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Poemas líricos mayores

Odas

Oda sagrada

A la ascensión del Señor

Fr. Luis de León


¿Y dejas, Pastor santo,
Tu grey en este valle hondo, escuro
Con soledad y llanto?
Y tu, ¿rompiendo el puro
Aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
Y los agora tristes y afligidos,
A tus pechos criados,
De ti desposeídos,
¿A do convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
Que vieron de tu rostro la hermosura,
Que no les sea enojos?
Quién oyó tu dulzura,
¿Qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste mar turbado
¿Quién le pondrá ya freno?¿Quién concierto?
¿Al viento fiero airado?
Estando tu cubierto
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay! nube envidiosa
Aun de este breve gozo ¿qué te aquejas?
¿Do vuelas presurosa?
¡Cuán rica tu te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos ¡ay! nos dejas!

*

ANÁLISIS LITERARIO

Esta oda dulce y amorosa canta la gloriosa Ascensión de nuestro Señor. A él se dirige el poeta turbado y afligido en una continua interrogación. Es una silva compuesta de 16 versos heptasílabos mezclados con diez endecasílabos.- Aqueste mar turbado es una metáfora porque quiere decir la sociedad: otra es qué norte guiará la nave al puerto es una alegoría.- Una personificación o prosopopeya en ¿qué te aquejas? atribuido a la nube.- Do, figura de dicción apócope, por donde.- Epifonema el último verso.

Oda moral

Al porvenir

Javier de Burgos


¿Es pez el que en la espalda
Del piélago salado
Abre entre espumas surcos de esmeralda?
¿No, que a intervalos en batir se place
Las blancas alas sobre el aura pura?
¿Es cisne por ventura?
No, que humo espeso exhala su costado.
¿Es un volcán que de las ondas nace?
No, que su mole entre ellas sobrepuja,
¿Qué es pues? Es nave que el vapor empuja.
Ya blando, ya violento,
A su arbitrio algún día
O la mecía o la estrellaba el viento
Por rumbos ciertos la dirige ahora
De poderoso gas soplo constante;
Y al huracán bramante,
Al escollo y la calma desafía;
La industria anima, el tráfico mejora,
y a la tierra un poder nuevo revela
Cuando a un tiempo pez nada, y cisne vuela.
De invento así en invento
Por senda antes oscura
Atrevido se lanza el pensamiento.
De la varia y vivaz naturaleza
Guíale por el vasto laberinto
El generoso instinto
Del propio bien y la común ventura;
Instinto que la guerra y su crueza
Condenando feroz, hace en la tierra
Suceder larga paz a larga guerra.
Mas de esta paz la calma
¿Por qué fatal destino
No hace mejor la condición del alma?
Se aumenta el oro, sí, mas sus raudales
Sólo fecundan de uno u de otro modo
De la materia el lodo.
Corre el mortal, pero en afán mezquino
Solo corro tras goces celestiales
Y de deseos y temores lleno
Ser rico logra, pero no ser bueno.
Así por luengos años
Llorará todavía
Su raza fraudes, crímenes y daños
Las ilusiones de mentida gloria,
Los extravíos de ambición insana,
De la ignorancia vana
Fatuo el desdén o abyecta la falsía
Con sangre aun escribirá la historia,
Mientras del apetito o los excesos
De la razón no oponga los progresos.
Y digo cual restaura
La dignidad del suelo
El sabio alzado a la región del aura;
O allí el orbe lunar después volando,
De allí al de Venus al del rubio Apolo:
De allí al helado polo,
Y cual entonces el tupido velo,
A la infinita creación alzando,
Anuncia, absorto en éxtasis profundo,
Los milagros que encierra tanto mundo.
De sus cimas eternas
Bajará denodado
De la tierra a las lóbregas cavernas.
Su mole allí sobre ejes de diamante
Girar verá en el círculo de un día;
Verá la mano pía
Que de colores engalana el prado,
Y de rico venero y flor fragante;
Que el fugaz tiempo por igual divide,
Su curso arregla, y sus periodos mide,
Y el arcano eminente
Arrancará a natura
De los secretos de la humana mente;
Cómo al lodo el espíritu se apega;
Quién lo une, cuándo, dónde; de qué suerte
De la materia inerte
Afecta la impulsión al alma pura;
Como al contrario a la materia ciega
El espíritu imprime el movimiento,
Y quien bastó a ordenar tanto portento.
Y de dobleces lleno
Registrando en seguida
Del corazón los escondidos senos,
Del ciego error y míseras pasiones
Subirá en fin hasta el oculto origen;
Verá allí cual corrigen
Hábitos malo o índole torcida,
Buenos ejemplos, sabias instrucciones,
Y consagrado a augusto ministerio
De las costumbres fundará el imperio.
Afirmaranle leyes
Que, en presencia iguales,
Acatarán los súbditos y reyes,
Hábitos, opinión, costumbres, ritos
Unos serán del Austro hasta la Osa.
De la estirpe dichosa
No romperán los lazos fraternales
Vanidad, interés, pasión, delitos;
Y blando, bueno, dócil el humano
Siempre en un hombre mirará un hermano.

Oda anacreóntica

A una paloma


Por los aires volando
va una paloma,
paloma mensajera
de suave aroma.
Lleva mis alegrías,
lleva mi calma,
paloma mensajera
prenda de mi alma.
Colgadas de tus alas
llevas, encanto,
noticias de la niña
que adoro tanto.
Baja de las alturas
dulce consuelo,
no sea que Cupido
te tire al suelo,
¡que ese genio travieso
gasta unas flechas,
que tiene a las palomas
medio deshechas!
No te alejes, paloma,
del alma mía...
que te llevas... ¡ingrata!
paz y alegría.

Elegía

A la muerte de Berriozábal


¡Ay mis deseos vanos
son el tormento de mi triste vida,
verdugos inhumanos
que me ahogan el alma consumida!
¡Quién me diera olvidarlos
o al menos en sus ansias mitigarlos!
Me devoran crueles
sin saciarse jamás y sin reposo
me embriagan, de hielos
con afán angustioso;
no hay tregua; ni sosiego
me permito su vario voraz fuego.
Recházolas y vuelven
a acometerme con tenaz porfía;
y en guerra atroz envuelven
la resistente mísera alma mía.
Luchando y reluchando
¡Ay! ¡se van mis entrañas destrozando!
En medio de este abismo
¿A quién me volveré? ¿Quién libertarme
podría de mí mismo?
Ven tú, ven a auxiliarme;
¡Oh formidable muerte!
Mi amiga y salvadora quiero hacerte.
Pero yo no te invoco
cual el demente ateo suicida,
porque no estoy tan loco
para en fuego eternal trocar mi vida.
Tú imagen descarnada
es la que por mí ahora es invocada.
Imagen de la muerte,
tú que disipas todas ilusiones
¿Quién es como tu fuerte
para hacerme triunfar de mis pasiones?
Hazlas callar, te ruego,
ven y amortigua su estallante fuego.
Espectáculo augusto
el que se ve en tus tétricas moradas,
el impío y el justo,
el rico, el pobre, viudas y casadas,
viejos, niños traviesos
en silencio y quietud tienen sus huesos.
¡Sólo una voz se deja
oír en el callado cementerio,
sólo una voz que aleja
toda otra voz de aquel tranquilo imperio,
voz que no hace ruido,
la voz de eternidad, tenue zumbido!
¡O muerte! me enamora
la paz solemne de tu muda casa,
¡Cuán altas atesora
lecciones para quien corriendo pasa
por esta inquieta vida!
¡A enseñármelas ven, muerte querida!

*

ANÁLISIS LITERARIO

En esta composición el poeta llama a la muerte no como el suicida, sino como buen cristiano para que le libre de las miserias del mundo.

Principia por una exclamación y llama a sus deseos, verdugos inhumanos que ahogan el alma consumida. Hay en esto una metáfora y una prosopopeya de cuarta clase, porque introduce a los deseos obrando como seres humanos: se ahoga el alma como si fuere un ser orgánico, y se consume como si fuera un ser material.- Luchando y reluchando, elegancia por reduplicación- ¡Ay! exclamación.

Sátira

Ruiz Aguilera


Cabalgando en un burro
Cierto honrado labriego,
Ignoro si de Illescas o pasiego,
Con aire nada curro,
Por una calle de Madrid pasaba;
Cuando hete que de pronto,
Fuese casualidad o mañas viejas,
Resbala el burro tonto,
Haciéndole apear por las orejas,
Y tendiéndole allí como una rana;
No sé si le quedó costilla sana;
A formidable risa y a chacota,
Que de morir al pobre le dan gana,
El duro lance al transeúnte mueve
En tal día del siglo diecinueve,
¡Así fue siempre la malicia humana!
¡Siempre... (entiéndase bien) con este pero...
Que el prójimo reciba el daño entero!
Todos aman la ley, pero yo dudo
Si, esta ley es o no la del embudo.
Si pinto aquí un hipócrita, el borracho,
La meretriz, el mercader que sisa,
El fanfarrón de indómito mostacho,
El patriota de pega,
El que mata, el que adula y el que juega,
A coro exclamarán: «Presta un servicio
El que de ese bribón ataca el vicio.»
Que mi sátira toque
A Tirso, a Rufo, a Nicolás, a Roque,
A Petra... o al tío Lila,
Aunque el nombre de pila
Omita mi bondad o mi prudencia...
Entonces cada cual, hecho un infierno,
Me guardará rencor, rencor eterno
Diciendo: «Más es él» Voy a ser franco;
Ésta es una razón de pie de banco.
No soy yo una excepción; en mí, no rota
La ley se advierte que a los hombres rige;
El decirlo me aflige:
Tengo más faltas yo que una pelota;
Pero, aunque estas se cuenten por docenas,
¿Servirán de disculpa a las ajenas?
¡Las ajenas! ¡La mar!... Entre la turba.
De tanto pecador impenitente,
Da pasiones raquíticas esclavos,
Milagro si se encuentra
Un carácter que valga dos ochavos.
¡Ay del que el suyo conservar intente!
No sabe lo que cuesta el ser decente.
Confieso que no pinto yo querubes
Con celestiales cándidos equipos;
¿Iré, pues a las nubes
En busca de mis tipos,
O la pluma que tengo provenida
Ha de tomarlos tal como ellos suelen
Pasar en la comedia de la vida?
Si viejo es uno y le retrato viejo
Cuando se precia de gallardo y mozo,
No diga que su gozo echó en un pozo,
No trine contra mí; siga el consejo
Que dio a una vieja presumida un vate,
Al ver pedazos hecho el cristal limpio
Donde ella se miraba el rostro añejo:
«Arroje usted la cara, no el espejo.»

