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Las «Études sur la poésie latine tardive d'Ausone à Prudence» de J. Fontaine y su postura unificadora

Sebastián Mariner Bigorra





Prof. J. Fontaine's work along fifteen years (1964-1980), assembled into one publication, offers occasion to examine this support for his belief in the continuity between classical and christian Latin poetry and Literature in general. A few criticism is furnished to some formal points and to theoretical ones.


Recientemente (28-X-1985), el Curso de Lexicografía griega y latina del Instituto de Filología del C. S. I. C. me ha brindado ocasión de apoyar en la postura del Prof. Fontaine la extensión cronológica del Diccionario latino en vías de publicación por dicho Instituto: frente a la frontera de finales del s. II d. C. -con exclusión, por tanto, de todos los autores latinocristianos-, marcada por el flamante Oxford Latin Dictionary (innovador, en este sentido, del diccionario de Lewis & Short que viene a substituir dentro de las publicaciones de aquella prestigiosa Universidad), la obra española continúa la tradición española que hacía caso omiso de dicha frontera y, según el modelo del Thesaurus linguae Latinae, se pone como hito final a S. Isidoro.

Es cierto, sin embargo, que, entre dicha Lexicografía tradicional (y aun la aparición del primer fascículo del Thesaurus en el mismo comienzo del presente siglo) y este su último cuarto media todo el gran progreso en el conocimiento de la Latinitas Christianorum primaeua que supone la escuela de Nimega y todos los demás eruditos que, en pos de Msr. Schrijnen, han pleiteado por el reconocimiento del latín de los cristianos como lengua peculiar. Incluso con los paliativos aportados por la gran figura de Cristina Mohrmann, las rectificaciones de A. Blaise, etc., hay que reconocer que la separación oxoniense tendría justificación lingüística si no fuese por la demostración brillantemente obtenida y largamente sostenida por J. Fontaine de que no llegó a haber solución de continuidad en lo temporal: una gran parte de los autores cristianos de primera fila entre los primitivos -también entre los griegos: recuérdese la polémica de S. Basilio sobre la prohibición juliánea de enseñanza de los clásicos en ambientes cristianos- bebieron su formación literaria en los también grandes escritores paganos.

La publicación de estas Études con que Fontaine recapitula, a modo de alto en el camino, su demostración «andando», esto es, mediante paralelos y herencias en la Literatura cristiana de primeras figuras en la latinidad clásica ofrece oportunidad de contemplación panorámica de sus argumentos y de una reflexión en profundidad sobre ellos. A estas contemplación y reflexión se ordenan las presentes páginas.

Los progresos de la reproducción fotomecánica han permitido reunir 18 trabajos del Prof. Fontaine, aparecidos en muy variadas publicaciones entre 1964 y 1980, en un solo volumen, con gran provecho de los estudiosos de Literatura cristiana, sobre cuyos autores -especialmente, Prudencio- versa la parte más extensa del conjunto (los paganos atendidos son pocos: entre ellos, uno no poeta, Amiano -como tampoco son poetas, entre los cristianos, Arnobio e Hidacio-), y de los de la Antigüedad tardía en general, no meramente la literaria, en múltiples aspectos de la vida y cultura de la época que reza el título, que podía haberse ampliado, pues, de «poésie» a «culture». Muy útil puede ser al lector, ante las frecuentes remisiones a otros trabajos, hallarse con la grata realidad de que los tiene prácticamente en la mano1. Pero no es ésta la mayor ventaja de la recopilación, sino la de que permite hacerse cargo, con pruebas al canto en un abanico vario de contenido y amplio de panorámica, de las ideas fundamentalmente renovadoras de Fontaine. Cuán lejos de la verdad anduvo una partición estanca entre profanos y cristianos en los comienzos de la Literatura de éstos en latín, se puede poco menos que palpar, a modo de «y a mayor abundamiento», a base de las numerosas afinidades que Fontaine ha sabido revelar a lo largo de su atención a los grandes poetas cristianos, S. Ambrosio, Prudencio, S. Paulino. La gestación de una nueva gran lírica coral en lengua latina -probablemente, la mayor aportación de la nueva religión a la Literatura romana- queda enmarcada, gracias a la meticulosa investigación del autor, en un conjunto de vinculaciones con los géneros que la habían precedido en la Literatura «nacional», pese a que casi había carecido de tal lírica en sus períodos áureo y argénteo. Pero que, merced a «L'esthétique tardive du mélange des genres» (1.ª parte de la obra2), pudo proporcionar, desde otros géneros -lírica monódica, epopeya, didáctica, narrativa en general-, esas «Racines de poésie latine chrétienne» (2.ª parte), que prendieron en unas circunstancias sociológicas más bien favorables (3.ª parte) hasta poder ostentar, en el máximo cultivador del género (y de otros), el polifacético Prudencio, una capacidad plurihabilidosa para poetizar lo terreno y lo celeste (4.ª parte3). En dos valiosas contribuciones, un Prólogo (nuevo, para esta edición conjunta) y un Epílogo (constituido por un trabajo ya precedente), el autor ha razonado esta distribución y, sobre todo, ha aportado una exposición muy notable de su metodología4. Puntos importantes de ésta son, por un lado, una de las actitudes personalmente más innovadoras y sostenidas del Prof. Fontaine: el reconocimiento de una notoria continuidad formal entre latinidad y cristianismo occidental, sin mengua de la novedad de la doctrina, diferenciando el «message» de sus «langages» (cf. el notable pasaje de p. 67 y, especialmente, su polémica y acertada nota 1). Bastarían los importantes paralelos virgilianos, matizados, detallistas, señalados en p. 172 ss. para corroborarlo cumplidamente5. Ello enlaza, por otro lado, con su aspiración a contemplar el objeto desde todas las perspectivas posibles, muy prioritariamente, ya que se trata de un objeto artístico, como es el literario, encuadrándolo en las coordenadas de las demás artes de la época: las plásticas -en cuya historia en este período Fontaine es también maestro- y, en el presente caso, la música.

