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Mathias Goeritz: El circo. Once dibujos con prólogo de Sebastián Gasch. Colección Hoy. Barcelona, 1949

Ricardo Gullón





Dirigida por Rafael Santos Torroella y Juan-José Tharrats ha empezado a publicarse en Barcelona una nueva serie de monografías de arte, en gran formato, impresa a mano sobre excelente papel de hilo. La presentación es de buen gusto, y revela, en todos sus detalles, el amor inteligente con que se planeó y cuidó la atractiva empresa. Para iniciarla fueron convocados el pintor Mathias Goeritz y el crítico Sebastián Gasch, dos hombres cuya presencia sitúa la colección en un nivel muy alto de calidad y de exigencia.

Comprende esta entrega once primorosos dibujos, de Goeritz sobre temas circenses: focas, payaso, ciclistas, acróbatas, elefantes... Un mundo delicioso cuyo sentido profundo nos es restituido por la admirable calidad de la mirada de este artista, que sabe ver lo esencial de las cosas y mostrarnos su lado maravilloso, como si nunca hubieran manchado su purísima gracia el lugar común y la pintura literaria más deleznable. Sus dibujos tienen una precisión poética, alada y rica en sugestiones, no una fidelidad fotográfica horra de imaginación.

El dinamismo de las concisas siluetas voladoras, de los trapecistas, como la equilibrada arquitectura de los acróbatas o el irónico juego de los ciclistas, revelan la profunda vitalidad con que las figuras fueron captadas. La línea parte siempre de lo real y movida por una fantasía cuyo vuelo más tiende a la sencillez que a la complicación, construye deliciosas composiciones de un encanto fresquísimo y muy personal. Los dibujos de Goeritz ofrecen una jugosa gracia, cuyo hechizo de primitivo es potenciado y exaltado por la presencia de la ironía.

Dibujo de Goeritz

Como señala Gasch con su habitual perspicia, «la característica de la belleza de estos dibujos es la suavidad mezclada con la robustez. Goeritz es uno de los pocos pintores de hoy día que saben desembarazar el dibujo de superfluidades». Y en este atenerse a las esencias, me permito añadir, está el secreto de su acierto, de un acierto que se debe a la rara combinación, de una profunda intuición del alma de las cosas y de cuáles son sus aspectos propiamente reveladores, con la más delicada seguridad de mano.

El prólogo de Sebastián Gasch -uno de los pocos críticos de arte que realmente merecen este nombre- es una sustanciosa lección de clarividente y amoroso juicio sobre los dibujos de Goeritz, a quien sabe situar y definir con penetrante precisión y verdad. Se advierte en seguida que no es trabajo hecho de encargo o por compromiso, donde el escritor se atenga a frases hechas y cumplidos banales, sino un perfecto estudio, no por sucinto menos jugoso y revelador, del arte de Mathias Goeritz. No creo que en nuestro pequeño mundo artístico se haya valorado con entera justicia la personalidad de Sebastián Gasch, uno de los europeos, no ya de los españoles, mejor informados de cuanto se refiere al arte contemporáneo.





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