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Mañanas de la Alameda de México

Tomo II


Carlos María de Bustamante





[Indicaciones de paginación en nota.1]




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[Preliminares]

Las inclinaciones que sentimos al explorar los vestigios de la antigüedad, es la cualidad más característica de un entendimiento noble que se deleita, no en satisfacer la curiosidad peculiar a una mente limitada, sino en las serias reflexiones que produce la contemplación de unos tiempos que han cesado por muchos siglos.

(EL INSTRUCTOR)




Al honorable Vizconde de Kingsborough

Milord:

He visto con agradable sorpresa los siete tomos de la espléndida obra que vuestra señoría ha publicado en esa capital con el título de Antigüedades mexicanas, y con tal motivo se ha mitigado un tanto el sentimiento que me ocupaba, viendo que la mayor parte de nuestros preciosos documentos históricos habían pasado a la Europa, privándosenos de ellos. Vuestra señoría nos ha indemnizado ciertamente en mucha parte de aquella pérdida, debiéndose llamar con justicia el Restaurador de la Historia mexicana, al mismo tiempo que el Vindicador de la gloria de un Pueblo que por los informes siniestros de los conquistadores, mereció que el oráculo del Vaticano lo declarase racional, y digno de formar una parte de la Iglesia católica.

Por tal motivo, y penetrado de gratitud a un servicio inapreciable, pago a vuestra señoría ahora el debido tributo de reconocimiento, dedicándole con la mayor complacencia el segundo tomo de Las mañanas de la Alameda de México, en que hace de interlocutora una señora inglesa, y es el vehículo de la instrucción que por medio de esta obrilla pretendo dar a las de su sexo.

Recíbala, pues, vuestra señoría con buen ánimo, y al mismo tiempo las consideraciones de aprecio y sincero afecto con que se le protesta muy atento servidor.

Carlos María de Bustamante

México, 19 de febrero de 1836.



  -I-  
El editor

La acogida honrosa que ha tenido el primer tomo de esta obrilla, ha puesto espuelas a mi deseo para continuar el segundo, y darlo a luz, a pesar de las molestas ocupaciones que me rodean, y necesidad en que estoy de asistir a las discusiones diarias del Congreso General, perdiendo lo más precioso del tiempo que pudiera ocupar en trabajarla, y que me hacen hurtarlo a la noche, destinada para el descanso. Por tal motivo, no es posible revisar escrupulosamente lo que se escribe, y mejorar la locución como yo deseara.

Paréceme que he logrado el objeto que me propuse, y fue el de instruir al Pueblo en lo que más le importa saber, que es la Historia antigua de su país, para que lo aprecie dignamente, y procure imitar las acciones heroicas de nuestros mayores, cuya memoria pretendió sepultar en el olvido el Gobierno español. Ya no se tendrán por bárbaras las naciones que habitaron en este continente, tan sólo porque no se defendieron de la agresión castellana con artillería, caballos, y mosquetes, armas fatales, que reunidas a la táctica europea dieron la superioridad a un puñado de aventureros sobre millones de hombres inexpertos en el manejo de tan ventajosas armas; veránse nuestras antiguas naciones como sociedades cultas y políticas, que no obstante hallarse separadas de la Europa, se conservaron en un orden admirable y bien regularizado; se guiaron por principios fijos de una sana moral; tuvieron   -II-   costumbres, leyes, y todo lo que caracteriza a un pueblo de sobresaliente, y admirable. Desde que se abrieron nuestros puertos al comercio libre de la Europa, se ha notado en muchos viajeros de ésta, una constante dedicación a estudiar nuestra Historia, averiguar nuestro origen, acopiar los restos miserables que apenas nos han quedado de sus antigüedades, copiar nuestras vistas, y examinar con la mayor prolijidad las célebres ruinas del Palenque, de Mictlán, Xochicalco, Caverna de Cacahuamilpa, ruinas de Uxmal en Yucatán, y otros objetos que interesan la curiosidad de los amantes de las artes. Ellos han sacado vistas de Puebla, México, volcán de Popocatépetl, para donde han hecho expediciones midiendo su altura, cono las de muchas montañas elevadas y ricas. Han comprado las más raras producciones de los tres reinos, para enriquecer los gabinetes, como la famosa piel de la enorme culebra de Guatemala que existía en la librería del Colegio Mayor de Santos, muchísimas pinturas antiguas, aun de las casas de particulares que el común del pueblo veía, si no con desprecio, a lo menos con indiferencia, cuando a los ojos de los inteligentes son obras maravillosas de la pintura de los mejores profesores de Europa en los anteriores siglos; pero lo más sensible es que se han llevado porción de mapas de la antigüedad mexicana, trabajados en papel de maguey, de palma o en mantas de algodón, en los cuales estaba consignada la verdadera Historia antigua, eran el apoyo de ella y... lo que no puede decirse sin un dolor profundo, hasta la clave de los caracteres y jeroglíficos han pasado a sus manos, dejándonos hoy a obscuras para poder interpretar lo muy poco que nos había quedado de dichos mapas y jeroglíficos. De la misma manera han trasportado preciosísimos manuscritos, robados unos de nuestros archivos, o malbaratados otros por personas poco inteligentes, de cuya ignorancia se han sabido aprovechar   -III-   los extranjeros2. Este saqueo -o dígase mejor-, esta depredación, no se ha podido impedir por una ley del soberano Congreso, iniciada por mí, y que no se ha practicado, porque el oro con que se han pagado estas producciones tiene más poderío que las leyes, y que el amor patrio. Por lo que a mí toca he procurado impedir tal desorden; pero habiendo llegado a tal punto, que si continuase por más tiempo llegaríamos a carecer totalmente de los más preciosos documentos para escribir la Historia, me he creído con obligación de conciencia de hacerlo hasta donde alcancen mis cortas luces para instrucción del común de nuestro pueblo, valiéndome de los pocos manuscritos que nos restan, y que si no se   -IV-   imprimen pronto, o a lo menos se redactan en lo substancial, también pasarán dentro de pocos años a Europa. Por desgracia los escasos y apolillados que hay en México de más de dos siglos de antigüedad, están escritos de aquella pésima letra e inteligible de los años posteriores a la Conquista3: lo están además en un mexicano castizo y puro que entienden hoy muy pocos, porque el que se habla es bárbaro y adulterado con multitud de voces castellanas; esto a la verdad es muy triste: tamaña desgracia sólo puede repararla, en parte, la generosidad del VIZCONDE KINGSBOROUGH, noble lord de Inglaterra, que con la magnanimidad de un príncipe protector de las letras, ha hecho una colección de antigüedades mexicanas con bellísimas estampas, sacadas de la colección del virrey Mendoza, y de los museos y bibliotecas principales de Europa, en cuya edición ha gastado sumas increíbles de dinero, como lo manifiestan los siete tomos en imperial que existen en la secretaría de Relaciones, comprados por el Gobierno, y cuya obra continúa aumentándola. Este caballero debe mirarse como el reparador, y vindicador de la gloria de nuestra nación, eclipsada por el desprecio con que fue tratada   -V-   por los conquistadores que equipararon a nuestros mayores con las bestias, convirtieron en problema su racionalidad y necesitaron de que la vindicase el venerable señor Palafox en su precioso tratado De las virtudes del indio, y que el oráculo del Vaticano pronunciase su fallo favorable.

No sé si habré desempeñado el objeto que me propuse al redactar esta obrilla. Escribir una historia antigua, y escribirla en diálogo, es empresa difícil. Es verdad que éste proporciona la gran ventaja de la variedad, que hace menos enfadosa la lectura; pero es menester sostener hasta lo último el carácter de las personas interlocutoras, que las preguntas fluyan de la naturaleza o entrañas del asunto que se trata, y que no parezca ser una misma la persona que se pregunta, y se responde. Es además indispensable afectarse de los sentimientos de los interlocutores; la señora ha de hablar como cortesana, y no como villana, y el caballero como tal. Es también necesario tomar los modismos de nuestras señoritas, cosa dificilísima, principalmente con respecto a las damas mexicanas, dulces, amables, agudas, chistosas y muy finas en su crítica; sólo así puede llenarse aquel sabio precepto de Horacio, que dice:


Ni el asirio se explique
como el nacido en Colcos,
ni se aplique de Argos al ciudadano,
el estilo que es propio del tebano.



Ya he indicado en el primer tomo los escritores que he tenido a la mano para arreglar mis trabajos: he confesado que el padre Clavijero ha sido uno de los historiadores más principales y clásicos que he tenido a la vista; pero principalmente he desfrutado a placer, los manuscritos del licenciado don Mariano Veytia, para cuya publicación convidó a los mexicanos un sabio modesto -el señor don Francisco Ortega- en 1820, ofreciendo   -VI-   dar mensualmente un número de ocho pliegos; pero no tuvo efecto este proyecto, tal vez por las circunstancias políticas de aquel año y el siguiente, en que todos se ocuparon del gran negocio de consumar la Independencia, comenzado en el pueblo de Dolores. Esta preciosa obra puede ponerse al lado de la de Clavijero. Según asegura el señor Ortega, ambos escribían casi a un mismo tiempo... y sin saberlo, en lugares muy distantes, el uno en Italia, y el otro en Puebla, y sin embargo de que aquél llegó a tener noticia de los trabajos del señor Veytia, es de creer que esto fuese después de concluidos los suyos; persuadiéndolo así el que en el catálogo de los historiadores mexicanos que se lee en el principio de su Historia antigua de México, no hace mención del señor Veytia, refiriendo en él los que habían sido reconocidos por escritores de la América mexicana. Es ciertamente -añade el señor Ortega- digno de lástima que estos diligentes escritores hubiesen estado separados por tan larga distancia, sin haberse comunicado recíprocamente sus luces. Clavijero así lo deseaba, como se infiere de dicha carta, y si sus deseos se hubiesen realizado, acaso se gloriarían hoy los mexicanos de tener una historia antigua completa, y en la que no se pudiera apetecer más, a lo menos en lo relativo a la parte política.

Muy bien podrá ser que los votos del señor Ortega se hayan llenado en parte; porque después de hecho el anuncio suyo para la edición de la obra del señor Veytia, he tenido el honor de publicar en los años de 1829 y 30 la grande obra del padre Sahagún, en que se da la más completa idea del pueblo mexicano en todo lo relativo a una nación guerrera, y civilizada, no menos que de su conquista; y además he tenido presentes varios apéndices del sabio padre Mier, la vida de Moctheuzoma, y sobre todo el manuscrito autógrafo del mismo padre Sahagún, en que escribió por segunda vez la historia de la Conquista   -VII-   enmendando la primera, y añadiéndole hechos importantísimos que estaban ocultos, y que descubren secretos de horror que avergüenzan a los conquistadores. Este singular documento existía en el archivo de la Academia de la Historia de Madrid, y sólo pudo ver la luz por la circunstancia de habérselo robado los franceses en el saqueo que hicieron el día 2 de mayo de 1808, cuando se amotinó aquel pueblo por la salida del último resto de la familia real para Bayona, y logró rescatarlo cierto personaje que existe en México, y me lo dejó copiar. Últimamente, he tenido en las manos la compilación que hizo el padre Vega, franciscano, de documentos preciosos antiguos, de orden del Conde de Revillagigedo para remitir a España, y que sirviesen al doctor Muñoz que estaba escribiendo su famosa Historia del Nuevo Mundo. Como he diferido en no pocas cosas del sabio padre Clavijero, me veo precisado a indicar la causa de esta diferencia, que parecerá a muchos escandalosa por la justa reputación que goza en la república literaria este escritor clásico; esto me obliga a entrar en explicaciones que no serán despreciadas por mis lectores que tienen un justo derecho para exigírmelas; pues en la historia no debe tener lugar la ficción, que sólo viene bien en un poema épico. Ella debe escribirse sobre hechos incuestionables, y el que se desviase de este principio, menos merece llamarse historiador que romancista. El señor Veytia llevó la más estrecha amistad con don Lorenzo Boturini Benaducci, y tanto, que lo nombró su albacea. Ambos sabios poseían el idioma mexicano, se conferenciaban sus dudas, y escribían su historia sobre hechos que tenían averiguados, y rectificados muy prolijamente. Todos saben que Boturini emprendió escribir una historia general de la América septentrional, fundada en copiosos materiales de figuras, símbolos, caracteres, jeroglíficos, cantares... y manuscritos de autores indios, nuevamente descubiertos.   -VIII-   Tal es la idea o ensayo que publicó en Madrid el año de 1746 en la Imprenta Real, dedicado a Fernando VI, y que no pudo realizar por el escandaloso y criminal despojo que el Gobierno de México hizo de todos sus materiales y copioso museo, el más selecto que hemos tenido; es preciso transmitir a la posteridad la historia de un acontecimiento el más deplorable que pudiera ocurrir a la literatura mexicana, y del que puedo hablar con fundamento, porque tengo en las manos el proceso original que se le fulminó en esta ciudad.

Boturini, hombre muy piadoso, solicitó del ilustrísimo Cabildo de San Pedro de Roma un despacho para coronar a la Santísima Virgen de Guadalupe de México con corona de oro, como se acostumbra en Italia4, y se le otorgó con las correspondientes instrucciones que para tales casos se expedían en Roma, a once de julio de 1740, autorizado de don Simón Branciforte, canónigo secretario de aquel Cabildo. Recibiolo en México inopinadamente por vía directa y lo presentó al real acuerdo de oidores en 1 de marzo de 1742, y en 19 de julio del mismo año se le dio pase sin obstáculo alguno. Creyose Boturini autorizado para realizar una comisión tan conforme con los sentimientos piadosos de su corazón, y comenzó a solicitar de la devoción de los mexicanos le auxiliasen con las limosnas que pudiesen, así para los gastos de la fiesta de la coronación que debía hacerse con mucha solemnidad, como para que la corona de la Virgen se trabajase con el esmero y pulidez posible. Llegó el virrey Conde de Fuenclara a Xalapa, viniendo de España, y el alcalde mayor de aquella villa puso en sus manos el despacho impreso del Cabildo de San Pedro de Roma, en cuya virtud le interpelaba Boturini para que solicitase en su distrito algunas cantidades para ejecutar la coronación;   -IX-   el Virrey mandó que se recogiesen cuantos despachos de igual naturaleza se hubiesen expedido por Boturini, y además todas las limosnas y oblaciones que hubiese colectado: asimismo dispuso que a éste se le recogiese también el del Cabildo de San Pedro, formándosele causa. Para la instrucción de ella comisionó al alcalde del crimen don Antonio Rojas de Abreu. Compareció ante este magistrado Boturini en 28 de noviembre, y exhibió porción de documentos con que probaba su ilustre cuna y nobleza tan antigua, que contaba novecientos catorce años, al mismo tiempo que su educación fina y literaria en Milán, habiendo nacido en la villa de Londrio, obispado de Como, donde tenía posesiones. Exigiéronle los documentos de correspondencia que había llevado en esta cuestura, y las cantidades y alhajas que había recibido, y todo lo exhibió con una escrupulosidad y exactitud, que de luego a luego mostraban su probidad y honradez. Los documentos o cartas originales exhibidos, fueron en número de 23. Nótase en sus respuestas tanto sabiduría, como moderación y firmeza... «Espero -dijo- que su excelencia declare benignamente, si he de continuar o no esta correspondencia, pues no ambiciono otra cosa que obedecer, con la fina expresión de Tácito: Tibi sumum rerum judicium Dii dedere... mihi obsequi gloria relicta est». Cuando se explicó de este modo ignoraba la terrible nube de rayos que tenía sobre su cabeza. Examinado sobre el modo y objeto con que había venido a esta América dijo que con los poderes que le otorgó la señora doña Manuela de Oca, Silva, y Moctheuzoma, condesa de Santibáñez, para cobrarle en las cajas reales de México, la pensión que el Rey de España le había dado de un mil pesos anuales a título de alimentos, como lo probó entre otras cosas con carta de dicha señora. Agregados los documentos que entregó a la causa, se dio vista al fiscal del Rey, Vedoya, quien recriminó la conducta de Boturini, porque cuando solicitó   -X-   la coronación de la Virgen de Guadalupe, ofreció hacerlo a sus propias expensas, y de consiguiente no debió hacer cuestura; porque el arzobispo virrey, que entonces era don Juan Antonio Bizarrón, de quien solicitó Boturini el beneplácito para realizar la coronación, se había negado a ello por no haber sido pasado el despacho del Cabildo de Roma por el Consejo de las Indias, como lo dispone la ley 2.ª, título 21, libro 1 de la Recopilación de Indias, cuya resolución no pudo derogar el pase del real acuerdo de oidores de México, cuya postulación fue propia de Boturini, y no de los Cabildos eclesiástico y secular de esta capital: porque el costo de la fábrica de semejantes coronas parece del tenor del despacho consistir en un legado, y dotación hecha para este fin por el conde Alejandro Esforzia Palavizino, fundador de esta obra pía, y que con esta expresión la ofrece y consagra a la santa Imagen que ha de coronarse por el Cabildo de Roma, remitiéndola al obispo o dignidad a quien se comete el acto de la coronación. Sobre este cargo le hizo el fiscal, el de haberse tomado por sí Boturini la libertad de escribir cartas, y recoger limosnas, haciéndose él mismo ejecutor del despacho; y presumiendo que habría recogido mayores sumas de alhajas y dinero, de las que habría exhibido, sin haber precedido licencia del Gobierno como lo disponen las leyes de Indias. Una de las circunstancias que se exigían en el despacho era que en la corona se habían de grabar los escudos de armas de la sacra Basílica Vaticana, y del conde Alejandro Esforzia Palavizino, sobre lo cual hizo mucho alto el fiscal, suponiendo que se ofendían las regalías del Monarca español, puesto que éste tenía el patronato de la Colegiata de Guadalupe, y quedaban vulneradas. Concluyó pidiendo se recogiese el despacho de Boturini, las copias que de él hubiese esparcido, y las dádivas y dones que en su virtud se hubiesen recaudado, depositándose éstas en un   -XI-   cajón en las cajas reales, o nombrándose un depositario, tomándose razón de los donantes. Por lo respectivo a la persona de Boturini, pidió que se asegurase en prisión, por las resultas que pudiese tener esta causa, que se secuestrasen sus bienes y papeles que se le hallasen, separando el juez del proceso, no sólo los que tratasen del asunto de la coronación de Nuestra Señora, sino todos los que advirtiese que conducían a efectos del real servicio; y finalmente, que en primera ocasión oportuna se le mandase a España para que se retirase al lugar de su domicilio. Este pedimento fue aprobado por el asesor general del Virreinato don Antonio Andreu, y en 30 de enero de 1743 se decretó por el Virrey el arresto que ejecutó personalmente el juez, acompañado del escribano Francisco de Paula Butrón, y fue sacado de su casa y trasladado a la del Ayuntamiento de México5. Haré mención de lo conducente a nuestro propósito, para no hacer esta lectura demasiado empalagosa. Dijo al juez de la causa: «Que deseoso de imitar las pisadas de su tío abuelo el filósofo Locatelli, luego que vino a esta América meditó dedicar su pluma y trabajos en gloria y culto de Nuestra Señora Patrona de Guadalupe, habiendo corrido muchas provincias de los indios para indagar las pruebas contemporáneas al portentoso milagro de sus apariciones... dormiendo en pueblos yermos de dichos naturales por el suelo de sus casitas y chozas, y tal vez prevenido de la noche en los mismos caminos con tan pesados trabajos, que humanamente no los puede ponderar, siendo tan difícil el tratar con los indios, que son en extremo desconfiados de todo español, y esconden sus antiguas pinturas   -XII-   hasta enterrarlas, y sucedió -cosa que merece especial atención- que a medida que iba don Lorenzo alcanzando algunas noticias de la historia de la Divina Señora, lograba alcanzar algunas piezas de la historia general de este reino; y aumentándosele de esta suerte el trabajo, acudió a una y otra, animado de ofrecer a Su Majestad el importante servicio de escribir dicha historia general, aunque no hubo quien en materia de tanta gravedad echase el pecho al agua, sino su sola persona, habiendo conseguido a puro y porfiado trabajo, y gasto inmenso de su bolsa, sin fomento alguno, como veinte tomos manuscritos, los más de autores indios, y un prodigio de mapas historiados con figuras, caracteres y jeroglíficos en papel indiano, pieles de animales, y lienzos de algodón». En el secuestro que se hizo de los bienes de Boturini aparece a fojas 30 un archivo con diferentes volúmenes, pinturas, caracteres, jeroglíficos y algunos papeles concernientes a la historia general de estos reinos por toda la sucesión de los tiempos, que según informe de dicho caballero Boturini es desde la confusión de las lenguas en Babilonia, origen de los indios, su emigración a estos países, su duración en ellos, sus imperios, sus príncipes que dominaron, con noticias individuales de la duración de cada uno en el tiempo de su gobierno, y de los que en él sucedieron; y asimismo del gobierno político y militar, hasta la conquista de este predicho reino hecha por los españoles.

Ítem, se inventariaron y quedan en dicho archivo diferentes mapas y manuscritos de la conquista referida, formados por los indios reducidos por aquel tiempo. Ítem. Algunos papeles en forma de rueda que dicho caballero dijo ser sistemas matemáticos de los indios antiguos, y primeros fundadores de este imperio, que contienen el ciclo solar, el año lunisolar con sus distintas neomenias, las observaciones que hicieron   -XIII-   los naturales sobre la agricultura, y asimismo unas tablas cronológicas, hechas desde la creación del mundo hasta este presente año»6. Por este tenor está formado el inventario de cuantos documentos tenía relativos a la Historia antigua mexicana, de los que también da idea Boturini en la obra que publicó después en Madrid, de que se ha hablado; pasáronse a la Universidad, y después a la secretaría del Virreinato, de donde se robaron todos, y de ellos se franquearon al señor arzobispo cardenal de Lorenzana para ilustrar las cartas de Cortés, y que sin duda su eminencia no entendió, porque ni poseyó la lengua mexicana, ni trató con los indios como Boturini, ni dormió en sus chozas y se familiarizó con ellos entrando en sus secretos, que se abstuvieron muy mucho de revelar a los españoles, a quienes odiaban.

Es, pues, visto por lo dicho, que cuanto se ha añadido de nuevo a esta historia, está fundado en los conocimientos que adquirió Boturini en este país, instruyéndose por sí mismo en los mapas, jeroglíficos, cantares, tradiciones y observaciones particulares, que a merced de asiduo y penoso trabajo, consiguió de los indios. Que comunicó estas ideas con el señor Veytia, el cual uniendo sus trabajos a los suyos, formó dicha historia, y de tal manera se unió a él, que siguió hasta su mismo plan, comenzando su relación desde la dispersión de las gentes de la torre de Babel. ¿Quién podrá negar que esta clase de documentos son el fundamento de nuestras historias antiguas, lo mismo que las tradiciones de padres a hijos, las fiestas y los cantares? Por otra parte, ¿quién no admira la coincidencia   -XIV-   que hay en la relación substancial de los hechos, formada por Veytia y Clavijero, a pesar de la distancia en que escribían, sin comunicarse el uno con el otro? ¿No es verdad que en buena crítica tenemos por exacta la versión de los Setenta de la Biblia, por cuanto Tolomeo Filadelfo que los reunió para un mismo objeto separándolos, y a pesar de esta separación todos convinieron en un mismo sentido? ¿Pues por qué no nos ha de servir de criterio el mismo principio de coincidencia para estimar como exacta y fiel la historia de estos dos escritores? Por otra parte: ¿quién no admira la exactitud con que se denominan las personas que figuran en esta historia, el lugar donde existieron, la concatenación de los hechos, y hasta el día, mes y año en que se verificaron? Finalmente, ¿quién no reconoce en las declaraciones judiciales de Boturini un hombre formado en los mejores principios de bella literatura, y cuál acaso no había tenido ninguno de los escritores que le precedieron, capaz de formar el vasto plan de una historia, y cuál -como él dice- nadie había osado emprender? No me olvido de que hablando de Boturini, el sabio Clavijero ha dicho... El sistema de historia que había formado, era demasiado magnífico... y fantástico; mas a esta calificación respondo con el mismo padre Clavijero lo que él ha dicho en el catálogo de escritores que menciona hablando de Chimalpain... que Boturini tuvo copia de las obras de todos los antiguos escritos de los indios -que Clavijero deseaba mucho poseer-; vio la Crónica mexicana de Chimalpain, que contiene todos los sucesos desde mil sesenta y ocho hasta mil quinientos noventa y siete de la era vulgar. ¿Qué mucho, pues, que un hombre que había estado sobre todos los que le precedieron, hubiese pretendido acometer tamaña empresa? Por eso se ha dicho, y con razón, que los modernos saben más que los antiguos, porque están sobre ellos, los llaman a juicio, los analizan, y pronuncian su fallo sobre   -XV-   sus escritos. Que los indios, aun los del día, conservan mapas de sus mayores, los registran -aunque en silencio-, y los registrarán con mayor precaución, por el mayor peligro que hay hoy de que se los lleven a Europa, lo he demostrado en el discurso que precede a la publicación que hice de la relación décima tercia de don Fernando Alva Ixtlilxóchitl, a que me remito, y lo acaba de comprobar el magnífico mapa de los reyes de Texcoco que existe en el museo, y era propiedad del reverendo padre Rojas, ex provincial de los dominicos, que había guardado, y nadie supo de su existencia hasta después de muerto. No será pues extraño, que en lo sucesivo se aumente nuestra Historia mexicana, y que en ella se nos refieran hechos ignorados por los escritores que nos han precedido. ¿Quién tenía idea, en los días de Boturini y Clavijero, de las antigüedades famosas del Palenque, que hoy son objeto de las investigaciones de los viajeros de la Europa? ¿Quién de las preciosas curiosidades y bellos edificios de Uxmal en el departamento de Yucatán, que acaban de descubrirse, y donde el más sabio arquitecto se pasma, mirando multitud, y variedad de adornos y de bajos relieves que decoran las fachadas de las casas, con ornatos de una singular escultura, desconocida en los más antiguos y cultos países de Grecia y Roma? ¿Y cuánto estudio no prepara esto a los curiosos anticuarios para descubrir el origen de las naciones que poblaron este continente, y que nos han dejado reliquias tan preciosas? Desengañémonos: el mundo de Colón ha estado cerrado para los sabios, y solamente abierto a los españoles, para sacar de él inmensos tesoros de oro y plata, que han enriquecido a las otras naciones de Europa, dejando tal vez más pobre a la España, que lo era en los días de la Conquista. ¡Qué empeño no tomó su Gobierno para impedir que la luz de la filosofía penetrase hasta nosotros, y olvidásemos hasta la memoria de nuestro origen! ¡Qué acucia   -XVI-   en prohibir que se escribiese la Historia de nuestro país, decretando leyes insertas en el código de Indias, para que no se publicase sino lo que pluguía al Consejo Real! Este pretendido olvido de lo pasado, sólo puede compararse con el que Dios quiso tuviese Loth cuando lo convirtió en estatua de sal, porque osó voltear la cara hacia Sodoma, de quien quería que totalmente olvidase su memoria. Boturini vino a recordárnosla, y esta pretensión consumó su ruina, como voy a demostrar con otras constancias de su proceso.

