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La traducción como mediación cultural en el siglo XIX: reflexiones epistemológicas y metodológicas sobre una práctica compleja

Solange Hibbs-Lissorgues

Université Toulouse-Jean Jaurès

En la presente contribución nos interesaremos por aspectos distintos y complejos de las actividades de transferencias en las que la traducción, en sus distintas modalidades, desempeña un papel clave. Estas reflexiones epistemológicas y metodológicas nos parecen de especial interés para el estudio de las mediaciones interculturales en España en el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX ya que la traducción constituyó un fenómeno cultural de gran importancia.

Perspectivas epistemológicas

En la historia cultural se ha producido una evolución en la misma concepción de las historias nacionales: en vez de seguir cultivando una visión esencialista de dichas historias, se está tomando cada vez más en cuenta la complejidad interna y las transformaciones acarreadas por los contactos con el exterior (Niño 2008: 181). Las identidades culturales no son entidades cerradas y experimentan transformaciones continuas mediante intercambios con otras culturas. Las transferencias generan y revelan la volatilidad cultural, fuente de inestabilidad y de innovación. La misma historia europea, como señala acertadamente Charles Coutel en su esclarecedor ensayo «L'Europe comme traduction», es un ejemplo incuestionable de la densidad e importancia que llegaron a tener los flujos de intercambios, las redes de intermediarios culturales: Europa no es una entidad cultural definida y homogénea sino un espacio de civilizaciones donde las culturas se confrontan en busca de una humanidad común (Coutel 1998: 397).

Esta actitud se caracteriza por lo que se define como «secondarité culturelle» y que ha sido propiciada por la hospitalidad lingüística: aceptar las filiaciones y rupturas de la historia, aceptar el hecho de que somos herederos de la misma, aunque no forzosamente dentro de una continuidad establecida de modo definitivo. Esta reflexión es la que lleva a autores como Benjamin Stora, recientemente nombrado director del Musée de l'Histoire de l'Immigration en Francia, y Camille de Toledo a rechazar las afirmaciones nacionalistas de una genealogía excluyente, la fábula de la continuidad, los equívocos de la homogeneidad: asperidades, rupturas e injertos han desviado esta supuesta e imaginaria genealogía que ha engendrado seres humanos mucho más sincréticos y mestizos de lo que creemos (Toledo 2009: 176-177).

Otro convencido europeo, José Ortega y Gasset, proponía en 1930 que, frente a la visión de las culturas como realidades estancas, impermeables, es posible concebir el espacio europeo como un paisaje abierto en que se producen flujos culturales cada vez más caudalosos y en el que las diversas culturas nacionales son el resultado de complejos procesos de simbiosis, mestizajes y préstamos mutuos. Para el autor de La rebelión de las masas solo pueden producirse la fertilización y la diversificación culturales cuando se ventile «la atmósfera confinada de un país abriendo las ventanas que dan sobre otro»:

Si hoy hiciésemos balance de nuestro contenido mental -opiniones, normas, deseos, presunciones-, notaríamos que la mayor parte de todo eso no viene al francés de su Francia, ni al español de su España, sino del fondo común europeo. Hoy, en efecto, pesa mucho más en cada uno de nosotros lo que tiene de europeo que su porción diferencial de francés, español, etc. Si se hiciera el experimento imaginario de reducirse a vivir puramente con lo que somos, como «nacionales», y en obra de mera fantasía se extirpase al hombre medio todo lo que usa, piensa, siente, por recepción de los otros países continentales, sentiría terror. Vería que no le era posible vivir de ello sólo; que las cuatro quintas partes de su haber íntimo son bienes mostrencos.

(Ortega y Gasset 1966: 167)



En los últimos años se han producido cambios importantes en el desarrollo de los estudios sobre traducción. El aspecto más novedoso es considerar la traducción como mediación y como resultado dentro de un proceso más amplio de relaciones y transferencias culturales, valorando los intercambios y los contactos que, a su vez, generan rechazos, tensiones, adaptaciones, imitaciones y recontextualizaciones.

En este paisaje general, merece especial atención el llamado giro cultural de la traducción1, que ha sido probablemente una de las aportaciones más notables en el campo de los estudios sobre traducción ya que nos obligó a reflexionar sobre el hecho de que la traducción siempre tiene lugar en un contexto, surge de la historia. Nos hizo conscientes de la importancia del contexto sociopolítico y de cuestiones ideológicas como de manipulaciones que están siempre presentes en el acto de traducir. El giro era hacia un modelo plural y un traductor «who operates from a position of plurality and who carries out a role that is charged with immense responsibility» (Vidal 2010: 25-26). El cultural turn ha enriquecido nuestra reflexión sobre la necesaria transdisciplinariedad de los estudios sobre traducción, impulsándonos a prestar más atención a aspectos antropológicos, sociológicos, políticos o geopolíticos (políticas culturales y de traducción en áreas específicas y momentos determinados de la historia de uno o varios países) e incluso materiales relacionados con la producción (los libros, el impreso), la recepción (la lectura, los públicos) sin olvidar las aportaciones lingüísticas pero desde perspectivas más amplias que incluyen el multilingüismo y el plurilingüismo. Entre las aportaciones más fundamentales de los últimos años conviene destacar la labor de Francisco Lafarga y Luis Pegenaute (Historia de la traducción en España, 2004; Diccionario histórico de la traducción en España, 2009) y el actual proyecto CYTES de enorme interés para investigadores fronterizos2, así como las contribuciones de Yves Chevrel, Lieven D'hulst y Christine Lombez en su magistral edición de Histoire des traductions en langue française (2012).

Los procesos de la comunicación traductora se integran en redes complejas constituidas a la vez de otras modalidades de transferencia, de estructuras de recepción distintas, de obras múltiples que no son exclusivamente literarias. Estas prácticas de transferencias complejas no pueden estudiarse a partir de conceptos binarios como por ejemplo el texto de partida versus el texto de llegada. La traducción es a menudo considerada en sus aspectos teóricos o en sus implicaciones en la literatura y mucho menos frecuentemente como una de las modalidades esenciales pero no exclusiva de las transferencias culturales, más o menos equilibradas o asimétricas, que caracterizan las relaciones de los distintos espacios lingüísticos o de las naciones entre sí. Partiendo de esta constatación, y considerando la traducción en el mundo hispánico como una de las formas de transferencia más significativa en los siglos XIX y XX, conviene superar el mero inventario estadístico de todas las traducciones, el reductor enfoque comparatista para interrogarse sobre las distintas modalidades lato sensu de la traducción3. Las situaciones de contacto intelectual y cultural se estudian desde el prisma de la diferencia (alteridad) y de la identidad:

Les études de transferts ont eu le souci de casser le mythe de l'homogénéité culturelle nationale et de redonner fluidité à des réalités historiques pensées désormais sur le modèle de l'imbrication complexe et non sur celui du schéma comparatiste traditionnel fondé sur la recension des «différences» ou les considérations en termes de «retard» ou «d'avance». Ce succès épistémologique se vérifie sur un terrain historiographique aujourd'hui en pleine expansion, celui de l'histoire transnationale du XXe siècle et des processus dits de fertilisation croisée.

(Chaubert 2008: 170)



De hecho, la actividad traductora es un proceso dinámico que genera fenómenos culturales, políticos y lingüísticos que escapan al control normativo de la teoría. En este aspecto, las aportaciones de la antropología del lenguaje y de la fenomenología han sido muy fecundas. Por una parte, los saberes sobre la traducción como objeto de estudio antropológico remiten a un conjunto de prácticas simbólicas culturalmente determinadas. Considerar el traducir como un objeto de estudio objetivo, renunciando a su dimensión subjetiva y poética, supone un ocultamiento y una fragmentación del sujeto que traduce. También implica planteamientos excesivamente rígidos asentados sobre el binomio teoría y práctica. La traducción como proceso complejo, como práctica social y simbólica, con las representaciones que genera en el imaginario y en la ficción, no puede reducirse a una categoría ontológica. Se sabe, gracias a los estudios antropológicos y comparados de la traducción que los mediadores culturales tienen un estatuto ambiguo. Por otra parte, coexisten categorías híbridas que no se restringen a la oposición binaria autor/ traductor.

La traducción es una operación de hibridación intercultural. La puesta en evidencia de estos efectos culturales permite atenuar la dualidad tradicional de la traducción y reduce la distinción entre los dos polos tradicionales (origen/llegada, source, cible), entre los que la traducción funciona como una etapa intermedia. Desde esta nueva perspectiva epistemológica nos parece imprescindible cuestionar y renovar el tradicional metalenguaje de la traducción.

La noción de multilingüismo cuestiona categorías que parecen inmutables, como texto de origen y texto de llegada: un texto no representa un código lingüístico único sino varios. La traducción no supone una operación entre entidades homogéneas (monolingües) sino entre entidades heterogéneas:

Algunas prácticas traductoras marginales [...] que promueven espacios de hibridación literarios y culturales [...], se amoldan a esta pulsión de hibridez característica de nuestra época: pulsión que pone en tela de juicio el concepto mismo de traducción concebida como una práctica que busca un equilibrio entre las diferencias, que se esfuerza por mantener fronteras, preservar culturas claramente identificadas mediante sus lenguas, e identidades nacionales protegidas por su unicidad.