*

ANÁLISIS LITERARIO

La sátira destinada a ridiculizar vicios y malas costumbres es composición agradable y provechosa. Los versos que anteceden, tomados de la INTRODUCCIÓN a la sátira titulada CANDELAS DE LOS PEQUEÑOS de Ruiz Aguilera, cumplen ya con su objeto: la versificación fluida natural y agradablemente rítmica. Es acertado el símil como una rana; el epíteto aplicado al burro tonto, nos da a conocer a un burro pando que ande con la cabeza baja; la exclamación ¡Así fue siempre la malicia humana! Afirma una triste verdad muy propia de la sátira y la reticencia ¡Siempre!... y pero da carácter al vicio general egoísta y poco caritativo.

Hay un pensamiento ingenioso en la supuesta exclamación general Presta un servicio, el que de ese bribón ataca el vicio, por quitarse todos los allí retratados la mosca de encima.

Poemas líricos menores

Canción

Canción a la Rosa

Rioja


Pura encendida Rosa,
Émula de la llama,
Que sale con el día,
¿Cómo naces tan llena de alegría,
Si sabes que la edad que te da el cielo,
Es apenas un breve y veloz vuelo?
Y ni valdrán las puntas de tu rama,
Ni tu púrpura hermosa,
A detener un punto
La ejecución del hado presurosa.
El mismo cerco alado
Que estoy viendo riente,
Ya temo amortiguado,
Presto despojo de la llama ardiente.
Para las de tu crespo seno
Te dio amor de sus al s blandas plumas,
Y oro de sus cabellos dio a su frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañote en su color, sangre divina,
De la deidad que dieron las espinas.
¿Y esto, purpúrea flor; y esto no pudo
Hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
Róbate silencioso su ardimiento
El color y el aliento:
Tiendes aun no las alas abrasadas
Y ya vuelan al suelo desmayadas:
Tan cerca: tan unida
Está al morir tu vida,
Que dudo si en sus lágrimas la aurora
Mustia tu nacimiento o muerte llora.

*

ANÁLISIS LITERARIO

En esta canción escrita en versos heptasílabos y endecasílabos mezclados o en silva lamenta el poeta la corta vida de la reina de las flores, le da dos buenos calificativos en el primer verso pura que lo es por su limpieza y gracia y encendida por su hermoso color, la compara a la llama de la salida del sol.- Se le atribuye por una prosopopeya alegría y el conocimiento de la brevedad de su existencia.

Y oro de tus cabellos dio a tu frente, atrevida prosopopeya el amor dando a la rosa blandas plumas y oro de sus cabellos.

Letrilla, madrigal y epigrama

LETRILLA AMOROSA

El amante tímido

Meléndez Valdés


En la pena aguda,
que me hace sufrir
el amor tirano
desde que te vi,
Mil veces su alivio
te voy a pedir,
y luego, aldeana,
que llego ante ti.
Si quiero atreverme,
no sé qué decir,
Las voces me faltan,
y mi frenesí
con míseros ayes
las cuida suplir;
Pero el Dios que aleve
se burla de mí,
cuanto ansío más tierno
mis labios abrir,
Si quiero atreverme,
no sé qué decir.
Sus fuegos entonces
empieza a sentir
tan vivos el alma,
que pienso morir;
Mis lágrimas corren,
¡ni agudo gemir
tu pecho sensible
conmueve; y al fin,
Si quiero atreverme,
no sé qué decir.
No lo sé, semblando,
si por descubrir
con loca esperanza
mi amor infeliz,
Tu lado por siempre
tendré ya que huir,
sellándome el miedo
la boca; y así
Si quiero atreverme,
no sé qué decir.
¡Ay! ¡si tú, adorada,
pudieras oír
mis hondos suspiros!
yo fuera feliz;
Yo, Félix, lo fuera,
mas, ¡triste de mí!
que tímido al verte
burlarme y reír.
Si quiero atreverme,
no sé qué decir.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Es esta letrilla muy delicada, pues presenta la timidez propia de la sencillez del que no tiene mundo.- El estribillo dice no que se atreve, sino, si quiero atreverme. Llama al amor tirano porque le hace penar y le va a decir a la aldeana que le alivie y nunca lo dice.

En la segunda estrofa dice que le falta la voz y que un Dios tirano, claro que no se refiere sino a un Dios mitológico. Cumple con la gracia, facilidad y sencillez que tales ligeras composiciones deben tener.

MADRIGAL

Luis Martín


Iba cogiendo flores
y guardando en la falda
mi ninfa, para hacer una guirnalda,
mas primero las toca
a los rosados labios de en boca,
y les da de su aliento los olores;
y estaba (por su bien) entro una rosa
una abeja escondida,
su dulce amor hurtando;
y como en la hermosa
flor de los labios se halló, atrevida
la picó, sacó miel, fuese volando.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Este madrigal es uno de los más tiernos, más bellos y graciosos de cuantos se han escrito. Principia por presentar una imagen viva de la ninfa, que parece que se la ve bajarse a coger las flores, tocarlas a sus labios y echárselas en la falda. Hay una fina hipérbole en dar a las flores olor el aliento de su boca; llama a esta por un tropo hermosa flor y pareciéndole poco, dice que sacó miel al picar; tanta dulzura había en la hermosa ninfa.

EPIGRAMAS

El pelo propio


Dice la calva María
que es suyo propio el cabello,
y dice bien, que de balde
no se lo dio el peluquero.

Dar gato por liebre


El diabólico Perico
llevó a comer a Torcuato;
sirviole sopas, puchero,
y por una liebre... gato.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Los dos epigramas son breves, agudos y punzantes como conviene a esta pequeña composición. El primero usa el asonante como el romance; el segundo es una cuarteta con los pares consonantados.

Sonetos, doloras

SONETO

La flor temprana

Arriaza


Suele tal vez, venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores;
Más ¡ay! que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del afano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.
Si tú lo vieras, Silvia, «¡Oh pobre arbusto,
dijeras con piedad, la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»
Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el triste almendro la esperanza mía.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Bonito soneto en el que el poeta en una continuada alegoría dice lo que le pasa al almendro con los fríos, y acaba en los dos últimos versos haciendo aplicación «que el cierzo frío es el injusta rigor de Silvia; y el triste almendro la esperanza del poeta»; la versificación es excelente, ordenados los cuartetos en forma de redondilla y los tercetos como tales. El lenguaje es elegante y lo mismo el hipérbaton, como se ve en: Suele tal vez un tierno almendro desplegar al cielo la bella copa engalanada de flores. La doble apóstrofe que hay; Si tú lo vieras, Silvia; la suerte impía no te deja gozar, es dulce. Es bella la prosopopeya que hay además aquí haciendo al arbusto capaz de oír y entender lo que le dicen; la exclamación ¡Oh pobre arbusto, muy oportuna y acertadamente colocada: en fin es un soneto que merece los honores de modelo en su clase.

SONETO

Bartolomé M. de Argensola


Dime, Padre común, pues eres justo,
¿Por qué ha de permitir tu providencia
Qué arrastrando prisiones la inocencia,
Suba la fraude al tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que, robusto,
Hace a tus leyes firme resistencia,
Y que el celo que más la reverencia
Gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
Manos inicuas, la virtud gimiendo
Del triunfo en el injusto regocijo...
Esto decía yo, cuando riendo
Celestial ninfa apareció, y me dijo:
«¡Ciego! ¿es la tierra el centro de las almas?»

DOLORAS

D. Ramón Campoamor

Ellos y ellas


Se quieren dos; y él y ella
de amor, o de bondad, el pecho lleno,
mientras él nos pregunta: -¿es bella, es bella?-
ella va preguntando: -¿es bueno, es bueno?-

La condición


Al regresar del otero
lleno de gozo y cariño
les dio a una niña y un niño
dos pájaros un cabrero.
Dándole un beso primero
la niña al suyo soltó;
al pájaro que quedó
no se le pudo soltar,
porque el niño, por jugar
el cuello le retorció.

