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Menéndez Pelayo y Valera

Enrique Rubio Cremades

La erudición y la crítica del siglo XIX se puede perfectamente sintetizar en la figura de don Marcelino Menéndez Pelayo. La perfección estilística en don Juan Valera. Ambos son un referente claro en la cultura española y europea de su época; el primero, maestro de la crítica y la historia; el segundo, como novelista y ensayista. Valera y Menéndez Pelayo, pese a ser considerados por la actual crítica como novelista y erudito, respectivamente, en su día fueron conceptuados no solo desde este punto de vista, sino también como poetas, ensayistas, historiadores, filósofos, traductores y perfectos conocedores de las corrientes estéticas.

Las relaciones entre don Marcelino y Valera se remontan a época temprana. El intercambio de cartas, según los repertorios epistolares publicados hasta el momento presente, nos remite a la fecha del 28 de septiembre de 1877; la última, el 1 de marzo de 1905, a tan solo un mes y medio de la muerte de Juan Valera. Toda una vida que puede reconstruirse gracias al epistolario existente entre ambos. Amistad que nace tímidamente y que, con el correr de los años, se cimentará sólidamente. La admiración que Valera sintió por Menéndez Pelayo la encuentra el lector en numerosos epistolarios, incluso mucho antes del inicio epistolar entre ambos. Por ejemplo, en una carta dirigida a Gumersindo Laverde (Madrid, reflexiones y erudición)1. Sin embargo la lectura de su artículo, publicado en Los Debates, muestra diversos matices, pues Menéndez Pelayo, a pesar de su juventud, escribe como un anciano maestro cargado al mismo tiempo de experiencia y de sinsabores. Valera, perfecto conocedor de la preceptiva neoclásica y autores maestros del XVIII engarza su propia experiencia como lector y estudioso de esta corriente estética con las apreciaciones de Menéndez Pelayo. Le extraña que un joven crítico se muestre rancio en sus apreciaciones, un tanto provecto en sus juicios sobre la influencia y presencia de Horacio en España: «Sea como sea, no hemos de contradecir ni de impugnar más por hoy las opiniones del señor Menéndez Pelayo. A pesar de las tendencias retrógradas que se notan en sus escritos, y que más propias son de viejo laudator temporis acti que de un joven, que debería estar contento de lo presente y lleno de esperanzas en lo por venir, la erudición extraordinaria, el recto juicio, ofuscado rara vez, y el vigor poético del señor Menéndez Pelayo, nos pasmas y enorgullecen como españoles» (O. C., II, 1961: 501). Lo que realmente molesta a Valera son los juicios emitidos contra determinados poetas del XVIII que defendieron en su día la libertad frente al despotismo de los Borbones, como en el caso de Quintana, claro representante y defensor de la libertad, el progreso, la virtud, un poco entendida a la romana, como sinónimo de civismo. Valera es sabedor y conocedor del espíritu de Quintana, pues era un poeta que creía en el progreso, en la bondad natural de los hombres y demás mitos insertos en la filosofía roussoniana. Valera se hace eco también de las reflexiones de Agustín Durán o escritores de la primera mitad del siglo XIX que, desde las páginas de las publicaciones periódicas, consideraban a Quintana como firme estandarte de la libertad2. Por ello es por lo que Valera muestra su discrepancia con Menéndez Pelayo y arremete contra específicos juicios de valor que malinterpretan, en su opinión, el corpus poético de Quintana: «Sólo a este, y, según mi leal parecer, a la justicia, siempre que habla de Quintana, el señor Menéndez Pelayo (o no quiere o no sabe disimularlo) participa del santo aborrecimiento de los ultramontanos, clericales, absolutistas y moderados históricos a este poeta de la libertad, del progreso, de la civilización moderna, del espíritu de nuestro siglo. El odio le ciega, y mientras ve como lince los defectos de Quintana, desconoce o no confiesa sus altas cualidades que hacen de él el primero de nuestros líricos, salvo Fray Luis y Espronceda» (O. C., II, 1961: 498). Valera reconoce la mente prodigiosa de Menéndez Pelayo que, pese a su precoz inteligencia y capacidad investigadora, se adscribe a una tendencia ideológica que puede mermar su objetividad y capacidad crítica. Se evidencia, como tendremos ocasión de comprobar en posteriores páginas, las discrepancias ideológicas de ambos, pero no por ello será objeto o causa de distanciamiento o pérdida de la relación amistosa.

Las publicaciones de Valera y Menéndez Pelayo se reflejan continuamente en el corpus epistolar escrito durante cerca de tres décadas. Solo la muerte de Valera y la juventud de don Marcelino hicieron posible que dicho cruce epistolar no fuera más prolongado. El periodo de esta correspondencia (1877-1905) se inicia entre dos escritores pertenecientes a una generación distinta. Frente a la madurez de Valera, la inicial andadura de un joven intelectual que siente admiración y respeto por el sutil crítico y excelente escritor. Entre los dos podrá haber discrepancias, deseos de ejercer el magisterio o la orientación intelectual marcada por la experiencia y el conocimiento. Con el correr de los años será el maduro o anciano Valera quien demande consejo a Menéndez Pelayo. Encuentros y desencuentros de una correspondencia epistolar matizada y enriquecida por la visión crítica que ambos mantuvieron mediante la publicación de reseñas, artículos o prólogos cuyos contenidos estaban directamente relacionados con sus obras. De esta suerte, la producción crítica de Valera referida a Menéndez Pelayo se inserta en los comienzos de su amistad y correspondencia epistolar, de forma que todo lo dado a la prensa guarda estrecha vinculación con el epistolario.

