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Pereda y el género epistolar: notas de trabajo

Salvador García Castañeda





«C'est toujours dans les lettres d'un homme qu'il faut chercher, plus que dans tous ces autres ovrages, l'empreinte de son coeur et la trace de sa vie»


[Victor Hugo, Choix moral de lettres de
Voltaire
, vol. 1. Paris: Auguste Boulland
et Cie., 1824, «Préface de l'editeur», x]
               


Mireille Bossis define la carta como «un mensaje escrito por un individuo a otro que está lejos. Este escrito, que sustituye al lenguaje directo que la distancia ha hecho imposible, tiene un valor utilitario y está directamente relacionado con la vida diaria y dentro de una estructura rígida con parámetros inmutables: firma, dirección, fecha y lugar de origen, fecha y lugar de destino» [1986: 63. La traducción es mía].

Las cartas revelan una relación entre dos personas que está en evolución constante, por eso lo ideal para el estudioso sería conocer las enviadas por ambos corresponsales. Nuestra lectura de las cartas constituye una intrusión en la vida privada de un personaje pues éstas constituyen un historial de sus actividades, de sus opiniones y de la composición de sus obras, además de darnos a conocer datos concretos como fechas y nombres. Tienen el valor propio de la autobiografía que nos revela inestimables datos acerca de la personalidad de su autor.

En las dos últimas décadas de este siglo ha aumentado el interés por autobiografías y memorias y, como señala Charles A. Porter [1986: 63], la popularidad de la novela epistolar entre los estudiosos de la literatura europea ha traído consigo la de la correspondencia de los escritores por lo que el número de ediciones críticas de epistolarios ha aumentado considerablemente en este tiempo.

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Querría hacer aquí algunas observaciones sobre el modo de escribir y el carácter de Pereda, sugeridas por el estudio de su epistolario. Tales observaciones tienen forzosamente carácter provisional pues me hallo muy lejos de concluir el estudio de las cartas y, como es de esperar, irán surgiendo datos y aspectos nuevos que modificarán mis observaciones.

No se puede hacer la biografía fidedigna de un personaje sin tener en cuenta tanto su epistolario como el de aquellos de sus contemporáneos que estuvieron relacionados con él pues las cartas, sean del tipo que sean, no dejarán de revelar aspectos íntimos y quizá desconocidos de su carácter.

Eduardo de Huidobro, que conoció a Pereda, aseguraba que a éste no le gustaba escribir cartas y José María de Cossío, apoyándose quizá en su testimonio, afirma que «Pereda debió ser poco dado a la práctica epistolar, a la que se entregaba a regañadientes, hasta el punto de que las disculpas o justificaciones por retardos en escribirlas, y aun por haberlas escrito fuera de tiempo y sazón, ocupan no poco lugar en ...[su] ...epistolario» [1957, III: 323]. Aparte de que tenía un volumen de correspondencia de cierta consideración, a juzgar por las cartas que se han conservado, no habrá que tomar siempre al pie de la letra las excusas de Pereda, quien solía contestar con rapidez las cartas de sus íntimos y con más lentitud y desgana, como es lógico, las dirigidas a los demás, especialmente si éstas trataban asuntos de índole delicada como el juicio sobre un libro enviado por el remitente o una carta de pésame. Pereda vivió en una época en la que la palabra escrita era el medio más usado para comunicar a distancia y fue un inveterado y prolífico escritor de cartas.

No deja de ser curioso que un hombre tan aficionado a guardar papeles relacionados con su producción literaria, no hubiera conservado las cartas que recibía, referentes muchas de ellas a la intra-historia de sus obras. Si de estas cartas han quedado pocas, en cambio, de las escritas por él quedan las que fueron guardando reverentemente colegas, discípulos y amigos. Entre estos últimos, debemos a Federico de Vial seis gruesos cuadernos manuscritos en los que bajo el nombre de Varios, recogió y copió a mano crónicas, artículos, gacetillas y cartas, cuyos originales en muchos casos han desaparecido, y que sin su celo no habrían llegado hasta nosotros1. Muchas otras cartas se han perdido, y algunas de tanta importancia como las dirigidas a Clarín o al jurisconsulto santanderino Manuel Marañón, padre del Dr. Gregorio Marañón. Entre las que se conservan están las enviadas a Marcelino Menéndez Pelayo, a Narciso Oller y a Galdós, además de dos colecciones de borradores, uno en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, Fondos Modernos, que manejó José María de Cossío, y otro en la Biblioteca de Cataluña.

