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¿Cómo se cocina un estereotipo literario? Vida edificante, portentos aleccionadores y milagros literarios atribuidos a don Juan del Valle y Caviedes minero, poeta y mártir censurado por la Institución Literaria

Enrique Ballón Aguirre





Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los otros.


M. Proust1                


La censura es detestable en dos niveles: porque es represiva y porque es bobalicona, de suerte que siempre se busca, contradictoriamente, combatirla y darle una lección.


R. Barthes2                


¡Qué hacer! Es algo inevitable para quien interpreta una obra: el texto propone..., pero el crítico dispone; de ahí que la proclividad a intervenir el texto literario y su autoría sea casi connatural al comentario crítico. Esta predisposición se torna muy arriesgada -y hasta temeraria- si sólo se cuenta con trasuntos, con copias manuscritas y no con textos publicados en vida del escritor, es entonces cuando el Corpus deviene chúcaro, arisco e indomable. Tal ha sido el avatar de la escritura criolla atribuida a Juan del Valle y Caviedes. Trescientos años después de su muerte acaecida en 1698 y a más de cien años de ediciones y reediciones de la mayor parte de las composiciones que se le atribuyen, quizá no haya en toda la literatura colonial hispanoamericana manuscritos más desbravados ni enunciador más vilipendiado que éste a quien M. Menéndez y Pelayo (1913: 191-192) llamara «festivo coplero» de «versos picantes como guindillas».

Parto así de la idea que ha llegado la hora de reseñar, aunque sólo sea a vuela pluma, las principales censuras a la figura literaria y a los versos atribuidos a Caviedes. A pesar de que con cada comentario esas censuras se repiten, insisten, se van por momentos, retornan, dan vueltas cual nube de Erinias, seguiré no obstante su secuencia cronológica. Así, las censuras más antiguas plantean la «vetusta superchería» (G. Lohman Villena 1990a: 20) biográfica de Caviedes procedente de la publicación de algunos de sus poemas en el Mercurio Peruano; allí la Sociedad de Amantes del País (1791: 313; 1792: 155) que los imprimió, se explica de la siguiente manera:

«Si la Sociedad tuviera completa la historia de su vida, que por algunos hechos que ha conservado la tradición, se congetura haber sido tan salada como sus producciones, la antepondría á la publicación de estas [...]

Los Patriotas inteligentes y curiosos, que reserven en su poder los exemplares manuscritos de este Poeta, reconocerán en las presentes Décimas y en otros rasgos del mismo ingenio que sucesivamente se fueren publicando, algunas inversiones hechas en los nombres de personas muy conocidas en aquellos tiempos. La Sociedad, procediendo con la moderación que acostumbra, ha querido suprimirlos, pareciéndole que de este modo evitará las quexas, que aun en el día pudieran sucitarse en vista de aquellas sátiras personales, no obstante ser dirigidas á sugetos que ya no existen, y escritas en la remota antigüedad de mas de un siglo».



Esas censuras iniciales procedieron, entonces, a conjeturar abiertamente sobre la «salada» vida de Caviedes y a expresar un mal entendido temor («la moderación que acostumbra») a incurrir en difamación, no obstante reconocerse la ya para entonces venerable antigüedad de tales manuscritos. La siguiente interdicción es igualmente doble, ella se debe a la pluma de Ricardo Palma, transcriptor y publicista de los mismos y otros textos caviedanos.

Se reprocha a Palma haber creado ante todo la «estampa de marca histriónica» (G. Bellini 1966: 155) de Caviedes3, imputación que posteriormente es confirmada a fardo cerrado por Lohmann Villena (1990a: 17, 19):

«[...] cadena de suposiciones infundadas admitidas como autoridad de cosa juzgada, que únicamente han servido para adjudicar a nuestro personaje [Caviedes] una turbia y poco recomendable memoria, ya que a partir de la ficticia semblanza, apuntándola con las composiciones conocidas de Valle y Caviedes, se ha tejido una prosopografía totalmente alejada de la realidad. Por lo tanto, si existe algún autor que requería escardar toda la faramalla inventada en torno suyo era el que nos ocupa, habida cuenta de que el rutinario tópico arrastró a forjar la imagen de un tarambana lleno de vicios y aquejado de innumerables flaquezas físicas y morales».



Sin embargo, un siglo después de los gloses palmistas la vejación del poeta colonial lejos de morigerarse llega a tener, como veremos más adelante, caracteres teratológicos y hagiográficos. Palma ha sido también acusado -con notable insistencia y severidad- de corregir y tergiversar conscientemente los textos de Caviedes, desacierto cuyas repercusiones aún se dejan sentir hoy. Pero Palma (1899a: VII;1899b: 335) quien en efecto trataba a Caviedes de «gran poeta satírico» próximo a Quevedo, aceptaba abiertamente «haber hecho algunas correcciones sustanciales» a la «muy incorrecta edición» de 1873, «teniendo a la vista un manuscrito que perteneció a la librería Zegarra», y es la Madre M. L. Cáceres (1990b: 918) quien nos pone en guardia frente al «muy grave el daño que han ocasionado las 'correcciones' y alteraciones arbitrarias que sufrieron los manuscritos de Caviedes en manos de Palma y de los redactores del Mercurio Peruano». Ahora bien, el mismo Palma (1899b: 337) se anticipó a estas acusaciones cuando escribió que:

«Habríamos querido corregir también frases, giros poéticos, faltas gramaticales y aún eliminar algo; pero, el temor de que algún zoilo nos niegue competencia, hemos pensado que a un poeta debe juzgársele con sus bellezas y defectos, tal como Dios lo hizo, y que hay mucho de pretensioso, y algo de profanación, en enmendar la plana al que escribió para otro siglo y para sociedad distinta».



A renglón seguido Palma (1899b: 338) que no tuvo empacho en publicar los poemas de Caviedes y los cuales reconoce «afeados por gran número de expresiones groseras y malsonantes y de imágenes feas y nauseabundas», es condenado por los pesquisidores literarios quienes afirman que «hasta parece que le complacía el género»4. Pero en realidad Palma (Ibid.) cuidó de explicar su real intención:

«[...] en esto no vemos razón para que, por los siglos de los siglos, se conserve inédito y sirviendo de pasto á ratones y polilla un libro que, dígase lo que se quiera en contrario, será siempre tenido en gran estima por los que sabemos apreciar los quilates del humano genio».