Tras la publicación del artículo de Valera sobre Horacio en España, aparecerán numerosos ensayos literarios relacionados con los estudios críticos de Menéndez Pelayo. En La Revista de España publicará un artículo -«De la moral y ortodoxia en los versos»- que tendrá como objetivo el análisis de la obra Estudios poéticos de Menéndez Pelayo3. Más tarde, desde las páginas de la citada revista, publicará un enjundioso trabajo sobre la Historia de los heterodoxos españoles4, obra que vio nacer Valera gracias a las numerosísimas reflexiones que el propio don Marcelino vertió en sus cartas5. El material noticioso y crítico dado a la prensa es rico en matices y contenidos, pues Valera analiza no solo la labor antológica o creativa de Menéndez Pelayo, sino también sus estudios críticos referidos tanto a la cultura grecolatina como a la correspondiente a nuestra dramaturgia del Siglo de Oro. Sus ensayos «Poesías de Marcelino Menéndez Pelayo»6, «Autos Sacramentales»7, «Don Pedro Calderón de la Barca»8, «La filosofía platónica en España»9, «Sobre la Antología de poetas líricos castellanos»10 o su testimonio de admiración plasmado en el estudio Homenaje a Menéndez Pelayo en el año vigésimo de su profesorado11son los mejores exponentes de esta profunda y estrecha relación académica y familiar sentida por ambos. Tampoco se debe olvidar el Discurso de Valera a raíz del ingreso de D. Marcelino en la Real Academia Española, cuyo padrinazgo era evidente12.

La amistad entre ambos surgió, afortunadamente, en los inicios mismos en que Menéndez Pelayo se daba a conocer como investigador en el ámbito universitario. El propio Valera no solo lo indica en sus numerosas cartas escritas y dirigidas a familiares y amigos, sino también desde la tribuna pública. Así, en el Homenaje a Menéndez Pelayo, tras ahondar en las múltiples materias investigadas por el propio Menéndez Pelayo, se refiere a dicha amistad y su inicial magisterio «[...] se da el caso, dichoso para mí, de haber yo conocido al señor Menéndez Pelayo desde su primera mocedad, adivinado entonces todo su saber, pronosticado sus triunfos y contribuido a abrir y allanar el camino para que los lograse. Esto, en cierto modo, me autoriza a hacer, ya que no un acabado retrato, el bosquejo de sus facultades y prendas intelectuales de nuestro amigo, y a juzgar, aunque sea someramente, las obras literarias que ha dado a la luz hasta el día, justificando el elevado concepto en que yo le tuve desde que comenzó la constante amistad que con él conservo y que no dudo de que persistirá siempre» (O. C., II, 1961: 987). El discurso, pronunciado en el año 1899, resume un amplio periplo en el que Valera ejerce como perfecto contertulio, corresponsal y consejero de los proyectos de Menéndez Pelayo. Tanto uno como el otro conocen perfectamente las bibliotecas europeas. Don Marcelino ha viajado tempranamente a Portugal, Italia y Francia, recogiendo valiosos materiales para las dos obras que por aquel entonces le ocupaban: Biblioteca de traductores e Historia de los Heterodoxos Españoles. Los contenidos de la Biblioteca Hispano-latina clásica y la de Traductores están sutilmente engarzados en la correspondencia epistolar. El intercambio de reflexiones, opiniones, juicios de valor y trascendencia sobre un determinado autor constituyen auténticas constantes en sus escritos. Tanto Valera como Menéndez Pelayo son humanistas por formación y temperamento, bibliófilos y amantes de los clásicos. Si antes habíamos aludido a su juvenil Horacio en España, las dos Bibliotecas citadas abarcan un amplio espacio vital, pues fueron iniciadas en su mocedad y cimentadas con el correr de los años. Un corpus configurado por los escritores clásicos greco-latinos a los que Valera conocía perfectamente. Menéndez Pelayo es sabedor de la formación humanística de Valera, y nadie mejor que él para entender y analizar el riquísimo mosaico de lecturas que Menéndez Pelayo había leído y analizado. Cicerón, Virgilio, Horacio, Esquilo, Séneca, Plauto, Terencio, Platón, Aristóteles, Euménides, Prudencio... constituyen la piedra angular de sus reflexiones críticas insertas en el epistolario. El acervo de materiales reunidos por Menéndez Pelayo asombra a Valera. Su consistencia y capacidad le hacen enrojecer, consciente de su pereza y su carácter un tanto abúlico nada propicio para la investigación y sí para la lectura y la creación.

