lo que le dieron de antemano, que no le costase aflicción y oración.

Vea el confesor el estado y disposición de su penitente, y, conforme a eso, le puede recetar lo que juzgare que para este fin le hará al caso. Y en esta parte se suele usar dar penitencia a su voluntad, a lo menos que las pueda conmutar de un tiempo a otro, o de una cosa en otra, lo cual también se usa en los cánones penitenciales.

Del 4.º fin de la satisfacción hay poco que decir. Basta aquello de San Bernardo: Non decet sub capite spinoso membra esse delicata, et: Si oportuit Christum pati et ita intrare in gloriam suam, ¿qué será razón que hagamos por ella, y por quien tanto hizo por nosotros?

6. De los remedios de los pecados, de las causas de ellos, de la ignorancia, flaqueza y malicia, de los estados de costumbre y obduración no podremos ahora tratar. Sólo digo que muchas culpas se cometen por no saberse la gravedad de ellas; y la facilidad con que se pueden hacer, ha quitado la estimación de su grandeza. Y así conviene desengañar en esto a la gente, que el horror concebido de las culpas les haría más detenerles de cometerlas. También deseo que tuviésemos mucha eficacia en dar a entender a los hombres el estado lastimoso de los que hacen asiento en el pecado y, con la costumbre envejecida, van a dar en el menosprecio, y de ahí en la dureza y la impenitencia del corazón, y de ahí a ser entregados ut eant ost desideria cordis eorum et in reprobum sensum, que es la amenaza mayor que leemos en las Escrituras: dejar Dios al hombre que haga cama de sus pecados con paz en ellos y sin remordimiento ni azote.

7. En la regla del bien vivir diré sola aquella palabra del Apóstol: Discant nostri bonis operibus praeesse ne sint infrustuosi. Ningún estado había de haber que no tuviese alguna tarea de virtud y concierto de buena vida; pero los que más comulgan tienen más obligación a esto; y es razón que corresponda el vestido a la comida; y que no canonicemos con frecuencia de sacramentos cosas que, aunque no son claramente pecados mortales, andan empero entre dos luces y hacen mal son; y, con este ejemplo, se entran otros de rondón en ellos y en otros peores que son sus vecinos. Y si quieren mucho comulgar, quieran también mucha perfección de vida. No condenamos mujeres quarum sit extrinsecus capillatura in auro, et pretiosis vestibus; pero no es razón que cosas de esa manera, cesante necesidad de la obediencia, sean autorizadas como cosas de gente que tiene puesta tienda de perfección. Con este mismo ejemplo se pueden entender otras cosas que son de este género. Y esto baste por ahora.




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Plática 61

Pláticas sobre las reglas de los Sacerdotes, que hizo el Padre Maestro Gil González, Provincial, en el colegio de Córdoba. Año 1586


Primera para los Sacerdotes Coram Episcopo Cordubense


1. Por habérmelo mandado Vuestra Señoría Ilustrísima trataré de lo que pertenece al estado sacerdotal, aunque esto lo había de tratar más a la larga con los Padres. Viene a propósito tratarlo delante de Vuestra Señoría, en quien está en sumo grado de perfección el estado y oficio sacerdotal. Porque los obispos son sacerdotes por antonomasia, como se llaman en el Decreto todas las veces que trata de sacerdotes, por cuyo nombre entiende obispos. Son los obispos catedráticos de propiedad, a quien Cristo Nuestro Señor dejó por sucesores y herederos del oficio de los Apóstoles. «Plures fecit sacerdotii haeredes», dice Agustín; cuyo oficio es enseñar la sana doctrina a los fieles y procurar la salvación de las almas, como dice Anacleto en la tercera decretal; y San Pablo dice de sí: «Non veni baptizare, sed evangelizare», que para bautizar traigo los sacerdotes, que a ésos pertenece ser ayudantes del obispo; pero mi oficio es enseñar y predicar. Y en los Actos de los Apóstoles se cuenta que encomendaron a los diáconos el repartir de las limosnas y para a acudir a las necesidades temporales; «Nos autem orationi, et praedicationi, et ministerio verbi instantes erimus». Y que esté en perfecto grado el oficio de sacerdote en el obispo, vese claro, porque a semejanza de lo natural, que cuando es uno agente perfecto puede producir otro semejante, un obispo puede elegir otro sacerdote, como él; pero un sacerdote no puede hacer otro sacerdote.

2. Este ministerio del sacerdote, que es ayudar a los obispos, ha tomado la Compañía muy de propósito; y nuestro Padre, aunque dio a todos reglas generales que ayuden a todos en el común modo de proceder, deseoso que este oficio se ejercitase debidamente en la Compañía, como tan propio de ella, pues somos ordo clericorum, hizo reglas particulares para los sacerdotes, para que puedan con más fruto aprovechar a la Iglesia, que tiene tanta necesidad en nuestros tiempos de fieles ministros; que para esto fue dada de Dios la Compañía a la Iglesia, para criar y mantener sacerdotes y operarios, cuales se requieren para tan alto ministerio; porque si no son de muy probada virtud, de vida inculpable, de maduras costumbres, en lugar de hacer fruto, dañarán muy mucho.

De los tales dice San Gregorio d. 48 c. 2 «Sicut scimus quod aedificati parietes non prius lignorum pondus accipiunt, nisi a novitatis suae humoris siccentur; ne si ante pondera, quam solidentur, accipiant cunctam simul ad terram fabricam deponant.»; Que son como una viga verde, que puesta en un edificio y cargando peso, luego hace sentimiento y se dobla y encorva, y no sólo viene a faltar ella, pero arruina todo cuanto cargaba sobre ella. Es menester que antes que la pongan pase por ella el estío e invierno y pierda aquel verdor. Así, para sacerdotes no es bueno un hombre de corazón verde, asido a cosas de tierra, liviano, que, encargándole un oficio de almas, no sólo se pierde a sí, sino a ellas. Es menester que pierda ese verdor, que sea muy probado e instruido en la verdadera doctrina y enseñanza de la Iglesia, la cual hace dignos ministros como dice el Papa Hormisda a los Obispos de España: «Leviticum genus dabat altaribus sacerdotes, nos autem parit altaribus disciplina». Por disciplina entiende verdadera doctrina y sólida enseñanza, en que han de estar fundados los sacerdotes para hacer fruto en los demás. Y aunque es verdad que las religiones son dadas para reparo y remedio de la Iglesia, pero fue de Dios instituida la Compañía para ejercitar el ministerio de sacerdotes, que es enseñar y doctrinar los fieles; y si esto no lo ejercitase uno de la Compañía, como debe, ¿qué le queda para llamarse religioso? Porque en lo demás su vida es común en lo exterior, de clérigos honestos; y otras religiones, aunque en esto no se señalen, tienen coro y otras ocupaciones en que entretenerse.

3. Y el criar gente, que se ocupe de esto, es de grandísimo servicio de la Iglesia, por la grande necesidad que tiene. Verdad es que no hay ahora aquellas persecuciones de herejes, que había antiguamente, como la de Arrio, que aun los mismos Emperadores eran contra la Iglesia, y los obispos que habían de volver por ella; tanto que en un conciliábulo Ariminense de quinientos obispos, como dice Jerónimo «ingemuit orbis se Arrianum ese». Pero entonces tenía soldados viejos y muros fortísimos que la defendían: un Hilario, un Basilio, un Crisóstomo, un Atanasio, que huyendo de sus enemigos les hacía temblar; un Ambrosio que se opuso con tanto valor contra aquella mala emperatriz Justina, un Agustín: los cuales todos conservaban la verdadera y sana doctrina de la Iglesia derivándose de unos a otros como de padres a hijos. Pero aunque en estos tiempos no hay estas persecuciones, hay muchas faltas y pecados y mucha falta de buenos ministros; y por esto ha tomado la Compañía tan a cargo doctrinar y enseñar gente que sea apta, dándoles reglas a que se hayan de asir. Y tiénese tanto cuidado de que se ejerciten en los ministerios conforme a ellas, que una de las cosas que los visitadores de la Compañía examinan en sus visitas, es si ejercitan, y con qué perfección, estos ministerios de ayudar a las almas, conforme a nuestro Instituto.

4. De estas reglas suelo yo en particular tratar con los Padres, y ahora solamente resumiré la substancia de su doctrina, haciendo una breve suma sacada de la 7.ª parte de las Constituciones de nuestro Padre Ignacio, capítulo 4.º; las cuales son de mucha substancia: lo uno, por ser de nuestro Padre Ignacio, hechas con tanto acuerdo; y lo otro, por ser tan conformes a la doctrina de los Santos, pues en ellos se hallan las cosas que en ellas se contienen; de donde se colige la mucha claridad y luz que Dios Nuestro Señor le comunicó, que de él sabemos que no fue muy letrado, sino que ese tiempo que estudió, fue como por modo de cumplimiento. Dice, pues: Et primo quidem conferet exemplum totius honestatis et virtutis christianae, ut non minus bonis operibus, imo magis, eis, aedificationi esse quibuscum agilur curent». Que los operarios de la Compañía, para hacer fruto, han de ser ejemplo de toda honestitud y virtud que rebose en lo exterior; que edifiquen más con sus costumbres y obras que con sus palabras y doctrina. Lo cual también repite en la décima parte, capítulo primero.

5. De esto da nuestro Padre tres razones. La primera, porque con ello se adquiere la buena reputación y autoridad, la cual importa mucho para cualquiera que tiene oficio público, como el capitán en la guerra, el gobernador en la ciudad. Y más particularmente se requiere en el que ha de tratar almas, porque sus palabras no son de efecto si la buena reputación de su vida y costumbres no les da vida. «Bonus odor, qui veritati operum bonorum innitatur, dice nuestro Padre (décima parte, § 12-17).

La segunda, porque este oficio del trato de almas requiere virtud sólida y perfecta, no aparente ni fingida, que ésa no permite Dios que dure, sino que, al fin, se descubra el engaño; sino que sea virtud verdadera que dé de sí buen olor, como decía San Pablo: «Christi bonus odor sumus». Et 1 ad Timotheum, le encarga, que, pues está puesto en lugar alto, procure dar a todos buen ejemplo, pues tienen en él puestos los ojos. «Exemplum esto fidelim in verbo et conversatione»; que tus palabras y pláticas sean tales, que puedan parecer delante de todos sin confusión y vergüenza, y de este término usa muchas veces San Pablo (2 ad Timotheum. 2): «Operarium inconfussibilem», sin mancilla; y ha de ser la vida del sacerdote tal, que aunque quieran sus enemigos, «vereantur aliquid dicere de vobis». Esto vuelve a decirle otra vez San Pablo a Timoteo: «Attende tibi et doctrinae». Que aunque ha de tener cuidado de la enseñanza y instrucción de los demás, ha de tener mucha cuenta consigo, no sea que por tener cuidado de los otros se descuide y olvide de sí. Y ése es el fin que dice nuestro Padre que tiene la Compañía: salvarnos nosotros y ayudar a salvar a los demás; procurar nuestra perfección con la divina gracia, y con la misma procurar la perfección de los demás.

La tercera, porque somos instrumentos de Dios para el más alto ministerio de cuantos hay, que es reducir las almas a su servicio; y si instrumentos, y no de cualquiera, sino de Dios, y para negocio de las almas, necesario es que seamos dechados «totius honestatis», que haya entereza en nuestras costumbres; no blanduras, ni de deseos y afectos verdes e inmortificados, sino dechados de toda honestidad y sinceridad, porque si ésta falta, no tendrán eficacia nuestras palabras con los prójimos, sino tenernos han y tratarnos han como a los demás hombres. Por lo cual dice nuestro Padre (cuarta parte, capítulo 8, in fine) que el fin que pretendemos es sobrenatural, y tales han de ser los medios. Hemos, pues, de ser en nuestras costumbres puros «sicut Angeli Dei», que tal puridad como ésta se requiere. Y dícelo Inocencio I y Siricio, papas, hablando de la castidad que se pide en el sacerdocio; porque siempre ha de estar aparejado a orar, porque siendo instrumentos de Dios, hémosle de tener muy en nuestra mano, teniendo recurso a Él en la oración. Porque el instrumento natural, mientras más unido está al agente principal, mejor produce su efecto, y de él recibe la virtud para obrar. Por eso dice nuestro Padre que hemos de ayudarnos para nuestro oficio «sanctis desideriis et orationibus»; (parte séptima, capítulo cuarto), y ser como Daniel, de quien dice la Sagrada Escritura que «erat vir desideriorum».

6. Pero diráme alguno, que por qué dice nuestro Padre «totius honestatis». A eso respondo que no lo dijo de su cabeza, sino que lo tomó de San Pablo ad Timotheum; y demás de eso, porque no basta honestidad en lo interior sino también en lo exterior «in omni castitate»; porque ésta sin aquélla es de muy poco efecto, y fácilmente falta; y así habemos de ser dechados de toda honestidad, del alma y del cuerpo; y pues somos instrumentos de agente sobrenatural, hemos de usar de medios sobrenaturales, como es la verdadera virtud, y especialmente la caridad, la intención pura de servir a Nuestro Señor Dios en todas nuestras obras, el trato con Él, la devoción verdadera y el sincero y puro deseo del bien de las almas. Y aunque hemos también de ayudarnos de medios naturales, como son la ciencia y sabiduría y otros sernejantes, pero no habernos de estribar ni hacer mucho hincapié en ellos, sino en Dios Nuestro Señor y en las verdaderas y sólidas virtudes porque, así, guiaremos a los prójimos por el camino de su salvación; que de otra manera, si esto no hay y el penitente tiene afectos desordenados y el confesor también, siendo un ciego guiado por otro ciego, ambos darán en el hoyo y perderse han, como dice muy bien San Gregorio (de «poenitentia D. 6, Can. 1 Sacerdos»): sino hase de haber el confesor con el penitente, como dice Bucardo en una decretal (Lib. 19, c. 33 de penitencia), comunicando con él en las penitencias, partiendo con él los ayunos en cuanto fuere posible, haciendo oficio de medianero entre Dios y él: «In tempore iracundiae factus est reconciliatio». Y para esto es menester lo que dice San Gregorio: que sea tal la vida del sacerdote, que esté fiado que Dios le oirá.

7. Dos cosas sacamos de aquí. La primera, que no ha de aguardar a la campanilla el confesor de la Compañía, ni a que los penitentes vengan a él, sino que él los ha de ir a buscar y a traerlos, pues es su oficio reducir las almas a Dios y reconciliarlas con Él. Lo segundo, que hemos de acudir a las mayores necesidades, porque somos pocos los de la Compañía en el mundo, pues en todo él somos pocos menos de seis mil; y así habemos de saber trazar nuestra ocupación, como entendiéremos que será más provechosa, acudiendo primero a las cabezas, porque ganada una persona principal, fácilmente se gana toda su familia, y, ganado el gobernador, todo el pueblo; edificando en tierra firme, y no sobre arena, que, en viniendo tempestad, se lo lleva todo. Y así como el labrador procura sembrar en la mejor tierra, donde espera coger más fruto, y el mercader donde hay más trato de mercaderías y donde hay más comercio; así la Compañía ha de acudir a los lugares y puestos donde su trabajo sea más fructuoso para la mayor gloria de Dios. Y allí es para mayor gloria de Dios, donde es más fructuoso; y allí más fructuoso, donde hay más necesidad, como en la gente ignorante y ruda y en los niños. Y por esto hizo nuestro Padre tanto caso del enseñar la doctrina, y apoyó esto tanto, que en muchos lugares de las Constituciones se hace mención de ello, y en la Bula del año de 40 «De institutione Societatis»; y nuestro Padre ordena que los Rectores vayan cuarenta días a enseñar la doctrina a los niños; y en las reglas de los sacerdotes pone ésta entre otras; y en la sexta, tratando de las cosas a que han de atender. Y lo mismo manda a los profesos, que lo tengan muy a cargo y hacen particular voto de ello (5.ª parte, capítulo 3.º). Y el Padre Francisco Xavier, verdaderamente hombre apostólico y fiel operario de la Compañía y uno de los diez que la fundaron, en su Vida, que ahora se lee en el refitorio, encarga al Rector del Colegio de Goa, que este oficio lo haga por sí mismo y que no lo remita a otros.

