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Mirèio, Pouèmo prouvençau de Frederi Mistral, Avignon, 1859. Todas las citas que hago del poema corresponden a esta edición. Las traducciones en español son mías.

 

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El retrato de Vincèn, en el primer canto, p. 10.

 

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«Ço que disié, lou brassejavo, / E la paraulo i 'aboundavo / Coume un ruscle subit su 'n reviéure maien. // Li grihet, cantant dins li mouto, / Mai d'un cop faguèron escouto; / Souvènt li roussignòu, souvènt l'aucèu de niue / Dins lou bos faguèron calamo; / E pretoucado au founs de l'amo, / Elo, assetado sus la ramo, / Enjusqu'à la primo aubo aurié pas plega l'iue» (Lo que él decía, lo gesticulaba y sus palabras llovían sobre los campos segados de mayo. // Los grillos, cantando en los terrones más de una vez callaron para escuchar; a menudo los ruiseñores y el pájaro de la noche hicieron silencio en el bosque; y ella, el alma conmovida, sentada en la enramada, no habría cerrado los ojos hasta la madrugada, canto primero, p. 42).

 

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Canto décimo, pp. 412-416.

 

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«O moun paure Vincèn, mai qu'as davans lis iue? / La mort, aquéu mot que t'engano, / Qu'es? uno nèblo que s'esvano / Emé li clar de la campano, / Un sounge que reviho à la fin de la niue! // Noun, more pas! Iéu, d'un pèd proumte / Sus la barqueto deja mounte... / Adiéu, adiéu!... Deja nous emplanan sus mar! [...] Ai!... coume l'aigo nous tintourlo! / De tant d'astre qu'amount penjourlo, / N'en trouvarai bèn un mounte dous cor ami / Libramen poscon s'ama!...» (Oh, mi pobre Vincèn, ¿pero qué tienes en los ojos? La muerte, esta palabra que te engaña, ¿qué es, ¡una niebla que se disipa con el repique de la campana, un sueño que despierta al final de la noche! // ¡No, no muero! Con pie ligero subo ya en el barquito... ¡Adiós, adiós!... ¡Ya nos internamos en lo ancho, en el mar! [...] ¡Ah, cómo nos mece el agua! Entre tantos astros suspendidos allá arriba, encontraré seguramente uno, donde dos corazones amigos puedan amarse libremente!..., canto duodécimo, p. 490). Es un topos clásico: el amor que se reproduce en el más allá, todavía muy humano, pero ya libre para siempre de la amenaza de la muerte. Los versos de Mistral evocan los de otro poema bucólico y católico: «y en la tercera rueda / contigo mano a mano / busquemos otro llano, / busquemos otros montes y otros ríos, / otros valles floridos y sombríos, / donde descanse y siempre pueda verte / ante los ojos míos, / sin miedo y sobresalto de perderte» (Garcilaso de la Vega, Égloga primera, vv. 394-407).

 

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«L'as vist au front de la nouvieto, / Quand, plan-planet, dins la draieto / Caminavo à la glèiso eme soun nòvi?... Vai, / Pèr lou parèu que lou chaupino, / Aquéu draiòu a mai d'espino / Que 1'agrenas de la champino, / Car tout n'es eilavau qu'esprovo e long travai!» (canto décimo, p. 414).

 

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O. Paz, El lenguaje de López Velarde, en Las peras del olmo, cit., p. 72. Y luego, «el prosaísmo de López Velarde y de otros poetas hispanoamericanos procede de la conversación, esto es, del lenguaje que efectivamente se habla en las ciudades» (O. Paz, Cuadrivio, cit., p. 75).

 

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Mirèio, como Fuensanta, es la más bella de las mujeres, cura los males, es dulce y pura (v. Mirèio, canto primero, p. 14). Cuando charla con su enamorado, las aves solícitas escuchan la plática (ibidem, p. 42) y con ella se comunica en vivo diálogo todo el paisaje que la rodea y al cual ella pertenece y encarna (ibidem, canto octavo, p. 332 y ss.).

 

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«Enfin, e pèr coumpagno au bèu damiselun, // Sèt felibre vole que vèngon; / E, 'mé de mot que s'endevèngon, / E mounte enaussaran lou noble roudelet, / Vole qu'escrigon sus de rusco / O sus de fueio de lambrusco / Li lèi d'amour; e tau di brusco / Lou bon mèu coulo, tau van coula si coublet» (canto tercero, p. 104).

 

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La muchacha se halla ya en el trance de la muerte, arrebatada por una visión mística y Vincèn llora enloquecido de dolor: «Tu, la perleto de Prouvènco, / Tu, lou soulèu de mi jouvènço / Sara-ti di que iéu, ansin, dóu glas mourtau / Tant lèu te vegue tressusanto?...» (Tú, la perla de Provenza, tú, el sol de mi juventud, ¿tendrá que ser así que yo te vea tan pronto empapada en el sudor frío de la muerte?, canto duodécimo, p. 490).