Valera sigue con detenimiento todo el proceso de elaboración, redacción y publicación de la obra de su amigo y confidente. Le pregunta sobre temas relacionados que son fundamentales para la elaboración de sus obras. Afirma, aprueba o discrepa sobre las opiniones emitidas por Menéndez Pelayo en sus juicios de valor. Por ejemplo, conoce el proyecto de la Historia de las Ideas estéticas en España, cuya iniciativa se remontaba a una etapa casi de adolescencia, tal como se revela en el epistolario. Las doctrinas estéticas de todos los filósofos grecolatinos, desde Platón a Boecio y Casiodoro; la filosofía cristiana sobre lo bello en la antigüedad y en la Edad Media; las teorías e ideas de la Iglesia española durante las épocas romana y visigótica; las ideas judío-árabes; el estudio de la ética española renacentista y barroca; las corrientes platónicas; místicos y escolásticos; las doctrinas estéticas en Francia, Inglaterra y en Alemania prekantiana durante el siglo XVIII..., serán temas vertidos en las cartas y en artículos o ensayos dados a la prensa. El seguimiento que Valera lleva a cabo de las Ideas estéticas es proverbial. Las confesiones y reflexiones que Menéndez Pelayo vierte en sus cartas son también habituales y notorias. En carta fechada el 18 de marzo de 1882, le indica a Valera que «lo primero que voy a hacer, alternándolo con Esquilo, es la Historia de las ideas estéticas en España, obra que me parece original y curiosa y cuyos materiales tengo casi reunidos» (Artigas y Sáinz, 1946: 117). Valera le contesta a los pocos días calificando el asunto de «precioso», aunque le insta a que escriba una «buena historia de la literatura». A partir de estas fechas el intercambio epistolar es riquísimo en datos referidos a la Historia de las Ideas estéticas. Por ejemplo, Menéndez Pelayo le comunica el proceso de composición y contenidos del primer volumen: «Yo le he empezado a dar original de la Historia de la Estética, y ya lleva impresos dos pliegos. A cada uno de los tres periodos y volúmenes en que divido la obra le he antepuesto una introducción, destinada a enlazar la historia de las teorías sobre el arte entre nosotros con la historia general de la ciencia estética. Así que este primer tomo comienza con un largo estudio sobre las filosofías de lo bello en general y de lo bello artístico en Grecia y en Roma y entre los filósofos cristianos, deteniéndome especialmente en Platón, Aristóteles, Plotino, el falso Areopagita, San Agustín y Santo Tomás» (Artigas y Sáinz: 152-153). Desde Cabra -17 de septiembre de 1883- Valera le comunica que tiene ya una gran curiosidad por leer el tomo primero de las Ideas Estéticas. Al mes siguiente, 7 de octubre, tras indicarle que está de pésimo humor, le señala que ha «tratado de distraer mis penas leyendo el tomo I de la Historia de las ideas estéticas, que ha tenido usted la bondad de enviarme y que ayer he recibido. Mucho me agrada lo que llevo leído hasta ahora, y no hallo esa falta de amenidad de que usted mismo se acusa. Todo está expuesto con notable claridad, orden y precisión, y como además es muy elegante y castizo el lenguaje, a mí me divierte por todos lados: por la forma y por el fondo. Noto, por último, en lo que llevo leído, maravillosa firmeza en cada extracto de los diversos autores, lo que prueba el entendimiento sintético de quien extracta y lo magistralmente que se ha apoderado de asunto» (Artigas y Sáinz: 184-185)13. Valera recibe los respectivos volúmenes de la Historia de las Ideas Estéticas en España con una puntualidad asombrosa, felicitándose por los aciertos de don Marcelino y enorgulleciéndose de su sabia erudición comparable con la de los eruditos más prestigiosos de Europa. En estas cartas Valera muestra su sana envidia, su regocijo por la brillantez con que ha ejecutado su empresa. En todas las cartas que Valera enjuicia dicha obra, desde el 27 de septiembre de 1877 hasta finales de 1891, se percibe con nitidez la admiración, el profundo respeto de quien ha sabido armonizar como nadie múltiples facetas, desde la de esteta, historiador o filólogo hasta la erudita y la de pensador.

De la misma forma que se puede seguir el proceso de creación de la obra de Menéndez Pelayo y el posterior análisis de Valera, otro tanto sucede con el seguimiento de la producción crítica y de ficción del propio Valera. Las noticias que don Juan ofrece en estos precisos campos son abrumadoras, pues le hace partícipe de numerosas noticias sobre la creación de nuevos relatos, ediciones, traducciones de sus novelas y enjuiciamientos críticos sobre las mismas. Del mismo modo tenemos noticias de relatos inconclusos, proyectos inacabados, traducciones de obras clásicas aplazadas sine die. De todo este material noticioso sabemos que Pepita Jiménez es la novela preferida por Valera. Menéndez Pelayo es admirador y conocedor de todos sus proyectos, especialmente, los correspondientes al primer corpus narrativo. Las traducciones de Pepita Jiménez, Las ilusiones del doctor Faustino, El comendador Mendoza, Pasarse de listo y Doña Luz, son comunicadas a don Marcelino con no poco orgullo y satisfacción. Otro tanto sucede con sus proyectos narrativos, como en el caso de la información que le ofrece a Menéndez Pelayo respecto a sus obras Juanita la Larga y Elisa la Malagueña. La primera publicada en El Imparcial; la segunda inconclusa. En ciertos momentos, las confesiones íntimas sobre proyectos de novelas son tan extensas que ocupan casi la totalidad de la carta, como sucede, por ejemplo, en la fechada el 21 de agosto de 189514 u otras en la que se debaten postulados doctrinarios, como los referentes al krausismo, o credos estéticos, como las cartas fechadas en el último semestre del año 1886. El seguimiento puntual que Valera lleva a cabo de las traducciones de sus novelas es manifiesto en la correspondencia mantenida entre ambos. Las ediciones americanas de Appleton llevadas a cabo en vida de Valera (1887, 1890, 1898 y 1902), con un prólogo en inglés, son ampliamente comentadas15, al igual que otras traducciones de Pepita Jiménez al alemán16, checo17, francés18, italiano19 o sueco20, entre otros idiomas. Además de la edición en inglés de Appleton, Valera comentará otras versiones de su novela a dicho idioma. De todas ellas la que más resonancia tuvo en el extranjero fue la de Appleton, tal como confiesa a Menéndez Pelayo en su carta escrita desde Bruselas el 6 de septiembre de 1866: «Mi querido amigo Menéndez: Acabo de recibir la carta de usted del 2 y mucho contento de saber que está bien de salud y que ha gustado de mi primer capítulo contra el naturalismo y de mi prólogo a la Pepita yankee. Una grave falta halla usted en cada una de estas obrillas y me las censura con franqueza [...] Pepita Jiménez sigue haciendo furor, en todos los sentidos, entre los yankees. Ya no todos la celebran. También la censuran muchos, sobre todo los puritanos, que la encuentran inmoral, desvergonzada, etc. [...] me parece que va a armar o que está armando en el Nuevo Mundo gran polvareda y que en pro o en contra van a escribir más artículos que el contenido de la misma novela multiplicada por diez» (Artigas y Sáinz, 1946: 194-295). Las discrepancias de Menéndez Pelayo con respecto a la obra de Valera se centran en la Carta-Prólogo que figura al frente de la edición norteamericana, en lo referente al elogio que el novelista lleva a cabo sobre los krausistas, doctrina poco considerada y respetada por don Marcelino, pues a pesar de haber despertado el pensamiento filosófico en su época, eran extremadamente dogmáticos, pedantescos y sectarios. Para don Marcelino, tanto en sus escritos como, especialmente, en las cartas dirigidas a Valera, los krausistas fueron una grandísima rémora para el progreso intelectual de España, incomunicándonos con todo sistema o corriente de ideas que no fuese la suya.