Se trataba, así, con la edición de 1873 y la de 1899 que intenta mejorarla, de dar a la luz pública y en letras de molde la obra de Caviedes que, salvo sus tres poemas publicados en vida, los aparecidos en el Mercurio Peruano y otro en 1814, permanecían a fines del siglo XIX en manuscritos. Mas eso no es todo; el tradicionista (1899b: 339) también escribe:

«Réstanos aún, como se dice, el rabo por desollar. El Diente del Parnaso escandalizará oídos susceptibles, sublevará estómagos delicados y no faltará quien lo califique de desvergonzadamente inmoral. Vamos á cuentas.

Que más que las ideas son nauseabundas y malsonantes las palabras que emplea el poeta en varias de sus poesías, es punto que no controvertimos, aunque pudiera decirse que el tema forzaba al escritor á no andarse con muchos perfiles ni cultura. ¡Gordo pecado es llamar al pan, pan y al vino vino! [...] Pero por delicados y quisquillosos que seamos, en estos tiempos de oropel y de máscaras, por mucho que pretendamos disfrazarlas ideas, haciendo para ellas antifaces de las palabras, hay que reconocer que, en la lengua de Castilla, tiene Caviedes pocos que lo superen en donaire y travesura [...] Para la gente frívola, será éste un libro gracioso, y nada más. Para los hipócritas, un libro repugnante y digno de figurar en el Índice. Pero para todo hombre de letras será la obra de un gran poeta peruano, de un poeta que, si en erudición y doctrina le es inferior, rivaliza, en agudeza y sal epigramática, con el señor de la Torre de Juan de Abad».



De ahí que hoy sea posible denostar a Palma todo lo que se nos antoje, menos reprocharle su visión de arúspice. Al primero que pone en aprietos con sus premoniciones es al historiador Padre Vargas Ugarte (1947: X, XII, XIII) que también en trance de republicar los poemas atribuidos a Caviedes, expresa sus resistencias ante lo «repulsivo» de ciertos poemas. Vargas Ugarte, «en nombre de un extraño escrúpulo moral»5, se verá en la disyuntiva de «corregir» los textos originales o «suprimirlos» sin atenuantes6 y optará, naturalmente, por eliminar los textos espúreos sin compasión alguna por aquel, dice, «a quien le doliere el expurgo». En éste su «auto de fe»7 escribe además, entre muchas otras cosas, «convengo en que corregir hubiera sido peor que suprimir, pero me inclino por esto último y me apoyo en la autoridad de Menéndez y Pelayo». Escudándose, entonces, sin reparos en el polígrafo8, concluye que «es casi un deber cribar su [de Caviedes] obra poética y arrojar a un lado como inútil paja todo cuanto de repulsivo, maloliente o subido de color hallamos en ella. Tal ha sido nuestro criterio»9.

Nueva censura, entonces, que a la vez que resguarda -en aras, afirma, al «respeto a los lectores y por el buen nombre del poeta» (Vargas Ligarte, 1947: XII), la educación, las buenas costumbres, la dignidad y el decoro académicos- la producción «más noble y delicada» de Caviedes, ante todo su «poesía religiosa», suprime lo que considera «maloliente o subido de color», extirpación reiterada por la Madre M. L. Cáceres (1972: 10, 84, n. 3) quien exalta «los sentimientos paternales del poeta» al mismo tiempo que expurga (1975: 149, n.), con criterio «estrictamente literario» (sic), dos romances que en su sentir contienen un «tema monótono y repulsivo»10.

Pero no son solamente los censores eclesiásticos quienes obran de esa manera, también los censores laicos caen bajo las previsiones de Palma. Ahora D. R. Reedy (1963: 158) al emprenderlas contra Vargas Ligarte a partir de cuatro manuscritos caviedanos, incluye los poemas tachados en otro sitio de «escabrosos» y «pornográficos»11 pero excluye con algunos más el titulado Defensas que hace un ventoso al pedo que sólo es reproducido -de evidente mala gana- en la edición de 1984. Ampliando la denostación de Bellini (1966: 161) quien no apreciaba la jocundidad y donaire de esa composición y sólo encontraba en ella «pasajes deliberadamente vulgares», Reedy (1982: 296, 298; 1984: XXV) habla primero «del lenguaje escatológico de algunos poemas», de «imágenes chocantes a la sensibilidad», «chistes verdes», «groseras imágenes» y después, al colocar Defensas... entre los «poemas de naturaleza escabrosa», a la vez que la tiene por composición «ingeniosa» la moteja de «notable por su naturaleza vulgar, lenguaje grosero y énfasis en imágenes excrementicias».

Camino adelante la censura dirige su guadaña a la reconstrucción e interpretación filológica de los manuscritos caviedanos. Al mencionar la Madre Cáceres (1990a: 215) las anomalías de los códices atribuidos a Caviedes, pasa bajo cuchilla las ediciones precedentes y concluye que «también han contribuido a la deformación del texto primitivo, las lecturas paleográficas de los editores de Caviedes, tan absurdas, que llegan algunas al ridículo y causan risa por lo antojadizas y descaminadas». Pero si aquí la editora ríe ante las «lecturas paleográficas» inmediatamente el editor que la sigue, L. García-Abrines (1994: 11), llora al leer esas mismas reconstrucciones textuales (entre las que se encuentra ahora [1993: 11] la de Cáceres), «todas ellas, sin excepción, lamentables». Mas el novel editor (Ibid.), serenada la congoja e inspirado por Palma12 a quien, dicho sea de paso, trata (1993: 68) de «paranoico» entre muchos otros apelativos de ese jaez, en arranque de colérica irreverencia tacha otra vez de un plumazo lo que sus reverencias habían resguardado con tanto primor y escribe:

«[...] la forma en que se nos ha transmitido la obra de Juan del Valle y Caviedes, manuscrita y editada, es algo que da ganas de llorar. Por una parte, por habérsele atribuido muchísimas poesías, realmente malas, entre las que se encuentran todas las religiosas [...] Y por otra, porque las poesías verdaderamente [sic] suyas están plagadas de errores innumerables, algunos garrafales, que se elevan a centenares».



