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Más noticias para la bio-bibliografía de Ceferino Suárez Bravo

José María Martínez Cachero1





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En otra ocasión2 aporté a la biografía y bibliografía de Ceferino Suárez Bravo algún curioso pormenor. Precisé entonces el año de su nacimiento en Oviedo -1824: 13 de diciembre-; hice recuento de sus colaboraciones en el semanario ovetense El Nalón, «periódico de Literatura, Ciencias y Artes» -año 1842-; informé del éxito obtenido por su drama Amante y caballero, o el Gran Capitán, estrenado en el ovetense teatro del Fontán a fines de 1843; exhumé su traducción en verso del canto primero del Infierno de Dante -publicada en la «Revista de Madrid», vol. VI, 1883, págs. 220-224-; y, finalmente, di noticia del contenido de su novela histórica, novela de historia muy fantaseada, El cetro y el puñal, cuyo protagonista es el famoso conde de Villamediana.

Fruto de investigación posterior son las referencias que seguidamente ofrezco; con ellas se completa un poco más nuestro conocimiento de la existencia y de la obra de un escritor asturiano que bulló bastante en sus días.


ArribaAbajoI. Romanticismo y versos de Suárez Bravo

Los seis poemas que Suárez Bravo publicó en El Nalón son nada más que tanteos o probatura de fuerzas, inequívocamente románticos tanto por su forma métrica y léxico como por los asuntos elegidos y el peculiar   —506→   tratamiento de los mismos. Creo que Espronceda, Zorrilla (unos versos suyos al mar encabezan el poema Al Mar de nuestro autor) y Rivas pesan bastante en tales composiciones. Una injustificada polimetría se echa de ver en casi todas ellas; digo injustificada porque la marcha del asunto, sus varios pasajes o momentos, no parecen exigir ese cambio rítmico, el cual más bien hace pensar en receta aprendida y uso a la moda,3 o en torpeza del versificador para proseguir y concluir con el verso y estrofa iniciales. El léxico o dicción ofrece abundancia de términos puestos en boga por la impetuosa corriente romántica: sustantivos, adjetivos y verbos que producen un tono tremendista, con claro predominio de los que ostentan matiz lamentoso y desdichado4. Cualquiera que sea el asunto elegido, de índole narrativa, descriptiva o más propiamente lírica, es obligado encontrar en el poema alusiones a las vicisitudes amorosas, a menudo de infeliz desarrollo o de trágico acabamiento, de quien lo ha escrito; ocurre así que ya la luna, ya el mar, tema de otras tantas composiciones, dan pretexto a Suárez Bravo para referirse a lo breve de su dicha por muerte de la amada o al deseo de un amor apacible y venturoso con Elisa a la orilla del océano.   —507→   Napoleón es el motivo de otro poema, para mi gusto el más flojo y torpe de esta serie de adolescente; está lleno de entusiasmo por la figura evocada, cuya estatura heroica agiganta el autor pretendiendo otorgarle categoría casi de mito. La menos romántica de estas composiciones fue leída en la inauguración de curso de una Academia científico-literaria «instaurada en Oviedo» el año 1841; digo la menos romántica dado que los apóstrofes a la ignorancia de los hombres en pasadas épocas y la congratulación por el progreso de la cultura en tiempos más recientes, junto a la exhortación a los miembros de la entidad para que no desmayen en su nobilísimo afán, poseen una evidente resonancia neoclásica, dieciochesca, algo así como un vago eco de Quintana. El castillo de Priorio5 aparece subtitulado «cuento»6 y es un largo poema polimétrico, con preponderancia del verso octosílabo, al estilo de los romances históricos -1841- de Rivas; encabeza una «Introducción» que alude a la tumultuosa historia medieval de ese castillo, hoy arruinado y sombrío -«todo es silencio en su mansión sombría, / circundada de espesos matorrales, / y sólo pueblan su recinto hoy día / raquíticos e inmundos animales»-7; a ella siguen un primer capítulo, Los dos nobles -presentación muy somera de Don Mendo de Quiñones y Don Juan Garci de Vargas, amigos y rivales en el amor a la hermosa Elvira- y un segundo capítulo, La conferencia -en el que Don Mendo, desdeñado por la mujer a la que idolatra, prepara, con la ayuda del musulmán Ben Alí, su servidor, una cruel venganza-8.

