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Luis Alonso Luengo: «La invisible prisión». Biblioteca Nueva. Madrid, 1951

Ricardo Gullón





La novela española está en un momento de crisis, y no ciertamente por escasez de producción, sino más bien por futilidad y exceso. La invención, lo que se dice la capacidad de inventar una historia, cede terreno en beneficio de confesiones que a nadie interesan, salvo a su autor, que cuando se decide a referir recuerdos de infancia y amoríos de juventud cree, sin duda, beneficiar un tema valioso y raro. Rurales o ciudadanos, ambientadas en el Norte o en el Mediodía, las novelas de este género son igualmente grises, igual de anodinas e insignificantes. ¡Qué pocas veces hallamos una memoria capaz de vivir el pasado profundizándolo!

Luis Alonso Luengo, que en anteriores obras se había atenido a contar vidas sin novelarlas, es decir, a la pulcra y objetiva biografía (de «El Gran Capitán», de don Suero de Quiñones, de Santo Toribio de Astorga), se decidió ahora a narrar la del indiano Villamil, extraño tipo que, acosado por los recuerdos, se refugia en una aldea leonesa buscando la tranquilidad que en otras partes no puede encontrar. Pesa sobre Villamil un hechizo acerca del cual hubiéramos deseado que el autor fuera más explícito, una maldición que le empuja al suicidio y después de la muerte se cierne extrañamente sobre la quinta de sus íntimas ilusiones.

No estamos ante una historia de fantasmas, sino operando en una dimensión misteriosa de las almas, dentro de la cual Alonso Luengo sólo con extrema discreción se decide a entrar. Creo que esta discreción, novelísticamente hablando, ha quitado densidad al relato, pues el alma de Villamil tiene, sin duda, repliegues que su creador no quiso mostrarnos ahora.

En determinado momento, Alonso Luengo describe la presión de la sombra de Villamil sobre una encantadora muchacha que ha descubierto la melodía ñáñiga que a él le obsesionaba. Esta escena tiene valor, no tanto por lo que representa en la arquitectura del relato como por la fuerza imaginativa que revela. Este poder imaginativo me parece evidente, aunque todo el tiempo lo siento refrenado, reducido no sé por qué. En Alonso Luengo hay una gran posibilidad de novelista, en cuanto quiera dejarse llevar sin recelo a la invención de peripecias y a la pintura detallada de espíritus, no esquemáticos y convencionales, según los patrones al uso, sino complejos, henchidos por la plenitud de la vida en cuanto tiene de vario, turbulento y contradictorio.

Alonso Luengo enfoca los problemas a través del recuerdo, como si la figura de Villamil, de quien acaso supo por alguna leyenda escuchada en los años de infancia, surgiere borrosa entre nieblas de la memoria y fuera poco a poco completándose, a medida que en la evocación se ordenan los sucesos de que fué protagonista. La acción de la novela se sitúa en un pequeño pueblo leonés y está repartida en tres momentos diversos, con personajes distintos y al fondo el encanto de la vieja mansión en donde sucesivamente habitan.

Los tipos secundarios están diseñados con técnica de miniaturista, para hacerlos en sus respectivas proporciones tan completos y expresivos como el del protagonista. Y en cierto sentido quizá lo son más. En ellos y por ellos Luis Alonso supo recrear el encanto de un mundo ya inexistente, de una sociedad abolida.





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