Cuando se le embargaron sus papeles, se pasaron a las cajas reales con el dinero y alhajas que había colectado para que se trabajase la corona de Nuestra Señora de Guadalupe: entonces no se formó a su presencia el inventario que debía haberse hecho. Eran pasados cinco meses de esta ocupación, cuando el Virrey mandó se hiciese dicho reconocimiento por ante el oidor don Domingo Valcárcel, juez destinado a la persecución de los extranjeros; con tal motivo, y presumiendo fundadamente que hubiese habido algún robo de su precioso museo, se negó a presenciar dicho inventario, como también porque no había habido mérito para encausarlo, ni oído sus descargos, y así no estaba en el caso de consentir ni acceder a semejante providencia. Estrechándosele por el juez a ello, apeló para ante la real persona. Por auto de 9 de septiembre, el Virrey repitió su decreto estrechando a dicho oidor a que lo hiciese efectivo, añadiendo estas palabras, dignas de la boca de un sultán: «Pues sabe -el juez comisionado- que a los reos de esta naturaleza no se deben oír...». Valcárcel, llevando a efecto tan bárbaro decreto, y viendo que se negaba a obedecerlo Boturini después de requerido hasta por tercera vez, lo mandó poner inmediatamente en una bartolina de la cárcel de corte, trasladándolo a ella con dos soldados armados de chuzos, que custodiaron el forlón en que fue conducido preso.   -XVII-   No obstante esta severa providencia, Boturini persistió en su resistencia, y fue hundido en la bartolina número 4 de la cárcel de corte; más abrumado de miseria, empeñada o malbaratada su ropa, porque ni aunque comer se le daba, hubo de ceder a la imperiosa ley de la necesidad, y pasó a las cajas a presenciar el inventario de sus preciosos papeles, cuya descripción ocupa desde la foja 48 vuelta, hasta la 80 del proceso. En este estado dio el Virrey por concluso el proceso sin audiencia de Boturini, pues no llegó a alegar en él, y en 7 de octubre mandó se diese cuenta al Rey con testimonio de lo actuado, y que el conductor de cargamentos reales a Veracruz lo entregase en aquel puerto al gobernador de la plaza, remitiéndolo a España bajo partida de registro, como se verificó. Pudo haber contenido la furia y saña del Virrey el informe que dos días antes dio a favor de Boturini el oidor Valcárcel, disculpando los procedimientos de este desgraciado, en cuya conducta no halló dolo malo, y que los pasos que dio para conseguir la coronación de Nuestra Señora de Guadalupe sin previo pase del Consejo, fue efecto de una indiscreta devoción e imprudente celo. Manifiesta asimismo la pureza de su conducta, pues del expediente no resulta que hubiese usurpado, ni tomádose nada para sí de las limosnas que recaudó, ni medrado nada, pues en la prisión se halla -son sus palabras- con sumas miserias y desdichas, comiendo y manteniéndose de limosna como cualquiera mendigo. Tal suerte cupo al virtuoso y benemérito literato don Lorenzo Boturini, la misma que por lo común han tenido los sabios en España. Privando a la América de sus luces se perdió una antorcha hermosa de su Historia; sus preciosos documentos se han visto con el más alto desprecio por los oficiales de la secretaría del Virreinato, siendo objeto de la irrisión los jeroglíficos, figuras y caracteres mexicanos, cuya inteligencia sólo   -XVIII-   le era dada a su compilador, adquirida con indecibles afanes; perdió igualmente la historia de Nuestra Señora de Guadalupe, quizá el único hombre que pudiera poner en claro las dudas que se han presentado para la comprobación del milagro de la Aparición de la Virgen en Tepeyac. He creído que me tocaba vindicar la memoria de Boturini, a fuer de agradecido al amor que tuvo a este suelo, y al esmero con que ha presentado a la nación mexicana como uno de los pueblos más ilustrados de la tierra. Sentados estos hechos, mis lectores conocerán la justicia con que he preferido no pocas relaciones de Boturini, redactadas por un hombre tan sabio y juicioso como el señor don Mariano Veytia, el cual supo separarse de las opiniones de aquél en lo que creyó justo, difiriendo en el de cálculo de cuatro años en sus tablas cronológicas.

Los que hubiesen leído al padre Clavijero, extrañarán mucho haya yo creído que el triunfo que obtuvieron los mexicanos sobre los tecpanecas se debiese casi exclusivamente a Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, cuando por el contrario aquel sabio escritor lo concede a los mexicanos, suponiendo que éstos repusieron a aquel príncipe en su trono, y en vez de ser su auxiliador, por el contrario él fue auxiliado de ellos, y sin su cooperación habrían quedado esclavos de Maxtla. Debo responder a esta observación -por si alguno me la hiciere-, preguntándole: ¿Qué eran los mexicanos cuando los tecpanecas se declararon sus enemigos, y su rey tirano le hizo quitar la vida a Chimalpopoca, arrestándolo, y enjaulándolo en su misma capital, sin que nadie osara oponerse a este procedimiento? ¿Hasta dónde se extendía su imperio, y con qué recursos contaban para extender su dominación por este continente? La respuesta es demasiado sencilla y exacta... eran casi nada; apenas poseían una parte de la laguna, pues el resto de ella lo ocupaban los tecpanecas, texcocanos y xochimilcas,   -XIX-   y la parte litoral por el rumbo del sur estaba rodeada de poblaciones fuertes como Coyoacán. ¿Y cuáles eran los recursos de Netzahualcóyotl? ¿Eran iguales? No por cierto. Éste poseía a Texcoco su corte, que entonces excedía a México en población, y además contaba con los auxilios de Tlaxcala, Huexotzinco, Tepeaca, Chalco, Quauhtlinchán y Huexotla, con multitud de afectos de muchas partes, que le proporcionaban auxilios de toda especie. Conque he aquí que justamente se ha dicho que los mexicanos fueron protegidos por dicho príncipe, y no al revés. Veremos demostrada esta verdad cuando leamos en la Historia que la triple alianza fue obra suya, que él por solas sus fuerzas conquistó a los xochimildas, y si se prestó a las insinuaciones del Senado de México y de su rey Ixcóatl para dividir con los mexicanos lo que se conquistase cuando trató de redondear su reino, y poner término a la guerra, fue, o por impulsos de la gratitud que debía a los mexicanos que lo asilaron durante su persecución de Maxtla, o cediendo a las circunstancias de no tener algún día a los mismos mexicanos de enemigos, excitados por la ambición de su rey Ixcóatl, que astuto y avaro no veía de buen ojo su exaltación y engrandecimiento, y procuró tomar la ocasión por los cabellos para engrandecer su imperio. Espero que el curso de la Historia hará ver a mis lectores la exactitud de estas observaciones.







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Conversación primera

Myladi y mister Jorge. Henos aquí, amada señorita, buenos y sanos, y con el gusto de ver a usted robusta y en este ameno lugar donde tuvo principio nuestra amistad y cariño, por lo que me es muy más apreciable que por las bellezas que en ella ha prodigado la naturaleza. Deseábamoslo tanto, como el regresar al país donde vimos la primera luz.

Doña Margarita. La ausencia de ustedes se ha hecho demasiado larga. Todas las mañanas venía a ocupar este mismo asiento: al divisarlo buscaban ansiosamente mis ojos a ustedes, creía verlos, oírlos, y sentía lo que no pueden explicar los amantes ausentes, que conservan la memoria de lo que aman con dulces ilusiones; pero quitémonos de cumplimientos. ¿Qué les ha parecido a ustedes Zacatecas? ¿Qué juicio han formado de aquella ciudad, de sus habitantes, y riqueza de sus minas?

Myladi. No me es posible explicar lo que he sentido: en breve diré a usted que es país de mucha riqueza, y mucho mayor sería si abundara el azogue que hoy en día está a precio muy alto, y no costea el beneficio de muchos metales que por falta de este ingrediente están arrumbados en los terrenos: no sé cómo es que teniendo ustedes muchísimas minas de   -2-   este metal, no se dedican a extraerlo de sus minas, y lo compran a mis paisanos que monopolizan con él, revendiéndoles el que compran de primera mano a los españoles... Ustedes son pobres en medio de las riquezas, y no tienen dinero cuando pisan sobre un pavimento de oro y plata. Diré también que he conocido allí la omnipotencia del dinero, pues que sus habitantes han trocado un lugar peñascoso, árido y frío, en una ciudad donde se desfrutan todas las satisfacciones de una sociedad regularizada. Mil veces me preguntaba a mí misma: ¿Cómo es que en estos mismos cerros pelados donde en tiempos atrás se anidaban las fieras, hoy se gozan los encantos de la música, el entendimiento desarrolla sus conceptos sublimes, y se trazan tantos planes de felicidad para los moradores de esta región? ¿Quién ha producido esta metamorfosis? Mas luego oía en el fondo de mi corazón esta única, pero muy enérgica palabra, que decía... El dinero... el dinero, y siempre el dinero: he aquí sus maravillas, porque amiguita... después de Dios Omnipotente, el dinero es su teniente. Allí vi una moneda construida en 1810, en cuyo anverso estaba grabada la Bufa o cerro principal de Zacatecas, y vi unas letras iniciales que eran L. V. O., no faltó quien me explicase su sentido... Todo lo vence el trabajo7, he aquí sus maravillas. Dijéronme que éste era el blasón de aquella ciudad, concedido a Zacatecas por el Gobierno español... A fe -dije para mí- que esto es exacto, porque sin un ímprobo trabajo no pudiera aquí haberse construido esta ciudad entre peñascos, ni levantádose algunos bellos edificios que la adornan. Por la que toca a sus gentes, digo que les he debido muchas consideraciones: son hospitalarias, generosas, dulces y afables; en fin, son mexicanas, y esto basta para dar idea de que tienen virtudes; sólo sí hallé un contraste espantoso entre las gentes principales y de mediana esfera con la gente minera, que es dura y terrible, como que está familiarizada con multitud de peligros en el laborío de las minas, en que a cada paso puede decirse que desafían a la muerte. Bajé a una mina y temblé al ver aquellas regiones subterráneas, imagen del infierno: vi la dificultad que hay de sacar la plata, y me admiré de que haya tantos pródigos de este precioso metal; entonces bendije las labores pacíficas de la agricultura que proporcionan al hombre su bienestar, sin exponerse a peligros de la vida. Mi estado allí me proporcionó algunas satisfacciones que habrían sido mayores si usted nos hubiese acompañado, porque el   -3-   hueco que usted dejó en mi corazón, solo con usted se habría llenado.

Doña Margarita. Gracias por todo; sepa usted que está correspondida, y que nada nos vamos a deber la una a la otra.

Myladi. Tengo presente que en nuestra última conversación dejamos a Netzahualcóyotl campado en las inmediaciones de Tlaxcala, esperando la reunión de tropas que debía hacerse en aquel punto para venir a recobrar su imperio.

Doña Margarita. Alabo la memoria de usted: puntualmente ahí quedamos cuando usted me dio el trompetazo del juicio anunciándome su viaje. Muy bien; mas será preciso que por ahora dejemos allí a nuestro príncipe, pero no penando, ni haciendo penitencia como los caballeros tecuhtlis, ni sufriendo empellones para probar su constancia y valor, sino formando planes alegres para hacer la felicidad de los texcocanos, después de restablecido en su trono. Demos entretanto un vistazo sobre lo que pasaba en México después de muerto en una prisión el desgraciado Chimalpopoca, y lo mismo en Tlatelolco.

Myladi. Me parece muy bien para seguir el hilo de la historia.

Doña Margarita. Grande fue la consternación que causó en México y Tlatelolco la muerte de sus reyes, y tanto el terror y espanto que concibieron ambos pueblos del tirano Maxtla, que no sólo no se abstuvieron de moverse contra él, pero ni aun a hablar de elegir un rey considerándose de todo punto subyugados al de Atzcapotzalco, y esclavos de los tecpanecas. Por otra parte, Maxtla con la fuga de Netzahualcóyotl, y noticias exactas que ya tenía de que no sólo le favorecían los príncipes de más allá de los montes, sino muchos de lo interior, estaba sobrecogido de temor, y ocupado su pensamiento en este negocio; todo su anhelo era haberlo a las manos vivo o muerto para sacudirse de este gran cuidado.

Viendo, pues, los ancianos que componían el Senado de México tan ofuscado a Maxtla en tal asunto, creyeron que ésta era la coyuntura más favorable de volver sobre sí y restaurar su libertad, eligiendo un nuevo rey que fuese el centro de su unión. Juntáronse para esto todos los que formaban aquel cuerpo; tomó uno de ellos la palabra exhortando a los demás a no pasar el tiempo en inútiles cuestiones y disputas, ni en querer satisfacer cada cual sus propios intereses y pasiones, sino que unidos al único objeto, que era mirar por el bien del Estado, pusiesen sus ojos en un caudillo que por su prudencia, sabiduría y valor, pudiera defenderlo de tamaños peligros y restablecer la nación a su esplendor. Izcóatl reunía tan bellas partes   -4-   por lo que era mirado con respeto superior. Era hermano bastardo de los dos reyes anteriores, hijo segundo de Acamapichtli, habido en una esclava suya aunque de noble estirpe, no era viejo, pues se acercaba a los cincuenta años, y los mexicanos tenían bien experimentada su prudencia y valor: habíase ejercitado desde su juventud en el manejo de las armas y, después, en el mando de las tropas, siendo uno de los más famosos capitanes de su tiempo; ni estaba menos versado en la dirección del gobierno al lado de su desgraciado hermano Chimalpopoca; por tanto, todos le creyeron el más digno de ocupar el trono, y sin titubear sufragaron con sus votos a la elección. Hallábase en el mismo senado Izcóatl, y viéndose aclamado de todos por monarca, aceptó la corona, y dio las gracias a los electores con expresiones propias de su cordura. Avisose al pueblo de su elección que fue aplaudida generalmente; todos concurrieron a saludarlo rey, y sin esperar a otro día, porque así lo exigían las circunstancias del tiempo, se celebró la jura y coronación, prestándosele el juramento, de obediencia y fidelidad. Este día fausto para los mexicanos fue según el cómputo del señor Veytia, el 27 de julio de 14278.

Concluida la ceremonia, y antes de levantarse Izcóatl del trono en presencia de un numeroso concurso, un senador -según el mismo autor- tomó la palabra y felicitó al nuevo monarca en estos términos: «Hijo muy amado nuestro. Sea en buen hora vuestra exaltación al trono que ocuparon vuestros padres y hermanos; pero sábete que eres coadjutor de los dioses y estás en su lugar. Por lo mismo te has de mirar mucho en tus acciones, siendo todo ojos, oídos, pies y manos para procurar el beneficio común de todos tus súbditos. Acuérdate de tus mayores para imitar sus heroicos hechos defendiendo y amparando a los tuyos, hasta dar la vida por ellos si fuese necesario. Mira a las viejas, viejos, y niños y niñas, que aquéllos por su larga edad, y éstos por sus pocos años, se consideran ya miserables víctimas de la soberbia tecpaneca; siendo unos y otros incapaces de defenderse de ella, ni de huir el cuerpo a los males que se les preparan. Todos ellos están pendientes de ti, y sobre ti tienen fija su vista: en tu persona y en tu corazón han depositado, no menos que en tus manos, su esperanza. ¡Ea pues!, desplegad vuestro manto para abrigar y cargar sobre vuestros hombros a los pobres   -5-   desvalidos de este pueblo: volved por el honor de vuestra patria; defended a vuestros hijos, y restaurad la gloria del nombre mexicano. No os acobarden los trabajos y penalidades que se os preparan, acordándoos de la constancia con que los sufrieron vuestros mayores, que aunque yacen sepultados so la tierra, vive aún inmortal su nombre, y no lo será menos el vuestro si supiereis imitarlos». El padre Clavijero presenta esta arenga de felicitación en términos más sencillos, poniendo en boca del orador estas brillantes palabras, con que recuerda al nuevo soberano las obligaciones de tal. «Todos, ¡o gran rey!, dependemos de vos ahora en adelante. En vuestros hombros se apoyan los viejos, los huérfanos y las viudas. ¿Tendréis ánimo para sostener esta carga? ¿Permitiréis que perezcan a manos de nuestros enemigos los niños que gatean por la tierra? Vamos, señor, empezad a extender vuestro manto para cobijar y llevar en hombros a los pobres mexicanos, que se lisonjean con la esperanza de vivir seguros bajo la fresca sombra de vuestra benignidad». No está menos hermosa la exhortación que un senador hizo a sus compañeros para la elección de monarca. «Os ha faltado, nobles mexicanos, con la muerte de vuestro rey la luz de vuestros ojos; pero conserváis la del entendimiento para elegirle un nuevo sucesor. No se acabó en Chimalpopoca la nobleza mexicana: quedan aún algunos príncipes excelentes, sus hermanos, entre los cuales podéis escoger un señor que os rija, y un padre que os favorezca. Figuraos que se ha eclipsado el sol y se ha obscurecido la tierra por algunos días, y que ahora renace la luz con un nuevo rey. Lo que importa es, que sin detenernos en largas conferencias, elijamos un monarca que restablezca el honor de nuestra nación, que vengue las afrentas que ha recibido, y la restituya a su primitiva libertad».

Don Jorge. Ambas arengas me parecen bellas; mas yo querría saber, supuesto que una y otra explican o refieren unos mismos hechos, ¿a cuál da usted la preferencia? Y esto sea dicho por digresión.

Doña Margarita. Es difícil la respuesta. Yo preferiré siempre y tendré por más originales aquéllas que sean más conformes con el estilo de las que nos dejó traducidas del mexicano el padre Sahagún, que trató de la elocuencia de los mexicanos en uno de los libros de su apreciable historia. Tenían estos oradores un modo de decir que no puede contra hacerse, por ejemplo, las comparaciones con la pluma rica, con la joya preciosa, etc. Cuando hablaban a sus príncipes, lo hacían con cierta libertad, y en tono de darles consejos, y de ello   -6-   no se ofendían, y así es que en concurrencia de varios oradores que traten de un mismo asunto, siempre preferiré las que estén formadas por las del tipo -digámoslo así- del padre Sahagún, que supo a maravilla la lengua mexicana cuando se hablaba en su pureza, y sobre la que escribió un calepino de que hoy carecemos, y no llegó a imprimirse. En cuanto a razonamientos de esta especie, cada escritor forma los suyos; ¡cuántos no hizo Solís, que aunque llenos de elegancia fueron formados en su imaginación alegre! En la historia de la Conquista no tengo yo por originales más que los que hizo Cortés a sus soldados acobardados en Tlaxcala, cuando querían abandonar la empresa: allí se ve el lenguaje de un soldado que anima a los suyos moviéndolos por el resorte de la codicia, fama y honra, que era la cualidad característica de aquel siglo caballeresco.

Don Jorge. Paréceme exacto ese criterio. Siga usted adelante que la oímos con complacencia.

Doña Margarita. Izcóatl respondió: «Mucho gusto he tenido en oír vuestro razonamiento... ¡Ojalá se impriman en mi corazón vuestros cuerdos consejos!9 para saber cumplir con las obligaciones que me habéis impuesto, y corresponder a la confianza y amor de mis súbditos. Por mi parte estoy pronto a no perder tiempo ni fatigas, siendo en todo el primero que anime a los demás con mi ejemplo; pero para lograr el fin, es necesario también que todos contribuyan y me ayuden unos con las obras, y otros con los consejos, y que reunidos todos con el doble vínculo de la fidelidad y obediencia, sea nuestra nación un cuerpo con muchas manos, pero con un solo corazón».

Pasó luego Izcóatl al templo de Huitzilopuchtli a dar gracias al dios de la guerra de los mexicanos, a cuya puerta le recibió el gran sacerdote, y le hizo otro semejante razonamiento, exhortándolo a la defensa del Teocalli -o casa de Dios- y a la de sus súbditos, restaurando el lustre perdido de la nación mexicana. Respondiole el Rey con prudencia y cordura, manifestando celo por la religión y culto de sus dioses.

Concluido este acto religioso, volvió a juntarse el Senado a presencia de Izcóatl para nombrar los embajadores que llevasen de oficio a Maxtla la noticia de la elección; y aquí de los apuros, porque todos estaban persuadidos a que los que   -7-   fuesen con tal embajada, serían víctimas del furor de aquel tirano, que después de haber quitado la vida a Chimalpopoca, se había propuesto hacer de México una provincia del imperio tecpaneca, y lo mismo de Tlatelolco. La comisión era arriesgada y nadie osaba ofrecerse a su desempeño. Hallábanse en el Senado dos hijos del difunto rey Huitzilihuitl, a saber, Moctheuzoma Ilhuicamina, que era el primogénito, y Atempanecatl, a quien después se le dio el renombre de Tlacaeleleltzin. Era éste un joven de poco más de veinte años, de muy buen parecer, adornado de prendas naturales y morales, afable, liberal, valiente, por lo que se había granjeado el aprecio de la nación; viendo éste el miedo que había sobrecogido a los viejos senadores para dar este paso comprometido, se levantó y les dijo: «Padres y abuelos míos, ¿por qué os turbáis?, ¿qué os acongoja? Dar cuenta a Maxtla de la elección de nuestro nuevo rey es cosa indispensable, porque de no hacerlo así, es declararnos rebeldes en un tiempo en que nos hallamos sin la prevención necesaria para resistir a su poder, si irritado por nuestro procedimiento echa sobre nosotros sus tecpanecas. Si toda la dificultad consiste en que tenéis por infalible que el que le llevare la noticia ha de perder la vida, aquí está la mía10. ¿Para qué vivo yo en el mundo? ¿Para qué guardo la vida, si cuando se ofrece la ocasión de hacer a mi rey y a mi patria un servicio útil, no la arriesgo por ella? Aquí me tenéis, enviadme, si os parece que puedo desempeñar esta embajada, y no os dé cuidado el riesgo de mi vida, que tarde o temprano ha de acabarse, y nunca más bien empleada que en el servicio de mi patria; sólo os ruego que si muero, cuidéis de mis hijos y mujer, pues soy padre y esposo. ¿Qué os parece, señores, de este mexicano? ¿Envidiará a ningún griego o romano de los siglos heroicos? Certísimamente que no... A tan bizarra acción», respondió Izcóatl. «Amado sobrino mío, ¡qué bien se conoce la sangre real que late en vuestras venas! Vuestro nombre será inmortal en la memoria de los mexicanos: vuestra cordura, talento y valor, muy superiores a vuestra edad, son suficientes al desempeño de ésta y mayores empresas; y así partid en buen hora, seguro de que vuestros hijos y esposa quedan a mi cargo para cuidarlos y atenderlos como a los propios míos».

