A Rosario P.
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Los mirtos dicen amores, |
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la altiva rosa belleza, |
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las azucenas pureza, |
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recuerdo la miosotis. |
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Algo dice en una tumba |
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la doliente cineraria, |
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y la yedra parietaria |
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que borda la ruina gris. |
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Y �cuánto es para el amante |
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la primer flor anhelada |
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que una mano idolatrada |
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furtivamente le dio! |
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El labio ardiente se posa, |
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insaciable mariposa |
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del néctar de la pasión. |
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Si encanta con sus colores, |
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si embriaga con su perfume, |
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si se marchita y consume |
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apretada al corazón, |
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es que en su cáliz esconde |
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aliento de la que se ama, |
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y perfume que derrama |
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en sus besos la pasión. |
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Es que a los ojos cerrados |
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del alma en amores presa, |
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esa flor es la promesa |
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de eterna felicidad. |
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Es una voz silenciosa |
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que está diciendo te adoro; |
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nudo de la red de oro |
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en que dos almas están. |
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Almas locas que no saben |
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al simbolizar la creencia |
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del amor en la existencia |
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efímera. de una flor, |
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que su dicha, su esperanza, |
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su placer y su alegría |
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flores son... y dura un día |
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la primavera de amor. |
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Y la seca flor guardada |
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que el tiempo cruel descolora, |
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reliquia tal vez de una hora |
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que vale una eternidad; |
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sombra de flor que no tiene |
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de lo que fue más que el nombre, |
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cual los recuerdos del hombre |
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del alma en la soledad; |
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fantasma de una esperanza, |
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muelo adiós del bien perdido, |
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del naufragio en el olvido |
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único resto quizá, |
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�no encierra, triste despojo |
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sin perfume ni belleza |
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la poesía de la tristeza, |
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la religión del pesar? |
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Sí; las flores simbolizan |
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las fugaces alegrías |
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que arrancamos a los días |
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de la bella juventud. |
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Después tan sólo nos quedan |
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memorias de amor benditas... |
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hojas de flores marchitas |
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cayendo en el ataúd... |
A Rosario H.
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Muy pocas flores de ilusión dejaron |
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en mi alma borrascosa los pesares; |
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mas las pocas fragantes que quedaron |
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permite que las deje en tus altares. |
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Te traigo de amistad cándido lirio; |
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si en él encuentras una acerba gota, |
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perdónala... es la sangre de martirio |
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que de mi pecho, atormentado brota. |
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Hirió mi corazón el desencanto, |
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de mi ventura deshojó la palma, |
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y en la amargura de infortunio tanto, |
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secose a fuerza de llorar el alma. |
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Nublado el horizonte de la vida, |
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borrose el porvenir en lontananza, |
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y su tallo dobló, descolorida |
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y marchita la flor de la esperanza. |
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Tan sólo melancólica y aislada |
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la triste flor de los recuerdos brota, |
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como brota la hierba descuidada |
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de algún sepulcro entre la piedra rota. |
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Mas no es ese despojo cinerario, |
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no los la flor del recuerdo y el martirio |
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la que te ofrece el corazón, Rosario, |
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es de amistad el apacible lirio. |
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Lleva en su cáliz toda la ternura |
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que agotar no pudieron los pesares; |
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y pues tiene de tu alma la blancura, |
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permite que la deje en tus altares. |
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�-�Por qué estás, como yo, pálida y sola? |
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�También para las flores hay dolor? |
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�Como mi corazón, es tu corola |
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copa de llanto, solitaria flor?� |
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Así Una virgen bella y pensativa |
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a quien la pena el corazón hirió, |
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dijo a la misteriosa sensitiva, |
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y una lágrima en ella derramó. |
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Lágrima de mujer, gota sagrada |
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que el arcángel debiera recoger, |
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perla del alma, sangre inmaculada |
