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Manifestación y tratamiento del silencio en la obra «El vuelo del tigre»

Graciela Noemí Balegno





El objetivo del siguiente trabajo es demostrar la manifestación y tratamiento del silencio en la novela El vuelo del tigre, del escritor argentino Daniel Moyano (1930-1992)1.

Daniel Moyano, en esta historia, por medio de la narración reconstruye un pasado de experiencia propia. Aborda la memoria con recuerdos y silencios que a través de los personajes permite que salgan las huellas de memoria. Tal vez la casa de los Aballay sea la gran metáfora de un país que estuvo cercado por una dictadura que dirigía a su ritmo los destinos de sus ciudadanos.

El autor recrea, podría decirse, metafórica o alegóricamente, la historia correspondiente a un tiempo determinado del país, signado bajo los designios de una dictadura militar comenzada allá, por los años setenta. Moyano, en esta novela hace una reconstrucción negativa de la época de la dictadura, no sólo por el presente histórico de la obra, situada en plena época de represión, sino por el pasado histórico que también es recordado por uno de los personajes como un devenir permanente de dictaduras y porqué no de diferentes represiones y avasallamientos desde la conquista. El pueblo, Hualacato, posiblemente el primer silencio, pues representa el interior, callado, portador desde épocas memoriales del peso de las dominaciones y la sumisión.

La gata, Belinda, como símbolo de lo misterioso de lo oculto, va a ser siempre presencia en guardia, siempre alerta. Ella guarda en su memoria épocas de dominación, pero a su vez presiente otras, también turbulentas que se avecinan.

Desde las huellas de su propio recuerdo Daniel Moyano maneja con autoridad la palabra y recurre a los silencios como contracara de los olvidos2.

La historia sucede en Hualacato «ese pueblo perdido entre la cordillera, el mar y las desgracias» dice el autor (p. 7). Muchas familias de ese pueblo sufren la intromisión en sus casas de los represores, a quienes Moyano da en llamar percusionistas. Estos salvadores, como se autodenominan, se meten en las casas de los pobladores de Hualacato, tapan con papeles las ventanas de las viviendas, controlan cada mínima acción de todos los músicos, como denominan a sus pobladores3. En Hualacato, cada casa se ha convertido en una frontera débil. Por medio de una figura retórica, la hipérbole o la exageración, el autor presenta de manera exacerbada la proliferación de los percusionistas4. Con este recurso, Moyano, pretende crear una imagen que servirá para plasmar una circunstancia que inexorablemente ante tal despliegue contrapone en forma notoria el amedrentamiento y convulsión extrema de los habitantes de Hualacato. A su vez, intensifica la idea de la marca de una época histórica tan difícil de olvidar, días que durante mucho tiempo quedaron silenciados en el seno de la sociedad. Con la ficcionalización, el autor remarca la realidad. En esta novela lo fantástico se funde con el realismo, un realismo simbólico.

Los protagonistas de la historia, la familia Aballay, quedan prisioneros en su propia casa, privados de su libertad bajo el control permanente de uno de los percusionistas llamado Nabu, todo el grupo sufre las más severas consecuencias que ello implica, hasta la misma muerte de uno de los protagonistas. La primera condición asignada es que no pueden hablar. La función de los represores es instaurar el orden. Nabu, por lo tanto, debe tener y obtener el orden por sobre todas las cosas. Una de las primeras decisiones de carácter fundamental, tomada por el represor, es quitarles la caja que contiene las fotos familiares.

Es oportuno centrarnos en las diversas situaciones que van develando la tortura psíquica y física a que son sometidos todos los integrantes de la familia. Así, a lo largo de la obra se evidencian dos tipos de silencios a) silencios impuestos b) silencios voluntarios. Estos estados de silencio a partir de diversas prácticas serán aprovechados en defensa propia.

Abordar la memoria involucra referirse a recuerdos y olvidos, narrativas y actos, silencios y gestos. Hay en juego saberes, pero también hay emociones. Y hay también huecos y fracturas.


(Jelin, 17)                


Teóricamente puede decirse que existe una relación memoria-silencio, pues no todo aquello que está guardado puede o debe salir a la luz. Hay una selección de recuerdos, tanto individual como grupal que, en determinados momentos las personas eligen, o no, dar a conocer, forma parte de lo llamado «olvidos selectivos» (Ricoeur en Jelin, 30).

