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«Empujados por la primera guerra, en 1917 vinieron a presentarse en México las bailarinas entonces famosas, Antonia Mercé, "La Argentina", y Tórtola Valencia, la primera en el Teatro Colón y la última en el Arbeu» (José Luis Martínez, Op. cit., p. 788). A Antonia Mercé, López Velarde le dedicó La estrofa que danza; a la otra, Fábula dística; ambos poemas fueron incluidos en Zozobra. El otro poema, dedicado a las piernas de Anna Pavlowa, sería publicado póstumo en El son de corazón. Carlos Pellicer, recordando su amistad con López Velarde, dice que «además de muchas otras cosas, nos unió la admiración por esas dos grandes bailarinas», y se refiere a la Mercé y a la Valencia (Entrevista con Carlos Pellicer por Carmen Aguilar Zinser, «Excélsior», México, 6 de febrero de 1971). Alejandro Quijano relató también el entusiasmo que tuvo López Velarde por «La Argentina» y cómo su poema, publicado originalmente en la revista «Pegaso», apareció también en los programas de lujo de la función de beneficio de la Mercé, lo que dio ocasión a que estos versos fueran, en el teatro mismo, «objeto de comentarios, reservados unos, adversos otros, admirativos muchos» (López Velarde, claque de «La Argentina», «El Universal», México, 22 de junio de 1924).

 

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A los contemporáneos de López Velarde convenció poco este poema, y sus innovaciones y osadías formales indignaron a algunos de los críticos de entonces. Véase el siguiente juicio: «Del poeta de La Sangre Devota al de La doncella verde media una distancia sensible. El cantor de la vida provinciana [...] extraviado ahora por el sendero de las extravagancias, acopla versos y más versos, atropellando deliberadamente el ritmo, ejecutando malabarismos musicales ingratos al oído, sutilizando la metáfora hasta convertirla en nebulosa, perdiéndose en la oscuridad de figuras incomprensibles a fuerza de quintaesenciadas» (José de J. Núñez y Domínguez, Las poetas jóvenes de México y otros estudios literarios nacionalistas, Bouret, México, 1918, p. 22).

 

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Como en la Salve, 1917, ZO. Un año después Vallejo abre Los heraldos negros con esta definición de esos «dolores tan grandes» de la vida: «Son las caídas hondas de los Cristos del alma».

 

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Allen W. Phillips interpreta «parda» por oposición a «combustible», como «conciencia» está aquí en oposición a «carne», y ve en ese color una nota ascética por asociación con el sayal (Op. cit., p. 227).

 

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Señala José Luis Martínez (Op. cit., pp. 791-792) que la parte más moderna e innovadora de la poesía de López Velarde recibió desde el principio manifestaciones de incomprensión o malquerencia, de quienes preferían que el poeta siguiera siendo, incansablemente, el de las dulces odas y elegías a los morosos encantos lugareños (véase la nota 3). Y reproduce -en la nota al poema Humildemente (ZO)- la siguiente conversación entre Ramón López Velarde y Enrique Fernández Ledesma: «A propósito de estos fenómenos, que constituyen lo que ha dado en llamarse la estética arbitraria de Ramón... hablábamos de la torpeza y necedad con que un personaje literario había comentado La última odalisca, que era el más reciente poema de mi amigo. Éste, tras de arrojar su desdén en una sonrisa escéptica, exclamó: "¿Es posible que tales hombres, con tal ceguedad, intenten depurar el mundo? Por sonreírme de su asombro he de escribir un poema tan simple, tan cristalino, tan llano, que los desconcierte. Dirán que he vuelto a lo que juzgan mi sencillez de expresión; pero nunca sabrán que en ese poema no les dejé ver sino lo que yo quise que vieran...". A raíz de estas confidencias nació Humildemente, obra maestra de emoción, de vigor... y de técnica» (Enrique Fernández Ledesma, Ramón López Velarde, «México Moderno», Año I, n.º 11-12, l.º de noviembre de 1921, p. 264).

 

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En El sueño de la inocencia todo el pueblo se baña en su llanto, como si su recuerdo tuviera que pasar a través de la contrición para que el mundo del pasado vuelva a vivir.

 

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O. Paz, Cuadrivio, cit., p. 114.

 

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En esto concuerdo con otros críticos y en particular con Allen W. Phillips. No piensa así en cambio Octavio Paz, para quien la muerte prematura vino a interrumpir su creación «en el momento en que tendía a convertirse en una contemplación amorosa de la realidad, tal vez menos intensa pero más amplia que la concentrada poesía de su libro central Zozobra» (O. Paz, Cuadrivio, cit, p. 69). El ciclo poético de López Velarde me parece a mí, más bien, completo y circular como un dragón que se muerde la cola.

 

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Pedro de Alba, Magia andaluza en la poesía de López Velarde, en Homenaje a Francisco Gamoneda, Imprenta Universitaria, México, 1946, p. 47.

 

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Las bastardillas son mías.