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del mártir corazón de la mujer. |
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Calló... La sensitiva, estremecida, |
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sus pétalos vivientes recogió, |
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y la pálida virgen dolorida, |
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suspiró con tristeza y murmuró: |
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�-�Tan amargo, es mi llanto, que una gota |
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hasta a apagar la vida de una flor? |
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�Cómo el raudal que de mi pecho brota |
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�ay! no apaga el recuerdo de mi amor? |
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�Por qué no extingue de mi ser la llama |
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el incesante soplo, del pesar? |
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�Por qué no muere el corazón que ama, |
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su lágrima primera al devorar? |
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�Dichosa flor! Moriste a la primera |
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ráfaga del pesar... En mi aflicción |
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dichosa yo también si se rompiera |
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mi existencia al romperse mi ilusión. |
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Que cuando quiso con pasión el alma, |
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y lo que quiso, para siempre fue, |
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vivir es ya morir... mas sin la calma |
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que la tumba promete al padecer. |
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Mas otras veces -�he llorado tanto!- |
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otras veces mis lágrimas vertí |
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sobre otras flores, y jamás mi llanto |
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marchitara esas flores como a ti. |
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�Eres un cáliz de dolor que encierra |
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gotas de llanto que ofrecer a Dios? |
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Pero todas las flores de la tierra |
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son pocas al raudal del corazón. |
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�Quién, eres tú de lánguida corola? |
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�Amaste y te olvidaron, pobre flor? |
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Dímelo... que también pálida y sola |
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soy una sensitiva del amor.� |
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La sensitiva |
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�-Soy el alma misteriosa |
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de mis hermanas, las flores, |
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imagen: de esos amores |
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que vivieron un ayer: |
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hija de un rayo de aurora |
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en un día de Primavera, |
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es mi vida una quimera |
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como tus sueños, mujer. |
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Yo soy como la esperanza |
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que cuando se toca, muere; |
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y tu lágrima me hiere |
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como te hiere el amor. |
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No es tu lágrima el rocío |
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que en mí derrama la noche, |
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y ha lastimado mi broche |
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como tu seno el dolor. |
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Tu alma y yo somos dos flores |
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que tienen la misma historia. |
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También yo tuve mi gloria |
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como tuviste tu amor. |
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Debes a tu amor el llanto |
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y yo a tu llanto la muerte... |
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Una misma es nuestra suerte, |
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�pobre mujer...! �pobre flor! |
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Por los céfiros mecida, |
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por la luz engalanada, |
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por los cantos arrullada |
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de las aves del pensil, |
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es mi vida un paraíso, |
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un pensamiento risueño, |
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es el éxtasis de un sueño, |
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es amar... �es ser feliz! |
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Pero es dicha de un instante: |
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de tu lánguida pupila |
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rueda abrasada y tranquila |
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la gota que me mató. |
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Y en vano el cielo fulgura, |
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en vano las aves cantan, |
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cielo y aves no levantan |
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mi corola... �pobre flor! |
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Así la mujer hermosa, |
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flor de los cielos querida, |
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sensitiva desprendida |
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de las manos del Señor, |
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trae a la tierra del llanto |
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su corola de belleza, |
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su rocío de pureza |
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y el perfume de su amor. |
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Y por ensueños mecida, |
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del amor enamorada, |
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por los himnos arrullada |
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del mundo que ve ante sí, |
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es su vida un paraíso, |
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un pensamiento risueño, |
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es el éxtasis de un sueño, |
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es amar... �es ser feliz! |
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Pero, es dicha de un instante: |
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con su llama abrasadora, |
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amor su pecho devora, |
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amor consume su ser. |
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Y en vano son las promesas |
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de la mentida esperanza... |
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�Quién a realizar alcanza |
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tu ilusión... pobre mujer...? |
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Somos dos flores hermanas |
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hijas del amor del cielo; |
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no comprenden nuestro duelo, |
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ni comprenden nuestro amor. |