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No mucho después de 1843 Ceferino Suárez Bravo abandona la ciudad natal y se establece en Madrid «sin otros bienes, pensiones y adehalas que su talento, sus ilusiones y la correspondiente carta de recomendación para D. Alejandro Mon»9. Sentó plaza de bohemio, hizo periodismo   —509→   y teatro -estrenó varias piezas dramáticas, una de las cuales, Los dos compadres, verdugo y sepulturero, pieza en un acto, 1850, se convirtió muy pronto en título ritual del repertorio de las compañías de aficionados, ya que, como El puñal del godo, de Zorrilla, era protagonizada por corto número de personajes y ninguno de ellos femenino. Teatro el del joven Suárez Bravo adscrito al Romanticismo de «tumba y hachero», tétrico y lúgubre, muy efectista, capaz por ello de impresionar a los espectadores sencillos-10. Contrae matrimonio con la señorita Ángela Olalde y bajo la situación O'Donnell, que sustituyó al depuesto general Espartero, ingresa en la carrera consular con destino en Génova. En 1860 pasó Suárez Bravo unos días en Oviedo, escribiendo entonces (según el citado Jove y Bravo) las doce octavas A la torre de la Catedral11.

Tres partes pudieran delimitarse en ese conjunto estrófico. La primera de ellas, que abarca las octavas 1-4, es a un tiempo invocación y descripción tópica del objeto elegido como estímulo poético -la torre de una catedral-; la segunda parte (octavas 5-10) descubre algo del pensamiento del poeta, quien contrapone la torre, y cuanto a ésta se asocia de noble y levantado espíritu, a una creación de la edad moderna, tan ufana del progreso material alcanzado, tan agotadoramente sumida en él. Es claro que en la pugna que el poeta piensa se ha establecido entre la torre y su oponente: «el báratro de Trubia» (aclaremos para lectores no asturianos: la fábrica nacional de cañones sita en dicha localidad, muy próxima a Oviedo), Suárez Bravo se inclina resueltamente hacia aquélla, de cuya victoria final no duda:


    Deja ¡oh torre gentil! hervir furiosa
a aleve impulso la locura humana.
Instable es el error. La luz hermosa
del sol, disipa la tiniebla insana.
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Lo que hoy la moda ensalza clamorosa
tal vez arrastra con furor mañana;
sólo inmóvil del tiempo a los vaivenes
vive eterna la cruz que alta mantienes.



Las octavas 11 y 12 integran la tercera y última parte de la composición que nos ocupa. Expresan un deseo, sentido viva, vehementemente: el «de mi retorno al dulce patrio nido», imposibilitado a la sazón por el menester diplomático poco ha comenzado; «¡cuánto la idea de morir me asusta / si no ha de ser bajo tu sombre augusta!», concluye en emocionada exclamación nuestro autor»12.

Después del consulado de Génova ejerció Suárez Bravo este cargo en Burdeos, Bayona, Lisboa y segunda vez en Bayona, donde le cogió la Revolución de Setiembre de 1868; dada su radical incompatibilidad con la ideología de semejante movimiento político y «a pesar de las gestiones que más tarde hizo con él su íntimo amigo Ayala, se negó a servir a la revolución y prefirió quedarse en el extranjero consumiendo sus escasos ahorros»13. Vinieron después muchas y muy arriesgadas vicisitudes biográficas que no son de este lugar y, finalmente, hacia 1890 fijó su residencia nuestro escritor en Barcelona. Entró a formar parte de la redacción del Diario de Barcelona, dirigido entonces por Mañé y Flaquer; colaboró en otros periódicos y revistas de Barcelona y Madrid; fundó en 1891 y dirigió «La Semana Popular Ilustrada»; publicó su segunda novela extensa, Soledad (1893), que tuvo a lo que parece buena acogida.