Pereda solía escribir sus borradores sobre hojas de papel que con frecuencia estaban rayadas, y las cartas, por lo general, sobre cuartillas dobles y sin rayar, colocadas de manera vertical; en alguna ocasión llevaban sus iniciales y, después de la muerte del hijo, muchas de ellas iban con orla de luto. Sabido es que Pereda era de temperamento nervioso y su caligrafía, que refleja sus estados de ánimo e incluso su estado de salud, resulta difícil de leer y en ocasiones da lugar a lecturas equivocadas. Después del ataque de hemiplegia sufrido en Jerez, su hijo Salvador se encargó de escribirle las cartas; una temporal mejoría le permitió volver a tomar la pluma pero las cartas fueron ya pocas y de enrevesada caligrafía. Del Pereda epistológrafo se han ocupado, que yo sepa, Eduardo de Huidobro2 y José María de Cossío3 en términos más encomiásticos y respetuosos que analíticos.

Aunque los límites entre las cartas de carácter literario y las propiamente personales no sean siempre fáciles de deslindar, teniendo en cuenta los diferentes estilos y los destinatarios, se podrían dividir las de Pereda en cuatro categorías:

1) Las que podríamos llamar «familiares», que además de noticias contienen la expresión de los sentimientos del autor, quien comparte los del destinatario en su buena o mala fortuna, y manifiesta con franqueza y con fianza los pensamientos propios4. Generalmente, van dirigidas a parientes y amigos de su grupo santanderino, y en ellas usa coloquialismos y términos de carácter regional, alusiones a gentes y sucesos locales y bromas quizá tan solo comprendidas por los íntimos5. En ellas enjuicia libremente a otras personas, pide o da noticias de carácter personal, hace comentarios de carácter satírico, se queja o se muestra desazonado e impaciente6.

2) Las dirigidas a otros amigos y conocidos, sobre asuntos varios, que pueden ser, o no, de carácter literario.

3) Las cartas-prólogo, que también suelen tener formato de carta personal, en las que responde a aquellos autores que le han enviado sus libros para que les de su opinión. A la sinceridad y a la cortesía unía Pereda la cautela, y en estas ocasiones sabía que sus juicios podrían aparecer más tarde en la prensa o como prólogo del libro sobre cuyo manuscrito había dado su opinión.

4) Cartas abiertas para ser publicadas en los periódicos. Unas pueden tener carácter de carta personal dirigida a uno o a varios amigos para tratar un tema de interés literario o local. Así, a los «Sres. Redactores del Santander-Crema» (20 de Enero de 1884) en la que en tono satírico y a la vez festivo, compara las modas y costumbres de la juventud de su tiempo con la del presente. Aunque este tipo de cartas tiene estilo familiar y ligero, no son familiares, y por ello carecen de los datos de intimidad presentes en aquéllas; en otras cartas mantiene una polémica con una persona o un grupo, como las cruzadas con quienes pretendían construir un teatro en el centro de la Plaza de la Dársena. Iban firmados con el seudónimo «Un Doceañista» y aparecieron en El Aviso entre el 8 y el 26 de diciembre de 1885. Algunas de ellas tienen carácter colectivo pues aunque vayan dirigidas a un solo destinatario éste representa a una colectividad: así, «Al Director del Diario Montañés» (5 de junio de 1904) para agradecer el homenaje que le rindió el Orfeón Cantabria, o «Pido la palabra» (El Aviso, 14 de febrero de 1885) para protestar por la corta de los árboles del paseo de Becedo y atacar al Ayuntamiento por permitirlo y por su absurda planificación urbana.