Admirados todos los senadores de tan heroica resolución, le hicieron iguales expresiones y ofertas; abrazáronle con   -8-   ternura el Rey su tío, hermano y otros de aquellos señores, y despedido de ellos se retiró a su casa, donde se aderezó con las mejores galas y plumas que tenía, y al día siguiente partió a ejecutar su peligrosa embajada.

Al llegar a la raya de Atzcapotzalco en el paraje llamado Xoconochpuliacac, halló una guardia de tecpanecas que acababa de poner el gobierno de la ciudad por la noticia que tuvo de la elección de Izcóatl, cuyo valor y pericia tenía bien conocida, y temía que obrase sobre los tecpanecas. Diose orden a la guardia que no dejase entrar a ningún mexicano; conoció la guardia a Atempanecatl, y hablándole por su nombre, le preguntó a dónde iba... «A ver al emperador», respondió. Dijéronle que no podía pasar ningún mexicano... «Esa orden -respondió- no puede entenderse conmigo que vengo de embajador, y se me deben guardar los fueros de tal, y así he de pasar a verme con el Emperador». Altercaron por algún rato sobre esto, pero Atempanecatl con su buen estilo y sagacidad, logró al fin que le permitiesen pasar. Llegado a la presencia de Maxtla, le dijo: «Señor, tus fieles amigos, y los señores que componen el Senado mexicano, me envían a saludarte con el respeto debido a tu grandeza, y a darte cuenta de que habiéndose juntado para elegir rey de su nación, ha salido electo Izcóatl, cuyas relevantes prendas tienes bien conocidas, y muy experimentado su valor, pues ha gastado toda su vida en el ejercicio de las armas, y servicio de tu padre y de tu reino, por lo que espera el Senado que teniendo a bien la elección, te sirvas aprobarla. Lo mismo te suplica el nuevo rey, que me manda igualmente te salude en su nombre, asegurándote de su fiel amistad, que afianzada en el vínculo de la sangre será invariable en tu servicio».

Éste fue en substancia el razonamiento de este enviado mexicano; pero adornado de tales expresiones, y proferido con tanta dulzura y elocuencia, que captando la voluntad de Maxtla le respondió éste muy afable: «Amado sobrino. Bien quisiera yo complacer al Senado mexicano, y darle gusto en aprobar y confirmar la elección de Izcóatl; pero lo embaraza mi Consejo que tiene acordado no consentir tengáis en adelante reyes de vuestra nación, sino que como tributarios del imperio seáis gobernados por los ministros tecpanecas que yo nombrare; y en el caso de no querer someteros a esto, entrar a sangre y fuego, destruyendo el reino mexicano hasta que no quede memoria de él; y así volveos a México, dad esta respuesta a Izcóatl y al Senado, y cuidad de vuestra persona, porque las guardias que ha puesto mi Consejo tienen orden de   -9-   quitar la vida a los que pasen de mis fronteras». Nada replicó a Atempanecatl, sino que con grande acatamiento y respeto se despidió de Maxtla, y regresó a México. Al llegar al destacamento, dijo al comandante de éste que iba a llevar una proposición del Emperador al Senado, y que debía volver con la respuesta, lo que prevenía para que a la vuelta no le impidiesen el paso. Creyolo así la guardia, y lo dejó pasar. Llegó a México, y encontró a Izcóatl reunido con el Senado esperando la respuesta y resultas de su embajada, que creyeron fuese la noticia de su muerte. Al verlo vivo y sano, recibieron mucho gusto, dio cuenta de su comisión, y comenzó a discutirse en el Senado la resolución que en tal caso convenía tomar. La mayor parte de los que habían sido los primeros en promover la elección del nuevo monarca, intimidados ahora con las amenazas de Maxtla, formidaron, y pensaron que se cediese a la fuerza, y sujetarse al yugo de la servidumbre, hasta que con el tiempo pudiesen sacudirlo. Pero el valiente Izcóatl se opuso con ardor a tan ruin pensamiento, y levantando en su favor la voz toda la gente joven, se declaró abiertamente contra el dictamen del Senado; ofreciéndose a tomar las armas en defensa de la independencia y libertad de su rey, pues más bien querían morir en la demanda que vivir esclavos de los tecpanecas. Disputose largo rato entre ambos partidos, y viendo los ancianos que no podían contrarrestar a los jóvenes, animados por el Rey, tomaron un prudente partido, y fue decirles: «Nuestro dictamen de ceder ahora a la fuerza y sujetarnos a voluntad de los tecpanecas, no mira tanto a nuestro bien como al vuestro, porque nuestra edad nos tiene exentos del manejo de las armas: vosotros sois los que habéis de pelear, y no siendo vuestro número suficiente a contrarrestar el de vuestros enemigos, vosotros sufriréis el estrago, y una vez vencidos, vuestros hijos y mujeres quedarán esclavos de los vencedores; por esto no queríamos obligaros a sacrificar vuestras vidas, ni exponer la persona del Rey, ni su honor, hasta que con auxilio de otros príncipes se pusiese en estado de superar a los enemigos, y restaurar nuestra libertad; pero si estáis resueltos a defenderla, desde luego nos holgamos mucho de ello, porque lo hacéis de vuestra voluntad, y nunca nos culparéis de la resolución; y para que veáis cuánto nos agrada la vuestra, el Senado ofrece premiar el mérito de los que más se distingan en la guerra; de suerte, que al plebeyo lo inscribirá entre los nobles, al noble lo hará tecuhtli, y al que lo fuese le dará otras dignidades y honores, a proporción de su mérito.

Concede igualmente la propiedad de los enemigos que   -10-   se hicieren esclavos a los que los tomasen; y los que por voluntad de sus señores quedasen vivos, serán sus tributarios, imponiéndoles los pechos que quisiesen en favor suyo y de sus descendientes para siempre. Finalmente, a todos los que peleasen con valor se les permitirá tener cuantas mujeres quisieren y pudiesen mantener. El Rey entonces dirigió una exhortación a los jóvenes para que llevasen a cabo su resolución, prometiéndoles ser el primero en darles ejemplo hasta morir o vencer, y ofreció también por su parte premiar a los que más se distinguiesen. Resuelta de este modo la guerra, faltaba que dar el último y difícil paso, que era intimársela a Maxtla, con las ceremonias establecidas en la política militar de los mexicanos, el que lo osase hacer llevaba segura la muerte; sin embargo, Atempanecatl se decidió a consumar el sacrificio de su vida: llamolo entonces Izcóatl, llevolo a su palacio, y le dio un penacho de ricas plumas, una rodela, una flecha, y un vaso con cierto barniz compuesto de albayalde, especie de tierra blanca llamada tezatl, o tizatl y aceite de chian, menjurje con que acostumbraban embijarse el cuerpo cuando salían a campaña, para que lo llevase todo a Maxtla11. Partió luego Atempanecatl, y logró pasar sin obstáculo por las guardias del destacamento, en virtud de la prevención que les había hecho de que volvería: presentose a Maxtla, y le habló en estos términos, y con el laconismo de un joven guerrero decidido a morir: «Muy grande y poderoso señor. Cumpliendo como criado tuyo tus órdenes volví a México, y di tu respuesta al Senado, que se contristó mucho al oírla, viéndose en la precisión de tomar las armas para defender su libertad y fueros, y me manda volver a hacerte saber cómo te declara la guerra, y que vendrán luego sus tropas a destruir tu reino. El Rey me manda decirte, que aunque siente tomar contra ti las armas, no puede dejar de amparar a sus mexicanos, ni abandonar la corona que han puesto en sus sienes. Te envía pues este penacho, rodela y flecha con que te armes para salir a campaña, y este barniz para que te embijes, no sea que digas que te cogió a traición y desprevenido». «Mucho estimo -respondió Maxtla- a Izcóatl su regalo, y le tomo en mis manos, y en tu presencia unto mis carnes con este barniz para salir a campaña aceptando la guerra, y antes de   -11-   que vengan los mexicanos a mis tierras, irán a buscarlos mis tecpanecas a las suyas... pero no sé si podrás volver a tu casa a dar cuenta de esta comisión...». «Poco importa que yo no vuelva -respondió Atempanecatl-, bástame haber cumplido como debo, intimándote la guerra, que es a lo que he venido. Desde la vez pasada que llegué a tu presencia con la embajada de la elección de Izcóatl, vine persuadido a que no volvería, porque luego que la oyeras me mandarías quitar la vida; tu gran bondad me la perdonó, y así esto poco más que la he gozado, a ti te la debo, y así si ahora quieres quitármela, tuya es, y harás lo que gustes...». «No, valiente Atempanecatl -dijo Maxtla-, no te la quitaré, que es lástima que tanto brío se malogre en tan pocos años; pero procura salvarte de la guardia de las fronteras que tienen orden del Senado de quitártela si vuelves por ellas, y por si logras pasar, lleva este morrión, rodela y macana que darás a tu rey en mi nombre, y para ti esta manta fina con que te adornes». Recibió las prendas de Maxtla, y despidiéndose de él con mucho respeto, se volvió a México. Era ya bien entrada la noche y muy obscura, cuando llegó Atempanecatl a la guardia. En este paraje había un gran paredón que servía a los tecpanecas de muralla, y tenía un ahujero. Al abrigo pues de la obscuridad, intentó el enviado pasar por él; pero sintiéndolo las centinelas gritaron a la guardia, y ésta cargó sobre él: defendiose valerosamente de los que le acometieron, y valiéndose de su agilidad y de la obscuridad de la noche, logró escapar de sus manos embarcándose en una canoa que había dejado oculta en un ancón o caleta de la laguna en que se embarcó para México.

Increíble se hacía a los mexicanos verlo vivo, y el regocijo que esto les causó fue general en todos. Dio cuenta al Rey de su comisión, entregándole el morrión, rodela y macana, en prueba de la verdad de cuanto decía que le había pasado: alegrose mucho el Monarca, y lo estrechó en sus brazos aplaudiendo altamente su valor, y desde entonces se le dio el renombre de Tlacaeleleltzin, que tanto quiere decir como hombre de hígados y esforzado, y con éste le nombran en lo sucesivo los historiadores, y yo también lo nombraré para quitar confusiones y equívocos. Izcóatl dictó todas las providencias necesarias para la defensa de esta capital, que en breve mostró la experiencia la necesidad de adoptarlas. Los tlatelolcas, animados con el ejemplo de los mexicanos, determinaron también elegir un nuevo rey, y reunidos al efecto nombraron a Quauhtlotohuatzin, que no era de sangre real, pero sí de las más ilustres familias del reino, y uno de sus mejores capitanes que habían   -12-   acreditado su valor con hechos muy señalados; mas su fama era inferior a la de Izcóatl, y le miraba con cierta emulación. Había servido al imperio tecpaneca y era adicto a sus intereses, por lo que Maxtla no tuvo de él los recelos que de Izcóatl; sin embargo desaprobó su elección, porque había resuelto reducir a vasallaje a los tlatelolcas y mexicanos, incorporándolos a su corona. Ignórase el día de su elección, mas parece que fue dos después de la de los mexicanos. Hallose el tlatelolca en grave compromiso, porque teniendo que tomar las armas contra Maxtla necesitaba ligarse con Izcóatl, cuyo respeto superior debía ofuscar sus glorias, y era indispensable cederle el mundo todo, y él no temía menos el poder de Maxtla, que el valor y orgullo de Izcóatl, y su gloria le inspiraba recelos si quedaba victorioso; pero el lance era apurado, encorvose con su suerte, plegose a las circunstancias del momento, y determinó enviarle luego mensajeros, ofreciéndole su persona y las de sus súbditos, para que ambos hiciesen causa común; a tales transacciones obliga la necesidad. Aceptó Izcóatl su oferta y le mandó decir que cuidase mucho sus fronteras, sin permitir que sus tropas hiciesen la menor agresión sobre los tecpanecas, pues convenía mantenerse sobre la defensiva, y prontos ambos a repeler cualesquier ataque, en el concepto de que él obraría del mismo modo, hasta que recibiendo auxilios exteriores pudiesen llevar la guerra al país enemigo. Así lo hicieron, y muy cuerdamente, porque al cuarto día de la elección de los mexicanos, he aquí los tecpanecas con un grande ejército, conducido en un crecidísimo número de canoas. Embistió primero a los tlatelolcas, y rechazados allí intentaron invadir a los mexicanos; pero encontraron en éstos tan fuerte oposición, que hubieron de retirarse con bastante pérdida. Decidiéronse entonces los tecpanecas a sitiar ambas ciudades, acordonando sus canoas en toda la circunferencia de ellas, para ponerlas un rigoroso sitio y que no pudiesen ser socorridos de sus inmediaciones. Continuaron diariamente los ataques, poniéndolos en el mayor conflicto, hasta que vino Netzahualcóyotl con un poderoso ejército a hacerles levantar el sitio.

Myladi. Bendito sea Dios que ya se presenta en campaña este hombre extraordinario: ¡Cuánto deseo tengo de verlo humillar a sus enemigos!

Doña Margarita. Usted lo logrará al fin, pero teniendo una poca de paciencia. Por ahora, usted como señora reflexiva, fíjese en las grandes ideas políticas que naturalmente ministran los hechos referidos, y que yo querría que no perdiesen de vista nuestros gobernantes. Maxtla, con un golpe de mano, logró humillar   -13-   a estos pueblos quitándoles sus monarcas; por un momento los aturrulló, pero recobrados del susto, movidos del despecho e irritados, volvieron sobre sí, conocieron su posición y el gran secreto de sus fuerzas que hasta entonces ignoraban, y de humillados y vencidos, sojuzgaron al que los había cubierto de vilipendio. Ésta es la marcha que en iguales circunstancias siguen todos los pueblos del mundo. ¿De qué sirvió a Napoleón ocupar pérfidamente las principales fortalezas de España, e introducir en su seno huestes numerosas y aguerridas, y sacar a sus reyes cautivos para Francia? De nada; porque el pueblo español, irritado, dio la voz de alarma; sus ejércitos, dispersos en los primeros combates como tímidas palomas, formaron su aprendizaje en esta campaña; tuvieron por entonces por maestros en el arte de la guerra, a los franceses, y sus jefes en cada derrota podían decir como Pedro el Grande cuando lo destrozaba Carlos XII de Suecia: «¡Ah! ¡Ellos nos enseñan a vencerlos!». ¿De qué sirvieron sus triunfos a los españoles en esta América desde el año de 1810 hasta 1821? De nada; siete meses de un paseo militar, hecho por el general Iturbide, bastaron para consumar la obra de la independencia: él lo consiguió con el auxilio de aquellas mismas tropas que nos habían sojuzgado casi de todo punto... Guárdense mucho los que nos gobiernan, de dar esos golpes terribles que por lo pronto acobardan a los pueblos, y teman su reacción. Éste es el fruto que debemos sacar de cuanto os he referido, y que confirmaréis, señores, con lo que sabréis mañana de mi boca, si tenéis la bondad de escucharme. A Dios.




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Conversación segunda

Myladi. ¿Conque tenemos ya en campaña a Netzahualcóyotl? Deseo verlo batirse con el auxilio de los tlaxcaltecas, pues hasta ahora sólo lo he visto escapándose de la muerte, y frustrando todas las intentonas de Tezozómoc y Maxtla contra su vida.

Doña Margarita. Esa inquietud, señora, es muy justa; pero   -14-   es menester sufocarla por algunos momentos, porque para que usted pueda tener una idea de la clase de auxilios que pudieron ministrarle los tlaxcaltecas a nuestro príncipe, es indispensable tomar, aunque superficialmente, algún conocimiento del estado en que se hallaba aquella república; demos primero humo, y después luz: conozcamos primero las causas, y después veamos sus resultados y efectos, sin omitir algunas singularidades que amenicen la historia, aunque usted con su cordura y buen juicio las califique de embustes y patrañas.

Myladi. Paréceme muy bien, y entiendo que así debe escribirse, o contarse una historia.

Otra vez he dicho a ustedes la relación de parentesco que tenían los señores de Tlaxcala con los emperadores de Texcoco, porque descendían aquéllos del infante Xiuhquetzaltzin, o sea Culhua Tecuhtli Cuanex, hijo del emperador Tlotzin, de quien era tercer nieto el príncipe Netzahualcóyotl. La alianza con los señores de Huexotzinco era por Matlalcihuatzin, o sea Quetzalchihuatzin, madre de Netzahualcóyotl, hija del rey Acamapichtli, segundo monarca de México, y de Tezcamiahuatla hija de Coxcox, príncipe exheredado de Cohuatlican, de quien descendían los señores de Huexotzinco. Los historiadores chichimecas -según el señor Veytia- refiriendo el suceso y la venida de Netzahualcóyotl a esta república, dicen que a la sazón gobernaban en ella dos señores llamados Xayacamachan y Temayahuatzin. Por tales vínculos, y aun más que por ellos, es decir, por el interés común que todos los potentados de este continente tenían en que no continuase la dominación de Maxtla, se decidieron a impartir auxilio a Netzahualcóyotl12. Antes de partir éste de su campamento inmediato a Tlaxcala, volvió a despachar a Xolotecuhtli a Chalco para que dijese a Totzintecuhtli, señor de aquella provincia, que contando con el socorro que reiteradamente le había ofrecido, tenía determinado para el día ceollin -o sea 5 de agosto- marchar para Otumba, conquistando esta provincia y la de Acolman, donde tenían los tecpanecas toda la mayor parte de su fuerza, y que esperaba que él entrase al mismo tiempo con todo su ejército por Cohuatlican, plaza fuerte de que estaban apoderados los enemigos, conquistando por el mismo orden todos los lugares hasta que lo llegasen a encontrar; pero le previno a Xolotecuhtli que antes   -15-   pasase a Texcoco y lo consultase con el infante Quauhtlehuanitzin y con Huitzilihuitzin. A poco llegaron mensajeros de las provincias de Huexotzinco, Cholula, Zacatlan, Tototepec, Zempohuallan, Xaltocan, y otras de menor consideración, avisándole que estaban prontas a socorrerlo, y que diese las órdenes convenientes para ejecutarlo. Previno pues a todos, que el día de 13 búhos o tecolotes, que correspondió al 4 de agosto, se hallasen todos en el pueblo de Calpolalpan, situado en los llanos de Apan, como nueve leguas distante de Texcoco, para entrar al día siguiente en Otumba.

Xolotecuhtli comunicó el pensamiento de su señor a Cuauhtlehuanitzin como se le había mandado; mas éste lo desaprobó, y también que lo comunicase a Tozintecuhtli, por que sabía que Maxtla le había enviado emisarios para que le ayudase contra los mexicanos, haciéndole grandes promesas, y él había ofrecido el socorro, a pesar de las que le había hecho a Netzahualcóyotl. Pasó después a comunicar este mismo asunto a Huitzilihuitzin que opinó de diverso modo, pues no quiso creer que hubiese esta correspondencia secreta y doble entre Maxtla y el cacique de Chalco. Éste era cuñado de Huitzilihuitzin, pues estaba casado con su hermana Atozquetzin, por tanto, dijo a Xolotecuhtli: «Ve, parte sin temor, y antes de dar tu mensaje a Totzintecuhtli habla con mi hermana, comunícale el negocio a que vas, y dile de mi parte que te apadrine, y coadyuve a que su marido cumpla la promesa que tiene hecha a Netzahualcóyotl de aprontar sus tropas, para entrar con ellas el día que señala por Cohuatlican». Pareciole mejor a Xolotecuhtli seguir este dictamen que el del infante, y caminó luego para Chalco por sendas extraviadas para no caer en manos enemigas, y entrándose por lo más áspero del camino y rumbo, y confundido entre las breñas, no hallaba por donde salir de la espesura. Estando en este conflicto...

Myladi. ¿Qué detiene a usted, señora, para continuar?... ¿Le ha dado algún accidente que se lo impida?...

Doña Margarita. Ninguno, por gracia de Dios, estoy buena y sana; mas como soy enemiga de mezclar en mis relaciones fábulas y patrañas, porque éstas inspiran desconfianza al que las oye para no creer lo verdadero que dice, quisiera omitir una que aquí me ocurre, y que se halla consignada en nuestra histeria.

Myladi. Cuéntela usted por su vida, que por gracia de Dios no nos falta criterio para distinguir lo verdadero de lo falso.

Doña Margarita. Harelo así, recordando a ustedes que las historias de Dion Casio, Plutarco, y otros que pasan por oráculos   -16-   de la Antigüedad, y sobre quienes descansa la generación presente, abundan en relaciones inverosímiles y fabulosas. Dice pues la nuestra, que hallándose en este conflicto Xolotecuhtli se le puso delante un animal fiero, de horrible aspecto, y especie no conocida, que con un gruñido terrible lo llenó de pavor dejándolo inmóvil... pero fue mayor su espanto cuando le oyó proferir con voces inteligibles estas palabras: «Sí, Netzahualcóyotl vencerá a sus enemigos, pero con mucho trabajo». No bien había convalecido de este susto por haberse entrado la bestia monte adentro, y la había perdido de vista, cuando se le puso delante otro animal también de especie no conocida, pero de aspecto menos fiero, que con diferentes señas y movimientos le dio a entender que lo siguiese; hízolo así Xolotecuhtli aunque lleno de temores, y con aquella guía salió de la espesura hasta ponerlo cerca de Chalco donde se le desapareció...

Don Jorge. ¡Buena va la danza! Animali parlanti tenemos en la escena... Esto es maravilloso a fe mía.

Myladi. Sí, pero animal caritativo que muestra el camino al extraviado, de ésos no tenemos muchos. Sin duda, señorita, que ésa es alguna alegoría de la Historia mexicana, como aquélla de la famosa maga Malinalxóchitl, hermana de Huitziton, de quien usted nos ha hablado, y aun nos dijo, citándonos a Clavijero, que no faltan en esta historia.

Doña Margarita. Así lo entiendo, y vamos a lo esencial de la historia. Habiendo entrado en la ciudad de Chalco Xolotecuhtli, solicitó antes de cumplir su encargo hablar con Atozquetzin; hallola en uno de sus jardines, y le dio cuenta de su viaje, y recomendación de su hermano Huitzilihuitzin: la señora comenzó a llorar, condoliéndose de las desgracias de Netzahualcóyotl, y de los grandes trabajos que había sufrido su hermano. Díjole que era cierto que su marido había mudado de resolución de auxiliar a nuestro príncipe, y se había comprometido con Maxtla, pero que sin embargo, ella haría todo esfuerzo para disuadirlo de esta resolución, y que cumpliese lo que primero había ofrecido. Efectivamente, sin pérdida de tiempo le habló, mas le halló muy distante de condescender con su súplica, y firmísimo en el propósito de auxiliar al tirano; pero sin embargo, le dijo que adoptaría un medio, y éste fue llamar a los señores principales de Chalco para que en presencia de ellos diese Xolotecuhctli su embajada, y allí se examinase su modo de pensar.

Myladi. ¿Usted ha penetrado la causa de este cambiamiento en el régulo de Chalco?, porque si él estaba persuadido de   -17-   la justicia de Netzahualcóyotl, y por este convencimiento le había ofrecido con reiteración sus auxilios; si por otra parte, no ignoraba que mientras más y más fortificase la dominación de Maxtla, más expuesto estaba él a perder la suya... He aquí una dificultad indesatable, a mi juicio, y que pica justamente mi curiosidad.

Doña Margarita. La historia de los hechos la desata. Este cacique -dice Veytia- había mudado de resolución, porque recelaba que Netzahualcóyotl se ligaría con el nuevo rey de México, hombre altivo y ambicioso, que no se contentaría con poseer su reino, sino que destruido el imperio tecpaneca se levantaría con todo, y querría sojuzgar a los demás príncipes, muchos de los cuales, por semejante motivo habían ya comenzado a fortificar sus fronteras. Además de esto, estaba persuadido de que la mayor parte de la gente principal del reino propendía más al partido de Maxtla que al de Netzahualcóyotl, y si quería obligarles a seguir éste, temía, o que se le negaran abiertamente, o le pusiesen en estado de aventurar su reputación; he aquí cómo discurrían aquellos hombres en política, y cierto que en parte no se engañó, porque el nuevo rey de México que zanjó los fundamentos del imperio mexicano, y por cuya artera política llegó a sorberse a todos los otros reinos, también se sorbió a Chalco, y lo agregó como provincia a su corona. Los caciques de aquella época calculaban con tanta exactitud sus intereses, como puede hoy hacerlo la Francia e Inglaterra, para parar el golpe con que amagan estos reinos la Rusia, Prusia y parte de la Alemania.

Reunida la Junta dentro de breve rato, y conducido a ella el enviado, hizo su exposición, y para inclinar los ánimos a su pretensión, dijo que Netzahualcóyotl estaba auxiliado de muchos príncipes con un ejército que llegaría a cien mil hombres. Concluido su razonamiento, mandó Totzintecuhtli a los circunstantes que diesen su dictamen. La mayor parte de ellos se inclinó a que se auxiliase al Príncipe; pero temían que la gente popular, temerosa del poder de Maxtla, o por afecto a él, no consintiese en el socorro, y en tales circunstancias apeló al Pueblo...