En el «Almanaque de "Barcelona Cómica" para 1895», en una página con versos de varios autores titulada Cosas sueltas, se insertaba el siguiente soneto de Ceferino Suárez Bravo, muestra de algo que sentía muy en la entraña de su alma aunque no lograra esta vez ni acabada expresión ni soberana fuerza lírica:

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Recuerdos


    ¡Te vuelvo a ver, rincón nunca olvidado,
dulce teatro de mi edad primera;
valle, río, colina placentera,
verde bosque de helechos tapizado!
    ¡Paisaje delicioso, no has cambiado!
Mas ¿dónde está la lente lisonjera
con que te vi, en la hermosa primavera
de la existencia, de oro y luz bañado?
    En la alta torre el Ángelus recita
el bronce sacro; piérdese el sonido
del tibio ocaso entre los pliegues rojos.
    Y al mundo de recuerdos que suscita,
de súbita emoción sobrecogido,
llanto de amor agólpase a mis ojos.






ArribaAbajoII. Periodismo y política

Ya en Madrid, Ceferino Suárez Bravo fue redactor y colaborador de algunas publicaciones periódicas. En el Semanario Pintoresco Español, la prestigiosa revista que fundara Mesonero Romanos en pleno hervor romántico -año 1836-14, se insertaron trabajos de nuestro paisano tales la «leyenda tradicional» El tigre y la zorra15 y se dio cuenta del estreno de su comedia en tres actos ¡Es un ángel!16. Trabajó en «El Contemporáneo» y en «La España», y fue uno de los hacedores del famoso periódico satírico «El Padre Cobos», subtitulado en sus comienzos (a partir del 24-IX-1854, fecha de aparición) «periódico de Literatura y Artes» y definido desde el n.º II (del 3-XII) como «Periódico de Política, Literatura y Arte». Fue «El Padre Cobos» portavoz de la oposición   —512→   al general Espartero, Presidente del Gobierno que se formó luego del triunfo de la Revolución de Julio de 1854; afirma Natalio Rivas17, que «algunos escritores meritísimos, que pertenecían unos al partido moderado y otros sin opinión política definida, pero enemigos de Espartero, se asociaron para hacer una violentísima campaña de prensa contra la situación progresista triunfante, y se juramentaron para que nadie supiera quiénes habían de redactar el periódico que acordaron fundar y que bautizaron con el nombre de El Padre Cobos. Quiénes fueron los que componían la redacción se supo después de muerto el semanario, cuando derribado el duque de la Victoria y sustituido por O'Donell con su gobierno contrarrevolucionario, ya no tenía que cumplir la misión que se había impuesto». El éxito de público fue grande: hubo de aumentarse la tirada (aunque sin llegar ni de lejos a los ¡300.002! ejemplares, cifra que por chanza aparece colocada al frente de la cabecera del periódico) y hubo de intensificarse en cantidad y en tono polémico y jocoso la postura anti-progresista. «El Padre Cobos» persistió en sus campañas, haciendo frente a las varias dificultades que el Gobierno le oponía, hasta finales de junio de 1856, cuando en los últimos días de este mes «se veía claramente la caída de Espartero, y como ya el objetivo de El Padre Cobos estaba logrado, el 30 de dicho mes publicó su último número, cuyo primer artículo se tituló «Con el pié en el estribo»18. A cargo de Suárez Bravo estuvo en «El Padre Cobos» la sección rotulada Fisonomía de las sesiones (del Parlamento), si bien se ocuparía a veces en las restantes alternando con los demás compañeros de redacción19.