*

ANÁLISIS LITERARIO

El poeta padre de las Doloras, ha encerrado en este poemita de solos cuatro versos un profundo estudio psicológico de la relación del hombre con la mujer, unidos por lazos de verdadero amor. Pregunta el hombre ¿es bella, es bella?, como quien no busca más que el placer, como el que elige una bonita joya agradable a la vista; pregunta ella ¿es bueno, es bueno?, como acostumbrada a la bondad y al cariño, como quien da mayor importancia al fondo, no a la forma, a la virtud, no a la belleza.

Forma un cuarteto de pie quebrado en forma dialogada: esta composición tiene como todas ellas la gracia de encerrar en pocos versos grandes pensamientos y profundos: es un género sentencioso.

Romance

Un Caballero

Ardila




I

El lugar donde nació
al caso no importa nada;
ni sus padres o abolengo,
ni de su niñez las gracias.
Lo que importa es conocerle
en la villa coronada;
ancho campo de su ingenio,
testigo de sus hazañas,
Llegó... sabe Dios de donde;
se metió... en la primer casa
donde admitirle quisieron
sin adelantar la paga.
Se vistió... porque halló un sastre,
tuvo amigos por su charla;
pidió prestado y le dieron;
volar quiso... y tuvo alas.
Desde entonces ha vivido
cual caballero sin tacha,
ocultando humillaciones,
fingiendo grandezas falsas,
requebrando a las doncellas,
persiguiendo a las casadas,
nunca donde se oyen duelos
siempre donde se oyen danzas,
con dinero algunas veces,
y sin él... cuando lo gasta.
Sentados los precedentes
que exige su estirpe el clara.
y añadiendo que su estrella,
cual la Bolsa, sube y baja,
dibujemos el semblante,
las costumbres y las mañas
de este digno buscavidas
que en la villa coronada,
sin más rentas que su ingenio,
sin más luz que su ignorancia,
come, bebe, hace milagros,
se divierte y no trabaja.


II

Por lo general habita
en los cuartos de escala,
con ventilación y luz,
que hacen la vida muy sana,
Es solterón, vive solo;
el orden reina en su estancia;
sus muebles son los precisos
sólo el tocador señala
algún objeto de lujo
que con lo demás contrasta.
Para todo el mundo es
un misterio su morada,
donde a veces se presenta
no más que por la mañana
para mudarse de ropa
y para hacerse la barba.
Respírase allí confusa
mezcla de miseria y gala,
que al inquilino revelan
morador de tal estancia.
Con las mil alternativas
que a cada paso le asaltan,
come unas veces de fonda,
otras come poco o nada;
con frecuencia en el Casino
a costa de algún tontaina;
el Club y los Andaluces
también le llenan o hartan
con amigotes de rumbo
que las francachelas pagan.
Afecciones amorosas
por distracción tiene varias;
por interés sólo una
que le cose, que le plancha,
que le cuida si está enfermo,
y le convida o regala
a pesar de que en caudales
y atractivos es escasa.
Pero tal debilidad
la ignora hasta su casaca.
¡Qué humillación! ¡Qué vergüenza,
si el mundo lo adivinara!
¿Qué diría aquel marqués
cuya familia acompaña
y a cuya mesa se sienta
dos veces cada semana?
¡Cuánto no murmurarían
en salones y antesalas!
¡Qué mala interpretación
tendrían sus alabanzas,
sonrisas adulaciones
y complacencias sin tasa!
Mas a su vida normal
echemos una ojeada
para que quede completa
esta ligera semblanza.


III

No madruga, pues se acuesta
con la aurora o con el alba,
y lo primero que hace
cuando se sienta en la cama
es santiguarse (costumbre
de español de pura raza),
pronunciando después estas
o parecidas palabras:
«¡Santo Dios clemente y justo!
¡Padre eterno de las almas!
¿A quién engañar podré
Hoy que me encuentro sin blanca?»
Como nadie le responde
se echa a meditar con calma
hasta que algún pensamiento
feliz su semblante aclara;
que cuando Dios no le ayude
dél sabe ayudarse, y basta.
Dos horas de tocador
son después que se levanta
el prólogo indispensable
de cada nueva jornada,
poniendo especial esmero
en ir tapando las canas
y en perfilar el conjunto
con detalles de elegancia.
Si los tiempos no andan buenos
almuerza media tostada
en un café retirado,
mientras no le ocurre o halla
el prójimo sobre quien
la tostada entera caiga.
Hace luego las visitas
que juzga más necesarias,
y gasta en dar un sablazo
más profunda diplomacia
que gastar puede el Congreso
celebrado en Alemania
para zanjar la cuestión
anglo-rusa-austriaca.
Pasa después por el Club,
o por el casino pasa,
donde estudia la manera
de preparar una bacca
en que, si pierde, no pierde
y en la que, si gana, gana.
Al ponerse el sol pasea
su figura retocada
por Recoletos, el Prado
o la Fuente Castellana
no da un paso sin tener
que saludar a una dama,
a un amigo, un protector;
todos de ilustre prosapia.
Suele vérsele a caballo
o en coche; pero se calla
que ni caballo ni coche
han salido de sus cuadras.
Por la noche en los teatros
tiene siempre entrada franca,
que es amigo de la empresa,
actores y suripantas.
Las altas horas emplea
en la ruleta o la banca,
donde con dinero ajeno
o bien apunta o bien talla,
cuando una pequeña orgía
tal diversión no reemplaza.
He aquí la vida ejemplar
que en la capital de España
lleva cual la llevan otros
que por caballeros pasan,
y que deben serlo sí
las apariencias no engañan.
Conque, quitadle el sombrero,
y pensad que es de la pasta
con que aquí suelen hacerse
políticos de gran talla.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Éste es un romance de costumbres, que nos pinta la vida de un caballero, sin dinero, de los que viven engañando en Madrid, como sucede en todas las grandes poblaciones, donde abunda la gente de mal vivir con apariencias de importante personaje: es romance erudito y lírico. Su forma es la ordinaria, la narrativa, su versificación y elocución es correcta, pero no tiene ningún mérito particular. Omitimos las demás clases de romances, en gracia a la brevedad, que se pondrán en el tomo de Literatura práctica, de autores antiguos y modernos, que servirá al propio tiempo de libro de lectura.

Balada

Las golondrinas

Bécquer


Volverán las oscuras golondrinas
De tu balcón sus nidos a colgar,
Y, otra vez, con el ala a sus cristales
Jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
Tu hermosura y mi dicha al contemplar,
Aquellas que aprendieron nuestros nombres...
Ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar,
Y otra vez a la tarde, aún más hermosas
Sus flores abrirán;
Pero aquéllas, cuajadas de rocío,
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer como lágrimas del día...
Ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
Las palabras ardientes a sonar;
Tu corazón de tu profundo sueño
Tal vez despertará;
Pero mudo y absorto y de rodillas
Como se adora a Dios ante un altar,
Como yo te he querido... desengáñate,
¡Así no te querrán!

*

ANÁLISIS LITERARIO

Bécquer con sus rimas y baladas ha hecho un gran número de poemitas tan agradables por la forma, como interesantes por el fondo.- Esta balada de Las golondrinas como se ha acompañado de la música, es conocida de todo el mundo.

La balada es composición poco frecuente y el gusto con que las de Bécquer están compuestas ha hecho que se lean con placer.

Está distribuida en cuartetos de pie quebrado, siendo el cuarto verso de seis o siete sílabas, consonantados o asonantados todos los de la composición que a la vez forman una asonancia con el segundo; el primero y tercero son libres, por tanto es la combinación del romance. Cada dos cuartetos forman una estrofa.

El contraste entre la alegría de ver volver las golondrinas y la tristeza de no ser aquellas que el vuelo refrenaban... mi dicha al contemplar, da cierta amorosa melancolía.- Volverán las tupidas madreselvas y palabras en los oídos a sonar... pero... como yo te he querido... desengáñate, ¡Así no te querrán! Final enérgico nacido del entusiasmo.- El corte de tales composiciones es precioso.

Idilio

El Clavel

D. José Iglesias


La madre universal de lo criado,
que con diversas y pintadas flores
de la alma primavera, en mil olores
adorna el verde manto, que ha bañado
Céfiro en mil olores;
Ya alzando al cielo frescas azucenas,
nacidas al albor de la mañana,
ya vistiendo a los troncos pompa ufana
de frescas frutas y de frutas llenas
de rosicler y grana;
En mi huerto produjo el más hermoso
pundonor del jardín, el presumido
galán de toda flor, astro florido,
en quien se excede el año presuntuoso:
el clavel encendido.
Sus edades se pasan de hora en hora,
corto vivir le destinó la suerte,
y sólo un sol solemnizarla advierte
en rosa el alba, en lágrimas la aurora,
su nacimiento y muerte.
Señuelo sea de tu amante lado,
o bello airón de tu galán sombrero,
por primicia del año placentero,
y de un alma que a ti te ha consagrado
su afecto lisonjero.
Lógrese en tu beldad esclarecida;
y pues del año fue pimpollo tierno,
ni le daña el calor ni helado invierno,
y a tu lado consiga eterna vida
en un abril eterno.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Un canto tierno de aquellos que tantas veces entonó Teócrito, dedica el poeta al clavel, ese galán de los jardines vestido de tan variados como hermosos colores, ya robados al sol, ya a la argentina, ya a la fenicia púrpura, ya a su pálida compañera en su color rosado, o ya pintado de puntos de escarlata, como el manto azul de la celeste esfera tachonado de fúlgidas estrellas. Versificado elegantemente en endecasílabos formando quintetos de pie quebrado, imitación del sáfico y adónico latinos.

