Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

Miguel Ángel Asturias y el gran teatro del mundo

Giuseppe Bellini

Università di Milano

Se han cumplido ya cien años desde el día en que el máximo narrador hispanoamericano del siglo XX vino al mundo. Su obra ha sido durante vario tiempo exaltada y luego silenciada. Solo la actividad de algunos críticos independientes, ajenos a las camarillas literarias y políticas, y la actividad incansable de Amos Segala, desde la colección «Archives», han seguido dándole la importancia que se merecía.

En un estudio bastante reciente un crítico, Aldo Albònico, ha puesto en tela de juicio la ideología de Asturias, sacando a colación el Diario del viaje a Rumania, para concluir que si las opciones ético-políticas del maestro «no convencen en absoluto», «vivan [...] las contradicciones que alejan de la "literatura ejemplar" y que Dios nos libre en el campo de la creación del "politically correct1. Otro crítico, Dante Liano, les ha salido al paso a quienes le reprochan al escritor no haberse opuesto directamente al dictador Ubico, durante el segundo periodo de su gobierno, cuando fue nombrado por él diputado. Observa justificadamente Liano que Asturias estaba en contra de la dictadura, pero que también quería vivir en Guatemala, y añade:

Lo más que se le puede achacar a nuestro escritor es que no tuvo el coraje político de irse al exilio. Habría que preguntarse cuántos lo hicieron. Habría que preguntarse cuántos guatemaltecos compartieron el mismo destino de Asturias, sin producir, para la nación, lo que Asturias produjo2.


La obra del escritor guatemalteco y Premio Nobel está allí, por otra parte, a partir de El Señor Presidente, para atestiguar su ética, el amor no solamente hacia su país, sino a la libertad, su adhesión sincera a la condición del hombre en la tierra. Por otra parte, después de la caída de Árbenz y la invasión de Guatemala, por si hace absolutamente falta el exilio para comprobar la conducta moral de uno, Asturias lo vivió hasta casi sus últimos años. Cuando aceptó ser embajador en París del gobierno Méndez Montenegro, aceptación tan criticada, hasta por uno de sus hijos, lo hizo pensando en que algo podría hacer para que su país se afirmara en la apenas vislumbrada democracia.

Asturias era un hombre de gran dignidad y nunca en los duros años de su exilio aceptó compromisos, hasta que por fin el Premio Nobel cambió las cosas, mejoró su situación económica, realmente difícil, y más según avanzaba la edad. Un hombre semejante tiene derecho a la admiración y solo la mezquina envidia es causa de que aún hoy se le discuta y se intente sepultar con su nombre su obra. En su lejana época colonial Sor Juana muy certeramente denunciaba que «no puede estar sin púas quien está en alto»3. Es lo que le ocurrió a Asturias. Su obra, sin embargo, ha resistido y resiste todos los asaltos.

He escogido el título de mi ensayo haciendo de propósito referencia al auto sacramental de Calderón, donde se pone de relieve que «es representación la humana vida»4. El escritor en su obra es una suerte de Dios, cumple la función del «Autor» en el drama calderoniano, que va repartiendo los papeles entre sus personajes, «Seremos yo el Autor, en un instante, / tú [el mundo] el teatro, y el hombre el recitante»5. La conclusión es el juicio del «Autor» sobre cómo los varios personajes han representado el papel que les ha sido asignado, y cómo han sabido rescatarse.

El concepto del mundo como teatro y del hombre como representante no es nuevo, naturalmente: Calderón le ha dado resonancia, ha ennoblecido el tema llevándolo al plano religioso de la salvación. Asturias es plenamente comparable, por toda su producción novelística, al «sumo Autor»; su «teatro» está poblado de «representantes» y el rescate es de orden ético: hay actores que se salvan, otros que se pierden, y las pasiones combaten en ellos sus batallas.