8. Hemos también de procurar que no se vayan los penitentes como vinieron, sino mejorados, para que no tornen a caer, dándoles modo de vivir. Porque, ¿qué aprovecha dar el médico la purga al enfermo, si, después de tomada, llena el estómago y lo encharca de comidas dañosas, si no le da buen regimiento para adelante? ¿Qué le aprovecha al penitente confesar, si luego se vuelve a los pecados en que estaba antes? «Qui baptizatur, dice el Espíritu Santo, ex mortuo et iterum tangit eum, quid proficit lavatio? Todos se confiesan, y cuál se va sin la absolución; pero muchos son los que vuelven a la mala vida de antes. ¿Qué es la causa de tantas recaídas de almas, y de estar tantos años en pecados con los afectos desordenados y deseos, sino la poca instrucción que les dan los confesores de cómo se han de haber adelante? Lo cual no pasa así cuando los ministros son los que deben. Y darlos tales y buscar quien trate el negocio de las almas con fruto y gloria de Dios, está a cargo de los Obispos, y han de dar cuenta de ello a Dios; por lo cual les conviene mucho mirar a quién ordenan; que de San León se cuenta en su Vida, que le apareció San Pedro y le dijo que, aunque había hecho muy bien su oficio, de una cosa se le había de hacer cargo, que era de haber ordenado tantos, y no con el examen y prueba que debían. «Quod cito manus imposueris et cum peccatis eorum communicaveris». D. 61, c. Miramur, ubi late de eligendis sacerdotibus.




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Plática 62

Segunda para los sacerdotes. Sobre las Reglas 2-14


1. Cosa es muy cierta, como lo dijimos en la plática pasada que todos los ministerios de los sacerdotes estriban en la buena vida y ejemplo que han de dar de su virtud.

2. Regla 2.ª- Conviene que seamos buenos pagadores a Nuestro Señor, rezando a su tiempo y no arrastrando la tercia hasta la noche, como hacen muchos; ni rezar y parlar juntamente, sino con tal recogimiento, como personas a quien Dios ha puesto en su Iglesia, como medianeros entre Su Divina Majestad y los hombres. Acerca de lo primero cuenta San Pedro Damián un ejemplo, y dice así: «Coloniensis Ecclesiae clericus quidam fluvium eques transibat; et ecce D. B. Severinus eiusdem Ecclesiae Episcopus equi eius habenas apprehendit, eumque detinet, dicens: Da mihi manum, ut quae a me fiunt agnoscas. Cumque datam presbyteri manum Episcopus aquis fluminis impressisset, tantus eam ardor absorbuit, ut carne ossa pene nudaret. Ad quem clericus: cum nomen tuum in tanta sit benedictione apud nos et fama tua ubique celebretur, cur te pestilens haec vorago constringit? Tanto quidem incendio cruciaris? Cui Episcopus: nihil aliud in me mansit ultione plectendum, praeter hoc tantum: dum in aula regia constitutus imperialibus me consiliis vehementer implicui, canonicae synaxis officia per distincta horarum spatia non persolvi; quippe omnia simul coacervans tota die negotiis ingruentibus secura libertate vacabam; ob hanc itaque negligentiam horarum, ardoris huius fero supplicium. Additque auctor: Distinguenda sunt per momenta temporum ecclesiasticae institutionis officia, et sub magna divini timoris et reverentiae dicenda sunt disciplina; ne dum psallimus fructum spiritus cum carnis desidia misceamus; quia cum sanctum virum, uni culpae dumtaxat obnoxium, tam intolerabilis purgatoriii poena constrinxerit, quae mihi meique similibus est inferenda sententia quos tot reatuum prolixitas gravat?

3. Regla 3.ª- Ya es costumbre en la Compañía que los sacerdotes, sin causa, no dejen de decir Misa cada día. Acerca de lo que importa el no decir Misa como por costumbre y con poca preparación no diré ahora nada. Acordémonos de lo que, los días pasados, dije sobre la regla 6.ª del Sumario acerca de las Comuniones: del grande peligro en que está el que con alguna pasión desordenada comulga; cómo se vuelven todos los efectos de este Santísimo Sacramento al contrario, y de tres cosas de quien decía San Buenaventura que él no se atrevería a comulgar sin ellas; y finalmente, de lo que después de comulgar se ha de hacer; que todo se puede aplicar aquí.

Aunque esta regla no quiso alterar la constitución de confesar cada ocho días, pide con palabras corteses más frecuencia de confesión a los sacerdotes, para conservarse con más puridad y mejor disposición al sacrificio de la Misa.

Regla 4.ª- Solíase celebrar una Misa antiguamente en tres horas, como parece por las Liturgias de Santiago, de San Crisóstomo; pero, faltando la devoción de los fieles, se fue reduciendo en tiempo más breve. Y así, la regla nuestra siguió un buen medio: evitando la prolijidad de algunos que solían durar tres horas, dos horas, etc.; y la brevedad de otros que la dicen en un cuarto, señaló que llegásemos a media hora; porque siempre ha procurado seguir los medios y no los extremos.

5. Regla 5.ª- Para acudir con tiempo, conviene prevenir la preparación y no pretenderla hacer cuando lo llaman; porque debe el sacerdote salir de la oración preparado para estar siempre a punto. Aprovechará también para la devoción de la Misa, entender por algún expositor las palabras del Canón, llenas de tantos misterios y ocasionadas para la devoción.

6. Regla 6.ª- Nuestro Padre Ignacio, con suma prudencia que Dios le dio, conociendo que este ministerio de enseñar la doctrina cristiana vendría por tiempo a caerse y tenerse en poco, lo apoyó muy mucho en muchas de las Constituciones: En la 5.ª parte, capítulo 3.º, B: «Quod autem de pueris docendis in voto fit mentio, ea de causa fit, ut sancta haec exercitatio peculiari modo sit commendata, et devotius curetur, propter singulare obsequium quod Deo per eam in animarum auxilium exhibetur; et quia facilius oblivioni tradi poterat et in desuetudinem abire quam alia magis speciosa cuiusmodi est praedicatio», etc. Esto da por razón de haberla puesto en los votos. Hácese también mención en la Bula del año de 40. Véase lo que se dijo en la plática pasada. Y aunque las doctrinas, que llaman solemnes, son de edificación y provecho, pero conviene mucho, para con efecto sacar de ignorancia la gente ruda, acudir con frecuencia a los hospitales y escuelas de niños y plazas, para que se. haga este ministerio con fruto.

7. Regla 7.ª- Encarga nuestro Padre con particular cuidado el uso de los Ejercicios de la Compañía; los cuales le ha dado nuestro Padre como arma propia suya, la cual no ha dado a otra Religión. Y así, la hemos de tener en mucho y aprovechamos de ella, no sólo para ayudamos a nosotros en nuestras propias almas, sino para juntar los ministerios de las confesiones y predicaciones con el uso de los Ejercicios; no nos contentando con absolver a las almas de sus pecados, sino enseñándolas a llegarse a Nuestro Señor con trato y comunicación espiritual de algunos ejercicios; para que tengan dentro de su ánima fuente del espíritu del Señor, para conservarse en su divina gracia e ir adelante en su servicio; dando a cada uno los Ejercicios según su capacidad; que, aunque sea de muy poca capacidad, se pueden dar algunos, como lo dice nuestro Padre en la 7.ª parte, capítulo 4.º, F. Y particularmente, el modo de orar por los mandamientos, como lo hacía el Padre Francisco Xavier, por donde las almas vienen a tener inteligencia y peso de la Ley de Dios y temor de no ofenderle. Y esto, con el examen de la conciencia, se puede dar a todos. Y a los de más capacidad se les pueden dar todos los ejercicios de la primera semana; los cuales, dice nuestro Padre, que se pueden dar a todo hombre de buena voluntad. Y cuando se hallan hombres de buen ingenio y expectación, como suelen ser estudiantes, se les pueden dar los Ejercicios por entero, con sus elecciones; aunque a muchachos no conviene.

8. Regla 8.ª- Conviene tener grande afecto a este ejercicio de confesar, como negocio muy propio de la Compañía y muy importante al servicio de Nuestro Señor; que, por falta de dignos ministros de este ministerio, padece la Iglesia tantos trabajos en sus hijos, por desdeñarse los letrados y gente grave de tratarle, si no es con persona señalada, encomendando la demás gente a personas muy ordinarias en todo, habiendo sido este ministerio propio de los Obispos antiguamente, como dice Nicéforo Chartophylax (De potestate ligandi et solvendi); en los cuales perseveró, hasta que ellos se dieron a oficios y presidencias seculares, y entonces lo cometieron a los frailes. Nuestros Padres Generales, siempre que se lo han permitido sus ocupaciones, han acudido a él con grande estima; y la Compañía trabaja de criar operarios con buenos talentos y partes para que resuciten este ministerio en la Iglesia y se haga dignamente. Aquí es de advertir, que no hemos de ser molestos en preguntar al penitente, como lo hacen algunos, que ni queda al confesor saliva ni al penitente cabeza; sino insistir en la moción del corazón con santas consideraciones, las cuales debemos tener a la mano de la continua lección de los Santos.

9. Regla 9.ª- Práctica era antigua en la Compañía, que la jurisdicción para absolver no podía limitarse por los Obispos, por habérsenos dado inmediatamente por el Papa, como lo escribió el Padre Laínez desde el Concilio a las Provincias; pero ahora, a instancia de Borromeo, declaró Gregorio XIII, que la podían limitar a tales o tales casos. Pero, para nosotros, dio el mismo Gregorio particular concesión: que, por el mismo caso que nos daban la licencia, se entendiese ser sin ninguna restricción, sino general a todos los casos. (2, in compendio verbo absolutio § 1).

10. Regla 10.ª- Conviene tener mucha prudencia acerca del uso de los privilegios y no irritar a los Prelados, como algunas veces se suele hacer (como se dice en la décima parte, § 13); y es camino para perder los privilegios, como gente que usa mal de ellos, como dice el Derecho. Hemos de tener respeto a no desautorizar los tribunales eclesiásticos y también a no desautorizar nuestra Religión, que, por semejantes descuidos, pierde mucho, por una falta de un particular. Y así, sólo se ha de usar de ellos, cuando, sin estos estropiezos se puede ayudar al bien espiritual del prójimo, in foro interiori.

11. Regla 11.ª- Es muy provechoso el ejercicio de los casos de conciencia, que en la Compañía se usa, particularmente acerca de restituciones y censuras; y también, para saber medios para examinar a los penitentes y moverlos a contrición, remedios para el recidivo. Es buena advertencia el examen después de haber confesado, para que unos yerros sean luz de otros aciertos.

12. Regla 12.ª- Con prudencia, y principalmente con caridad, se cumple fácilmente con esta regla. Y es fácil, cuando se viese algún yerro hecho por otro, remediarlo con decir que no se declaró bien alguna circunstancia de lo que se trata, o él no lo entendió bien.

13. Regla 13.ª- Donde hay caridad que interiormente impele, siempre hace acudir a estas cosas con el cuidado que ellas piden, pues todo lo que se estudia y se sabe ha de venir a parar a esta práctica; y algunas veces, por estarse uno en su celda buscando conceptos especulativos, los penitentes que vienen traídos de Nuestro Señor como de por fuerza, como no les acuden luego, se van disgustados. Por esto importa mucho prevenir con tiempo las ocupaciones, aunque sea perdiendo parte del sueño, para poder acudir en siendo llamados, particularmente en días de concurso de gente.

14. Regla 14.ª- Pónela San Buenaventura; porque bástale al penitente su confusión, sin darle más ocasión mirándole al rostro.




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Plática 63

Tercera para los sacerdotes. Sobre las reglas 16, 17, 18, 19 y 20: del trato con mujeres


1. En las reglas que se siguen, hasta la 20, trata nuestro Padre del trato con mujeres, cuál haya de ser. Diremos primero algo, en común, del recato y prudencia que es menester en esta parte; y después, en particular diremos de cinco condiciones que nuestro Padre pide en estas reglas que tenga el trato con mujeres.

Nuestro Padre, 4 p., c. 8, D. dice que los confesores tengan instrucción ad bene et prudenter in Domino sine damno suo et cum proximorum utilitate hoc officium exercendum. El daño más principal, (aunque puede haber otros yerros) y que no tiene remedio y es mancha que no cubre pelo, es el que del trato demasiado y familiar y superfluo con mujeres podría suceder. Por eso dice que es menester gran prudencia y recato, porque, faltando éste, no hay que dudar sino que se siguen grandes males.

2. Tres particularmente pone San Basilio, Const. mon., cap. 4. El prirnero, peligro propio; el segundo, sospecha que otros pueden tener; el tercero, peligro de la con quien trata. El primero no se puede negar, sino que hay gran peligro, por santo que sea el confesor, si falta este recato; porque dice San Basilio, de vera virginitate, paulo post initium, que así como la piedra imán tiene una virtud secreta con que atrae a sí el acero, así la mujer tiene eficacia de ablandar el corazón del hombre, atraerlo y aficionarlo a sí. Y es cosa de admirar lo que dice el mismo: que acaece muchas veces esto anima ipsa nesciente et ignorante. Es muy verdadera aquella distinción que dan los lógicos in actu exercito vel in actu signato; porque acaece el pobre hombre in actu exercito estar aficionado y ser llevado de la afición y obrar por ésa, y no caer en la cuenta de que esto es ansí; por esto la llama el mismo Basilio illecebra peceati. Son, como dice Cipriano, De singularitate cleri, como aquellas sirenas que encantaban por su canto; por lo cual es necesario, cuanto posible fuere, ataparnos los oídos por no oírlas. Y tanto más recato es menester, cuanto el anzuelo está más escondido, de donde nace tener el hombre más seguridad, que si abiertamente fuera malo y por tal conocido; y ansí acontece tragar el anzuelo tras el cebo. Por lo cual, dice San Buenaventura, De puritate conscientiae, cap. 14: Licet carnalis affectio omnibus sit periculosa et damnosa ipsis, habla de confesor y penitente, tamen magis est perniciosa, maxime quando conversatur cum persona qui spiritalis videtur; nam quamvis horum principiorum videatur esse purum, frequens tamen familiaritas domesticum est periculum, delectabile detrimentum, et malum occultum bono colore depictum: donde prosigue muy a la larga mil engaños que suele haber. No hay en esta parte que fiar de santidad por antigua que sea; ni de dones de Nuestro Señor, por grandes que sean, si falta este recato; porque no hay quien se absconda de este sol que todo lo abrasa. A este propósito trae San Buenaventura, De puritate conscientiae, c. 15, un dicho de San Agustín: Nec tamen quae sanctiores fuerint, minus cavendae; quo enim sanctiores fuerint, eo magis alliciunt et sub praetextu blandi sermonis, immiscent se vitiis impiissimae libidinis. Crede mihi: Episopus sum, in Christo loquor, non mentior: cedros Libani scilicet contemplationis altissimae homines, et gregum arietes, scilicet magnos praelatos Ecclesiae sub hac corruisse reperi, de quorum non magis tinebam quam Hieronymi el Ambrosii ¿Parésceles que hay alguno que pueda tener seguridad? ¿No están llenas las historias de varones santísimos, y cada día no los vemos ser abrasados con este fuego? A mí me contó el Padre [anónimo] de un santo viejo que desde diez años había ido al desierto donde había vivido hasta los 60 ó 70 con grande santidad y castidad, tanto que hacía muchos milagros. Trujéronle una doncella, que le sacase un demonio; sacado, rogáronle sus padres la tuviese allí con él, por que el demonio no se atreviese; parecióle que ya estaba seguro y concediólo; pecó con ella; y, después, por no ser descubierto matóla y echóla en el río y luego determina irse al siglo. Fue Dios servido de darle después contrición muy grande diez años, y así volvió a hacer milagros. Finalmente no hay que detenernos en probarlo, porque el demonio está acostumbrado a hacer guerra con este medio y siempre le ha salido bien, pues por él derrocó a aquel grande gigante Adán con un manzanazo. Y ansí concluye San Basilio que ninguno, por esforzado que sea, se debe asegurar, pues no está fuera deste peligro. Y con razón, pues dice Cipriano, de singularitate clericorum, que, a no haber este peligro, qué diferencia hubiera entre cielos y tierra, ángeles y hombres.