Cuento moral

Un valiente

Soheroff

I

El sol caía a plomo sobre la llanura, en cuyo centro se agrupaban en desorden las casas del pueblecillo, con sus cubiertas de pizarra que brillaban a lo lejos, entre el follaje obscuro de los árboles, produciendo en la retina el efecto de millares de puntas de alfileres... Aunque era día de labor y la hora la de la siesta y el calor asfixiante a aquella hora, notábase en las calles del pueblecillo extraordinario movimiento. Se había sabido por una carta del Ronco que recibió su madre la tía Remedios, que el Ronco llegaría al pueblo aquel día y a aquella hora, cumplida ya su condena en el presidio, y esto echaba a la calle a los curiosos que, aguantando el calor se dirigían en grupos hacia la Cruz del Camino, por donde debía llegar el Ronco, y en donde ya estaba la tía Remedios a la sombra de un corpulento nogal, rodeada de parientes y comadres que hablaban, gritaban y gesticulaban manoteando al par, muy orondas y satisfechas de encontrarse en tan solemnísima ocasión al lado de la tía Remedios.

-¿Y sabe el Cachano que hoy llega el Ronco? -Se oía preguntar en un grupo, con cierto misterio no exento de temor.

-¡Toma, si lo sabrá! ¡Lo sabe todo el pueblo!

-¿Y qué dice? ¿Qué es lo que piensa hacer?

-¡Cualquiera lo averigua! ¡No hay quien se atreva a hablarle de ese asunto! ¡Pues bonito humor se le pone en cuanto siquiera se le nombra al Ronco!

-¡Lo mata, lo mata, de fijo! -decían en otro grupo, -¡Lo ha jurado mil veces!

-¡Qué ha de matar! ¡Del dicho al hecho hay gran trecho! ¡Han pasado muchos años, y el tiempo aplaca los odios! Además, el Cachano, está ya con un pie en la sepultura.

-Pero es vengativo, y se trata de un hijo en quien tenía puestos los ojos. ¡Pobre Roque! ¡Todavía me parece que lo estoy viendo! Su única falta era el tener, como el padre, el genio un poco volao, pero por lo demás era un mozo muy cumplido y muy cabal, y con un corazón de oro.

-Allí lo mató; en el mismo cortijo del Ronco. ¡Qué bien me acuerdo! Dende aquí se ve el sitio: a la vera del río, al lado de aquellos robles que se ven más allá de la cañá honda. ¡Le metió en el corazón una navaja de media vara de larga!

-¡Qué barbaridad! ¿Y por qué fue la riña?

-Por cuestión de no viajes creo que fue. ¡Si no debía haber mujeres en el mundo!

-Pues si no hubiera mujeres, no habría tampoco hombres. ¿De quién íbamos a nacer entonces, animal?

II

Mientras éstas o parecidas conversaciones tenían lugar en los grupos de curiosos que en las afueras del pueblo aguardaban la llegada del Ronco, D. Anselmo, el señor cura, que se dirigía hacia su casa, se tropezó con Cachano que avanzaba por la misma calle, en dirección opuesta.

-¡Hola, Antonio! -exclamó deteniéndole en la acera a la sombra. Y mirándole fijamente a la cara como tratando de verle por dentro, prosiguió:

-Ya sabrás la novedad...

-¿Qué novedad? -contestó el viejo recelosamente.

-¡Anda, anda! ¡Qué novedad! ¡Cómo que no la sabrás! -Y mirándole sin pestañear y midiendo las palabras para calcular el efecto que producían en Cachano, concluyó lentamente -¡Pues... que hoy llega el Ronco!

-¡Bueno! ¿y qué?... ¿Qué tengo yo que ver con el Ronco? Mató a mi hijo y lo ha castigado la justicia... pues ¡en paz!

-No disimules, Antonio, ni finjas una serenidad que estás muy lejos de sentir. Tú has jurado mil veces, y todo el pueblo lo sabe, matar al Ronco en cuanto vuelva del presidio.

-Sí que lo juré..., pero me arrepentí después de mi juramento.

-Eso, eso es lo que debieras hacer, dolerte de haberlo jurado y no cumplirlo, como manda el Catecismo respecto a los malos juramentos. Pero no es verdad que te hayas arrepentido: te conozco bien... Tú dices eso para que nadie conozca tus intenciones y lograr de ese modo que el Ronco no recele de ti y se presente pronto la ocasión que deseas...

-¡Vaya, vaya, dejemos esta conversación, D. Anselmo! -contestó el taimado viejo clavando los ojos en el suelo para evitar las escrutadoras miradas del señor cura.

-Dejémosla si te place, pero antes oye mi consejo, Antonio: Perdona al Ronco. No dices, cuando rezas el Padre nuestro, perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? -Pues si tú no perdonas al Ronco, le pides a Dios, al decir esas palabras, que no te perdone a ti tampoco...

-¡Señor cura... es demasiado lo que V. me pido que haga!

-No te lo pido yo: te lo manda Dios.

-¡Era mi hijo, y era bueno, y el Ronco me lo mató!...

-¡Jesucristo era tan bueno, que era la bondad misma! y le dieron muerte; y espirando en la cruz entre horribles tormentos, pedía perdón a su Eterno Padre para los mismos que lo mataban... Perdona al Ronco, Antonio: ¡perdónalo por amor de Dios!

-¡Pero es que entonces dirán en el pueblo que soy un cobarde! -contestó sulfurándose el Cachano, que era orgulloso y tenía fama de valiente, y lo era, y no podía soportar que nadie pusiera su valor en tela de juicio.

El señor cura, que conocía bien a Cachano y sabía que tenía aquella vanidad, trató de aprovecharse de ella para evitar un crimen: echó, pues, por otro camino, pero dirigiéndose al mismo punto...

-Al contrario, Antonio: no dirían que eres un cobarde si perdonabas al Ronco: sólo los necios, los que no saben en qué consiste el verdadero valor, podrían decir eso; pero los verdaderos valientes, dirían que eres valiente. Todos saben en el pueblo que aborreces al Ronco, que quieres matarlo y que eres capaz de ello; así, pues darías una prueba de valor, de verdadero valor si no lo hicieras; porque te dominarías, te vencerías a ti mismo: todo el pueblo te admiraría entonces. ¿No consiste el valor en no acobardarse en presencia del enemigo? Pues tu enemigo, en este caso, no es el Ronco, entiéndelo bien; eres tú mismo, que deseas hacer una cosa mala y no te atreves a vencerte...

El Cachano calló, comprendiendo que, bien mirada la cuestión, llevaba razón el señor cura: éste prosiguió:

-¡Nada, nada! ¡Haz lo que te digo! No busques tú la ocasión de encontrarte con el Ronco; y si la casualidad te hace encontrarte con él, huye: es decir, domínate, véncete. El verdadero valor consiste a veces en huir. Pero tú no serías capaz de huir en un caso así -concluyó lentamente el señor cura, con cierta sonrisita burlona.- Para eso se necesita mucha alma, mucho valor...

-¡Es que lo que haga otro hombre cualquiera, soy yo capaz de hacerlo! -replicó Cachano, alzando la frente con altivez.

-¿Qué has de hacer tú? -contestó el señor cura con bien fingido desdén. -Ésa es empresa de valientes de primera clase, y tú perteneces, si acaso, a los de segunda. Porque te advierto que hay dos clases de valientes...

-¿Y cuáles son los valientes de primera clase? -preguntó Cachano, mirando al señor cura con cierta escama.

-¡Toma, pues eso es bien claro! Pertenece a la primera clase de valientes el hombre que vence al mayor enemigo.

-¿Y cuál es el mayor enemigo?

-El mayor enemigo del hombre, es él mismo.

El Cachano se quedó pensativo...

-¡Tiene V. razón! -dijo después de un corto rato- ¿Y cuáles son los valientes de segunda clase?

-Pertenece a la segunda clase de valientes, el hombre que vence a cualquier enemigo que no sea él mismo, porque él mismo es, como te he dicho, su mayor enemigo. Por eso te decía antes que para huir se necesita a veces mucho valor, como, por ejemplo, en tu caso... Porque la huida en semejantes ocasiones, equivale al vencimiento del mayor enemigo, al vencimiento de sí mismo, y eso... ¡eso te digo yo que no eres tú capaz de hacerlo!

El Cachano se despidió del señor cura hondamente impresionado por aquellas palabras tan paradójicas en apariencia, y tan ciertas en realidad, para huir se necesita a veces mucho valor; y tanta y tanta impresión le causaron, que comenzó desde luego a huir, esto es, a evitar las ocasiones de encontrarse con el Ronco.

Pero...

Dos meses después de la llegada del Ronco, y cuando ya el coro se lamentaba de lo mucho que en aquella tragedia tardaba en llegar la catástrofe, y aun empezaba a temer que no llegase, después de haberla dado por segura, volvía el Cachano de caza una tarde, cuando al cruzar, ya cerca del obscurecer, el robledal que se extendía no lejos del cortijo del Ronco, divisó a éste de pronto a pocos pasos de sí, solo, sin armas, haciendo tranquilamente un cigarrillo de papel, sentado en el tronco de un árbol que algún leñador había dejado allí tendido en el suelo. El Cachano se detuvo conteniendo hasta la respiración, sin ser visto del Ronco que estaba de espaldas a él, y sintiendo renacer en su corazón sus deseos de venganza con más brío, con más pujanza, con más encono que nunca, al par que se desvanecían en su alma los buenos propósitos que hicieron nacer en ella los consejos del señor cura.