Agitan la obra de Asturias el Poder, la Riqueza, la Codicia, la Envidia, la Tentación, la Ingratitud, la Injusticia, la Venganza, la Bondad, el Amor, la Justicia. El Demonio recorre este complicado mundo, en persona o como motor de las pasiones. La Muerte domina incontrastada la aventura humana. Teatro es un universo maravilloso, «un país de paisajes dormidos», sumergido en una «luz de encantamiento y esplendor. «País verde», «Memoria del temblor de la luz»6 País poblado por «pájaros amarillos, rojos, azules, verdes, y otros sin color pero con la clamorosa alegría en sus gargantas, de cristal el cenzontle, de madera dormida el guardabarranca, de aguamiel el pito de agua, de meteorito sonando la calandria...»7, Es este paisaje que sumerge al lector en un halo mágico, donde la realidad es y no es, aunque acaba por concretizarse duramente cuando es realidad de injusticia y de dolor, denunciando el extraño contraste entre un «mundo de golosinas» y el mundo real, que entonces se vuelve «plaza medieval sitiada», traspasada por la luz de los garitos, sonido de clarines8 , ruido de alcantarillas donde el agua cuenta «las horas sin fin de un pueblo que se creía condenado a la esclavitud y al vicio»9, mundo deforme del pecado, dónele todo se muestra torcido, como en Tierrapaulita10, paisaje seco donde «cada hoja sedienta se enrolla sobre el pedúnculo para pincharse y morir»11, país del Lacandón y el mono, propio de Maladrón, mundo de «silencio en el silencio», «muro que une tantas cosas separando tanto», de Viernes de dolores12.

Dos son para Asturias las pasiones negativas fundamentales, el Poder y la Riqueza, que determinan la pérdida del hombre y del mundo en general. Las siguen las demás pasiones, pues todas se dirigen hacia la conquista del poder y la riqueza. Contra la perversión del poder descuella en la obra del escritor guatemalteco, como sabemos, la novela El Señor Presidente. El protagonista es un ser misterioso, cuya presencia se deja sentir por páginas y páginas antes de aparecer, y cuando lo hace es un personaje fúnebre, vestido de negro de pies a cabeza, hasta el sombrero, «que nunca se quitaba», «bigotes canos», las encías «sin dientes», los carrillos «pellejudos», los párpados «pellizcados»13, sin facciones precisas.

Asturias ensaya aquí por vez primera su técnica de destrucción del personaje, con resultados convincentes. No solamente denuncia en el déspota la indignidad del poder que ejerce, sino que lo destruye presentándole rodeado de personajes demoníacos, o pasivos, ejecutores indignos, dotados de escasa virilidad.

Recordemos entre los primeros al juez de guerra que, «en un carricoche tirado por dos caballos flacos que llevaba de lumbre en los faroles los ojos de la muerte»14, corre a informar al Presidente acerca de la confesión de los pordioseros, obtenida bajo tormento en las pocilgas de la policía. Personaje terrible, que más tarde se nos presenta en su ámbito privado como un pobre ser de sexualidad dudosa, metido en un sucio despacho y convertido en un «árbol de papel sellado, cuyas raíces nutríanse en todas las clases sociales», acudido por una vieja sirvienta mandona, golosamente concentrado en sorber su chocolate, limpiándose luego con la manga de la camisa el bigote significativamente «color de ala de mosca», y metiendo literalmente los ojos en el traste «para ver si se lo había bebido todo»15.

La destrucción del personaje-dictador se realiza también a través de la demolición de los ejecutores de sus obras, los policías, siempre presentados como seres sexualmente dudosos, «con vocecita de gallo gallina»16, y con «caras de los que crucificaron a Cristo». Tampoco Cara de Ángel, el ex-favorito, del cual se burla y se venga el déspota, condenándolo sin piedad, escapa a la destrucción; su persona queda hundida bajo el mismo asqueroso vómito de la borrachera del Presidente, chorro que cae sobre él y que, debido a la general subversión de los valores, induce al subsecretario a felicitarle por haber recobrado el favor del jefe17.

La moralidad de Asturias no admite rescate para quien ha colaborado con el tirano en la ejecución de sus malas obras, cuando es la situación personal la que le hace tomar conciencia de la realidad negativa de la dictadura.