En diverso estado de elaboración, llenos de tachaduras unos, escritos a grandes trazos otros, quedan borradores de otras cartas que su autor consideraba de importancia y que conservaba como primeras copias de las enviadas a sus destinatarios. Cossío tuvo en cuenta algunos de estos borradores para su Antología y pensaba que «ello no las resta espontaneidad [a las cartas], pues el cuidado de la forma literaria era espontáneo en Pereda, pero no tiene duda que meditaba las contestaciones y medía las palabras al escribirlas». [1957: xxvi]. Pienso que el escribir un borrador preclude ya la espontaneidad, y a Pereda, más que el estilo parece haberle preocupado el contenido. De hecho, buena parte de estos borradores es de futuras cartas de pésame, de juicios sobre libros y de otros asuntos que requerían cierto tacto. Hay escritores, como André Gide, que han escrito sus cartas con vistas a su publicación póstuma; no habría que ir tan lejos en el caso de Pereda aunque éste sabía de sobra que bastantes de las suyas llegarían a ver la luz impresas y que algunas de las personales circularían manuscritas entre los miembros de su tertulia.

Como advierte Mireille Bossis, la manera de escribir una carta refleja los cambios que va experimentando el lenguaje a lo largo del tiempo. Los Manuales que ofrecían modelos de cartas y enseñaban a escribirlas en diversos estilos muestran el peligro que corría la carta de convertirse (y de hecho, se convertía) en un estereotipo. Aunque podemos reconocer los que son propios de nuestros tiempos, ya es más difícil hacerlo con la retórica y las fórmulas corteses de tiempos pasados y con las propias de cada individuo pues, por un lado, atribuimos al individuo lo que es propio de un grupo social o de la colectividad y, por otro, cada individuo adopta de este lenguaje lo que más le conviene [1986: 72-73].

Las cartas de Pereda casi siempre llevan fecha y excepto las destinadas a gente de su intimidad, suelen ir encabezadas con el nombre y, a veces, la ciudad de residencia del destinatario. Usa frecuentemente de abreviaturas para los nombres de los meses en los encabezamientos, y comienza las cartas y las acaba con fórmulas tan convencionales como afectísimo (af.mo), amigo (a.mo.) y compañero (comp.o), s.s. (seguro servidor), q.l.b.l.m. (que le besa la mano) para los hombres, y q.l.b.l.p. ( que le besa los pies) para las señoras. Como es natural, el grado de intimidad con el destinatario modifica notablemente tales fórmulas.

En ocasiones, pueden hallarse en las cartas y en los artículos periodísticos de juventud frases de gran extensión, tan abundantes en aposiciones e incisos que llegan a inducir a confusiones. De ejemplo servirá ésta, tomada de una carta del 15 de Septiembre de 1895, a José María Quijano:

«Mas ya que esto no haya sido posible por dificultades no calculadas, vaya la visita en espíritu y sirvan estos renglones que le contiene, de despedida, por la fecha en que los escribo, y por la fecha en que han de llegar a su destino, es decir, cuando ya María habrá atravesado los umbrales de la puerta y salvado el abismo que separa a la hija de familia de la Sra. de su casa, de salutación fervorosa y cordial, como el más ramplón pero el mejor sentido epitalamio de sus bodas».


Tanto en las cartas como en los artículos costumbristas y en las novelas de Pereda hay palabras subrayadas con las que se propone comunicar al lector un mensaje que modifica en algún sentido lo dicho en el texto. Lo hace con tanta frecuencia que constituye, a mi juicio, un elemento característico del estilo perediano. Según Claude Duchet, quien estudió en Madame Bovary «la mise en italique» (que traduzco por «palabras subrayadas o escritas en bastardilla») constituyen una modificación del signo pues hacen referencia a un lenguaje a varios niveles. La palabra subrayada destruye el sentido original de la frase y le confiere otro nuevo. De este modo, el texto adquiere una especie de negatividad irónica y creadora que da nuevo valor semántico a las palabras subrayadas, las cuales adquieren así una nueva dimensión.