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Por siempre cierro mis hojas, |
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por siempre tu llanto trunca... |
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La dicha no vuelve nunca... |
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�Pobre mujer...! �pobre flor...! |
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Así dijo la tierna sensitiva; |
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sobre su muerto tallo se dobló: |
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y la pálida virgen pensativa |
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dejó en ella una lágrima furtiva |
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y triste y en silencio se alejó. |
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Símbolo de tu cándida belleza |
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son las flores, Remedios, que te envío; |
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tu alma, como, su cáliz, es pureza, |
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limpio, como tu llanto, su rocío. |
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Virgen hermana de las flores bellas |
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que bordan y perfuman la campiña, |
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deja que la amistad teja con ellas |
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fresca guirnalda que tu frente ciña. |
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Algún ángel quizá, niña querida, |
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sobre ti tiende con amor su palma, |
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que es una rosa blanca desprendida |
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de los jardines del Edén tu alma. |
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Para tu dulce corazón, amores, |
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para tu planta, rosas sin abrojos... |
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y para mí... para mis pobres flores, |
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una mirada de tus negros ojos. |
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Perdiose ya la dicha de mi vida |
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y del alma pasó la primavera... |
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�Qué flor, entonces, dejaré caída |
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de tu álbum en la página primera? |
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Yo fui la mitad de un alma |
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buscando su otra mitad, |
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como se busca la calma |
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y la sombra de la palma |
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en ardiente soledad. |
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En un tiempo el alma mía, |
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alondra que tiende el vuelo |
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bañada en la luz del día, |
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sus ricas alas perdía |
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en el zafiro del cielo. |
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Soñé pedir a la gloria |
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la vida para mi nombre, |
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y que en mi piedra mortuoria |
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arrojase una memoria, |
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acaso una flor, el hombre. |
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Soñé, al destello indeciso, |
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de un crepúsculo nupcial, |
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aparecer de improviso |
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la mujer del Paraíso |
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que flotaba en mi ideal. |
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La mujer cuya belleza |
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ilumina la Creación, |
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la mujer toda terneza, |
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la mujer cuya pureza |
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santifica el corazón. |
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La mujer a cuya planta |
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se pone el alma de alfombra, |
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la mujer única y santa, |
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la mujer que no se nombra |
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pero que siempre se canta... |
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Y esa mujer yo la vi |
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cuando la dicha soñé; |
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el alma toda la di, |
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y su imagen está aquí, |
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y con ella moriré. |
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Era su faz mi embeleso |
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era su nombre Alma mía; |
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donde su planta ponía, |
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mi pensamiento en un beso |
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adorándola caía. |
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Soñé el placer indecible |
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de que ese arcángel visible |
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me embriagase con su amor... |
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Soñé la dicha imposible |
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en la tierra del dolor. |
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�Era sólo una creación |
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de mi loca fantasía, |
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de mi amante corazón...? |
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�Era el alma que se abría |
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en su aurora de ilusión? |
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�Era un sueño...? Mas despierto |
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adoré lo que soñaba... |
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Mi corazón está muerto, |
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desque en el mundo desierto |
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no encontré lo que buscaba |
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Por eso voy del mundo en la corriente |
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cual hoja solitaria. |
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Triste es mi vida, pálida mi frente, |
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y si hiera una flor mi alma doliente |
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sería la Pasionaria. |
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Una flor de tristeza y desconsuelo |
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que apenas ha vivido |
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y levantado su corola al cielo, |
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y ya barre sus hojas por el suelo |
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el viento del olvido. |
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Perdóname. Buscaba un pensamiento |
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Ángela, que dejar en esta hoja, |
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y el gemido del alma en su tormento |
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es �ay! tan sólo lo que el alma arroja... |
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Perdóname la nota dolorida |
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que exhalara mi lira lastimera, |
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perdóname esta lágrima caída |
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de tu álbum en la página primera. |
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Primer rayo de luz, primera rosa, |