Don Jorge. ¿Apelar al Pueblo un hombre déspota? Es cosa que no entiendo.

Myladi. Digo lo mismo, y éste me parece un fenómeno en la política.

Doña Margarita. Oigan ustedes y no precipiten su juicio. Mandó levantar en la plaza un tablado, y que en él se pusiese al embajador, atado de pies y manos; convocose al Pueblo al son   -18-   de caracoles e instrumentos militares, y a voz de pregonero se le hizo sabor la demanda de Netzahualcóyotl, diciéndole que si querían ayudarle a la empresa, se pondría en libertad al enviado; pero que si no querían, al punto se le quitaría la vida haciéndolo pedazos... Descubriendo entonces al enviado, que estaba cubierto y muy sobrecogido de temor, esperando el fallo terrible de la multitud, se oyó una voz uniforme que clamó por su libertad, y dijo... que todos querían que se auxiliase al Príncipe, y tomarían gustosos las armas en su defensa. Desataron luego al enviado y lo llevaron a presencia de Totzintecuhtli, que lo recibió, placentero, y previno que marchase luego a avisar al Príncipe que el socorro estaba pronto y ejecutada su orden... He aquí, señores, los resultados de esa apelación al Pueblo, en quien los más bárbaros déspotas han reconocido la fuente y origen de toda autoridad. He aquí el arbitrio de un tirano, para librarse de toda responsabilidad ante Maxtla, si por ventura quedase vencedor en la lid... ¿Qué tal, señores? ¿Eran buenos gatos maromeros nuestros antiguos indios? Ellos no habían leído a Machiabelo, pero sabían practicar sus máximas. Marchó, pues, el enviado...

Myladi. Dispense usted, mi señora, y díganos si en el camino encontró con otra bestia fiera que pusiese en peligro su vida como la pasada.

Doña Margarita. No hay noticia de que tuviese otro encuentro igual. ¿Qué bestia más fiera que en ese cacique de Chalco, que puso en tan gran peligro su vida, que holló el derecho de gentes y de la guerra que entre aquellas naciones se guardaba religiosamente, mirando como sagradas e inviolables las personas de los embajadores? Yo creo que con el desenlace de este suceso está descifrada la alegoría. Continúo, señores... Marchó -decía- el enviado, pero tan lleno de temor, que habiendo llegado a Texcoco, y dádole cuenta a Huitzilihuitzin de cuanto le había ocurrido; éste le dijo que partiese sin demora a Calpolalpan a participársela a Netzahualcóyotl; mas no tuvo ánimo para ello, pues le respondió que los peligros en que se había visto lo tenían tan acobardado que no quería exponerse a sufrir otros nuevos; tanto más, que la tierra estaba en revolución, unos en favor; y otros en contra del Príncipe. Resolviose por tanto, a ir en persona Huitzilihuitzin, a pesar de que todavía estaba débil y convaleciente de los tormentos que había sufrido, escapando la vida del modo raro que hemos visto.

El día 2 de agosto, señalado en nuestro calendario con   -19-   el jeroglífico del tigre en el número once, salió el Príncipe del alojamiento de Tlaxcala con la tropa de socorro que allí le dieron, dirigiose para Calpolalpan, entrando en varias poblaciones, de las cuales se iban agregando tropas. Al siguiente día bien temprano, entró dicho pueblo mandando ya un razonable trozo de ejército, donde encontró los socorros llegados de otras partes, y en la misma mañana recibió otros que hacían llegar su fuerza a cien mil hombres; pero no tenían la copia de armas que era necesaria. Pasó el resto del día y de la noche en ordenar el ejército. Al siguiente, de madrugada marchó para Otumba, apoderose de esta ciudad sin resistencia, y mandó pasar a cuchillo a Quetzalcuixtli, señor de esta provincia y asesino de su hermano cuando fue a implorar socorro para su padre Ixtlilxóchitl, y a otros principales caballeros otomíes y tecpanecas; pero perdonó la vida a algunos, y toda la gente popular se le rindió implorando su clemencia; sólo les impuso la condición de reconocerlo por supremo monarca. Logrado felizmente este primer golpe, dividió el ejército y mandó que los tlaxcaltecas a las órdenes de su general Cetmatzin, y los huexotzincas al de Tonalxóchitzin, con la tropa que se les agregó de otras poblaciones menores, marchasen en derechura a Acolman subyugando los lugares que encontrasen al paso, ínterin que las demás fuerzas hacían lo mismo con las que habían quedado atrás, y que seguiría en derechura para Texcoco; y así es que el Príncipe quedaba en medio, llevando a la derecha a los de Tlaxcala y Huexotzinco, y a la izquierda a los chalcas que habían de entrar por Cohuatlican para poder acudir con el grueso del ejército donde lo exigiese la necesidad. Los chalcas cumplieron su palabra y el mismo día cuatro entraron en número de diez mil hombres al mando del general Nauhyotl, agregándose a éste casi igual número de los afectos que el Príncipe tenía en esta provincia. Penetró Nauhyotl sin tropiezo hasta Cohuatlican, donde los tecpanecas tenían una numerosa guarnición al mando de Quetzalmaquiz que hizo una vigorosa resistencia por algún tiempo; pero no pudiendo sufrir los ataques, huyeron los más de sus defensores y desampararon la ciudad; mas él constante, con un corto número de valientes, se hizo fuerte en el templo mayor, y se defendía con vigor; pero atravesado de muchas flechas cayó abajo muerto; rindiéronse sus soldados, y la ciudad quedó por el vencedor, que continuó su conquista hasta cerca de Huexotla, donde le salió a recibir Tlacotzin, señor de ella, con toda la nobleza que le fue afecta siempre, y un competente número de tropa que tenían ya   -20-   prevenida de auxilio. Dos de los principales caballeros de allí llamados Tlacotzin y Quauhtliztli, suplicaron al Príncipe que entrase en la ciudad y descansase un rato en su casa, donde le tenían prevenido un refresco. Accedió a sus ruegos y le sirvieron una espléndida cena, e hicieron muchos regalos; pero el más estimable para él fue un prodigioso número de arcos, flechas, macanas, rodelas y demás armas que éstos usaban, y de que tenían llenas varias piezas de la casa. Necesitaba este guerrero de tal servicio, porque su tropa en parte no traía las correspondientes municiones, pues casi era una masa informe de hombres y con este auxilio pudo proveerla. Asimismo socorrieron el ejército con víveres en abundancia para aquella noche y el día siguiente. Luego que cenó se despidió de tan buenos y generosos caballeros dándoles las gracias, y continuó su marcha hasta un pueblecito corto llamado Oztopolco, inmediato a Texcoco, donde llegó a medianoche. Saliéronle a recibir todos los señores, sus deudos, criados y súbditos fieles, con grandes expresiones y muestras de singular júbilo. No fue menos el del Príncipe, viéndose ya a las puertas de su capital con un ejército tan numeroso para recobrar su imperio, y aliviarlos a todos de la opresión y trabajos que habían sufrido sin otra causa que serle fieles. En este mismo lugar lo estaba esperando Ayacatzin, infante de México y nieto del rey Izcóatl, que venía a hablarle de parte de su abuelo.

Hallábanse los mexicanos y tlatelolcas como se ha dicho, sitiados del ejército tecpaneca, que repitiendo diariamente los asaltos por diversos puntos los tenían en continua agitación y sobresalto. Tuvo noticia Izcóatl de que venía Netzahualcóyotl con una poderosa fuerza contra Maxtla, y así envió a su nieto para que lo felicitase y renovase la alianza entre ambos para ayudarse mutuamente contra el tirano, y hacerle saber el conflicto en que se hallaba. Holgose mucho el Príncipe de esta felicitación, mandole que se volviese diciendo a su tío que estaba pronto a mantener la unión y alianza, hasta vencer a Maxtla, o morir en la demanda. El resto de la noche lo gastó en arreglar el ejército, distribuir los cargos y disponer lo necesario para asaltar a Texcoco al amanecer.

Luego que rayó el día marchó con su ejército en ordenanza y, al llegar a los arrabales de la ciudad, salieron todos los viejos de ambos sexos, mujeres preñadas o con los niños en los brazos, y postrándose a presencia del Príncipe con muchas lágrimas le suplicaron se apiadase de ellos, que   -21-   en nada le habían ofendido, pues el haber jurado y obedecido al tirano había sido obligados de la fuerza y poder que no eran capaces de resistir; pero que lo habían tenido y reinado siempre en sus corazones, y mantenídose fieles, como lo tenía experimentado... Aquí, señores, os confieso que mi lengua no puede continuar esta relación. Yo me transporto con la imaginación a aquel lugar y casi veo una inmensa muchedumbre de personas desvalidas, implorando la misericordia de un corazón sensible y dulce, consagrado todo por el amor a aquellas criaturas de cuya lealtad estaba bien satisfecho un hombre de bien y un verdadero padre de sus pueblos. Este espectáculo hizo brotar lágrimas de sus ojos, que mezcló con la de aquellos desgraciados; conturbose sobre manera y mandó a sus capitanes que entrasen en la ciudad, y sólo pasasen a cuchillo al Gobernador, que había hecho una doble traición a su patria y a su sangre, a los ministros nombrados por Maxtla y a los tecpanecas que se hubiesen avecindado en Texcoco, pero que se guardasen de tocar al menor de sus súbditos. Al entrar el ejército, los tecpanecas quisieron hacer alguna resistencia, mandados por aquel Tlilmatzin, hermano bastardo de Netzahualcóyotl, que Maxtla nombró por gobernador con omnímodas facultades y fue uno de sus más pérfidos perseguidores, y por Nonohualcatl, cuñado suyo, pero también su enemigo, y otro deudo llamado Tozpilli; mas duró poquísimo la resistencia, porque fueron atacados bruscamente, y no pudiendo resistir la carga se pusieron en fuga y con la tropa dispersa los tres jefes que no pudieron ser hallados. Así es que antes de mediodía ya estaba todo concluido y restablecido el orden. Entró en ella Netzahualcóyotl por las calles más principales entre víctores y aclamaciones de un entusiasmo sincero, y aquel día fue el de la libertad de Texcoco: fue a descansar en aquel mismo palacio de Cilán, de donde había poco antes salido fugitivo entre zozobras y peligros; ¡tales cambiamientos tiene la loca fortuna!

Myladi. Yo desfruto ahora del mismo placer que Netzahualcóyotl con quien he pernoctado, y acompañádolo con la consideración en todas sus cuitas y mal andanza; ¡tanto así nos interesamos por la virtud perseguida!

Doña Margarita. Los tlaxcaltecas y huexotzincas, con sus respectivas divisiones, entraron rápidamente por el territorio de Acolman desde Tzontepec, arrollándolo a fuego y sangre, sin perdonar edad ni sexo, hasta reunirse en les inmediaciones de la capital. Embistieron a Acolman rabiosos, y en poco tiempo se apoderaron de la ciudad, a pesar de la resistencia de   -22-   la guarnición tecpaneca, de la que pereció la mayor parte, y pocos escaparon con la fuga. Teyolococahuatzin, régulo de Acolman y sobrino de Maxtla, peleó bizarramente animando a sus soldados, hasta que murió a manos de Tonalxóchitzin, general de los huexotzincas. Fue tal la matanza, tanto en la capital como en las poblaciones, que en un solo día quedaron algunos lugares destruidos, siendo muy considerable el saqueo de los vencedores. Pusieron luego éstos una competente guarnición de gente veterana y el ejército marchó sin demora a Texcoco a dar cuenta de sus operaciones. Todo esto lo ignoraba Netzahualcóyotl e impaciente por saber el resultado de aquella invasión, después de haber comido en Texcoco marchó en demanda de los auxiliares. En Chiautla se le avisó del triunfo y recibió las enhorabuenas por su entrada en Texcoco. Concedioles todo el despojo que habían tomado y aprobó las disposiciones dadas por los jefes. Díjoles que si gustaban de pasar a Texcoco, o retirarse, podrían hacerlo; aceptaron lo segundo y lo hicieron, llevando encargo de dar gracias a sus respectivos señores por los servicios que tan oportunamente le habían prestado, y que se prometía los continuasen para seguir la guerra contra Maxtla luego que tuviese arregladas las cosas de su reino y les diese aviso. A la mañana siguiente retrocedió Netzahualcóyotl por el mismo camino que había llevado; pero no entró en Texcoco, sino que avanzó a Huexotla, en cuyas inmediaciones estaba campado el ejército de los chalcas que había puesto en el territorio de Cohuatlican.

Al llegar a Huexotla se le presentó el general Nauhyotl con su oficialidad a felicitarlo por sus triunfos, y entregarle el país que en su nombre había conquistado. Dioles gracias y también les concedió el despojo. Retirose a Texcoco, convocó a los principales señores de su reino y provincias conquistadas, y luego se hizo reconocer y jurar por supremo monarca. Con igual premura hizo guarnecer de buena y numerosa tropa las fronteras de Tzontepec, a Chiconauhtla y toda la cordillera de la laguna que corre para el sur hasta Ixtapalapam. Finalmente, se dedicó al restablecimiento del gobierno y administración de justicia, en lo que logró rápidos y felices progresos.

La celeridad con que se libró este joven príncipe de sus enemigos, se puso en salvo, aumentó su partido con sagacidad, aunque le observaban muchos ojos de Argos, reunió un ejército auxiliar y reconquistó su reino en quince días dando un paseo militar; es uno de los sucesos más extraordinarios y maravillosos   -23-   que puede presentar nuestra historia, y que no pudo guiar sino por una singular providencia bienhechora. Esta conducta, que no estaba en el cálculo del tirano de Atzcapotzalco, lo sorprendió de tal suerte, que afectado su ánimo y el de sus ministros de temores, no acertaban a dictar una providencia que contuviese su marcha rapidísima. Limitose, por tanto, a reforzar la guarnición de la capital levantando precipitadamente muchas tropas. Ocupado lo principal de sus fuerzas en el sitio de México y Tlatelolco, cargaba la mano sobre estas ciudades a efecto de impedir que obrasen los reyes coligados sobre la ofensiva, llevando la guerra a Atzcapotzalco, en lo que no se equivocó como después diré. También Netzahualcóyotl engrosaba su ejército y el mejor de sus generales, Iztlacauhtzin, cuidaba de organizarlo. Este jefe acababa de suceder en el señorío de Huexotla a su padre Tlacotzin que había muerto. Entretanto las tropas mexicanas mandadas por el joven Tlacaeleleltzin, se defendía con un furor proporcionado al de sus invasores; pero sin embargo temían mucho a los tecpanecas. Netzahualcóyotl no ignoraba la situación crítica de sus aliados, ni le faltaba voluntad de mejorarla; mas creía que no estaba en estado de hacerlo, porque era necesario valerse de auxiliares y sabía bien que muchos de los caciques aborrecían de muerte hasta el nombre mexicano, temían el engrandecimiento de esta nación, y se exponía a que se negasen o mostrasen infieles en la lid; tal era el motivo justo que parecía desentendimiento e ingratitud. Izcóatl lo atribuía a esto, y creía que la próspera fortuna hubiese cambiado su corazón: presumía también que en aquellas críticas circunstancias se acordase Netzahualcóyotl de que los mexicanos habían contribuido al destronamiento de su padre Ixtlilxóchitl. ¡Tales sospechas ocurren al que ha prestado motivos para desmerecer un favor! Finalmente, estrechado cada día más y más de la necesidad de implorarlo en 1427, determinó Izcóatl mandarle una embajada, por cuyo medio le pedía perdón de los excesos pasados de los mexicanos: representábale la afligida situación en que se veían, así como los de Tlatelolco, y le suplicaba ahincadamente que lo socorriese. Comisionó para ello a su sobrino Moctheuzoma Ilhuicamina, y que le acompañasen dos principales caballeros, que lo fueron Tepolomichin y Tepuchtli. Cumplió el enviado segundo con tanta puntualidad, que para no demorarse ni un momento mandó a Tepuchtli que fuese a su casa y tomando de ella alguna ropa para el viaje, le alcanzase con ella. Tepolomichin se embarcó luego burlando la vigilancia de los sitiadores, y llegó a Texcoco, atravesó la laguna,   -24-   por más arriba para llegar pronto, y en poco tiempo aportó a las márgenes del territorio de Chiauhtla. Alegrose mucho Netzahualcóyotl de verlo y, después de saludarse, le dirigió este razonamiento: «Señor. Mi rey, y vuestro tío, me envía a manifestarte la complacencia que tiene de tus felices sucesos: prométese que a tales principios correspondan los más prósperos fines, y también me envía a significarte el miserable estado en que se hallan los mexicanos, rodeados por todas partes de sus enemigos, esperando por momentos la consumación de su ruina. ¿Es posible, Señor, que viviendo tú han de perecer? No es tiempo ahora de que te acuerdes de sus ingratitudes, ni en tu magnánimo corazón debe tener lugar el deseo de la venganza: si hombres ignorantes te agraviaron uniéndose al tirano Tezozómoc, contra tu ilustre padre Ixtlilxóchitl, quizá en ello tuvo más parte el temor de su tiranía, que el odio y desafecto a tu persona. Bien te lo han manifestado, señor, durante el tiempo de tus trabajos. A sus reinas y matronas debiste que cesara el tirano de perseguirte y no te quitara la vida siendo la ciudad de México tu asilo, y no contentas con esto volvieron a empeñarse para restaurarte la libertad. ¿Será, pues, decoroso a tu grandeza dejarlos ahora perecer a manos de sus enemigos? La sangre que derramaron sus príncipes y nobles, tuya es, y del mismo origen que la que corre por tus venas. Mira, pues, por cuántos títulos estás obligado a socorrerlos, para que deponiendo cualquiera sentimiento ocurras a favorecer a los mexicanos». Este razonamiento es tan bello en mi opinión, como el que en igual caso Alfonso el Sabio dirigió al Rey Moro, pidiéndole dinero para continuar la guerra parricida que su hijo Sancho le movía habiéndolo destronado: «Desengañémonos, el odio del corazón siempre es igual en idénticas circunstancias...». Señores, veo el interés que habéis tomado en oír esta relación y el deseo que tenéis en saber el desenlace de este drama; quisiera daros gusto ahora mismo, pero es demasiado tarde, y el calor del sol exige que nos separemos. Sí, bien merecen los mexicanos que todos nos interesemos en su libertad, y que ni por un momento los imaginemos esclavos. A Dios, hasta mañana.



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Conversación tercera

Myladi. El razonamiento del enviado mexicano a Netzahualcóyotl con que usted concluyó su conversación ayer, me ha agradado sobre toda ponderación, así por la sencillez con que está concebido, como por el arte con que recuerda al Príncipe los favores que recibió en México por la interposición de las reinas sus tías, y hospitalidad generosa que tuvo en esta ciudad; deseo saber qué efectos produjo, aunque desde ahora digo que Netzahualcóyotl no fue capaz de corresponder con villanía, no obstante de que estoy bien convencida de que tan ingrato es el género humano, como menesteroso, y tan pronto a recibir el bien como tardo en conocer al bienhechor: sé de una persona que decía... que el mayor favor sólo debía agradecerse por 24 horas.

Doña Margarita. ¡Maldita máxima es ésa, vive Dios! Por desgracia la vemos practicar hoy más que nunca; pero diste mucho de usted pensar mal de nuestro príncipe: oiga usted lo que sucedió. Aún no había concluido el enviado su razonamiento, cuando llegaron apresurados unos soldados que guardaban las costas de Chiuhnautlan diciendo al Príncipe que había llegado allí un caballero mexicano, que decía venía acompañando a Moctheuzoma, a quien habían detenido hasta darle cuenta. Éste era Tepuchtli, que habiendo hecho con la mayor diligencia cuanto se le mandó por el infante, tomando la ropa le siguió sin demora y logró escaparse de los sitiadores. Efectivamente era cierto y porque aún no creían en su aserto le detuvieron, pues por allí no había pasado Moctheuzoma. El Príncipe respondió a la embajada con buenas y corteses palabras diciendo: «Que en su corazón y memoria estaba borrada la de los antiguos agravios, así como muy fresca y viva la de los beneficios que había recibido de las señoras mexicanas para correspondérselos debidamente, y ya lo habría ejecutado marchando con rapidez al socorro, si hubiera podido levantar el número necesario de tropas para la expedición   -26-   de sus propios súbditos, sin necesidad de pedirlas a otros príncipes; pero que hallándose los mexicanos en tamaño apuro como se le manifestaba, marcharía prontamente en su auxilio, pidiéndolo también a sus aliados». Al efecto, y para dar una prueba a los enviados de que tal era su voluntad, ordenó que el mismo Moctheuzoma acompañado de Tepolomichin, pasasen luego a Chalco y en su nombre dijese a Totzintecuhtli, señor de aquella provincia, que a la posible brevedad le mandase la gente de armas que le había ofrecido, para que unida a la de Texcoco, partiesen al socorro de México. Al mismo tiempo mandó otros cuatro mensajeros a Huexotla para el mismo efecto. Efectivamente, unos y otros; y los enviados mexicanos se presentaron a Totzintecuhtli. Era éste enemigo mortal de los mexicanos y, luego que oyó la embajada, se indignó altamente y mandó arrestar a los enviados en unas fuertes jaulas, prorrumpiendo en palabras injuriosas contra Netzahualcóyotl, porque olvidado de su honor y de los agravios que había recibido de los mexicanos, ahora pretendía favorecerlos, cuando debía emplear sus esfuerzos en destruirlos, hasta que se olvidase su memoria, y para lo que le auxiliaría gustosa con todo su poder. Dijo además, que si hubiera sabido que Netzahualcóyotl se había de meter en semejante empeño, de ningún modo le habría auxiliado para que recobrase su reino. Mandó, pues, a dos caballeros de Chalco que partiesen presto a Huexotzinco, llevando presos a estos enviados con buena escolta, y dijesen de su parte a aquellos señores lo que había pasado y que indignado de semejante pretensión, se los mandaba por si quisiesen sacrificarlos en su ciudad, pues en tal caso sus súbditos de Chalco irían a solemnizar el sacrificio. Oyeron los huexotzincas esta embajada y levantándose un anciano de en medio de ellos dijo a los enviados del cacique de Chalco: «Volved luego a vuestro amo y decidle que la nobleza huexotzinca jamás ha manchado sus manos en sangre inocente: que aquellos caballeros, en el caso de tener algún delito, sería el de obedecer leal y fielmente a su rey, y que por lo mismo no los tiene por delincuentes. Aunque desde la muerte de Ixtlilxóchitl, hemos visto con poco afecto a la nación mexicana, no podemos negar la relación de parentesco que tenemos con sus reyes, y nunca hemos tenido guerra con ellos; mas aunque así fuese, siempre nos parecería acción injusta e indigna, vengar nuestro enojo en hombres que no hacen más que obedecer a su príncipe. Por último, decid al vuestro, que de ningún modo queremos mezclarnos en esta alevosía». El hombre ilustre, el defensor   -27-   magnánimo de la justicia y de los sacrosantos derechos de las naciones se llamaba Xayacamachan.

Don Jorge. Agradecemos a usted que nos haya indicado un nombre tan respetable en la historia de México; cierto que resolución tan justa apenas habría salido de la boca de Arístides, quizá dio muy pocas de igual naturaleza el Senado de Roma, que siempre procuraba apoyar las pretensiones inicuas de unos reyes contra otros, para constituirse protector de alguno, y después humillarlos a todos poniéndolos bajo su inmediata dependencia.