Entre los diversos usos de «italique» señala Duchet el convencional de los títulos de libros y periódicos, de una institución o de un establecimiento; el de destacar expresiones más o menos insólitas, además de expresiones o palabras dialectales, sociales y profesionales. El subrayado sirve también para destacar ciertas expresiones habituales y usos lingüísticos de ciertas personas, y puede mostrar en ocasiones la intrusión del autor en tono irónico. Todos estos usos de «l'italique» pueden hallarse en Pereda, en quien tal intrusión es omnipresente y quien escribe haciendo un irónico guiño de complicidad al lector de sus artículos o de sus cartas. En el caso de las últimas, la complicidad aumenta o disminuye según la intimidad compartida con éste y, consecuentemente, la cantidad y los matices de las palabras subrayadas.

Vayan algunos ejemplos, entresacados al azar, de algunas cartas: palabras que significan lo contrario: «las finezas» [refiriéndose a las groserías de un personaje] (A Alfonso Ortiz de la Torre, 11 Diciembre 1891), «las flaquezas» de las actrices [su mala actuación] (Al mismo, 17 Marzo 1900); vulgarismos o barbarismos, palabras mal pronunciadas o mal dichas por aldeanos y gente baja: «Marcelino [...] no está todavía bastante semoviente por sí mesmo para subir a patita a esta casa» (A Enrique Menéndez Pelayo, 23 Septiembre 1904); palabras y expresiones propias del habla popular o de la región: «nos hemos regodeado con el remojón y la tortuca» (A Galdós, 16 Diciembre 1884), «la matanza del de la vista baja» (A Sinesio Delgado, 27 Marzo 1888), Pereda tiene un catarro «que da la hora» (A Alfonso Ortiz de la Torre, 15 Enero 1900); uso y mal uso de palabras cultas: «rasgos cádmeos» (A Enrique Menéndez Pelayo, 12 Marzo 1900), «rasgos cáduceos, como decía el pedante» (A Alfonso Ortiz de la Torre, 23 Agosto 1898); términos técnicos, legales o de otras profesiones «lo cual le hubiera notificado hoy» (A Enrique Menéndez Pelayo, 2 Noviembre 1901), «tomo acta de cuanto me dice» (A Galdós, 14 Marzo 1877) o propios del lenguage periodístico del día: «bautismo de tinta de imprenta» (A Alfonso Ortiz de la Torre, 2 Diciembre 1893); expresiones y términos propios de otras lenguas, fundamentalmente el latín y el francés: «mi vera efigies» (a Sinesio Delgado, 8 Marzo 1880), la tertulia «estaba au grand complet» (a Alfonso Ortiz de la Torre, 11 Diciembre 1891).

Esta afición data del tiempo en que el joven estudioso de las costumbres escribía en la prensa local y, temeroso, a mi entender, de que pasara desapercibida la intención de sus palabras o de que sus lectores las interpretasen equivocadamente se sirvió del enfoque irónico propio de los escritores de costumbres. Si comparamos los manuscritos autógrafos existentes de sus obras con los textos de las sucesivas ediciones veremos que este prurito de subrayar, que en ocasiones llega a resultar molesto, disminuye con el paso de los años. Aparte de atribuirlo a madurez del autor, por un lado, muchas palabras se habían aclimatado ya y eran de uso diario (distinguida, cursi, vagón, menú) y, por otro, los lectores de Pereda y de otros autores que tocaban temas regionales tenían ya costumbre de ver en letra de molde el habla pintoresca de aldeanos y pescadores.

Como es sabido, aparte de las opiniones diseminadas en sus críticas teatrales juveniles, en el discurso de entrada en la Academia y en alguna otra ocasión, Pereda no se ocupó en teorizar acerca de la literatura aunque en sus cartas fue desgranando juicios críticos con los que, en su día, se podrán conocer en detalle sus ideas literarias. Hombre de amplias lecturas, conocedor de los clásicos castellanos y al tanto de buena parte de lo que se escribía entonces, su crítica tuvo un carácter más visceral que objetivo y estuvo con cierta frecuencia más atenta a la ideología política y al mensaje moral que a la calidad literaria de cada obra.

