A la memoria de Darcy Ribeiro, | |||
en su exilio ya definitivo. |
1 Algunas consideraciones preliminares
A lo largo de las últimas tres décadas, dentro del contexto latinoamericano, se ha hablado hasta la saciedad, en público y en privado, acerca de uno de los acontecimientos más desgarradores que el ser humano, como entidad colectiva e individual, puede sufrir durante su existencia: el exilio250. Los griegos que, en parte por razones obvias, se adelantaron al resto de la civilización occidental en la elaboración de una concepción globalizadora del hombre y su destino, ya supieron de su efecto devastador y convirtieron el destierro en la pena capital por excelencia. Era considerada castigo aún peor que la muerte, una especie de muerte en vida porque el desterrado, al poseer el atributo de la memoria, era consciente de su estado de permanente aniquilación:
(Juan Gelman, 29) |
La memoria es, por tanto, uno de los ejes vertebrales por donde discurre toda literatura de exilio251, y el caso de la latinoamericana no va a ser una excepción. No podemos olvidar que la memoria, relevante en todo proceso de escritura, asume una función primordial en este caso: coloca al escritor en la conciencia de que vive en varios planos temporales y espaciales diferentes. En su esquizofrenia, en primer lugar, el intelectual exiliado participa, siempre conflictivamente, del espacio de la comunidad que lo acoge252; en segundo lugar, del espacio del país que abandonó por la fuerza y que constituye ya un territorio imaginario, no sólo porque pertenezca al pasado, sino porque está construido sobre la base de un recuerdo selectivo de experiencias253; y, en tercer lugar, del espacio paralelo de ese mismo país que el escritor re-vive a través de las noticias de prensa y televisión, de las historias que llegan mediante la relación con otros exiliados, o del contacto, generalmente exiguo, con familiares y amigos que quedaron allá254. El escritor se asume y es asumido como un ser desarraigado, disperso, disociado entre la realidad de su estar, que es su no estar, y el deseo de su ser, ahora disgregado en su no ser. Aun asumiendo que toda literatura es esquizofrénica, la del exilio, sin duda, alcanza su condición más extrema255.
Sin embargo, me gustaría tratar el tema de la nostalgia y del exilio evitando en lo posible los lugares comunes que, a fuerza de repetirse, se han convertido en clisés y que no ayudan en nada al esclarecimiento de los conceptos que tratamos aquí hoy, porque, como tales clisés, son fruto de la convención y ya sabemos que la reflexión crítica de buena voluntad, aunque busca la unanimidad, es, paradójicamente, enemiga de lo unánime.
En primer lugar, convendría olvidarse cuanto antes de la diferenciación que parte de la crítica ha hecho entre el destierro motivado por causas económicas y el derivado de causas políticas porque encierra, a mi juicio, una concepción jerárquica y elitista que, además, no se corresponde con la realidad. El trabajador emigra, el exiliado se exilia, como si la cuota de sufrimiento que estos grupos experimentan variara en relación con sus estatus; como si no fuera un hecho más que patente que desde hace algunas décadas, en toda Latinoamérica hay un considerable número de intelectuales, científicos, técnicos… etc., que emigran no ya por el hecho de abrirse a mejores perspectivas profesionales sino, simplemente, por la posibilidad de encontrar un trabajo, sea el que sea, que les permita tener un techo donde cobijarse256.
Comprender el exilio, ¿de qué manera?, ¿ayudaría en parte a mitigar el dolor que produce si asumiéramos que el ser humano es, en sí mismo, un exiliado?
Como mito, en el principio de los tiempos, el hombre fue expulsado del paraíso por rebelarse contra el poder que lo subyugaba, por revelarse precisamente en su condición de hombre. Puesto que no podía ser Dios, decidió por su cuenta y riesgo adquirir una naturaleza que lo condenaba al eterno ostracismo.