El del Señor Presidente es un poder criminal, poder de vida y de muerte sobre sus súbditos, obligados a un cruel silogismo: «pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo, pienso con la cabeza del Señor Presidente, luego existo...»18. Lo mítico y lo demoníaco se funden en él: hombre y demonio, es un ser impenetrable y oscuro, extrañamente ubicuo, porque, para la fantasía popular, dominada por el miedo, «habitaba muchas casas a la vez», ni se sabía cómo dormía, «porque se contaba que al lado de un teléfono con un látigo en la mano», y si realmente dormía, «porque sus amigos aseguraban que no dormía nunca»19. Una selva surreal de orejas monstruosas vigila el mundo dominado por el tirano y con él comunica: «Una red de hilos invisibles, más invisibles que los hilos del teléfono, comunicaba con cada hoja con el Señor Presidente, atento a lo que pasaba en las vísceras más secretas de los ciudadanos»20.

Sostiene al demoníaco personaje en su poder, como siempre, una multiplicidad de intereses, que tienen que ver con la riqueza, con el ejercicio de grandes o pequeños poderes. Es lo que ocurre con una burguesía irresponsable, con el dominio ele las empresas económicas extranjeras y con el ejército, que en lugar de preocuparse por el país interviene en la vida política para afirmar su dominio a través de hombres de su confianza. La conexión entre dictadura y poder económico la denuncia Asturias en Los ojos de los enterrados, tercer libro de la trilogía bananera:

la dictadura y la Compañía, [...] los trusts y las tiranías, para hacerlo más amplio, son inseparables, y si el plagio fuera permitido podría decirse que así como la nube lleva en su seno la tempestad, la Frutera lleva la dictadura21.


Bien metido está Asturias en la situación de Guatemala y bien conoce las causas, así como individua en el ejército la fuente mayor de negatividad, la amenaza mortal que representa: «Los pasos de los soldados y el sonido de las armas, que sin que las trasteen suenan como suenan los llaveros de la muerte [...]»22. Se explica así cómo también contra los militares, pero no tanto contra los soldaditos, pasivos ejecutores de órdenes, sino contra sus jefes, acuda Asturias a la ilustrada técnica destructiva.

Ya en El Señor Presidente el escritor había presentado al oficial de guardia, adicto a la prisión donde estaba encerrado Cara de Ángel, hundido en una sucia humanidad: sentado en una silla de hierro, «en medio de un círculo de salivazos», antes de responder a la pregunta de la desesperada esposa del ex-favorito lanza «un chorro de saliva hedionda a tabaco y dientes podridos»23. No menos significativa es la «fotografía» del general Canales al caer en desgracia: cuando trata de ponerse a salvo, sustituye rápidamente su «paso de parada militar» con una «carrerita de indio que va al mercado a vender una gallina»24.

En Hombres de maíz son el Coronel Chalo Godoy y su ayudante, presas del terror al atravesar el tembladero cuando se desata la furia del huracán, son los soldados, que se demoran en alcanzar a su jefe, acaso «guanaqueando» y buscando aventuras: todos dan, al final, aterrorizados, con un ataúd abandonado en medio del camino, advertencia espeluznante25. El miedo que domina a estos portadores de muerte, los vacía por completo de su fuerza aparente.

En Los ojos de los enterrados la destrucción del militar la obtiene el escritor volviendo al detalle soez aplicado a la figura del comandante Bostezo26; más significativa aún es la demolición del «polizonte», Parpaditos, el cual acompaña en tren hacia la frontera al revolucionario cura mexicano Ferrusigfrido Fejú, quien se siente molesto en el asiento, por el contacto con las adiposidades del hombre. El policía, gran comilón, devuelve de repente todo lo que ha comido; Asturias hace una descripción pormenorizada de las maravillas ingeridas por tan inmundo corpacho y es como si la belleza y el sabor del trópico se negaran a permanecer en el estómago de hombre tan indigno27.