El silencio es impuesto a la familia y a su vez, se impone por ellos mismos. Hay un doble juego; por un lado, el represor no les permite hablar entre ellos, ni siquiera es permitido el ruido externo; por otro lado está el silencio que ellos eligen. Ese silencio elegido, es el denominado voluntario o político. Los Aballay efectúan como un pacto de silencio sobre aquello que no debe mencionarse para no ponerlos en peligro o bien para ocultar lo que los afecta en sus sentimientos más profundos. Sin embargo es un silencio en espera, ese que se produce como contracara del olvido. Evidentemente el silencio está relacionado con la memoria y su selectividad desde lo particular a la memoria común que todos elaboran coherentemente5.

Desde la memoria familiar, el imaginario familiar, el grupo recuerda y describe con detalles minuciosos cada una de las fotos de las cajas que fueron incautadas; esa actividad se torna en uno de los juegos que inventan los Aballay para pasar el rato, reconstruyen sus días familiares a través de sus huellas, es como un rompecabezas de imágenes. Sobre un silencio impuesto como es el de no poder tener las fotos en forma material, desde la reconstrucción conjunta logran mantener intactos sus recuerdos así, rescatan los acontecimientos o vivencias colectivas, de esa manera, protegerán su identidad, algo que nadie podrá quitarles. En este ejercicio, se trabaja con los marcos de la memoria, recurso que permite una resemantización de la historia de sus vidas. Luego, los Aballay, descubrirán que por su bien hay cosas que es mejor ocultar. Se establece un pacto de silencio a partir de ese silencio voluntario. Esa voluntad de silencio es una manera de resguardo.

Un hecho fundamental para la familia es el casamiento de una de las tías, las escenas que de esas fotos son el archivo, sus huellas. Se entremezclan esos acontecimientos con los de otras fotos, como por ejemplo, las de una nevada en Hualacato, hecho insólito, o, «las del Tite», como dicen ellos. El niño murió por una enfermedad endémica por falta higiene, pobreza y por la precariedad del hospital. Este es un recuerdo que va a repetirse como un motivo musical a lo largo de toda la obra por medio de rememoraciones, de reflexiones. Es una figura silenciada, al principio Tite no puede ser verbalizado por la familia. La muerte de este niño provocó un efecto de negación y de vergüenza por parte de los padres, ya, desde el momento que hacían las visitas permitidas al hospital o cuando recordaban su velorio. Las fotos eran dadas vuelta y marcadas con una cruz para no verlas, en este caso nos encontraríamos con la producción de un contra-mito, efectuado por la memoria, pues contiene elementos rechazables; Tite es excluido de la memoria por ser diferente, murió por culpa de las moscas, recordaban los Aballay, su imagen provocaba miedo, también desconsuelo porque la familia se calló ante la injusticia6. «Las que son feas son las fotos del Tite... Yo cada vez que mirábamos fotos, cuando salía una del Tite la escondía en el fondo de la caja. La daba vuelta, le hacía una cruz para no verla» (p. 30). Luego, en las narraciones de cada uno, a medida que los protagonistas van descubriendo sus sentimientos hacia el difunto comienza una cierta comprensión, entonces, la imagen del niño se ennoblece y se eleva, en ese acto de evocación del pasado sale a la luz uno de los traumas familiares, silenciado, oculto en la memoria, sumergido en ella, lo pueden superar al reflexionarlo verbalizándolo grupalmente. Sin embargo ese ocultamiento era una presencia silenciada de diferentes maneras. El padre se da cuenta que callaron cuando se hizo una protesta por la muerte «del Tite» y de otros niños bajo las mismas circunstancias. Además, compara el silencio en torno a la muerte de su hijo, yendo aún más lejos en el tiempo, pensando que fue el mismo silencio que cuando perdieron las tierras y cuando perdieron todo7. Al fin, como una forma de consolación al propio destino de toda la familia, «el Cholo» reivindica la muerte de su hijo como una forma de expiación. Tite es al fin como un presagio del horror y a su vez liberador del sufrimiento. «Después de todo nos enseñó a morir. Después de todo él fue la primer muerte», «El Tite es cierto y muerto» (p. 33). En este caso el sentido del silencio era la no superación del trauma anteriormente mencionado8. «Traigan todas las fotos. Quiero verlas a todas ahora que está Nabu, que al menos sirva para algo ayudarme a encarar esas cosas que trataba de olvidar» (p. 33).

Mientras ocurre la evocación de pronto los Aballay se dan cuenta de que hay una foto en particular que debe ocultarse, es la correspondiente «al Cachimba», personaje insurrecto y perseguido por los percusionistas, marido de Avelina; habrá un acuerdo de silencio en torno a todas las posibles conexiones que los vinculen, surge otro pacto de silencio por temor a los represores. El vínculo con ese pariente va a ser motivo de preocupación y miedo recurrente durante todo el relato.