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Caído Espartero cambió el signo de la política española y éste es el momento en que Ceferino Suárez Bravo hace más estable su situación ingresando en la diplomacia, Estaba destinado como cónsul en Génova cuando, según cuenta Jove y Bravo, «se verificó el reconocimiento del reino de Italia y el ministro de Estado le comisionó para hacer entrega de los archivos de los consulados españoles, existentes en los Estados pontificios, a los nuevos funcionarios y en el nuevo concepto; pero Suárez Bravo, para quien nunca hubo nada que sobrepusiera a su amor y respeto a la Iglesia Católica, se negó terminantemente a realizar ningún acto en que él tuviera que aparecer reconociendo autoridad a Víctor Manuel en los Estados del Papa y ofreció su dimisión; el ministro estimó en lo que valía esta entereza del cónsul, no le admitió la dimisión y le ofreció puestos análogos en otras naciones». Sabemos ya que estuvo en Francia y en Portugal y que la Revolución de 1868 le cogió ejerciendo en Bayona; sabemos, asimismo, que dada su incompatibilidad con la ideología triunfante presentó la dimisión con carácter irrevocable, convirtiéndose por algún tiempo en exiliado voluntario. De regreso a España, recluido en el lugar guipuzcoano de Mondragón, dedicado al descanso y al margen de la política, «recibía continuas excitaciones de sus amigos Villoslada, Tejado y otros para que se uniera al movimiento carlista; allí vino a buscarle el Duque de la Roca en nombre de D. Carlos de Borbón y de allí salió para hacerse cargo del Corregimiento carlista de Guipúzcoa y de la dirección   —514→   de El Cuartel Real, y para desempeñar más tarde en el gobierno del Pretendiente la Secretaría de Estado»20.

«El Cuartel Real», órgano oficioso de la Corte de su Católica Majestad D. Carlos VII, fue una típica publicación de guerra que comenzó a salir de una manera irregular en la zona dominada por los carlistas el 9 de agosto de 1873; poco después era ya bisemanal y, por último, se convirtió en diaria, imprimiéndose desde 1874 en la Imprenta Real de Tolosa. Fundaron «El Cuartel Real» los hermanos Pablo y Salvador Morales; Suárez Bravo fue redactor y, más adelante, director; otros redactores destacados eran D. Francisco de Melgar y el catedrático de la Universidad de Oviedo D. Guillermo Estrada Villaverde. Restablecida en España la paz, «El Cuartel Real» dejó de publicarse y sus hacedores se exiliaron21.

Al cabo de algún tiempo Suárez Bravo regresó a la patria y se reintegró a las tareas periodísticas como redactor, desde 1877, de «El Siglo Futuro»; aquí colaboró muy asiduamente, utilizando el seudónimo de «Ovidio». Con parte de sus trabajos de asunto político y carácter polémico formó dos volúmenes titulados: España demagógica. (Cuadros disolventes) -1873-22 y En la brecha (Hombres y cosas del tiempo) -1878-. Integran el primero de ambos, diez y siete cuadros de estructura bien semejante, todos y cada uno de ellos muestra palmaria de la intención que animaba a su autor: clamar contra la demagogia liberal; clamar contra la falsa idea de libertad, la libertad mal entendida y peor practicada, libertinaje que no libertad23. Denuncia Suárez Bravo una situación que se le antoja   —515→   catastrófica o, cuando menos, abocada a inminente catástrofe; previene a los espectadores inconscientes o despreocupados; indica soluciones (más bien de carácter muy general y teóricas, moviéndose en el ámbito de los meros principios doctrinales). Con irritado acento se revuelve frente a los que considera aparentes y, desde luego, viciosos avances del progreso y frente al espíritu de la época, gravemente aquejada de materialismo. En un todo idéntica a estos «cuadros disolventes» resulta la colección En la brecha, de la que el ponderado cronista de «La Ilustración Española y Americana», José Fernández Bremón, llegó a escribir en son de comentario la siguiente nota correctora o advertencia al autor24:

«Sr. D. Ceferino Suárez Bravo:

Mi distinguido amigo: Con razón titula V. En la brecha a los artículos coleccionados en el volumen que acabo de leer: su libro de V. no es libro, sino una batería desde la cual cañonea V. a todo lo moderno, rompiendo sin compasión los palos del telégrafo, ametrallando la tribuna, la prensa, el crédito, la centralización, y especialmente a todo lo ecléctico y conservador; y como nada hay perfecto en el mundo, y V. tiene tan mala voluntad a lo que combate, queda malparado en sus manos. En la apasionada controversia que sostienen las escuelas políticas y filosóficas, V. defiende la opinión más reaccionaria: si no se escribiesen libros inspirados en la exageración de las ideas opuestas, el de V. sería peligroso para el conocimiento de la verdad; pero haciéndose la guerra a ésta en diverso sentido, es conveniente y cumple en nuestros tiempos, con los demás de su índole, un destino social: los unos son el pro, los otros el contra, tan necesarios aquellos como estos para formar un criterio justo, que no es precisamente el punto equidistante de unos y de otros, sino la serena adopción de la verdad sin exagerar entre dos verdades   —516→   exageradas. Usted, por ejemplo, padece la nostalgia del pasado, otros la del porvenir, y ni unos ni otros quieren persuadirse de que viven fatalmente en el siglo XIX. Usted mismo confiesa que lucha contra la corriente, y según mis cortos alcances, lucha sin advertirlo contra Dios; es decir, quiere oponerse a la evolución inevitable de la humanidad, dentro de la cual sólo el alma del hombre es libre, rigiéndose el conjunto por leyes providenciales, como la naturaleza física. Leyes que en vano tratan de conculcar los que quisieran apresurar el porvenir; locura tan singular como la de un partido cuyo propósito fuera anticipar el fin del mundo.

Usted lamenta la confusión del siglo, y, sin embargo, contribuye V. a ella con sus notables y sarcásticos escritos, que suscitan réplicas y afirmaciones contra el ideal que V. defiende. Su talento de polemista le hace, contra su voluntad, verdadero hombre del siglo, es decir, periodista consumado, de estilo vivo, varonil y ameno, con todas las galas y artificios de la retórica moderna. Su objeto es luchar contra la corriente, y ésta, envolviéndole y arrastrándole como a los demás, le lleva a la prensa, le hace viajar en ferrocarril, servirse del telégrafo, utilizar el crédito para la remesa de sus fondos, vivir en el centro de España y practicar el eclecticismo de pensar a la antigua y vivir a la moderna. Pero acabo, porque La Ilustración no consiente la polémica, y si continuase, tendría V. derecho a contestarme».






ArribaIII. «Guerra sin cuartel», o una novela premiada discutida

Antes de Guerra sin cuartel -1855-,Ceferino Suárez Bravo había intentado ocasionalmente la narración en prosa: El cetro y el puñal fue publicada en 1851 y algunos relatos breves suyos habían visto ya la luz en diarios y revistas25. Aprovechando los recuerdos de la pasada pero aún no lejana discordia civil española (Segunda Guerra Carlista); combinando «un cuento que pudo suceder, con hechos que sucedieron»; y retrotrayéndolos en el tiempo -(la acción expresa de la novela se inicia transcurriendo ya la primera mitad del año 1834 y los acaecimientos núcleo de la misma tienen lugar durante la Primera Guerra Carlista)-, Suárez Bravo   —517→   compuso Guerra sin cuartel -(«con el deseo -escribe en su prólogo al libro- de divertir miserias nerviosas, habituales en mi mal asentado temperamento, y reposar de áspera y larga campaña de periódico, tracé estas páginas, como quien da largo paseo por el campo, después de haber pasado mucho tiempo entumecido en una prisión»)- y con ella acudió a un certamen convocado por la Real Academia de la Lengua. La docta corporación le concedió el premio ofrecido y fue por ello abundantemente censurada; Guerra sin cuartel, presentada inédita al concurso, se publicó enseguida y a favor del escándalo promovido, escándalo en el que a veces se interfirieron motivos extraliterarios, obtuvo muy lucida venta26 (el autor dedica la novela a su buen amigo D. Anselmo González del Valle).