(Simón 1996: 305, traducción propia)



El concepto de transferencia cultural o intercultural, desde esta perspectiva de los estudios sobre traducción (procesos, instituciones, teorías, agentes o mediadores), nos parece muy fructífero. Ante la extensión del ámbito relacionado con la traducción y algunas lagunas o ausencias que nos impiden comprender la significación histórica de las mediaciones traductoras en las distintas sociedades, se plantean distintas opciones teóricas, heurísticas y metodológicas: el investigador puede interesarse por objetos de tamaño reducido (una obra, un mediador) que estudia bajo un determinado enfoque, o puede asociarse a otros investigadores en el marco de proyectos historiográficos más ambiciosos. En ambos casos, tiene que definir la índole y la finalidad, dialogando con otras disciplinas que pueden interesarse por los mismos objetos pero con otros métodos y con otras finalidades.

Un ejemplo de este enfoque epistemológico es el proyecto que se está desarrollando sobre divulgación y vulgarización de la ciencia en el siglo XIX4. En el marco de este estudio convergen las perspectivas metodológicas de historiadores de la ciencia, de la literatura comparada y de la traducción. En la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, las formas de producción, de difusión y de narración de los conocimientos experimentan un auge notable. La dinámica cultural que acarrea el desarrollo de la ciencia en Europa, genera nuevas formas de transferencias entre las que la traducción desempeña un papel destacado. Estas transferencias suponen contaminaciones discursivas, ideológicas y culturales que pueden rastrearse en los distintos géneros de textos y obras de la época. Se producen nuevos códigos de comunicación en la intersección de distintas culturas y se desdibujan las fronteras entre el texto y la imagen, entre autores, traductores y editores, e incluso entre géneros. En este entorno de flujos multilaterales de conocimientos y de saberes, surge una categoría de mediador vulgarizador que es un verdadero anfibio cultural y cuya labor pone en tela de juicio los tradicionales conceptos de territorio, de cronología linear. En este caso tanto la historia como la antropología y los estudios sobre literatura (literatura entendida en el sentido amplio de la palabra) aportan su propio punto de vista científico y epistemológico. Precisamente, es la confrontación de estos enfoques lo que nos parece sumamente fructífero ya que permite situar el objeto de la investigación en una perspectiva multidisciplinaria e incluso multicultural. Esto supone el cuestionamiento de nociones como tiempo y espacio que no pueden representar categorías cerradas o fijas5.

Incluso en contextos históricos en los que la traducción se considera como un concepto o una técnica diferenciados, con sus propias especificidades, resulta imprescindible considerar sus relaciones con otras técnicas de transferencia. Primero porque la traducción no es un barómetro fiable y constante de las relaciones entre las culturas. El estudio sobre flujos de libros importados y exportados revela los intercambios asimétricos entre España y los demás países europeos. La circulación de libros, pero también de otros «objetos», como las ilustraciones y los grabados, mediante redes de difusión múltiples tuvo notables consecuencias sobre la industria cultural española.

Al margen de las traducciones y de las ediciones francesas que llegaban a España, las mismas editoriales españolas publicaban obras en francés. Este tipo de transferencia es particularmente frecuente en el ámbito de la literatura novelesca, como lo ilustra el caso del consenso editorial entre La España Editorial y el establecimiento de Charpentier y Fasquelle para la publicación simultánea en Francia y en España de la edición franco-española en 1879 de la novela Les frères Zemganno de Edmond de Goncourt. Se trata de un buen ejemplo de la atención que se prestaba a las letras francesas desde los ambientes intelectuales franceses (Marín Hernández 2007: 322). Otro caso paradigmático es el de la literatura edificante. Este género, por definición, no pertenece a un solo país y se exporta en varias lenguas desde mediados del siglo y hasta bien entrado el siglo XX. Desde la década de 1840, surge en Europa una verdadera «internacional» de buenas lecturas, de obras edificantes que se apoya en un intercambio mucho más importante de lo que podría sospecharse a primera vista entre editoriales católicas de varios países (Hibbs 2003: 656). A esta internacional de buenas lecturas pertenecen editoriales como Herder, fundada en 1801 y establecida en Friburgo. Durante las cinco décadas siguientes, la empresa se convirtió en la editorial católica más importante del ámbito alemán, con filiales en París, Estrasburgo y Viena (Ceballos Viro: 190). Una de sus actividades fue precisamente la producción y difusión de obras escritas en lenguas extranjeras, especialmente bajo el impulso de Hermann Herder, gran viajero y explorador de los mercados extranjeros y uno de los primeros en atender el mercado potencial de los países de habla hispana (Ceballos Viro: 192). Una impresionante cantidad de obras, de géneros distintos, y que abarcaban manuales religiosos, devocionarios, misales y novelas, alimentó las editoriales y librerías españolas. Muchas de las publicaciones que Herder editó en castellano, se destinaban a centros de enseñanza, regentados por congregaciones religiosas. Se trataba de una empresa editorial europea que favoreció la labor de divulgación pedagógica de escritores españoles entre los que destacan Magdalena de Santiago Fuentes, catedrática de las Escuelas Normales de Madrid y Barcelona, autora de muchos manuales pedagógicos, algunos de ellos editados por la casa suiza Benziger6.

Si la traducción permite la circulación de determinados productos u obras más allá de las fronteras entre las culturas de origen y de llegada, y entre distintos espacios, parece imprescindible comprender cuáles son las técnicas y estrategias gracias a las que los objetos, productos u obras transferidos, incluyendo las traducciones, se incorporan en la cultura «de llegada», cambian de forma y de función.

En este aspecto, las estrategias de difusión de las obras traducidas de Camille Flammarion son reveladoras. El autor y divulgador francés, que rechazaba el materialismo de ciertas corrientes filosóficas de época así como el radicalismo de la Iglesia católica, ostentaba sus simpatías por prácticas heterodoxas como el espiritismo. Una novela como Lumen. Narraciones del infinito, un texto de ficción en el que se producen muchas intersecciones entre ciencia y literatura, se tradujo y se publicó en España en la década de 1870 por editoriales distintas7. La traducción de José Pastor de la Roca, de 1873, difundida por la Librería del editor e impresor Juan Oliveres no vacila en orientar la intencionalidad de la obra al subtitularla «Conferencia espiritual de Ultra-tierra». El texto traducido se estructura como un «coloquio místico» con el fin de demostrar que en ella Flammarion es un apóstol de la religión universal y un prosélito del espiritismo «de reconocido saber y virtud» (Flammarion 1873: VII). El prólogo, que constituye una ardorosa defensa de las teorías espiritistas, refleja las tensiones entre ciencia ortodoxa y ciencia heterodoxa y la lucha continua por la hegemonía cultural de aquel período. La recuperación ideológica y social de la novela de Flammarion se revela explícitamente en este caso en el paratexto y en las «adaptaciones» o «recontextualizaciones». Las distintas «narraciones» de Lumen se transforman en «revelaciones» debidas a las «inspiraciones sobrenaturales» de su autor, «cuyo lenguaje traduce un silogismo místico, un ritmo armónico de concordancias que repercute en el corazón y resuena allá en los abismos» (Flammarion 1873: XI).

La instrumentalización de la obra y su transformación en un «producto» ideológica y lingüísticamente distinto de la novela de origen contrastan con la versión más «ortodoxa» en todos los sentidos que publica la editorial Gaspar y Roig en 1874. En este caso el traductor, Nemesio Fernández Cuesta, es una personalidad conocida como escritor y periodista republicano, lexicógrafo y autor de más de cincuenta obras. La cuidadosa elección de los traductores por la editorial Gaspar y Roig responde sin duda a su preocupación por mantener la relación privilegiada que tiene con un autor como Flammarion, cuyas obras constituyen una sustancial contribución para el negocio editorial. La labor de traducción de Fernández Cuesta tiene finalidades distintas y no desvirtúa la significación de una obra en la que Flammarion justifica las manifestaciones naturales inéditas por argumentos científicos: «Se ha tachado de mítico mi razonamiento que nada tiene por cierto de fantástico, ni de novelesco sino que por el contrario encierra todo él una novedad científica, un hecho puramente físico, demostrable y demostrado e indiscutible, y que es tan positivo como la caída de un aerolito o el movimiento de una bola de cañón» (Flammarion 1874: 86)8.

Bien conocidas son las manipulaciones que algunos traductores hicieron de las obras de Zola. Debido a sustanciales supresiones y manipulaciones, la novela L'Assommoir, editada por A. Carlos Hierro (1879) y traducida por Miguel de Toro y Gómez se aligera considerablemente y se convierte en una especie de compendio que poco tiene que ver con la obra original (Saillard 1996: 101). En algunos casos, las intervenciones de los traductores se asemejan a auténticas operaciones de «cirugía estética» que responden a intereses comerciales o a cierto oportunismo literario como en el caso de los cuentos del canónigo Christoph von Schmid. El éxito de las obras del canónigo protestante en toda Europa justifica su adaptación, por no decir recontextualización en diferentes lenguas, ediciones y para públicos distintos. La dimensión aleccionadora de los cuentos del autor alemán, el atractivo comercial de una literatura para la juventud fueron, sin lugar a dudas, un aliciente para su transposición y reescritura por Pilar Sinués de Marco. La ejemplaridad científica de los cuentos en los que el canónigo proponía una explicación didáctica y realista de los fenómenos naturales se ve ahogada por el propósito predominantemente religioso y moral. La obra se convierte en un conjunto de relatos asépticos en los que desaparecen las referencias al paisaje y a la cultura alemanes. La publicación de esta reelaboración bajo el título de Cuentos para niñas (1883) plantea la cuestión del plagio, tan frecuente en aquella época (Hibbs 2008: 328).