Pero en lo que más insiste Asturias es en la desconfianza hacia los altos mandos del ejército, su disposición a cambiar de bandera al mínimo mudar del viento, la falta de preocupación por la patria y por el honor, militar o personal, como denuncia en varios de los episodios de la invasión reunidos en Week-end en Guatemala, entre ellos «Cadáveres para la publicidad» y especialmente «Ocelotle 33». Tampoco escapa a esta denuncia destructora el soldado norteamericano, representado por ese sargento borracho que encontramos al comienzo del episodio que da título al libro. Asturias lo presenta con las características con que se le suele representar en la Europa latina, significativo contraste con la fuerza militar que supone su país: un grandulón poco despierto, abundantemente bebido, a quien «el barman le servía whisky y cerveza en proporción aritmética», mientras «descargaba un manotazo sobre el testuz sin cuernos de su rodilla», y que presentaba «fruncidos de risa», mientras «paseaba los ojos por los gaznates de los otros bebedores, las ganas de ahorcarlos que tenía»28.

Gran tema de Asturias en sus novelas, como lo fue ya para Quevedo, su gran lectura y punto de referencia hasta en los últimos días de su vida29, es el de la riqueza, que implica los de la tentación, la codicia y la envidia. Codicia que puede ser la de las empresas norteamericanas de apoderarse de Guatemala o bien de quien desea acumular propiedades y dinero.

En la trilogía bananera, el segundo volumen, El Papa Verde, presenta el primero de estos casos a través de una figura singular, la del «felino orangután blanco, senador por Massachusset»30, que observa golosamente «con sus ojillos de confites rosados»31 el mapa de Guatemala. La figura inquietante aparece construida hábilmente por el escritor: pequeña, regordeta, de una gordura que no es ciertamente la que Asturias consideraba positiva, pues no tiene «ninguna de las ventajas de los gordos que son todos placenteros, barriga llena de corazón contento»32. Una extraña luz verde brota del monóculo, «casi una esmeralda»33, con el que, puesto en el ojo izquierdo, el senador observa el mapa; su codicia la denuncia la lengua que asoma entre los dientes «temblorosa, granuda, como tomando aliento antes de hablar»34. No basta: Asturias insiste en esta figura, la va puliendo, redondeando, como si dijéramos, y presentando al tipo durante el coloquio telefónico con el Secretario de Estado norteamericano llama la atención del lector sobre otros detalles, además del monóculo, los dientes de oro, la gordura fofa y el escaso pelo, para transformar al personaje en una masa informe, un animal corpulento, que rebaja improvisamente a pata de ganso:

Los reflejos de sus muelas de oro se iban por el teléfono con sus palabras, mientras solicitaba audiencia al alto funcionario; el monóculo suelto bailaba sobre su chaleco; sólo quedaba el ojo de confite muy alto, perdido en su cara voluminosa a la que seguía el cráneo untado en una pelusa color de pata de ganso35.


El tema propiamente de la riqueza lo desarrolla cumplidamente Asturias en Mulata de tal, aunque no ha faltado de aludir a ello a partir de El Señor Presidente, donde los explotadores descontaban ventajosamente para sí los sueldos no pagados de los maestros y los propietarios de casas iban acumulando propiedades. En la trilogía bananera tampoco falta el tema del dinero y la riqueza. Las acciones de la «Tropicaltanera», de Lester Mead y su esposa, a su muerte en el «viento fuerte», van a los pequeños propietarios, que ahora, ricos improvisamente, se van a los Estados Unidos, donde varios se transforman completamente, hasta americanizan sus apellidos; sus descendientes quedan ajenos a todo lo que ocurre en el país y se dedican solamente a divertirse.

Frente al imperio del monopolio, Asturias denuncia en Chicago la sede de la explotación y del dinero, la «gran puercópolis», en cuya Michigan Avenue «se da cita la riqueza del mundo»36. Acercándose a los Sueños de Quevedo, el narrador describe una ciudad del dinero totalmente negativa. El nuevo y joven «Papa Verde» se interna «en el dédalo de los barrios en que las calles hieden a intestinos largos y las bocacalles son como anos cuadrados adonde asoman los transeúntes no suficientemente digeridos por la miseria de la vida, pues se les ve desaparecer por otros callejones intestinales y salir a otras calles»37. Exagerada riqueza y extremada pobreza: «Chicago: de un lado la grandiosidad de los mármoles, el frente de la gran avenida, y de otro, el mundo miserable, donde la gente pobre no es gente, sino basura»38.