Con esta última censura no sólo se trata, en efecto, de expurgar los textos atribuidos a Caviedes. En nombre de la estética, se excluye ahora de los Manuscritos que se le atribuye «muchísimas poesías, realmente malas», precisamente aquellos poemas que para los primeros representaban la quintaesencia de su lírica, esto es, «toda la poesía religiosa»13. Pero la reciente criba rebana lo ya rallado: hace cinco lustros se veía a Caviedes «ennoblecido por los acentos espirituales de sus sonetos y romances lírico-religiosos»14 al mismo tiempo que se señalaba con dedo acusador a Palma y Odriozola por haber puesto «en evidencia el deliberado propósito de silenciar injustamente este aspecto [las 'composiciones religiosas'] de la producción del poeta».

Y si nadie pone en tela de juicio que de la producción literaria reunida bajo la advocación de Caviedes, convenga colocar en lugar adecuado -pero no eliminar o abjurar- aquellas composiciones de demostrada pluma autorial ajena15 es, por cierto, una arbitrariedad excluir sin escrúpulos textos que el talante del crítico considera mediocres o malos ¡como si todo lo que saliera del cuerno de tinta de un escritor debiera ser irreprochable!16 Pero las censuras no se detienen ahí. Cuando, por ejemplo, Reedy (1963: 158) acusa a Vargas Ugarte de tijeretear sin ton ni son las poesías atribuidas a Caviedes, esta vez el censor dado a interpretar esos mismos poemas lo hace con citaciones serruchadas. Así, Reedy (1993: IX) nos dice:

«Toward the end of the seventeenth century, Peruvian poet and satirist Juan del Valle y Caviedes penned a prescription for laughter as a mean by which society could cure itself of its ills. He advised the readers of his clandestine verses "Ríate [sic] de ti el primero..., ríate [sic] de ellos después..., ríate [sic] de todo, puesto que, aunque de todo te rías, tienes razón" ("Laugh first at yourself..., laugh at others afterwards..., laugh at everything, for even if you laugh at everything, you have the right to do so") ("Prólogo al que leyere este tratado", "Prologue to the One Who Reads This Treatise"). Caviedes' focus on laughter highlights but one component of the multiple ingredients which distinguish and identify the satirical mode of expression during the colonial period in Spanish America. Sarcasm, invective, parody, burlesque, censure, irony, and paradox all found a fertile environment for implementation as tools which satirists, in prose or verse, employed to criticize, provoke, censor, and titillate».



El enunciador de esos versos atribuidos a Caviedes se dirige, en efecto, al enunciatario pero sólo en referencia a su Tratado (v. 113) y a los médicos que veja, de ninguna manera con el genérico y reflexivo alcance filosófico sobre la vida que esta interpretación de versos mutilados quiere darles17. De consecuencias más graves es, sin duda, el atropello que en otro lugar se comete contraías composiciones caviedanas. Esta vez la crítica al mochar esos poemas a su regalado gusto y, peor, cambiando el orden de los versos, obtiene del remiendo inferencias ad hoc que «sustentan» sus juicios. Tal es el caso de L. H. Costigan (1991: 69) que al comentar la Carta romanceada de Caviedes dirigida a Sor Juana Inés de la Cruz, reordena los versos (primero el 93, luego el 78 y termina con 81 y 82) a fin de concluir que ellos... «indicam estar o poeta consciente de que sua poesía hauriu de fontes populares».

Son todavía más numerosos -mejor, innumerables- los críticos censores que, haciendo caso omiso de la advertencia de R. Jakobson18, incurren en una caloña mayor: convierten el discurso poético en discurso testimonial y, paso seguido, deducen de él trivialidades psicológicas, sensibles, éticas, de conducta, etc.19 Se trata, en principio y en palabras de Bellini (1966: 154), de «depurar de todo [...] la figura del poeta peruano» que «ha falseado, en sustancia, su verdadero [sic] significado»; pero, en realidad, se busca engrosar una masiva distorsión autorial que otorgue sin miramientos cierta intención al enunciador20 y de golpe, planche el texto al quitarle sus énfasis, sus diferentes intensidades (el forte o el piano de las connotaciones) a la vez que volatiliza su polisemia (la ambigüedad de las palabras). Hay en esta crítica una tentación irresistible por materializar la persona y la personalidad del escritor, iconizar al vate con -a falta de su retrato- retorcidos bocetos fantasiosos que, en palabras de Lohmann Villena (1990a: 15), «configuran lisa y llanamente una impostura». Semejante censura imaginaria no es, sin embargo, privativa de la crítica, pues obedece a una propiedad general del lenguaje... sólo que ahora es llevada al paroxismo glosador. R. Barthes (1995: 874) ilustra bien esa característica con una alegoría:

«"En la sartén, el aceite se desliza plano, liso, silencioso (apenas unos vapores), es una especie de materia prima. Tire ahora allí un trozo de papa: sucede, entonces, como si se lanzara una carnada a las fieras que dormían con un solo ojo, acechaban. Todas se precipitan, rodean, atacan ruidosamente, es un banquete voraz. El pedazo de papa es cercado, no destruido sino endurecido, dorado, acaramelado, de pronto eso se convierte en objeto, en una papa frita". El buen sistema lingual -comenta Barthes- funciona así sobre todo objeto, se agita, rodea, resuena, endurece y dora. Todos los lenguajes son micro-sistemas de ebullición, frituras [...]. El lenguaje de los otros me transforma en imagen, como la papa cruda es transformada en frita».