Doña Margarita. Volviéronse con esta respuesta los mensajeros trayendo a los presos y viendo el régulo de Chalco despreciada de este modo oprobrioso su conducta, determinó valerse de la misma para reconciliarse con Maxtla. Hizo poner a los enviados en las jaulas, encargando su carcelería a un caballero principal llamado Quiateotzin, e hizo que los mensajeros que fueron a Huexotzinco fuesen a Atzcapotzalco, para que avisasen a Maxtla que tenía en prisión a aquellos mexicanos, para que dispusiese de ellos como le pluguiese y ordenase qué clase de muerte deberían sufrir: que toda su gente estaba pronta para auxiliarlo contra los mexicanos y texcocanos. También el tirano recibió estos mensajeros con indignación, tratando a su señor de traidor, pérfido y desleal, y le hizo decir que para nada necesitaba de sus auxilios, que procurase estar bien apercibido para cuando los tecpanecas fuesen a destruir su provincia. Tal vez, señores, ésta es la única acción regular que nota la historia en la vida pública de Maxtla. Quateotzin, aunque revestido con el carácter de alcaide de estos presos, tuvo muy a mal la acción de su señor, especialmente con respecto a Moctheuzoma, príncipe ilustre de la sangre real que por su valor y prendas se había adquirido mucho aplauso y renombre, y temiendo que Maxtla les mandase quitar la vida, determinó ponerlos en libertad la noche que intermedió mientras iban y volvían los enviados a Atzcapotzalco. Para esto llamó a un criado suyo nombrado Tonalhuac; mandole que fuese a la prisión y dijese a Moctheuzoma que saliera con su compañero, y luego que lo verificasen le dijese que él no podía sufrir la iniquidad que se había cometido en su ilustre persona, ni dejarla en riesgo de perder la vida y, por tanto, lo ponía en libertad para que se salvase: qué bien conocía que esta acción le costaría la vida; pero que la daría por bien perdida por librar a un personaje de tan elevado carácter, y que si en algún tiempo le pusiese la fortuna en estado de amparar a sus   -28-   hijos, lo hiciese, acordándose de lo que él había hecho en su obsequio; que le advertía no tomase el camino real, porque indefectiblemente caería en manos de sus enemigos y guardias, que se habían mandado poner en las fronteras de México, sino que huyese por sendas extraviadas. Obedeció Tonalhuac, y los presos fueron puestos en libertad. Moctheuzoma correspondió a esta fineza con muchas expresiones de gratitud, manifestando sentimiento por el compromiso en que quedaba su bienhechor. Marcharon luego a favor de la obscuridad hasta salir de Chalco, y tomando por sendas desconocidas, caminaron toda la noche, y antes de amanecer llegaron a Chimalhuacán, pueblo situado en una punta de tierra que entra en la laguna de Texcoco tomando el camino para los montes. Llegaron a esta ciudad antes de mediodía y participaron todo lo ocurrido a Netzahualcóyotl, que ya lo sabía, de su arresto y traslación a Huexotzinco, pues los señores de esta ciudad procediendo con hidalguía, le avisaron de cuanto había pasado con el de Chalco, ofreciéndole de nuevo sus tropas para auxiliarle contra cualquiera de sus enemigos. Agradeció el príncipe tan noble proceder, y con los mismos que le trajeron la noticia les envió a decir que hiciesen luego marchar sus tropas para Texcoco. Al mismo tiempo pidió auxilio a los señores de Tlaxcala para el mismo objeto, pues a la sazón le había llegado la noticia de que los que envió a Huexotla habían sido peor recibidos de Iztlacauhtzin, muy más acérrimo enemigo de los mexicanos que el de Chalco, el cual oyendo la orden de su príncipe y viendo que las tropas que le habían mandado levantar iban a emplearse en favor de los mexicanos, se incomodó de tal suerte, que mandó hacer pedazos a los mensajeros en medio de la plaza, vomitando injurias contra Netzahualcóyotl. Declarole además traidor, amotinando la gente que había levantado en sus dominios hereditarios; mas como la parte principal de ésta era de hombres leales, se retiraron prontamente del campo de Huexotla, y vinieron luego a dar aviso a su soberano. Mandó éste prontamente a su hermano a que recibiese y alistase a todos los presentados, y que al mismo tiempo levantase el número posible de soldados, ya de la ciudad, ya de las inmediaciones, como lo verificó con presteza, porque era perito en la guerra. Guarneció las fronteras de Huexotla para impedir cualquiera intentona de Iztlacauhtzin, pues estaba muy inmediato a Texcoco.

Myladi. Éste es un mare magnum de sucesos, en que veo ahora metido a Netzahualcóyotl, enemigos los de Atzcapotzalco, enemigos los de Huexotla, y enemigos los de Chalco y   -29-   todos inmediatos a su capital... Dios lo saque con bien de ellos, pero su vida está muy expuesta.

Doña Margarita. Efectivamente era muy difícil su posición aun después de restablecido en su trono; pero el Dios criador en quien siempre había confiado, lo sacó felizmente de este laberinto de intrigas. Mandó que inmediatamente se restituyesen a México Moctheuzoma y Tepolomichin, porque entendió el sumo cuidado en que estaría Izcóatl, a quien mandó decir que avanzaría a socorrerlo tan luego como llegasen los auxilios pedidos tras de los montes. Partieron, pues, dichos caballeros escapando con felicidad de los tecpanecas sitiadores; llegaron a México, y su presencia llenó a esta ciudad de alegría, pues creían sus habitantes que hubiesen perecido, y le infundieron a Izcóatl grandes esperanzas con las del próximo socorro, lo mismo que a los sitiados. Apenas había salido Moctheuzoma de Texcoco para México, cuando avisaron a Netzahualcóyotl que unos mensajeros de Chalco querían hablarle; puestos a su presencia con demostraciones de respeto, le dijeron: «Que su señor los enviaba a dar una satisfacción de sus procederes, en que no había tenido parte alguna el odio, ni el desafecto, sino por el contrario, el mucho amor y lealtad que le tenía, e impelía a desear que todos los que fueron cómplices y contribuyeron a sus desgracias y trabajos experimentasen el merecido castigo; y así al ver que no sólo dejaba sin escarmiento la perfidia de los mexicanos, que tanta parte tuvieron en ello, sino que intentaba protegerlos, le cegó su pasión transportándolo a los excesos que había cometido; pero que habiendo vuelto sobre sí y reconociendo que el verdadero amor y lealtad se manifiesta perfectamente en deponer el propio dictamen por complacer a la persona amada, había resuelto ejecutarlo, pidiéndole perdón de sus yerros, y ofreciéndose a servirle y auxiliarle con sus tropas en favor de los mexicanos».

Esta repentina mudanza del cacique de Chalco, nació de que habiendo vuelto, como he dicho, los de Atzcapotzalco, y dádole una respuesta desabrida, mandó sacar de la prisión a los presos y que los despedazasen en medio de la plaza; pero como supiese luego su fuga por orden de Quateotzin, tornó contra él todo su enojo y mandó que sin dilación le quitasen la vida, como también a su mujer, hijos, criados y a los guardas de las jaulas, como se ejecutó, sin que escapasen más de dos hijos de Quateotzin, uno varón y otro hembra, a quienes favoreció después en México Moctheuzoma. Viéndose, pues, aquel malvado régulo despreciado de los huexotzincas,   -30-   amenazado de Maxtla y odiado de los mexicanos, y que en vez de granjearse amigos con su criminal acción como se había figurado, había aumentado el número de sus enemigos, intentó ponerse a cubierto reconciliándose con Netzahualcóyotl; mas este príncipe respondió a los mensajeros de esta suerte: «Decid, a vuestro amo, que si yo procediera tan villana y vilmente como él, la respuesta que daría a su mensaje sería mandaros hacer cuartos; pero que en mi pecho no tiene lugar la venganza, y mucho menos la crueldad para ejecutarla con los inocentes, sino la justicia para castigar perfidias y traiciones, y alevosías; que no necesito de su socorro para amparar a los mexicanos, porque me sobran amigos fieles y súbditos leales que me ayuden en la empresa; que procure tener sus tropas bien apercibidas, porque en socorriendo a los mexicanos volveré sobre él a destruirle».

Myladi. ¡Buen Dios, qué contraste presentan estos hombres en la escena política de esta América! Tan pérfido el uno como generoso el otro; mejor diré, tan criminal y abominable el uno como magnánimo y virtuoso el otro, virtud y vicio... ¡Qué diferencia! Tengo para mí por más abominable y cruel al régulo de Chalco que al mismo Maxtla, y entiendo que si aquél hubiese tenido el poderío de éste habría hecho mayores destrozos en este suelo.

Doña Margarita. Usted ha presentado un problema de difícil resolución. Partieron asaz confusos los mensajeros con esta respuesta y el cacique de Chalco no tuvo más recurso que guarnecer lo mejor que pudo sus fronteras, esperando el golpe que le amagaba como un condigno castigo, y cortó enteramente toda correspondencia con Texcoco. Netzahualcóyotl esperaba por instantes la llegada de las tropas auxiliares. El infante Quauhtlehuanitzin se había dado mucha prisa en levantar las que pudo y habían venido de los estados hereditarios, así es que estaba ya con más de cien mil hombres y los tenía acuartelados en los campos de Acolman, Chiauhtla y contornos de Texcoco; pero antes de emprender la marcha, quiso Netzahualcóyotl examinar por sí mismo el estado en que se hallaban México y Tlatelolco, el número de tropas qué tenían y tratar con sus reyes sobre el orden y disposiciones de la guerra para obrar con plan. Impelido de su eficacia y ardiente espíritu, determinó pasar en persona secretamente a México y ya entrada la noche se embarcó sin ser sentido, llevando sólo algunas personas y criados de su confianza. Navegó felizmente y al amanecer desembarcó en Tlatelolco por la ribera de levante, o sea por el rumbo de San Lázaro por el cañón mismo que hoy existe.

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Extraordinario fue el alboroto y regocijo que tuvieron los mexicanos agradablemente sorprendidos con la presencia de un príncipe que reunía a su prestigio el poder, y era entonces doblemente admirado. No había que perder tiempo y así, en el corto rato que reposó, dijo a los reyes el fin de su venida, y salió con ellos a reconocer los puntos fortificados. Presentósele la tropa, que pasaba de setenta mil hombres; sus jefes llegaron a saludarle y a todos correspondió con urbanidad. Restituyose al palacio de Izcóatl a tratar con él, con Quauhtlehuanitzin y otros jefes principales sobre las medidas de ataque y defensa que se habían de adoptar, y quedó acordado que luego que acabaran de reunirse las tropas auxiliares, enviaría Netzahualcóyotl a México una gran fuerza; que los dos reyes con las tropas mexicanas y tlatelolcas acometerían en derechura por las fronteras de Atzcapotzalco; que el infante Moctheuzoma con la tropa que llegase de Texcoco entraría por Tlacopan -o Tacuba-; que el infante Tlacaeleleltzin con otra igual avanzaría sobre una trinchera y casas fuertes que tenían los tecpanecas en el paraje donde se juntan los ríos de Atzcapotzalco y Tenepantla, entre la dicha ciudad y el cerro de Tepeyacac13, y que Netzahualcóyotl con el resto de sus tropas vendría a desembarcar a la misma falda de dicho cerro14, y entraría por allí recorriendo la ribera de ambas ríos; que el ataque se daría simultáneamente, para cuyo efecto, como plan de sedal entre otras se acordó, que haría poner una gran luminaria en el alto del cerro de Quauhtepec -que sin duda sería el que hoy llaman Zacoalco- contiguo al de Tepeyacac, pero más elevado; que cuando la viesen, avanzasen todos a un tiempo, cada división por el rumbo señalado. Finalmente, se acordó que se pusiese un cuerpo de tropas en Culhuacán, que impidiesen cualquier movimiento que pudiesen intentar por allí los xochimilcas aliados de Maxtla, que entonces estaban poderosos.

Mister Jorge. He recorrido con curiosidad las inmediaciones de México, para sacar por cámara obscura sus admirables vistas, que en Londres se aprecian mucho y de que no hacen el debido aprecio los mexicanos, según he oído decir, y aseguro a usted que semejante plan de ataque estuvo perfectamente combinado y cual pudiera un maestro de la guerra de Europa.

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Doña Margarita. El día de la llegada de Netzahualcóyotl a México se le sirvió una buena comida que duró hasta media tarde; mas acabada ella avisaron los espías que Maxtla tenía acampado un ejército numerosísimo al mando de su mejor general Mazatl, y que sabían que con él atacaría a México dentro de tercero día. Semejante novedad aceleró la salida de Netzahualcóyotl para Texcoco, para llevar la guerra a Atzcapotzalco, sin esperar a ser atacados por Maxtla. Ofreció entonces el Príncipe que, aun cuando no hubiesen llegado las tropas auxiliares que esperaba en su totalidad, enviaría al día siguiente a México el mayor número posible para que, dividido entre los infantes, acometiesen por los puntos acordados, al mismo tiempo que los reyes lo harían por la frontera de Atzcapotzalco, y que él con la tropa que le quedase iría por Tepeyacac, lo que se verificaría dentro de dos días muy de mañana15. Llegada la noche, se embarcó Netzahualcóyotl y llegó sin obstáculo a Texcoco, porque los tecpanecas habían reconcentrado sus fuerzas hacia la capital y se batió con la noticia de la llegada de los de Huexotzinco, mandados por los generales Xayacamachan y Quauhtepetle. También habían llegado las fuerzas de Cholula y Tepeyacac -hoy dicho Tepeaca- y de otras varias partes, aunque faltaban las de Tlaxcala, y no les permitió el Príncipe descansar, ni él tampoco tomó reposo, pues incontinenti comenzó a expedir órdenes para que muy de madrugada partiesen a México; ya el infante Quauhtlehuanitzin tenía a punto las canoas en crecido número, en que se embarcaron y partieron a la salida del sol. Cuando fueron divisadas por los enemigos, quedaron sorprendidos con aquel horrible aparato, presumiendo fuese a descargar sobre la costa; no quedó menos sobresaltado Maxtla, pues le parecía imposible que Netzahualcóyotl pudiese reunir tanto número de tropas... ¡Ah! su corazón, presago fiel de su ruina, se la anunciaba próximamente, y también era el fiscal que le acusaba, y convencía de que éste era el condigno castigo de sus crímenes. Mandó luego a Mazatl que marchase a la ribera a impedir el desembarco, el que mandó avanzar prontamente los trozos que pudo. Acercáronse los texcocanos y tomaron puerto en la costa oriental de Tlatelolco, con lo que se calmó algún tanto el susto de los tecpanecas,   -33-   que siempre quedaron cuidadosos viendo a México tan guarnecido, y ya no pensaron atacarlo. Al siguiente día se embarcó Netzahualcóyotl con otro grueso de tropas que mandaba en jefe y a sus órdenes el infante Quauhtlehuanitzin, y los príncipes Tezontecohuatl y Acolmiton, sus sobrinos; también le acompañó el general de los huexotzincas Xayacamachan con parte de su gente, pues la demás el día anterior había marchado con su compañero Quauhtepetl y otros valientes capitanes. Entre las providencias que el Príncipe dictó, una de ellas fue prohibir a los soldados texcocanos que llevasen adornos de plumas y joyas, sino que todos fuesen con armas lisas, vestidos uniformes de mantas sin labor alguna. Ya indicaré a ustedes luego el objeto de esta providencia, porque noto que la señorita ha hecho alto sobre ella.

Al salir el sol llegó a Tepeyacac, hizo desembarcar prontamente su tropa, la formó en batalla, y mandó encender la luminaria consabida en el cerro de Quauhtepec16. Ya estaban preparados los mexicanos y, vista la señal acordada, saltaron prontamente en sus canoas para atravesar el corto trecho de la laguna que mediaba, y embistieron a un mismo tiempo por los tres puntos, con tanta furia por ambas partes, que corría en arroyos la sangre. El infante Tlacaeleleltzin atacó las trincheras y casas fuertes tan bruscamente, que hizo horrible estrago en el enemigo; habríalas tomado a no estar copiosamente guarnecidas. Peleose con igual ardor hasta el mediodía que llegó Netzahualcóyotl, habiendo recorrido desde Tepeyacac las riberas de los ríos, entrando a sangre y fuego las poblaciones en que halló resistencia, y también embistió por el costado de las casas fuertes, por lo que obligó a los tecpanecas a abandonarlas; se apoderó de ellas y las guarneció, ínterin replegándose los enemigos fueron a reunirse con el grueso del general Mazatl, que era numerosísimo; con este cuerpo había recibido el ataque de los mexicanos y tlatelolcas, mandados por sus reyes en persona. Aquí fue lo más crudo de la acción, porque aunque en el primer avance los mexicanos hicieron retirar a los tecpanecas largo trecho, ganándoles una zanja ancha y profunda, que habían abierto cerca del punto llamado Petlacalco, volvieron después sobre los mexicanos con grande ímpetu, haciéndolos repasarla, y retándolos hasta la orilla de la laguna; pusiéronlos en tal conflicto, que a media tarde ya desmayaban y volvían la espalda para irse a   -34-   guarecer a sus canoas, confesándose rendidos, y prorrumpiendo indecorosamente en expresiones de aplauso al enemigo, de quien imploraban clemencia. Oyolos Netzahualcóyotl y fue tanto su enojo que los trató de cobardes y villanos, y en otras circunstancias habría empleado contra ellos su valor. «Sin duda el conflicto de los mexicanos fue extraordinario en esta vez, y mucho mayor el de los reyes que mandaban aquellas tropas, cuando oyeron sus murmuraciones: "¿Qué hacemos? -se decían unos a otros17-. ¿Qué hacemos? ¿Será preciso sacrificar nuestras vidas a la ambición de nuestro rey, y de nuestro general? ¡Cuánto mejor no sería rendirnos confesando nuestra temeridad para conseguir el perdón y la vida?". Oyó Izcóatl con sumo pesar estas voces y viendo que con ellas se desalentaba más y más la gente, llamó a consejo a Moctheuzoma y al Príncipe para pedirles su parecer, y lo que correspondía hacer para reanimar el valor de las tropas que tan abatido parecía. "¡Qué? -respondió Moctheuzoma-. Combatir hasta la muerte; si morimos con las armas en la mano defendiendo nuestra libertad, haremos nuestro deber; si sobrevivimos vencidos, quedaremos cubiertos de eterna confusión". Entre los mexicanos -añade- hubo algunos tan viles que llamando a los tecpanecas les decían: "¡O fuertes tecpanecas!, dueños de esta tierra, refrenad vuestro enojo, nosotros nos rendimos. Si queréis, aquí a vuestra vista, daremos muerte a nuestros jefes para merecer de vosotros el perdón de la temeridad, de los que nos ha inducido su ambición". Fue tanta la ira que produjeron estos gritos en los jefes y nobles que los habrían castigado si pudieran; pero disimulando su disgusto, gritaron todos de consuno: "Vamos a morir con gloria", y al mismo tiempo arremetieron con tal ímpetu a los enemigos que los rechazaron de un foso que ocupaban, y los hicieron volver atrás». Tal es el texto de Clavijero que en lo substancial coincide con el señor Veytia, pero no en todo, pues aquel escritor da por concluida la campaña en aquel día con la muerte de Mazatl a manos de Moctheuzoma; mas el señor Veytia da a este sitio ciento catorce días de duración, y yo estoy por ésta, porque refiere tan circunstanciadamente las operaciones de esta campaña, los diferentes ataques y días en que se dieron, los jefes que los mandaron y los puntos que fueron teatro de la guerra, que sería preciso cerrar voluntariamente los ojos para no conocer que esta relación es exacta, y debe preferirse a la de aquel sabio escritor.

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Myladi. Ciertamente que convencen esas observaciones críticas y por ellas debe preferirse a mi juicio. Ruego a usted que nos detalle todos los sucesos más notables de esta memorable campaña.

Llegaron -dice el señor Veytia- a esta crítica sazón en que sufrían el descalabro los mexicanos, por la derecha Netzahualcóyotl y Tlacaeleleltzin, con el resto de sus tropas al socorro de los semivencidos mexicanos, y casi al mismo tiempo se presentó por la izquierda Moctheuzoma, que había entrado con su gente por el lado de Tacuba. No fue igual la resistencia que hicieron por aquí los tecpanecas, aunque por este rumbo estaban bien fortificados, porque Totoquiyauhtzin, señor de esta ciudad y descendiente de la casa de Atzcapotzalco, favorecía secretamente el partido de Netzahualcóyotl, y así aunque fingieron resistir en la entrada a Moctheuzoma, al primer avance se entregaron y entró el ejército en la ciudad, pero sin causar daño ninguno; dejó competente guarnición y marchó sin detenerse a reunir con la gente de Texcoco, y con tal socorro dado tan oportunamente y auxiliados menos con las voces de sus jefes los mexicanos que con su ejemplo, revolvieron sobre sus enemigos con tal denuedo que en breve tornaron a rehacerse de la zanja, obligándolos a retirar hasta otra que tenían más adelante en el punto llamado Mazaltzintamalco. Sobrevino entonces la noche y sus tinieblas no permitieron seguir el alcance: reunieron por tanto la gente, se fortificaron en la zanja de Petlacalco, y allí se mantuvieron en reposo hasta el día siguiente, haciendo lo mismo los tecpanecas, fortificándose en la zanja de Mazaltzinmalco, la cual era más ancha y profunda que la otra, más elevado su parapeto, y circunvalaba enteramente toda la gran ciudad de Atzcapotzalco formándola una especie de muralla. Mazatl la guarneció toda en contorno para esperar allí un nuevo ataque de los mexicanos. Al ser de día ordenaron éstos su tropa y el grueso del ejército marchó en demanda de los tecpanecas; pero apenas llegaron a la fortificación, cuando concibieron la gran dificultad que había de atacarla con suceso, porque no les ayudaban sus armas, siendo aquél un parapeto bien guarnecido. Formose por tal motivo junta de generales y, después de una larga discusión, acordaron sitiar aquella fortaleza para impedir que le entrase socorro, menudeando entre tanto los asaltos por diferentes puntos según conviniese. En aquel día llegaron los auxilios de Tlaxcala y de otros puntos, y se reunieron al ejército sitiador.

Dividiose éste en cuatro trozos iguales: uno mandaban las reyes de México y Tlatelolco, campando hacia levante de   -36-   Atzcapotzalco, teniendo resguardada la espalda con la fortificación de Petlacalco y sus canoas ancladas en aquella ribera, para asegurar la comunicación con México. Por el norte campó el infante Tlacaeleleltzin al abrigo de las casas fuertes que ganó, y también le aseguraba la comunicación con sus canoas ancladas en la costa. El infante Moctheuzoma, a quien acompañaba Quauhtepetl general de Huexotzinco, tomó al lado del sur al abrigo de la guarnición de Tacuba. Netzahualcóyotl se reservó la parte del poniente que era lo más peligroso, porque teniendo a la espalda todo el reino tecpaneca, no sólo no tenía resguardo ni retirada, sino que era preciso que la mayor parte de los socorros que viniesen de Atzcapotzalco por tierra adentro tropezasen con él. Ordenó cada general su gente por el rumbo que le tocó, extendiendo sus alas de uno y otro lado para conservar su comunicación recíproca, y de este modo quedó acordonada la tropa sitiadora y se procuró estrechar la fortificación para que se rindiese. La tropa toda de los aliados, y más que todos la mexicana, estaba muy lucida y vestida ricamente a su usanza, porque sus ropas eran labradas, matizadas de diversos colores, adornadas con joyas y con vistosos penachos en las cabezas de variadas plumas; no eran menos vistosas las rodelas ornadas también de las mismas: las macanas, arcos y flechas estaban pintadas de diversos modos. Ustedes que han leído la relación del sitio de Troya, y han visto campear sus más ilustres guerreros entre el mar y las murallas de aquella desgraciada ciudad, teatro de los combates más sangrientos e inútiles, podrán figurarse este famoso sitio en que sus combatientes estaban animados de igual furor y excitados del mismo: amor a la gloria. Solamente la tropa de Texcoco que mandaba nuestro príncipe, estaba sin adorno alguno en sus personas y armas, porque así lo había prevenido: esto producía cierta tristeza y desaliento en sus soldados, era motivo de burlas y dichos picantes de los mexicanos, y de murmuraciones contra sus jefes. Netzahualcóyotl que en todo estaba, y todo lo preveía, trató de sufocar este germen de discordia y para conseguirlo en su origen, temeroso de sus resultados, mandó formar su ejército, dio por el frente de él algunos paseos, recorrió sus filas, impuso silencio, y mirándolas con un semblante halagüeño, les habló de este modo. (Yo os ruego que lo escuchéis por mi voz, como sus soldados por la suya):

«Estoy alegre y divertido viéndoos entre tanta tropa adornada con variedad de trajes, siendo solos vosotros blancos y uniformes. Figúraseme que estoy en un jardín de diversas flores, en que sois los olorosos jazmines, que sin más adorno que su   -37-   sencillo candor y blancura, se llevan la primacía entre todas las rosas. Los adornos exteriores, hijos míos, no aumentan el valor del que los lleva, sino el del enemigo cuya ávida codicia le alienta a vencer para aprovecharse del despojo. Faltando en vosotros este estímulo, disminuirá mucho su valor, al paso que aumentará el vuestro, lisonjeándoos de aprovecharos de sus adornos. Éstos en lo general no sirven más que de embarazo al tiempo de dar la batalla; y así es que vosotros entraréis en ella con manifiesta ventaja sobre vuestros enemigos, porque libres de todo estorbo podréis acometer y retiraros con mayor ligereza, y con mayor destreza usar de vuestras armas. De esta suerte, hijos míos, lucirá vuestro valor con vuestros hechos y conocerán los tecpanecas que sin hacer ostentación de él en los adornos, consiste solamente la fuerza y valentía en el bizarro aliento de vuestros corazones».