La transferencia puede constituir un proceso continuo en el que un «producto» transferido puede transformarse en otro provocando de este modo, una verdadera cadena de transformaciones, reelaboraciones y adaptaciones. Las abundantes adaptaciones de Fabiola o la Iglesia de las catacumbas (1854), obra original de otro exitoso novelista, el cardenal Nicholas Wiseman responden a distintos criterios y motivos dialécticamente interrelacionados. Esta novela es de por sí una «traducción» ya que el texto representa una especie de palimpsesto en el que se entrecruzan las inscripciones de las lápidas funerarias y de distintos monumentos así como las marcas topográficas. Esta enunciación repetitiva instaura cierta continuidad entre distintos discursos y sistemas. Estamos ante una obra que responde a las exigencias de la novela histórica edificante: los elementos referenciales son un pretexto para la elaboración de un discurso aleccionador y militante (Hibbs 2005a: 74). El oportunismo religioso e ideológico de este tipo de novela histórica explica la predilección de numerosos autores católicos españoles por un molde que se exporta en toda Europa. Los «remakes» más o menos explícitos de Fabiola alimentan de manera recurrente la prensa católica de la segunda mitad del siglo XIX y asistimos a un proceso de reelaboración en el que una novela se convierte en cuento, novela corta, leyenda o incluso en una ilustración. Esta adaptación contextualizada se acompaña de una constante preocupación por los públicos lectores (mujeres, niños, eclesiásticos, familias) y se legitima gracias a una crítica literaria que recalca el carácter atemporal e internacional de la literatura ortodoxa. Algunos ejemplos merecen señalarse. Son los de las numerosas bibliotecas o colecciones propuestas por revistas como La Hormiga de Oro (1884), a la que contribuye Josefa Pujol de Collado, poco conocida sin duda y sin embargo traductora, prolífica autora de folletines y relatos breves. Su relato Filia Luminis (1890) es una traducción en segundo o tercer grado, mejor dicho una adaptación, de la conocida novela de Wiseman. En cuanto a La virgen cristiana (1888) de José Ruiz de Ahumada, no cabe duda de que la fuente de inspiración es Fabiola. El autor no vacila en copiar los ingredientes narrativos pero adaptándolos al contexto histórico español. Podríamos hablar de una traducción en segundo grado ya que en este caso la transferencia del texto, a través de distintos circuitos, supone un desfase bastante notable entre el texto de origen y el texto «adaptado» o traducido.

Las agudas tensiones entre católico-liberales y tradicionalistas de las últimas décadas del siglo justifican, a ojos del autor, traductor y narrador omnisciente digresiones didácticas y aforismos que proclaman que «El mal es más activo que el bien» y que la «buena» literatura es una obligada cruzada (Sarasate de Mena 1888: 8). No cabe duda de que el molde de la novela histórica que supone una reelaboración idealizada de los hechos más simbólicos del cristianismo se exporta a todos los países europeos en los que soplan vientos liberales.

Fundamentos metodológicos

Hemos utilizado los conceptos de historia cultural y transferencia cultural, y convendría ver en qué medida las herramientas de la investigación histórica resultan útiles. La asociación de la noción de traducción con la de historia suscita varias cuestiones. La historia constituye una herramienta privilegiada para los especialistas de las disciplinas y de las prácticas en las que se manifiesta la traducción, de manera más amplia las transferencias interculturales: «Ainsi l'histoire [...] procure au chercheur confirmé la flexibilité intellectuelle qui lui sera nécessaire lorsqu'il y aura lieu pour lui de s'adapter à de nouvelles manières de penser. Au-delà, elle incite à une plus grande tolérance à l'endroit de manières déviantes de penser les questions de traduction et de transfert interculturel, s'opposant ainsi à une adhésion aveugle à telle ou telle théorie» (D'hulst 2014: 12).

Precisamente, la perspectiva que nos parece más acertada es la que privilegia la aportación de la historia para el análisis de los distintos ámbitos y de las múltiples formas de la traducción: el proceso (que incluye la producción y la recepción), el texto traducido, las instituciones y los espacios de la traducción, las teorías. Partiendo de esta perspectiva, la historia puede valorarse como un punto de vista específico aplicado a una variedad de «objetos» agrupados bajo la misma apelación genérica de «traducción» o de actividad traductora.

En su obra Essais sur l'histoire de la traduction. Avatars de Janus, D'hulst señala tres niveles interrelacionados dentro de esta perspectiva histórica. El primer nivel se interesa por la secuencia de los hechos, de los acontecimientos, de las ideas de los discursos es decir la narración o descripción de la res gestae. El segundo nivel es el de la historiografía o historia de las distintas prácticas intelectuales como, por ejemplo, la filosofía, la literatura o la lingüística. En el caso de la historia cultural y de las transferencias, dichas prácticas pueden estar estrechamente relacionadas. La historiografía implica un modo de pensar científico que asocia los conceptos y los métodos históricos con las modalidades de análisis científicas propias del área o del ámbito intelectual estudiado. Conviene mencionar el esclarecedor estudio de Luis Pegenaute (2012) «United Notions: Spanish Translation History and Historiography», en el que señala la necesidad de distinguir el objeto del estudio y la manera de estudiarlo, así como los discursos que genera su estudio. Aunque la traducción constituye un objeto de estudio sui generis, como proceso y como resultado, no se le puede analizar de manera aislada disociándolo del entorno cultural y social9. El tercer nivel, o metahistoriográfico, se interesa fundamentalmente por los conceptos y los métodos al servicio de la escritura histórica y por sus implicaciones epistemológicas y metodológicas (D'hulst 2014: 22). También implica una reflexión muy útil sobre algunas categorías relacionadas con el tiempo (conceptos de generación, período, siglo) y el espacio (áreas nacionales o regionales, transnacionales, nociones como las de fronteras, transfronterizo, etc.). Las nociones de continuidad espacial (continuum espacial) y de continuidad temporal se cuestionan cada vez más como se ha señalado al principio de esta contribución.

Nos parece imprescindible integrar estos tres niveles de la investigación histórica para el estudio de las transferencias en sus distintas modalidades y, más precisamente, la traducción. Las líneas metodológicas tienen en cuenta la complejidad del objeto de estudio y de las perspectivas ya evocadas y desde las que se pueden llevar a cabo la reflexión y la investigación: los actores, las traducciones, los procesos, las finalidades, el espacio y el tiempo, las redes e instituciones, las repercusiones de estas transferencias (recepción, discursos y teorías sobre la traducción).

Los actores: mediadores, intermediarios, traductores

Al referirse a la «invisibilidad de los traductores», Lawrence Venuti (1995) señalaba acertadamente una de las carencias en el ámbito de los Estudios de Traducción: el poco interés manifestado por la personalidad y la labor de los traductores o mediadores, por su estatuto y por el ámbito cultural, social, espacial y temporal en que se desenvuelven. Esta falta de visibilidad afecta a los traductores, hombres y mujeres para quienes la traducción no ofrecía posibilidades de reconocimiento o consagración; por otra parte, el trabajo de exploración de fuentes históricas y de archivos para encontrar sus huellas resulta fastidioso y complicado.

Este primer apartado supone un abanico de entidades enunciadoras y productoras, implicadas en la comunicación traductora y en otras actividades conexas. Ya se han mencionado las dificultades en definir los contornos precisos de la labor de algunos «mediadores» cuya actividad polifacética les sitúa en las fronteras de distintos entornos. En el paisaje de la historia cultural, aparecen figuras diversas como las del traductor, el crítico, el creador, el investigador, el editor, el docente. En cualquier caso, no pueden infravalorarse aspectos tan fundamentales, y a veces injustamente ignorados, como los orígenes intelectuales y sociales (sexo, formación, perfil socioeconómico, ideológico y cultural) de estos mediadores. En la presente contribución, hacemos repetidas referencias a las mujeres traductoras ya que con la incorporación masiva de la mujer a la escritura en el siglo XIX, muchas llevaron a cabo conjuntamente su actividad creadora y su labor de traductoras.

En cuanto a las actividades de estos «mediadores o mediadoras», pueden ser múltiples: escritura, traducción, crítica, edición, revisión, lexicografía, divulgación y vulgarización desde ámbitos más o menos especializados como en el de la ciencia y de la técnica. Las funciones del traductor, como las del autor, pueden enfocarse bajo perspectivas institucionales y discursivas: en qué redes se sitúan y operan (editoriales, ateneos, asociaciones), y cómo se superponen las voces del autor y del traductor.

