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La vía

Nicole Usigli Martínez





Si le hubieran preguntado a mi padre cómo era de joven, hubiera contestado, con una sonrisa: «Tenía pelo». Yo nací diez años después de 4 Chemins 4, cuando ya era bastante calvo. Sin embargo, me encuentro, releyendo Voces, que en 1932 anduvo rapado y con boina, después de una enfermedad. ¿Tifoidea? Ya, mientras trazaba su vía, se parecía a la imagen de él que conocemos.

En esa época estaba ya establecido el personaje de Usigli. Un intelectual, una figura que se movía con la misma facilidad en cualquier círculo, literario o mundano. Como artista, consideraba a todo creador, de cualquier medio de expresión artística, de cualquier nacionalidad, idioma o creencia, como a su igual, y si nadie lo presentaba, se presentaba él, entablaba conversación, y en muchos casos originaba una amistad durable. Diez años antes, en la Escuela Popular Nocturna de Música y Declamación, había aprendido a posar su voz, que tenía un timbre muy masculino. Articulaba con gran claridad. Tenía grandes facultades de escucha y de observación, y sobre todo, de memoria, sin hablar de cierto encanto que apreciaban no sólo las mujeres, y estaba al tanto de todo, de literatura, de teatro, de pintura, de música, de política y de chismes. Era tan diferente de otros jóvenes sin talento que, aún a esa edad, la gente consideraba valiosa su opinión. Vestía bien, siempre como los ingleses, usaba boquilla y bastón, y siguió usando el sombrero aún después de que pasó de moda. Xavier Villaurrutia lo llamaba el Caballero Usigli, por la elegancia y la formalidad, aunque también decía que el Caballero Usigli era neurasténico ya que era italiano. Hablaba inglés, sin acento, ya que, como tantos niños en México, tuvo que trabajar en cuanto terminó la escuela primaria, en ese momento la única obligatoria, y lo aprendió trabajando en compañías americanas. Pero el comercio no era su vía, aunque hizo estudios comerciales. El francés, que conocía un poco desde siempre ya que su madre lo hablaba, lo aprendió en la Alianza Francesa, también lo hablaba sin acento, y lo practicaba con los mismos maestros, de quien hizo sus amigos, con franceses que pasaban por México, y con diplomáticos franceses por quienes accedió a la Legación de Francia, y a su primera cena diplomática, en la misma época en la que estaba escribiendo lo que él llamaba su comedia en francés.

Había decidido ser escritor a los siete años. A los veinte, que dedicaría su vida el teatro. Había escrito ya la historia del teatro en México, y una comedia en español, El apóstol. ¿Por qué escribir en francés? A mí me dijo que porque no quería escribir en español. Quizá, como escritor, quería medirse no sólo con los autores clásicos, sus maestros, sino también con los modernos. En esa época él tenía dudas, y sueños. A veces pensaba en irse de México, y en un momento dado pensó en enviar su comedia a Francia para publicarla allá. ¿Por qué en francés y en Francia?

Sus padres se conocieron en Marsella. Ella, Carlota Wainer, había llegado allá, a casa de una tía, después de pasar unos años en Viena en casa de otra tía. Había dejado su pueblo natal, en Polonia, en esa época parte del Imperio Austro-Húngaro. Su madre, que era alemana, se volvió a casar cuando murió su padre polaco, y su padrastro no la dejaba ir a la escuela. Eso explica quizá porqué no se volvió a casar, encargándose de sus tres hijos y de mi padre, que estaba en camino cuando se quedó viuda de Alberto Usigli. Él le enseñó a leer y a escribir, y lo adoraba. Él nació en Alejandría en Egipto. En Marsella se casaron y ahí nació su primera hija, Claire, que vivió quince días. La hermana de Alberto era cantante de ópera, y él era su empresario, y la acompañaron a una gira por América, empezando por los Estados Unidos. Cuando llegaron a México les gustó y se quedaron, y mi padre ahí nació «por casualidad».

Ésta es la historia que me contó mi padre. Si sus padres se hubieran quedado en Marsella, él hubiera sido francés. Con tan diversos orígenes, era normal que pensara que, extranjero de tipo como era y siempre fue en México y con sus idiomas -herencia polaca- podía desarrollarse mejor en otro país. Los Estados Unidos no lo atraían; Europa, sí. La verdad es que ya tenía veintisiete años, era mexicano -no italiano como oficialmente aparecía en el Registro de Extranjeros-; tuvo que naturalizarse como todos los mexicanos de padre extranjero y renunciar a su nacionalidad italiana, y durante la guerra hacer servicio militar con otros extranjeros naturalizados, con León Felipe como parte de la compañía. Había vivido la Revolución de niño, y le escandalizaba ver a los mexicanos amenazados con armas en las urnas y obligados a votar por un candidato elegido por otros. Conocía tan bien la historia de México que de muy joven la enseñaba en la Escuela de Medicina Veterinaria. Pero él no era político. Ni periodista. Conocía las virtudes y los defectos de los mexicanos, y adoptó, deliberadamente, hasta asimilarlas, ciertas actitudes y tipos de conducta típicamente mexicanos, aunque algunos le eran extranjeros y se los reprochaba, para integrarse mejor a la sociedad mexicana y para que ésta lo aceptara. Decía, por ejemplo, que criticaba para parecerse más a los mexicanos, que critican todo. Los franceses también critican todo, por costumbre, pero también por libertad de expresión y de prensa. Quería darle a México el teatro que no tenía, un teatro con temas mexicanos, y a través de éste abrirle los ojos al público para que iniciara reformas. Esta idea, y la de crear un teatro al alcance de un público no acostumbrado a ir al teatro, ya germinaban en su mente.