Del prólogo que antecede al texto de la obra de Suárez Bravo importa destacar la profesión de anti-Naturalismo que éste hace. Era el Naturalismo poderosa tendencia narrativa imperante a la sazón y no solamente en Francia, patria de Zola; constituía una novedad, aprovechable y digna de atención. Hubo, sin embargo, gentes opuestas al Naturalismo que lo combatieron acérrimamente, entre nosotros está por ejemplo D. Juan Valera con sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas; en una nómina de anti-naturalistas españoles habría de figurar el autor de Guerra sin cuartel en consideración a algunas de sus afirmaciones. Para Suárez Bravo, Naturalismo es equivalente a fealdad moral, a revolver y sacar a primer plano lo más recusable del hombre, complaciéndose además el narrador adscrito a esa tendencia en cuanto de sucio y desagradable ofrece la circunstancia en torno; escribe Suárez Bravo: «...no busqué los materiales en el lodazal de las pasiones humanas, que tanto beneficia la moderna novela. Mi libro puede entrar en todas partes sin que haya que alejar a los niños y a las doncellas. Para lo que hoy se usa (por autores, afortunadamente, de mérito muy discutido) téngolo por prenda digna de ser estimada, y es bien seguro que si la obra no gusta, no será por la bondad del propósito, sino por torpeza en la ejecución. Cada día va acreditando más la experiencia, que la acidez del fruto prohibido, mortífera   —518→   generalmente para las producciones del ingenio, lo es con especialidad para la novela, género en el cual la emoción y el interés brotan casi siempre de la unión de lo bello con lo bueno. Pueden algunas, por extraviados caminos, despertar curiosidad, o dar al escándalo momentáneas apariencias de éxito, pero no alcanzar vida, porque el público se venga arrojándolas de la memoria, del dejo nauseabundo que sacó de su lectura. Lo que es moralmente feo nunca llegará a ser artísticamente bello. A fuer de elemento humano, la fealdad tiene un lugar indispensable en las obras del ingenio, pero sin más oficio que el de dar mayor relieve a la belleza». (No discutiremos ahora la injusticia de alguna de las aseveraciones transcritas, donde se mide por el mismo rasero a todos aquellos autores que venían novelando a lo naturalista en grado más o menos intenso).

Queda dicho que Guerra sin cuartel fue una novela muy comentada y discutida y que en tales discusiones y comentarios la deseable ecuanimidad crítica se vio turbada a veces por coacción de motivos extraliterarios. Los periódicos carlistas27 o de matiz ideológico afín la elogiaron resueltamente; la prensa liberal hizo más bien lo contrario. No todos los tiros iban dirigidos contra la novela, sino que también los hubo contra la corporación académica que la había juzgado merecedora de galardón; «Clarín», vgr., escribía28: «...¿y a la Academia? A ésta no se le puede decir Iddio perdona. No: la Academia no tiene perdón de Dios. Porque, aparte de que el libro no tiene pies ni cabeza, ni allí hay estilo, ni acción verosímil, interesante, ni siquiera seria, ni caracteres, ni diálogo humanamente posible, ni sentimiento, ni alegría, ni cosa que lo valga; aparte de eso... tampoco hay lo que menos puede dispensar la Academia de la Lengua... un poco de gramática».