Gracias a los valiosos estudios de Jean Delisle (1999), Michel Ballard (2006), Francisco Lafarga y Luis Pegenaute (2006), e Yves Chevrel se ha prestado más atención a las trayectorias biográficas y profesionales de estos mediadores así como a aspectos legales y civiles de su carrera. También conviene señalar las aportaciones esenciales de investigadores de la historia cultural como Reine Meylaerts (2008 y 2010) y Lieven D'hulst (2014), que se han interesado por la figura del traductor como una instancia dentro de un ámbito concreto: lo que se ha venido denominando en los últimos años su «habitus», el espacio donde convergen diversas fuerzas sociales, mentales, físicas, y culturales. Más recientemente, los estudios de investigadores como Gisèle Shapiro, Michaela Wolf y Alexandra Fukari (2007) nos brindan nuevas perspectivas sociológicas.

Para un acercamiento más exhaustivo a la situación de estos traductores-mediadores, pueden combinarse distintos enfoques: imagen y estatuto, ideología, estrategia, situación en una red, por definición supranacional de prácticas económicas y culturales. Si nos fijamos más precisamente en la figura del traductor del siglo XIX, nos damos cuenta de que coexisten varias tendencias. Se produce una incipiente profesionalización de la traducción mediante la red de editoriales para las que la publicación de obras extranjeras traducidas, literarias y científicas, representa un verdadero negocio editorial. El desarrollo de una prensa diversificada y la captación de nuevos públicos lectores estimulan las transferencias culturales bajo modalidades distintas: importación/exportación de obras traducidas (folletines), ilustraciones, difusión y vulgarización de contenidos técnicos y científicos. La prensa se transforma en un lugar de encuentro entre el texto traducido, la crítica y la publicidad de las traducciones y las ilustraciones destinadas a clases burguesas, urbanas y acomodadas participan de forma activa en la importación y exportación de nuevas pautas de comportamiento y de pensamiento.

Ya se ha mencionado el caso de la traducción de las obras de Flammarion, para las que se contratan a traductores conocidos como Manuel Aranda y Sanjuán, cuyo nombre aparece en numerosas obras difundidas por una profusa red catalana de editoriales y librerías como Luis Tasso, Jaime Jepús y Juan Oliveres, o Luis Obiols y Antonio López Llosera, que trabajan casi exclusivamente para la editorial Maucci. Las editoriales que publican obras de cierto prestigio literario acuden a «profesionales» más aguerridos como Agustín Avrial, empleado y luego director de imprenta, que se dedica casi exclusivamente a la traducción de los textos teóricos y críticos publicados por La España Moderna (Saillard 1996: 103-104). Evidentemente existen numerosas desigualdades entre las situaciones de los traductores y una de las paradojas es que los que llegaron a tener mayor visibilidad histórica practicaron la traducción como una actividad secundaria. Pueden mencionarse los casos conocidos de escritores e intelectuales como Leopoldo Alas Clarín, Manuel Becerra y Emilia Pardo Bazán, por solo citar a algunos.

La difusión de obras novelísticas y ensayísticas mediante la traducción permite, como en el caso conocido de Pardo Bazán, participar en el debate literario e intelectual que se suscitó en la España de finales de siglo. La escritora gallega no forma parte de un grupo de traductores profesionales que viven de esta actividad asumiendo encargos comerciales de las editoriales. Auténtica crítica y mediadora literaria entre Francia y España, desempeñó una labor traductora que no se limitaba a un proceso estrictamente lingüístico sino que reflexionaba sobre las diferencias literarias, sociales y políticas que separaban el entorno de la obra original de la literatura de recepción (Marín Hernández 2007: 347).

Por su parte, Carmen de Burgos y Seguí compagina su intensa labor traductora con múltiples actividades conexas: es prologuista de algunas traducciones, como la del italiano Roberto Braceo, En el mundo de las mujeres (1907), vertida al castellano por Magdalena de Santiago y publicada por la conocida editorial Sempere en Valencia. En esta misma editorial, en la que va a publicar la mayoría de sus traducciones a partir de 1904, Carmen de Burgos desempeña la labor de correctora de las obras de Blasco Ibáñez (Simón Palmer 2010: 160).

En el ámbito de la ciencia y la vulgarización de los conocimientos técnico-científicos, emergen figuras como la del médico y traductor Rafael Ulecia y Cardona, que vertió al castellano numerosas obras de médicos extranjeros publicados algunos en la «Biblioteca Económica» de la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas de Madrid. Entre las obras cuya traducción dirigió y en las que participaba, se hallan las de los médicos franceses Charcot, Bouchard, Brissaud (Subías Martínez 2014: 71). A su actividad de traductor se juntan las de editor y de autor. Dirige la Enciclopedia de terapéutica especial de las enfermedades internas (1896-1898), para la que cuenta con la colaboración de universitarios alemanes, suizos, austríacos e italianos. Esta intensa actividad refleja su afán de divulgador de las nuevas prácticas médicas y técnicas y su participación en la labor regeneracionista en un momento en que la ciencia española padecía un retraso notable con respecto a otras naciones europeas (Subías Martínez 2014: 72). Dispone de un espacio privilegiado para la divulgación y la vulgarización científicas ya que es director-propietario de la revista Anales de Obstetricia, Ginecopatía y Pediatría así como de la «Biblioteca Económica de Medicina y Cirugía».

En un período en que los progresos de la ciencia alimentan revistas especializadas y generales como La Ilustración Española y Americana (1869), surgen otras figuras híbridas cuya actividad polifacética incluye la publicación de artículos, de obras de vulgarización, y de traducciones. Mencionemos los casos de Emilio Huelín, ingeniero de minas, y el de José Joaquín Landerer, astrónomo amigo de Camille Flammarion y auténtico mediador de la cultura científica entre Francia y España (Corell Doménech 2013: 211). Huelín emprende una extensa labor social como promotor de la ciencia y de valores propios de su siglo como el progreso y la civilización. Formado como ingeniero en Alemania, es traductor del alemán y da a conocer obras científicas alemanas como la del petrógrafo Ferdinand Zirkel (Corell Doménech 2013: 260). Su «Cronicón científico», que alimenta La Ilustración Española y Americana, aporta información inédita sobre novedades científicas. Esta crónica refleja su interés por importar conocimientos de las naciones más adelantadas de Europa. Landerer, autodidacta y vulgarizador semiprofesional como Flammarion, mantiene una estrecha relación con Francia y con científicos franceses. Realiza observaciones e investigaciones en toda Europa y es miembro de sociedades científicas internacionales. Su papel de mediador se ejerce mediante sus relaciones con personalidades destacadas de la época: mencionemos al sacerdote francés François-Napoléon-Marie Moigno, fundador de Cosmos y de Les Mondes. Revue hebdomadaire des Sciences (1862). Para Landerer, como para Huelín, la ciencia no se circunscribe a un territorio nacional y debe fertilizarse mediante las aportaciones mutuas de científicos y divulgadores de distintas naciones. La labor de investigación de ambos se completa con las de edición, traducción y adaptación desde culturas y lenguas distintas.

Otras cuestiones que surgen a la hora de definir la actividad profesional del traductor están relacionadas con la propiedad intelectual, el ordenamiento jurídico para la organización de la profesión, las remuneraciones. El análisis de las prácticas de traducción confirma la amplia presencia del plagio, probablemente considerada como «natural» en el siglo XIX, ya que múltiples obras traducidas vienen acompañadas de la mención «arreglo libre del francés» o son adaptaciones muy literales de la obra de origen. El plagio llegó a constituir una modalidad de «transferencia» corriente, al juzgar por las precauciones que tomaban autores como Faustina Sáez de Melgar al publicar obras directamente inspiradas en modelos extranjeros. En su caso, los «moldes» son Victor Hugo, que le inspira la novela folletinesca Los miserables de España o Secretos de la corte (1862), o la conocida Mathilde Bourdon, cuyo verdadero nombre es Mathilde Froment, y cuyos relatos edificantes se «trasladan» en novelitas como Los huérfanos, publicadas en la década de 1870 con el nombre de la autora española.

Las condiciones materiales de retribución de estos «mediadores» y traductores pueden estudiarse gracias a los contratos con las editoriales y a los testimonios de los propios traductores. Parece obvio que las condiciones propuestas a los traductores obedecen a criterios diferentes: la lengua, el prestigio literario o científico del proyecto de traducción, la notoriedad del traductor y el género de obras o de literatura. La prensa del siglo XIX, así como los paratextos de las obras traducidas nos proporcionan una valiosa información sobre lo que representaban la labor y las condiciones de la traducción. Una muestra de las reflexiones que suscitan las condiciones difíciles de la actividad traductora, son los comentarios del propio Mariano José de Larra en Cartas a Andrés (1832): «Me he ajustado con un librero para traducir del francés al castellano las novelas de Walter Scott, que se escribieron originalmente en inglés, y algunas de Cooper, que hablan de marina, y es materia que no entiendo palabra. Doce reales me viene a dar por pliego de imprenta, y el día que no traduzco, no como» (cit. por S. Baulo 2006).