Este precioso razonamiento proferido con tanta dulzura como energía, y más que todo con oportunidad, serenó enteramente la agitación de los soldados texcocanos, dejándolos de todo punto contentos, satisfechos y convencidos -cosa difícil de conseguir de la multitud-; ya no hicieron caso de las burletas de los mexicanos y se conformaron gustosos con la sencillez de sus armas y vestidos. Se hizo tan plausible esta alocución que hoy llamamos proclama, que según el señor Veytia, después se compusieron canciones sobre ella, de las que por mucho tiempo se conservaron fragmentos... ¡Con qué arte llama la atención en el exordio! ¡Cómo capta la voluntad de los soldados comparándolos con los jazmines entre las rosas! ¡Cómo lisonjea el amor propio! ¡Cómo convence de la necesidad que tienen de presentarse vestidos a la ligera, así para no ser objeto de la codicia del enemigo que los busque para despojarlos de sus adornos, como porque sin ellos están más expeditos para jugar sus armas con suceso! Esto es proclamar y proclamar con fruto. Muy pocas son las arengas de esta especie que han llamado mi atención, y puedo decir que sólo dos: ésta y la que Napoleón dirigió a su ejército cuando lo revistó en Tolón para marchar a la expedición de Egipto; casi las más me provocan el sueño.

Myladi. Conozco la justicia con que usted la ha celebrado.

Doña Margarita. El sitio de Atzcapotzalco va largo y no siendo posible concluir hoy su relación, será bueno que la dejemos para mañana. A Dios.



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Conversación cuarta

Myladi. Quedamos ayer en combate, sin que en él haya habido más interrupción que la que causó la noche: sigámoslo hoy y veamos por quién se decidió la victoria.

Doña Margarita. Es suceso en que todos debemos tomar parte, así como la tomamos en el duelo de los buenos reyes de Texcoco si ustedes hacen memoria. Viéndose sitiados los tecpanecas -dice el señor Veytia-, comenzaron a hacer salidas, y los sitiadores a pretender asaltar las fortificaciones de Mazatlazintamalco por varios puntos, de que se originaron reencuentros reñidos y sangrientos, sin fruto de ambas partes. Eran frecuentes estas escaramuzas y mucha la sangre que se derramaba principalmente de parte de los sitiados, pues no podían reemplazarla como los sitiadores. Netzahualcóyotl y Tlacaeleleltzin con sus respectivas tropas, rechazaron a los que pretendieron socorrer la plaza haciéndoles retroceder; y aunque perdían no poca gente en estas acciones, diariamente recibían socorros que venían hasta de los puntos más distantes. Maxtla no ignoraba lo que pasaba en su ejército, pues de todo le avisaba Mazatl: manteníase en su corte, pues no quiso salir a campaña ni dar la cara a los texcocanos; ignórase si por desprecio o cobardía, defectos que son comunes en los tiranos y aunque éste se había creado en la guerra, la historia no cuenta ninguna hazaña que le redimiese de la nota de cobarde, aunque sí se leen muchos que lo marcan con la de cruel y soberbio.

Ciento catorce días duró el sitio como dije ayer y ninguno se pasó sin que se diera alguna acción más o menos empeñada, y en todas hubo muchos muertos de ambas partes. Ya comenzaban a desmayar los tecpanecas consumidos del trabajo y faltos de gente con que sostener la defensa, a pesar de que de la ciudad, que era populosísima, salían a su socorro cuantas personas eran capaces de llevar las armas. En este estado Mazatl se resolvió a aventurar una acción general, que aunque no fuese decisiva bastase por lo menos a dar socorro a la plaza. Para esto hizo que Maxtla despachase algunos mensajeros a los pueblos que aún tenía a su devoción. Contaba por   -39-   la banda del sur con Coyoacán y Xochimilco, por la del norte con Quauhtitlan, Tepotzotlán y algunas otras ciudades principales del imperio; prevínoles por sus enviados que marchasen prontamente reuniéndose en Tenayocan, pues por ese rumbo no tenían los sitiadores fortificación ninguna, operación que debería verificarse el día de siete serpientes y al siguiente, señalado con el jeroglífico del viento en el número ocho. Muy de madrugada deberían atacar a los texcocanos embistiéndoles por la espalda; entretanto, simultáneamente saliendo los tecpanecas de su fortificación, avanzarían por el frente. Los mensajeros tuvieron la fortuna de pasar la línea y ejecutaron felizmente su comisión. No fue menor la diligencia que pusieron los aliados de Maxtla en proporcionarle socorros, así es que para el día señalado se verificó la reunión en los campos de Tenayocan en crecidísimo número, que hacen subir, ¡cosa increíble!, a más de doscientos mil hombres. Luego que amaneció se colocaron en orden y en la misma vinieron en demanda de los sitiadores por el camino recto que va a Atzcapotzalco entre poniente y norte. Netzahualcóyotl y Tlacaeleleltzin, situados por este punto, supieron por sus espías desde la noche anterior de la aproximación del socorro: dieron luego aviso a los demás generales que estuviesen prontos para acudir donde llamase el peligro. Apenas divisó Mazatl el socorro, mandó que los sitiados atacasen, tanto los de dentro como los de afuera por el frente, dando muchos alaridos y grita horrible a las tropas de Netzahualcóyotl e Infante, en las que hicieron mucho estrago en el primer ímpetu; pero sobreviniendo el resto del ejército mexicano, se pusieron casi en igual número a batallar. Ambas partes pelearon bizarramente y por ninguna se presentaba la victoria, hasta que después de mediodía el infante Moctheuzoma Ilhuicamina y el general tecpaneca Mazatl, se atacaron cuerpo a cuerpo con igual denuedo; mas el mexicano tuvo la ventura de acertarle a Mazatl con un golpe de macana en la cabeza, que lo derribó muerto a sus pies. Gritose victoria por los mexicanos y publicada la muerte del general enemigo, desmayaron los tecpanecas en términos de acogerse a sus fortificaciones. Cargoles entonces reciamente Netzahualcóyotl e hizo horrenda carnicería, y les ganó además sus atrincheramientos por los que entró luego el ejército victorioso. Siguió éste el alcance a los fugitivos hasta la ciudad, en que penetró espada en mano, pasando por ella cuanto encontró: mandó dar fuego a las casas y templos hasta llegar al palacio de Maxtla... Aquí podría yo exclamar como un escritor francés en 1808, cuando Carlos IV fue trasladado   -40-   por Napoleón a Valencey: «Genio de Moctheuzoma, ya estás vengado! ¡Genio de Ixtlilxóchitl, llegó el momento de tu desagravio!... ¡Monarcas del Universo, déspotas de toda especie que oprimís a los pueblos!... ¡Ah!, si por una fatalidad hubiese alguno que intentase oprimir al pueblo mexicano, dad ya una mirada sobre este perverso autócrata de este continente y temblad... Sí, sabed que os espera la misma suerte que a Maxtla». Había sabido éste, he dicho poco ha, cuanto pasaba en el ejército; pero poseído de un extraordinario capricho o llámese locura, porque cuando Dios quiere perder a un hombre primero lo enloquece18, no quiso dar asenso a las noticias infaustas; pareciéndole increíble que los suyos fuesen vencidos, así es que no puso en salvo su persona. Cuando vio entrar en su palacio a los vencedores, no tuvo otro arbitrio que el de esconderse en un baño llamado temaxcalli, o estufa, que aún usan los indios situado en uno de sus jardines. Halláronle fácilmente sus enemigos y sacándole de él con ignominia, lo llevaron a presencia de Netzahualcóyotl, el cual mandó que lo llevaran luego a la plaza mayor adonde le siguió. Hízolo poner de rodillas en medio de ella, comenzó a hacerle cargos de las crueldades y tiranías ejecutadas con su padre Ixtlilxóchitl, de sus traiciones, cautelas y gravísimos males que había ocasionado su ambición, y finalmente de la mucha sangre que por su causa se había derramado. Mandole que diese sus descargos y Maxtla respondió: «No tengo disculpa que dar: conozco que debo morir, y así ejecuta en mí el castigo». Entonces levantó Netzahualcóyotl la macana y de un solo golpe le quitó la vida. Mandó luego que le sacasen el corazón y esparciesen su sangre hacia los cuatro vientos; pero que al cuerpo se le hicieran las exequias funerales y honras que se acostumbraban a los reyes. El padre Torquemada y Clavijero dicen que murió, a palos y pedradas, algunos recibiría al tiempo de ser hallado, pero sin duda murió ejecutado por la mano misma del Príncipe.

Tal fue el desastroso fin del tirano Maxtla, que había sucedido a su padre contra su disposición testamentaria en el imperio de los chichimecas, injustamente invadido y usurpado por aquel: dio rienda suelta a sus pasiones, hízose generalmente odioso, no hubo exceso que no cometiese hasta pretender forzar a la reina de México a presencia de su marido. Entregado a los deleites, confió su imperio a sus favoritos, que le eran tanto más agradables, cuanto más viles, prostituidos   -41-   y cautelosos. En el poco tiempo que gobernó hizo matar reyes, persiguió inocentes, cargó a los pueblos de tributos y nada hizo en alivio de sus pueblos: ¡Ah! ¡Corran igual suerte los que lo imiten! Con su muerte acabó el reino tecpaneca, para resucitar las glorias de los aculhuas y el imperio de los chichimecas. Netzahualcóyotl hizo traer gran cantidad de leña y formar una pira en la plaza, y entre él y los reyes e infantes de México, levantaron el cadáver colocándolo sobre ella, prendiéronla fuego y se mantuvieron allí todos los príncipes y jefes del ejército hasta que se redujo a cenizas: de esta suerte le hicieron los honores funerales. El día de este suceso, fausto para la justicia y humanidad, se señaló en el calendario de los indios con el jeroglífico del viento en el número ocho que -según el cómputo del señor Veytia- correspondió al 6 de junio de 1428. Aunque ya era tarde y se acercaba la noche, mandó Netzahualcóyotl que siguiese el saqueo y estrago hasta destruir enteramente la ciudad, que destinó por mayor ignominia para lugar donde se vendiesen los esclavos, haciéndose allí la feria de este vil comercio. Dos días duró la destrucción de aquella numerosa ciudad, siendo grande el despojo, a proporción de lo suntuoso y rico de ella. Cediole todo Netzahualcóyotl a la tropa, que quedó muy complacida. Llenáronse de gloria en esta campaña varios generales y jefes. Moctheuzoma la tuvo de haber muerto a Mazatl e influido en la victoria directamente. Tlacaeleleltzin mató y venció en este día a varios famosos capitanes, y se señaló con hechos dignos de eterna memoria. Concluida la toma de Atzcapotzalco, pareció al Príncipe que debía aprovecharse del orgullo y entusiasmo de sus tropas victoriosas para seguir conquistando lo que faltaba aún del imperio tecpaneca, pues con la toma de Atzcapotzalco la guerra no era concluida, ni era posible que lo estuviese; porque Maxtla tenía aún parientes y hechuras que suscitaban disturbios, unos con pretensiones al trono de que acababa de ser lanzado, y otros por aquellas odiosidades que siempre son consecuencias de las revoluciones civiles y producen las reacciones. Dio a la tropa un día de descanso, y pasado éste salió con ella dividiéndola en cuatro trozos mandados por los mismos jefes: encaminose la vuelta de Tenayocan, antigua corte de sus mayores como hemos dicho, y de consiguiente muy populosa; resistiose algunos días al ejército, pero al fin fue tomada por las armas y entregada al pillaje. La misma suerte corrieron Tepanohuayan, Tolutlan, Quauhtitlan y Teoloyucan, con otras poblaciones menores, sitiadas al norte de México hasta Xaltocan, en cuya conquista se gastó lo restante del   -42-   año. A fines de éste, Netzahualcóyotl suspendió la guerra dejando guarniciones en los puntos que estimó convenientes, y con su ejército vino a México. Aquí despidió muchas tropas auxiliares, principalmente las de los puntos más remotos, que se retiraron cargadas de despojos y contentas. Mostró su especial gratitud a las de Tlaxcala y Huexotzinco, a cuyos jefes hizo muchos obsequios, previniéndoles estuviesen a punto de auxiliarle cuando los llamase para consumar la reconquista, y sojuzgar algunos régulos que aún se mantenían insubordinados. En México fue recibido Netzahualcóyotl con muchas demostraciones de alegría, con bailes, regocijos y lo que no puede decirse sin dolor, con muchos sacrificios de sangre humana, pereciendo entre estas desgraciadas víctimas muchos valientes capitanes de Atzcapotzalco que habían caído prisioneros. Netzahualcóyotl aborrecía de corazón estos espectáculos por inicuos y opuestos a la ley natural, por lo que no quiso asistir sino a muy pocos, obligado de lo que se llama razón de Estado, pues en secreto, y en el fondo de su corazón, creía que no debía adorarse sino al Señor Dios Todopoderoso, conservador Supremo del Universo, es decir, al Teotloquenahuaque. No será inoportuno refiera yo a ustedes que en el tomo 3.º, manuscrito intitulado: Varias piezas de orden de S. M., que existe en el Archivo General de México que antes era Secretaría del Virreinato, se halla un trozo brillante de la historia de Texcoco, en que consta que manifestando Netzahualcóyotl al rey de México lo inútil de los sacrificios humanos, le dice así: «"Verdaderamente los dioses que yo adoro19 son de piedra e insensibles, pues ni hablan ni sienten. Ellos no pudieron formar la hermosura del cielo, el sol, la luna, y estrellas que lo embellecen y dan luz a la tierra, ni los ríos, fuentes y plantas que la adornan: todo esto tiene algún Dios oculto y desconocido, que es el único que puede consolarme en la aflicción que me atormenta como mi corazón siente... a él quiero por mi ayudador y amparo". Este razonamiento lo hizo -como veremos en su lugar- por la pérdida de un hijo y con cuyo motivo para alcanzar consuelo se retiró al bosque de Tezcutzinco, y apartado de los negocios que pudieran distraerlo de su meditación, ayunó cuarenta días al Dios Todopoderoso, Criador de todas las cosas, oculto y no conocido. Ofrecíale sacrificio de incienso y copalli al salir el sol, al mediodía y al ocultarse, y después a la   -43-   medianoche». He aquí una margarita preciosa, escogida por Dios y separada del fango inmundo de la idolatría, cual designó -permítaseme la comparación- a Abrahán; he aquí una pequeña luz que alumbraría al pueblo texcocano y prepararía su corazón y los ojos de su entendimiento, para que a vueltas de un siglo recibiese el Evangelio... ¡O arcanos incomprensibles de Dios! ¡O alteza de su sabiduría! Yo pierdo la cabeza cuando medito sobre esto, deliro y me extravío del asunto que trato... Sí señores, he aquí la causa por que Dios sacó inofenso a este príncipe de las garras de un tirano, por que lo cobijó con su paternal Providencia, por que le dio astucia, valor y entendimiento para dirigirlo todo y hacerse el árbitro de este continente: así remunera la bondad del Eterno a los que le aman y desean servirle.

Concluidas las fiestas de los mexicanos, querían muchos señores de la nobleza de esta ciudad que se jurase a Netzahualcóyotl gran Chichimecatl Tecuhtli, sucesor legítimo del imperio de Texcoco; pero al rey de México Izcóatl no le agradaba este pensamiento, porque aunque no pensaba obrar contra el Príncipe, sino mantener con él firme la unión, empero se le hacía duro en su edad anciana y con el gran crédito y aplauso que gozaba, haber de reconocer por superior a su sobrino joven. Éste fuérase porque llegó a penetrar la repugnancia de su tío a quien veneraba, o por mero impulso de su ánimo gallardo, se negó enteramente a semejante pretensión, diciendo que no se prestaría a recibir este título tan honroso, hasta no haber reducido a una total obediencia y pacificación su reino hereditario, que durante su ausencia en la campaña había vuelto a inquietarse por la traición del cacique de Huexotla.

Mister Jorge. He aquí un rey prudente que quería llamarse tal de lo que verdaderamente poseía; no se parece al de España que se titula Rey de Jerusalén, cuya localidad tal vez ignora.

Doña Margarita. Muchos reyes se alimentan como los camaleones, de aire, fausto y pompa ridícula: son animales de gloria en la frase de San Agustín. Los festines y regocijo que mostraron los mexicanos para celebrar a Netzahualcóyotl en su ciudad, no fueron bastantes para aquietar la inquietud que fatigaba entonces su corazón. Teníale particularmente incómodo el cacique de Huexotla, que además de haber sublevado a una parte de sus súbditos, había extendido la seducción a los de Cohuatlican, Cohuatepec y otros lugares inmediatos a Texcoco; sin embargo de esto procuró disimular su desazón, y se mostraba alegre y satisfecho, y para dárselos así a entender a los mexicanos, y que gustaba de vivir en medio de ellos, emprendió   -44-   la fábrica de un bello palacio en Chapoltepec para su habitación.

Myladi. Dispénseme usted, ¿es por ventura el que hoy existe?

Doña Margarita. No señora, el antiguo lo arruinaron los españoles: sobre sus ruinas construyó el Conde de Gálvez en 1786 el que usted ha visitado, y se está arruinando por inhabitado y robado sus barandales de fierro por la tropa allí destacada. Fabricó éste el ingeniero don Miguel Constanzó, y el pretexto o achaque que se tomó para construirlo fue dar ocupación a la gente miserable de esta capital, reducido al extremo de la miseria, en el año llamado de la hambre grande. Créese que el virrey Conde de Gálvez proyectó hacer la independencia de México y escogió aquel local para punto de apoyo de sus operaciones. Lo cierto es que no consultó a la corte de Madrid para emprender esta obra costosísima, siendo así que los Virreyes no podían disponer del tesoro real sino en cortas cantidades, y que el tal palacio es una verdadera fortaleza harto difícil de ser tomada. Esto es lo que yo puedo decir a ustedes, y que la temprana muerte de aquel Virrey popular dio mucho en qué pensar a los que le observaron de cerca en los progresos de su enfermedad, lo mismo que sucedió con su tío el Marqués de Sonora, ministro de Indias, muy querido de Carlos III, y que murió muy prontamente y de pesadumbre. Los mexicanos se ofrecieron muy gustosos a construir dicho palacio a Netzahualcóyotl, y lo cercaron y poblaron de venados, conejos y otros animales de montería, con lo que quedó hecho un sitio de placer. Los escritores chichimecas -dice el señor Veytia- atribuyen a este príncipe la construcción de las albercas y estanques en los manantiales de agua que existen hasta el día, de donde se abastece México en la mitad de su población por atajea de mampostería que se construyó en el reinado de Axayacatl, padre de Moctheuzoma segundo, y por lo que hizo incrustar sobre peña viva el retrato de aquel príncipe, que borraron a pico los españoles para que se olvidase su memoria. La delineación de este acueducto se atribuye también a Netzahualcóyotl y la plantación de los enormes árboles ahuehuetes que aún existen algunos en dicho bosque, habiendo sido los más talados por la soldadesca que allí ha estado destacada para hacer leña.

Myladi. Eso me parece una mera conjetura y que no pasa de tal, pues sería darles una duración de cuatro siglos.

Doña Margarita. Pues a mí me parece cosa muy fácil de averiguar.

Myladi. ¿Cómo?

Doña Margarita. Como calculan los botánicos la antigüedad de los árboles. Asiérrase un tronco horizontalmente y tantas cuantas líneas tiene, son otros tantos años de vida que ha   -45-   tenido, pues cada año la corteza que lo rodea y acresce, es otro de vida que ha gozado. Por este principio seguro es muy fácil la averiguación. Cuantas veces he visitado este bosque ha sentido mi corazón una sensación profunda, mezclada de una dulce melancolía: he saludado aquellos árboles, que semejantes a unos ancianos venerables cubiertos con heno, como con una blanca cabellera, parece que exigen cierta veneración y respeto, semejante al que sentían los griegos al penetrar los sagrados bosques de Diana; su majestad y silencio me ha parecido que sólo era turbado con la augusta sombra del príncipe Netzahualcóyotl que creía giraba en derredor mío, y que hablando secretamente a mi corazón me decía: «Cuando yo planté estos árboles estaba consagrado todo a hacer la felicidad de los mexicanos: creí que estos mismos sentimientos ocupasen el corazón de los que me sucediesen en el gobierno de mi pueblo; vosotros los subyugasteis por el bárbaro derecho de conquista, jurasteis mejorar su suerte... ¿Habéis acaso cumplido con esta solemne promesa? ¿Son hoy, por ventura, más felices?». Esta pregunta terrible ha llenado de amargura mi alma y no he acertado a responderle... Pero alejemos de entre nosotros estas reflexiones desconsolantes y sigamos la historia.

Mientras esto pasaba en México, el traidor Ixtlacauhtzin trabajaba con fervor en aumentar el número de los rebeldes, no habiendo bastado los grandes triunfos de Netzahualcóyotl para infundirle terror ni hacerle volver sobre sus pasos; antes por el contrario, irritado con ellos, y más que todo, de que sacasen aprovechamiento los mexicanos, a quienes detestaba, se aumentó su empeño y osadía en sublevar el mayor número posible de pueblos. Tenía por cooperadores de esta atrevida empresa a Tilinatzin y Nonohuacalcatl, jefes de quienes tantas veces he hablado y que lograron escapar con la fuga cuando el Príncipe ocupó a Texcoco: estos temerarios intentaron sublevar la nobleza de Texcoco contra su soberano, socolor de vengar la muerte de Maxtla, mientras el de Huexotla con igual achaque hizo que se alzasen Acolman y Otumba recién conquistadas, así como Cohuatlican, Cohuatepec e Iztapalocan. Netzahualcóyotl creyó que debía cortar prontamente este fuego; pero amaba mucho a sus súbditos y le era muy sensible reducirlos por la fuerza. Decidiose a probar primero los medios de la suavidad y persuasión, y mandó mensajeros al señor de Huexotla20, y a su hermano   -46-   y cuñado diciéndoles: «Que ya sabían los felices resultados de sus armas con los tecpanecas, y la muerte de Maxtla, que había pagado su tiranía con la vida: que ésta, su destronamiento y los agravios que le había hecho fueron los motivos por que emprendió esta guerra, para la que le habían auxiliado los señores principales de la tierra en obsequio de la justicia, menos ellos, que siendo más interesados que otros, porque en vez de favorecer su causa se habían prevalido de su ausencia para sublevarle los pueblos y turbar la felicidad que deberían gozar, olvidados de sus deberes, y beneficios que había hecho al de Huexotla nombrándolo general de sus armas, y a su hermano y cuñado perdonándoles la vida y olvidando sus agravios; que si de él tenían alguna queja, estaba pronto a satisfacerles; pero que en todo caso volviesen sobre sí y no se dejasen llevar de caprichos contra su legítimo rey que los amaba mucho, y estaba pronto a usar de clemencia si reconocidos sus yerros la imploraban; pero que también tenía levantado un brazo poderoso y triunfante con que castigarlos severamente si no se reducían a su deber. El padre Clavijero conviene en que se mandó esta interpelación al cacique de Huexotla, saliendo los enviados del pueblo de Chimalhuacán, habiendo salido las tropas de México encaminándose por la llanura llamada hoy de Santa Marta. Algunas veces he pasado por dicha llanura, en la que he advertido ruinas de una inmensa población, tal vez serán las de dicho pueblo de Chimalhuacán. El pueblo de Santa Marta, que hasta hoy existe en una rinconada de la llanura, será memorable en la historia de nuestros tiempos, por haberse celebrado en él el 29 de marzo de 1823 un solemne convenio entre el general don Manuel Gómez Pedraza, comandante militar de México y apoderado del emperador don Agustín de Iturbide, y los generales Echávarri, Negrete y Marqués de Vivanco, y por el que quedó destituido del imperio mexicano, y disponiéndose a marchar a Tacubaya para embarcarse en la antigua Veracruz para Italia.