Noticias también sobre la recepción crítica y traducciones de otras novelas, como en el caso de Las ilusiones del doctor Faustino21, El comendador Mendoza22, Pasarse de listo23 o Doña Luz24. Novelas cuyos contenidos o proceso de creación son comentados por Juan Valera en sus epístolas dirigidas a Menéndez Pelayo. El mundo editorial es objeto de censura y crítica por parte de ambos, especialmente de Valera. Se podría decir que tenía especial fijación por Catalina por no difundir su obra correctamente. En la etapa inicial de Menéndez Pelayo como erudito e investigador Valera le ofrece su opinión sobre posibles editores de sus obras. Caminero, Montaner y Simón, Catalina, Fe, Murillo, Álvarez serán enjuiciados en esta correspondencia cuya finalidad no es otra que establecer una cierta prevención con el gremio de los libreros o editores. Ambos son conscientes de la importancia de dichos gremios. Cuando no actúan correctamente el libro, la publicación, puede convertirse en un auténtico fracaso. Correspondencia epistolar en la que también se percibe con nitidez la búsqueda de nuevos mercados editoriales en el extranjero. Valera anima a Menéndez Pelayo a que le ayude a abrir el mercado editorial en Estados Unidos, a crear bibliotecas de escritores contemporáneos y clásicos españoles en el mundo anglosajón: «Voy a ver si seduzco o, mejor dicho, induzco y conduzco a la casa de Appleton a publicar una biblioteca selecta de autores españoles (para las tres Américas), pagando, se entiende, a los vivos. Aquí, con recursos, como dicha casa los tiene, se nos abriría inmenso mercado. Lo que Baudry en París y en Leipzig Brockhaus han hecho hasta ahora no es nada comparado a lo que, a mi ver, puede hacerse [...] Ya hablaré a usted del resultado de esta conferencia. Entretanto veo que Catalina va con pies de plomo» (Artigas y Sáinz, 1946: 252).

Gracias a las reflexiones íntimas reflejadas en su correspondencia no solo conocemos la visión de ambos respecto a editores y libreros, sino también la singular opinión de quienes escriben libros y necesitan de la publicidad. En esto, Valera es un maestro consumado. Ruega, insta, pide a don Marcelino a que dé bombo a sus libros para que se vendan. Lo mismo da que se hable bien o mal de ellos, lo importante es que se comenten, que se aplaudan, que se censuren, que sean propicios a la polémica. Lo peor de escribir es el silencio de la crítica, la desidia de lo escrito, la ignorancia de lo publicado. El bombo es necesario para vender mucho. La carta que Valera escribe a Menéndez Pelayo el 18 de abril de 1879 es, entre otros muchos ejemplos, un caso claro: «Mi querido amigo D. Marcelino: Allí va un ejemplar de Doña Luz para usted. No quiero y quiero -vorrei e non vorrei- que diga usted algo con su firma en los periódicos santos. No quiero, para que no murmuren que hemos hecho alianza para elogios mutuos. Pero le suplico, a fin de que el libro se venda, que haga que en dichos periódicos santos hablen de él con benevolencia, si pueden, y si no, con malevolencia, aunque solo sea para meter ruido» (Artigas y Sáinz, 1946: 48)25. Valera y Menéndez Pelayo están de acuerdo en esta especie de convenio, aunque quien más clara intención muestra es Valera, necesitado de dinero y acuciado, en ciertos momentos, por la falta del mismo26. La venta de libros y sus colaboraciones periodísticas complementaban la exigua paga que según él recibía del Gobierno, de ahí su insistencia ante don Marcelino en todo lo relativo a la publicación y difusión de sus escritos. Es menester ganar dinero escribiendo, dirá Valera, pero ello es imposible en España, pues «aquí nadie gana dinero sino con la usura, el robo, la estafa, la corrupción, el contrabando, la trata de negros y otras abominaciones. Casi todo el capital tiene por origen un montón de basura, cuando no un arroyo de lágrimas y de sangre» (Artigas y Sáinz, 1946: 38). A este respecto cabe señalar que Valera publicó en el periódico El Progreso un artículo27 en el que manifiesta la enorme importancia del dinero. Un enjundioso estudio que se reprodujo en varios periódicos, como en La América (12 de agosto de 1866). Recordemos también algunas anécdotas familiares al respecto, como la que figura en la carta fechada desde Lisboa, 5 de septiembre de 1850, en la que le confiesa a su madre que «El ser pobre es la mayor / joroba que hay en el mundo, y esa joroba la llevo yo a cuestas desde que nací, y en vano he hecho por quitármela de encima» (O. C., III, 50)28.

A lo largo de esta estrecha amistad entre Valera y Menéndez Pelayo el lector encuentra numerosos retazos de su vida íntima. Desde los achaques de salud, enfermedades29, fallecimientos de seres queridos30 hasta aspectos íntimos relacionados con la política, literatura o, incluso, con posibles amoríos. El romance que don Marcelino mantuvo con la «bigotuda Isabelita», en el decir de Valera, sirve para que este le aconseje en materia de amores y olvide pronto a esta mujer tirana que se ha casado con otro hombre. En estas cartas le instará a que no se case y si persiste en su idea de casarse le indica que «no se case usted o cásese con dos o tres millones de pesetas, o con una mujer casera que no sueñe jamás en entrar en la high life» (Artigas y Sáinz, 1946: 420). El pudor literario de don Marcelino también está perfectamente reflejado en las cartas escritas a Valera, especialmente cuando está referido a un corpus literario erótico o a situaciones por él consideradas escabrosas, como en la carta fechada en octubre de 1882: «Pienso publicar pronto una edición elzeviriana y tirada de poquísimos ejemplares -porque creo inútil ponerlos a la venta-, un tomo de versos latinos inéditos de Sánchez Barbero. Los tales versos son de lo más elegante y exquisito que puede darse en su género, y además -cosa rara en poesías latinas modernas- están inspirados casi siempre por sentimientos personales y vivos del poeta. Los dividiré en tres partes: Elegías, Odas y Epigramas. El prólogo, que ya tengo casi hecho, va también en latín. No pondré mi nombre, como editor, porque hay muchos versos desvergonzados y libidinosos, a imitación de Catulo y de Petronio» (Artigas y Sáinz, 1946: 141).