Cotejemos ya dos pareceres críticos coetáneos: se trata de lo escrito sobre Guerra sin cuartel por el fraile agustino Francisco Blanco García y   —519→   por Leopoldo Alas, «Clarín». El primero redacta su comentario29 impresionado desagradablemente por la lectura de otros, aparecidos en «la prensa de bajo vuelo», en los que se hacía una «disección por ápices, junto con burla despiadada»30; por eso sale él a la defensa de una causa que considera maltratada con injusticia. Hace el P. Blanco un resumen del asunto de Guerra sin cuartel, lo que descubre la nutrida serie de sorprendentes casualidades que deben producirse para que la acción de la novela llegue al término que el novelista se ha propuesto; tiene el agustino paliativo para semejante inverosimilitud, dice: «este largo proceso de incidentes, peripecias y anagnórisis, entrelazados como hilos de complicadísima urdimbre, supone, ya que no se quiera conceder otra cosa, una inventiva sagaz y fecunda en recursos, aunque semejante moneda se valúe hoy a precios muy bajos merced a la bancarrota de lo que me atrevo a llamar millonarios de la imaginación»; recuerda, además, que en los Episodios Nacionales de Galdós se ha hecho uso abundante de «coincidencias amañadas» por el estilo: «¿Son más absurdos o menos concebibles los sucesivos reconocimientos de Tavira y Alvarado, y las andanzas y peregrinaciones de Mercedes, que los amoríos de Cossette y Mario de Pontmerci, o las aventuras de Gabriel de Araceli, Salvador Monsalud y Carlos Navarro? Ni en unos ni en otros me agrada el procedimiento, por lo que hay en él de falso y exclusivista; pero, en ley de equitativa proporción, no cabe encontrarlo sublime y ridículo según las conveniencias». Encuentra el crítico que en Guerra sin cuartel existen, abonando lo estimable de su calidad, «multitud de escenas que hablan a la sensibilidad menos impresionable en el persuasivo idioma de la pasión, aunque no siempre corresponda el modo de manejar el diálogo. Entre otros ejemplos, nos servirían el desafío de Luis en el primer capítulo, su visita a Mercedes, su fuga, y casi todo lo que hace y dice el Rayo desde que aparece en la narración, descartándose, por supuesto, lo mal preparado de algunos incidentes»; reconoce que en esta novela pueden hallarse «imperfecciones   —520→   de forma y de lenguaje»; concluye: «Entiendo yo, en resolución, que Guerra sin cuartel no alcanza los merecimientos necesarios para justificar el fallo de la Academia Española; pero como producto de una fantasía ardiente y fecunda, y de un ingenio vivo, perspicaz y discreto, atrae con magia embelesadora a todo lector, que se deja ir tras de sus primeras impresiones, no deteniéndose a razonarlas».

El comentario del P. Blanco revela bastante a las claras algunos de los defectos de más monta que posee Guerra sin cuartel. En ellos insiste «Clarín», dando pormenores, burlándose e irritándose a un tiempo mismo, poniendo de relieve otros defectos también existentes. Extensamente tronó Alas contra novela y autor, contra Academia y premio sin duda por entender que éste y el prestigio de la corporación que lo concedía y el revuelo producido en la prensa eran suficientes para engañar al público lector, menesteroso de segura orientación.