En otras circunstancias la labor de traducción se asemeja para Larra a un compromiso militante totalmente alejado de preocupaciones económicas, como lo demuestra su magistral traducción de la obra de Lammenais Paroles d'un croyant (1834). La versión en castellano de esta obra se publica en 1836, cuando Larra se halla comprometido en la lucha política activa y cuando, tras las interrupciones absolutistas de 1814 y de 1823, el liberalismo español reanuda su curso revolucionario (Hibbs 2011: 241-242).

La multiplicación de las traducciones de folletines y novelas por entrega en la prensa y la afición por el género novelístico a partir de la década de 1840, favorecen la competencia entre editores y la especulación. En este contexto la calidad de las traducciones no es la preocupación prioritaria y la labor del traductor se asemeja a un medio de sustento más que a una reconocida actividad profesional. Este panorama bastante desolador explica probablemente los juicios negativos acerca de la traducción, responsable, a ojos de muchos, de las corrupciones de la lengua española, de las contaminaciones tanto lingüísticas como culturales e ideológicas (véase Aubert 2014b).

La propia Faustina Sáez de Melgar, escritora y traductora de folletines franceses e italianos para su revista La Violeta, considera que el importante flujo de traducciones refleja las carencias de una literatura nacional y expresa su rechazo del proceso de secularización promovido por la difusión de obras traducidas al francés: «¿Quién ha causado este mal? ¿Quién ha hecho arraigar esta idea en el espíritu público? [...] Débese por desgracia a los traductores que careciendo de ingenio para crear obras originales las traducen, importando a nuestra patria horribles monstruosidades, que por su misma deformidad, son aplaudidas generalizándose por doquiera, y relajando la moral, las costumbres y la sociedad de la siempre católica y religiosa España» (Sáez de Melgar 1862: 5).

Otros datos valiosos son los que aporta el análisis de los espacios discursivos en los que la presencia del traductor es palpable el paratexto y el texto (el enunciador, el punto de vista, la voz narradora, el ethos, la postura del traductor). En algunos casos se trata de una postura de resistencia, por ejemplo con respecto a la doxa. Entonces, la obra traducida funciona como un contrapunto ideológico y cultural. Mencionemos el caso conocido de la traducción de la obra del neurólogo alemán Paul Julius Moebius La inferioridad mental de la mujer por Carmen de Burgos, publicada en 1905. El prólogo de la autora-traductora no deja dudas acerca de la finalidad de esta traducción: evoca el riesgo de esta labor por el carácter polémico de una obra que se sitúa en la corriente cientifista cuyos argumentos abogan a favor de la inferioridad biológica de la mujer Sus comentarios nos revelan las preocupaciones éticas de la traductora que confiesa: «Al leer quise despojarme de todos los prejuicios; si alguna idea nublaba mi espíritu, interrumpía la lectura para volver a reanudarla pasada la ráfaga de protesta» (Moebius 1905: 5). No se trata de desvirtuar la obra sino de esclarecer algunos conceptos y contradicciones «sombrías» perjudiciales para la reflexión y de dar a conocer un texto «seco, árido, descamado, frío, violento en ocasiones» (Moebius 1905: 10). Un juicio sano y equilibrado supone el conocimiento de todos los argumentos para poder «hablar claro, en voz alta, con valentía» (Moebius 1905: 6). La traducción es una obra de rehabilitación del feminismo clarividente que favorece «la igualdad humana dentro de la justicia equitativa» (Moebius 1905: 7). La neutralización ideológica de la obra traducida se efectúa mediante su inserción en el volumen de tres ensayos suyos sobre la mujer, la ley y la ciencia.

La resistencia a cánones literarios o imposiciones ideológicas se manifiesta también mediante la traducción de obras prohibidas en su país de origen, como en el caso de las que tradujo Carmen de Burgos para la editorial de la Vda. de Rodríguez Serra y la editorial Sempere. En 1904, traduce la obra del conde Gera Mattanich, Loca por razón de Estado, prohibida y secuestrada en Austria y que «trataba de una historia de palpitante actualidad por lo que había sido impresa y publicada en dos días por la casa editorial» (Simón Palmer 2010: 159). En 1906, traduce los dos volúmenes de León Deutsch, Diez y seis años en Siberia, obra prohibida en Rusia en la que se describen las penalidades de los deportados (Simón Palmer 2010: 162).

Otras posturas más «serviles» con respecto a la obra original pueden explicarse por el literalismo tan extendido en el siglo XIX. Faustina Sáez de Melgar, que traduce al castellano la obra del conocido autor de folletines Pierre Zaccone Los dramas de la bolsa (1884), propone a sus lectores un texto «exótico», híbrido en el que confluyen las dos lenguas, española y francesa. Es curioso notar cómo la traductora, habitualmente tan exigente lo referente a la pureza de la lengua, propone con esta novela una versión castellana plagada de giros idiomáticos franceses y expresiones argóticas en la lengua original. Es de suponer que, en este caso concreto, la tolerancia excesiva de Sáez de Melgar se debe a su deficiente conocimiento de los registros populares y coloquiales de la lengua francesa y a su excesivo literalismo. Tampoco puede descartarse la voluntad deliberada de una traducción literal en un momento en que la importación en España de géneros de moda como los mystères, implica una actividad mimética (Botrel 2014a: 66). Adopta una postura distinta en la adaptación de novelas folletinescas publicadas en La Violeta, revista destinada a mujeres y familias de la burguesía y en la que la vaguedad de las menciones como «arreglo libre del francés» o «versión castellana», así como la omisión del nombre de los autores, reflejan la valoración negativa de la actividad traductora, nunca enfocada desde un punto de vista profesional. En este caso los nombres de personajes y lugares extranjeros se sustituyen por equivalentes íntegramente castizos.

Tanto en el caso de esta autora como en el de muchas otras escritoras del siglo XIX e inicios del XX, la traducción no es más que una de las muchas actividades que desempeñan. Como señala acertadamente Francisco Lafarga en su estudio sobre traductoras en el siglo XIX, numerosas mujeres que ejercieron alguna actividad traductora fueron también, y fundamentalmente, autoras originales (Lafarga 2005: 186). Una actividad que responde, como veremos más adelante, a motivos muy distintos pero cuyas fronteras son borrosas. Si en algunos casos, y especialmente para las escritoras de la década de 1860, la traducción se asemeja a una transferencia literariamente tranquilizadora y una vía socialmente aceptable de acercamiento a la escritura, puede llegar a constituir una etapa decisiva en la elaboración y la difusión de una reflexión novadora y comprometida, como fue el caso de mujeres como Carmen de Burgos, Emilia Pardo Bazán, Emilia Serrano de Wilson y Magdalena de Santiago Fuentes.

Del elenco de escritoras del siglo XIX, emergen algunas autoras que no tuvieron una actividad traductora destacada o visible pero que ejercieron un papel indiscutible de mediadoras gracias a la adaptación o, lo que podría llamarse traducción «en segundo o tercer grado», de obras extranjeras, fuente de inspiración y modelos que influyeron en distintos géneros como el ensayo. No se ha tenido bastante en cuenta este tipo de transferencia en la obra de mujeres como Concepción Arenal, Concepción Jimeno de Flaquer y Rosario de Acuña. Para medir la influencia de esta labor traductora indirecta sobre la obra original, se pueden recurrir a datos proporcionados por las mismas autoras sobre sus lecturas o el contenido de sus bibliotecas como lo hace Rosario de Acuña (2007: 778-782). El cotejo de los textos producidos por estas mujeres y las obras de referencia es imprescindible y revelador. En un artículo publicado en 1883 en El Correo de la Moda, Acuña sugiere la lectura de los autores europeos que inspiraron su propia obra: Descartes, Renán, Michelet, Kant, Voltaire, Rousseau o Flammarion entre otros. Es en estas obras en las que buscar la elevación intelectual, los conocimientos y la ilustración10.

El buceo por la biblioteca de Emilia Pardo Bazán muestra su profunda afinidad estética con las letras continentales y, en especial, con las rusas, francesas e incluso alemanas. También abundan las obras anglosajonas aunque no se encuentren forzosamente huellas en su producción periodística (López Quintáns 2011: 264-265).

Las traducciones

¿Qué se traduce?, ¿qué no se ha traducido? En otros términos, ¿cuáles son los criterios y los procedimientos de selección de los propios traductores o de los editores, clientes, mecenas o censores? Cuestiones de esta índole suponen que nos interesemos por los contratos de traductores, la correspondencia con los editores, los archivos de las editoriales, los catálogos de obras traducidas. También suponen que se constituyan bibliografías de traducciones y bibliografías comparables de producciones «originales» en las lenguas de llegada. La evaluación de las transferencias culturales puede apoyarse en la comparación de la producción autóctona con la producción novelística extranjera traducida (especialmente francesa e italiana).

La bibliometría es parte de estos métodos de investigación que nos permiten acceder a conjuntos amplios de textos, obras y constituye una herramienta imprescindible para analizar el flujo de las traducciones entre varias naciones.