Como ser humano, el hombre sufre su destierro casi en cada paso de su vida. Se ve arrojado por la fuerza de su mundo líquido que constituye el vientre materno hacia otro gaseoso (¡qué horrible vocablo!) y sentido como ajeno, quizá por eso llora. ¿Acaso vernos expulsados a borbotones de nuestra infancia (ese Edén prematuro que tanto le dolía a Cernuda) no nos produce una cierta comezón, la sensación de un vacío por una ausencia ya irrecuperable? ¿No es el amor el exilio de uno en otro? ¿El desamor el desexilio de uno (que ya es otro) hacia uno mismo, la nostalgia de ese otro (aquél que fuimos y éste que dejamos)? ¿No es cierto que cuando se viene del amor, como cuando se regresa del exilio, se vuelve siendo uno distinto, a lo mejor más sabio pero también más herido? Repito la pregunta: ¿Puede esta toma de conciencia ayudar a aplacar el sufrimiento que produce el exilio geográfico? Pues, creo que no, pero, al menos, ayuda a sobrellevarlo.
El siguiente paso nos lleva a considerar al escritor como un exiliado y al lenguaje y a la escritura como una metáfora del exilio: alienación del lenguaje, según Roa Bastos, «en la expresión de una realidad que lo desborda» (32)257, y alienación de la escritura como escisión traumática en/desde/hacia/de lo real, según la actitud y el concepto del arte al que el escritor se adscriba o lo adscriban. Contrariamente a lo que se piensa, la literatura no opera como factor de extrañamiento de lo real (esa realidad que no es más que una huella perceptible de una dimensión más profunda) sino que su distanciamiento ayuda a desentrañar, a desextrañar el mundo que nos rodea y percibirlo como algo más complejo que su aparente inmediatez. El entorno se nos hace más aprehensible, menos ajeno, precisamente mediante la ficción, porque su visión se alza desde la otra orilla, allá donde reside su exilio258
. El escritor, me refiero al escritor de verdad, siente también la desubicación porque esa posición, incómoda para la sociedad y, aunque voluntaria, ingrata ciertamente para sí mismo, le permite actuar con independencia de criterio y refrendar su capacidad de soberanía. Es por ello que los poderes totalitarios lo consideran altamente peligroso y lo colocan en el punto de mira de la represión. Por utilizar una paradoja, el escritor es, al mismo tiempo, «blanco fijo» de las dictaduras y «francotirador» de los valores que estos gobiernos proclaman.259
Quisiera finalizar esta primera parte por donde comencé al principio. Que el exilio es uno de los dramas más sangrantes de la humanidad no cabe la menor duda; que el remanente de dolor, resentimiento, culpa, remordimiento y, por qué no decirlo, odio acumulado también es mucho, pero cabe señalar aquí que éste no es el mensaje que una gran parte de los intelectuales del Cono Sur nos han querido transmitir. Todo lo contrario, estos intelectuales se han volcado en ofrecer el talento del que disponen al servicio de la liberación de sus pueblos desde una posición que podríamos denominar «optimista». Benedetti ha señalado dos de los riesgos que el escritor del exilio debe evitar: de un lado, la frecuentación de la literatura lacrimógena, la literatura del golpe de pecho, que provoque más conmiseración que aliento vital; del otro, «el facilismo panfletario» (La cultura, 91) y ha marcado la pauta de cómo el intelectual debe actuar en esta situación límite:
(La cultura, 87). |
El escritor uruguayo participa, por tanto, de lo que Cortázar llamó «el exilio combatiente» y que consiste en «plantear el exilio en términos que superen su negatividad, a veces inevitable y terrible, pero a veces también estereotipada y esterilizante» (18), y «hacer del disvalor del exilio un valor de combate» (21). No se trata de olvidar el pasado, ni de abdicar de la nostalgia, ni de incumplir la cita cotidiana que se tiene con el dolor, ni de renegar de la conciencia de lo perdido; se trata de hacer de aquellas lágrimas un mar de coraje, un piélago de subversión para no hacer el juego a los gobiernos que expulsan, mutilan, asesinan y amordazan con el propósito de silenciar a todo un pueblo:
(Eduardo Galeano, 47) |
Sólo así, desde esta perspectiva de radical optimismo histórico es como estos escritores del exilio asumen la derrota. Se consideran vencidos, sí, pero con la firme esperanza de que esa derrota sea sólo un paso atrás de impulso hacia delante, conscientes de que el reloj de la historia trabaja a ritmo lento, pero a su favor260. De sus derrotas más aplastantes, individuales y colectivas, dan fe libros extraordinarios. De Sócrates a Deleuze, de Tom Waits a Nina Simone, de Artaud a Dino Campana, de Baudelaire a Camus, de Camarón a Billie Holiday, de Arguedas a Vallejo, de Goya a Van Gogh, de Scott Fitzgerald a Bukowski, la historia del arte está llena de artistas derrotados cuyo dolor ha servido para crear obras monumentales.
