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Los «fieras» en el museo

Ricardo Gullón





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En el Museo de Arte Moderno de Nueva York, de octubre a enero; en el Instituto de las Artes de Minneápolis, en el Museo de San Francisco y en la Galería de Arte de Toronto, desde enero hasta final de mayo, los «fieras» (les fauves) exhiben sus obras en una gran muestra retrospectiva que comprende más de ciento cincuenta cuadros. El apelativo «fieras» se debe, como en los casos de impresionistas y cubistas, al dicho de un espectador hostil a la renovación.

He aquí la anécdota, contada por John Rewald, autor del prólogo al catálogo de esta Exposición: «Cuando en el Salón de Otoño, en 1905, un grupo de jóvenes pintores casi desconocidos se presentaron juntos y expusieron sus cuadros en una vasta galería central, el público parisiense quedó asustado, si no ofendido, por la violencia del colorido, la excepcional libertad de la pincelada y las voluntarias distorsiones y simplificaciones de las formas: en una palabra, por la extremada osadía de los artistas. El crítico Vauxcelles, señalando a una escultura, imitación de las del Cuatrocientos, colocada en el centro de la misma galería, exclamó: '¡Donatello en medio de las fieras!', y el nombre de fieras quedó. »

El «fierismo», como movimiento pictórico, duró poco: unos tres años, y sus componentes no tardaron en disgregarse; mas el impulso violento -la ferocidad notada en sus obras-, la convicción de que el color podía expresar el sentimiento, no se perdió, y ha seguido operante en la obra de muchos. Matisse, Derain, Marquet, Rouault, Vlaminck, Friesz, Dufye, incidentalmente, Braque, fueron, con otros de menor significación, los «fieras». Matisse y Rouault son, probablemente, las figuras más considerables del grupo. Alguno de los otros, como Dufy, descendió en ocasiones hasta el cromo o, como Van Dongen, hasta la ilustración fácil, lindante con la pornografía. Braque pasó por el «fierismo», y con su talento asimilador, tomó de él lo necesario para adaptarse a la situación y aparecer en línea con los restantes compañeros de equipo, pero sin identificarse con ellos.

Quizá es exagerado considerar el «fierismo» como movimiento pictórico, y quizá, incluso, el expresionismo constituye superación e intensificación tan completa de ciertos postulados de aquél, que es forzoso preguntar si la influencia de los «fieras» en la evolución de la pintura no ha sido notoriamente sobrestimada. Por eso será útil enfrentarse con la exposición colectiva, ahora transeúnte por los Museos norteamericanos, para contrastar las realizaciones del grupo con las teorías elaboradas por una crítica cuyo pecado   —73→   más grave suele ser dar por demostradas y probadas las tesis en que necesita apoyarse para justificar sus interpretaciones.

Los «fieras» partieron de Van Gogh; de él aprendieron la violencia del color, y en esa violencia intentaron expresarse, supeditando la realidad a la emoción. Lo mejor de su pintura es la combinación de fuerza y gracia que a veces consiguieron. Matisse se inclinaba a lo decorativo; Rouault, a la distorsión exasperada, que confiere a los objetos una apariencia en consonancia con la intensa espiritualidad de la intuición; Braque y Derain sintieron la atracción de la personalidad picassiana, y desde 1907 trabajaron en la vía abierta por nuestro compatriota (Derain le acompaña mientras aquél pinta Las señoritas de Aviñón, la espléndida tela precubista). Friesz cambia la expresión por la moderación, la aventura por el conservantismo estético.

Matisse dijo que la composición pictórica «es el arte de concertar de una manera decorativa los varios elementos que el pintor utiliza para expresar sus sentimientos». En esta frase, la locución «manera decorativa» manifiesta cuántos peligros implicaba la actitud del artista y el punto por donde sus obras podían resultar vulnerables. Del «fierismo» al decorativismo la distancia era grande. Esa frase explica ciertas debilidades de la pintura de Matisse, por fortuna casi siempre triunfante de ellas.





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