3. Verum (dice Basilio, que vamos a lo segundo), quod ratio non dat, hoc demus nos in disputatione: posse videlicet aliquem existere qui nullis libidinum aculeis pungatur aut stimuletur. Verum etsi hoc non sentit, quis quaeso hoc ita esse ceteris ita facile poterit persuadere? Demoste, disputationis gratia, que estás tan santificado que no tienes peligro de tu parte: ¿podrás quitar que no sospechen mal de ti? Dice Jerónimo, que, por el trato que tuvo con Paula y Eustoquio, le levantaron que rabiaba; y dice Paladio dél lo que le paresce por esto mismo. Pues veamos ahora: si de Jerónimo, hombre criado en el desierto con tantas penitencias que tenía el pellejo pegado a los huesos y todo quemado y denegrido del sol, y que, de cansado y flaco, no se podía menear sino trabando de una cuerda en la cama sospecharon y hablaron dél, de vos, que no sois Jerónimo, ¿qué, sospecharán? Por esto dice Bernardo, (cítalo Buenaventura) De purit. consc. c. 14, quotidie conversari vis cum muliere et continens putari. Esto quod sis, maculam tamen suspicionis portas. Y San Ambrosio, 1.º offi., c. 20, dice: Quanti non dederunt locum errori dederunt tamen suspicioni. San Basilio: Qui cum femina conversatur merito contra se superfluitatis suspicionem excitat.

Pero démosle dice Basilio, que ni tú tienes movimientos sensuales y que estás tan conocido en el pueblo que ninguno sospecha mal de ti, ¿podrás tú por ventura asegurar que la mujer con quien tratas tenga esa seguridad? Incidit enim saepenumero propter consilii imbecillitatem et mairorem quamdam in eo sexu libidinis proclivitatem, feminam ipsam aliquantulum eius qui inconsideranter secum congressus sit, libidime commoveri. Y así acaece, comenzar por bien y acabar por mal; y poco a poco venirse a aficionar malamente al confesor; porque este género de gente bebe como agua la afección.

4. Demás desto, pone Gersón otra causa, porque es menester tratar con recato con mujeres; que es, porque no nos hagan perder tiempo. Y así dice él: en viendo que os hacen perder tiempo y que con cada escrupulillo vienen a vos, tened por evidente señal de no ser buen espíritu sino el demonio, que tiene por gran cosa, cuando más no puede, hacerle al siervo de Dios perder el tiempo que en cosas de tanta importancia se puede ocupar; es perdido el tiempo que con ellas se gasta, por tener poco ser y capacidad para poder edificar sobre este cimiento cosa de dura: por lo cual decía el Padre Doctor Araoz (que bien le podemos citar dondequiera), que mujeres había visto sin pecado mortal, pero que perfecta ninguna. Desta manera explica Santo Tomás, 1 p. aquel lugar de Aristóteles en las Éticas, donde parece que dice que las mujeres no tienen uso de razón; quiere decir, que lo tienen menos perfecto, de ordinario. Por esto conviene que las mujeres, fuera de una instrucción breve, se cercenen todas las demás impertinencias, despegándolas de vos, aficionándolas a Dios, enseñándolas a acudir a Él con todas sus necesidades: y, cuando ellas así lo hacen, es señal que van acertadas, como lo dice San Agustín, Epist. 132: Tanto me certius, tanto solidius, tanto sanius gaudere scias de fide, spe et dilectione tua, quanto minus indigueris, non tantum a me quicquam discere, sed neque ab ullo prorsus hominum. De donde sacamos palabra que sólo se ha de tratar con mujeres por pura necesidad y lo que precisamente fuere necesario, como luego diremos sobre la regla 17. Y deste parecer era Agustín, pues dice en aquella carta al fin: Admonendum te his litteris credidi, ut quaeras quod vis, ne sim superfluus si conatus fuero docere quod scis, dum tamen firmissime teneas, quod etsi aliquid salubriter perdiscere poteris, ille te docebit qui est interioris hominis magister interior.

5. Impórtales aún a los religiosos más este cuidado, por la obligación que tenemos a ser fieles a Nuestro Señor y a la Compañía. A Dios Nuestro Señor, porque somos como procuradores que tratamos desposorios entre las almas y Él; y sería mal caso, que, en lugar de aficionarlas a Dios, las aficionemos a nosotros, como lo dice Basilio, De vera virg.: ne servum sponsi, dum de sponso audire frequentat, aequaliter ac sponsum amet et aliquando sponsi obliviscatur et pronubus diligatur. Y es muy fácil este tránsito de amor espiritual a carnal, como lo dice San Buenaventura y Santo Tomás, porque son símbolos; y así, comienza el confesor a ser amado como siervo del Esposo, y poco a poco vivene a ser olvidado el esposo y amado el procurador o prónubo. Como dice Basilio. Comienza primero la persona a aficionarse a la virtud y esta afición es buena; pero poco a poco se va aficionando al subiecto donde esa virtud está.

Está también obligado a ser fiel a la Compañía, no dando ocasión con su pecado a que toda ella pierda su buen nombre y reputación, et vituperent ministerium nostrum; y sin duda se pierde con el pecado de cualquier particular; porque los pecados del religioso son como originales, que se difunden por todo el cuerpo y casa de la Religión, como se queja San Agustín, epístola 137. Lo que hace uno se atribuye a todos, y piensan que todos son como aquél, aunque todos estén encubiertos; y ansí, vienen a huir de ellos y de sus ministerios.

Pues por estas razones conviene que ninguno se descuide en esta parte, sino que con gran recato ejercite este ministerio y con grande prudencia mire cómo trata con esta gente.

En estas cinco reglas pide nuestro Padre cinco condiciones con que habemos de tratar con las mujeres, para que se haga sin daño nuestro, como decíamos: gravedad, brevedad; no visitas particularmente sin testigos; que seamos confesores, no guardianes ni mayordomos, no vicarios de monjas.

6. Regla 16.- Lo que toca a la gravedad es muy importante y así lo enseñan todos Y los santos que tratan de esta materia: San Buenaventura, Basilio, Ambrosio, Agustín, Cipriano, etc.; que antes haya rigor que blandura, o melifluidades, o melindres. Finalmente, dice Cipriano, de sing. cleric., que de tal manera las habemos de tratar que no se nos atrevan, porque son como perros ventores que luego echan de ver la liviandad que hay en el corazón; y de esta vista vienen a desvergonzarse, hasta solicitar al confesor. Y es cosa cierta que hombres muy graves han perdido su autoridad y crédito por palabras dichas con poca consideración a mujeres, que no saben tener cosa secreta. El billete que le enviastes a una, luego lo ven todas; la palabra meliflua que le dijisteis, luego va de una a otra: «que me dijo mi Padre», etc. Y si le decís que es cosa secreta, por el mismo caso está rabiando hasta que lo dice. Por eso es menester persuadirnos que lo que se dice en el confesonario es decirlo al pregonero, para que de esta manera sean tales vuestras palabras que puedan parecer delante de cualquiera. Y todo esto lo dijo admirablemente Cipriano, De sing cleric.: In vobis etiam circa feminas vigeat auctoritas, polleat vigor, gravitas veneretur. Y en otra parte: Severitas non desit, quae sub clerico feminam possit adstringere ut ipsum revereatur. San Buenaventura trae un dicho de San Agustín, de purit. consc., c. 15: Sermo brevis et rigidus cum mulieribus est habendus: no blanduras ni melifluidades, sino palabras graves y severas, para que no os pierdan la vergüenza y se os atrevan.

7. La segunda condición es que sea breve. Es cosa muy importante, porque plática larga con mujeres, primero superflua es, como evidente en materia moral, unde locus per locum ab intrinseco; porque ellas tienen muy poco seso, y ése, harto es que les dure por un cuarto de hora; y luego pierden el seso él y ella, y todo se va en tratar impertinencias, y qué se hace en casa: y ansí, saben ellas más de nuestras cosas que nosotros mismos. Por esto es menester despacharlas de presto, como nuestro Padre lo solía decir a los confesores. Y San Buenaventura refiere de San Francisco, que solía decir: Frivolum est multiloquium cum. muliere, excepta sola confessione vel instructione brevissima, iuxta quod saluti congruit, et expedit honestati. De manera que sólo aquello precisamente que fuere necesario se ha de tratar con ellas por pura necesidad, y luego huir como de un fuego, como lo dice San Basilio, c. 4, const. monast.: Quo circa fugiendae in primis cum mulieribus congressiones sunt collocutionesque, neque ad eas unquam accedendum nisi cum gravissima nos ad id necessitas impellat et aliter facere non possimus; atque ipsa etiam ubi nos necessitas adegerit, ab ipsis non secus ab igne cavendum est, adeo ut quam citissime, nulla mora, ab istis nos extricemus. Y De vera virg., tratando aquello que decíamos del peligro que hay de volverse el amor espiritual en carnal habiendo demasiado trato y familiaridad, con confianza de que todo es santo, dice: Ideo timendum est ne ex consuetudine et confidentia peccatum operetur in nobis omnem concupiscentiam. Y en otra parte: Frequentes et largas mulierum confabulaciones et congressus fuge. Y San Cipriano. De sing. cleric.: Gustanda, non continuanda praesentia, sed quasi traseunter feminis exhibenda est accessio quodammodo fugitiva.

8. Y aunque no hubiera peligro tan grande como el que habemos dicho, bastará el poco provecho que se saca del tiempo que con ellas se gasta, pudiéndose ocupar en otras cosas de mucho peso. Por lo cual dice San Ambrosio, 1 offic., 20: Cur non illa tempora quibus ab ecclesia vacas lectioni impendas? cur non Christum alloquaris? Christum audias? Todos estos buenos ejercicios nos impiden con impertinencias. Y es cosa de grande compasión que está un hombre trabajando con ellas 10 años, 20 años; y, cuando piensa que tiene algo granjeado, remanece un pecado de carne tan grueso, que lo podréis cortar con un cuchillo. La causa es la que decíamos: la poca capacidad y ser que tienen para poderse fundar algo de dura.

9. Lo tercero era que se podían excusar las visitas, las cuales no se deben hacer si no fuere de matronas graves, según el gobierno de los Superiores. Y así lo ha escrito nuestro Padre General, porque no quiere que andemos comadreando, que así se llama eso. Lo cual es muy pernicioso, y da ocasión de murmurar a los seglares, y libertad para que ellos hagan otro tanto. Porque viendo al teatino que visita la viudeta, dicen ellos: ¿por qué no podré yo también hacerlo? Y dícelo San Ambrosio 1. offic. 20: Viduarum ac virginum domos adire, non est opus: quid necesse est ut demus obtrectandi locum saecularibus? Quid necesse est ut illae quoque visitationes crebrae accipiant auctoritatem? Cuando estas visitas se han de hacer, dice el mismo Santo, que sean con compañero; y lo mismo mandó a todos los clérigos Lucio PP., 81, d. c. Clericus: Clericus solus ad feminae tabernaculum non accedat Y San Buenaventura, c. 4 de purit. const. trae un dicho de San Jerónimo: Solus cum sola ne sedeas in secreto absque arbitro et teste, nec in praeterita castitate confidas, quia nec tu Samsone fortior, nec sapientior Salomone.

10. La razón por que los Santos y nuestro Padre tanto encargan esto, de no estar solos sin testigos, es por el peligro que hay de que el demonio, viendo la ocasión de tentaros, se os atreva y os derrueque; por eso dice la regla que el compañero esté donde vea al confesor. De nuestro Padre sabemos que, porque faltó un Padre en esto el año de 50, le dio en penitencia siete disciplinas de miserere entero; y nuestro Padre General (como ya sabemos) con particular orden suyo lo ha ordenado; y, aunque no se le darán siete disciplinas al que faltare, pero dice nuestro Padre que habrá dado ocasión el que después de avisado hiciere contra este orden, para que se sospeche mal dél; y será justo juicio de Dios que caiga quien en esto se descuidare, porque qui amat periculum peribit in illo; pues él por su voluntad se quiso meter en la pelea. Cuando la obediencia os metiere en el peligro, después de haber vos propuesto vuestra flaqueza, etc., podéis tener razón de confiar en Nuestro Señor que os ayudará; como el otro monje, que, habiéndolo hecho así, dijo a Nuestro Señor, puesto en el peligro: Señor, por la obediencia me librad; y se halló muy lejos de la ocasión. Pero cuando vos por vuestra voluntad os metéis en la ocasión, no es confianza la vuestra, sino presunción; y así dais ocasión que se sospeche de voscualquiera cosa; y lo que no se sospechare es cortesía que se os hace; porque, como dice San Cipriano, lib. 1, c. 11: Nemo diu tutus est periculo proximus, neque evadere diabolum servus Dei poterit qui se diaboli laqueis implicavit. Y San Basilio, c. 4, Const. mon., dice que el que él mismo se ofrece a la pelea y pone en el peligro praeter quam quod rem admodum ridiculam facit, non meretur cur sibi ignoscatur. Y porque nadie se asegure con decir «Dios me ayudará», dice Cipriano, de sing. cler.: Custos nobis datus est spiritus, sed ut contraria declinantibus assistendo subveniat, non ut contraria eligentibus faveat; nec ut voluntarios et pronos in adversa confortet, sed ut ab adversis nitentes separari confirmet.

11. Lo cuarto es, que seamos confesores, no guardianes ni mayordomos: que no nos entremetamos en el gobierno de sus haciendas ni en sus pleitos y debates; sólo tengamos cuenta con su conciencia.

12. Lo quinto, no vicarios de monjas, pues Dios nos ha hecho tan singular merced de librarnos de ese cuidado, que entiendo, cierto, que nos hubiéramos ya perdido, si no lo hubiéramos echado de nosotros; por lo cual nuestro Padre lo apoyó con constitución y bula.- Pues, quiero decir, que no tengamos celos como vicarios de monjas; celo, pero no celos, de tal manera que no tengan libertad para confesarse con otro, porque es mal hecho; y muy mal hecho, digo otra vez: causa de grandísimos sacrilegios; porque las mujeres que naturalmente son honradillas, empachadas por no perder la fama con su confesor, vienen a callar los pecados; lo cual no harían, si tuviesen libertad para confesarse con quien quisiesen. Y a mí se me han quejado gentes, que los nuestros oprimen los penitentes para que no acudan a otros, lo cual no conviene en ninguna manera.

13. La suma de todo lo dicho es, que procure el confesor tratar con las mujeres por pura necesidad y sólo lo necesario, enseñándolas a no venir con cada niñería al confesor, despegándolas de vos y apegándolas a Dios, como decía el Padre Maestro Ávila, el hombre más prudente que en España hubo en su tiempo. El cual daba también otro consejo: que las enseñasen a trabajar y hacer algo, que no se anduviesen ociosas.Y esto mismo dice San Pablo que hagan, aquellas que antiguamente llamaban canónicas, que eran como las que ahora son beatas: Otiose discunt circumire domos, non solum otiose, sed et verbose et curiose loquentes quae non oportet.




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Plática 64

Cuarta para los sacerdotes. Sobre las demás Reglas


1. Regla 21. Cuando pudieran desocuparse para primera mesa, eso es lo mejor, porque el orden de casa se ha de preferir a lo demás; cuando no pudiere ser, a lo menos estén dispuestos para en tañendo a segunda mesa.