La tentación de la riqueza hace su víctima en Celestino Yumí, protagonista de la inigualable novela Mulata de tal, acaso la máxima obra del maestro, donde la moralidad de Asturias una vez más muestra su altura. El tentador esta vez es directamente el diablo, Tazol, diablo indígena del maíz.

Celestino Yumí es una bien miserable criatura, obsesionada por la envidia hacia su compadre Timoteo Teo Timoteo, propietario acaudalado de tierras. Para humillarle en su riqueza vende entonces a su mujer al demonio; su deseo de enriquecer está exclusivamente en función de este fin, no como hubiera querido Tazol, que deseaba hacerle rico, bien rico y derrochador, uno que gastaba y prestaba con largueza, no un «rico pobre, rico que antes de gastar piensa como pobre, sino rico, rico que gasta sin pensar lo que vale lo que gasta»39.

Fausto miserable, después del trato, entregada su esposa al diablo, Celestino, súbitamente arrepentido, añorando el compañerismo de su mujer en la pobreza, mide la indignidad de su acción y sube a una rama de un tamarindo donde intenta ahorcarse; un pajarraco, Tazol, suelta el nudo de la cuerda picoteándolo y desde el árbol que crece sin parar le muestra, como a Jesús el diablo, no todos los reinos de la tierra, sino las múltiples riquezas de tierras y ganados que le va a dar. Celestino lo ve ahora como «un ave sublime, un hermoso heraldo de los dioses» y da en la exclamación que revela su miseria: «¡Entonces, sí se jodió el compadre!»40.

Más tarde, después de una vida durísima con la terrible mulata, rescatará a su esposa y perdidos así todos sus bienes materiales -Tazol provoca un terremoto asolador-, emprenderá con ella, una vez liberado de la mulata, el regreso a Quiavicús, pueblo del que provienen, donde nadie ya los reconocerá. La experiencia le hará comprender que el único bien es la vida. Responderá entonces a los vecinos, que los incitan a que se den «buena vida»: «la buena vida es la vida y nada más, no hay vida mala, porque la vida en sí es lo mejor que tenemos»41.

Gran sabiduría del muy probado Celestino Yumí, pero también gran sabiduría del no menos probado autor.

Esta primera aventura de Celestino es motivo para que Asturias condene duramente la riqueza dominada por el egoísmo. El diablo Tazol describe sus efectos. Si Quevedo afirmaba que «poderoso caballero» era Don Dinero42, el diablo indígena pone igualmente de relieve cómo la riqueza todo lo trastorna y lo corrompe. A parte de que, cuando el hombre llega a ser rico, todos afirmarán que entiende de todo y será consultado43, también estará a salvo de cualquier intervención de la justicia: «no habrá juez, policía ni magistrado que imagine que fuiste tú» a liberarte de tu esposa, le asegura Tazol a Yumí, «aunque te vean con la tea en la mano, porque luego vendrán a tu casa a pedirte dinero prestado que les acordarás con largueza»44.

En la negatividad general del mundo presentado por Asturias y que marca duramente la condición humana de humillados y ofendidos, no faltan valores positivos y con ellos una visión esperanzada del futuro. Ya se vislumbra el rescate desde la figura del estudiante prisionero que, en El Señor Presidente, rechaza la oración, la «cristiana conformidad» de su compañero, el sacristán, abogando por la acción: ''-¡Qué es eso de rezar! ¡No debemos rezar, tratemos de romper esa puerta y de ir a la revolución!»45. Es la flor que brota desde la basura donde acaba el Pelele, en la misma novela, la bondad, la solidaridad generosa de las mujeres del burdel de doña Chon para con la pobre Fedina a quien se le ha muerto su hijito, y también la solidaridad, por más interesada que sea, de Lester Alead en Viento fuerte, el amor a la patria que se respira en Week-end en Guatemala, el triunfo de la revolución en Los ojos de los enterrados, el rescate de Celestino Yumí en Mulata de tal con su recobrada filosofía de la vida, la resignación con que el jefe de los Mam acepta su destitución y exilio en Maladrón y el nacimiento del primer mestizo, que inaugura, según afirma Asturias, el futuro de América, momento casi sagrado, que se expresa en la frase recurrente: «¡Todo está ya lleno de comienzos!»46. Es la persistencia sobre tocio del amor que, por encima de los desastres de la vida, permite sobrevivir en ese mundo de golosina.