Cumplieron los mensajeros con la orden de Netzahualcóyotl; pero los rebelados estaban muy distantes de ceder a la razón, creyéndose en estado de usurpar el imperio, cuya capital de Texcoco tenían ya ocupada, y habían resuelto dividírselo; respondieron con mucha elación: «Que ya sabían la suerte que había cabido a Maxtla, cuya muerte trataban de vengar, porque reconocían en él a su legítimo soberano a quien habían jurado obediencia y no a Netzahualcóyotl, que degenerando de la nobleza de sus mayores, se había alzado con los viles mexicanos que fueron los principales culpados en la muerte de   -47-   Maxtla, y en quienes con mayor razón que en éste, y los tecpanecas, debía haber empleado su venganza... Que no temían su brazo victorioso, porque no siempre estaba la fortuna de igual aspecto y podría ser que no fuesen tan prósperos los sucesos de sus armas en Texcoco, como lo habían sido en Atzcapotzalco». Con tan insolente respuesta no le quedó otro arbitrio a Netzahualcóyotl que marchar adelante. ¿Mas por dónde caminó? He aquí una duda que suscita la contradicción que hay entre Veytia y Clavijero: éste asegura que por Santa Marta, es decir, por tierra firme; y el otro que por Tlatelolco, embarcándose los reyes de México y Tlatelolco con tropas veteranas de México y Tlaxcala para llegar, como llegaron, a la madrugada a Texcoco; yo tengo para mí que dividieron las fuerzas por agua y tierra por mayor comodidad, y para atacar simultáneamente por diversos puntos. Lo que es indudable es que llegaron a Texcoco, donde los enemigos no estaban dormidos, sino bien avisados de todo por sus espías y confidentes; así es que habían prevenido sus tropas en tanto número, que excedían a las de Netzahualcóyotl, y las tenían emboscadas al abrigo de las casas para atacar a los mexicanos luego que desembarcasen; así lo ejecutaron peleando por diferentes calles valerosamente, mas no pudieron desordenarlos ni hacerlos retroceder, aunque cada paso que avanzaban costaba no poca pérdida, bien que era mayor la de los traidores. Duró el combate todo el día: al entrar la noche se retiraron los de Texcoco a las bocas calles inmediatas, donde con suma presteza se fortificaron abriendo zanjas y levantando tierra para parapetarse, lo mismo hicieron los mexicanos de orden de Netzahualcóyotl para evitar un albazo. A la mañana siguiente se volvió a la carga, mas con tal denuedo, que en poco tiempo se apoderaron los mexicanos de las trincheras, siendo la disputa tenaz y formidable; sin embargo la lid no terminó y siguió hasta por siete días en que se le puso término por un refuerzo que llegó de México, el que hizo mucho estrago en los de Texcoco que no se daban por vencidos, y sólo se rindieron luego que tomaron la fuga sus generales Ixtlacauhtzin y Nonohuacalcatl; ocultándose en la sierra de Tlaloc. Siguió el alcance el ejército victorioso y aunque logró dar muerte y apresar a muchos de la primera nobleza, no lo pudieron hacer con los tres caudillos principales.

Entró Netzahualcóyotl con los reyes e infantes que lo acompañaron en su palacio de Cilán, adonde concurrió innumerable pueblo a implorar su clemencia, representándole que no había tenido parte en la rebelión, porque la mayor parte de los facciosos era de gente noble y principal, y de éstos unos habían   -48-   muerto en la guerra y otros se habían huido. Poco necesitó el Príncipe para usar de su piedad: no sólo les perdonó las vidas, sino que prohibió el saqueo de la ciudad, aun a los más culpados en la rebelión, y sólo para memoria de este suceso hizo quemar algunos templos, tomando por pretexto que servían de fortalezas. Este modo de obrar era consiguiente al odio con que veía aquellos abominables lugares en que se derramaba la sangre humana.

Detúvose Netzahualcóyotl dos días en Texcoco y en este tiempo arregló el gobierno, con ministros de su confianza, y marchó con su ejército a Huexotla. Hizo esta ciudad alguna resistencia, pero luego fue entrada espada en mano y entregada al saqueo. Acuérdome que en 17 de mayo de 1825 estuve en este miserable y arruinado pueblo, en el que vi un trozo del muro que lo rodeaba, el cual es bien elevado, y me traje una piedra del último cuerpo que figura un piloncillo, labrada a mano, como todas las que están uniformes en hilera y forman una hermosa vista. Sólo existe una columna en medio de la plaza, que era lugar de suplicio y donde ponían los antiguos a la vergüenza a los ladrones en días de tianguis o mercado. Dicha columna es lisa y en el remate del chapitel tiene una linda greca. También registré los vestigios de un foso que rodea un gran fortín y existe aún un puente muy antiguo que da paso a dos caminos, y está arruinándose. Todo aquel terreno está sembrado de piedra obsidiana, que son fragmentos de flechas que allí se dispararon y recuerdan la memoria de este ataque, que yo recordé al señor cura del lugar que me acompañó a este reconocimiento21. De allí pasó el Príncipe a Cohuatlican, Cohuatepec y otras poblaciones menores, que corrieron la misma suerte que Huexotla, hasta Iztapalocan. En ellas dejó jefes de su confianza y guarneció la ribera de la laguna del rumbo de Chalco que era fronteriza, y Xochimilco; no se fue sobre Acolman, Otumba y demás poblaciones que también se le rebelaron, porque los mexicanos estaban fatigados de la campaña y no quiso desagradarlos reteniéndolos más tiempo contra su voluntad, y regresó a México donde fue muy bien recibido con fiestas y regocijos públicos, donde si a ustedes les parece bien, lo dejaremos por hoy recibiendo las enhorabuenas de su triunfo, porque el calor no nos permite continuar su brillante historia. A Dios.



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Conversación quinta

Myladi. Dejamos ayer a Netzahualcóyotl muy regocijado en México: entiendo que presto pondría término a ese estado de quietud y holganza.

Doña Margarita. Parece que usted va conociendo su carácter; así sucedió, porque era hombre activo, laborioso, constantemente emprendedor, y emprendedor de cosas grandes; según la Historia nos lo pinta creía que nada había hecho, si aún le quedaba algo por hacer. Habiendo descansado algunos días resolvió ir sobre Xochimilco con sólo las tropas de sus estados, y algunas más auxiliares que le habían llegado de Tlaxcala sin valerse de los mexicanos. La ciudad de Xochimilco, que aún hoy subsiste con el mismo nombre en la ribera del sur de la laguna de Chalco, era en aquellos tiempos muy populosa y sus habitantes la habían circunvalado de una ancha y profunda zanja que estaba siempre llena de agua de la laguna. Gobernábala Yacapaintzin y había manifestado una firme y estrecha alianza con la nación tecpaneca y con Maxtla, a quien en la última guerra envió un numeroso socorro. Cuando la destrucción de Atzcapotzalco, muchos de los fugitivos de esta ciudad se asilaron allí, por lo que se aumentó en gran manera el poder de este cacique, que habiendo reunido un buen cuerpo de ejército, había hecho frecuentes correrías por varias partes; ya, en las fronteras del territorio tecpaneca; ya, en la ribera opuesta de la laguna, que era del soberano de Texcoco, hostilizando de muchos modos a los mexicanos y tlatelolcas que por ella navegaban. Resuelto Netzahualcóyotl a efectuar esta conquista, se valió primero de medios suaves, como acostumbraba con sus enemigos, mandándoles mensajeros, y por medio de ellos mandó decir a Yacapaintzin que no ignoraba que las tierras que poseía se las había dado a su mujer su tercer abuelo Huetzin, con condición de reconocerlo a él y a sus sucesores por supremo señor y monarca del territorio, derecho que había recaído en él y sus sucesores por sucesión legítima; y aunque Tezozómoc, prevalido de su gran   -50-   poder, le había despojado a su padre de su imperio y de su vida, nadie ignoraba que había sido una usurpación tiránica e injusta, y nada podía justificar semejante acción ni darle la propiedad. Que asimismo desnudo de todo derecho, sucedió en la usurpación Maxtla, y no contento con verle despojado del reino heredado de sus mayores había atentado muchas veces contra su vida, que le habría quitado a no habérsela conservado el Dios criador; que fiado en la protección de este Ser Supremo y auxiliado de los mayores señores de la tierra, había tomado el mayor empeño en reconquistar su reino y castigar tan execrable traición, lo que había conseguido completamente quitándole la vida a Maxtla, y destruyendo su reino; que no le hacía fuerza el que antes temeroso del gran poder tecpaneca se hubiese declarado su parcial, y mantenídose unido a esta nación; pero que no podía dejar de hacerle y mucha, el que viéndola destruida y a él victorioso sostenido de un poderoso ejército, y auxiliado de los mejores pueblos de esta tierra, quisiese por un mero capricho seguir una empresa que no podría sostener, y así lo exhortaba con amor a que desistiese de ella y siguiese el ejemplo de los demás señores, pues estaba dispuesto a recibirlo benignamente a él y a los suyos, olvidando todo lo pasado; pero que si no se prestaba a ello, estuviese entendido de que prontamente marcharía contra él y lo destruiría. Yacapaintzin desatendió esta embajada y prorrumpió en bravatas y amenazas contra el que se le enviaba, y así Netzahualcóyotl se decidió a atraerlo a viva fuerza, renovó la orden de que sus soldados fuesen con armas lisas y no llevasen en sus cuerpos joyas ni aderezos, sino que uniformemente se vistiesen de mantas blancas, sencillas y sin labor; embarcó su tropa y desembarcó en frente de Culhuacán, en un paraje muy poblado de matorrales; mandó luego cortar gran cantidad de ellos y que cada soldado llevase un haz de los mismos; formó la tropa y desde allí marchó por tierra a Xochimilco; llegó sin detenerse a la orilla del foso y en el punto que le pareció más proporcionado hizo que sus zapadores arrojasen con gran prontitud la fajina que cargaban para pasar con rapidez el foso. Causó a los xochimilcas esta operación inesperada tanto asombro que no osaron disparar ni una sola flecha, y afectados de pavura decayeron; de ánimo viendo separado aquel obstáculo en que tenían confiada la esperanza de su defensa. Mandó el Príncipe entrar luego en la ciudad espada en mano y lo ejecutó el ejército con tanto orden y denuedo, que en pocos momentos hizo un estrago formidable y penetró hasta la plaza   -51-   mayor situada en el centro de la ciudad. Ocupó muy luego el miedo al cacique Yacapaintzin, que comenzó a dar voces diciendo que se suspendiese la acción, pues quería hablar a Netzahualcóyotl, y éste mandó que se suspendiese el estrago y se le presentase al cacique. Hízolo acompañado de la principal nobleza de su pueblo, y postrándose a los pies de Netzahualcóyotl, imploró su piedad para que les perdonase la vida, entregándose de todo punto a su arbitrio, y confesando sus demasías. A todos los recibió benignamente, como había hecho en Texcoco, y no sólo otorgó a su petición, sino que mandó al ejército que conservase las propiedades de los habitantes y no se tocase a la casa de ningún vecino. Mandó sin embargo que Yacapaintzin diese a la tropa cierta cantidad de ropa y víveres, que se repartiese entre ella. Impuso asimismo cierta contribución, que él y sus sucesores deberían pagar anualmente a los reyes de Texcoco por vía de tributo y reconocimiento; todo lo admitieron sin réplica y lo cumplieron en adelante. Para memoria de este suceso, en que ciertamente ganó mucho la humanidad porque se economizó la sangre, mandó quemar algunos templos donde se derramaba ésta copiosamente... en éstos descargaba su cólera y pagaban su enojo.

Myladi. ¡Hombre extraordinario! ¡Gentil sin par en la historia! En todas sus acciones me parece magnífico; pero en ésta lo hallo más admirable que en todas las que usted nos ha referido.

Doña Margarita. La calificación me parece exacta. Si lo considero como un guerrero, se me presenta un Aquiles que se deja ver y desaparece un ejército a su presencia; si como cristiano, enemigo terrible de la idolatría y un vigoroso defensor de la unidad del Ser Supremo, a quien solo es debido todo honor, adoración y alabanza. Si no temiera ofender vuestra delicadez religiosa, me atrevería a deciros que no me parece más grande Salomón cuando hace erigir un templo al Dios santo de Israel, que Netzahualcóyotl cuando destruye los de los falsos númenes y pulveriza los vanos simulacros. ¡Oh Dios grande y magnífico, distribuidor de tus dones! ¡Tú erigiste un templo en el corazón de este rey gentil, donde te tributó el homenaje de que tú solo eres dignísimo! ¡Tú lo sacaste, como una hermosa antorcha, del seno obscuro de la idolatría y abominación para que cantara tus glorias contemplando tus maravillas! Cantolas sin disfraz en este continente el más poderoso de sus reyes. ¡Ah!, si me fuese dado, yo celebraría hoy este triunfo, erigiendo una columna en aquel   -52-   pueblo en que haría inscribir para perpetua memoria de tan plausible suceso, esta sencilla inscripción:

PARA HONOR DE NETZAHUALCÓYOTL,
MONARCA INVICTO DE TEXCOCO,
QUE ECONOMIZÓ EN ESTE LUGAR LA SANGRE
DE LOS XOCHIMILCAS,
Y DESTRUYÓ LOS TEMPLOS Y SUS DIOSES.
UNA MUJER SENSIBLE
P.

Al día siguiente salió para México, donde se le aplaudió como en las veces anteriores. Los historiadores no asignan el día de este triunfo en Xochimilco y sólo dicen que ocurrió en fines del año de 1429. Decidido a continuar la guerra por el buen éxito de ésta, se despertó la emulación en los mexicanos, que ambiciosos de la gloria sintieron no haber tenido parte en aquella victoria, debida menos al valor brusco con que en aquella época se triunfaba que a una medida sabia y muy militar, tomada en tiempo oportuno. Viendo, pues, el rey de México Izcóatl que el de Texcoco estaba resuelto a seguir el vuelo a su fortuna que tan favorable se le mostraba, y a no dejar las armas hasta triunfar completamente de sus enemigos en algunas provincias que todavía se mantenían sublevadas, como Cuernavaca, Acolman, Otumba y otras poblaciones del norte de Texcoco, reunió el Senado y éste le consultó lo conveniente que sería auxiliar a Netzahualcóyotl con todas sus fuerzas, tanto más cuanto que aquella guerra se la había causado el amor de los mexicanos a quienes vino a auxiliar contra los tecpanecas, y sin cuyo socorro habrían sido víctimas de éstos; de consiguiente era justo ayudarlo a que se repusiese y castigar la traición de sus enemigos.

Myladi. Paréceme justa la consulta del Senado de México.

Doña Margarita. Hay otra razón más poderosa que la que tuvo a la vista y expuso entonces, y consiste en que el desafecto del cacique de Huexotla, contra quien tuvo que combatir, después de habérsele mostrado a Netzahualcóyotl tan adicto en la adversidad y de otros caciques, dimanó del odio que le tenían a los mexicanos y se resistían a que cooperase a su engrandecimiento. Prevalidos de su ausencia se le sublevaron algunas provincias, que se habrían mantenido quietas   -53-   si se hubiese mantenido quieto en Texcoco, y aquí se verificó lo que el Cid español dijo al Rey Don Alfonso:


Antes que a guerras vayades
sosegad las vuesas tierras.
[...] Muchos daños han venido
por los reyes que se ausentan,
que apenas han calentado
la corona en la cabeza [...]
[...]
Y el Rey sosiegue su casa
antes que busque la ajena.



Era Izcóatl, como buen viejo, astuto y mañero; y hacíase sordo a las voces interiores de su convencimiento, y no le pesaba ver a Netzahualcóyotl embarazado en esta guerra. Llevaba en esto el objeto de distraerle del empeño de reconocerlo por supremo monarca, y se holgaba de verlo vivir en la corte sin el esplendor de soberano, aunque por otra parte estaba aplaudido y obsequiado; mas viendo ahora que con la representación del Senado no podía pasar adelante su disimulo sin notársele, le ocurrió un medio, por el cual dando gusto al rey de Texcoco, lograba su deseo de aumentar su autoridad, no menos que sus estados.

Respondió, pues, a este cuerpo: «Que se alegraba de que pensase tan cuerda y justamente, hallándose él penetrado de las mismas razones que aquella corporación; pero que él no se había atrevido a proponerlas ni auxiliar a Netzahualcóyotl en esta guerra, porque no se creyese que el amor que en lo personal le tenía pesaba más en su corazón que el bien y utilidad de la nación mexicana, exponiéndola a sufrir el peso y contingencias de la guerra, por auxiliar a un sobrino; pero ahora que se le proponía por una asamblea justa e imparcial, libre de toda tacha en la materia, condescendía gustoso, y sería el primero que tomaría las armas y se pondría en campaña para excitar con su ejemplo a sus súbditos... mas para que viese el Senado la equidad con que él pesaba los intereses de todos, había pensado que antes de comprometerse en el socorro se propusiese al Príncipe, que considerándose obligada la nación a auxiliarle en esta guerra por los beneficios que por él había recibido, estaba pronto a ejecutarlo; pero que todas las demás tierras que se conquistasen feudales del imperio habían de ser partibles entre los dos Monarcas, extinguiendo todos los señoríos y uniendo a estos reinos   -54-   las provincias y pueblos que les tocasen, en las cuales cada uno pusiese sus gobernadores, y que nada pudiera determinarse en los negocios de Estado y gobierno, sin el concurso de los dos soberanos».

Agradó al Senado el pensamiento y hecha la propuesta a Netzahualcóyotl condescendió en ella, porque así lo pedían las circunstancias del tiempo, esperando alguna favorable para enmendar este yerro. Llevó a mal la extinción de los señoríos, y sólo puso por condición que se le había de jurar y reconocer por señor supremo de toda la tierra, del mismo modo y con las mismas solemnidades que a sus antecesores. No pusieron obstáculo a esta condición Izcóatl ni el Senado, teniendo por de poca importancia esta ceremonia siempre que lo substancial del gobierno dependiese del concurso de ambos reyes. Celebrado pues el convenio, el Senado tomó las providencias necesarias para levantar en breves días un numeroso ejército, proveyéndolo de armas y víveres. A ejemplo de los mexicanos se movieron también los tlatelolcas y comenzaron a levantar tropas con que auxiliar a Netzahualcóyotl. Su rey Quauhtlatohuatzin, aunque inferior al de México en su cuna, gozaba de una justa reputación militar que no lo hacía inferior a él; por tanto, vivía aquel pueblo y su soberano en una especie de subordinación y dependencia de los mexicanos, que no se atrevían a dar paso a nada sin su noticia y consentimiento, y así más parecía un señor feudatario de México que un soberano independiente. Netzahualcóyotl por su parte ocurrió a los señores de Tlaxcala y Huexotzinco, pidiéndoles todo el número de tropas que pudiesen mandarle y que viniesen a la posible brevedad. Consecuentes siempre estos jefes a su amistad y principios, aprontaron luego un grueso cuerpo de ejército, que entre unos y otros pasaba de diez mil hombres mandados por buenos jefes; de modo que a principios del año de tres conejos, o sea de 1430, estaba en México este socorro, que reunido a las tropas mexicanas y tlatelolcas, se acercaba al número de cien mil soldados. Consultaron los reyes sobre el plan de campaña que debían seguir y disposición de marchas del ejército, y quedó acordado que se transportase en canoas a las playas del territorio de Texcoco, y ordenado allí marchase a las órdenes de ambos reyes, y a las de éstos el de Tlatelolco con los infantes de México Moctheuzoma, Tlacaeleleltzin y Axayacatzin, el infante de Texcoco Quauhtlehuanitzin, Totoquiyauhtzin y otros príncipes de las casas de México y Texcoco.

  -55-  

Estando señalado el día22, se embarcó el ejército y transportó en una noche a las playas de Texcoco. Al llegar a Quauhtlinchán salió el enemigo en número muy inferior al ejército de Netzahualcóyotl, y embistiendo ambos con bizarría se trabó una sangrienta escaramuza que duró algunas horas, hasta que los rebeldes no pudiendo sostener la carga; tornaron la fuga, quedando en el campo muchos cadáveres de ambas partes. Los texcocanos no quisieron seguir el alcance, sino que reunieron su tropa para darle descanso. Al siguiente día marchó el ejército por el rumbo del norte y al llegar a Nopohualco, tornó a presentarse el ejército enemigo reunido en número inferior: empeñose el ataque con denuedo, aunque duró poco, porque los enemigos volvieron la espalda sin considerable pérdida de una y otra parte. Al llegar a Culhuacán, situado a las márgenes del río Papalotlan, entre esta población y la de Chautla en que había un puente, cuyas ruinas existen todavía sobre dicho río, lo hallaron guarnecido de un grueso cuerpo de ejército que defendía el paso. Peleose con intrepidez por ambos ejércitos, derramose mucha sangre de unos y otros, con especialidad de algunos famosos capitanes texcocanos que llevaban la vanguardia y fueron los primeros en acometer; pero al declinar el día cedieron los enemigos retirándose hacia Chiuhnauhtlán, enseñoreándose del puente el ejército aliado. Éste hizo noche en aquel punto y al día siguiente continuó su marcha a Ocolman. Era éste lugar fuerte por su situación en medio de una laguna con solos dos entradas, guarnecidas con un grueso cuerpo de tropas mandadas por su señor Ochpancatl, a cuyas órdenes militaban algunos bravos capitanes tecpanecas, escapados de la guerra de Atzcapotzalco. El ejército unido procuró ganar las entradas; pero la guarnición las defendía con bizarría y el ataque duró por lo mismo tres días; al cabo de ellos cedió Ochpancatl y fue tomada la ciudad con gran carnicería, sin perdonar el vencedor más que a las mujeres y niños, y algunos pocos de la guarnición que libraron por la fuga. Netzahualcóyotl dio fuego a los templos y casas, la ciudad se entregó al pillaje y el día siguiente se mantuvo allí la tropa descansando de la fatiga.

Mister Jorge. He visitado esos lugares en el reconocimiento que hice de la laguna y presas que llaman del Rey, y estoy seguro de que Ochpancatl no pudo escoger una posición más militar que ésa para defenderse. Esto me hace creer que   -56-   aquellos caudillos tenían más que regulares conocimientos de la guerra.

Doña Margarita. Muy luego emprendió el ejército su marcha quemando las poblaciones que se hallaban al paso e hicieron alguna resistencia, como Tenayocan, Tepecpan y Chiuhnauhtlán. De aquí volvieron sobre la derecha al rumbo del Leste, y se pusieron delante de Teotihuacán que estaba guarnecido con un numeroso ejército; pero en breve tiempo se rindió y fue saqueado por los vencedores. Igual suerte corrió Quauhtlanzinco, Aztacapatzco y otros lugares de menos consideración, entre los cuales la ciudad de Otumba fue la que hizo resistencia y sufrió mayor estrago. Revolvió el ejército a la izquierda sobre Zempoalan, ciudad grande y de mucho gentío; pero así ésta como Aztequemecan, escarmentadas con los tristes sucesos de las otras, pararon el golpe que les amenazaba rindiéndose voluntariamente y enviando mensajeros a los jefes vencedores. También las ciudades de Ahuatepec, Tepepolco -hoy lugar muy despoblado-, Apan y otras de aquella comarca que se habían mantenido fieles a Netzahualcóyotl, felicitaron a este soberano por medio de sus enviados, mandándole víveres en abundancia, con lo que se regaló y repuso el ejército. En tan breve tiempo sujetó las provincias rebeladas con una serie no interrumpida de triunfos, que hizo perder el ánimo a los caudillos que las habían seducido, que tomaron la fuga.

Arreglado el gobierno de estos pueblos sojuzgados, retrocedió el ejército al rumbo del oeste a la provincia de Tepotzotlán y marchó en buen orden por el camino de Tezontepec, Temazcalapan, Xaltocan y Teoloyocan sin disparar una flecha, porque aterrorizados unos y atraídos otros por la benignidad de tan buen príncipe salían en grupos a ofrecerle dones. Siguió hasta Quauhtitlan y de allí pasó a México, donde se le recibió con indecible alegría... Noto en usted, Myladi, cierta enajenación y me parece que la veo como absorta y muy cogitabunda. ¿Podré saber la causa que motiva esa sensación?...

Myladi. Motívala ese mismo Netzahualcóyotl, y mejor dicho ese cambio repentino de su fortuna. ¿No es ese mismo hombre el que hemos visto escaparse pocos días ha de las garras de Maxtla como el pajarillo de la red del cazador; saltar las tapias del jardín de aquel tirano; correr como una liebre perseguida de veloces galgos; burlar la vigilancia de los tecpanecas en su mismo palacio, a merced de un sahumerio de copalli; salirse por un ahujero como gato; ocultarse bajo de un   -57-   tlapahuehuetl por la fidelidad de Quacox y librarse en fin, ya bajo unos tercios de ixtli y de chian, o entre unas matas de saúco? ¿Cómo ahora lo veo triunfante de sus enemigos, rodeado en México de esplendor, y árbitro de la suerte de este vasto continente? ¡Oh fortuna!, ¡qué mudable e inconstante eres! ¡Dichoso el que no fía en tus caprichos, sino en una Providencia santa e infinitamente sabia, en aquel Supremo Señor, en cuyas manos está el primer eslabón de todos los seres, que dirige su destino desde el principio de una eternidad sin principio!

Doña Margarita. Efectivamente este personaje da materia para éstas y otras profundas meditaciones, de las que debemos sacar por fruto entregarnos ciegamente en manos de una Providencia bienhechora, reflexionando que la última de las criaturas, ¿qué digo?, de los insectos más despreciables, no es objeto indiferente para Dios, que sobre todos vela como si fuese el único objeto de su creación. ¿Con qué cara se atreve el ingrato deísta a desconocer esta sabia y cuidadosa Providencia? ¿Acaso podría pronunciar su lengua ese insulto, si ella no se la conservara para que diese testimonio de su existencia? La admiración de usted subirá de punto en la conversación de mañana cuando le presente a este mismo Príncipe disponiendo de los reinos, y echando una línea divisoria en sus lindes respectivos, cambiando la faz política de este vasto imperio y zanjando los fundamentos de la felicidad que desfrutaron sus súbditos durante su reinado.

Myladi. Deseamos oír de la boca de usted esa interesante relación, y le protestamos que estaremos aquí bien temprano aprovechándonos del placer a que nos convida la frescura de este lugar.