-¡Ahí, ahí en ese sitio cayó mi hijo! -murmuró sordamente amartillando la escopeta. -¡Ahí vas tú a caer ahora mismo!

-¡Eh, mocito! -continuó alzando la voz.- ¡Reza el credo si quieres, que vas a morir!

El Ronco se levantó de un salto al reconocer la voz de Cachano, y se quedó clavado en el suelo, inmóvil y pálido como un difunto. El cortijo estaba lejos, y aunque hubiera gritado no hubieran llegado a tiempo de salvarle. Cruzó, pues, los brazos, y exclamó alzando la frente con desesperación;

-¡Tire V.!

-¡Veo que eres valiente, puesto que ni siquiera intentas huir! -contestó el Cachano un poco desconcertado.

-La huida no demostraría en mí valor, sino estupidez. Me tiene V. en su poder: estoy solo y sin armas, y si intentara huir me asesinaría V. por la espalda: no puedo escapar. El valor lo demostraría V., si pudiendo, como puede, matarme, no lo hiciera.

El Cachano, que ya se había echado la escopeta a la cara, y apuntaba al Ronco al corazón, se detuvo... Las palabras del señor cura, para huir se necesita a veces mucho valor, habían acudido a su mente en aquel instante...

Hizo un esfuerzo supremo, bajó la escopeta, alzó la frente con arrogancia, y volviendo la espalda al Ronco, se alejó perdiéndose entre el espeso y obscuro robledal...

*

ANÁLISIS LITERARIO

La sencillez y llanura de lenguaje que convienen a estas composiciones se observa en este cuento.

Hay animación en el diálogo; ¿Y sabe Cachano que hoy llega el Ronco?... -¡Toma, si lo sabrá!... ¿Y que dice?... Lo mata, lo mata, de fijo, repetición muy oportuna, para asegurar la presunción.- Allí lo mató... Dende aquí se ve el sitio.

Ese dende tan natural en boca de un labriego del pueblo, es una belleza, y no sería pequeño defecto si fuese el cura, u otra persona ilustrada la que lo dijera,

La exclamación. ¡Si no debiera haber mujeres en el mundo!

No tiene precio en boca de un gañán y la corrección del vecino tampoco. ¿De quién íbamos a nacer entonces, animal?

Lleva después el cura el fin moral de disuadir a Cachano de que mate al asesino de su hijo, y se lo niega como quién está firmemente resuelto a que no le pongan obstáculo.- Al final las palabras del Ronco, que le recuerdan las del cura, hace que lo perdone de la segura ocasión de matarle.

La tragedia

Virginia

D. Manuel Tamayo

Del acto II

 

Del acto IV

   

(Dirigiéndose hacia la puerta del foro.)

 
VIRGINIA
Déjame.
CLAUDIO
No lo esperes
VIRGINIA
Me horroriza
Tu amor.
CLAUDIO
El de otro te seduce!
VIRGINIA
Eterno
Será el que a Icilio consagró.
CLAUDIO
Desiste.
VIRGINIA
Nunca.
CLAUDIO
Olvídale.
VIRGINIA
¡Ignoras que un afecto
Que en la virtud se funda, acaba sólo
Con la vida! ¡Le adoro! ¡Te aborrezco!
CLAUDIO
Pues bien; mía serás.
VIRGINIA
¿Virginia tuya?
Sella el impuro labio...
CLAUDIO
Estoy resuelto:
Tú misma el precio del favor señala.
VIRGINIA
¿Yo vender mi virtud? ¡No tiene precio!
CLAUDIO
Pues tiembla.
VIRGINIA
En vano intimidarme quieres
CLAUDIO
¿Ignoras, desdichada, cuánto puedo?
VIRGINIA
A reprimir y castigar delitos
Alcanza tu poder, no a cometerlos.
CLAUDIO
El corazón de la mujer es cera.
El tuyo al fin se ablandará, lo espero.
VIRGINIA
El corazón de la mujer romana
Es cara a la virtud, al vicio hierro.
CLAUDIO
Lástima sólo tu desdén me inspira:
Yo postraré tu efímero ardimiento.
VIRGINIA
¡Auxilio a Roma pediré!
CLAUDIO
¿Y en Roma
Quién puede más que el decenviro?
VIRGINIA
El pueblo.
CLAUDIO
Basta. Adiós, pues. Para luchar contigo
Tengo astucia y poder... y tengo celos.
VIRGINIA
Para vencer en la contienda impía,
Yo mi virtud y mi constancia tengo.
VIRGINIA
Pero en la cumbre del poder te miras
A desventura eterna condenado,
Porque a sí propia la maldad se hiere,
Porque al hacer temblar, tiembla el tirano.
CLAUDIO
En breve los excesos que me imputas
Verás, en justa pena, realizados.
Esto exige mi amor.
VIRGINIA
Maldito sea
Amor que al odio se parece tanto
CLAUDIO
Icilio morirá.
VIRGINIA
Con honra espire.
CLAUDIO
Será tu padre de mi furia blanco.
VIRGINIA
Mátelo el golpe de enemiga saña,
Y no el dolor de verso deshonrado.
CLAUDIO
¿Por qué desdeñas la propicia suerte?
Pronuncia un sí; pronúncialo, y ufano
Rompo tus hierros y te doy riquezas,
¡Poder! Un no te abismará en el fango
Responde...
VIRGINIA
No.
CLAUDIO
Tu desventura labras.
VIRGINIA
Mil veces no.
CLAUDIO
Si galardón más alto
Codicias, habla, pide y Roma es tuya.
VIRGINIA
Fácilmente se otorga un bien robado.
CLAUDIO
Pues de la tumba, o mía.
VIRGINIA
De la tumba.
CLAUDIO
¡Al punto!
VIRGINIA
Corre que impaciente aguardo.
CLAUDIO
Piénsalo bien. ¡La muerte!
VIRGINIA

 (Deteniéndose) 

Soy romana.
CLAUDIO
¡Pierdes la vida!
VIRGINIA
¡La inocencia salvo!


*

ANÁLISIS LITERARIO

La tragedia moderna participa de elementos más humanos que la antigua, en que jugaban gran papel los dioses, héroes y semidioses. Desarrolla una acción grande o interesante con hechos de sensación y una catástrofe final que corta o rompe el hilo de la trama.

El autor de Virginia, el Secretario perpetuo de la Academia Española de la lengua, hasta que murió, D. Manuel Tamayo y Baus, conocido por otras producciones de mérito, usa un lenguaje en todas ellas correcto, elegante.

Ofrece Claudio el emperador riquezas, honores y cuanto era Roma a Virginia, y ella firme en su honor, imperturbable como dura roca. No, dice mil veces no. El humano: Piénsalo bien ¡La muerte! -Soy romana -¡Pierdes la vida!- ¡La inocencia salvo!

Comedia

El desdén con el desdén

D. Agustín de Moreto

Acto III, Escena II

POLILLA
Señor, esta es brava traza,
Y medida a tu deseo,
Que esto es echarte el ojeo,
Porque tú mates la caza.
CARLOS
Polilla, ¡mujer terrible!
¡Que aún no quiera tan picada!
POLILLA
Señor, ella está abrasada,
Mas rendirse no es posible
Ella te quiere, señor,
Y dice que te aborrece;
Mas lo que ira le parece,
Es quinta esencia de amor:
Porque cuando una mujer
De los desdenes se agravia,
Bien puede llamarlo rabia,
Mas es rabia por querer.
Día y noche está trazando
Cómo vengar su congoja;
Mas no temas que te coja,
Que ella te dará bien blando.
CARLOS
¿Qué dice de mí?
POLILLA
Te acusa:
Dice que eres un grosero,
Desatento, majadero:
Y yo, que entiendo la musa,
Digo: Señora, es un loco,
Un sucio: y ella después
Vuelve por ti, y dice: No es,
Que ni tanto, ni tan poco.
En fin, porque sus desvelos
No se logren, imagino
Que ahora tome otro camino.
Y quiere picarte a celos.
Conoce la ballestilla,
Y si acaso te la echa,
Disimula, y di a la flecha,
Riendo: Hágote cosquilla.
Que ella te se vendrá al ruego.
CARLOS
¿Por qué?
POLILLA
Porque aunque se enoje
Quien cuando siembra no coge,
Ya a pedir limosna luego:
Eso es, señor, evidencia.
Lope, el fénix español,
De los ingenios el sol,
Lo dijo en esta sentencia:
«Quien tiene celos, y ofende,
¿Qué pretende?
La venganza de un desdén;
¿Y si no le sale bien?
Vuelve a comprar lo que vende.»
Mas ya los príncipes van
Sus músicas previniendo.
CARLOS
Irme con ellos pretendo.
POLILLA
Con eso juego te dan.
CARLOS
Diana viene.
POLILLA
Pues cuidado,
Y escápate.
CARLOS
Voime luego.
POLILLA
Vete, que si nos ve el juego,
Perderemos lo envidado.


*

ANÁLISIS LITERARIO

D. Agustín de Moreto, era natural de Madrid, nació en 1618. Estudió tres años en la Universidad Complutense.

Ya de algunos se ordenó y le protegió mucho el Cardenal Moscoso. Escribió varias comedias, pero la de más fama es El desdén con el desdén, fama merecida porque es una de las mejores de nuestro teatro. Moliere la imitó en su Princesa de Elide, pero empeorándola mucho. Polilla es el gracioso que tiene todo su papel lleno de chistes de buena ley. Lope de Vega tiene el mismo argumento en sus dos comedias Los Milagros del desprecio y la Hermosa fea, pero ninguna llega al mérito de la de Moreto.