2. De lo dicho a lo hecho
(Nostalgia, 120). |
Si la cita de Ralph Harper contiene un fondo de verdad, es preciso entonces señalar que nostalgia y exilio (sea el que fuere) van siempre de la mano, aunque uno no sabe muy bien cuál es anterior. Digo esto porque parto de la base de que Mario Benedetti es un escritor nostálgico y exiliado desde sus orígenes y de que este binomio permanece absolutamente indisoluble a lo largo de toda su obra. Hay, obviamente, un exilio que provoca nostalgia, pero también hay una nostalgia que provoca exilio. Esta última no es la que alimenta el destierro estético de Mallarmé, ni el poeta-demonio (ese ángel expulsado) de Hölderlin, ni el artista maldito de Baudelaire, sino aquella que experimenta el poeta uruguayo desde una posición de aislamiento a causa de una situación histórica, social o vital (la de su país, la de sí mismo) que considera alienante y que le impulsa a la búsqueda, bien de un pasado que le reconforte, lo que sucede especialmente en sus dos primeros libros de poemas Sólo mientras tanto (1948-1950) y Poemas de la oficina (1953-1956), o bien de un futuro como asidero de su esperanza, en los libros que van desde Poemas del hoyporhoy (1958-1961) hasta Letras de Emergencia (1969-1973). Es la búsqueda de ese pasado lo que le llevará a los recuerdos del un Montevideo cercano, pero a la vez remoto e inasible y del que se sabe inevitablemente despojado:
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(Inventario, 588)261 |
Al Montevideo de su infancia, en poemas como «la primera mirada» o el tan conocido «Dactilógrafo», donde la inserción de una carta comercial agudiza por contraste las diferencias entre un ayer idealizado y un hoy desgastado por la rutina de un trabajo burocrático:
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(569) |
Ambos libros (Sólo mientras tanto y Poemas de la oficina) son, en mi opinión, los más pesimistas del escritor en toda su carrera, pesimismo que parte de su aislamiento, como individuo, de todo lo que le rodea porque lo considera mediocre y sin estímulo: «…aquella esperanza que cabía en un dedal / evidentemente no cabe en este sobre…» («Sueldo», 561), dice Mario, asfixiado por un entorno oprimente. La pasividad y servilismo del funcionariado, la ausencia de perspectivas individuales y colectivas, la mezquindad de los valores de la clase a la que él mismo pertenece, la ansiedad de encontrar nuevos horizontes junto al escepticismo que opaca cualquier salida digna serán los temas principales a los que se enfrenta Benedetti en la década del cincuenta. De ese ahogo vital nacen estos primeros libros. Más que de poesía del alma, lo que podemos hablar aquí es de una auténtica «poesía del asma»:
(«Ángelus», 575) |
Pero si hasta ese instante la poesía de Benedetti reflejaba la nostalgia de un pasado no recuperable y la afirmación de un presente insatisfactorio, en los libros siguientes, sin que el poeta abandone ese sentimiento de disonancia con su país, la nostalgia comienza a ser la de un futuro que está por llegar y que se fundamenta en un hecho histórico crucial en la historia de toda Latinoamérica: la revolución cubana.