Desde la irrupción de los percusionistas en Hualacato sus pobladores van perdiendo todo, al mismo tiempo sienten la presión del control, saben que están ahí, «como respiraciones a destiempo» (p. 9), hasta que los hualacateños hacen un «compás de espera» dice el narrador y «en ese silencio colectivo» ponen al descubierto la vigilancia nocturna permanente de los percusionistas9. Aquí también ha habido un pacto de silencio por parte de los pobladores, la finalidad es la de disminuir sus temores ante el misterio de las verdaderas razones que traen los represores, justamente la represión.

Durante el día comienza de nuevo la locura de exigencias estridentes, con sus gritos callan a los que deben someterse. La fuerza, la violencia sofoca hasta el mínimo pensamiento. Por la noche los percusionistas salen a impedir los silencios, «van a salvar ruidos» (p. 10). Debe callarse también la voz interior, el soliloquio no puede existir, por lo tanto se produce una disolución de significados. Dice Le Breton:

La palabra es el único antídoto contra las múltiples manifestaciones de totalitarismo que pretenden reducir la sociedad al silencio para imponer su capa de plomo sobre la circulación colectiva de los significados y neutralizar así cualquier atisbo de pensamiento.


(p. 6)                


El miedo toma dimensiones tan extremas que hasta un desorden en la naturaleza, en especial entre los animales10. Este desorden natural también tiene relación con un pacto cauteloso.

Otro silencio impuesto es el de los empleados de la fábrica, se transmite en sus expresiones, son devueltos a sus trabajos a modo de premio, van en camión, apretados uno contra el otro, cargan un profundo sentimiento de temor, desesperanza y desconsuelo.

Cuando los percusionistas descubren en la casa de la tía Francisquita la foto de Avelina, todos sus parientes pasan a ser sospechosos, por ende, también los Aballay. Nuevamente comienzan los interrogatorios, dice la voz del narrador, «nunca fue tan silencioso» (p. 116). Se desestabilizan los marcos de la memoria y, por lo tanto, al quedar en juego la reputación de la tía considerada como un emblema familiar, «Coca se llevó las manos a los oídos para no seguir oyendo cuando Nabu dijo tranquilamente esa rea refiriéndose a la tía Francisquita» (p. 116). Tambalean diferentes seguridades, por un lado, el resguardo de su identidad y por otro se desequilibran aún más los campos de tensión, los percusionistas tendrán las fotos en sus manos, alegóricamente las vidas en sus manos; todo el grupo siente que sus vidas penden de un hilo. Sila dice: «Han tocado a la tía... si la han tocado a ella qué será de nosotros. La tía no está en el mundo de todos los días, está en su vestido blanco después de tantos lutos» (p. 116). Este símbolo de felicidad, el vestido blanco, ha sido silenciado voluntariamente impuesto por las desgracias familiares.

Desde el momento que vuelven los interrogatorios tan temidos, se terminan los recreos, los integrantes de la familia son separados en los distintos cuartos de la casa. Los Aballay, quedan confinados en el interior de la casa. Otra vez la frontera de cada habitación y de la casa es infranqueable. Vuelve el silencio impuesto «el silencio impuesto por la violencia suspende los significados, rompe el vínculo social» (Le Breton, 6).

Los Aballay, habían creado un código, su propio lenguaje para poder comunicarse, había sido una idea del abuelo. A los tenues sonidos de las cucharas habían agregado señas, gestos. Pero por fin son descubiertos por Nabu a través de unas fotos que les había sacado, pide explicaciones y el abuelo explica que tenían que hacer algo para pasar el cautiverio, además lo que se contaba eran cosas variadas, recuerdos. Cuando surge la pregunta esperada acerca «del Cachimba», en una metafórica imagen de hospital se produce el sacrificio del abuelo, una a una sus pertenencias, son revueltas y tiradas ningún valor y nadie que hable. Se silencia temporariamente la vida del abuelo.

El Cholo piensa en su lenguaje y en el diccionario inventado por su padre, él no puede someterse más, la casa, sus cuartos formaban como esa caja china de la memoria, una dentro de la otra. Extraña a su mujer, rompe el precinto de sus puertas, sale. En su mente reconstruye su pasado, las imágenes van apareciendo, ya no calla, su cuerpo camina por el pasillo para buscar el amor de Coca. Su cabeza llena de pensamientos y recuerdos, su alma ya no callaba. Nabu impone el poder, con su cerbatana lo hará callar para siempre. «Nabu tocó con el pie la cabeza del Cholo viendo que ya no se movía fue a buscar un balde, una palita y una escoba... barrió el azúcar, el cuchillo, el Cholo... volcó todo en un cubo de plástico y esperó hasta que llegó el camión de la basura» (p. 138).