2. Regla 22. Salimos de un fuego, que es el trato con mujeres, y entramos en otro, que es el trato con dineros; peligroso lo uno y peligroso lo otro, el uno pegajoso y el otro también: recato es menester para lo uno y recato para lo otro. Esta regla se ha puesto con grande acuerdo, porque es propio de la Compañía el hacer desinteresadamente sus ministerios; y la gloria de la Compañía es dar gratis lo que gratis recibió, como se dice en la Bula de nuestro Instituto. Y esto era la gloria de San Pablo que dice ut sine sumptu ponam evangelium: no quiero vuestras haciendas pues con mis manos me puedo sustentar; no disminuirán mi gloria las iglesias de Achaya para hacerme a mí recibir nada de vosotros, ni dar ocasión para que nadie piense que quiero otra cosa más que vuestra salvación: Non quaerimus vestra sed vos. Ésta es la prudencia de San Pablo y la que nosotros habemos de tener, tratando desinteresadamente nuestros ministerios; que, mientras nosotros así lo hiciéremos, Dios dará a la Compañía lo necesario. Porque, aunque Nuestro Señor algunas veces permita que sus siervos padezcan necesidad y pobreza, para que se enseñen a depender de Dios y no se pierdan por demasiadas riquezas como a algunas religiones ha acontecido; pero también vemos que lo necesario nunca nos ha faltado; y algunas veces nos podría sobrar en algunas partes, habiendo comenzado ayer con tanta pobreza. Y así lo dice la Bula, que Dios nunca falta a los que esperan en Él. Por esto vino una orden de nuestro Padre General, que no ha llegado por acá (debióse de perder como acontece), que, si se hubiesen de pedir limosnas, que no las pidiesen los confesores a sus penitentes, para que entiendan que no los queremos ganar por su dinero, sino por su alma. Y conviene que se haga esto, como la regla lo dice; porque, ¿qué sabe el penitente si el dinero que recibís lo recibís para vos, o para dar al pariente, como ya quizás ha acontecido alguna vez?

La segunda razón es, porque en cosa de recibir dinero es menester que se reciba y gaste por testimonio, y que conste cómo lo gasté, para que el ministro de Dios no pierda su reputación ni dé lugar a sospechas. Así Samuel, 1 Reg. 12, delante del Rey Saúl pidió al pueblo que dijesen delante del Rey si en alguna cosa les había agraviado, si les había tomado alguna cosa. Lo mismo hizo San Pablo, Act. 20, despidiéndose de los de Éfeso: Argentum et aurum aut vestem nullius concupivi, sicut ipsi scitis; quia ad ea quae mihi opus erant, et his qui mecum sunt, ministraverunt manus istae. De este recato usó, 1.ª ad Corinth. 16, como notó San Crisóstomo. Hablando de aquellas colectas de limosnas que daban los que se habían convertido de la gentilidad para los santos de Jerusalén, dice: Quos probaveritis per epistolas hos mittam perferre gratiam vestram in Hierusalem. Cosa de dinero, no quiere el Santo Apóstol que se dé ni distribuya sin testigos, sino que ellos lo ordenen como quieren: a Pedro tanto y a Juan tanto, etc., para guardar su buen nombre y no poner estropiezo en el Evangelio; el cual se ha de tratar con el testimonio y abono que se debe; y en cosa en que somos tan murmurados, conviene que haya mucho recato para no dar ocasión.

3. Reglas 23 y 24. Son éstas tomadas de los Ejercicios. Es propio de nuestra vocación examinar y ayudar a las vocaciones de Dios. Digo propia cosa en que la Compañía se ejercita con mucho cuidado y que para ello tiene la más particular doctrina que de esta materia ha habido de muchos años a esta parte. La cual doctrina dio Dios a la Compañía por medio de nuestro Padre en los Ejercicios de la segunda semana, donde se trata de las elecciones, y en las reglas segundas de discreción de espíritus, donde se ve cuál es espíritu de Dios, cuál es impresión humana, cuál sugestión del demonio; cómo se han de examinar, si tienen caudal para fundar y edificar la torre; si edifican en la arena, si son madurados a pulgaradas. Es, pues, menester, que nosotros entendamos bien el modo con que habemos de examinar a los que a nuestras manos vinieren. Y primeramente a ninguno habemos de inducir a que haga voto de religión ni perfección. Y la razón es, la primera que el voto es cosa de perfección y que tenemos necesidad de particular ayuda de Nuestro Señor Dios en mil dificultades que de necesidad se han de ofrecer. Y cuando Dios le ha llamado y tiene probabilidad -la que se puede tener que Dios le puso en ello-, cobra ánimo y esfuerzo y espera en Dios que le sacará el pie del lodo. En faltando esto, sino que se acuerda que su maestro o confesor le puso en ello, ¿quién le ha de ayudar? Y así, pierde la fuerza interior y desmaya; y así, viene a faltar; porque omnis plantatio quam non plantavit Pater meus eradicabitur. Y es menester advertir esto; porque hay muchos desta manera que nunca fueron llamados de Nuestro Señor, como claramente lo dice nuestro Padre al principio de la segunda parte. Nuestro oficio, pues, no ha de ser sino quitar los impedimentos de Dios y preparar el camino para Él, como precursores, oficio de los Apóstoles a quien envió Cristo in civitatem et locum quo erat ipse venturus; quitando los pecados, haciéndoles acudir a Dios y tratar inmediatamente con Él, para ver lo que Dios obra en sus almas, como lo dice nuestro Padre en la regla 15 del principio de los Ejercicios: el Criador y la criatura, dice él, se las hayan a solas. Ésta es la gracia de vocación y pertenece a la Divina Providencia el ordenar en ella; y no es cosa para entrarse sin ser llamado. Demás de esto, es nuestro oficio examinar la vocación según la probabilidad que destas cosas en esta vida puede haber; si es impresión humana, espíritu propio o persuasión de alguno o no, sino verdadera vocación de Dios.

4. En lo que toca a los votos de las mujeres, conviene andar con pie de plomo, muy despacio y con mucha consideración; porque es fácil la mudanza en ellas, y cierta la murmuración de ella y de vos; y lo que peor es, de la virtud de ella. Porque, cuando ven la que ayer hizo voto de castidad, que hoy se casa, no pueden dejar de murmurar de ella y de vos que se lo aconsejasteis; y viene la castidad y frecuencia de sacramentos a perder su reputación. Y esto cada día lo vemos y no es cosa nueva, como lo dice San Pablo, 1 ad Timot. 5, donde dice de aquéllas que decíamos en la plática pasada que eran parleras y ociosas, y que más valdría que se casasen, porque no diesen ocasión al demonio para que el nombre del Señor sea blasfemado: Iam enim quaedam conversae sunt retro sathanam; y habla de las que arriba había dicho: Cum enim luxuriatae fuerint in Christo, nubere volunt, habentes damnationem, quia primam fidem irritam fecerunt. No quiere decir que perdieron la fe, sino que quebrantaron la lealtad y palabra que tenían dada a Dios Nuestro Señor. Lo mismo dice Cipriano en una epístola que hay suya, bien dificultosa, desta materia; y setecientos decretos de Pontífices hay acerca de esto y de la consideración con que estos votos se han de hacer. Es gente frágil y mudable, y presto se les quita la devoción que ahora tienen; y se mudan las cosas de manera que vienen a hallarse en muchas ocasiones y peligros que ahora no ven. Y un argumento hago yo para mí que me parece que no tiene solución: si se ordena a los novicios de la Compañía, que dentro de un año no hagan voto ninguno sin licencia del Provincial, porque quieren que él la dé con mucha consideración, aunque en la tercera parte, c. 17 (lo cual muchos habían seguido) se insinúa que, por su devoción y para más ligarse con Dios Nuestro Señor los puedan hacer, ¿cómo no será razón mirar muy bien primero si conviene o no que semejantes votos se hagan, pues a aquellos que ya Nuestro Señor ha llamado y que han pasado por tantos exámenes y experiencias quieren que primero se coma un buen pedazo de sal, que hagan voto? Lo mismo digo de estudiantes y muchachos, que no saben aún qué es castidad, ni qué es voto, ni a lo que obliga; y luego andan con mil escrúpulos y embarazos; si dispensa con causa el Papa, o no dispensa, etc. Cuanto a la religión no señalemos monasterio, sino mírese la primera vocación y legítimo llamamiento de Dios Nuestro Señor, porque siempre éste dura. Por esto no quiere nuestro Padre que se reciba hombre que ha sido religioso; y pocos años ha que el Provincial no tenía licencia para recibir a ninguno que hubiese hecho voto de alguna particular religión. Es menester mirar dónde llama Dios, porque aquella vocación es la que siempre me queda en el corazón: es como tinto en lana, que, aunque más haga, siempre topa allí: «Yo había de ser fraile francisco; hiciéronme jerónimo», etc.

Aquí es de advertir acerca del aconsejar, que no habemos de ser tan estrechicos que nos parezca que no hay Dios sino en esta casa o aquélla: dondequiera está Dios, y de todas las religiones tiene providencia y llama gente para ellas. Verdad es que, cuando la religión está estragada, dice Cayetano en la 2.2 que sería pecado mortal aconsejar a muchachos que entrasen en ellas; porque, aunque entran a buscar a Dios, podrá ser que no le hallen. Verdad es que Cayetano habla de las religiones que él conoció de Italia; pero generalmente conviene encaminarlos a religiones reformadas y que en ellas se guarde comúnmente el Instituto, aunque alguno falte.

5. Regla 25. La Compañía no tiene hábito particular: ¿cómo lo ha de dar a otro, pues nemo dat quod non habet? No hacemos beatas nosotros; porque la Compañía, el cuidado de monjas no lo ha querido:, ¿cómo se ocupará en hacer beatas? Y siempre que se ha tratado que tenga cargo de monjas, lo ha echado por ahí y no lo ha querido oír; habiéndose puesto de por medio gente de mucha autoridad; porque, dice, hanos hecho Dios la mayor misericordia en libramos de esta carga y es contra nuestro Instituto: pues, ¿cómo queréis que la Compañía se meta en ello y tome aquello de que Dios antes nos había librado particularmente, siendo cosa tan dañosa y tan poderosa para arruinar el espíritu? -Pues, si no quiere cuidado de monjas, menos lo querrá de beatas; porque, en recibiendo a una a nuestra obediencia, luego dirá también la otra que ella es también noble y benefactora; y así, no nos podremos valer, y andará la emulación.

6. Regla 26. Síguese la otra de la comunión. Y primero quiero decir que, así como Nuestro Señor ha hecho esta gracia a la Compañía del exhortar a la frecuencia de la comunión, también es menester que ella procure de hacer cómo los que la frecuentan se alleguen con la debida preparación y reverencia, y tener pecho para, los que no la trajeren, negarles la comunión hasta que se enmienden; que ha venido ya a hacerse caso de honra el comulgar, y dejar de comulgar, por afrenta; y no hacen sino confesar, y luego querrían irse a comulgar sin llorar siquiera un poco sus pecados. Así lo dice San Ambrosio, lib. 2 de poenitentia, c. 9, et habetur de poenitentia D 1, c. Nonnulli: Nonnulli enim ideo poscunt poenitentiam ut statim sibi communionem reddi velint; hi non tam solvere se cupitint, quam sacerdotem ligare, sua enim conscientia non tam se exuunt quam sacerdotem induere cupiunt, cui praeceptum est «Nolite sanctum dare canibus, neque miseritis margaritas ante porcos». Hoc enim immundis spiritibus, sacrae communionis non sunt facile tribuenda consortia. Concuerda con esto que, cuando el diácono llamaba la gente para comulgar decía: «Sancta Sanctis»: de donde se ve la gran limpieza y santidad que se pedía para llegar a la comunión, pues no se daba la comunión sin que primero se hubiese hecho alguna penitencia y satisfacción por el pecado. Bien diferente doctrina, cierto, de la que anda en algunos librillos; que, cierto, éstos han quitado la devoción y reverencia a estas cosas por hablar y sin peso y jugo de devoción, porque San Dionisio, de eccl. hierarchia, c. 3, dice que la gente viciosa, qui immundis et contrariis voluptatibus agitantur, la echasen allá fuera con los energúmenos; y ni aun les diesen licencia para asistir al sacrificio de la misa, hasta que se enmendasen: a ministro discretiva voce segregentur. Non enim iustum. est alterius cuiusdam sacri participare quam eloquiorum conversorum ad meliora doctrinae.

7. Y san Agustín, de Eccles. dogm., c. 53, dice lo mismo. Y el Conc. Ancirano, c. 17, de his qui agunt praeter naturam, dice que se estén allá con los energúmenos; y poco a poco, con los ejercicios de la humildad, los vayan disponiendo hasta hacerlos capaces de la comunión. Conc. Eliberitanum, c. 3, veda que no se les dé la comunión a los que recaen muchas veces en pecados graves: ne videantur lusisse de comunione dominica. A este propósito traen los Santos, y algunos modernos que hablan gravemente de esta materia, aquello de María hermana de Moisés, Numer. 12; que, después de ser sana de la lepra, mandó Dios que estuviese siete días fuera de el real: ¡y queréis vos, con las manos corriendo sangre de los pecados, llegaros luego a el Sacramento!, ¿qué se ha de seguir de ahí, sino perder la reverencia, contra todos los decretos antiguos, que nunca permiten dar la comunión sin que haya precedido satisfacción, como lo dice León I De poenitentia, D. 8, c. 1, Multiplex: Iesus Christus hanc praepositis Ecclesiae tradidit potestatem ut confitentibus poenitentiae satisfactionem darent et eadem salubri satisfactione purgatos ad communionem Sacramentorum per ianuam reconciliationis admitterent, De manera que no hacían como ahora con un Ego te absolvo, estando aún las manos corriendo sangre se van a comulgar; sino, después de hecha la satisfacción, se daba la comunión, como en prendas de la amistad hecha entre Dios y el hombre. Si así se hiciese, no habría tantos confesados y comulgados de hoy, que luego vuelven a caer en los mismos pecados.

8. Acerca de la frecuencia, ya dije en la plática sobre la regla de nuestras comuniones, que la más antigua costumbre de la Iglesia ha sido comulgar cada ocho días. En constituciones particulares no me meto, que en esto ha habido variedad, como en el decir misa; que en el Concilio Triburiense se dice de León Papa que decía siete misas y el mismo Concilio dice: No ponemos tasa en las misas, sino que, a lo menos en un altar, no digan más de tres. Pero lo que San Agustín y San Jerónimo y los demás Santos de ordinario sienten es, ser esta costumbre de comulgar cada ocho días la mejor. Esto enseña nuestro Padre en los Ejercicios, anotación 18 y en la 4.ª parte, c. 4, dice lo mismo; y que no se dé por consuelo, sino por necesidad, temiendo el peligro de irreverencia. Otra cosa es cuando hay necesidad, que entonces la necesidad no tiene ley. San Jerónimo ordenó que en el monasterio de Eustoquio no comulgasen sino dos veces al mes. Pues la de Eustoquio buena gente era que yo dudo que haya en el reino de Andalucía quien se le pueda comparar. De San Francisco de Paula sabemos, y del Seráfico dice San Buenaventura, que comulgaban cada ocho días. Esto han sentido los hombres graves; otros espiriticos particulares, no hacemos caso de ellos; pues lo que se ha de procurar es ver qué provecho se saca de las comuniones: que corresponda la vida a la frecuencia, y no haya tanta parlería hoy como ayer, y ver si vienen a la comunión con emulación: «Porque vide a la otra comulgar, y porque sé que en Sevilla comulga una cada día, yo no tengo de ser peor que ella; ¡ruin sea quien por ruin se tiene! Y así, yo procuraré comulgar cada día, aunque sea aquí una vez y otra en otra iglesia». Es menester examinar esta devoción y hambre, que no todas las hambres son verdaderas. En esto hay dos daños: el uno de singularidad, que, en comulgando una a menudo, luego todas quieren ir por allí, y si no, luego hay pleitos, amarguras y cuitas. También se sigue de aquí gran perdimiento de tiempo, que tiene un Padre, que se podría ocupar en otras cosas de importancia, en que ocuparse con seis beatas toda la semana, porque de seis se hacen 18, seis el domingo, seis el martes y seis el jueves: contarlas allá; y con unas confesiones estampadas como de molde, con unas palabritas que tienen estudiadas que os podíades estar leyendo cartas, y luego preguntarles la última palabra, porque no es otra cosa de lo que ayer dijeron. Y así, cuando hay estanco en la virtud, es perder tiempo. Nuestro Padre General escribió que comunión extraordinaria no se dé sino a persona muy aprovechada; y con razón muy grande; que de Santa Catarina de Sena, dice San Antonino que frequenter, sed non quotidie communicabat, con ser Santa Catarina, que la miramos desde lejos los que vamos por el modo común; por haber sido un prodigio que Dios quiso hacer. Pero en los que no vemos santidad extraordinaria ni milagros, sino parlería, hoy como ayer, no hay que admitirlas a tanta frecuencia.