Doña Margarita. Oigan ustedes el anuncio del día que les hagan las alegres golondrinitas, y reciban sus gorjeos como señal del convite que les hago.

Myladi. A ese canto alegre, que tanto regocijo nos causa, añado yo algunas reflexiones. Acuérdome de mi país, que considero en aquella misma hora que aquí nos alegramos, hundidos sus habitantes en la obscuridad y ateridos de frío. ¡Ah! ¡Qué felices son los mexicanos habitando un suelo, que sin duda la augusta Trinidad bendijo de muy buena gana, complaciéndose en el momento de su creación! No sé cómo me he de acomodar a vivir en Londres cuando regrese a aquella ciudad: esta idea me entristece. A Dios, señora.



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Conversación sexta

Myladi. Hemos seguido el consejo de usted, las golondrinas nos han despertado recordándonos con su canto la venida de la aurora. ¡Qué dulce gorjeo el de este animalito! ¡Con qué ternura se insinúa en el oído! Yo celebro su venida como señal de ventura.

Doña Margarita. No es usted sola: conozco persona que en su diario anota el día de su llegada, y también conocí a un padre de familia que daba a ésta una merienda de chongos en celebridad de su venida a México.

Myladi. No lo extraño de corazones sensibles que celebran las bellezas de la naturaleza y no pierden de vista al Dios criador de Netzahualcóyotl, que por todas partes y a todas horas del día, y en todas las estaciones nos habla al corazón y nos excita a tributarle honor, gloria y alabanza. Llegado este Príncipe a México, y no teniendo que apetecer, pues todo su reino estaba reconquistado con auxilio de los mexicanos, trató de dar estabilidad a su gobierno, poniéndolo a cubierto de una nueva usurpación, como la que Tezozómoc hizo a su buen padre Ixtlilxóchitl, y al efecto, se puso de acuerdo con Izcóatl en dividirse el imperio de este continente; esto era lo que puntualmente deseaba este ambicioso monarca; pretendía también que se extinguiesen todos los señoríos, pues el objeto era centralizar el gobierno y extinguir aquellas soberanías parciales que embarazaban el mejor gobierno, y dando ocasión a diferentes reclamaciones de los caciques, excitaban alarmas y revoluciones con frecuencia. Marchaban ambos monarcas acordes en todo; pero de repente Netzahualcóyotl cambió de opinión, porque por este cambio de sistema iba a quedar reducido a nulidad el régulo de Tlacopan -o Tacuba- Totoquiyauhtzin, a quien deseaba proteger y darle un trono.

Mister Jorge. ¿Y qué motivo pudo haber para ese cambiamiento en un hombre de tanta probidad?

Doña Margarita. El que causa por lo común las revoluciones   -59-   y trastornos de los imperios... Una mujer hermosa, la linda Matlalzihuatzin: el padre Torquemada refiere en parte su historia, en la que yo no estoy conforme en todas sus partes, por las razones que diré. Es menester tomar la cosa desde su origen para dar una idea completa de este singular acontecimiento de aquella época. Afectado Netzahualcóyotl de una fuerte ictericia, vino a mudar de temperamento a Tlatelolco donde vivía Temictzin, a quien había dado por esposa a esta joven su padre Totoquiyauhtzin régulo que era de Tacuba, la cual era muy niña y la criaba como a hija, teniéndola en su casa. Temictzin le mandó que sirviese la mesa a Netzahualcóyotl y su vista le causó una impresión tan profunda que no pudo comer, y desde aquel momento quedó ciegamente enamorado de ella. El padre Torquemada dice que Netzahualcóyotl no habló palabra a Temictzin, sino que aguardó ocasión de quitársela sin pedírsela y ésta se le vino a las manos, porque habiéndose sublevado en aquellos días una provincia de Texcoco, lo mandó con un grueso de tropa para que la subyugase y secretamente dio orden Netzahualcóyotl a sus ayudantes para que en el momento de la acción de guerra, lo comprometiesen y abandonasen para que pereciese en ella, como -dice- que se verificó; de modo que en su concepto, Temictzin hizo en nuestra historia el mismo papel que Urías en la de David y Matlazihuatzin el de Betsabé. Paréceme ésta una fábula, porque la conducta siempre humana de Netzahualcóyotl no da lugar a pensar de esta bajeza. En su mano estuvo gozar de aquella joven, pues a ello le daba sobrado lugar la voluntaria oblación que de ella le hizo su marido, presentándosela a que le sirviese la mesa. Por otra parte, si aún era niña y como tal e hija, y no como esposa, la tenía su marido sin haberla tocado, bien podía, según las leyes de la nación, pedirla para esposa el rey de Texcoco, y no se la habrían negado, ni el que pasaba por su marido ni su padre Totoquihuatzin que necesitaba el favor de Netzahualcóyotl para engrandecerse como lo consiguió por medio de aquella joven. Ésta fue, por último, mujer de Netzahualcóyotl y madre de Netzahualpilli, sucesor de éste en el trono de Texcoco. Dice la historia de esta señora que reunía al buen parecer la destreza y artificio para hacerse amar, y adornada de tan bellas partes había ganado enteramente el corazón del Príncipe. Su privanza, su alta nobleza y su natural ambición la hicieron concebir el designio de exaltar su casa cuando menos proporciones había para ello; sin embargo de muchos obstáculos que se le presentaban, ella forzó su empeño de   -60-   tal modo, que logró hacer que entrase en sus proyectos su amante. Reducíase éste, no sólo a que no se le despojase a su padre de los estados de Tacuba, sino a que se le aumentasen, agregándosele algunas tierras de las recién conquistadas, y lo que es más, a que se le diese en el gobierno del imperio igual parte que al de México, de suerte que fuese éste un triunvirato de que dependiese toda la fortuna de este continente, sin que pudiera decidirse ningún negocio sin la concurrencia de las tres cabezas. Toda la dificultad consistía en ganar la voluntad del rey de México, hombre testarudo y ambicioso de mando. Fue por lo mismo preciso que Netzahualcóyotl emplease todo su talento, sagacidad y elocuencia, para hacer valer su pretensión a favor de Totoquiyauhtzin. Era éste sujeto de capacidad, prudencia y valor, diestro en la milicia, y tenía por otra parte el mérito de haber sido siempre fiel a Netzahualcóyotl, guardando al mismo tiempo buena armonía con los mexicanos, a pesar de la lealtad que debía a Maxtla, dando por sus tierras franca entrada a sus ejércitos en la invasión referida. Prevalido pues de estas razones, propuso Netzahualcóyotl al Senado de México su proyecto. Apenas lo oyeron cuando lo desecharon con ardor, harto escandalizados; mas no por eso desmayó; antes por el contrario, esforzando sus razones entre otras, les dijo: «Que aunque había entrado conquistando a sangre y fuego el reino de su antecesor Maxtla para castigar su tiranía y la de sus aliados, jamás había sido su ánimo destruir de todo punto esta monarquía, una de las más ilustres del imperio de donde procedían muchas casas y familias, porque semejante conducta no podía dejar de ser tiránica, no habiendo sido todos igualmente culpados en la invasión de Tezozómoc ni en los excesos de Maxtla; pues era bien notorio que muchos siguieron su partido con repugnancia y a más no poder, cuando de no hacerlo así sólo habrían conseguido su ruina. Que uno de ellos fue Totoquiyauhtzin, quien no obstante el parentesco inmediato que tenía con la casa de Atzcapotzalco estaba tan mal hallado con la dominación tecpaneca que, cuando se le presentó la ocasión de sacudirla, lo ejecutó y en ocasión tan favorable que, abriendo paso por Tacuba a las tropas mexicanas, lograron entrar sin embarazo a incorporarse con el ejército; que en la suposición de que no era justo que totalmente se extinguiese la monarquía tecpaneca, sino que subsistiese y que el que la obtuviese participase del gobierno, ninguno con más razón que Totoquiyauhtzin, quien a más de descender de la caca de Atzcapotzalco, estaba adornado de todas   -61-   las prendas de valor, talento y prudencia apreciables en un rey; y que finalmente, para el acierto, más fácil y pronto despacho de los negocios del gobierno, era conveniente que fuesen tres y no dos las cabezas del imperio, porque de esta suerte, habiendo desigualdad en los votos, el que diera un tercero, formaría decisión en los asuntos dudosos».

A este discurso de Netzahualcóyotl, proferido con energía, gracia y elocuencia, y acompañado de aquel prestigio y unción irresistible que le daba tan ilustre personaje, enmudeció todo el Senado, dando a entender con su silencio que condescendía en la propuesta; mas tomando entonces la palabra el rey Izcóatl, le habló de esta suerte:

«Muy amado sobrino: Confieso que tus razones me han convencido en cuanto a que no se extinga el reino tecpaneca, que así por su antigüedad como por su nobleza, de que somos participantes por repetidos enlaces y por ser el tronco de donde proceden tantas ilustres familias, es razón que se mantenga y restaure en su antiguo esplendor; dándole parte en el gobierno al Monarca que ocupe su trono. También me parece muy acertado el pensamiento de que sean tres las cabezas del imperio para facilitar de este modo el despacho de los negocios, pero en lo que no puedo convenir es en que a Totoquiyauhtzin se le dé la posesión de este reino y la investidura de rey, y parte en el gobierno, porque la misma razón que alegas del más inmediato enlace de parentesco con los últimos reyes tecpanecas es el mayor obstáculo que tiene para ser elegido, pues late muy viva en sus venas la sangre de los dos tiranos Tezozómoc y Maxtla, y... su misma acción de infidelidad para con ellos -aunque a nosotros nos haya sido provechosa- nos debe hacer advertidos para guardarnos de él, y no ponerlo en estado de que proceda con nosotros con igual deslealtad, causando nuevas alteraciones en el imperio. Otros señores hay de la misma casa, de igual nobleza y no inferiores prendas, que descienden de ella, antes que se manchase con las tiranías de los dos últimos reyes, y de éstos puedes elegir el que quisieres, que cualquiera de ellos será de mi aprobación, como no sea Totoquiyauhtzin». He aquí, señores míos, una cuestión de política, la más ardua y difícil que pudiera presentarse a la discusión del Senado de México. Convenía que permaneciese un trono antiguo y de nombradía, cual era el tecpaneca, pues los individuos de esta nación jamás podrían convenirse en que desapareciese de este continente, porque ¿quién es el que no desea que se inmortalice el nombre de su patria, y que ésta conserve su independencia?   -62-   Por otra parte, Totoquiyauhtzin había prestado servicios importantes a los mismos mexicanos, por los cuales lograron triunfar de su opresor y recobrar su libertad.

Myladi. Es verdad... pero ¿y la traición hecha a Maxtla no era un óbice para que se desconfiase de él y se temiese que en iguales circunstancias obrase del mismo modo?

Doña Margarita. Es verdad; pero en asuntos de política, no tanto se consideran las razones de una estricta justicia, cuanto las de conveniencia pública... porque si aun en asuntos de este ramo, o como hoy dicen, con un galicismo insoportable, del resorte, el sumo derecho es suma injusticia23, ¿qué será cuando versan las que se llaman razones de Estado? Por otra parte, Totoquiyauhtzin estaba en posesión de mandar a los tecpanecas, que le obedecían gustosos, y ponerles otro príncipe sería introducir desazones en el mismo pueblo, que tal vez producirían una nueva guerra civil desastrosa; he aquí el aspecto por donde yo he considerado esta cuestión. En fin, discutiéndose con gran detenimiento y con largos debates, Netzahualcóyotl recabó de su tío Izcóatl que condescendiese en el nombramiento de Totoquiyauhtzin, que a los estados de Tacuba se agregase la quinta parte de las tierras nuevamente conquistadas y el resto se dividiese igualmente entre los reyes de Texcoco y México. Que al de Tacuba, se le diese la investidura de rey de los tecpanecas, con el título de Tecpanecatl-Tecuhtli; al de México, Culhua-Tecuhtli, por el antiguo reino de Culhuacán que poseía por sucesión legítima, y a Netzahualcóyotl el de gran Chichimecatl Tecuhtli, que tuvieron sus antepasados. Acordose también que este triunvirato gobernase el imperio, sin que pudiera determinarse cosa alguna de importancia, sin el concurso de los tres reyes, entre quienes debería preferir en dignidad el de Texcoco, y se le había de jurar y coronar por supremo emperador del mismo modo y con las mismas solemnidades que lo fueron sus mayores, y que esta jura se había de celebrar en México y, al mismo tiempo, habían de ser reconocidos por sus colegas y compañeros los otros dos reyes. Tan gran trastorno produjo en el gobierno de esta tierra el deseo de complacer a una belleza, llevado a cabo por un rey joven, enamorado, sabio y poderoso. A él debió el imperio mexicano su acrescentamiento y opulencia. Muchos políticos han creído que éste es problema de difícil resolución por los sucesos posteriores, ocurridos después de la conquista de los españoles, y si esta medida   -63-   trajo más bienes que males a este suelo. Su resolución no podríamos darla con acierto hasta no examinar en la historia de la conquista la concatenación de los sucesos ocurridos entre estas tres partes del imperio, y que proporcionaron a Hernán Cortés la usurpación total de este vasto continente. Comenzose luego a trabajar en los preparativos de la jura, cuyo arreglo tomó a su cargo el Senado de México; despacháronse correos para todas partes hasta las costas de uno y otro mar, convocando a todos los señores y principales caballeros para la ciudad de México, a tan augusta función. Hízose con una pompa y magnificencia jamás vista, a mediados del año de cuatro cañas, que fue el de 1431. Las ceremonias fueron las mismas que usaron otros emperadores, como dijimos al referir la coronación de Quinantzin, con la diferencia de que poner la corona era prerrogativa del rey tecpaneca de Atzcapotzalco, como primer príncipe del imperio, y era el primero que le saludaba con el nombre de gran Chichimecatl Tecuhtli; pero en esta vez no fue así, sino que sentado Netzahualcóyotl en su Tlahtocaypalli, o silla real, que estaba colocada sobre unas gradas en el fondo principal del salón del palacio de Izcóatl, tomó éste una manta muy fina labrada de varios colores y se la puso desde los hombros; después tomó la corona y se la colocó en la cabeza, saludándole con el nombre dicho: ejecutado esto, tomó asiento en un trono que estaba prevenido a la derecha de Netzahualcóyotl. A esta sazón, el nuevo rey de Tacuba que estaba de pie colocado junto al de Texcoco, le hizo una profunda reverencia, saludándole con el nuevo renombre y tomó otro asiento que se hallaba a la izquierda del de Texcoco. Siguieron después los infantes de México y Texcoco, y príncipes de estas casas, el rey de Tlatelolco y los demás señores y caballeros de aquel gran concurso, uno en uno por su orden, y pasando por delante de Netzahualcóyotl repetían el mismo saludo, haciendo aquel homenaje o especie de juramento de fidelidad, y de reconocer por colegas del imperio a los reyes asociados. Concluida la ceremonia, Netzahualcóyotl se levantó de su asiento y acompañado de sus colegas salió a la puerta de palacio donde había innumerable concurso de pueblo, el cual luego que lo vio comenzó a victorearlo. Siguiose a este acto un muy espléndido banquete, no sólo para los señores y principales, sino también para el pueblo, y en éste y en los días subsecuentes se hicieron muchas fiestas y regocijos públicos, preparados de antemano de bailes, saltos, suertes de ligereza, alardes, combates singulares, juegos de pelota, palo,   -64-   volador y otros que acostumbraban los indios mexicanos, de que hablar a ustedes cuando diga algo de sus costumbres e historia general.

Myladi. Advierto que en esa solemnísima fiesta, nada tuvo que ver Huitzilopuchtli.

Doña Margarita. Netzahualcóyotl no estaba de buenas con ese caballero, como Ahuitzotl, Moctheuzoma y otros reyes fanáticos; ya he dicho que lo detestaba de corazón y que eso forma su mayor elogio.

Hízose luego el repartimiento de tierras convenido, tirando una línea de sur a norte, desde el cerro nombrado Cuexcomatl, que está a la parte del sur respecto de México, y trayéndola en derechura por medio de la laguna, donde se dice que clavaron unos morillos o estacas muy altas de ambas orillas que sirviesen de mojoneras; corriendo después para el norte atravesó la línea los cerros de Xoloque y Techimalli hasta el territorio de Tototepec, que era lo que hasta entonces se había conquistado. Todavía subsistían en los días de Boturini y Veytia las señales de esta división en un albarradón que corría de sur a norte, a la falda occidental del Peñón de los Baños que era conocido por la albarrada de los indios, a distinción del de San Lázaro, que era obra de los españoles, para contener el derrame de las aguas de la laguna de Texcoco, y según los linderos que señalan los escritores antiguos corría la línea por el sur entre Ixtapalapan y Culhuacán, atravesando la laguna de Chalco por entre Nativitas y Xochimilco, y por el norte corría atravesando el terreno que es ahora laguna de Tzumpango, y seguía por entre este pueblo y el de Citlaltepec hasta Tototepec. Todas las tierras de la banda del leste quedaron agregadas al reino de Texcoco y en su posesión Netzahualcóyotl; y todas las del poniente que era la mayor parte, quedaron anexas a los reinos de México y Tlacopan, dándole a este último los estados de Mazahuacan y otros pueblos de su comarca, que fue lo que regularon corresponderle a la quinta parte de lo ganado. De este modo quedó el nuevo reino encerrado y circunvalado entre el de México, como lo estaba también el de Tlatelolco.

Comenzaron desde entonces a gobernarse los de este triunvirato con total independencia en los negocios interiores de sus respectivos reinos; mas en los de guerra y paz, nada podía hacerse sin el concurso de los tres. Así lo afirma don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, como público y notorio, y en comprobación de esta verdad, refiere unos trozos de un antiguo   -65-   cantar llamado Xópancuzcatl que cantaban los indios en lengua náhuatl en sus fiestas y saraos, y sus palabras las traduce al castellano de este modo: «Dejaron -dice- memoria en el Universo los que ilustraron el imperio de México, y aquí en Aculhuacán los reyes Netzahualcóyotl y Moctheuzomatzin, y en Tlacopan Totoquiyauhtzin: de verdad que será empresa eternizada tu memoria por lo bien que juzgasteis y registeis el trono y tribunal del Dios criador de todas las cosas».

Llegó el tiempo de que Netzahualcóyotl partiese a gobernar su reino conquistado con tantos afanes: ofendido por una parte de la infidelidad con que le habían correspondido muchos señores, y algunos pueblos de Texcoco y agradado por otra de la generosa hospitalidad que desde su infortunio había recibido en México, donde asimismo había desfrutado las mayores satisfacciones y aplausos, quisiera mantenerse en esta corte, pues tenía fabricados en ella hermosos palacios y jardines; pero instado de sus súbditos y convencido de que su ausencia pudiera producir una nueva revolución como la pasada, y que tan caro le costó, resolvió restituirse a su capital. Manteníanse ocultos en ella varios personajes que habían sido sus enemigos declarados y que le habían hecho la guerra, como Ixtlacauhtzin señor de Huexotla, Motoliniatzin de Cuauhtlinchán, Ochpancatl de Acolman, Totomihua de Cohuatepec, Tlilmatzin, de quien tantas perfidias hemos contado su hermano bastardo y gobernador puesto por Maxtla, y su cuñado Nonohualco, y presumiendo que serían objetos de su persecución, determinaron recurrir a su clemencia, enviándole algunos mensajeros para implorarla. Concedioles la gracia que pedían, asegurándoles que tenía olvidados sus delitos y sólo se acordaría de ellos para perdonárselos, y atenderlos en cuanto pudiese, por lo que les hizo prevenir que se mantuviesen quietos hasta que él fuese, que sería dentro de breve, pues a su llegada pensaba hacerles algunas mercedes.

Myladi. No me canso de oír de la boca de usted esas anécdotas, y cada vez que me refiere alguna se me dilata el corazón.

Doña Margarita. Y si eso pasa por usted, ¿qué pasará por el mío? Soy mexicana y la gloria de mis mayores la hago mía exclusivamente: mil veces he puesto en paralelo la virtud de la clemencia de este príncipe, con la de aquellos emperadores de Roma que tantos elogios han merecido de la posteridad. ¡Cuántos no se le han dado a aquél que dijo: «Siempre es digno de clemencia el que habla mal de la Majestad,   -66-   porque o está loco, o está quejoso; si lo primero, está fuera de la jurisdicción de las leyes; si lo segundo, debe oírsele su queja en justicia»! ¡Cuántos no merecerá el que positivamente perdona, no a los que han hablado, sino a los que se han sublevado contra este príncipe, a los que le han hecho la guerra a muerte, al hermano que se ha coludido con sus enemigos para quitarle la vida en su propia casa, convidándolo para un festín! ¡Ah! No hay comparación entre caso y caso: éste es original y muy pocos presenta la historia de su especie. Hay algo más que realza esta conducta heroica, y sobre lo que llamo vuestra atención. Cuando Netzahualcóyotl entró en Texcoco, echó menos en el número de concurrentes a dichos personajes y preguntó la causa por que no se le presentaban; respondiéronle que sin embargo del perdón que les había otorgado, ellos conociendo la gravedad de sus afanes y no hallándose con valor para sostener su presencia, no habían osado comparecer, sino que se habían salido tomando el camino de Tlaxcala. Sintiolo mucho Netzahualcóyotl y mandó a Coyohua, caballero de su comitiva, que partiese en diligencia a alcanzarlos, diciéndoles de su parte que él venía a Texcoco llamado de sus fieles súbditos, no para castigarlos ni renovar memorias de injurias pasadas, sino para ampararlos y hacerles cuanto bien pudiese: que se asegurasen de su palabra, pues había olvidado de todo punto sus aberraciones; finalmente, que se volviesen a sus casas donde se les trataría con una decencia correspondiente a su cuna. Partió Coyohua sin demora y aunque llegó con prontitud y alcanzó a los emigrados, no pudo por esfuerzos que hizo recabar de éstos que regresasen a Texcoco: el miedo, los remordimientos, la confusión y, más que todo, la pequeñez de su ánimo, no les permitía ni aun pensar que hubiese un corazón tan magnánimo en la tierra, capaz de perdonar sus atroces injurias y devolverles bienes por males; ésta es por lo común la flaqueza de los miserables mortales, que quieren comparar la infinita misericordia de Dios para perdonarlos, por la ninguna piedad que tienen en sus ánimos ruines; esto los retrae de invocarla y les inspira la fatal desconfianza de su salvación, que es el mayor agravio que pueden hacer a la Divinidad, que ha dicho por la boca del Salvador, que perdonará no sólo siete veces, sino setenta veces siete, es decir, ilimitadamente; Dios se goza en su gloria con el ejercicio de sus virtudes, y sobre todo, con el de la clemencia... ¡Oh!, ¡si los mortales probaran de la dulcedumbre celestial de esta virtud, ellos se acelerarían a ser virtuosos y clementes!...

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Myladi. Reflexiones precisas son ésas, que ojalá las tuviéramos siempre fijas en la memoria... mas no nos distraigamos. ¿Qué respondieron esos hombres a quien les brindaba con la clemencia?

Doña Margarita. Respondieron con mucha sumisión y agradecimiento que reconocían su bondad en perdonarles, y le aseguraron que más tolerable les sería la cruel memoria de sus yerros que la presencia del monarca, por lo que elogian de mejor gana vivir en humilde fortuna en otras regiones que en la opulencia en Texcoco. Entonces Totomihua, señor de Cohuatepec, uno de los emigrados, llamando a dos hijos que llevaba consigo -Ayocuantzin y Quetzaltecolotzin-, le dijo al mensajero: «He aquí, estos niños, llévaselos al Rey, dile que ellos no han sido cómplices en nuestros delitos y que se los envío para que los ampare su bondad». Y tornándose hacia estas criaturas inocentes les dijo: «Id a servir con amor y lealtad a vuestro soberano, tomando escarmiento en nosotros, que hasta ahora vuestra inocencia os salva». Partió con ellos Coyohua y los emigrados siguieron su camino para Tlaxcala y Huexotzinco, donde se establecieron y de donde procedieron después muy ilustres familias. Netzahualcóyotl los acogió con bondad y les dispensó cuanto favor habría concedido a su padre.

Myladi. Verdaderamente que la historia de este príncipe es la historia de la virtud.

Doña Margarita. Convengo en esta verdad, aunque no tardaré en mostrar a ustedes alguna flaqueza que lo haga resentir de la miseria humana y de su origen corrompido. El ser perfectos en la carrera de la virtud sólo se ha reservado a los discípulos del Evangelio. El autor de este libro divino es la suma perfección y sus preceptos sólo van encaminados a este grande objeto. El gentil columbra una pequeñita antorcha y, aunque la sigue con constancia, da sus tumbos y caídas: el cristiano sigue un fanal luminoso de luz indeficiente y sus pasos son firmes y seguros. Espero manifestar a ustedes esta verdad, separándome con pena, hasta mañana. A Dios señores.



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