El viejo Aballay seguía en su destierro, silenciado esperaba alguna señal, trataba de comunicarse con el interior de la casa y, desde el interior ocurría lo mismo, tenían que avisarle la muerte de su hijo, en el ideograma inventado, olvidaron de un código para los nombres, se produce un hueco, faltaban las palabras, síntoma de masividad a causa del avasallamiento traumático, debido a ello aparece el silencio de los nombres. Un día por medio de un papelito escrito que ponen en la patita de un pájaro logran avisar al abuelo. El viejo, que había sido abandonado por el percusionista para que muriera, comenzó a sacar todo aquello que guardaba en su memoria, tanto que ni siquiera tenía noción de ello, era la memoria ancestral, signos que iban construyendo su pensamiento, se produjo en él lo que Todorov dice sobre «la reconstrucción del pasado por oposición al poder»11. En el patio, mientras miraba unos pájaros, comenzó a rememorar las ideas que su hijo tenía respecto de estas aves, «los pájaros no cantan... es un modo de decir las cosas o una costumbre de vivir... Decir que cantan es negarles su lenguaje... viven, están diciendo su verdad... La Coca se llevó al Tite»12 (Moyano, 144).

Poco a poco, el abuelo piensa y también rompe su silencio, «cuando se murió el Tite estuvimos sonambuleando demasiado tiempo», luego le habla a su hijo muerto «si usted altera la ruta de un pájaro... está alterando el tiempo» (p. 144)13. Al fin recuerda desde sus marcos de memoria palabras de su padre, en ese repaso llega la evocación escondida de prácticas ancestrales, conjuro de pájaros para liberarlos. Aballay no sabía de verbos pero sí sabía de magia, el abuelo sabía mucho más de lo que nadie sospechaba. Dice Jelin, «También pueden entrañar silencios y líneas de ruptura en el proceso de transmisión generacional» (p. 34).

Finalmente, la liberación es llevada a cabo por la invocación de un rito mágico ancestral inducido por el abuelo. A modo de olvido necesario lleva dentro, las prácticas ancestrales, la sabiduría de los pueblos americanos. Eso triunfa, se libera la identidad.

La liberación de Hualacato viene de la libertad interior... «cuando entrampamos al salvador yo no quise matarlo... matarlo hubiera sido pensarlo, darle una definición, acaso un signo que no le correspondía» (p. 170).

Las fotografías, marcos de memoria que sostuvieron a la familia y que no pudieron ser silenciadas, son las que sobrevivieron a las vidas que los percusionistas, salvadores, les quitaron. Su identidad pudo sobrevivir. «Nos ha quitado todo... También nos ha quitado las palabras» (p. 37).

Al sobrevenir la liberación de la identidad, la libertad y la ruptura de los silencios es demostrada a través de las escenas destapando las ventanas de todas las casas, la elevación por los aires de Nabu y en él de todos los represores. La presencia de ríos de agua tras la tormenta como el gran diluvio purificador, señal de un comienzo. El conjuro de la naturaleza en pos de la nueva y buena vida.

Para finalizar, quiero verter un pensamiento acerca de esta novela, recreación literaria con personajes de una realidad que puede ser la de cualquier ciudadano latinoamericano en épocas de dictadura. Daniel Moyano ha manifestado y utilizado como recurso los efectos del silencio en su obra y a través de los personajes.

Así como ningún espacio de tiempo de eso que llaman la historia puede encerrar al tiempo, que como nunca empezó nunca acabará, ninguna de esas ideas puede abarcar el hombre... también es migratorio como los pájaros. En sus migraciones ha ido dejando sus huellas...


(p. 171)                


En la obra, puede notarse la sumisión de las personas, otra cosa no les queda, se protegen a través del silencio, por temor a ser incomprendidos, a perder sus vidas, su dignidad. Pero, a su vez hay un silencio en espera, igual al que se utiliza en la música, ausencia de sonido dice la definición musical, pero esa pausa introspectiva sirve para que aquellas huellas que han sido guardadas por tanto tiempo protejan la identidad, un baluarte resguardado implícitamente en el silencio, ese es su sentido. Ser libre para decir pero también para callar.






Bibliografía

  • Croce, Juan, Conversaciones con Daniel Moyano, Córdoba, El taller del escritor, Fondo cooperativo de libros libres, 2010.
  • Jelin, Elizabeth, Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI de España editores S. A., 2002.
  • Le Breton, David, «El Silencio», aproximaciones, Madrid, Ediciones Sequitur, 2006.
  • Moyano, Daniel, El vuelo del tigre, Madrid, Ed. Legasa, Narradores americanos, 1981.
  • Todorov, Tzvetan, Los abusos de la memoria, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica S. A., 2008.


 
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