Sobre este gran teatro del mundo domina, sin embargo, la Muerte. Es como si todo este inmenso drama se transformara en una gran danza de la muerte, para realizar la justicia que los hombres no han sabido hacer. Por de pronto hay muertes que indican la miseria del hombre, muertes de justificada ternura y muertes justicieras. Ya en Hombres de maíz, los soldados, portadores de muerte, la consideraban al fin y al cabo una salvación. Frente al chucho envenenado de «Coronel Chalo Godoy», que en la agonía «sacudía los dientes, como tastaseo de matraca, pegado a la jaula de sus costillas, a su jiote, a sus tripas, a su sexo, a su sieso», un grupo de soldados que lo está observando reflexiona en torno a cuánto cuesta que se acabe «el jigolón de la vida», y otro considera que es una ventaja que Dios nos haya hecho perecederos: solo pensar que hubiera podido hacernos eternos le «basquea el sentido»; otros soldados intervienen y sus consideraciones son significativas:

-Por eso digo yo no es pior castigo el que lo afusilen a uno- adujo el del chajazo en la ceja.

-No es castigo, es remedio. Castigo sería que lo pudieran dejar a uno vivo para toda la vida, pa muestra...

-Esa sería pura condenación47.


La muerte como remedio, como liberación frente a la vida. Pero la muerte, como escribe Neruda, circula por todas partes y a todos espera, sin hacer distinciones entre jóvenes y viejos, alta en un puerto «vestida de almirante»48. Así se nos explica la muerte de la pequeña Natividad Quintuche en «Torotumbo», de Week-end en Guatemala, donde la ternura de Asturias se expresa en toda su dimensión poética, llorando al Angelito inocente que

hizo su tránsito por la tierra sin conocer zapatos, con los pies descalzos, y ya tiene a la espalda el esplendor de las alas de cartón plateado para volar al cielo, luciendo en la frente una corona de flores de papel, en las manos cruzadas una hoja de palma y en los labios, una flor natural, el saludo de su boca de criatura terrestre para los ángeles de Dios.


Muerte que denuncia el crimen, la injusticia. Pero con más frecuencia Asturias se adhiere a la interpretación de la muerte como medida de la miseria del hombre y a su función de justiciera. Lo vemos cuando muere, en plena juventud, el nieto del viejo «Papa Verde»: se trata de una pura casualidad, de una equivocación, pues lo mata de un tiro su misma enamorada creyéndolo otra persona. La solemnidad sobrecogedora de la muerte queda anulada por la perfección de la organización de la «Frutera», y por la indiferencia de todos hacia quien ha muerto. El ataúd depositado sobre un escritorio de frío metal, «entre un teléfono, una máquina de escribir, una máquina de calcular y una máquina de sacarle punta a los lápices»49 ; los empleados que charlan y mascan chicle a más no poder, mientras uno come maníes y va amontonando las cáscaras sobre la misma tapa del ataúd50. Maestro en los detalles, Asturias logra dar así la impresión perturbante de que la muerte ajena no tiene importancia para nadie.

La muerte, sin embargo, llena una función que podemos llamar moral en la narrativa de Asturias. Ya la triste suerte de Boby representa una punición para el hombre del dinero, el «Papa Verde», el famoso «señor de cheque y cuchillo, navegador en el sudor humano»51. Lo vemos al final de su vida sombra débil del hombre poderoso que siempre fue, «todo orejas y mandíbulas»»52, «pelo muerto pegajoso: calavera, esqueleto fuera de las sábanas de seda», mientras los médicos para que pueda respirar le están clavando en la garganta, «a martillazos», un tubo de platino53. La representación tiene la fuerza de un aguafuerte goyesco. Los detalles que representan la riqueza del enfermo denuncian al mismo tiempo su inutilidad y miseria. La riqueza, acumulada con métodos que nada tienen que ver con los sentimientos, explotando duramente al prójimo, no vale a defender la vida, es más una condena que un recurso.