Confesiones íntimas de Menéndez Pelayo a Valera que guardan también relación con su credo político o ideológico, como, especialmente, lo referido en la carta fechada en Santander, 7 de agosto de 1887, en donde arremete contra determinados nacionalismos y el peculiar federalismo propiciado por Almirall. Las ideas conservadoras y carlistas de don Marcelino son expuestas a menudo en el Epistolario. Valera, en ocasiones, discrepa; en otras, muestra su comprensión y, también, intenta convencerle en específicos temas ideológicos o políticos cuyos contenidos conoce perfectamente Valera gracias a su mayor experiencia. La carta, que se contextualiza en la época en la que don Marcelino le manifiesta su enojo por la ingratitud y estupidez de los carlistas, Valera le aconseja en este sentido lo siguiente: «Por lo demás, parece que, con suavidad y lentitud, debe usted de ir dejando de ser carlista y viniéndose a Don Alfonso. Esto puede ser sin estrépito y del modo más natural. Y en punto a doctrinas, sin salirse de las vías católicas y sin aceptar doctrinas revolucionarias novísimas, puede usted ir marcando sus opiniones y teorías, las cuales pudieran, con el saber que usted tiene y el que puede y debe adquirir aún, revestir un carácter castizo y archiespañol, que les dé cierto valor original. Algo así hice yo en otro tiempo, someramente. Hágalo usted con más profundidad y erudición. Yo fui quien saqué a relucir aquello de Domingo de Soto para reconciliar el origen divino del Poder con la creencia en la soberanía del pueblo: Non est potestas nisi a Deo non quod respublica non creaverit principes, sed quod in fecerit divinitus erudita» (Artigas y Sáinz, 1946: 137)31.

Las discrepancias y afinidades suelen ser habituales en esta relación amistosa entre Valera y Menéndez Pelayo. Ello no impide que la amistad sea duradera y profunda, al igual que la mutua admiración que se profesaron durante cerca de treinta años. En la línea de divergencias estaría la percepción que cada uno hace de los novelistas de su época. Es indudable que Alarcón y Pereda, por ejemplo, son admirados tanto por uno como por otro. Los saludos sinceros de afectos referidos a estos dos novelistas son harto elocuentes, aunque, como es bien sabido, Valera, desde la prensa, fue asaz crítico con las novelas alarconianas que mantenían una línea tendenciosa. Pese a ello, los juicios de Valera sobre El capitán Veneno (carta de 19 de noviembre de 1881), su interés y satisfacción por la difusión de su obra en Francia (carta del 10 de septiembre de 1882) y los continuos recuerdos afectuosísimos que prodiga en sus cartas dirigidas a Menéndez Pelayo son una prueba manifiesta de esta relación amistosa. Cabe apuntar también en este sentido la satisfacción de Valera por contar con el beneplácito de Alarcón por permitirle escribir un prólogo dedicado a su persona, tal como sucede con sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas, publicado inicialmente en la Revista de España (10 de agosto de 1886-10 de abril de 1887) y, en forma de libro, en la editorial Tello con el mencionado Prólogo dedicado a Alarcón fechado el 2 de abril de 1887. Concomitancias y discrepancias con respecto a Emilia Pardo Bazán y Galdós. Valera, pese a tener una cierta prevención hacia doña Emilia, la juzga y analiza desde una doble perspectiva; por un lado, como creadora; por otro, desde su labor crítica y difusora del naturalismo. Confiesa desde un primer momento que analiza todos los postulados naturalistas de la escritora, los comenta y los convierte en materia crítica para denunciar la doctrina naturalista. Sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas materializarán sus críticas y contará, al mismo tiempo, con el aplauso enfervorizado de don Marcelino. El propio Menéndez Pelayo califica de plaga funesta la escuela naturalista, sintiendo auténtica emoción al comprobar que su amigo y corresponsal asiduo le indica que va a refutar con argumentaciones bien documentadas y serias lo que don Marcelino llama «plaga de novelistas menudos [que] han caído sobre este infortunado país desde que Clarín y la Pardo Bazán se dieron a proponer a Zola como modelo» (Artigas y Sáinz, 1946: 288). La inquina de don Marcelino por doña Emilia es manifiesta, y ello provocará unas leves fricciones en su relación epistolar con Valera, como en las cartas escritas durante el mes de noviembre de 1886 a raíz de la publicación de los Apuntes autobiográficos que figuran al frente de Los pazos de Ulloa y a los que Valera juzga positivamente, «pues están muy bien escritos y se leen con agrado» (carta del 13 de noviembre de 1887). Esta opinión la desconoce don Marcelino, ya que el cruce de cartas en las que se opina sobre doña Emilia es evidente, pues se escriben tan solo a un día de diferencia. En su carta, Menéndez Pelayo la califica de pedante y perfecta imagen de «la inferioridad intelectual de las mujeres -bien compensada con otras excelencias- el que teniendo Dña. Emilia tantas condiciones de estilo y tanta aptitud para estudiar y comprender las cosas, tenga al mismo tiempo un gusto tan rematado y una total ausencia de tacto y discernimiento» (Artigas y Sáinz, 1946: 315). Marcelino Menéndez Pelayo muestra una clara misoginia cuando arremete contra doña Emilia, pese a que tenga ingenio, cultura y buen estilo, «pero, como toda mujer, tiene una naturaleza receptiva y se enamora de todo lo que hace ruido, sin ton ni son y contradiciéndose cincuenta veces. Un día se encapricha por San Francisco y otro día por Zola» (Artigas y Sáinz, 1946: 297). Tanto Valera como Menéndez Pelayo comentan las actividades literarias de doña Emilia, como por ejemplo su conferencia sobre la novela rusa pronunciada en el Ateneo en abril de 1887, hecho que no gustó a Valera, pues si bien es verdad que era el perfecto conocedor de la literatura europea y americana, no había conceptuado ni analizado la novela rusa con el mismo enfoque que doña Emilia, novelista que, a diferencia de Juan Valera, había percibido la excelente calidad de sus escritores. Por ello es por lo que con un cierto enfado escribe a don Marcelino censurando las «maravillas» que Pardo Bazán ha descubierto al respecto: «Me maravilla la alabanza que da a la literatura rusa a expensas de toda la Europa occidental, que considera casi intelectualmente agotada y muerta. Aunque sea poniendo por las nubes a doña Emilia, no sé resistir a la tentación de impugnar algunas de sus ideas y lo estoy haciendo» (Artigas y Sáinz, 1946: 385-386)32. Dicha crítica o impugnación se llevó a cabo tan solo un mes más tarde33 y en ella lo que más le duele, entre otros aspectos, es el decaimiento intelectual de las naciones europeas, en lugar de elogiar la actividad intelectual y científica de Francia, Italia, Alemania o Inglaterra. Pese a ello Valera se muestra respetuoso hacia su obra, a su personalidad singular, circunstancia que no se da en la visión que don Marcelino lleva a cabo a raíz de la acérrima defensa que doña Emilia lleva a cabo sobre el Naturalismo. Actitud que contrasta sobremanera con el Prólogo que figura al frente de la segunda edición de su libro San Francisco de Asís (1886), en el que elogia, sin pudor alguno, la admirable prosa vertida en su monografía: «Doña Emilia Pardo Bazán, mujer joven, agradable y discreta, favorecida largamente por los dones del nacimiento y de la fortuna, ha mostrado en su propio impulso y vocación incontrastable los medios de adquirir una privilegiada cultura intelectual, superior quizá a la del cualquier otra persona de su sexo, de la que actualmente escriben para el público en Europa, sin excluir país alguno, ni aun aquellos don cierto número de obras de imaginación está totalmente entregado al ingenio de las mujeres» (Menéndez Pelayo, MCMXLII: 28). El artículo de Menéndez Pelayo se publicó el 13 de julio de 1885, a tan solo muy poco tiempo de la irrupción de doña Emilia en el género narrativo, en el inicio del ciclo naturalista encabezado por Los pazos de Ulloa en donde aparece, justamente, los Apuntes autobiográficos tan duramente censurados por don Marcelino.