9. Lo segundo es de advertir en el trato con esta gente de cosas espirituales, que de aquí se suelen seguir muchas ilusiones; y vémoslo en que, de cien hombres que tratan con Dios, no vemos uno tener revelaciones y éxtasis, lo cual es señal que muchas veces no es sino flaqueza de cabeza y melancolía; porque, fácilmente, de espirituales se hacen sensuales, y sus consuelos son peligrosos. Es menester enseñarles mortificación y abnegación de su propia voluntad, y que se ocupen en buenas obras y oración enderezada a esto. Que San Pablo, el testimonio que pide para hacer diaconistas a aquellas viudas, 1 ad. Tim. 5, es si omne opus bonum subsecuta est: si ha servido a sus padres, criado a sus hijos, etc. Y ad Titum, 2: domus curam habentes, ut non blasphemetur verbum Dei. Pues lo que yo deseo es que no se dé comunión lo ordinario más que cada ocho días, y si alguna necesidad hubiere en particular, no se haga sin consultarlo con el Superior inmediato: y más vale que quiebren la campanilla y cansen a el sacristán, que no se dé el Santísimo Sacramento con mengua de reverencia.

10. Regla 27. Los frailes franciscanos tienen privilegio, del cual participamos nosotros, para que, no comulgando el día de Pascua, comulguemos después todos los que vinieren; y así, viene ahora en el compendio, aunque no se ha puesto en uso, porque ni aun los mismos frailes lo suelen hacer de ordinario, como lo dijo su Procurador en Roma: podemos usar de esto, o lo de las Constituciones.

Regla 28. El Padre Everarlo puso esta regla para quitar murmuraciones, que ya se ha visto llevar el testamento escrito de letra de uno de la Compañía a Valladolid, y de allí a Consejo real; y nos dieron harta grita; y pues tanto nos murmuran de codiciosos, es menester quitar ocasión.

Esto es lo que toca a las reglas nuestras.

11. Pero antes que acabemos, tengo que avisar de la manera de enseñanza, que habemos de enseñar a la gente que tratáremos, cuanto a la práctica de las opiniones, de lo cual trata nuestro Padre en las Constituciones, p. 4, c. 5, § 4; p. 8, c. 1.

Lo primero es que sigamos las opiniones más comunes, corrientes y molientes; porque, si en todas cosas se ha de evitar singularidad, más particularmente en cosas morales.Y a el Padre Toledo le oí decir: «Ya veis el lugar y autoridad que en Roma tengo (que para solo teólogo, sin bonete colorado, es la suma); pues yo os digo la verdad, que la he ganado, porque no sale parecer firmado de mi nombre que no sea la más corriente opinión que se vende por esas plazas; que, aunque yo tengo para mí otras subtilezas y metafísicas, pero en cosas que han de salir en público, procuro tener la opinión más común; porque, en siendo particular, luego está subiecta a mil contradicciones y calumnias».

Lo segundo, dice nuestro Padre que sea doctrina sana (1 p., c. 2, § 6; 3 p., c. 1, § 4). De este vocablo usa San Pablo particularmente hablando con Timoteo y Tito: que, en materias morales, quiere decir que no sea calenturienta ni tenga enfermedad: que no abra puerta a inconvenientes. Hay doctrinas que, aunque especulativamente sean verdaderas, pero puestas en práctica tienen muchos inconvenientes, y éstas habemos de evitar; porque el fin de la Compañía y de todos sus ministerios, dice nuestro Padre (4 p., cap. 5, § 1), que es la edificación de el prójimo. Pues, si ésa no edifica, sino escandaliza, no la habemos de usar; habemos, pues, de quitar dos extremos: que unos hay que andan siempre buscando las opiniones más anchas, y no hacen sino ensanchar; ensanchar que no es sino apretar a las veces; otros son amigos de adelgazar las cosas, como aquel Obispo de los Novarianos Acussio, a quien dijo Constancio: O Acussi, pone scalam, et tunc poteris ascendere solus caelum: Haz tu escalera, y súbete al cielo, que contigo no habrá quien pueda subir. Habemos de hacer las cosas practicables, que en estas cosas, después de haber disputado mucho de principios universales, al aplicar de ellos, como dice Aristóteles, se ha de dejar a juicio de buen varón: prout sapiens determinaverit; y así habemos de procurar con juicio asentado, sosegado de pasiones, corazón mortificado y deseoso de acertar; que, habiendo esto y haciendo de nuestra parte las diligencias de consultar, estudiar, inquirir, Nuestro Señor que nos ha puesto en este oficio nos ayudará. Por esto mandó Dios a Aarón, Levit. 10, Vinum, et omne quod inebriare potest non bibetis tu et filii tui, quoniam intrabitis in tabernaculum testimonii, etc., ut habeatis scientiam discernendi inter sanctum et profanum, pollutum et mundum doceatisque filios Israel omnia legitima mea; para que podáis enseñar a el pueblo mis mandamientos, no bebáis vino ni cosa que pueda inebriar.

12. Mañana es Cuaresma, el Agosto de Dios y de los confesores, que son segadores, como lo dice nuestro Padre, 7 p., c. 2 F. Es menester preparar las manijas, hoces y antiparras, y animarnos para hacerle mucho fruto, y traerle muchas ánimas a Nuestro Señor. Lo que yo deseo es que nos demos al trato con hombres; y esto me ha parecido muy bien del Padre Acosta, de buena memoria, que en todas las visitas que yo he visto, dejaba asentado que, el domingo, no se confesasen mujeres, sino que viniesen entre semana, porque los hombres son más dificultosos de traer que las mujeres; ellas nos buscan a nosotros, y nunca falta un doliente que se compadezca de ellas. A los hombres les convienen todas las condiciones que nuestro Padre pone en la 7 p.: gente más necesitada, desamparada, dificultosa de traer y más capaz de hacer fruto en ellos. Pues en este tiempo querría que nos diésemos más a esto, haciendo cada uno su pegujarejo de gente que quede aficionada a la frecuencia de la confesión. Lo segundo, deseo que resucitásemos en la Iglesia el espíritu de penitencia, para aplacar a Dios Nuestro Señor, como lo avisó el Padre Laínez desde Francia, viendo lo que allí pasaba, cuando empezó a reinar la Reina Madre: que tenía Dios desenvainada su espada contra aquel reino; que si él se inficionaba, corría riesgo España por la vecindad.

Y bien lo vemos cómo ha descargado Dios su mano, pues vemos un reino cristianísimo y que, ahora 50 años, tenía 800 casas de religiosos florentísimas, lo vemos ahora todo entregado a el fuego y a el cuchillo. Y cierto que tenemos que temer a nuestra España; que, cuando me viene a la memoria, procuro desecharlo: «Deténte, pensamiento, no pases adelante». Porque, si diese lugar, me melancolizaría tanto, que no hubiese quien me quitase la melancolía y bastaría a quitarme la vida. Y con todo esto non est qui teneat te, dice Isaías. Es, pues, menester, a los que tratamos penitentes, y estudiantes, animarlos a que aplaquen la ira de Dios; que cierto no conozco ya a los hombres, cuando veo las penitencias que antiguamente se daban; y no digo las de Pedro Alejandrino, sino Buccardo que, ha quinientos años, dice que daban por una polución voluntaria cuarenta días de pan y agua. Y el Concilio Tridentino, tratando de la reformación de la Iglesia, con el espíritu de Dios que hablaba por aquellos Padres, dice a los sacerdotes que se guarden de comunicar en los pecados ajenos por dar penitencias livianas; que hay algunos que van por la vía de Placebo Domino; que por pecados gravísimos se contentan con que recen un rosario; y el Concilio Cabilonense, sub Carolo Magno, reprendió a los confesores, porque daban penitencias livianas: qui consuunt (como dice Jerónimo) pulvinos sub omni cubitu. Plega a Nuestro Señor, etc.


 
 
LAUS DEO
 
 



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Plática 65

Plática 1.ª a los hermanos estudiantes


1. La principal parte de los colegios son los estudiantes, porque para criarlos fue su primera institución, y para esto tienen renta. Y las escuelas de estudiantes de fuera se añadieron después, como de per accidens; y así, una de las principales partes de la Compañía son los estudiantes, y cuales fueren ellos, será ella. Lo que yo pretendo es declararles la obligación que tienen: que consiste en ser buenos, y buenos estudiantes; buenos, porque religiosos, y buenos estudiantes, porque estudiantes. De lo primero habemos tratado largamente en otras pláticas; de lo segundo trataremos en ésta.

2. Pues esta obligación se colige: lo primero de eso mismo que es ser estudiantes, porque en el estudiante, estudiar es primer principio inmediato. No puede ser cosa más propia del estudiante que estudiar, porque cada cosa obra en cuanto es, como dicen los filósofos. La segunda razón es por el fin que pretende la Compañía con nuestros estudios, que es la gloria de Dios y ayuda de la Iglesia: conocer a Dios para darlo a conocer a los hombres y sacarlos de sus errores. Y pues el fin es tan alto, razón es que los medios se tomen con gran cuidado y diligencia, pues por un poco de honra, o por un grado, trabaja un estudiante en una universidad días y noches.

Lo tercero, porque es obra de obediencia, pues en eso quieren nuestros Superiores que nos ocupemos. De modo que es obra de obediencia y caridad, pues es para gloria de Dios, y para darle a conocer a los hombres. Hay también obligación de justicia, porque éste es como contrato: esto por esto. La Iglesia me da de comer y me da privilegios por que estudie; el confesor, confesando, merece el pan que come; el predicador, también; si yo no estudio, no sirvo de nada: et qui non laborat, non manducet, dijo San Pablo y es cosa justa, porque no ha de haber hombre ocioso en el mundo, ni inútil. Por esto nuestro Padre, 4, p., cap. 6, § 15, dice que, si pareciese que alguno gastaba sin provecho el tiempo en los estudios, que le ocupasen en otra cosa: en la portería, sacristía, etc., para que sirva de algo. Y en la cuarta Congregación se ordenó, que se pusiese en ejecución aquello del capítulo 7.º de el Examen 2.º, donde dice que sean avisados, cuando los envían a los colegios, que, si no gastaren el tiempo con provecho en los estudios, sean despedidos, porque no ha de haber zánganos en la casa de Dios, que no sirvan sino de comer, sin hacer provecho alguno.

3. Pues, ¿qué medio para ser buen estudiante? Lo primero es ser bueno. Dícelo nuestro Padre, 4 p., c. 6, § 1, donde dice, que aprovechará primeramente la puridad de la conciencia. Y es doctrina de Santo Tomás, op. 68, el cual yo encargo que lo vean. Y esto es cierto, y me parece que no fuera muy difícil de probar que ser bueno aprovecha para ser buen estudiante. Porque los estudios nuestros son tomados por Dios y por obediencia, para alcanzar conocimiento de Dios Nuestro Señor; y así toda esa filosofía y entes de razón y segundas intenciones, todo lo cristianamos. Pues si es ciencia de Dios, della dice Santiago, e. 3.º; pudica est; y San Pablo, in castitate, in scientia: ésa es la gradación que él pone, 2.ª Corint. 6. Y Averroesmoro dejó escrito, 7. Phys, que, aun para entender eso que allí se trata de loco vacuo, etc., es necesario ser casto y tener sosegadas las pasiones. Y así es: que un alma quieta y mortificada afierra el entendimiento a lo que estudia; pero, cuando está, ciega con alguna pasión, ésta le divierte y aparta del estudio.

4. Lo segundo que aprovecha, dice nuestro Padre, c. 6, § 1.º, (ídem D. Thomas, op. 68), que es, en la oración, pedir a Dios favor para alcanzar la ciencia. Pues lo que se estudia es para Dios y para Él trabajamos, pedirle a Él que nos enseñe estas verdades, pues Él enseña las verdades naturales como autor natural, así como las sobrenaturales, como autor sobrenatural. Santo Tomás, dijo a Fr. Reginaldo, a la hora de su muerte, que más le había Nuestro Señor enseñado por la oración, que había aprendido por cuantos libros había leído, los cuales fueron muchos, porque tuvo la librería del Monte Casino; y después, en Roma, predicando a el Papa, con copia de quien le puidiese declarar autores griegos; y así cita autores que no sabemos dónde los halló; y dél se dice que nunca se ponía a estudiar sin primero hacer oración: Declinate a me, maligni, et scrutabor mandata Dei mei; con este principio leyó a Aristóteles, y filósofos, y Averroes, para gloria de Dios Nuestro Señor. También sabemos de muchos hombres rudos, que, por medio de la oración, Dios les comunicó grande ciencia, como Alberto Magno, San Martín, canónigo de León, y San Isidro.

5. Lo tercero aprovecha la recta intención; y la falta desta es muchas veces la causa de que los estudios nos causen distracción; porque es fácil trocarse la intención, comenzando por Dios y acabando por sí; comenzando con deseo de saber la verdad y acabando con emulación, porfía y vanidad y soberbia; y soberbia y devoción nunca se juntan en uno. Y como el hombre docto excede a los demás hombres en lo que los hombres se diferencian de las bestias, de aquí es, preciarse mucho desto, y envanecerse y engreírse. Por esto dijo San Pablo: scientia inflat; y Santo Thomas, 2-2, q. 82, a. 3, ad 3: pregunta qué es la causa que ordinariamente se halla la devoción en gente idiota, y sincera, y responde, que por este peligro que hay de entrarse vanidad. Pues cuando los estudios van con esta vanidad, no es maravilla que os halléis seco y sin devoción; pero, cuando van con recta intención, no sólo no la quitan, pero la aumentan y sustentan, como lo dice Santo Tomás, en el lugar dicho de la 2-2. Y así, siempre ha habido hombres doctísimos y santísimos, como Santo Tomás, San Buenaventura; y de los de atrás, San Agustín, que parece que no había filósofo que no hubiese leído, ni erudición que no hubiese procurado, como se ve en los libros De Civitate Dei; San Gregorio Nazianceno, que fue el hombre más elocuente de su tiempo. Y con razón, pues todo lo estudiaban por Dios y para Dios, y así era obra de Dios; y las obras de Dios no son contrarias entre sí, como ni él lo es a sí; mismo, como dice San Pablo: en todo procede uniformemente, no edifica por una parte y desedifica por otra.

6. De tomarse los estudios con esta intención se sigue proceder en ellos serio et constanter, como dice nuestro Padre: en verdad, de veras, y con constancia. Nace también el consuelo, de que, si os tomare la muerte antes de ejercitar vuestros estudios, no perdéis vuestro trabajo, siendo tomado por caridad y por obediencia. Y ansí os pagarán como si hubiérades ido a Japón; por ser por fin tan alto, es obra de muy subidos quilates, y de otro orden superior. Y así como el soldado que muere en el camino, yendo a la batalla, es digno de premio, así el que muere preparándose para sus ministerios no perderá su trabajo. Si el capitán echa mano desta espada y no desta, no por eso deja de ser ésta tan espada como aquélla.

