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La situación del intelectual

Ricardo Gullón





En una crónica publicada en el semanario Destino, de Barcelona, José Pla analiza agudamente la situación del intelectual contemporáneo, caracterizada, entre otras cosas, por la posibilidad de enriquecerse, o al menos, de ganar considerables sumas, gracias a la pluma. Los intelectuales vivían hasta hace poco tiempo esperanzados por la idea de la gloria, la aspiración a la inmortalidad y otras ilusiones que parecían tener valor bastante para compensarles de la falta de dinero y de las consecuencias naturales de la pobreza. El escritor sabía que su senda no llevaba a la prosperidad y se sacrificaba gustoso al ideal, o si se quiere, al mito de la Obra -así, con mayúscula.

Pero ya no sucede esto. La vida es dura. Como dice Pla: «Actualmente, los intelectuales quieren vivir como un fabricante, como un comerciante, como un corredor de Bolsa, como un contribuyente cualquiera.» La aspiración es legítima, pero evidentemente entraña consecuencias que deben ser afrontadas de cara. Acaso la más importante es la señalada por el agudo articulista cuando irónicamente advierte que «el único camino (reservado al intelectual) es tratar su producción a través de un ángulo meramente económico». Y tal se va realizando en muchos casos. El escritor abandonará la novela o el ensayo que le hubiera gustado escribir, en cuanto advierta, o su editor se lo haga ver, los improbables rendimientos del texto malhadado y acertará, en cambio, tareas que le son indiferentes, si productivas. Artículos, emisiones de radio, versos para juegos florales, libros de encargo... todo servirá, si rinde.

Y el intelectual vive mejor. Se siente considerado, persona importante. Su mujer -si la tiene- forma excelente idea de sus capacidades. Por desgracia, hay dos o tres pequeños motivos de contrariedad: lo que escribe no vale nada. La competencia es cada día mayor, pues si para los Karamazof hizo falta un Dostoiewsky y para Fortunata y Jacinta fue necesario un Galdós, la glosa de los sucesos sensacionales del día tanto da que la escriba él -ilustre Pérez- como su colega, el estúpido Fernández.





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