La disparidad de criterio también se percibe en la visión que ambos tienen de Galdós. Valera le confiesa a Menéndez Pelayo, 19 de julio de 1878, que no ha leído nada de Galdós, pese a que el novelista canario había ya publicado casi todo su corpus inserto en Novelas españolas de la primera época. A raíz de la lectura de la novela La familia de León Roch, Valera establece con ecuanimidad los defectos y aciertos del relato. Se siente especialmente satisfecho al comprobar que León Roch y María Egipciaca, aunque son distintas criaturas, son hijos espirituales de Doña Blanca y el Comendador Mendoza, «salvo que los unos se emplean más en sus negocios que en probar una tesis con los propios actos de su vida, por donde los míos son más reales y humanos. Pero este mismo empeño de probar tesis, que engendra, a mi ver, no pocos defectos, es el fundamento de gran parte de la extraordinaria popularidad de Pérez Galdós. En él hay una calidad que da calor y brío e inspiración, que a mí me falta: el espíritu de partido» (Artigas y Sáinz, 1948: 57). En esta reflexión íntima vertida en la carta dirigida a don Marcelino (Biarritz, 27 de agosto de 1879), Valera muestra su admiración por Galdós, por su fuerza creadora, a pesar de que su estilo no es el más conveniente, ni los diálogos son perfectos, pues tienen una desarmonía que nace del mérito de parecer natural. Su interés por Galdós no se limita solo al comentario de sus novelas en los corpus epistolares, sino también a su preocupación por divulgar su obra en el extranjero y promover su ingreso en la Real Academia de la Lengua, tal como insiste constantemente a don Marcelino. En contraste a esta prodigalidad de noticias referentes a Galdós en el Epistolario, nada publicó sobre él, tan solo un brevísimo comentario que dedicó a su novela Misericordia en sus Cartas americanas. Menéndez Pelayo apenas refiere sucesos relacionados con Galdós en sus cartas dirigidas a Valera. Solo una simple referencia en la carta fechada en Santander, 10 de agosto de 1889, relativa a su discurso de ingreso en la Real Academia. Precisamente, don Marcelino en su Discurso de contestación del ingreso de Pérez Galdós en la Real Academia Española, 7 de febrero de 1897 (Menéndez Pelayo, MCMXLII, V: 28), analiza con precisión y parcialidad la labor creadora de Galdós, su universalidad y su capacidad creadora. A pesar de militar en credos ideológicos distintos, Menéndez Pelayo se muestra respetuoso ante un Galdós cuya trayectoria literaria es ejemplar, capaz de igualar el monumento literario construido por Balzac en su Comedia humana. No hay reproches. Solo leyendo entre líneas podemos percibir que si bien su prosa no reúne las condiciones de un perfecto estilista, sus temas, contenidos o asuntos interesan en gran manera a la sociedad que le correspondió vivir. Ejemplo comparable al de Lope en muchos aspectos, especialmente en los referidos al ingenio de ambos y a la capacidad creadora. Para Menéndez Pelayo hablar de las novelas de Galdós es hablar de la novela en España; un escritor que se ha mostrado siempre, además, con un ritmo progresivo, con un carácter de reflexión ordenada capaz de convertir su corpus literario no en un conjunto de libros heterogéneos, engendrados por exigencias editoriales, sino «en un sistema de observaciones y experiencias sobre la vida social de España durante más de una centuria. Para realizar tamaña empresa, el señor Pérez Galdós ha empleado sucesiva o simultáneamente los procedimientos de la novela histórica, de la novela realista, de la novela simbólica, en grado y formas distintos, atendiendo por una parte a las cualidades propias de cada asunto, y por otra a los progresos de su educación individual y a lo que vulgarmente se llama el gusto del público, es decir, aquel grado de educación general necesario en el público para entender la obra del artista y gustar de ella en todo o en parte» (Menéndez Pelayo, MCMXLII, V: 85). Menéndez Pelayo escribe un enjundioso estudio en el que tiene cabida múltiples aspectos relacionados con la novela, desde sus orígenes hasta su discurrir por los siglos y épocas distintas de la historia literaria. En su panorama crítico se llega a esta conclusión: que la novela española dormitaba entre ñoñeces y monstruosidades hasta el año 1870, «fecha del primer libro del Señor Pérez Galdós [La Fontana de Oro]. Los grandes novelistas que hemos visto aparecer después, eran ya maestros consumados en otros géneros de literatura; pero no habían ensayado todavía sus fuerzas en la novela propiamente dicha. No se habían escrito aún ni Pepita Jiménez, ni Las ilusiones del Doctor Faustino, ni El Escándalo, ni Sotileza, ni Peñas Arriba» (Menéndez Pelayo, MCMXLII, V: 95). El material noticioso y crítico ofrecido por don Marcelino alude a la totalidad del corpus literario galdosiano, desde las novelas de tesis hasta las naturalistas, psicológicas, dramáticas e idealistas. De todo este corpus, Menéndez Pelayo analiza lo más significativo, los aspectos claves de la prosa galdosiana, desde recursos y técnicas narrativas hasta el valor sociológico e influencias literarias de los novelistas clásicos de la literatura europea. La novela galdosiana Fortunata y Jacinta, que «se levanta sobre todas ellas cual majestuosa encima entre árboles menores y puede campear íntegra y sola, porque en ninguna ha resuelto con tan magistral pericia el arduo problema de convertir la vulgaridad de la vida en materia estética, aderezándola y sazonándola -como él dice con olorosas especias. Tal es Fortunata y Jacinta, libro excesivamente largo, pero en el cual la vida es tan densa; tan profunda a veces la observación moral; tan ingeniosa y amena la psicología, o como quiera llamarse aquel entrar y salir por los subterráneos del alma, tan interesante la acción principal en medio de su sencillez; tan pintoresco y curioso el detalle y tan amplio el escenario, donde caben holgadamente todas las transformaciones morales de Madrid desde 1868 a 1875» (Menéndez Pelayo, MCMXLII, V: 101). Elogios que se trasladan también a otras novelas galdosianas, como Ángel Guerra. En definitiva, no entendemos todavía como un cierto sector, afortunadamente pequeño, de la crítica habla de la animadversión de Menéndez Pelayo por Galdós. Al margen de ciertos intereses académicos, en los que prevalecen la amistad y simpatía por unas determinadas personas, Menéndez Pelayo dejó bien claro en su Discurso cuál era la verdadera dimensión y proyección literarias de Galdós: la de ser el gran maestro de la novela española contemporánea.