Además, como escribía Cossío, «su propio concepto realista de la novela, que él tuvo siempre por norma, sirve de patrón para los demás juicios. La novela es para Pereda, y lo era en aquel tiempo entre nosotros, un género que había arribado a su plena madurez y no admitía sino las variantes producidas por la diversidad de temperamentos de los diversos novelistas» y hacía depender su juicio sobre cada obra de «la armonía de su construcción, las exigencias de verosimilitud, la propiedad del idioma, lo interesante de la trama, la naturalidad en el transcurso de la acción, y otras exigencias tales» [1957, III: 323-324]. Fue enemigo declarado del naturalismo, se defendió airadamente en aquellas ocasiones en las que se le consideró miembro de aquella escuela y exhortó siempre a los autores jóvenes a evitar la tentación de seguir la, para él, equivocada y peligrosa senda que había tomado la literatura en aquellos tiempos7.

En los años de juventud, Pereda revela en sus cartas la admiración por maestros como Mesonero Romanos, Gumersindo Laverde e incluso el Antonio de Trueba prologuista de Escenas montañesas, la relación evoluciona después hacia el respeto y la estima propia entre colegas de rango semejante como Galdós, Narciso Oller y Pardo Bazán y, famoso ya, establece una copiosa correspondencia con americanos tan ilustres como Calixto Oyuela, Carlos María Ocantos, Ignacio M. Altamirano, Rafael Obligado, Miguel Antonio Caro, José López Portillo o Juan León Mera, y con principiantes, tanto de ultramar como españoles, que le envían sus obras y le piden opiniones y prólogos.

Desde los últimos decenios del siglo XIX hasta su muerte a principios del XX, Pereda es usufructuario de un prestigio y de un magisterio literario que ejerce desde su rincón provinciano. Toma muy en serio su labor de crítico y sus observaciones revelan lectura cuidadosa y sensibilidad literaria. Aunque llama a las cosas por su nombre y no rehuye hacer juicios negativos, Pereda era hombre cauto y sus juicios van acompañados de elaboradas fórmulas de cortesía y de opiniones positivas sobre aspectos secundarios de la obra juzgada, probablemente poco sinceras y destinadas a consolar al autor vapuleado. Tampoco es infrecuente que se firme «amigo», «compañero» e incluso «admirador» de corresponsales que, en muchas ocasiones, no alcanzan tales categorías y son ajenos a su mundo. La misma cortesía acompaña sus frecuentes negativas a colaborar en periódicos y revistas, en números conmemorativos, benéficos o de homenaje, aduciendo falta de tiempo, no tener materiales disponibles, carecer de salud o haberse retirado de la literatura.

«Dado que la carta tiene la función de conectar dos puntos distantes, de servir de puente entre el emisor y el destinatario -escribe Altman-, aquel puede escoger entre hacer resaltar más la distancia o la cercanía» [1986: 13. La traducción es mía] ¿Es Pereda un autor en quien se dan este alejamiento o acercamiento voluntario hacia sus corresponsales? La pregunta es un tanto retórica pues la carta es un género que permite mantener la distancia entre remitente y destinatario y las diversas maneras que tiene Pereda de dirigirse a su amplio círculo de corresponsales revela que adaptaba muy conscientemente su discurso a cada caso en particular. En relación con esto, observa también Altman que «según el propósito del autor, la carta puede ser retrato o máscara» [1986: 15. La traducción es mía]. Las cartas y sobre todo los borradores, con unas tachaduras que revelan titubeos sobre decir o no decir una cosa, suavizarla, sustituirla por una frase más bella, más enérgica o voluntariamente anodina revelan una voluntad de acercamiento o de alejamiento, de dejar al descubierto o de enmascarar estilísticamente modos de pensar y de sentir. Reveladoras son también las variaciones de intensidad en las fórmulas de cortesía, en las negativas o en los juicios adversos arropados en excusas amables; todos forman parte de esta máscara o de las diversas máscaras con que nos presentamos según las ocasiones ante los diversos individuos de la sociedad que nos rodea, y ante los cuales descubrimos aquella faceta de nuestro carácter que nos parece más oportuna o más conveniente.

Por ello resulta peligroso aceptar como verdades inamovibles lo que dicen los autores acerca de sí mismos pues, conscientemente o no, presentan su propia visión de la realidad. En el caso de Pereda, creo ver en ocasiones y en cartas dirigidas a gente que no formaba parte de su círculo íntimo y que por tanto desconocía los sinsabores que le producía la publicación y la acogida de sus obras por la crítica, el deseo de aparentar la despreocupación propia de quien cultiva la literatura como pasatiempo. Enamorado de las largas temporadas veraniegas en la casona de la aldea, hace de las «soledades» de Polanco sus «cuarteles de verano» y su «selvático retiro» y en sus cartas gusta también de proyectar la imagen del hidalgo campesino alejado del mundanal ruido y ocupado con su huerto, en arreglar las goteras del tejado o en la matanza del chon.