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primer canto del ave en primavera, |
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suspiro de una lira melodiosa |
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es de tu álbum la página primera. |
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La arpa de la poetisa resonando |
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allí vertió dulcísima sus galas, |
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blandas como el rumor que al ir volando |
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los angeles producen con sus alas. |
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Este libro comienza como el día, |
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con trinos, de ave y esplendor de aurora; |
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después de una magnífica armonía, |
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�qué ha de decir mi corazón, señora? |
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Yo que he dejado olvidada |
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y de lágrimas bañada |
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la lira del corazón |
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en la tumba idolatrada |
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de mi postrer ilusión; |
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yo, pobre alma dolorida |
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que atrás dejando va ya |
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los vergeles de la vida, |
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hoja en el viento perdida |
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que no sabe dónde va; |
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desheredado de amores, |
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sin fe ni consolación |
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en un valle de dolores... |
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�dónde ha de coger sus flores |
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mi desierto corazón...? |
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Pero �qué importa, Emilia, que la nota |
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que exhala para ti mi lira rota |
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sea triste como el alma sin amor, |
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si al través del crespón de mi tristeza |
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mirando estoy tu poética belleza |
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como se ve tras de la niebla el sol...? |
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Mis pobres rimas ante ti al ponerlas |
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son flores ya marchitas entre abrojos, |
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pero fragantes tú puedes hacerlas |
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con la mirada de tus negros ojos. |
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La más pálida flor tiene colores |
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cuando el sol con su rayo la abrillanta... |
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�Sean tus ojos sol para las flores |
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que vine a deshojar ante tu planta...! |
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Como dulce canción vaga y hermosa |
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que lejos se oye en la nocturna calma, |
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así el eco de tu arpa melodiosa |
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oí en la triste soledad del alma. |
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Trino de alondra, murmurar de río, |
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cantó en el tierno suspirar bañado |
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de un pecho de mujer, limpio rocío |
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sobre la flor del corazón regado; |
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eso es tu canto. Besa nuestro oído, |
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y el corazón a los ensueños lanza, |
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porque en sus notas trémulas, perdido |
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va el acento feliz de la esperanza. |
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Mas si gotas esparce de ambrosía |
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el ritmo de tu arpa vibradora, |
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digno de su gratísima armonía |
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no tengo nada que ofrecer, señora. |
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Corazón que el llanto moja, |
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corazón que se deshoja |
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al embate del dolor, |
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de este álbum para la hoja |
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�en dónde hallar una flor? |
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�Dónde encontrar el ambiente |
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hecho de brisa olorosa, |
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de blanca luz trasparente |
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que envuelve tan dulcemente |
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en los jardines la rosa? |
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Si tuviera el alma mía |
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de inspiración el tesoro, |
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ilusiones, poesía, |
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�cuántas mariposas de oro |
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para la rosa tendría! |
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�Cómo entonces la envolviera |
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el beso de primavera |
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en una nube de aroma! |
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�Con qué cariño la diera |
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sus arrullos la paloma! |
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Mas mi musa silenciosa |
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no ha querido, en sus enojos, |
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que pueda dar otra cosa |
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para el álbum de una Rosa, |
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más que lo que doy: abrojos... |
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Pobre amiga, pues que lloras, |
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pues que la vida sombría |
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en ti derrama sus horas |
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de negra melancolía; |
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pues te hieren los pesares, |
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y ha pasado tu contento, |
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como la espuma en los mares, |
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como la nube en el viento; |
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permite, sí, que recoja |
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mi buena amistad sencilla |
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esa lágrima que moja |
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tu macilenta mejilla. |
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El corazón del poeta |
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en su solitaria calma, |
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es una copa secreta |
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de las lágrimas del alma. |
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La tuya vierte sus perlas. |
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Yo no merezco guardarlas, |
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pero quiero recogerlas |
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porque quisiera cantarlas. |
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Que también el alma mía |