Excelente ejemplo de aquella aplicación (mejor que lo que el autor le atribuye en la p. VI de su Prólogo) es el cap. 16, sobre la peregrinación de Prudencio al Vaticano6. Y, recíprocamente, el 12, sobre el dístico grabado en torno a un gran crismón en la pieza marmórea de Quiroga (Lugo), aclarado, por fin, después de los intentos de tantos que habíamos aplicado a ello nuestra buena voluntad7. Desde este lugar será oportuno destacar cuánta atención resulta haber en el conjunto del libro -y no sólo por la ya indicada porción mayoritaria dedicada a Prudencio en solitario o en bloque con otros escritores- a nuestra historia paleocristiana: los especialistas en este campo difícilmente podrán prescindir de las profundas aportaciones de esta obra8.

Naturalmente, la presentación conjunta no produce sólo provecho en cuanto a la estructuración de las líneas maestras apuntadas por el autor y glosadas más arriba. Son también numerosos los detalles que, gracias a la yuxtaposición de enfoques desde distintos puntos de mira, resultan destacados9.

Quedan fuera del presente propósito de reflexión los aspectos históricos de la obra probablemente no compartibles por quienes no coincidan con la postura adoptada por el Prof. Fontaine entre los historiadores del Cristianismo10. Ciñéndose, pues, a materia más apropiada, cabe preguntarse si no habrá que rebajar algo el aserto de p. 8: «Virgile et Horace ont commencé par être, et demeurent jusqu'en cet équilibre de maturité que nous avons pris l'habitude d'appeler leur "classicisme", des Alexandrins formés à une esthétique plus baroque que classique». Valga la formación en el alejandrinismo; pero ¿dónde la persistencia del barroquismo en la madurez? O ¿es que también los imitados Homero, Safo, Alceo, Arquíloco, eran barrocos? Entonces ¿quién fue clásico? Otra serie de cuestiones planteables derivan de haber intentado fundar en la poética jakobsoniana -modélicamente incorporada, p. ej., en p. 108; en cambio, excesivamente extendida a «toute communication verbale» (p. 93) ¡cuando no sólo la función poética, sino cada una de las seis puede aparecer aislada!- el razonamiento de la evolución histórica de la literatura estudiada, sin por ello renunciar al mantenimiento de ideas, ya ciceronianas (mención explícita en p. 90), que identificaban poesía con versificación (cf. pp. 94 y 96-97). Así puede llegarse, estribando en la paradójica admisión de Perret de unas «irrégularités régulières» en Comodiano, a la ortopédica sugerencia de que el verso ambrosiano sea la recuantitativización culta de un esquema popular producto de la acentuación e isosilabismo del dímetro yámbico cuantitativo. (Pero ya Norberg había explicado satisfactoriamente, por vía directa y no con vaivén, la derivación del verso de la himnodia ambrosiana desde la absolutamente mayoritaria estructura homodínica y silabista que la métrica yámbica había adquirido ya en algo tan clásico como los epodos de Horacio.) O a la arriesgada proporción, pretendidamente derivada de Quintiliano I 8, 22, me/loj: canto; r(uqmoj: medida; melodía: metro, distintos todos ellos de la resultatio o ritmo definido como «rétour d'éléments réguliers», ya no melodía ni metro. Pero ¿y si un metro se repite a esos intervalos? Que, por esta vía, se llegue a poder admitir, con Shelly, que «la distinción entre poetas y prosistas es un error vulgar» (p. 124, n. 59), tal vez no justifica el esfuerzo de un estudio de 47 páginas para demostrar que hay influencia de prosa en la poesía de S. Ambrosio.

Alguna vez el propio autor se ha dado buena prisa en mitigar alguna de sus opiniones discutibles, de acuerdo con su humilde evocación -tan valiosa en una personalidad como la suya- de que non omnia possumus omnes, que hace figurar en su ya elogiado Prólogo actual. Así, que laetificantes corda constituya un octosílabo queda paliado admitiendo (p. 137) que varios de estos cuartos de versículo, con sus 7 a 9 sílabas, se aproximan al dímetro ambrosiano de 8 sílabas11.

Ya al margen de la versificación, quizás valga la pena sugerir si no pudo ser un cruce con cara deum suboles de la IV Bucólica virgiliana, v. 49, lo que influyera en kara progenies de S. Hilario, 1 37, frente al clara progenies mayoritario en la transmisión de Verg., Aen. V 564, máxime cuando la influencia de aquella composición (v. 7: noua progenies) es señalada por el propio autor (p. 66). O si no hay que contar como también influido por Verg., Aen. VI 223, el triste ministerium del párrafo de Ennodio que se comenta en la n. 9 de p. 201.

Al término de una lectura todo lo reflexiva, pues, de que soy capaz, aun el conjunto de las discrepancias no rebasa el tamaño de menudencias insignificantes ante el despliegue de erudición, de fina sensibilidad, de prudente sensatez que acumulan esas más de 500 apretadas páginas de sólida y penetrante investigación a lo largo de quince años. Para la firmeza de la postura objeto del presente examen, el libro constituye la visión «en mosaico» de unos detalles que la corroboran a modo de sillares fundamentales. Ya no se trata, pues, en adelante, de una posición teórica a partir de un punto de vista que ha permitido cambiar el enfoque: el autor del cambio ha conseguido probar que la serie de imágenes que, enfocando así, se obtienen es lo que corresponde a la realidad.





 
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