Si se considera el caso de España, teniendo en cuenta los distintos géneros, se puede comprobar cierto desequilibrio en los flujos de transferencias. Uno de los casos paradigmáticos es el de la novela. En el período que se extiende de 1840 a 1859, la situación de dependencia de España con respecto a Francia es evidente: «Se publican más de 700 traducciones de novelas, el 80% de ellas francesas» (Botrel 2003: 627). Entre 1878 y 1891, por lo que se refiere al género narrativo en el sentido amplio de la palabra, prácticamente la mitad (49%) de las 1749 obras son traducciones. En la Bibliografía española del año 1902 de las 358 novelas catalogadas, el 60% son traducciones (Botrel 2014a: 64). Tratándose de la literatura lírica o dramática, entre 1830 y 1930, se han identificado no menos de 1200 obras traducidas del francés. La dependencia con respecto a determinados países es otro criterio que conviene tener en cuenta y que no puede disociarse de la tipología de las obras traducidas. En el ámbito de la novela, la presencia de Francia es un hecho incuestionable: predominan novelistas como A. Dumas padre e hijo, O. Feuillet, Chateaubriand, E. de Goncourt, P. Loti, O. Mirbeau, G. Sand, E. Zola, G. Ohnet, T. Gautier, V. Hugo solo por citar a los más célebres (Lafarga & Santa 2009: 415-416).

Por lo que se refiere a la literatura infantil, en su gran mayoría, está traducida del francés, del italiano y del alemán, como lo atestiguan los catálogos de las librerías y editoriales más conocidas. En la «Biblioteca Económica de la Infancia. Colección de novelitas interesantes, amenas y morales al alcance de los niños», publicada bajo la dirección de Joaquín Rubio y Ors, la mayoría de las obras son traducciones o «imitaciones» de autores franceses y alemanes. Pueden extraerse datos relevantes en cuanto a «adaptaciones», «arreglos libres del francés», «imitaciones» en la «Biblioteca Infantil del Apostolado de la Prensa» o en la colección «La Familia Cristiana. Biblioteca de novelas morales, dedicadas a la juventud», sin olvidar la «Biblioteca de Cuentos para Niños» promovida por el madrileño establecimiento editorial de Saturnino Calleja y que privilegia la traducción y adaptación de la obra de autores extranjeros, como los hermanos Grimm o Andersen, entre otros (Hibbs 2004b: 53). En el ámbito de la literatura infantil católica existe una estrecha colaboración con las editoriales católicas francesas como Mame en Tours, Mégard en Ruán, y Gaume o Casterman en París.

La literatura religiosa es otro esclarecedor ejemplo de las múltiples transferencias que se produjeron a lo largo del siglo XIX entre España y países como Italia y Francia e incluso Alemania. La activa participación e incluso el compromiso militante de distintos sectores del catolicismo español, propiciaron la elaboración de redes de publicación, difusión y traducción. Lo que se cotiza en el mercado de las publicaciones es la literatura novelística edificante cuyas referencias son francesas o italianas: Mme de Staël, la condesa de Genlis, Louis Veuillot, Adrien Lemercier, autor y traductor al inglés, o Paul de Musset, autor de novelas cortas sentimentales. Henri Conscience es otro autor de best sellers, traducido del francés y considerado como el Dumas de Bélgica: autor de más de 250 novelas, la mayoría de corte histórico, publicadas entre 1883 y 1900, es uno de los autores europeos más traducidos y «exportados» en el siglo XIX. Walter Scott es otra ineludible referencia. Tampoco puede infravalorarse la considerable producción de literatura religiosa italiana, francesa y alemana traducida, que se propone en España a través de una red compleja y eficiente de libreros, editoriales y apostolados de buenas lecturas. Estas lecturas atemporales contribuyeron al auge de devociones como la del Sagrado Corazón de Jesús, propiciada por las obras del padre Henri Ramière, traducidas por el obispo de Vic José Morgades. El enorme éxito de la obra de Thomas Kempis La imitación de Jesucristo, con dieciséis ediciones distintas en 1879, refleja la vitalidad de una espiritualidad centrada en Cristo. Establecimientos como la Tipografía y Librería Católica y de La Hormiga de Oro (1884) en Barcelona encauzan, distribuyen y controlan la difusión de una literatura piadosa destinada a todas las clases sociales.

En las últimas décadas, se ha prestado más atención a la literatura científica, y más en particular a la médica. En 1874, 38 de los 42 tratados de medicina son traducciones en venta en la librería madrileña de Jubera. La fuerte dependencia con respecto a Francia también se verifica en el caso de la literatura científica (Riera Clement & Riera Palmero 2007: 15)11. Desde 1876 hasta 1896, se producen flujos considerables de obras importadas coincidiendo con la aparición de las nuevas especialidades médicas. Entre los libreros y editores más activos en el campo de la medicina, conviene mencionar a Carlos Bailly-Baillière, de origen francés, que se instaló en Madrid en las primeras décadas del siglo. Su editorial, especializada exclusivamente en medicina y ciencia, creó una red de distribución en las principales ciudades españolas y en América Latina y el Boletín Internacional de Bibliografía refleja el auge del libro médico en España a partir de la década de 1870. En este caso podemos hablar de transferencias multilaterales y plurilingüísticas, ya que se exportaban e importaban libros y se divulgaban obras extranjeras traducidas al castellano. El entramado de editores y libreros especializados en las ciencias es denso y estudios como los de Riera Clement y Riera Palmero han destacado el papel notable de mediación de algunos libreros especializados, como Casimiro Monier cuya Librería Española y Extranjera, fundada en Madrid en 1845, fue adquirida en 1876 por Fernando Fe, un antiguo colaborador de Bailly-Baillière. Entre 1850 y 1900, el 20% de las mil ediciones traducidas eran obras médicas. El consumo de obras médicas cubre un extenso abanico (manuales de medicina, diccionarios, enciclopedias, monografías, informes de conferencias, sin olvidar los artículos de prensa) y se explica por la apremiante necesidad de formación que conllevó la emergencia de nuevas especialidades como la ginecología, la higiene y la homeopatía (Subías Martínez 2014: 54). La traducción y la difusión de las obras médicas corrieron principalmente a cargo de médicos y editores, como en el caso de Rafael Ulecia y Cardona, pediatra, director de la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas (1877-1920) y fundador de los Anales de Obstetricia, Ginecopatía y Pediatría, que tradujo una de las obras más populares del médico francés Séverin Icard, La femme pendant la période menstruelle. Étude de psychologie morbide et de médecine légale (1890) (Subías Martínez 2014: 59-66). El traductor de la obra de Icard es un experimentado traductor cuyas reflexiones resultan muy valiosas para apreciar la complementariedad entre actividades múltiples a la que aludimos antes.

Este tipo de material estadístico bibliográfico tiene que completarse con los datos referentes a las importaciones directas de libros traducidos desde Francia, Alemania y otros países europeos como Italia, la traducción de artículos extranjeros en las revistas y la prensa cotidiana, sin olvidar la traducción del español hacia otras lenguas como el catalán. No olvidemos tampoco la importación y adaptación de imágenes, un flujo duradero y muy importante en el siglo XIX que se benefició del progreso de las artes gráficas y de los avances tecnológicos en los transportes y comunicaciones. Estos progresos materiales permitieron el desarrollo de las ilustraciones españolas y su distribución en los mercados extranjeros e hispanoamericanos. Merecen mención especial trabajos recientes y muy bien documentados sobre transferencias culturales y científicas en las ilustraciones españolas, como el de María Vicenta Corell Doménech, autora de un estimulante trabajo de investigación sobre el estudio y el análisis de la divulgación de la ciencia en La Ilustración Española y Americana (1869-1898). Marta Giné, Marta Palenque y José M. Goñi (2013), en otro trabajo, han mostrado la vocación cosmopolita de esta ilustración, verdadera ventana abierta hacia horizontes extranjeros y cuya vocación enciclopédica favoreció una amplia penetración de la cultura extranjera presente bajo todas sus formas: literatura, arte, historia, ciencia. Conviene destacar para esta ilustración creada por Abelardo de Carlos su inserción en el contexto internacional, apoyándose en una notable red de distribución y representantes en España y en el extranjero. Al igual que otras revistas, La Ilustración Española y Americana contaba por lo general con buenas ilustraciones y grabados, muchas veces importados de otras ilustraciones europeas. La circulación de grabados, imágenes e ilustraciones se organizaba dentro de un entramado eficiente de publicaciones extranjeras. Es de notar que La Ilustración Española y Americana había firmado un convenio con la Illustrated London News (1842) y L'Illustration (1843), publicación francesa dirigida por Alexandre Paulin para difundir de forma simultánea un grabado en las tres revistas (Corell Doménech 2013: 53).

Los procesos: ¿dónde se hacen, imprimen, publican, distribuyen, comentan y leen las traducciones?

Para tomar la medida de la complejidad de estos procesos habría que reflexionar sobre los vehículos de difusión de los textos traducidos, los lugares de publicación y sobre el propio habitus de los traductores es decir, dónde viven y trabajan. Este apartado remite a algunas de las reflexiones metodológicas anteriores.