Si el lenguaje, entonces, transforma en imagen lo que toca, no es una insolencia constatar aquí que al somarrarse al enunciador del discurso a punta de adjetivaciones inferidas de los mismos poemas (la crítica nolens volens necesita una estampita de Caviedes) se logra, finalmente21 lo que el rosticero se propone.- darle al poeta consistencia de estantigua22. Tal es la asación del enunciador «crudo», la letanía lírica -untuosa retahíla de prosopopeyas y etopeyas- con que se «sancocha» al sujeto de la enunciación de esos documentos para somatizarlo como «autor», más bien como «autoridad», e incluso asignarle una generación exacta, la de 165423. Caviedes de carne y hueso, además de haber sido andaluz, minero, comerciante, casado y padre de varios hijos (cosa documentada) fue, según estos ejercicios de teratología literaria:

Bellini: espíritu independiente y rebelde, con sincero sentimiento religioso, extraordinaria libertad de espíritu, anticonformista, espíritu libre e hipercrítico, lleno de fe atrevida en las verdades de la ciencia, orgulloso de su saber, no jactancioso, se construye en dimensión moral, sincera posición comprometida frente a la sociedad peruana, espíritu popular, rebelde, con formación autodidacta, hombre de su tiempo, o mejor, fue sencillamente un hombre, y como tal lleno de contrastes24, experimentaba íntimo desaliento del cual salía pensando en los valores del intelecto, con total y sincero desprecio por los bienes temporales y sobre todo para la fama conquistada arteramente...

Benavides Ganoza: rabioso, rajón, amoroso místico, viudo, enfermo, grande, profundo...

Cáceres: de vida atormentada, truhanesco y etílico, mordaz, ligero, de sentimientos paternales, bufonesco, místico25 y creyente de arraigada fe cristiana, primer criollo, falto de buen gusto y decoro, pleno de detritus conceptuales, sincero como un niño frente a Dios, procaz, cordial, repulsivo, noble de sentimientos, intuitivo nato, de natural nobleza y bondadoso, maltratado, autodidacta, de ingenio festivo y burlón, decepcionado, de noble prosapia, español de la mejor cepa, con íntimo arrepentimiento, vida regulada por la moral cristiana, agudo observador, alma creyente, espíritu realista y desbordante, el español más indiano, de mirada arrepentida y piadosos afectos, extraordinaria agudeza y vivacidad de ingenio, de ánimo contrito, psicólogo nato...

Echagüe: derrengado y lívido, de mirar agudo y descaecido aspecto, pillastre, gesticulador, chungón, espontáneo, de cuerpo lacerado, ingenio diabólico, populachero, fanfarrón, rumboso, perdulario, mujeriego, desmandado, dilapidador, juerguista, desafortunado, descarado y ruinoso, de estilo conciso y chacotón, viudo, amargado, paciente de inquina, descocado, mordaz, truhán, bufonesco, cizañero, espontáneo, divertido, feroz, sarcástico, pícaro, malhablado, vulgar y zarandeado por la vida...

Fox-Lockert: autodidacta, rebelde frustrado, individualista, resentido... desafortunado, misógino, planeta menor, desengañado...

Franco: indecente.

García Calderón: realista, original, picaresco, alegre, desenfadado, fresco, espontáneo, mercachifle y manirroto...

Gutiérrez: de vida ni feliz ni oscura, ingenioso, dado a los placeres y a la holgura truhanesca, fervoroso devoto, dedicado a las liviandades y ojerizas, honrado, gravemente enfermo, sin convicciones adquiridas sabe por experiencia, con instinto de conservación y amor a la vida, vengador, inspirado, despiezador, con rectitud de miras, amante de lo bueno, mordaz limeño, aspecto serio y filosófico, oscuro decidor, versificador chabacano, alma contrita, reidor y llorón...

Lohmann Villena: risueño, burlón arrepentido, incisivo, serio, procaz, compungido, mordaz, denostador, monómano, enigmático, contradictorio, acosado por el infortunio, batallador constante y tenaz, espíritu cruzado de cicatrices, de talante muy celoso, autodidacto en toda la regla, padece de inopia y de dolorosa situación personal, algo misántropo y de talante retraído...

Palma: limeño, calavera, cerebro ardiente en inspiración, gravemente enfermo, - disoluto reforma su conducta, viudo se dedica a la bebida para consolar su pena...

Reedy: espíritu independiente, rebelde, popular, critico, diente mordaz, escatológico, provocador, de cáustico tono, Quevedo lego, atrevido, censor y cosquilleado, temperamento criollo, actitud de independencia intelectual, denunciador, alertador, desafiador en batallas feroces, heridor, dueño de mortífero arsenal, franco, sancionador de personas reales, atraído por lo feo y lo grotesco, poseedor de inteligencia innata, autodidacta, de clara visión, acongojado, pesaroso, lacrimoso y sincero...

Sánchez: retoño quevedesco, chistoso y agudo galenófobo, casado de modo non sancto, de ánimo desaprensivo, poco escrupuloso, de baja estofa moral, agobiado por la miseria, picaresco y mujeriego, tentado por la carne prieta, carne de pecado; acriollado, travieso, alcohólico, irreverente, palomilla, jaranero, inquieto, chancroso, libertino, espíritu anacrónico, llorón, revolucionario, procaz, moralista, melancólico, arrepentido, parrandero, burlón, buhonero, misógino, sarcástico, malhumorado, rebelde, místico, amargo y recasado, repentista, chispeante, lujurioso, tramposo, complejo, humano, autodestructivo, sensibilísimo, creyente adorador de la virgen, con fe en la vida, atrabiliario, tormentoso y sibarítico, extravertido, antiacadémico, filósofo, amantísimo marido y vengativo sagitario...

Tamayo Vargas: malquistado, pobre, ebrio, reilón, espontáneo, genial, soez, picante y populachero, ajeno a los salones y a los cenáculos...

Torres-Rioseco: popular, buhonero borrachín, dilapidador, enfermizo, cáustico, picaresco, atrevido y cruel...