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coronada está de abrojos, |
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también he sentido un día |
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humedecerse mis ojos. |
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Porque también he querido, |
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porque también he adorado, |
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y lo que amaba he perdido, |
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y también soy desgraciado. |
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Yo he sentido la congoja, |
|
del corazón que revienta, |
|
en ese llanto que moja |
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tu mejilla macilenta. |
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�Cómo se llora sonriendo! |
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�Cómo se habla sollozando! |
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�Cómo se vive muriendo |
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y se muere recordando! |
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Sé lo que es, al adorarse |
|
con infinita pasión, |
|
decirse adiós.... y arrancarse |
|
pedazos del corazón. |
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En ese adiós sin segundo |
|
se va la existencia entera, |
|
y queda desierto el mundo |
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sin el alma compañera. |
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Todo es sombras, todo abrojos, |
|
todo noche, todo nada, |
|
desque falta a nuestros ojos |
|
la vida de su mirada. |
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Y nuestro ser languidece, |
|
el alma huérfana llora, |
|
la esperanza se entristece, |
|
sólo el recuerdo se adora. |
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Y mientras la negra ausencia |
|
nos enluta el corazón, |
|
vivimos una existencia |
|
de recuerdo y de visión. |
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Escucho una voz querida |
|
que cariñosa me nombra, |
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miro pasar una sombra... |
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Es su sombra y es su voz... |
|
Ese suspiro que vaga |
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en el ambiente perdido, |
|
es un eco desprendido |
|
de su tristísimo adiós. |
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El ángel que en sueño veo |
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es Ella que viene a verme. |
|
Cuando mi párpado duerme |
|
y vela mi corazón |
|
es Ella, mi cariñosa, |
|
cuya alma viene angustiada |
|
a vagar enamorada |
|
en torno de mi pasión. |
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Sus ojos están marchitos, |
|
está gimiendo su pecho, |
|
y su corazón deshecho |
|
a fuerza de padecer. |
|
Es la mitad de mi alma, |
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y siente, sí, mi quebranto, |
|
como siento yo su llanto |
|
en mi corazón caer. |
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|
Perdona, Eugenia, si al cantar tus lágrimas |
|
con las de mi ángel, triste, las mezclé. |
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No hay un consuelo en mis palabras áridas, |
|
soy infeliz... y consolar no sé. |
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Pero comprendo tu alma melancólica, |
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comprendo su doliente viudedad, |
|
y son mis versos como flores pálidas |
|
que prende en tus crespones la amistad. |
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La juventud sus encantadas puertas, |
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gentil Eulalia, a tu pisada abrió, |
|
y la aurora de Abril en que despiertas |
|
sus espléndidas rosas te ciñó. |
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Hoy, corona tu frente la belleza, |
|
en tu seno florece la ilusión, |
|
y no sabes lo que es esa tristeza |
|
que marchita y enferma el corazón. |
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Mas óyeme: si sabes lo que vale |
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un alma virginal, un alma en flor, |
|
no dejes, no, que generosa exhale |
|
el celeste perfume de su amor. |
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Que las almas en flor �ay! se deshojan |
|
al soplo abrasador de la pasión, |
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y el llanto en que los párpados se mojan |
|
cae en gotas de fuego al corazón |
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Deja tus bellas ilusiones de oro |
|
dormir en el regazo del candor; |
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día vendrá, que viertas su tesoro |
|
en el raudal del verdadero amor. |
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Hoy, Eulalia, si sabes lo que tienes |
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con tu abril, tu beldad y tu alma en flor, |
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oye... no lleves tan preciosos bienes |
|
a quemarse en la hoguera del amor. |
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�Sabes, Carmen, qué es vivir? |
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Es nacer para soñar, |
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y tras de breve dormir |
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despertar para sentir, |
|
y sentir para llorar. |
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Sentir que se va muriendo |
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en el alma la ilusión, |
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que, hojas del árbol cayendo, |
|
así se van desprendiendo |
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las creencias del corazón. |
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Es la dicha fugaz iris |
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que pintan en lontananza, |
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engaños de la esperanza, |
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mentiras del porvenir: |
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igual que el iris del cielo. |
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es tan sólo una quimera |
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del alma que reverbera |
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como el sol al refulgir... |
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Y la esperanza es un ave |
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que por atraernos canta, |
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y al acercarnos la espanta |
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de nuestro paso el rumor; |
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y el amor, fiebre del alma, |
|
locura de un solo día, |
|
relámpago de alegría |
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en la nube del dolor. |
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Pues, cuando el alma en amar |
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sueña, en vibrante latido, |
|
lo que era amor es olvido, |
|
lo que era dicha, pesar. |
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De los anhelos del alma, |
|
de la fe del sentimiento, |
|
del mundo, del pensamiento |
|
�sabes qué queda, al final...? |
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Un fantasma de esperanza, |
|
el adiós del bien perdido, |
|
y triunfante del olvido |
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el recuerdo funeral. |
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El recuerdo, triste sombra, |
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que al irse, implacable, deja |
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cada goce que se al aleja |
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rodando a la eternidad: |
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que de todo lo que ama |
|
en esta existencia el hombre, |
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tan sólo le queda... un nombre, |
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del alma en la soledad. |
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Ninguno puede aclarar |
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el enigma del vivir, |
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tal vez vivir es dormir |
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y morir es despertar. |