Significativo me parece que en su última obra publicada en vida, Viernes de Dolores, Asturias represente, como en un enorme mural, un ámbito fúnebre, el cementerio de la capital de Guatemala, «necrópolis solemne, suntuosa, funeral»54, en torno a la cual giran vida y muerte, confirmando «la eterna brevedad del tiempo»55, lugar dantesco de «Lasciate ogni speranza voi ch'intrate»56. La vida se va cerrando también para el maestro y la preocupación hace cada vez más fuerte la presencia de la muerte. Ahora Asturias ya no es el Autor-Dios que reparte entre sus personajes los distintos papeles; su situación personal de salud, de la que ya en 1969 había tenido preocupantes avisos, va empeorando, poniéndole frente al problema no solo de la muerte sino de lo que le espera después. Lo revelan sus últimos textos, como Tres de cuatro Soles, que publica en 1971 y que, según exactamente escribe Segala, son «storia personale e storia del mondo, summa biográfica e cósmica», el «testamento» del escritor57.

También hay que tener en cuenta otro texto, las pocas páginas de El Árbol de la Cruz, libro, ¿o cuento?, apenas iniciado, donde el personaje central, por más fantástico que parezca, es el mismo Asturias, con sus problemas personales. El texto representa, como interpreta Segala, a quien es necesario citar de nuevo, pues fue quien vivió más cerca del maestro, «la obsesión de sus últimos días, la obsesión final, del perecer ineluctable y doloroso del hombre Asturias, por primera vez desnudo e inerme frente a su destino de muerte y a las dudas (a las esperanzas) del más allá58.

Por otra parte, que la problemática personal se hubiese ido haciendo más dramática en Asturias, a la par que se agudizaba su enfermedad, lo revelan sus lecturas de los últimos tiempos, de nuevo centradas en la obra de Quevedo, esta vez La cuna y la sepultura, La constancia y paciencia del Santo Job, La Providencia de Dios. En un tomo de las Obras Completas de Quevedo, el dedicado a la prosa y editado por Felicidad Buendía59, encontré hace tiempo, ojeando la biblioteca del maestro en su casa parisina, señales de papel rosado en ciertas páginas de las obras citadas. Especialmente significativas las de La cuna y la sepultura, donde Quevedo trata de la brevedad de la vida humana y de la enfermedad, que «ha venido a ser paga y restitución a la naturaleza»60. El autor del Siglo de Oro incita a seguir al santo y a no hacer «pleitear a la tierra lo que le debe», a oír antes con gozo lo que avisa de la inevitabilidad de la muerte: «Vuestra merced dé buenas nuevas a su alma y a su cuerpo; al uno se le previene descanso, a la otra libertad»61.

Por un lado hay razones para consolarse -''vengo a decir a vuestra merced que su vida va acabando de ser muerte para empezar a ser vida»62-, por el otro suena duro el motivo de lo irremediable: «Vuestra merced está ya en estado que habiendo muerto la salud propia, la enfermedad está para acabarse63. Ya tenía avisos concretos Asturias, por ese entonces, de su situación. En carta desde París, de junio del 73, concluía las noticias que me daba en torno a la intervención quirúrgica que había sufrido, considerando que «En fin, esa es la vida... [...]64».

Resignación a la que le había ayudado su lectura de La Providencia de Dios. Iba hacia su conclusión, así, la vida de un hombre que sufrió intensamente la situación dramática de su país y que en su obra, en sus personajes, dejó una lección ética de valor permanente. Entraría por fin por esa «puerta del comienzo» para medir el esplendor65 y acrecentarlo, abandonando el gran teatro negativo del mundo que tan hondamente había interpretado.