Vargas Ugarte: extranjero, criollo advenedizo, de refinada prosapia, comerciante y negociante, autodidacta, melancólico, guasón, despechado, ocioso, gravemente enfermo, desengañado, moralizador, sórdido, chocarrero, no ilustrado, inculto, despejado, calavera, retozón, desenfadado, picante, burlón, mercachifle, sonreidor; hombre de arraigadas convicciones religiosas, chispeante, travieso, ingenioso, pícaro, mal gustador, de manifiesta pobreza, censurador, sereno, cristianamente resignado;

Xammar: cunda, espíritu en constante y acongojada inquietud, abusador de bebidas alcohólicas, calavera, seductora figura del mal, especie de divino demonio, crápula, vicioso, cínico, odiador, inconforme satírico, tierno, angustiado, extremadamente pobre, de juventud desordenada, jugador, irreverente satírico, melancólicamente desengañado, atormentado y sufrido, arrepentido, dilapidador de su fortuna y salud, de vida desordenada; mística nota de serenidad y reflexión, talento trabajador, ojos malignos y socarrones...



Etcétera, etcétera...

Es decir, sin dudas, Caviedes, la figura más destartalada, abyecta y nefaria de toda la literatura colonial hispanoamericana, una auténtica monstruosidad que no tiene cuándo acabar creada con rasgos semánticos icónicos que, como se ha visto, permiten formar imágenes mentales e impresiones referenciales a partir del usufructo chocarrero, desenfrenado -e ilegítimo- del contenido denotativo, especialmente de los adjetivos y, en el plano retórico, del abuso de las alegorías, es decir, de imágenes escritúrales y de imitaciones de imágenes somáticas estereotipadas: la figura de Caviedes es, desde este último punto de vista, una antonomasia compuesta con rasgos tomados -aquí y allá- de las imágenes de Judas Iscariote, el Hombre Elefante, el Marqués de Sade, Santa Teresita del Niño Jesús y, como veremos luego según García-Abrines, hasta de Antonio Banderas. Pero como advierte R. Barthes (1971.130), es más bien desde la vertiente ética que se decide semejante amasijo crítico:

«[...] la verdadera censura, la censura profunda no consiste en prohibir (en cortar, en suprimir, en hambrear) sino en nutrir indebidamente, en mantener, en retener, en sofocar, en engrudar, enviscar con estereotipos (intelectuales, novelescos, eróticos), en dar por todo alimento la palabra consagrada de los otros, la materia repetida de la opinión corriente. El verdadero instrumento de la censura no es la policía, es la endoxa. Así como una lengua se define menos por lo que obliga a decir (sus rúbricas obligatorias) que por lo que prohíbe decir (sus reglas retóricas), de modo semejante la censura social no se encuentra ahí donde se impide sino allá donde se obliga a hablar».



Suscitado, pues, por el realismo metafísico de la crítica institucionalizada que nos obliga a deglutir la endoxa de este canon caviedano, hoy asistimos al repunte de la jaculatoria oscurantista mas con un trazo algo distinto, el del grimorio hagiográfico. Caviedes será en adelante el chapeta colonial que, a falta de escudo senescal, se blasona con un ramillete de los más chuscos valores elatos, tan gratuitos y encantusadores como los que pretenden suplantar. Esta reciente forma de censura -tal vez más insidiosa que todas las anteriores- no sólo enmienda, ensalma e interpreta los textos a su capricho y talante, sino que es una represión colonialista de última hora, un extomo, pensábamos, que se había agotado con la globalización de la cultura a fines del milenio. Pues bien, si la destartalada trónica corriente «tan del gusto de las masas» vio en Caviedes -bajo el numen de Atenea- un «dipsómano, perdido, chancroso, latiniparla torpe, baratillero, coplero e insanable, amargoso y malsufrido», como aduce García-Abrines (1993: 16) en la siguiente cita, el genio y figura de Caviedes deben tejerse -tocados por Aracné- con sintácticas agujas de franca hegemonía... y hebras léxicas de vistoso ganchillo:

«Ahora ya del árbol caído, la crítica hará leña, atribuyéndole al autor los defectos que censura en sus personajes, más los errores de los copistas: alcohólico, jugador, sifilítico... y mal latinista, que en lo sucesivo habrá que eliminar de toda publicación, amén de pobre comerciante, poeta de los cajones de la ribera y enfermo incurable, amargado y resentido por los fracasos de los médicos, cuando en realidad sólo padeció de unas tercianas de las que sanó llevando a la contraria a los doctores, contraria contrariis curantur. Fuera chismes, tan del gusto de las masas, borrón y cuenta nueva. Veamos en él [Caviedes] a un inteligente y agudo español (sin exagerar su peruanismo), bronco y macizo (según él mismo nos cuenta en el poema 44, v. 266), devoto del bello sexo, experto en minería, en posesión de una escogida biblioteca26, introductor del conceptismo en América27 y casado con una bella dama28 peruana de ilustres apellidos, doña Beatriz de Godoy y Ponce de León (hija de don Antonio Ponce de León y de doña María de Guerra Falcón) con quien tuvo seis hijos29.



A partir de este abemolado avasallamiento «del gusto de las masas» y otros pasajes semejantes pero en doble sostenido, Caviedes es para García-Abrines:

«[...] inteligente, agudo, español, bronco, macizo, refinado, diligente, culto, linajudo, prolífico, profano, streaker demente30, humildoso, cachondo, chungón, caballero español, católico, machote, inclinado a las faldas pero no feminista, gran figura del barroco, humilde minero-poeta de Jaén, soplado por la Musa, identificado con el velador de Ledesma, somarda [sic]31...»,



gracias todas ellas dirigidas a lograr una exacción chovinista que en nombre de la gentilicia porcunense suprima de los textos caviedanos -emitidos ora por Caviedes ora por varios informantes y transcritos por distintos copistas de la región andina desde la segunda mitad del siglo XVII- su raigal perfil literario popular y criollo, sus contenidos y referentes definidamente andinos32. El propósito declarado será, finalmente, ajustar una fantasmal carantamaula de hidalguía literaria: don Juan del Valle y Caviedes, hispaniensis et florentissimus auctor...

Asistimos, pues, con esta última voz en falseta, a una sobresaturación del juicio y de la sensibilidad, al típico coro ritual de una comunidad arcaica que canta, durante la ejecución del réprobo, un desentonado peán expiatorio que a la vez que elogia al enunciador lo desacredita, y si ovaciona, escarnece, encomia con el mismo entusiasmo que corrige los versos, se hace lenguas al tachar sus valores andinos.



*  *  *

Be careful what you censor, lest you be next...