Tres condiciones dice nuestro Padre que ha de tener el estudio: diligenter, assidue et cum ordine. Son muy útiles estas tres condiciones para aprovecharse en los estudios. Y como dijimos el otro día, para todo esto de orden de los estudios se ayudó nuestro Padre del Padre Laínez y del Padre Polanco, que eran tan grandes estudiantes. Dice, pues diligenter, con ahínco, ansia y diligencia; assidue, no estudiante de apretón, que no hace sino estudiar quince días con grande priesa y luego holgar mucho tiempo. Y así todo se va en aprender y olvidar, dando cuatro pasos adelante y dieciocho atrás. Mucho se hace con la continuación; y más querría yo un estudiante de entendimiento mediano con esta continuación, que entendimiento lozano sin ella; porque el agua menuda, es la que cala la tierra y la empapa y se hace dueña della; que esotros turbiones lavan la tierra por encima y no son de tanto provecho. Así, más hace el continuo estudiar, aunque sea moderado, que no estas correnderillas; porque labor improbus omnia vincit. Una soga viene a hacer mella en una piedra por la continuación. Y por eso en la Compañía hay gente tan docta, porque estudian cada día, domingos y fiestas y pascuas, etc. Un estudiante seglar estudia 15 días, y luego viene la Pascua y la otra fiesta, en que olvida lo que aprendió. Pero, cuando el hombre va cada día aprendiendo alguna cosa, una verdad va dando la mano a otra, como ellas entre sí tienen proporción; y así se viene a hacer gran hacienda. Cum ordine, de tiempo; imo de estudios; tiempo concertado y bien distribuido, no estudios intempestivos, y sin sazón. El lógico estudie lógica; el filósofo, filosofía; el teólogo, teología; tiempo hay después para sermones (que ya se ha remediado); que el lógico tenía ya su cartapacio, de conceptos, el sermón de acá y el sermón de acullá, escribiéndolos a hurtadillas. Y algunos había, que, después de ido el visitador, escondían una candelilla, para poder escribir. ¿Y cuándo se habían de predicar estos sermones? En el purgatorio, porque acá nunca se predican.

7. Ha de haber también orden en los libros: no seáis como algunos trapacistas que andan llenos de cartapacios, leyendo aquí y leyendo allí. Nuestro Padre, c. 7 Exam., dice, que sean preguntados si serán contentos de seguir el modo de estudiar que les dieren. Y así lo encargo yo a los maestros que lo hagan, mirando qué estudian, qué escriben, dándoles libros provechosos: vos éste, vos esotro. Y así dice, 4 p., c. 6., que no se estudien sino los libros que les señalaren. Porque, ansí como es menester orden en las cosas del espíritu, y un alma bien reglada y ordenada vale mucho y con poca hacienda hace mucho, habiendo otras almas desmazaladas, que nada les luce; ansí también, un estudiante ordenado en sus estudios aprovecha mucho. Aprovecha también muchísimo evitar la ociosidad que es gastadora del tiempo, y no solamente para los estudios, pero también para el espíritu; porque la ociosidad es pocilga de malos pensamientos: ésta es su definición quidditativa. Es también, como dice Efrén, madre de murmuración; porque: «hombre ocioso, luego murmurador», se sigue en buena consecuencia, que no se dará antecedente verdadero y consecuente falso; porque no teniendo que hacer uno, no puede dejar de murmurar de los otros. Y San Buenaventura, al fin de las Reglas de los novicios, a uno que le preguntó qué remedio para vivir en el convento de París con muchísimos frailes, sin ofensión de ninguno, el remedio que le da es que no pierda tiempo. Y es cosa cierta, que, cuando yo no tengo otros tratos sino mis libros, mi aposento, mis escuelas y acudir a mi maestro a tiempo que no le estorbe, pocos dares ni tomares tengo con ninguno. Y ansí, un alma atareada y bien ocupada es la mayor virtud que puede tener un buen religioso. Y éste fue el intento de nuestro Padre dándonos ocupación de los estudios, porque no es posible estar siempre el hombre en contemplación. Y así, los religiosos antiguos trabajaban de manos o escribían libros. San Basilio, entre otras santas ocupaciones, enseña el estudiar la Sagrada Escritura. Y así, el estudiar importa también mucho al estudiante para su alma; porque, demás de ser ocupación meritoria, nacida de la caridad y obediencia, impide muchos males que se siguen a un alma ociosa, como se dice en el Evangelio: Invenit domum vacantem... et adducit alios spiritus nequiores se. Hallóla vacía y vagabunda. La Iglesia dice: Vitemus autem pessima, quae subruunt mentes vagas. Hay algunos hombres descorazonados, vecordes: si viniere, bien; si no, también. Éstos están sujetos a muchos males, y nunca alcanzarán nada.

8. Importa también mucho el silencio. Dícelo Santo Tomás, op. 68; porque no puede ser buen estudiante el que parla mucho.- ¿Así, Padre? -Sí, y es razón a priori; porque el parlar gasta el tiempo y quita la paz, tan necesaria para los estudios y para la virtud; porque la lengua desbarata el corazón. Así lo dice nuestro Padre 3 p., c. 1, § 4: que algunas veces da unas doctrinas sustancialísimas y las arroja por ahí, como quien no dice nada, que no reparan en ellas, si no las advierten muy bien. Una dellas es ésta, que procuremos mantenernos en la paz de nuestra alma, y, dar muestra della en el silencio y en el modo de hablar. Y San Basilio, regla 19, pone dos medios para aprovechar: el uno la claridad con el Superior; y el otro, el silencio. Y esa regla común que tenemos (que no está puesta por bien parecer) nos dice brevemente, cómo habemos de guardar el silencio; silentium hac ratione servandum est; y todo se cifra en que habemos de evitar pláticas voluntarias y corrillos, parlando aquí y parlando allí, como se usa. Y algunas veces, preguntando el ministro qué se trata, comenzáis a conferir, habiendo quizá estado murmurando del Superior, y por ventura del mismo que os pregunta, parlando de omnibus rebus et quibusdam aliis. Yo os concedo que es fácil engañar al ministro y al Provincial y al Rector, aunque sea quien vos mandáredes; pero no tratamos aquí con hombres, sino con Dios Nuestro Señor; y en faltando esta realidad, no sois religioso vos, sino estudiante que vive en pupilaje. ¿Queréis tener pocas trabacuentas con el Provincial y Rector, y que no tengáis que temer las visitas? Pues sed hombre concertado, amigo de vuestro aposento y amigo de vuestros libros, y no andéis haldeando por los corredores, charlando aquí y charlando allí; que el que de esta manera anda no puede dejar de hacer muchas faltas; y aun no las conocerá.

9. Santo Tomás, en el opúsc. 68, dice, que aprovecha también mucho no tener privanza con ninguno: omnibus communis, nemini familiaris: no darse nada por privanzas con Rector o Provincial, etc.; privar sólo con Dios; no hablar con ninguno con particular familiaridad, aunque sea de Dios y Santa María, fuera de tiempo, que, a ese título, se suele perder mucho tiempo, sino cuando os enviaren al campo, podéis hablar con el compañero que os dieren de cosas de devoción, de la religión, etc. Y en lo demás, estudiar bien y dando a cada cosa su tiempo, quitando los vertederos y derramaderos de espíritu, para que puedas decir, in medio populi mei habito, todos me conocen y a ninguno doy ofensión.

10. Otros dos impedimentos hay de los estudios, de los cuales dice nuestro Padre: impedimenta removeantur ab studiis. El primero es devociones indiscretas y demasiadas. Yo soy amigo de cargar de pocas devociones, y esas substanciales: vuestros ejercicios ordinarios bien hechos, con espíritu y verdad; vuestro examen general y particular, oración, recogimiento de noche, etc.; no devociones de correndillas; que, a mucha prisa, mucho vagar. El Padre Araoz, cuando veía algunos cargados de devociones impertinentes, me decía a mí: ¿Veis estos hermanos? Pues ellos se quedarán sin devoción, y necios; porque estas devocioncillas son violentas, sin obediencia, de prestado, y así no duran; todo tiene tiempo, sazón y coyuntura. La ración ordinaria es la que entra en provecho, no devociones de correndillas, que éstas, como decíamos de los estudios, duran poco.

El segundo impedimento es de ocupaciones de los Superiores. En esto no hay qué decir, porque yo he hallado mucho cuidado en esta parte en este colegio; en otras puede haber exceso, tomadas por mi antojo. La caridad algunas veces me llevará a algunas; pero, en lo demás, mi oficio es estudiar.

11. También aprovecha mucho para aprovechar en el estudio procurar salir de dudas, resolverse en las verdades, teniendo cuidado de apuntar las cosas dificultosas, o dignas de notar, como de Santo Tomás he oído decir, que «las disputadas» las hizo de los argumentos que oía en la Universidad de París; y Plinio dijo, más que supo en una espístola de modo studendi: Non multa, ser multum; no en la extensión, sino en la intensión; nunca estudiando sin apuntar, examinando a la noche lo que hoy he aprendido de nuevo, ita ut nulla dies sino linea sit; reparando en las cosas que habemos estudiado; que meditatio firmat memoriam. Y esto es cierto, que lo que se transcribe es como ciencia de canonista, ciencia de cartapacio. Y esto me aconsejaron a mí siendo muchacho, y lo hacía, apuntando todo lo que había oído a mi Maestro. Y así tenía muchos papeles de éstos cuando entré en la Compañía; y no sé qué devoción indiscreta medio, que los quemé estando en el noviciado; que harto me ha pesado. Este mismo modo de estudiar han tenido todos los hombres doctos que habemos tenido en la Compañía, de grandes alhajas de diversidad de ciencias, como el Padre Laínez, que en los mesones y hospitales decía que había aprendido lo que sabía, trayendo siempre un libro consigo, y rayando lo que notaba, y después, escribiéndolo, decía: Ya no tengo qué ver en este libro. Esto es de mucho provecho, porque lo que escribimos se nos queda en la memoria, o, a lo menos, es fácil la reminiscencia.




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Plática 66

Segunda para los estudiantes. Trata cómo no se disminuirá el fervor de la devoción con los estudios


Tratamos del modo de estudiar provechosamente, que todo se cifra en lo que nuestro Padre dijo: serio et constanter, y en las otras tres condiciones: sedulo, assidue et ordine. Ahora habemos de tratar cómo, con los estudios, no se entibie el fervor de la devoción, que es plaga que yo he siempre he visto en estudiantes. Y nuestro Padre lo advirtió, 4 p., c. 4: Cavendum est ne fervore studiorum intepescat solidarum virtutum, ac religiosae vitate amor. Y así lo encarga a los Superirores que lo procuren; que de lo contrario se sigue, que queda un hombre cojo, un estudiante honrado, un hombre de bien, como de allá fuera. Nace esto muchas veces de una miseria común de todos los hombres que tratamos de perfección, que siempre la vamos echando un cuerpo adelante: el estudiante se imagina sacerdote, y hace un sacerdote perfectísimo. El sacerdote: cuando yo esté en Japón, haré y aconteceré. El otro: cuando acabe este negocio, estas conclusiones, etc. Y así, siempre guardamos la perfección para lo futuro. Y como esto no tiene ser, así nos quedamos sin nada. Pues no ha de ser así; sino que, si soy estudiante, en mis estudios tengo de buscar la perfección, pues es obra religiosa, de obediencia y caridad, y, por tanto, medio para la perfección; procurando perfección en el argumentar, en el responder, estudiar, tratar con el Maestro, condiscípulo, etc. Para esto, lo que de nuestra parte ha de preceder como causa material, es arrancar la cizaña que el demonio sembró, donde Dios sembró la buena semilla. El estudio es obra de sí honesta; y hecha por el fin dicho, es obra de Dios. La soberbia, curiosidad, emulación o envidia por hablar claro, porfía y tibieza, son la cizaña que el demonio procura sembrar; y nostros habemos de procurar arrancar y no dejar crecer. La soberbia, ya dijimos de donde nace, en la plática pasada. La curiosidad nace de la costumbre que tenemos de tratar delicadezas y formalidades, que de subtiles apenas halláis tomo en ellas. Y así, ésta pásase a la obediencia, donde había de haber sinceridad, diciendo: ¿por qué esto?, ¿por qué aquello? La emulación nace de ver que el otro argumenta mejor que yo, muéstrase más, hace más caso dél el Maestro, tiene más gracia que yo, etc. Pues, la porfía claro está, pues tantas voces como algunas veces se dan, cierto es que no es disputa, sino porfía; y en dando voces, es señal que el pleito va malo: indignatio et clamor, dijo el Apóstol. Lo postrero es señal de lo primero.

La soberbia, dice Platón, que es propia de hombres necios, y más vale ser necios del todo, que no medio necios. Los que son necios del todo no tienen de qué envanecerse; pero los que saben algo, y se ensoberbecen de lo que no es suyo, ésos, dice él, son medio necios, y es señal de bajos entendimientos. Porque, ¿de qué te ensoberbeces?, ¿de que tienes subtil ingenio? ¿Escogístelo tú? Si lo recibiste, ¿de qué te glorías? Así lo dice San Pablo: Si autem accepisti, quid gloriaris? Gracias al temperamento, a tu padre, a tu madre y a Dios principalmente que te lo dio. Los hombres de buen entendimiento no tienen soberbia; como Santo Tomás, de quien se dice que no le vino primero movimiento de vanagloria. Y así, cuando nos vinieren estos fumecillos, nos habíamos de humillar y entender que tenemos bajos entendimientos.

De la curiosidad escribió San Agustín a Dióscoro una epístola de las buenas que yo he leído en él. Yo tengo, decía él, por mayor impertinencia gastar tiempo en saber lo que quiso decir Eleusipo y Demócrito quolibet contraria proferente sollicitum esse stultum est; porque es cosa de mucho trabajo y de muy poco fruto. La vida es corta y el tiempo muy limitado; es menester emplearlo en cosas sólidas y de provecho.

Para la emulación es bueno tratar con caridad al hermano, encomendándole a Dios, rogándole que le dé mucha sabiduría y que sea estimado y levantado, y yo arrinconado y humillado; y esto lo tengo de pedir muy de veras, y tener por muy grande merced de Nuestro Señor, cuando me viere así; porque debo entender que Dios me quiere dar todo el premio en el cielo, y no quiero que me haga pagado con un poco de vanidad que me dan los hombres por cuatro obras buenas moralmente que hago: Receperunt mercedem suam.