La escena segunda del tercer acto que reproducimos entre Don Carlos y Polilla, da una pálida idea de lo que es la obra, aunque en ella se ve la maestría con que se desenvuelve, conociéndose además el argumento de la comedia. En las muchas antítesis entre lo que quieren y lo que dicen el Conde de Urgel y Diana, se va desarrollando el intrincado enredo, casándose Laura, Cintia y Diana. La versificación es fluida y de mano maestra.

El drama

García del Castañar

D. Francisco de Rojas

Acto III, Escena VIII

 

Dichos y D. GARCÍA

 
D. GARCÍA
Al conde de Orgaz espero:
¡Mas qué miro!
D. MENDO
Tu dolor
Satisfaré con amor.
BLANCA
Antes quitaréis primero
La autoridad a un lucero,
Que no la luz a mi honor.
D. GARCÍA
¡Ah, valerosa mujer!
¡Oh tirana Majestad!
D. MENDO
Ten, Blanca, menos crueldad
BLANCA
Tengo esposo.
D. MENDO
Y yo poder;
Y mejores han de ser
Mis brazos, que honra te dan,
Que no sus brazos.
BLANCA
Sí harán;
Porque bien, o mal nacido,
El más indigno marido
Excede al mejor galán.
D. GARCÍA
¿Mas cómo puede sufrir
Un caballero esta ofensa?
Que no lo conozco piensa
El rey: saldrele a impedir.
D. MENDO
¿Cómo te has de resistir?
BLANCA
Con firme valor.
D. MENDO
¿Quién dio
Tanta dureza?
BLANCA
¿Quien dio
Fama a Roma en las edades.
D. MENDO
¡Oh qué villanas crueldades!
¿Quién puede impedirme?
D. GARCÍA
Yo;
Que estoy solo se permite
A mi estado y desconsuelo,
Que contra rayos del cielo
Ningún humano compite;
Y sé, que aunque solicite
El remedio que procuro,
Ni puedo, ni me aseguro:
Que aquí, contra mi rigor,
Ha puesto un muro el amor,
Y aquí el respeto otro muro.
BLANCA
¡Esposo mío García!
D. MENDO
Disimular es cordura.

 (ap.) 

D. GARCÍA
¡Oh malograda hermosura!
¡Oh poderosa porfía!
BLANCA
Grande fue la dicha mía.
D. GARCÍA
Mi desdicha fue mayor.
BLANCA
Albricias pido a mi amor.
D. GARCÍA
Venganza pido a los cielos;
Pues en mis penas y celos
No halla remedio el honor:
Mas éste remedio tiene.
Vamos, Blanca, al Castañar.
D. MENDO
En mi poder ha de estar
Mientras otra cosa ordene;
Que me han dicho que conviene
A la quietud de los dos
El guardarla.
D. GARCÍA
Guardeos Dios,
Por la merced que me hacéis:
Mas no es justo vos guardéis
Lo que he de guardar de vos;
Que no es razón natural,
Ni se ha visto, ni se ha usado,
Que guarde el lobo al ganado,
ni guarde el oso el panal.
Antes, señor, por mi mal,
Será, si a Blanca no os quito,
Siendo por vuestro apetito,
Oso ciego, voraz lobo,
O convidar con el robo,
O rogar con el delito.
BLANCA
Dadme licencia, señor.
D. MENDO
Estás, Blanca, por mi cuenta,
Y no has de irte.
D. GARCÍA
Esta afrenta
No os la merece mi amor.
D. MENDO
Esto ha de ser.
D. GARCÍA
Es rigor
Que de injusticia procede.
D. MENDO
Para que en palacio quede

 (ap.) 

A la reina he de acudir.
De aquí no habéis de salir;
Ved que lo manda quien puede.


*

ANÁLISIS LITERARIO

D. Francisco de Rojas, nació el año 1641 en Toledo, escribió varios dramas y verdaderas tragedias.

El drama García del Castañar, es uno de los que más han gustado en el Teatro y son muchos los millares de sus representaciones en todas partes. Está, tan bien meditado el argumento y desarrollado con tanta precisión, que se observaría cualquier escena que se suprimiese por ser su marcha tan natural. Abunda todo el drama en bellezas de primer orden.

Pinta las delicias de la vida del campo y la felicidad de los dos esposos jóvenes, D. García y Blanca en el primero y segundo acto, y cuanto se aman en estos versos:


D.GARCÍA Esposa, Blanca querida BLANCA Porque así quiere García,
Injustos son tus rigores, Sabiendo cuanto me quieres
Si por dar vida a las flores que si tu vida perdieres,
me quitas a mí la vida. puedes vivir con la mía.

Él se queja de que atiende a las flores y ella responde con una hipérbole nacida del fondo de su alma que ahorra toda explicación.

Hay versos hermosos como los de ésta quintilla y pensamientos tan sublimes come éste:


Yo sin honra, y tú sin culpa; Pero en tanto que mi cuello
que mueras el amor culpa; esté en mis hombros robusto,
que vivas siente el honor, no he de permitir me agravio,
y en vano me culpa amar, del rey abajo, ninguno.
cuando el honor me disculpa.

La novela

D. Quijote

Miguel de Cervantes Saavedra

Capítulo LII

De la pendencia que D. Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los disciplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor.

General gusto causó el cuento del cabrero a todos los que escuchádole habían, especialmente le recibió el canónigo, que con extraña curiosidad notó la manera con que le había contado, tan lejos de parecer rústico cabrero, cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y así dijo que había dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados. Todos se ofrecieron a Eugenio, pero el que más se mostró liberal en esto fue D. Quijote, que le dijo: por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna ventura, que luego me pusiera en camino porque vos la tuviérades buena, que yo sacara del monasterio (donde sin duda alguna debe de estar contra su voluntad) a Leandra, a pesar de la abadesa y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos para que hiciérades della a toda vuestra voluntad y talante; guardando pero las leyes de caballería, que mandan que a ninguna doncella se lo sea fecho desaguisado alguno: aunque yo espero en Dios nuestro Señor que no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, que no pueda más la de otro encantador mejor intencionado, y para entonces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión que no es otra sino de favorecer a los desvalidos y menesterosos. Mirole el cabrero, y como vio a D. Quijote de tan mal pelaje y catadura, admirose, y preguntó al barbero que cerca de sí tenía: señor, ¿quién es este hombre, que tal talle tiene y de tal manera habla? Quién ha de ser, respondió el barbero, sino el famoso D. Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios, enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas. Eso me semeja, respondió el cabrero, a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hacían todo eso que de este hombre vuestra merced dice, puesto que para mí tengo o que vuestra merced se burla, o que este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de su cabeza. Sois un grandísimo bellaco, dijo a esta sazón D. Quijote, y vos sois el vacío y el menguado, y diciendo y haciendo arrebató de un pan que junto a sí tenía, y dio con él al cabrero en todo el rostro con tanta furia, que le remachó las narices; mas el cabrero, que no sabía de burlas, viendo con cuantas veras lo maltrataban, sin tener respeto a la alhombra ni a los manteles, ni a todos aquellos que comiendo estaban, saltó sobre D. Quijote, y asiéndole del cuello con entrambas manos no dudara de ahogarlo si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas, y diera con él encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas, derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. D. Quijote, que se vio libre, acudió a subirse sobre el cabrero, el cual lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza, pero estorbáronselo el canónigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo de sí a D Quijote; sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo. Reventaban de risa el canónigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados: solo Sancho Panza se desesperaba porque no se podía desasir de un criado del canónigo que la estorbaba que a su amo no ayudase. En resolución estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpían, oyeron el son de una trompeta tan triste, que los hizo volver los rostros hacia donde les pareció que sonaba; pero el que más se alborotó de oírle fue D. Quijote, el cual aunque estaba del cabrero harto contra su voluntad, y más que medianamente molido, le dijo: hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mías, ruégote que hagamos treguas no más de por una hora, porque el doloroso son de aquella trompeta que a nuestros oídos llega me parece que a alguna nueva aventura me llama. El cabrero que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejó luego, y D. Quijote se puso en pie volviendo asimismo el rostro adonde el son se oía, y vio a deshora5 que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco a modo de disciplinantes. Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y los lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había. D. Quijote que vio los extraños trajes de los disciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba como a caballero andante el acometerla: y confirmole más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines: y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y pidiendo a Sancho su espada subió sobre Rocinante y embrazó su adarga y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban: ahora, valerosa compañía, veredes cuanto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería, ahora digo que veredes en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva si se han de estimar los caballeros andantes: y en diciendo esto apretó los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y a todo galope (porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diese Rocinante) se fue a encontrar con los disciplinantes: bien que fueron el cura y el canónigo y barbero a detenerle, mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba diciendo: ¿adónde va, señor D. Quijote? ¿qué demonios lleva en el pecho que le incitan a ir contra nuestra fe católica? advierta, mal haya yo, que aquélla es procesión de disciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla: mire, señor, lo que hace, que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe. Fatigose en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra, y aunque la oyera no volviera si el rey se lo mandara. Llegó pues a la procesión y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y con turbada y ronca voz dijo: vosotros, que quizá por no ser buenos os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero. Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las letanías, viendo la extraña catadura de D. Quijote, la flaqueza de Rocinante, y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en D. Quijote, le respondió diciendo: señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, por que se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga. En una lo dirá replicó D. Quijote, y es ésta, que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra en voluntad, y que algún notorio desaguisado lo habedes fecho: y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece. En estas razones cayeron todos los que las oyeran que D. Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana, cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque sin decir más palabras, sacando la espada arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros salió al encuentro de D. Quijote enarbolando una horquilla o bastón conque sustentaba las andas en tanto que descansaba, y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio que le quedó en la mano dio tal golpe a D. Quijote encima de un hombro por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra la villana fuerza, que el pobre D. Quijote vino al suelo muy mal parado.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares, siendo bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor, el día 9 de Octubre de 1547: su familia era de noble condición. Debió estudiar en Alcalá y en Salamanca.