Dave Weinsbaum33                


Antes de responder a cada una de las proposiciones censuradas, es bien advertir que el censor que las entresacó y puso este título a su tratado, no trae en todo el discurso de él, ni prueba ni razón alguna para apoyar su parecer.


Diccionario de autoridades II. 269                


En primer lugar, ¿por qué en las oficiosas biografías de Caviedes, se presume que éste fue un paradigma negativo o positivo de vida y no un individuo prosaico? ¿Por qué no se puede aceptar que, como cualquier mortal suficiente, llevara una existencia mínima, ligera, banal, cosa que estrictamente se deduce de los numerosos documentos administrativos, notariales y judiciales que le conciernen?34 Además, si Caviedes nació en Porcuna pero realizó toda su producción literaria en el virreinato del Perú, ¿qué prejuicio étnico y literario justifica acuñar los textos que se le atribuyen, con la exclusiva -y excluyente- eugenésica porcunense?35; el repertorio de valores semánticos que allí se expresan, por ventura ¿no son auténticamente criollos americanos?36, y sus referentes culturales (lingüísticos, geográficos, sociales, antropológicos, históricos, políticos, económicos) ¿acaso son distintos de los que definen el marco ideológico de la sociedad peruana en proceso de mestizaje desde el siglo XVI hasta hoy? Incapaz de aceptar la fluidez, la indiferenciación o la reversibilidad de los enunciados literarios, la crítica editorial última se afana puerilmente por afincar sólo en la península las presuntas composiciones de Caviedes y leerlas con estrictez desde ese referente; se autoarroga, así, el derecho de alienar y entrizar los valores culturales de la raza en un tórculo dogmático. Siendo, pues, las cosas lo que son, la primera tarea desmitificadora será, sin duda, reivindicar la convergencia hispanocriolla en la vida escrita de Caviedes (su biografía) y en la producción literaria que se le atribuye.

El siguiente incordio atañe a los textos colectados en los manuscritos. Como no es posible determinar un proceso de desarrollo cronológico en el corpus completo atribuido a Caviedes, salvo entre los poemas ocasionales o de circunstancia37, los editores nos obligan a leerlo no sólo a través de sus elucubraciones interpretativas -un verdadero corpus delicti acupunturado de contradicciones-, sino que cada uno de ellos privilegia «su» manuscrito como un ur text a partir del cual se derrama el stemma o las familias compuestas por lo demás manuscritos. Así, cada quien pertrechado con su trasunto-princeps, entiende realizar una labor de profilaxia filológica desguazando «el» auténtico Corpus caviedano, sano, viril, túrgido, bien alisado, limpio de escorias textuales, ellas tiradas al basurero de lo impublicable, de lo reprobable, es decir, poemas o bien suprimidos o bien desacreditados en nombre de este o aquel prejuicio38. De ahí que una comparación sencilla de las últimas ediciones caviedanas, demuestre el desatino mayor: alcanzan la desorientación plena del lector.

Si como señala R. Chartier (1994: 6) a todas luces los comentarios de los críticos caviedanos «permanecen sólidamente arrimados a la lógica de la imputación causal singular, es decir, al modelo de comprensión que, en lo cotidiano o en la ficción, permite dar cuenta de las decisiones y de las acciones de los individuos», a riesgo de desatar la indignación de los puristas, propondría al contrario difundir y leer el corpus caviedano no enfocado desde la coerción de un idiolecto literario académico, como se viene haciendo (la homogeneidad egotista, heterónoma, de una voz, una mano y una pluma autoriales39), sino a partir de la polifonía del sociolecto literario popular peruano desde la segunda mitad del siglo XVII (la coherencia participativa, heterodoxa, propia de un corpus organizado con múltiples escrituras40). Partiendo de este punto de vista y puesto que los códices caviedanos se constituyen merced a una serie de subcorpora allí vertidos desde diversos horizontes (textos atribuidos a su autoría, otros de comprobada mano ajena, anónimos o indecidibles), todos ellos se desconstruyen entre sí y por lo tanto tienen importancia semejante para la configuración de la vida cultural y literaria colonial peruana, que es al fin y al cabo lo que interesa (la cultura colonial no tiene por qué ser monódroma ni obedecer a la represión de la exactitud o la desambigüedad): unos poemas de factura aparentemente original, otros influenciados por esta o aquella tradición literaria (los ironizadores clásicos y los del Siglo de Oro), unos más transcritos, insertados (no plagiados, suplantados o imitados, lo que supondría la exclusiva competencia autorial41) y divulgados para el provecho del público lector; estrofas migratorias transferidas a / de otros corpus, por ejemplo, al / de la Academia del Virrey Manuel de Oms y Santa Pau, Márquez de Castell-dos-Rius, poemas-acertijos, poemas que se repiten de trasunto en trasunto sin mayores alteraciones, poemas que, en cambio, al pasar de uno a otro códice se descomponen léxicamente hasta volverse irreconocibles.

Ciertas composiciones se repiten en el mismo manuscrito pero otras han sido publicadas sólo en la edición de Odriozola de 1873; unas siguen a pie juntillas las pautas retóricas, algunas lindan con el verso libre o quedaron incompletas, las hay que observan cuidadosamente el español normativo, las que imitan a plenitud la diglosia andina (peruanismos, americanismos, neologismos), otras más son o bien glosas o bien traducciones del latín, composiciones únicas en una edición, en otra se fragmentan o admiten interpolaciones estróficas, y si estos códices repiten los epígrafes, aquéllos los cambian o los olvidan. De hecho, ya que el Corpus caviedano sólo cuenta con trasuntos como sucede con cualquier recopilación de literatura popular escrita u oral42 no se encuentran allí distintas versiones de los poemas sino variantes que, por definición, carecen de texto tutor. Corporidad liberada, entonces, de los encuadres autoriales de la tradición crítica, ésta remanece bajo la signatura silenciosa, austera y corporativa del arte popular colonial, por definición anónimo y colectivo43.