Pero también, cuando escribió 4 Chemins 4 mi padre era un joven que quería divertirse y gozar de la vida. Finalmente lo habían operado varias veces, y lo operarían por última vez en París. Se había pasado muchos años acomplejado, y bastante aislado, por su estrabismo. No era como John Malkovich, que exhibe su ojo bizco, quizá por diferencia de época, quizá de temperamento. De niño sus compañeros le pusieron el Visconde, siempre se sintió, por su intelecto, superior a ellos. Por ese ostracismo y esa timidez, se refugió en la lectura. No sólo leía a una velocidad prodigiosa, sino que asimilaba cada palabra. Leyó el Quijote de niño, y una vez al año, durante toda su vida, se reservaba tres o cuatro días para volver a leerlo. Decía que siempre encontraba algo nuevo. Se volvió, desde muy niño, el intelectual puro. Nunca aprendió a nadar, ni a andar en bicicleta, y menos a manejar. Tenía una gran disciplina, y era muy puntual. No podía vivir sin música. Su madre cantaba no sólo en francés, sino también en alemán, y él también, y pensaba que entre sus muchos talentos podía escoger ser músico o cantante. Le pusieron Rodolfo, a sugerencia de una de sus hermanas, por una canción que estaba de moda cuando nació. ¿Cuánta gente conocía el jazz y el blues en 1932? Además de que conocía a todos los compositores e intérpretes y a todas las músicas, clásicas, revolucionarias y modernas. Iba a todos los conciertos, al teatro, por supuesto, y mucho al cine.

Y, al mismo tiempo que se divertía, tenía dudas, sueños y luchas. Dudas sobre la religión católica, que rechazó, y sobre todo sobre lo que él podía hacer. Soñaba con viajar, con ver el mar, con el amor, aunque parece que haya leído a San Agustín y a los hermanos Goncourt, considerados entre los escritores más misóginos de la lengua francesa. Soñaba con escribir un diario, una crónica social como ellos, por eso empezó Voces, su diario personal. Soñaba con ser actor, y a la gente que conocía les parecía extraño ese sueño ¿Usigli cómico?, decían, y director de teatro. Pero no resultó ser un buen actor, a mí me dijo que le daban nervios. Director de teatro tampoco era su vía, aunque también exploró ese camino. Había, si no teatro mexicano, directores en México. Soñaba, sobre todo, en tener éxito como autor de teatro.

Y en todos estos sueños, ¿cómo vivía? Como viven los intelectuales, y como siguió viviendo toda su vida, agregando más tarde a estos medios la diplomacia. Tenía, desde siempre, el apoyo de su madre, a quien adoraba. A veces no tenía trabajo, y tenía deudas, pero no quería nunca más ser pobre como cuando era niño. Trataba de hacer contactos para conseguir trabajo, daba clases, escribía críticas y artículos, hacía cosas que no le gustaban, hizo, por ejemplo, con León Felipe, teatro por radio, lo que al principio le parecía ridículo, hacía traducciones. Las traducciones le enseñaban no sólo la búsqueda del sentido del original inglés, o francés, en ese momento J. M. Barrie, y Paul Valéry, sino la maestría del español y del uso de la prosa por el cual se hizo famoso. También se familiarizaba con problemas literarios y editoriales, cuando terminó la traducción de Valéry resultó que no tenían la autorización del autor. Luchaba, como todo escritor. Tenía una energía prodigiosa, pero leía y escribía en la noche con luz de vela, porque de día salía y estaba siempre ocupado. Caminaba mucho, y si tomaba el tranvía leía. No le alcanzaba el tiempo, ni tampoco esa energía prodigiosa, y se enfermaba, y leía en la cama, y estaba obsesionado por la idea de que iba a morir joven y todos los días se preguntaba cuánto tiempo le quedaba.

No sé cuándo finalmente encontró el título para su comedia en francés. Se tardó en terminarla -tenía entonces varios proyectos de piezas que nunca escribió-. Al principio pensó en ponerle «Blancheur», «Blancura», y aún cuando la leyó en público y no encontró la aclamación que él esperaba, no tenía título. Entre una docena pensó en «Le bateau est parti sans nous», «Se fue el barco sin nosotros». En español, la expresión cuatro caminos representa una encrucijada, ¿cuál de los cuatro? En francés es una negación. No iré por cuatro caminos. Iré directamente a la meta. De las dos maneras representa este título la vía de mi padre1.





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