Los espacios de producción y distribución contribuyen a la instauración de redes en las que circulan conceptos, normas y prácticas, a veces marginales (por ejemplo para escapar a la censura). Ya se han mencionado algunos vehículos de distribución como la prensa y las revistas de carácter general o las ilustraciones, como editoriales y bibliotecas pero también habría que tener en cuenta asociaciones y apostolados. La democratización de la lectura favorece el desarrollo de las llamadas «bibliotecas populares» cuyo desarrollo fue estimulado, entre otras causas, por la Iglesia y los estamentos eclesiásticos que se preocupan a lo largo del siglo por controlar material e ideológicamente el impreso. La «Biblioteca Universal Económica del Real Colegio de las Escuelas Pías» de San Fernando en Madrid, la librería Religiosa creada en 1846 por el P. Antonio María Claret, la Asociación de Buenas Lecturas del jesuita Francisco de Paula Garzón funcionan como auténticas empresas vinculadas a editoriales, librerías e imprentas en las grandes ciudades y que editan y distribuyen centenares de obras traducidas o adaptadas (Hibbs 2005b: 211). En su estudio sobre las bibliotecas populares ilustradas en España en la década de 1850, Jean-François Botrel ha puesto de relieve la importación y circulación de grabados extranjeros y de obras traducidas que alimentan la «Biblioteca Universal», fundada por Ángel Fernández de los Ríos12.

En algunos casos, la actividad traductora se ejerce en el entorno privado, considerado por algunas mujeres del siglo XIX como el único espacio legítimo de escritura y de creación. La práctica de la traducción no corresponde entonces a una fuente de remuneración ni a una mediación cultural sino a una actividad anónima que puede ejercerse en la intimidad del hogar y que resulta compatible con los deberes domésticos.

Muchas veces los traductores-mediadores se sitúan en espacios nacionales o transnacionales de los que son también parte los autores, los agentes literarios, los censores, los críticos. Según la teoría del skopos, la traducción constituye un eslabón en la cadena de acciones sucesivamente llevada a cabo por un haz de actores distintos13. Desde un punto de vista histórico, resulta interesante analizar los factores o situaciones que condicionan la estructura y la evolución de estas redes, como por ejemplo los apoyos institucionales y las asociaciones profesionales, sin olvidar los ateneos, casinos y sociedades que eran centros de reunión, de tertulia, de debate intelectual, artístico y científico.

En el caso de muchas mujeres escritoras del XIX, su labor pedagógica y su inserción en redes institucionales condicionaron la labor de traducción. Para la escritora y traductora Faustina Sáez de Melgar los círculos de amistad y los contactos profesionales a través de la prensa favorecen su presencia en áreas semipúblicas e incluso públicas. Su residencia en París como cronista internacional constituyó una vía privilegiada de acercamiento a la cultura literaria francesa. Sin llegar a desempeñar un papel de mediadora tan activo como el de Magdalena de Santiago o la propia Emilia Pardo Bazán, propició la «importación» y la difusión de escritores de cierto prestigio internacional como Pierre Zaccone y Carmen Sylva.

Las redes también pueden ser institucionales, como la de la Junta de Ampliación de Estudios, de clara filiación krausista. Magdalena de Santiago participa en la renovación pedagógica del último cuarto de siglo, período en el que la carrera de magisterio brinda nuevas posibilidades laborales, económicas y culturales. Se conceden becas a maestras para su formación en el extranjero y muchas de ellas aprovecharon estas oportunidades para entrar en contacto con las novedades literarias y científicas europeas. Profesora de la Escuela Normal central de Madrid, esta autora dedica sus primeros años de maestra en Huesca al conocimiento del mundo de la edición y traba duraderas relaciones con el empresario y editor Leandro Pérez. Su presencia en la prensa local, y luego nacional, es una etapa decisiva para acceder a un espacio público de expresión. Su visión cosmopolita y su extensa cultura fueron propiciadas por varias estancias en el extranjero donde viaja como becada: Francia, Bélgica, Suiza, Italia y Portugal. En la estela de mujeres comprometidas como Concepción Arenal, presente en los ámbitos internacionales de la sociología, de Pardo Bazán y de Carmen de Burgos, traductoras de obras comprometidas y relacionadas con editoriales vanguardistas, M. de Santiago urde una red duradera de contactos en tomo a la traducción de obras de feministas extranjeras. Su colaboración con la prestigiosa «Biblioteca Sociológica Internacional», dirigida por Santiago Valentí Camps, editor asociado al establecimiento de Henrich y Cía, le facilitó la traducción y divulgación de textos emblemáticos como el de la socióloga y pedagoga Ellen Key De l'amour et du mariage (1906).

Como otras mujeres de su época, Emilia Serrano de Wilson se benefició de un intenso entramado de relaciones asumiendo su papel de mediadora políglota para desarrollar su ideal pedagógico. Incansable viajera entre París y Madrid, emprende varios viajes a Europa y América desde 1905. Tiene una prolífica actividad periodística como redactora y directora en La Guirnalda, El Último Figurín (del que es propietaria desde 1872), La Caprichosa, mensual redactado en castellano y publicado en París y que se anunció como «revista universal del nuevo mundo». Como sus coetáneas españolas afincadas en Europa, es buena conocedora de la alta sociedad londinense y parisina y tejedora de relaciones que disponen de medios de comunicación (Ortega 2006: 107). Sin lugar a dudas, estos vínculos a nivel internacional, así como su familiaridad intelectual con escritores como Lamartine y A. Dumas, que acudían a su casa, estimularon su compromiso como escritora y traductora y su mediación cultural en territorios híbridos. Sus traducciones, como Margarita, novela bretona, se publicaron en La Caprichosa, una revista cuyo éxito se debía a su amplia difusión entre los españoles que vivían en las capitales europeas (Ortega 2006: 109).

El viaje es una fuente continua de enriquecimiento y, como para Emilia Pardo Bazán, se viaja desde la propia sensibilidad y desde el propio bagaje de lecturas y conocimientos. De esta continua actividad viajera brota un especial interés por lo ajeno, por el Otro.

Las finalidades

¿Por qué traducir, o por qué no traducir? Hay que interesarse por la interacción entre los distintos procedimientos de la traducción, las normas vigentes dentro de las culturas de acogida y las restricciones políticas o económicas que se ejercen sobre la actividad de traducción. El análisis de los motivos o causas generales así como de las relaciones entre las distintas causas que generan las traducciones no constituyen un mero enfoque epistemológico más o menos especulativo. Entre estas interacciones nos parece oportuno mencionar las restricciones políticas o económicas que se ejercen sobre la propia actividad traductora, así como las distintas temporalidades en las que se manifiestan varias modalidades de transferencia. Por otra parte, los estudios más sociológicos de la traducción ponen en evidencia la convergencia entre editores, mercados y redes distribuidores, lectorados y traductores.

Para el grupo de escritoras de la clase media española, cuyas afinidades literarias y sociales se habían gestado en el contexto político de la España de Isabel II, el temor a meterse de lleno en la escritura como afirmación creadora justificaba a sus ojos el recurso a moldes establecidos y a la práctica de la traducción (Hibbs 2004a). Mujeres como Faustina Sáez de Melgar, Pilar Sinués de Marco y Antonia Rodríguez de Ureta ilustran esta situación ambigua en la que la legitimación de la escritura pasa por la traducción. En cuanto a los motivos y objetivos de la traducción para Pilar Sinués de Marco, resultan esclarecedores los paratextos, como el que encabeza la traducción de la novela Sibila de Octave Feuillet: «Sibila es el triunfo del catolicismo sobre el desolado ateísmo de nuestros días» (Hibbs 2008: 328). Muchas de las novelitas francesas traducidas por esta autora tienen un evidente contenido moralizador y se publican en revistas como El Ángel del Hogar (1859-1860) y El Correo de la Moda. En este caso, la traducción supone la reelaboración aséptica de obras cuyos autores no representan un verdadero aliciente comercial y Sinués de Marco oscila constantemente entre la explícita afirmación de su vocación literaria y el rechazo culpable de una posible emancipación creadora. Si la traducción es un taller experimental de escritura, conviene escoger las obras que representan un modelo ideológica y literariamente aceptable. La traducción y, mejor dicho, la adaptación de novelitas de la conocida y piadosa Mathilde Bourdon demuestra cuán importante resulta la importación de un género de talante religioso y didáctico. La traducción de obras extranjeras ortodoxas también es, a ojos de Antonia Rodríguez de Ureta, el mejor camino para adentrase en la escritura. Esta novelista, directora de la Semana Católica de Barcelona (1889-1902), gran admiradora de los escritores edificantes franceses, había adquirido los derechos exclusivos de traducción de las obras de Mme Cloven. Sospechamos que las preocupaciones morales no son las únicas en el caso de esta inspectora de la enseñanza secundaria en Asturias y directora de una revista que tiene ciertas dificultades financieras. Como para sus coetáneas también involucradas en la gestión editorial, Faustina Sáez de Melgar, Ángela Grassi y Pilar Sinués de Marco, la adaptación de obras de autores conocidos constituía un incentivo más para los lectores. En su estudio sobre Carmen de Burgos traductora, Simón Palmer destaca su frenética actividad de traducción en más de seis editoriales y algunas veces de modo simultáneo. Los motivos de este trabajo intenso son muchas veces económicos aunque haya que matizar según la editorial de que se trate y del tipo de autor traducido (Simón Palmer 2010: 158). La elección responde también a una afirmada voluntad de mediación cultural y a cierto compromiso ético, como en el caso de la traducción de la obra de Helen Keller, Historia de mi vida (1904), un texto directamente relacionado con su labor pedagógica en la Escuela Normal y de Sordomudos y Ciegos. Este compromiso con ideas y culturas afines se expresa mediante la traducción de obras de Max Nordau, que compagina con su obra de crítica literaria y de recuperación de la cultura sefardita.