Los elementos de juicio vertidos por Valera y Menéndez Pelayo sobre autores que forma parte ineludible del canon literario del siglo XIX, como el caso de Pereda o Clarín, son, en ocasiones, dispares. Los juicios críticos sobre Pereda brillan por su ausencia en los escritos de Valera, pese a que siempre le consideró, tanto en sus cartas como en tertulias, un verdadero y entrañable amigo. Estas muestras afectuosas las puede corroborar el lector en el Epistolario. Sin embargo, Valera, pese a las sugerentes e insistentes peticiones de Menéndez Pelayo no participó de su entusiasmo. Ante los múltiples consejos para que leyera sus novelas, Valera calla, adopta un silencio total. Esta circunstancia no se da con Clarín, elogiado y difamado, al mismo tiempo, en más de una carta escrita, tanto por Valera como por Menéndez Pelayo. Así, por ejemplo, Valera se muestra excesivamente crítico cuando Clarín pondera una obra que a su juicio no tiene valor alguno, como las realizadas por Alas a los dramas de Selles. En líneas generales, Valera, pese a considerar a Clarín como un crítico duro, cruel, injusto y sobradamente contentadizo, lo elogia por su agudísimo ingenio, su erudición y singular gracejo. Estos calificativos los pronuncia Valera tanto en sus cartas como en prólogos o artículos dados a la prensa, como, por ejemplo, el titulado Poesías de don Marcelino Menéndez Pelayo que figura al frente de su libro Odas, epístolas y tragedias. Clarín, pese a sus manías, en el decir de Valera, es lo mejor del panorama crítico y literario, por eso le indica a Menéndez Pelayo (carta fechada en Lisboa, 5 de marzo de 1883) que «importa traerle al lado nuestro y quitarle un poquito de su mucho entusiasmo por Echegaray y Pérez Galdós, sin que se pierda todo, pues ni nosotros mismos queremos ir contra la corriente y negar que Echegaray y Pérez Galdós valgan» (Artigas y Sáinz, 1946: 147-148). Ambos consideran a Clarín como juicioso crítico. Le temen también, al igual que no están de acuerdo con ciertas preferencias literarias de Alas34. Clarín elogia a Valera como escritor y crítico en sus artículos35, siempre con objetividad y mesura, hecho que le resulta en gran medida agradable, tal como le confiesa a don Marcelino desde Bruselas (1 de julio de 1886): «He leído el artículo de Clarín en mi elogio, y verdaderamente no sé cómo agradecerle tanta bondad y generosidad, poco o nada común entre nuestros literatos» (Artigas y Sáinz, 1946: 276). El artículo de Clarín Viaje literario a Madrid satisface también a don Marcelino, quien, al igual que Valera, reconoce que el único crítico militante es Clarín, pese a los inmoderados elogios a Campoamor (carta fechada en Santander, 12 de julio de 1886). Efectivamente, Clarín en su folleto literario Un viaje literario a Madrid, en el que examina la Historia de las Ideas Estéticas de Menéndez Pelayo, El suspiro del moro de Castelar, Los amores de una santa de Campoamor, Maruja de Núñez de Arce y la situación del teatro, refiriéndose a su decadencia y a los estrenos de De mala raza de Echegaray y El archimillonario de Novo y Colson, analiza el volumen tercero (Siglo XVIII) de la Historia de las Ideas Estéticas. Desenfadada etopeya en la que Clarín elogia la profundísima erudición, su capacidad de trabajo, su equilibrio y su sabiduría. En definitiva un panegírico que honraría al escritor más suspicaz36. Pese a ello, Menéndez Pelayo censura su crítica, pues en su opinión pocas veces penetra en el espíritu de los libros, «a no ser dramas o novelas, que en esto suele tener muy buen ojo, aunque adolezca a veces de parcialidad y se extreme en el encomio o en la censura sin razonable fundamento para tales extremos. En materia de poesía lírica no tiene tan buen gusto, y a veces lo tiene rematadamente malo. Le creo poco sensible al encanto de la forma, porque su primera educación clásica fue bastante descuidada» (Artigas y Sáinz, 1946: 281). A pesar de estos juicios, Menéndez Pelayo lo considera el mejor crítico de su generación, por su agudísimo ingenio e inteligencia. Tal vez, lo que más le molestó a don Marcelino sea la adscripción de Clarín a la escuela naturalista, pues, como es bien sabido, fue acérrimo censor de sus postulados.