A «Clarín» (como al fraile agustino y como a cualquier lector) le llaman la atención desfavorablemente las ya aludidas coincidencias amañadas por el autor en el curso de la acción de su novela: «Guerra sin cuartel -escribe- es como aquella capa que estaba llena de casualidades. Todo es pura casualidad en este libro sin trascendencia ni asomo de malicia... La Providencia tiene que estar en todas partes para sacar de apuros al autor, merced a una serie de encuentros y coincidencias que parecen increíbles». Al final de la peripecia mueren (o han muerto antes) los malos y logran los buenos la felicidad ansiada: «Sólo quedan vivas las personas decentes; porque hasta una coqueta llamada Juanita Rosales, que tuvo un poco marcado al conde, muere prematuramente para purgar su coquetería. Solos y a sus anchas los buenos, se casan Mercedes y Luis, saltando el abismo de sangre, como ya esperaban todos, y el autor termina su cometido diciendo: «La condesa estaba en el quinto cielo. En cuanto a los novios... ¡figúrese el lector dónde estarían!». Unos y otros, malos y buenos, son caracteres de una pieza, monolíticos, sin fisuras ni matices: «el autor no tiene tiempo de andarse en análisis ni en psicología». Pero aún hay más: «¡Qué descripciones! ¡Qué estilo! ¡Qué diálogo! En todo eso se ve claramente que el Sr. Suárez Bravo no tiene ni las más rudimentarias facultades de artista. Yo creo que ni hasta gana de   —521→   serlo hay en Ovidio. Eso me parece haber leído entre líneas en aquellos párrafos vulgares, amazacotados, llenos y rellenos de frases hechas, cursis y sobadísimas; de adjetivos gárrulos e incoloros, de sustantivos abstractos, de muletillas prosaicas y ridículas, de palabras determinativas que parecen puntales de una sintaxis que amenaza ruina»; «El Sr. Suárez tiene además otro recurso. Cuando no sabe cómo describir alguna cosa, suplica al lector que se la figure. Y dice: renunciamos a pintar aquí; o no hay con qué describir; o no necesita el lector que le digamos; o dejamos a la discreción del lector suponer, etc., etc.; y de este modo el poeta, el escritor, sale o cree salir del paso». Finalmente, las incorrecciones gramaticales, muchas y nada leves las más de ellas: «Con el diccionario y la gramática de la Academia a la vista, y enfrente de la novela premiada, se puede demostrar a la docta Corporación que ella misma ignora las reglas que publica, a no ser que haya premiado a sabiendas una obra indigna de ser recomendada por quien aspira a conservar la pureza del idioma. O ignorancia crasa, o notoria injusticia. Escoja la Academia». Academia, novela y autor salen gravemente malparados de las advertencias formuladas por el crítico Leopoldo Alas.

Para final de este apartado traigamos a colación varios testimonios epistolares. En la Biblioteca de Menéndez Pelayo, Santander, se conserva una carta de Suárez Bravo a D. Marcelino, fechada el 8-III-1884, en la que leemos: «Querido Marcelino: Ahí va la novela. Entérese V. de ella tan pronto y tan bien como suele V. enterarse de estas cosas. Su apasionado...»; se conserva también la respuesta de Menéndez Pelayo, fecha de 15-V. «Mi querido amigo: Hablé con Cañete del asunto consabido, y le encontré entusiasmado con la novela, que le ha parecido interesante, admirablemente escrita y muy digna de ser premiada, si se presenta al concurso. Sabe Vd. que es muy suyo verdadero amigo...». Pasemos ahora al epistolario cruzado entre Pereda y Menéndez Pelayo31;

en una carta del primero, escrita en Santander el 24-XII-1885, éste, entre irritado y sorprendido   —522→   por la concesión del premio a Guerra sin cuartel, le hablaba a D. Marcelino de «...el valor que tuvo la Academia para atreverse a dar el premio a una novela tan rematadamente cursi, insípida y descolorida como la de Suárez Bravo. Solamente despertando ahora de un sueño que hubiera comenzado el año 33, sería disculpable en un escritor tan excelente como lo es de ordinario aquél, el pecado de escribir una novela como Guerra sin cuartel», a lo que Menéndez Pelayo, que había sido miembro del jurado en su calidad de académico de número, contestaba disculpándose (Madrid, 15-I-1886): «Tiene Vd. razón que le sobra en lo relativo a la novela de Suárez Bravo. Pero ¿qué quiere Vd.? El autor es amigo de casi todos nosotros y además persona de indudable mérito, y por otra parte muchos le votaron con la idea de hacer rabiar a Nocedal, que entonces vivía y que le tenía jurado un odio feroz y brutal. Por lo demás yo creo que las Academias no deben entrometerse en premiar novelas. Que las juzgue o las condene el público a su talante, y que triunfe y se abra camino el que pueda», palabras estas últimas que con razón hubieran indignado a «Clarín» y que, desde luego, resultan poco atinadas.







 
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