La traducción se convierte a menudo en un medio imprescindible para fijar posturas y compromisos en los debates de actualidad. Ya se ha mencionado el caso conocido de Emilia Pardo Bazán, que desempeña la labor traductora como auténtica mediación. Una mediación que no se limitaba al proceso meramente lingüístico sino que constituía una reflexión sobre las diferencias literarias, sociales y políticas que separaban el entorno de la obra original y el entorno de recepción. Varios investigadores han recalcado la función social de su labor de mediadora y su interés por elaborar una poética de la traducción. Al traducir la novela Los hermanos Zemganno de Edmond de Goncourt, Emilia Pardo Bazán redacta un estudio preliminar en el que subraya los rasgos de la obra que le servían para defender sus propias ideas (Marín Hernández 2007: 343)14. Con esta traducción, elabora un manifiesto literario, una propuesta para digerir el Naturalismo francés tomando de él solo aquellos componentes que le permitan recuperar elementos de la tradición española. Al acometer la reescritura de obras extranjeras, ejerce una función de mediadora cultural, literaria y afirma con inaudita vitalidad su visión cosmopolita, más allá de las fronteras establecidas. La tarea del traductor se asemeja a un compromiso personal y también colectivo, como lo demuestra su versión castellana del ensayo de Stuart Mill, La esclavitud femenina, publicado por el autor inglés en 1869. En el prólogo recalca les diferencias que existen entre la sociedad inglesa y la española por lo que se refiere a la lucha por la igualdad de la mujer. Una vez más, esta labor le sirve para reivindicar la filiación intelectual con la obra y el pensamiento de determinados autores y filósofos.

La coexistencia de distintas prácticas de la traducción pueden responder a motivos económicos o éticos. El interés de Larra por la obra del francés Lamennais se explica por circunstancias políticas y religiosas particulares como se ha señalado en otra parte de este trabajo. En un contexto aún lastrado por las veleidades teocráticas de la Iglesia y la actitud defensiva e incluso ofensiva de determinados sectores del catolicismo español, Larra reclama una religión en la que se hermanen la libertad y el sentido democrático. El español conoce la obra de Lamennais en el viaje que realiza a París en 1835, y publica su traducción de Paroles d'un croyant con el título El dogma de los hombres libres. Palabras de un creyente (1836) con un extenso prólogo que expone el programa político y religioso del traductor. De lo que se trata con esta traducción, afirma Larra, es de vulgarizar la obra de Lamennais en España y seguir adelante con la obra de cambio iniciada por los distintos gobiernos liberales desde la Constitución de Cádiz.

¿Cómo se traduce?

El estatuto del traductor-mediador, su ubicación en redes de índole diversa, su prestigio, su condición de escritor así como la valoración de la actividad traductora son factores que inciden en las prácticas. El conocimiento de estas prácticas supone que se preste atención a la recepción de que fueron objeto tales traducciones y al concepto de traducción de la época.

Como recalca D'hulst, la historia de los métodos de traducción, de sus técnicas está muy documentada e implica el estudio de las normas o del canon, así como de sus variaciones. Unas variaciones que reflejan los discursos sobre la traducción y las percepciones y representaciones del lenguaje y de las lenguas. Los modos de la traducción no pueden disociarse de la finalidad de una actividad enmarcada en un espacio y una temporalidad determinados, ni de los múltiples eslabones de una cadena compleja.

Las consideraciones históricas de Antoine Berman (1984 y 2012) sobre las prácticas de traducción en la Alemania romántica o sobre los orígenes de la traducción en Francia y la concepción de la actividad traslativa para mediadores como Jacques Amyot en los siglos XV y XVI, reflejan el interés y la riqueza de un área de investigación que desborda el marco lingüístico. El cuidadoso cotejo de los textos traducidos con los originales, así como las propias justificaciones y explicaciones (cuando existen) de los traductores pueden guiarnos en este recorrido. Los traductores pueden ser artesanos y creadores de lenguas nacionales, de literaturas, difusores de conocimientos, importadores de valores, compiladores de diccionarios terminológicos pioneros de la lengua que propician los contactos lingüísticos y la renovación de las literaturas nacionales. Pueden emprender su tarea aisladamente o desde estructuras institucionales, comerciales y culturales distintas; también pueden realizar su labor traductora de manera colectiva dentro o fuera de «gremios» de traductores, con el propósito de influir en un área específica de los conocimientos y de la cultura15.

Este tipo de situación nos proporciona más datos sobre el proceso traslativo en sí mismo y se acompaña a veces de una verdadera reflexión sobre los efectos de una traducción sobre la lengua receptora. Los científicos y vulgarizadores del siglo XIX propiciaron debates y reflexiones acerca de lo que era el lenguaje científico, sobre la integración de neologismos percibida a veces como un enriquecimiento, y otras veces como una amenaza para la «pureza» de la lengua. La memoria «Sobre la necesidad y medios de formar diccionarios tecnológicos», presentada por Ramón Arízcun en el Congreso Literario Hispanoamericano de 1892, es una buena ilustración de las preocupaciones por elaborar diccionarios especiales y vocabularios técnicos «que completen el léxico universal» y que resuelvan las dificultades de los que, para dar satisfacción a los apuros del momento, recurren a términos «de carácter exótico inaceptable» (Subías Martínez 2014: 77-78). La traducción puede llegar a valorarse entonces como una herramienta de renovación del lenguaje y de los conocimientos. Esta función de renovación puede ser estética o ideológica cuando supone la importación de nuevos modelos de inspiración. Pero las transferencias que se producen mediante diferentes soportes, incluyendo formas orales, populares o sabias, en marcos y temporalidades múltiples, sobrepasan las meras relaciones bipolares y generan comportamientos distintos: ignorancia de lo que viene de fuera, dependencia que puede transformarse en rechazo de las propias identidades, competencia con finalidades hegemónicas.

La advertencia de un Mesonero Romanos en 1840, cuando afirmaba que «Nuestro país en otro tiempo tan original, no es en el día otra cosa que una nación traducida» (1925: 156), revela los temores respecto a la penetración del Otro, de las diferencias. Unos temores que explican las denostadas críticas de los traductores a lo largo del siglo XIX, responsables a ojos de muchos de la perversión de la lengua y de la dependencia extranjera. También revela las tensiones constantes entre nacionalismo y cosmopolitismo en el marco de las relaciones internacionales y refleja los distintos modos de apropiación que pueden producirse.

La literatura comparada recoge desde casi hace un siglo una cantidad considerable de informaciones acerca de la recepción y la asimilación de las traducciones literarias pero sin tener siempre en cuenta de manera suficiente las implicaciones de conceptos como «éxito» o «influencia». Respecto a las modalidades de apropiación habría que distinguir entre el consumo superficial, impulsado por modas (novelas señalizadas, folletines) como en el caso de las pictóricas traducciones de un A. Dumas en el siglo XIX, y la digestión o asimilación que supone una fertilización de lo propio por lo extranjero, la existencia de una pluralidad dentro de una unidad dinámica. Estos equilibrios tan sutiles relativizan la naturalidad de las fronteras, tal y como nos recuerda Ortega y Gasset, traductor en su momento, autor traducido, filósofo de la diversidad de las lenguas: «Esta muchedumbre de modos europeos que brota constantemente de su radical unidad y revierte a ella manteniéndola es el tesoro mayor de Occidente» (Ortega y Gasset 1930: 10).

Conclusiones

La historia de la traducción es parte de esta historia más amplia de las transferencias interculturales. El estudio de sus modalidades y sus actores, así como los espacios y los tiempos en los que se producen dichas transferencias, implica una perspectiva interdisciplinaria y colectiva que permita superar las tradicionales fronteras disciplinarias y los conceptos binarios (lengua de partida-lengua de llegada, nacional-internacional).

La reflexión sobre la traducción no puede encasillarse dentro de géneros o subgéneros fijos (novela, ensayo, prefacio, artículo, etc.) y el concepto de género facilita el análisis de la recíproca retroalimentación entre formas distintas.

Las dificultades del estudio de las transferencias se deben a que éstas constituyen un proceso opaco, en parte invisible, y solo parcialmente observable (D'hulst 2014: 87). Para superar estas dificultades, el investigador puede proceder por etapas. La primera consiste en delimitar un espacio y una temporalidad en los que puedan identificarse «objetos» o productos para los que existen indicios de un proceso de transferencia: visibilidad de los agentes y actores, técnicas de transferencia o efectos de las transferencias en la cultura de llegada. La segunda consiste en analizar las características más asequibles para la observación, así como sus interrelaciones (textos traducidos, marcos institucionales, políticos y culturales, poética lingüística) desde perspectivas interdisciplinarias y complementarias. La confrontación de todos estos elementos, así como sus relaciones dialécticas, que generan nuevos procesos, permiten tener en cuenta la evolución histórica y los constantes reajustes de las transferencias interculturales.

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