De la porfía hay un libro de San Gregorio Nazianceno, de modestia in disputationibus servanda; y una oración de San Gregorio Nazianceno dice que la disputa ha de ser con calor y viveza; porque la disputa muerta es disputa simile quid, como hombre muerto es hombre simile quid. Y dice el Santo: hombre mortecino y que no hace sus obras con viveza nunca será sino una medianía; pero con esta viveza se ha de guardar la modestia. Buena es alguna cólera; pero, cuando llega a que todo es voces y clamores, ya ésa es demasiada: buena es alguna cólera, pero no tanta. Nuestro Padre, 4 p., c. 6, § 10, dice que los nuestros den muestra de la doctrina y ingenio, pero con modestia, dejándose decir unos a otros, no interrumpiéndose, ni atravesándose; Y no picándose, ni procurando meter la lanza hasta el regatón, sino como maestros: toque franco, que asome; no querer dejarle confuso, antes viendo caído a mi hermano, darle la mano y soliviantarle, para que vaya más adelante. Y si lo que se pretende es saber la verdad, en hallándola, es de ingenio noble conocerla y reverenciarla; no pretendo yo aquí mi honra, para que procure salir con la mía, vocingleando y metiéndolo todo a barato. Otra doctrina pone nuestro Padre, proemio, 4.ª parte: Dice que el fundamento y compañía de las letras ha de ser la abnegación; porque esto es ser religioso y estudiante, que no sabemos irnos a la mano, si no hacemos cuanto nos viene al corazón; y así nos criamos voluntariosos; porque si nos dejamos llevar de nuestra voluntad, ella nos dará el pago. Esta abnegación ha de ser primeramente despegando de nosotros todas las pretensioncillas, que a los estudios se suelen allegar, estudiando sólo porque Dios y la obediencia lo quiere; y, si mañana me quisieren poner en la cocina, iré muy contento; no estudiando con designios, ni tracillas, ni pretensioncillas, para ser profeso de dieciocho votos, para ser Maestro, etc. Dijo San Basilio: el azuela no dice al carpintero: «has de hacer conmigo bancos o sillas, no arcas»; sino, «instrumento tuyo soy; haz de mí a tu voluntad». Así ha de ser el verdadero obediente; pónganme aquí o allí; yo estudiaré muy bien, porque así lo quiere Nuestro Señor. Si después quisiere ponerme tísico en un rincón, donde esté escupiendo toda mi vida, yo me huelgo de tener que dejar por amor de Dios. Éste ha de ser nuestro fin; porque si vivís con designios y trazas, siempre os quedaréis revenidos, nunca saldréis de laceria y pañales, aunque viváis mil años en la Religión. Creedme que yo os digo la verdad. No tengo yo que elegir; la elección es de voluntad, yo no tengo voluntad, ya la he renunciado en mi Superior; él ha de elegir y determinar; yo, cuando mucho, proponer. Y ésta es la verdad experimentadísima, que no hay otra mejor confección, epítima, ni otro remedio tan cordial, para quitar melancolías, que no vivir con trazas, ni tener designios; porque de aquí nacen todas las melancolías.- Yo deseaba una cosa, encontróse el Superior con mi deseo y metióse de por medio: de aquí es el pudrirse la sangre; que, como decía el otro médico, todas las enfermedades de la Compañía son como de monjas, de sangre podrida, que decía que le faltaban Hipócrates y Galeno para curarlas. Habemos también de ejercitar la abnegación en el conversar y tratar con los de casa, y con los de fuera, tratando como religioso con modestia; estoy en el general, paso las liciones, trato, converso, disputo; en todo se vea religión y modestia. Yo me acuerdo, cuando en Alcalá no había ningún predicador y sólo había un confesor; y sólo la modestia de los hermanos traía gente gravísima rendida a la Compañía. Iban a verlos argumentar y venían asombrados de ver dos hermanos, por una parte con tanta agudeza de ingenio, y por otra parte con tanta modestia; cólera para su tiempo, que parece que la tenían en la mano, para cuando fuera menester, lo cual es propio de la virtud de templanza; no como ahora, que algunas veces los hermanos son los primeros que se ríen y hablan; y así, tantos Maestros y discípulos no hacen tanto. Habemos, pues, de tener mucha modestia, trato hermanable, no porfiar, ni picar, ni decir apodos en diciendo el otro una cosa no tan concertada; que esto aun en palacio no se usa: no quiero por ninguna cosa que nadie esté contristado por mí; antes me querría meter debajo de la tierra. A los Maestros tratarlos también con respeto; porque, como dijo Aristóteles, Diis, parentibus et magistris par gratia referri non potest. Éste es el trato real y verdadero de la Compañía y lo que nuestro Padre Ignacio quiere; no que estemos como colgados con hilos del sol, extáticos; sino virtudes sólidas y manuales: que con el maestro y con el condiscípulo, y en el estudio, en todo ande con verdadera abnegación: aquí niego mi soberbia, acullá mi porfía, etc.

Para todo esto aprovechan mucho algunos reparos entre año, los días de comunión, que ha de haber más recogimiento, más oración, lición más retirada, concertar con Nuestro Señor nuestras cosas y lo que habemos de hacer. También, las vacaciones, es bueno darnos unos días a Nuestro Señor; y no por cumplimiento, «por la pasión de Dios»; que estas cosas por ceremonia y cumplimiento más las querría ver echadas en Guadalquivir, porque no me agradan. Y esto respondió el Padre Francisco, cuando se le preguntó de España si se introduciría esto; dijo que se advirtiese, no se hiciese por costumbre. Más importan dos días bien tenidos de veras, por salir el hombre de engaños; que ésta es pasión de estudiantes, andar embaídos con estos estudios, echando días aparte, dejándolo todo para cuando sean sacerdotes, y entonces no hacen nada. También entre año, el día que Nuestro Señor me hizo algún beneficio, día de mi vocación, en que hice los votos; haciendo algunas cosas sin ruido; cuando mucho, lo sepa mi confesor; para que sirva esto de dar espoleadas para desechar tibieza.

Ahora diré un poco de la doctrina y autores que profesa la Compañía. Tres nos enseña nuestro Padre: Aristóteles en filosofía, Santo Tomás y el Maestro en teología. De Aristóteles lo advirtió nuestro Padre, porque en su tiempo se usaba mucho en Italia Platón; y Aristóteles no tiene buen nombre acerca de los santos antiguos, antes lo tenían por un hombre demasiado curioso; y San Gregorio Nazianceno dijo que el diablo trujo su doctrina a la Iglesia. Pero era porque no lo habían mirado de propósito.

Santo Tomás tomó de los Santos, San Agustín, etc., lo que toca a los dogmas; de San Dionisio y Máximo monje que le comentó y vivió el año de 600; como el cardenal Sirleto lo dijo en una junta, donde nos hallamos tres de la Compañía con el que ahora es Papa; que se había encontrado con este libro, donde halló todas las abstracciones que Santo Tomás pone en la 1 p. Y concuerda con esto, que se sabe que un Rey de Nápoles le daba a un griego gran premio para que le declarase a Santo Tomás los libros griegos que le pidiese. Y todos los Concilios, después del Vienense, se han aprovechado dél, y en el Tridentino, conclusiones suyas se determinan de fe; y por esto nuestro Padre General lo ha ordenado que se tenga por autor.

El Maestro de las sentencias, dice nuestro Padre en la declaración, que, si le paresciere a la Compañía hacer otra mejor suma de la teología, que ésa se podrá usar; porque, en realidad de verdad, aunque ésta para su tiempo fue de grande estima, cuando no había tanta copia de libros; pero ahora no es tanto, particularmente teniendo a San Agustín de quien el más sacó.

Nuestra filosofía ha de ser enderezada a la teología; y así, aquellas opiniones habemos de seguir, que sirvan para hacer más practicables las cosas de la fe, y que sirvan para mejor darlas a entender, como lo dice nuestro Padre, que toda nuestra doctrina se ha de enderezar ad aedificationem fidei et aedificationem morum; y tómolo de San Pablo. Y así, habemos de evitar opiniones que pueden ser estropiezo o tener inconvenientes; sino de manera que demos a entender las cosas de nuestra fe, como dicen que lo hacía el Padre Laínez, que en dos años de tentación con que Dios le ejercitó, mereció de Nuestro Señor tan grande claridad, que parece que ponía delante de los ojos cuanto decía de nuestra fe.

Esto es, pues, lo que se me ha ofrecido decirles, y éste es el espíritu que habemos de procurar: verdad y realidad, virtudes sólidas y macizas; no vacíos y embarrados con cosas de tierra. Cuanto a las penitencias, no soy de opinión que se hagan con demasía, que muchas veces nos sirven de propia ambición; ni otras cosas que pueden hacer daño a la salud, que no es éste el espíritu de nuestro Padre; que, diciéndole lo que pasaba en Gandía, aquellos excesos de abstinencias y asperezas, mostró que no le daban contento, que no era el espíritu que él quería que hubiese en la Compañía. Nuestra virtud ha de ser en las cosas sólidas, en verdadera abnegación y mortificación de las pasiones; y cuando esto no hay, no hay Religión. No se puede decir más; no quiero decir que ésos son pecados contra el Espíritu Santo; pero si en todo andáis haciendo vuestra propia voluntad, no merecéis nombre de religioso.




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Plática 67

Plática a los hermanos estudiantes del año de 87


Por cumplir con mi obligación, he querido ahora decirles algunas cosas que me han parecido convenir advertirles.

La primera, el cuidado en los estudios; acudir a ellos con perseverancia y viveza, principalmente en este tiempo que más de propósito se emplean en ellos. Porque aguardarlo a después que a uno le hayan de poner en los ministerios de la Compañía, no es cosa que conviene; porque entonces aún no tendréis lugar para rascaros la cabeza. Y así, para que podáis, después, entender en los ministerios y acudir a vuestros hermanos con más libertad, es menester que ahora atendáis a vuestros estudios con más cuidado.

2. La segunda es, el disputar o el conferir unos con otros, que es una de las más principales partes del estudio. Porque estudio sin disputa es de poco provecho; porque, en las disputas, se aguzan las verdades y desenvuelven mejor que en otra parte. Esta disputa ha de ser con viveza y acrimonia, no mortecinamente. La cual viveza ha de ser de un deseo de conocer la verdad; para lo cual, si bien se mira, se ordenó la disputa, no para llevar la nuestra adelante y mostrarnos; porque esto es contra toda razón y muy ajeno de un perfecto cristiano y religioso, y es sacar de quicios la disputa, que solamente se ordenó para conocer la verdad y no para otro fin. Y así lo dice San Basilio escribiendo a su hermano Gregorio Nacianceno, dándole orden del modo que ha de tener en las disputas; que ha de ser con viveza y con ahínco de conocer la verdad y entenderla, no con voces y cólera demasiada; que, aunque la viveza pide cólera, pero en su punto, cuando es necesaria para argumentar con viveza; no tanta, que nos haga salir fuera de los límites de la razón, descomponer, venir a palabras que de veras amargan el corazón y con alguna aversioncilla.

3. Hay algunos que se retiran y no quieren argumentar por algunas razones.

Lo primero, hay algunos que no se atreven a salir a argumentar por encogimiento que llamó el otro «pudor subrústico»: éstos, claro está, que lo han de procurar vencer, porque los de la Compañía no han de ser encogidos, sino rompidos, que sepan entrar y salir en cualquier cosa. Y es menester poner cuidado en vencer esto, que es flaqueza de naturaleza, porque he conocido Padres, y muy antiguos, que, si estaba una persona delante de ellos, no acertaban a decir misa, sino luego se turbaban.

Otros hay que, por honra, no osan argumentar, por no decir alguna nccedad, que hagan burla de ellos, si no es que ellos están muy seguros y ven la suya sobre el hito: entonces, sí. Pues no ha de ser así, sino argumentar a menudo; y, si una vez no saliese tan bien, otra saldrá mejor; y váyase uno por otro; que hombres somos y no lo hemos de saber todo; y a esto está sujeta la naturaleza humana; y esto conoció vuestro Aristóteles, que, con tener un entendimiento tan soberbio y presuntuoso, dijo: Ad manifestissima naturae caligant oculi nostri sicut oculi noctuae ad lumen solis. Y en otra parte: Tantillum caelum attinginus. Y quien se afrenta de no lo saber todo, afréntase de ser hombre. Y yo tengo como de por entendimiento hidalgo el sujetarse a la verdad; cuando uno responde y ve que el otro le concluye, viendo allí la verdad, concederlo, aunque sea a su costa y quede afrentado. Y, consiguientemente, buenos entendimientos son humildes, porque, en viendo la verdad no la pueden negar, aunque les cueste. Y, al contrario, gente de ruin entendimiento que busca más salir con su parecer que no con la verdad, es soberbia, que se afrentan de no saber; como el otro filósofo que dijo, turpe est me aliquid ignorare: dijo bobamente, y no sabía lo que era ser hombre.

Otros hay que, de cobardía, ven que no pueden reprimir la cólera, y así no se atreven a salir a argumentar. No, hermanos, no por faltas nuestras se han de dejar buenas obras, como San Bernardo dijo: Ni por ti lo comencé ni por ti lo dejaré: no es buena regla ésa, que para eso soy religioso, para eso es la oración, exámenes, mortificación, para concertar la cólera, no dejarse llevar de ella, que venga todo a parar en vocinglería y que ni uno ni otro se entiendan, y en porfía más que en disputa; y esto ha de componer la virtud. Y yo siempre he dicho que la religión y la virtud hacen a un hombre cortés, que uno dé lugar a otro: que el maestro habla, callar el discípulo; que el discípulo, calle el maestro, para que no venga todo a confundirse y a cumplirse lo que el otro filósofo dijo, que multa contentione offunditur veritas. Mas cuando el Superior en las conclusiones o conferencias habla, vos, que sois menor e inferior, no le interrumpáis por salir con vuestra razón; que no se os pudrirá porque la guardéis allá dentro. Y en buen género de cortesía cae esto, que el inferior esté sujeto al mayor y calle cuando el Superior habla: así lo dice el Sabio: Loquere tu maior natu: decet enim te. Y habiendo en esto concierto y moderación, viene a que la virtud ayuda a las letras y las letras a la virtud, porque se hacen muy buena compañía y hermandad, como buenas hermanas.

Lo segundo que tengo que decirles es una cosa que ordena nuestro Padre se avise a todos los hermanos estudiantes; y es que procuren conservarse en su vocación primera y espíritu del noviciado; porque, dejándose ellos en esto, no venga el enemigo et supra seminet cizania; porque, aunque ahora esté pequeña y no se eche de ver, pero después de nacida hace mucho daño a toda la mies. Un madero verde, dice San Basilio, que, estando echado en el suelo, no hace a cosa daño; puesto sobre dos tapias tampoco; pero cargándole la casa, no solamente se encorva, sino trahit ruinam totius machinae. Ahora un estudiante sin oración, sin trato con Nuestro Señor, con uso de sacramentos sólo por costumbre, vase criando librecillo, desobedientillo, singular y paradójico con sus cosas; después, puesto en una cátedra, con sus opiniones singulares, no sólo se quiebra él, sino echa a perder toda la Religión. Vais os criando, mi hermano, con no sé qué pensamientillos de valer y poder en la Religión; de tener este oficio, o el otro. Ahora no se echa de ver la cizaña, aunque no sé qué puntillas parecen, que si anduviésedes con cuidado las echaríades de ver: que el hermano fulano es singular, desobedientillo, y no acude a la campanilla puntualmente como los demás; pero, Padre, pasa entre los otros, que el cuerpo se sustenta de buena y mala sangre; pero, si parásedes ahí, mi hermano, y no pasásedes adelante, llevadero érades; pero el mal es que, después, si no os ponen en el puesto que habíades pensado, patearéis y revolveréis toda esta máquina, por que os pongan en él a pesar de vuestros Superiores, que no lo pueden negar, aunque quieran, a vuestros fautores, e intercesores. Pues si os ponen en cátedras, ya queréis ésta, ya aquélla: ninguna os contenta; porque sois de aquellos, que son nullius dioecesis: no os pueden sufrir vuestros Superiores en parte ninguna; andan de aquí para allí con vos hasta quietaros; y de aquí es que, después, os veis en trabajo y en peligro, porque os ponen en cosas para que no tenéis caudal; y allí lo echaréis de ver, cuando no tengáis tiempo de aguzar la espada; allí caeréis en la cuenta de lo que ahora no entendéis; porque, realmente, aunque lo oís, no hacéis concepto quidditativo de lo que ello es en sí. Sois habilejo; aprehendéis bien esto; pero, cierto, no lo entendéis cómo pasa; porque estas cosas, si no se palpan y experimentan, no se forma concepto de ellas. Y así, ahora, aunque no lo entendáis, creed a los experimentados; y sabed que es menester desde luego habituarse, para tener después facilitad en estas cosas, y no hallaros corto y falto de armas al tiempo que no podáis buscarlas. Y esto se ha de hacer no con cosas particulares y extraordinarias, ni con muchas ni grandes penitencias; que yo, antes soy amigo de quitar todo esto y tasarlo, porque antes impide, como dice nuestro Padre, y quiebra las fuerzas y noayuda tanto como otras cosas.- ¿Qué cosas, Padre? -Yo os lo diré: en esto común y ordinario que tenemos; en nuestra oración, que no sea perdedero de tiempo y estar allí de suerte que, cuando venga el ministro o visitador, me halle ocupado en aquel ejercicio; y, si no lo hacéis por esto, será por echar afuera una carga; pero, cuando se hace de esta manera, allí estáis con el cuerpo, y con el entendimiento donde vos sabéis. Andáis todo el mundo con el pensamiento, no dejáis cosa que no tratáis y luego: «Oración he tenido, Padre». No es ésa oración, mi hermano; que ésta hase de hacer con vivacidad y cuidado, con deseo de aprovechar aquel tiempo por sacar calor para todo el día: el examen, con diligencia, por quitar vicios y haceros hombre religioso; que, si no se hace de esta manera, yo no sé qué os distinguís de un seglar. No habéis, pues, de echar adelante estas cosas, sino en lo presente ha de andar un hombre concertado: hoy no más; a jornadas pequeñas, por que no os canséis: esta regla daba el abad Efrén: «Hoy no más he de hacer esto, que mañana, si viviere, Dios proveerá; quien me dio gracia para hoy me la dará para mañana». Esto es lo que hace al caso, y lo que nos entra en provecho: esto común y esto ordinario.