Las relaciones entre Valera y Menéndez Pelayo fueron intensísimas, de tal suerte que llegan a desbordar al lector. Digo esto porque el material noticioso y de contenidos es tan abrumador que buena parte de ellos merecería un estudio aparte. Me refiero, por ejemplo, a las numerosas cartas en las que se analizan la polémica literaria que sobre el Naturalismo tuvo lugar en España. Epistolario en el que subyacen opiniones sobre los discursos del Naturalismo y los comentarios que del mismo se hicieron en España. Buena parte del postulado naturalista y sus comentarios surgidos de voces como Emilia Pardo Bazán, Rafael Altamira, Clarín o Manuel de la Revilla serán analizadas y censuradas tanto en el epistolario existente entre Valera y Menéndez Pelayo como en los artículos dados a la prensa37. Los Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas, publicados en la Revista de España, serán una prueba evidente del rechazo de Valera a la doctrina estética naturalista. La coincidencia de criterio se extiende también a otros específicos campos de la historia o de la literatura. Ambos rechazan y repudian en sus cartas a determinados escritores o eruditos de su época. De Fasthenrat dirán cosas reprobables, de mal gusto. De Campoamor todo será censurable. Valera y Menéndez Pelayo aúnan sus esfuerzos y críticas destinadas a ridiculizar a Campoamor. Tanto el uno como el otro parecen rivalizar en lanzar maldades en sus respectivas cartas38. La política y sus representantes salen también mal parados en el epistolario. Las corruptelas políticas, la venalidad de sus representantes y el enriquecimiento llevado a cabo mediante el fraude o la corrupción serán también aspectos denunciados y comentados en las cartas39. Comentarios también sobre hechos históricos transcendentales, como los cambios ministeriales o fallecimiento de monarcas y especulaciones nacidas a raíz de dicho cambio ministerial o defunción40. Reflejo y análisis de acontecimientos luctuosos, como la conocida catástrofe de Santander acaecida en 189341. Las reflexiones ante el nacionalismo42 y rivalidades académicas43, entre otros múltiples aspectos, aparecen expuestos en el epistolario desde una perspectiva íntima. Tenemos noticias de proyectos iniciados y concluidos, de otros inconclusos, lecturas, preferencias literarias, amistades, intercambio de opiniones sobre múltiples materias del saber. Ambos son bibliófilos empedernidos, eruditos, cultos. Cada uno muestra sus preferencias y sus desavenencias en literatura. Comentan episodios relacionados con la política o las actividades académicas que nada tienen que ver con la creación literaria o la investigación44. Noticias sobre la prensa y medios de comunicación más importantes del último tercio del siglo XIX. Tanto Valera como Menéndez Pelayo conocieron como colaboradores asiduos de la prensa los recónditos secretos de la misma, desde el mundo empresarial relacionado con la publicación, hasta la ideología, tendencia o trascendencia en el ámbito literario. La Revista de España, El Imparcial, La Ilustración Española y Americana, El Correo, El Día, El Campo, La Nouvelle Revue, La Ilustración Artística, La Ilustración Ibérica, Museum, España Moderna, Revista de Ambos Mundos, La Época, entre otras muchas, son objeto de comentario y lectura desde una óptica íntima y veraz, sin prejuicios de ningún tipo. El epistolario y los escritos dados a la prensa se complementan con total perfección. Todo ello dará como resultado una clara visión de las relaciones que ambos autores mantuvieron. Desde un primer momento, Valera supo ver la valía y la grandeza de don Marcelino, al igual que descubrió en su día al entonces joven Rubén Darío. Una amistad consolidada por treinta años de vivencias conjuntas que, desgranada, nos permitirá conocer con total perfección no solo un periodo crucial de la historia de España, sino también la relación existente entre Menéndez Pelayo y Valera, desde múltiples perspectivas y ópticas.

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