De editarse alguna vez esas composiciones sin expurgos44, es decir, una edición que no incurriera en anatemas ni juicios inquisitoriales sobre sus contenidos, allí tendrían tan merecido lugar ¡cómo no! las consabidas glosas de orden autorial -paleográficas, cosméticas, moralistas, estéticas, edificantes, devotas- y aquellas que registrarían en la corteza de esos mismos textos, ahora sin reconvenciones, las isotopías desvergonzadas -malcontentadizas, estólidas, irrespetuosas, sórdidas, licenciosas, sensuales45, herejes-, en buena cuenta, la indocilidad literaria desinstitucional que define de parte a parte la literatura criolla popular peruana46.






Adenda

Memento cronológico


Documentos administrativos y literarios referentes a Juan del Valle y Caviedes47:

AñoDocumento
1644 Velaciones (bendiciones nupciales) de quienes serían sus padres Pedro del Valle y María Caviedes, Porcuna, 8 de febrero48.
1645Partida de bautismo de Juan del Valle y Caviedes, Porcuna, 11 de abril.
1661 Partida de defunción de Pedro del Valle, Porcuna, 4 de diciembre.
1669a. Poder de Felipe Gutiérrez de Toledo y Gabriel Enríquez de Villalobos, caballero de Calatrava a Caviedes, para realizar actividades mineras en nombre de éstos, Lima, 19 de octubre.
1669b.Convenio de avío con el capitán Andrés de Prado y Velasco, 21 de octubre.
1670Formaliza una compañía de explotación minera con Prado y Velasco, 30 de mayo.
1671a. Partida de su matrimonio con Beatriz de Godoy Ponce de León, originaria de Moquegua e hija de Antonio de Godoy Ponce de León y María de Guerra Falcón, Lima, 15 de marzo49.
1671b.Firma del recibo de la dote matrimonial, 31 de julio.
1672Nacimiento de su hijo Antonio.
1675a.Nacimiento de su hijo Pedro.
1675b.Godoy Ponce de León enajena en favor de su yerno Caviedes parte de una mina y otros, 14 de junio.
1676a.Godoy Ponce de León otorga poder especial al Ldo. Andrés Tomás de Castro y Ulloa para que cobre a su yerno un rédito por avíos, 9 de febrero.
1676b.Asume una obligación de pago al capitán Miguel Sánchez de Barreda, 15 de octubre.
1676c. En mancomunidad con José González de Molina, Caviedes reconoce un adeudo a Bernabé Guerrero, 12 de diciembre.
1678Otorga poder mancomunado con el maestre de campo Amador Merino Gutiérrez del Águila al oficial del Consejo de Indias en la Secretaría del Perú Miguel Monje y Francisco Gutiérrez del Águila, para que cualquiera de ellos entregase a don Juan José de Austria, primer ministro de Carlos II, un pliego cerrado y a Pedro Portocarrero y Fernández de Córdoba, presidente de ese Consejo, otra carta y pliego cerrado, 24 de agosto.
1680 Nacimiento de su hija María Josefa.
1681a. Primera escritura de fianza in solidum en resguardo de su suegro ante el mayordomo de la Catedral y la Caja Real, 31 de enero.
1681b. Otorga poder general a su esposa Beatriz de Godoy para efectuar el traspaso de un complejo minero de propiedad de ambos en Tincomayo (Huarochirí) a María Ruiz de Monsalve, testaferro de su hermana Isabel y ambas del Prbo. Bartolomé Ruiz de Alberca, 12 y 17 de marzo.
1681c.Recibe poder del rector del Seminario de Santo Toribio, Prbo. Álvaro de Torres y Bohorques, para recabar un adeudo del ex corregidor de Tarma maese de campo Tomás de Valdés, 27 de junio.
1682 Segunda escritura de fianza in solidum en amparo de su suegro ante el mayordomo de la Catedral y la Caja Real, 31 de enero y 2 de noviembre.
1683 Otorga su testamento, 26 de marzo.
1684 Escritura de arreglo con Ruiz de Alberca para la cancelación de los adeudos que éste le tenía, 18 de diciembre.
1686Nacimiento de su hijo Tomás.
1687a(?).Publicación del Romance, / en que se procura pintar / y no se consigue. La violencia de dos terremo- / tos, conque el poder de Dios asoló esta ciudad / de Lima, Emporeo de las Indias Occiden- / tales, y la más rica del mundo. Lima.
1687b.Suscribe un pagaré a favor de Pedro Antonio de Paredes a cuenta de una deuda, 12 de diciembre.
1688a.Suscribe la plica del testamento de su prima Manuela Berjón de Cabiedes y firma en nombre de ella un codicilo, comparece ante la justicia para demandar la apertura del testamento y practicar el inventario correspondiente, 10 de marzo; 20, 21 y 23 de abril.
1688b. Enajena en favor de María Hurtado de Ribera un esclavo mulato llamado Antonio, 21 de julio.
1688c. Recibe un préstamo del miembro de la Orden de Santiago Juan Tomás Panes y Penza, 13 de agosto.
1688d.Junto con su suegro Godoy Ponce de León funge de testigo en una escritura fuera de registro extendida por Josefa de Meneses, Santiago (Chincha Baja), 24 de noviembre.
1689 Publicación de: «Quintillas en el certamen que se dio por la Universidad a la entrada del Conde de la Monclova. Fue un coloquio que dos pobres de las gradas tuvieron, celebrando la abundancia de mantenimiento que con su gobierno había y llorando la esterilidad de los tiempos pasados». Diego Montero del Águila. Oración Panegyrica / al primer feliz ingreso del / Conde de la Monclova / en la real Universidad de San Marcos. Lima: Imprenta de Ioseph de Contreras y Alvarado.
1690a. Alrededor de este año comenzó a firmar y a ser mencionado en las actas notariales y otros con el nombre, suprimiendo el apellido (Lohmann Villena, 66, n. 204; 68, n.)50.
1690b.Rinde testimonio de haber recibido de Josefa Robles, en calidad de depósito, una suma de dinero que devenga intereses, 17 de abril.
1690c.Declara haber recibido de don Juan García del Solar un préstamo de dinero sujeto a reembolso, 4 de octubre.
1692a.Registra su inscripción en el padrón de comerciantes obligados a pagar alcabala, Lima.
1692b.El comerciante Bernardo de Solís Vango le concede dos créditos, 3 de junio.
1692c. Otorga un préstamo a Luis de Arce, 10 de septiembre.
1692d. Es nombrado apoderado del Prbo. Lic. Domingo de Herique y Vera, 3 de octubre.
1692e. Consigna fianza de juzgado a favor de Sebastián Marcelo, 25 de octubre.
1693 Herique y Vera (Fr. Domingo del Rosario) otorga constancia de haberse cancelado el adeudo de Caviedes, 26 de octubre.
1694a. Declara en favor de Gregoria de León Santelices, por cierta suma comprometida en una manumisión, 26 de abril.
1694b.En compañía del santiaguista general don Juan Baptista de la Rigada, constituye una empresa minera para la explotación del filón del cerro de Colquipocro, 3 de septiembre.
1694c.Publicación de: «A El Erudito, Y Admirable Papel digno trabajo del raro ingenio, desvelo, estudio y experiencia del Doctor Don Francisco Bermejo Cathedratico de Prima de Medicina en la Real Vniversidad de S. Marcos de Lima, y Prothomedico General de estos Reynos, y Medico de Cámara del Excelentissimo Señor Conde de la Monclova, Virrey, Gouernador, y Capitán General destos Reynos. Soneto de D. Juan de Caviedes».
Francisco Bermejo y Roldán. Discurso de la enfermedad de sarampión experimentada en la Ciudad de los Reyes del Perú. Lima-. Joseph de Contreras y Alvarado.
1695a.Transa y conviene con el capitán Prado y Velasco en la tercería impuesta por éste sobre la empresa que Caviedes había constituido con De la Rigada, 10 de febrero.
1695b.José Berrio aclara haber hecho una petición a Caviedes -sobre la mina que éste había descubierto en Huarochirí- en nombre de Guillermo Closen, 23 de febrero.
1695c.J. B. de la Rigada deja constancia que la mina de plata que se le había adjudicado en la sociedad con Caviedes, pertenecía en realidad al capitán Pedro de Antillón y, en consecuencia, se desiste de reclamar futuros beneficios, 27 de abril.
1695d.Decreto del corregidor de Huarochirí, general Francisco Álvarez Gato, Alcalde Mayor de minas proclamando cateadores de la mina de Colquiproco a Prado y Velasco, Caviedes, el capitán Juan Guerrero y otros, a fin de que fuera laboreada mancomunadamente por todos ellos, 6 de agosto.
1695e.Rigada escribe al Secretario del Consejo de Indias Antonio Ortiz de Otárola, un testimonio sobre Caviedes y las posibilidades de explotación de la mina de su sociedad, 21 de agosto.
1695f.Funge de apoderado del capitán Pedro Fernández del Pozo ante el Corregidor de Huarochirí, 30 de agosto.
1695g.El capitán Juan de Tena Cabezas extiende un acta notarial especificando que la mina será explotada entre él, Caviedes y Prado y Velasco distribuyéndose las utilidades por tercias, 21 de noviembre.
1697De la Rigada confiere poder a Caviedes y al capitán Gregorio de Ibarra para realizar actividades mineras en Huarochirí y actuar sobre la posesión de unos terrenos en Colcorio, 20 de junio.
1698 Carta de pago en que consta el óbito de Juan del Valle y Caviedes en mayo de este mismo año. Lima, 3 de junio.