Quiero acabar con lo que decía el Padre Nadal: que en esto ordinario nos habíamos de aprovechar, y que no pusiésemos atención en cosas que ni sabéis si acontecerán, ni si no; porque en esto, sin sentir se adquiere mucha riqueza, y después se halla uno la hacienda hecha. Así, que os digo, mi hermano, que en lo que habéis de poner vuestro cuidado ha de ser en hacer lo que ahora tenéis entre manos con toda la perfección que pudiéredes, y no lo aguardéis para cuando ni podáis hacer uno ni otro.

Esto me ha parecido decirles por despedida, por ser una cosa lo de los estudios tan común y tan importante; y lo otro, habérnoslo avisado nuestro Padre General en una carta que escribió a los Superiores; y así no pueden haberla visto; y allí encarga que se lo avisemos. Y con esto habré cumplido con mi oficio.




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Plática 68

A los Hermanos Coadjutores


1. Fáltame por hablar a los Hermanos, y no les diré sino lo que nuestro Padre dice; al cual habemos de oír como a padre, pues su voz es de padre, y lo que él nos dice es lo que habemos de seguir.

A dos partes se reduce todo. La una es el consuelo que deben tener los Hermanos; la otra, lo que les pide la Compañía.

2. Lo primero se persuadan que son parte de la Compañía. Es éste un cuerpo muy grande: en él hay manos, pies, ojos y cabeza. Y, como dice San Pablo, el pie no puede decir a la mano: no te he menester. A todas reparte el estómago su mantenimiento, a cada una según su disposición, guardando igualdad; de manera que la parte más sana lleva más, aunque sea pie. Hemos de imaginar que estamos en la casa de un gran señor, donde no todos son despenseros, ni todos son maestresalas, sino unos tienen un oficio y otros otro. Pero hay diferencia: que, en la casa de Dios, todos son grandes. Porque, si yo sirviera a algún señor temporal, podíame tener en menos, si sirviera en oficio bajo; pero el que sirve a Dios Nuestro Señor es grande en cualquiera cosa que le sirva. Por lo cual, sírvase Dios de ni en esto, o en aquello, yo debo estar muy contento en cualquiera cosa en que él me pusiere; y en eso con fidelidad, guardando el lugar y puesto que él me ha dado; y en esto agradaré a Nuestro Señor. Y esto es una gran verdad, que Dios Nuestro Señor tiene distribuidos estados y puestos a los suyos; y en servirle en aquello que él quiere de mí, está mi bienaventuranza, como el soldado agrada a su Rey guardando su puesto. Unos sirven en centinela, otros de escolta, etc. Así, yo no tengo de dar trazas a Dios, sino procurar servirle en esto que él quiere que le sirva.

3. Lo segundo, dice nuestro Padre (c. 1.º Exa.), que el fin que pretenden es salvar sus almas con más seguridad y ventajas que en el mundo. Y es un principio certísimo y de fe, que aquél tendrá más gloria en el cielo que hubiere servido a Nuestro Señor con más caridad, aunque sea en menear una paja, o regar un palo seco, o sembrar una berza al revés, como aquel discípulo de San Francisco; porque Dios no mira tanto las obras, como el corazón de donde salen. Y así, el que hubiere servido en la cocina, portería, etc., con mayor caridad, tendrá más gloria, que el que hubiere predicado y enseñado con menos; y aun con más seguridad. Cuenta Dionisio Carthusiano que fue llevado en espíritu al purgatorio un religioso, y vido a muchos Superiores penar por culpas ajenas, y ninguno por propias. Es estado más seguro, y con menos embarazos y con menos ocasiones de que todo se lo lleve la vanidad.

4. Dice también nuestro Padre, que se persuadan que, ayudando a la Compañía, sirven a Nuestro Señor en cosa que mucho le agrada, que es ayudar cada uno en su oficio a la salvación de las almas. Porque el Hermano Coadjutor, ocupándose en su oficio, confiesa con el confesor, gobierna con el Superior, lee con el maestro, predica con el predicador. Y San Francisco, hablando con sus frailes legos (que ellos llaman conversos), dice: Consolaos, hermanos, que hacéis que el predicador predique, y el confesor confiese, y os cabe parte de todo. Trae sobre esto lo de David, que mandó dar igual parte a los que se quedaban guardando el bagaje descansados y al que peleó. Y así como de todas las indulgencias son participantes, así también de las buenas obras de la Compañía; por lo cual, dice nuestro Padre, mercedem integram recipient a Domino; que han de recibir de Dios Nuestro Señor su paga entera. Esto les ha de alentar para servir con contento al quejumbroso, respondón, que no se contenta: No sirvo a éste; si a él sirviera, aún pudiera darme cuidado eso; pero no he hecho yo asiento con éste, sino con Dios; a éste tengo de procurar agradar, que es el que me ha de dar el galardón. Y mientras más padeciere, y menos fuere agradecido el trabajo, de los hombres, será mayor este galardón, como dice Paladio en las Vidas de los Padres, que unas personas honradas dedicadas para servir a los pobres pidieron a San Atanasio que les quitase un pobre que les agradecía mucho lo que hacían, para que no perdiesen en galardón: dadnos otro mal acondicionado, como lo hizo, el cual les decía palabras injuriosas. Y visitando a San Antonio, les dijo que era señal que Dios les quería dar el galardón. Ansí nosotros, habemos de decir: A Cristo sirvo en éstos, no a Pedro ni a Juan; a él debo agradar; no se me da nada de lo demás. Y si por un jarro de agua fría promete la vida eterna, ¿qué, será por otros halagos y regalos hechos a siervos de Dios que se crían para servirle, o actualmente le sirven? Esta esperanza del colmado galardón es la que quita el cansancio, la melancolía, la pesadumbre del trabajo.

Lo que les pide la Compañía es que estén quietos en su vocación y afectos a nuestro Instituto. Quiere que estén quietos en su vocación, porque, sin este fundamento, no hay crecer edificio; porque el árbol que no tiene echadas raíces en la tierra no le aprovecha el riego: todo el agua se le cae por de fuera, y antes le pudre que le haga provecho; pero el que está arraigado, el riego le aprovecha y le hace crecer. Hame Dios dado este puesto; entré en él con prendas de Dios, que no sabe mudarse; y no tengo de procurar mudanza hasta que él me mude a la gloria. Dice «afectos», aficionados a su Instituto; porque éste debe ser el espíritu de los Hermanos: Yo deseo la gloria y honra de Dios y el provecho de las almas y reducción de ellas a su Criador; yo no puedo por mí entender en eso, porque no fue ésa mi suerte, ni me pusieron a estudiar. Pues, quiero servir a los que lo hacen, ya que yo no puedo: ésta es mi dicha y mi ventura; como decía Abigaíl: Ancho me viene lavar los pies de los siervos de mi Señor.

Dice más nuestro Padre, que han de ser propensi ad devotionem, dados a devoción. Marta sola, se quejó y perturbó y andaba solícita. Lo mismo pasa a los Hermanos que no se ayudan de María, que es la oración. Luego se cansan, luego se quejan del Superior y murmuran y vienen a dar con la carga en el suelo. La devoción hace no sentir el trabajo: cada día comienzo tarea nueva y hago esta cuenta: Si Cristo estuviera aquí, ¡con cuánta alegría lo sirviera! Pues a Él sirvo en éstos, pues él me ha dado firmado de su nombre que lo que a ellos hiciéremos, Él lo toma a cuenta suya y lo pagará.

Dice más, que sean tratables, no mal acondicionados; que den de sí, que pierdan de su derecho: modestia y humildad con los que tratare, negando mi propia voluntad. Y así, nuestro Padre, particularmente a los Hermanos pide la abnegación de la voluntad: no respondones, no altivos, no impacientes; paciencia es propia de religioso; humildad, de religioso; impaciencia y altivez es de seglar; y la Compañía quiere que se sirva a Dios en todo religiosamente; y el no responder, y el no excusarse, no murmurar es de religioso.

Dice también con edificación a los de fuera: principalmente con su oración y con su buen ejemplo y palabras, procuren edificar al prójimo. Y no diga nadie «yo no soy predicador»; que de todos es nuestro oficio ayudar al prójimo. Y acudir a las cárceles, es bien que conozcan dónde se comenzó. En Roma, en tiempo que los hermanos andaban con gorras milanesas, echaron en la cárcel a un Hermano, por no sé qué que había hecho contra (blanco en las códices) no sabiendo si era religioso. Él no curó mucho de sí y en casa no se puede saber dél por algunos días; en los cuales comenzó a enseñar la doctrina a los presos y darles tan buen ejemplo, que, después, no le querían dejar salir. Y así, nuestro Padre ordenó que se continuase el ir, a las cárceles. Esto me contó a mí el Padre Polanco, que fue el que trató que el Hermano saliese de la cárcel. Es, pues, bien, que los Hermanos den buen ejemplo a los que tratan, especialmente a los que comen nuestro pan; y decirles algunas buenas palabras, persuadirles que se alleguen a la confesión, que esto bien lo pueden hacer. Y sea tal mi trato con modestia y humildad, que parezca de la Compañía; que la soberbia y altivez de aquí acullá la huelen. Conocí yo al Hermano Sarabia, que era hombre de buena suerte. Este Hermano tenía las narices comidas, que se las comió un puerco, siendo él niño; y así apenas, se podía entender lo que hablaba. Éste hacía más en Valencia que el más famoso predicador que ahora hay por acá. Traía, cada domingo, mucha gente a confesar y comulgar; y de ellos había gente que hacía milagros en su vida, como él los hizo muy grandes. El Padre Andrés Pérez, que todavía vive, le halló en oración, el rostro resplandeciente; y, con un rosario en la mano, hizo estar a raya unos moros que tenían cautivos unos hombres a la orilla del mar. Este Hermano era panadero, que amasaba el pan en casa, y sobre la cabeza lo llevaba al horno, donde había tantas mujercillas como las suele haber, y aguardaba allí su vez. Y con esta humildad hacía tanto provecho, como he dicho, y traía tras sí toda Valencia. Así, que, plática largas no; más una palabra buena, la regla lo dice a los Hermanos todos, especialmente al comprador como se dice a todos en el cap. 1.º del Exam. Y en esto hay falta; que acaece haber tanto tiempo que está un mozo en casa, y no haberle dicho una palabra de edificación; y así jura como de antes, etc.; que parece que no ha comido nuestro pan.

Concluye nuestro Padre: caridad y humildad. Caridad para con Dios, porque no veo lo que le debo, lo que él merece; aunque me mande rodar, lo serviré de todo corazón y voluntad. Unión también con los Hermanos entre sí. Porque los veo desunidos. No ha de ser así; que aunque el pie y la mano son distintos, pero están atados; somos hijos de un padre y de una madre; somos de una ley. Porque éste tenga esta suerte, y el otro estotra, no me tengo yo de extrañar, que sea menester rogármelo para llevarme a la quiete. No hacer quiete aparte, porque eso parece bandillo, lo cual es cosa contraria a la caridad y muy ajena de la Compañía. Todos tenemos un mismo fin, un mismo mantenimiento, servimos a un mismo Señor. Una fides, unum baptisma, como dice San Pablo.

Humildad también. No pedimos contenencias ni reverencias de palacio; ni enseñamos a que se haga con el pie izquierdo o derecho: no queremos esas profanidades: y si las hubiere, sería muy mal hecho. Pero no queremos descortesía en la casa de Dios, sino respeto y reverencia al sacerdote y al Superior; tratando, como dice nuestro Padre en lo exterior a cada uno con el respeto que se debe a su estado; y en lo interior, lo tenga por mejor que yo; en lo exterior, esperar respuesta, detenerme con humildad, etc. Ésta es nuestra obligación.

La oración ha de ir enderezada a quitar las imperfecciones de nuestro oficio, para cumplirlo con cuidado: no abstracciones ni otras cosas de poco fruto. En Salamanca había un fraile francisco hortelano, que tañía la campana; y su oración era ésta: «Por amor de Vos, Hijo de la Virgen», cuando plantaba la yerba etc. Otros, que trataban de otras abstracciones, no sabemos con la certeza de éste si fueron al paraíso. Y dice San Pedro Damiano: Muchos hay en mi religión sin letras, pero con buena voluntad, que aprovechan más que otros que van por otros caminos; porque éstos tienen oración que mira Dios; ríndenle todo su corazón, etc. Pues nuestra oración ha de ser disponernos a trabajar por Dios, para que nuestra mala condición, nuestra impaciencia, etc., no menoscabe el valor de nuestras obras. Éste ha de ser nuestro examen, quitar las faltas de el oficio: doy mala respuesta, soy descuidado y olvidadizo, dejo por ahí mi oficio a beneficio de naturaleza; esto tengo de procurar de enmendar, en esto tengo de procurar de buscar mi abnegación: «No saldrás con ésta; no has de volver por ti ahora; no te excuses, que Dios te lo pagará» Si esto no se hace, todo será tragar sacramentos; y, al cabo de diez años, os estaréis un soberbito, un señorito y entero en vuestra voluntad, que no haya diferencia de vos a un criado de un caballero, sino que vos no tenéis las ocasiones del otro; que, en lo que podéis, siempre seguís vuestras pasiones.

No hay tal cosa como la paciencia y el sufrir. Ansí, habemos de procurar señalarnos en ella, que esto es lo que tantas veces repiten los Santos. Y las antífonas e estos días, todo es paciencia: Commendemus nosmetipsos in multa patientia; el Evangelio: fructum afferte in patientia. «Hago bien, no tengo cuenta a quién»: sufrir mucho y hacer bien es toda nuestra perfección. San Nilo dice: El día que sufriere algo por Dios, se le dará de contado la paga en la oración: Si quid patienter pertuleris, fructum in oratione percipies: en prendas del consuelo que le dará para siempre. Y cuando a mí se me quejan que andan secos y sin consuelo en la oración, luego digo yo: Algo hay. Hermano, ¿cómo haces tu oficio? -Padre, murmuro cuanto puedo del Superior; miro las reglas por cumplimiento, o nunca las miro, sino estánse allí por bien parecer.- Pues, Hermano, si eso es así, ¿cómo queréis ver buen día por vos?, ¿cómo queréis que Dios os consuele? Lleváis la cruz sin almohadilla; y así, vais reventando, haciéndoseos grande el trabajo. Pero el que tiene jugo de devoción y hace su oficio con perfección, Dios le consuela en los oficios bajos, y no tiene el peligro que los que están en lugares altos. Y así, ha habido y hay éstos en la Compañía, y de señalada oración, como uno que conocí yo que se llamaba Juan Bautista, muy estimado de nuestro Padre: que parecía en lo exterior un mostrenco y tenía un don de oración altísimo, que un Padre muy docto me decía a mí: Yo tengo alguna noticia de oración por lo que he estudiado y la práctica que tengo; y yo no puedo entender el grado que este Hermano ha alcanzado. Pero si el hombre no mira lo que hace, hácelo a poco más o menos, no reparando en pocas cosas; no es maravilla que no se sientan estos dones de Dios. Casiano cuenta de un despensero que andaba muy acongojado, porque se le habían perdido tres lentejas. Porque decía él: es esto cosa santa, y así se debe hacer con gran cuidado. Esto, pues, habemos de hacer nosotros y decir: Dios me mira él me ha puesto en oficio en esta despensa; todo esto es suyo; tengo de dar buena cuenta de ello. No sólo porque, a ley de hombre de bien, debo guardar fidelidad, sino por otra razón más superior, que es razón religiosa, que es que lo hago por Dios. Ésta es la verdad nuestra.

Deseo, Hermanos carísimos, que ésta sea práctica y no plática; pues es doctrina de nuestro Padre y la que nos encamina a la perfección; y, si lo hacéis así, parecérseos ha en la capa el aprovechamiento.




 
 
FINIS HUIUS OPERIS
 
 





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