Lo ha dicho Benedetti en multitud de ocasiones: «… hasta la eclosión de la Revolución en Cuba yo no era un tipo preocupado por lo que sucedía en América Latina y estaba absolutamente alienado a los problemas culturales europeos» (González Bermejo, 32).
Encontramos ahora una poesía mucho más esperanzada que ya no le abandonará jamás. A pesar de que ya había salido de su país entre 1939 y 1941 para trabajar en Argentina como taquígrafo para una editorial, son sus largas temporadas, en los Estados Unidos primero, y en Europa y Cuba después, las que le hacen recapacitar sobre el destino de su país y el de toda América Latina262. «Cumpleaños en Manhattan» y «Un padrenuestro latinoamericano» pueden considerarse los primeros poemas donde se hace muy visible la posición ideológica antiimperialista del escritor y su actitud solidaria con el resto de los países de su entorno. Es por ello que, en esta segunda fase, Benedetti asume una conciencia crítica de su país sólidamente enraizada en una ideología política determinada:
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(«Las baldosas», 500) |
También ya, según Benedetti, «la infancia es otra cosa»; la niñez idílica a la que se había referido en los primeros libros deja paso a una reflexión más acorde con la realidad. El regreso imaginario al pasado del adulto no puede ser ya más un recuento de bondades. Es un viaje a la conciencia de que del exilio, (de la edad adulta en este caso), se vuelve distinto y de que este viaje le aporta una apreciación más cabal. La infancia de Quemar las naves es, también por ejemplo
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(404-405) |
Sus constantes temporadas fuera del Uruguay no sólo activan en el poeta la conciencia de que desde fuera es posible analizar más objetivamente el «paisito», sino que son a la vez una fuente generadora de nostalgia y una confirmación del afecto que siente por su nación. Cuando vive en ella, le urge escapar:
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(«Noción de patria», 497) |
Porque sólo estando en el exterior, ha comprendido que a ese país, del que en ocasiones se había sentido distante, el autor lo asume como parte fundamental de su existencia. Es ésta su primera «Noción de patria», el saberse de regreso, cumplida su nostalgia del exterior, y volver acuciado por la urgencia de saldar las cuentas con sus compatriotas. Se diría que Mario se está ejercitando no sólo para cuando le llegue el turno del exilio forzoso, sino, como una premonición, para su desexilio. Como aquello que dijo Cernuda: «Quien corre allende los mares muda de cielo, pero no muda de corazón; (…) lo cual acaso sea verdad, más nunca sabríamos que no mudaríamos de corazón, de no correr allende los mares» (576):
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(499) |
El golpe militar de 1973 en Uruguay supone el éxodo más numeroso en la historia del país desde su fundación y para Mario Benedetti (ahora convertido en trashumante en países tan dispares como Argentina, Perú, Cuba o España) marca un proceso de transición en su obra poética, porque el exilio ya no es una visto como una opción voluntaria que el autor elige, ni siquiera un posicionamiento ético desde donde afrontar la realidad. El exilio deja de ser un estado de excepción para convertirse en el tema cardinal de los libros que van desde Poemas de otros (1973-1974) hasta Geografías (1982-1984). Es el exilio el que provoca ahora la nostalgia y no al revés. Significativamente los poemas se alargan: «Bodas de perlas», «Los espejos y las sombras», «Croquis para algún día» de La casa y el ladrillo (1976-1977) encuentran de un espacio mayor porque el poeta necesita reflexionar, analizar en detalle los cambios producidos en su persona y en su propio país: la tortura, los desaparecidos, la separación, los asesinatos, la reconstrucción de aquello que quedó mutilado. Porque el exilio supone una amputación no sólo para el que es desterrado sino para el país que le ha visto marchar:
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(«Ciudad en que no existo», 201) |