A través de sus cartas y de su obra literaria Pereda proyecta repetidamente la imagen del moralista provinciano que abomina de Madrid. Sin embargo, Sinesio Delgado contaba que durante su visita a Santander, «juntos hemos ido a pie hasta el Sardinero, hablando del Madrid Cómico que conoce tan bien como yo, de literatura, de teatro, de libros, de personalidades artísticas y literarias [de la Corte] a quienes él conoce por las obras y de las cuales quería saber detalles de la vida íntima»8.

Pereda se refiere modestamente a sí mismo y se lamenta repetidamente con sus corresponsales de las molestias que le causan el hacer la campaña para ser nombrado senador por León, o ir a Madrid a leer el discurso de entrada en la Academia, o actuar de mantenedor en los Juegos Florales de Barcelona. Sin embargo lo hace, y obviamente, con gran gusto aunque procura dejar claro que lo hace por no defraudar a los amigos, o porque lo considera un honor o un deber que no puede rechazarse. No hay duda de que a Pereda le gustaba ser tenido en cuenta y por ello es frecuente hallar en la prensa santanderina del tiempo intervenciones suyas en forma de cartas abiertas para protestar, aplaudir, interrogar o agradecer, relacionadas con asuntos varios. Cartas que, por otra parte, confirman su espíritu cívico y su interés por Santander, manifiesto ya en los artículos y gacetillas juveniles publicados en La Abeja Montañesa y en el primer Tío Cayetano.

Socialmente, lo que prefería Pereda eran las tertulias santanderinas con sus íntimos y cuando estaba fuera continuaba su relación con ellos por medio de cartas en las que abundan las referencias a esas tertulias y a quienes las frecuentan. Había escogido como centro de su mundo el Santander urbano y dentro de él, a un entrañable grupo de amigos y parientes con los que compartía las alegrías y los sinsabores de la vida diaria. Sus cartas revelan también al paterfamilias preocupado por los hijos, por sus enfermedades y por sus estudios. Las enviadas a los íntimos en Madrid o en Barcelona contienen encargos tan variados como la compra de un quinqué, o de un sombrero9 y, a su vez, se desvive por proteger y servir a los suyos y buscarles recomendaciones10.

En los dos últimos decenios de su vida abundan las referencias a su incapacidad para continuar escribiendo que expresa metafóricamente con frases como «tener el horno apagado», las relacionadas con la fragilidad de su salud, que manifiesta humorísticamente al despedirse de algunos corresponsales como «su afectísimo y descuajaringado amigo». Pereda va adquiriendo una consciencia cada vez mayor de la vejez y del paso del tiempo, sus cartas lamentan el fin de las alegres tertulias de antaño y van desgranando los nombres de amigos fieles -Juan el guantero, Mazón, el escultor Susillo, Andrés Crespo, Fernando P. de Camino, Agabio Escalante- a los que arrebata la muerte. Especialmente hay dos sucesos que entristecen sin remedio los años que le restan de vida: la muerte del hijo Juan Manuel en circunstancias trágicas en 1893, y la pérdida de las colonias en 1898.

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Estas cartas abarcan desde 1851 a 1906, es decir, los últimos cincuenta y cinco años de la vida de su autor, y contienen numerosos datos con los que ilustrar su biografía y su actividad literaria. Son notas breves para dar las gracias, juicios sobre libros, excusas, asuntos de índole privada así como epístolas con más extensión que las dos o tres carillas habituales, dedicadas a un tema determinado. Interesan también por los comentarios que hace Pereda acerca de la elaboración de sus obras y de la recepción crítica que tuvieron éstas. Junto con su producción literaria, revelan al hombre de letras, al estilista con vocación de epistológrafo y al observador agudo de las costumbres y de la sociedad de su tiempo.





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