*  *  *

Advierte Lohmann Villena (1990a: 20) que no están documentadas las circunstancias que motivaron el viaje de Caviedes al Perú, las fechas de su partida y arribo, sus ocupaciones en la etapa inicial de su permanencia en ese virreinato, e «igualmente sigue siendo un enigma su situación económica en periodos en que alterna quehaceres mineros, que exigen una abundante disponibilidad financiera, con modestas actividades de minorista».

A ello agregaremos que las siguientes afirmaciones de L. García-Abrines carecen de respaldo documental:

  1. no existe constancia alguna sobre si Caviedes cuando contaba 16 años, al morir su padre en 1661, «se traslada al Perú para vivir con su tío, don Tomás Berjón de Caviedes, entonces gobernador de Huancavelica» (1993: 24, 1994: 387, n. 38, cf. la conjetura de R. Vargas Ligarte, 1947: XVII);
  2. que la mujer de Caviedes fuese «bella dama» (1993: 16) o que éste «se sabía de memoria la obra de su maestro» Quevedo (1994: 33, n. 15bis);
  3. insistimos (cf. nota 24) en que no existe constancia alguna de que Caviedes estaba «en posesión de una escogida biblioteca» (afirmación consignada por García-Abrines, 1993: 16), que invertía sus ingresos en la compra de libros (Ibid., p. 21) o habría heredado «parte» (Ibid., p. 37) de la biblioteca de su tío Tomás Berjón de Caviedes -cuyo trato de familiaridad e intimidad con él se ignoran (cf. G. Lohmann Villena, 1990a: 39)- ni si éste «disponía de una biblioteca de categoría» (Ibid., p. 25);
  4. no se tiene noticia alguna de que Berjón de Caviedes hubiese incentivado a su sobrino para que éste estudiara minería (1993: 25);
  5. que el «detestable soneto» (1993: 29) atribuido a Caviedes en la obra de Francisco Bermejo y Roldán (1694) -cuyo acróstico («créanme de veras») y exagerada loa dejan entrever precisamente caustica burla- sea una suplantación de Caviedes hecha por el propio Bermejo y Roldán;
  6. en fin, que «en la segunda mitad del año 1698, a raíz de la muerte del poeta en Lima, se reunió un grupo de plumarios, con el correspondiente lector, para sacar copia de las obras de Valle y Caviedes. En aquella ocasión se copiaron sus poesías y las ajenas que el poeta conservaba en su despacho. Poco después, el manuscrito original desapareció» (1993: 66) y que «muerto Valle y Caviedes se sacaron, por lo menos, cinco copias. De aquella sesión conservamos el ms. D [Yale 1]; las otras copias, junto con el original, se perdieron, pero tenemos copias de copias» (Ibid., p. 78).

Todas estas aseveraciones dadas como cosa probada son, sin vuelta de hoja, un infundio.



 
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