Se dice que era muy aficionado a la lectura, hizo bastantes viajes y tuvo trato con los ingenios principales de su tiempo.

Fue a Roma de camarero con el Cardenal Aquaviva. Al año siguiente se alistó como soldado voluntario de la Santa liga formada por el Papa, Felipe II y Génova contra los turcos: asistió a la batalla naval de Lepanto en la galera Marquesa, luchando con denuedo a pesar de estar enfermo; recibió dos arcabuzazos en el pecho y otro en el brazo izquierdo, que le dejó manco. Le premiaron aumentando su paga en tres escudos.

Estuvo en la guarnición de Nápoles hasta 1575 y acompañado de su hermano mayor Rodrigo se embarcó en la galera Sol para volver a España a ver a su padre, ya anciano, y familia, habiendo pedido cartas a D. Juan de Austria y al Duque de Sesa para el Rey, pero la mala suerte hizo que el corsario Arnante Mamí atacara la nave, llevándose cautivo a Cervantes Dali Mamí el cual le tomó por persona rica, por lo que le cargó de cadenas para ver si obtenía un buen rescate. Procuró evadirse varias veces durante los cinco años de su cautiverio, del cual le rescataron para gloria de España y bien de la Literatura, por quinientos escudos de oro, los Padres Trinitarios: honor a los Padres religiosos que consiguieron la libertad de Cervantes en 19 de Septiembre de 1580, sin la cual no tendríamos el Quijote.

Después fue a la guerra de Portugal; vuelto a su patria le dieron el cargo de factor de provisiones de la armada, 1588, y por informalidad en las cuentas le costó estar preso en Sevilla; también se cuenta que lo estuvo en Argamasilla. Se casó, tuvo antes una hija natural que profesó en las Trinitarias Descalzas de Madrid, donde fue enterrado Cervantes en 23 de Abril de 1616.

Escribió algunas comedias, que no le dieron fama ni dinero, y después de no haber publicado nada en veinte años, en 1605 apareció la primera parte de EL INGENIOSO HIDALGO D. QUIJOTE DE LA MANCHA, la obra más ponderada de cuantas se han escrito, reproducida en varios idiomas en cerca de mil doscientas ediciones, honor que no ha merecido ningún otro libro.

En él se propone el autor ridiculizar la manía de escribir y leer libros de caballería. Se vale de una trama sencilla, de referir las aventuras de un hidalgo que le han vuelto loco los libros de caballería tomando en serio todas las aventuras que había leído. D. Quijote hombre formal, instruido, cortés, bien educado, escrupulosamente moral, pero sin tocarle el registro de los caballeros andantes, que entonces sale el loco: vive en un mundo ideal: se forja la Señora de sus pensamientos Dulcinea, en Aldonza Lorenzo, compromete e interesa a Sancho, labriego de agudo ingenio, interesado, para que le sirva de escudero y se escapan en busca de aventuras; aunque Sancho ve la realidad de las cosas y da prudentes avisos a su amo, el deseo de poseer aquellos tesoros e ínsulas que le promete, le ciegan hasta el punto de creerlas posibles, cifrando en ellas sus esperanzas: son dos tipos opuestos exagerados D. Quijote idealista sin experiencia; Sancho práctico sin ideal alguno: ambos se completan mutuamente y además cada uno es completado por su animal porque ¿qué hubiese hecho don Quijote sin su Rocinante y Sancho sin el Rucio? Consiguió Cervantes el fin que se proponía, lo cual prueba que iban bien dirigidos los dardos.

El lenguaje con decir que al castellano se le llama por antonomasia la lengua de Cervantes, hemos dicho bastante. La soltura, la propiedad, la variedad de giros, la galanura, el gracejo y la oportunidad, hacen que el que toma el libro en sus manos no sepa dejarlo sin leerlo de cabo a rabo.

Está juzgado el Quijote por propios y extraños y todos le conceden el primer lugar. Grande gloria proporcionó a su patria aquel ilustre soldado; otros en grandes posiciones la llenan de cieno y de vergüenza.

Las novelas ejemplares son también excelentes, y la que tiene el mejor lenguaje, mejor que el del Quijote, es la de Persiles y Segismunda.

Si nos fijamos ahora en algún detalle del trozo que se ha copiado veremos la elegancia y gracia del lenguaje: tan lejos de parecer rústico cabrero, cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; más adelante comete una repetición que luego luego me pusiera en camino.- El Barbero dice al cabrero quien es D. Quijote, dándole los títulos que más te agradaban. Es graciosa la manera de llamar el cabrero loco a D. Quijote, para mí tengo o que vuestra merced se burla, o que este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza. Oír esto y enfurecerse D. Quijote, formando un contraste entre los anteriores ofrecimientos y los insultos que siguen, exclama: «Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado.»

En lo que sigue hay una vivísima descripción de la pelea de D. Quijote con el cabrero. Después de aporrearse de mala manera, lo cual consienten de buen grado los presentes, a fin de que el pobre loco escarmentase, con la mayor formalidad le ruega que hagan treguas, no más de por una hora, pues el doloroso son de la triste trompeta que llegaba a sus oídos, dijo, me parece que a alguna nueva aventura me llama, y efectivamente emprendió la de los disciplinantes. Notar todas las bellezas de esta obra es nunca acabar de referirlas.