A veces, la nostalgia invade el territorio de un país recién abandonado y al que el poeta lanza mensajes de esperanza. Su ciudad, su país, residen en él, en todos aquellos que luchan por la liberación del Uruguay. Benedetti, consciente de que sus lectores no son sólo los exiliados y los lectores del país de acogida, sino también aquellos que pueden, de manera clandestina, acceder a sus libros dentro del propio país, exhorta a sus compatriotas a mantener viva la memoria de ese país, a reconstruirlo en el fondo de sí mismos. Es en poemas como «Ciudad en que no existo» donde el escritor uruguayo practica con enorme diligencia su exilio optimista y combatiente:
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(207) |
Dije antes que el exilio comportaba cambios no sólo en el exiliado sino en la comunidad entera que lo padecía. Ciertamente Benedetti es consciente de ello y se ve en cierto sentido, obligado a reorientar su concepto de la patria en función de los nuevos acontecimientos. «Otra noción de patria» es el intento de dar cabida a una identidad problemática, la uruguaya, que se halla dispersa por el resto del mundo. Ahora Montevideo ha expandido sus fronteras, ya no es sólo Montevideo, sino Barcelona, Estocolmo, Porto Alegre, Nueva York, Quito o París; de la misma manera que Benedetti ya no es sólo Benedetti sino Martín Santomé, Laura Avellaneda, Ramón Budiño, etc. Una suma de exilios y nostalgias porque sólo en los demás se reconoce uno mismo; una suma de ciudades porque sólo ahora, en las ajenas, es factible reconocer la suya propia:
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El derrocamiento pacífico de la dictadura militar en 1985 introduce en la poesía de Benedetti una nueva cuña temática que está marcada por el regreso y que abarca desde los libros Preguntas al azar (1986) hasta El olvido está lleno de memoria (1995). En cierto sentido, hablar de la biografía de Benedetti es hablar de la «biografía» del Uruguay, y su obra no es ni más ni menos que la expresión de esa feliz coincidencia.
Este tramo de su obra girará en torno a un nuevo concepto que el propio Benedetti acuña, el de «desexilio», y que irá trasvasándose de su obra de ficción a la ensayística y de está a la poética. Lo define así:
La nostalgia suele ser un rasgo determinante del exilio, pero no debe descartarse que la contranostalgia lo sea del desexilio. Así como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros amores, nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje y nuestro sol, así también el país (y sobretodo el pueblo) que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos, palabras, gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un momento (más aún si el exilio se prolonga) en que nos convertimos en un modesto empalme de culturas, de presencias, de sueños. Junto con una concreta esperanza de regreso, junto con la sensación inequívoca de que la vieja nostalgia se hace noción de patria, puede que vislumbremos que el sitio será ocupado por la contranostalgia, o sea, la nostalgia de lo que hoy tenemos y vamos a dejar: la curiosa nostalgia del exilio en plena patria. |
(«El desexilio», 41) |
El regreso de Benedetti a su país, marca también, con algunos matices diferenciales, el proceso de vuelta a sus orígenes poéticos. Otra vez es la nostalgia la que provoca exilio pero, al contrario de los libros primeros, de un exilio ya cumplido y del que es imposible desembarazarse. Es la asunción consciente de que el hombre es un ser condenado al éxodo perpetuo263:
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(«Pero vengo», 34)264 |
En su último libro, El olvido está lleno de memoria (1995), es posible también atestiguar esta posición de regreso al mundo primigenio. Ahora que las heridas están cicatrizando, es hora de volver al calor de la primera infancia, de su primer olvido:
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(«Vuelta al primer olvido», 157) |
En resumidas cuentas, hemos visto que la obra de Benedetti posee un recorrido de ida y vuelta donde el binomio exilio-nostalgia, nostalgia-exilio vertebra toda su obra. Creo que es evidente que para Benedetti, el recurso de la nostalgia no es, en ningún caso un artilugio puramente estético. Se puede inventar la nostalgia magistralmente, tal y como lo hizo Borges, pero en los exiliados el truco simplemente no sirve. Son ellos el fruto de la nostalgia, su creación, su invento.
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