Epístola moral

Costumbres del siglo

Bretón de los Herreros


¡Oh siglo del valor y del buen tono!
¡Oh venturoso siglo diez y nueve...
O, para hablar mejor, décimo nono!
Si alguna pluma cáustica se atreve
A negar tus virtudes y tu gloria,
Yo la declaro pérfida y aleve.
¿Cuándo ha visto en sus páginas la historia,
Sea en la antigüedad, sea en la media,
Tantas acciones dignas de memoria?
¡Y qué saber! Si Dios no lo remedia,
Tendrá cada varón dentro de poco
Montada en su nariz la enciclopedia!
Mozuelo a quien ayer hacía el coco
Bestial pasiega, y sin ajeno auxilio
Ni andar podía ni limpiarse el moco,
Hoy desafía a Homero y a Virgilio,
O con él comparado, si gobierna,
Era un mal aprendiz Numa Pompilio.
Hay quien echa a Demóstenes la pierna
Ostentando verboso la oratoria
Que aprendió en los cafés... o en la taberna
Hasta un pinche que en docta pepitoria
Perdices o besugos condimenta,
De sabio alcanza ya la ejecutoria.
Que si a la parca víctimas aumenta
La ciencia culinar, sabrosa muerte
Es morir con su sal y su pimienta.
Escribir y crear es nuestro fuerte,
No hay poste ya sin cartelón impreso,
Ni prensa ociosa, ni punzón inerte.
¡Así se compran páginas al peso,
Pagando medio duro por arroba
Para envolver los dátiles y el queso!
Uno invoca a las brujas en su trova;
Otro sigue a Aristóteles y a Horacio;
Otro pinta a los héroes con joroba;
Aquél pulsa la lira en un palacio,
Aquel otro rasgando la bandurria
Muestra en un bodegón su cartapacio.
Ya nos posea el júbilo o la murria,
A todos nos ataca esa manía
Esa especie de métrica estangurria.
Y lo mismo en la dulce poesía
Que en moral, en política, en hacienda
Nuestro estado normal es la anarquía.
«El Genio por doquier se abre una senda»
Asentada esta máxima, ¿qué importa
Que ya ningún cristiano nos entienda?
Así también la muchedumbre absorta
Sus goces multiplica intelectuales
Con tantas coplas como España aborta.
Así quizá en los públicos corrales
Involuntaria risa nos asedia
Cuando ejecutan dramas sepulcrales.
Y hoy que tanto se ríe en la tragedia
No es maravilla si se queja alguno
De que le hagan reír en la comedia.
Mas no dejando en su tema a cada uno,
Hugos y Tasos, Góngoras y Ovidios,
Decidme, y perdonad si os importuno:
¿Cuándo persas, ni sármatas, ni lidios
Hilaron tan delgado en el sistema
De acumular gabelas y subsidios?
Ello es verdad que rústico anatema
Fulmina audaz contra el avaro fisco
El pobre ganapán que acaba o rema.
Y cuando alza el orgullo un obelisco
Exclama en su dolor: ¡yo le he pagado
Con la postrer oveja de mi aprisco!
Mas ¿quién es un pechero mal criado
Para meter impertinente el cuezo
En el Sancta Sanctorum del Estado?
Humilde al suave yugo su pescuezo,
Y al sueño lo atribuya buenamente
Cuando el hambre lo arranque algún bostezo.
¡Pues no faltaba más! ¡que un insolente
Su bienestar prefiera..., verbi gracia,
A las arduas cuestiones del Oriente!
Harto tiene que hacer la diplomacia
Si ha de avenir con el bajá del Nilo
A un tal Abdul Megid, sultán de Tracia.
¡Es grave la cuestión! Pendo de un hilo
Si ha de ser del vecino, o tuya o mía
La pesca del caimán y el cocodrilo.
Arreglemos primero a la Turquía,
No sea que del uno al otro polo
Arda la guerra asoladora, impía.
A bien que Metternich se pinta solo
Y Palmerston es hombre que lo entiende
Para eso de enjergar un protocolo:
Y después que conjuren aquel duende
Y al bajá y al sultán protocolicen,
Protocolizarán a los de aquende.
¡Oh! mármoles y bronces eternicen.
Al que inventó tan linda panacea,
Aunque algunos ingratos la maldicen.
Lo que antes en diez años de pelea
Hoy en cuatro minutos se transige
Con polvos y papel, tinta y oblea.
Otorga el flaco lo que el fuerte exige:
La guerra es ya de pura ceremonia,
Y aunque truene el cañón nadie se aflige.
Venga, dice el inglés, esa colonia,
Y el prusiano y el ruso y el austriaco
Se reparten el reino de Polonia.
Si esto no agrada al infeliz polaco,
¡Paciencia! era mal clima la Siberia:
Mejor campa en el Vístula el cosaco.
Así en el archipiélago se feria
A Otón un cetro, y a Coburgo en Flandes;
Así muere absoluto el rey de Iberia.
Y en su cartera así los hombres grandes
Del universo encierran el destino
Desde el hercúleo mar hasta los Andes.
Acaso algún espíritu mohíno
Mas daño que a la pólvora y al hierro
Atribuya al papel y al pergamino.
Si al fin, dirá la albarda y el cencerro
Ha de imponer al débil el potente,
Si le han de dar al cabo pan de perro.
Más vale pelear como valiente
Y a lo menos salvar la negra honrilla,
Como dijo aquel príncipe excelente.
¡Grosero error! Doblemos la rodilla,
Oh santo Protocolo, en tus altares.
¡Gloria a ti! eres la octava maravilla.
Y no porque a los bélicos azares
Sucedan los primores de la pluma,
Faltan héroes. ¡Nos sobran a millares!
De tal renombre la grandeza suma
Apenas se otorgaba en otra era
El audaz vencedor de Motezuma.
Hoy lo arreglamos ya de otra manera:
Proclamas y periódicos sin cuento
Conceden ese título... a cualquiera.
¿Y qué dirá, Oh Ventura, (que el momento
Ya llegó de nombrar el ciudadano
A quien mi carta dirigir intento);
Qué diré del prodigio sobre humano
De valer hoy millones la libranza
Que ayer menospreció todo cristiano?
¡Doloso cebo al necio Sancho-panza
A quien sepulta en súbito naufragio
Viento falaz que lo auguró bonanza!
¡Maldito sea, exclamarás, el agio,
Peste de las modernas sociedades
Más fiera que el bubón en su contagio!
¡Dichosas las pretéritas edades
Do fue desconocido! ¡A buen seguro
Que lo sufrieran Jerjes ni Milciades!
¿Mas qué hicieras, replicó, en el apuro
De ser ministro, di: y en el erario
No hallar para un remedio un peso duro?
¡Oh! no cabe sistema tributario
Que iguale ni con mucho al arte eximia
Que convierta al papel en numerario.
¿Y cómo reprobar la nueva alquimia
Cuando con ella el alto financiero,
Si no salva al estado... lo vendimia?
¿Y qué importa que gima el pueblo entero
Mientras jugando a la alza y a la baja
La bursátil legión nada en dinero?
Que no a todos es dable la ventaja
De comprar al futuro y al contado
Sin un real en la bolsa ni en la caja.
Al bolsista chambón, desventurado,
Que paga una primada en cada prima
¿Quién lo manda meterse en tal fregado?
Pero aunque esta verdad nos cause grima,
El maldito interés es una plaga
Que nunca el hombre se echará de encima,
Yo mismo, mal coplero que, a la zaga
Del que cantó de Itálica, el escombro
En dulce son que persuadiendo halaga.
Oso epistolizar y con asombro
Miro, oh Ventura, la excesiva carga
Con que estoy abrumando el frágil hombro;
Cuando escribo estos versos del botarga,
Y con algo de miel los elaboro,
Que a secas la verdad es muy amarga,
No de gloria fugaz al almo coro
Demando la merced; solo me impulsa
La golosina... de la rosa de oro;
Y aunque peque mi sátira de insulsa,
Me quedaré más frío que la nieve
Si el adusto areópago me repulsa,
Mas, si por tal ocurre, quiero en breve
Dar a mi carta fin, que ya es prolija
Y tal vez hoy se lean ocho o nueve.
Así, aunque mucho queda en la valija,
Adiós, Ventura amable: siempre tuyo,
Como sabes... et caetera... y concluyo
Antes que el auditorio me lo exija.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Aunque de la EPÍSTOLA se habla en la poesía didáctica por ser uno de sus fines instruir, pueden ser sus asuntos muchos y de aquí que pueda ser elegíaca, religiosa, satírica etc., siendo una de tantas composiciones líricas que se propone realizar la belleza.- La que tenemos que examinar es una epístola moral con carácter satírico por ocuparse de las malas costumbres ridiculizándolas:


¡Y qué saber! Si Dios no lo remedia.
tendrá cada varón dentro de poco
montada en su nariz la enciclopedia.

Está escrita en tercetos con pureza y corrección; es de mérito y así se reconoció en el Liceo Artístico de Madrid al premiarla en el concurso de 1841.

Al decir lo mucho que se escribe, se burla del poco mérito de los autores, en este terceto:


¡Así se compran páginas al peso,
pagando medio duro por arroba
para envolver los dátiles y el queso!

Y sin embargo, con sentimiento hemos de decir, que es tan poca la ilustración de nuestro pueblo que no se ocupa de hacer tal selección, sino que todo lo que coge en su mano bueno o malo va al montón, por la razón sencilla de que para él es todo igual, porque no sabe ni aún leer.

Fábulas

Las dos ranas

Samaniego


Tenían dos ranas
Sus pastos vecinos:
Una en un estanque,
Otra en un camino.
Cierto día a ésta
Aquélla la dijo:
¡Es creíble, amiga,
De tu mucho inicio,
Que vivas contenta
Entre los peligros,
Donde te amenazan,
Al paso preciso,
Los pies, y las ruedas
Riesgos infinitos!
Deja tal vivienda:
Muda de destino;
Sigue mi dictamen,
Y vente conmigo.
En tono de mofa,
Haciendo mil mimos,
Respondió a su amiga:
¡Excelente aviso!
¡A mi novedades!
Vaya ¡qué delirio!
Eso si que fuera
Darme el Diablo ruido.
¡Yo dejar la casa,
Que fue domicilio
De padres, abuelos,
y todos los míos,
Sin que haya memoria
De haber sucedido,
La menor desgracia,
Desde luengos siglos!
Allá te compongas
Mas ten entendido,
Que tal vez suceda
Lo que no se ha visto,
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y a la triste Rana
Tortilla la hizo.
Por hombres de sexo
Muchos hay tenidos,
Que a nuevas razones
Cierran los oídos
Recibir consejos
Es un desvarío.
La rancia costumbre
Suele ser su libro.

*

ANÁLISIS LITERARIO

Samaniego es el primer fabulista que, tenemos; tiene una magnífica colección de fábulas morales muy conocidas, porque se solían aprender de memoria en las escuelas. Las escribió en todos los metros. Siguió en los asuntos a Phedro, a Esopo, Lafontaine y al inglés Gav.

La que vamos a examinar de Las dos ranas, está en versos de arte menor, en redondillas de seis sílabas, ligera. Comienza narrando dónde estaban las ranas, porque interesa al asunto y cómo se hablaron mutuamente. Contesta al consejo la segunda burlándose y ofendida por la advertencia «Tal vez suceda, lo que no se ha visto./ Llegó una carreta y tortilla la hizo.» La moraleja es interesante y encierra una gran lección.

Tienen escritas muchas fábulas como se ha dicho Iriarte, las literarias; Príncipe, políticas; el Barón de Andilla, sociales; Harcentbusch y algún otro.

El lobo y la oveja

Samaniego


Cruzando montes y trepando cerros,
Aquí mato, allí robo,
Andaba cierto Lobo,
Hasta que dio en las manos de los perros.
Mordido y arrastrado
Fue de sus enemigos cruelmente:
Quedó con vida milagrosamente:
Mas inválido el fin, y derrotado.
Iba el tiempo curando su dolencia:
El hambre al mismo paso le afligía;
Pero como cazar aún no podía,
Con las yerbas hacía penitencia.
Una Oveja pasaba, y él la dice:
Amiga, ven acá: llega al momento:
Enfermo estoy, y muero de sediento:
Socorre con el agua a este infelice.
¿Agua quieres que yo vaya a llevarte?
Le responde la Oveja recelosa,
Dime pues una cosa:
¿Sin duda que será para enjuagarte,
Limpiar bien el garguero,
Abrir el apetito,
Y tragarme después como a un pollito?
Anda, que te conozco, marrullero.
Así dijo, y se fue, si no, la mata.
¡Cuánto importa saber con quien se trata!