Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

121

N. O. Brown, Op. cit., p. 138.

 

122

De manera explícita, la teoría freudiana de la angustia pone sobre el mismo plano el nacimiento y la muerte como crisis de separación (Cfr. S. Freud, Inibizione, sintomo e angoscia, en Op. cit., vol. 10, pp. 66-69).

 

123

La famosa aseveración de Roland Barthes en la Introducción al Analisi del racconto (trad. it. Bompiani, Milán, 1969, pp. 34-35), «colui che parla (nel racconto) non è colui che scrive (nella vita) e colui che scrive non è colui che è», es verdadera hasta un cierto punto. El que habla en la narración, o el yo narrador o el yo poético, puede separarse tanto de quien escribe como el que escribe puede separarse del que vive o del que es, hasta el punto paradójico explicitado en una historia como Borges y yo (J. L. Borges, El Hacedor, 1960). Y como dice G. Genette (Figures III, Ed. du Seuil, Paris, 1972), hablando de Proust, aunque no se puede negar que existe una relación entre el contenido narrativo de una obra y la vida del autor, la existencia de esa relación no justifica que se use la segunda para hacer un análisis riguroso del primero. No los desmiento. Sin embargo, la separación radical entre ambas realidades me parece retórica. Por otra parte, se sabe que el poeta está menos diferenciado de su yo íntimo que el narrador. En el caso de López Velarde no uso el yo biográfico para analizar el yo poético -cosa que no sería incoherente con una lectura psicoanalítica-; pero me sirvo de un elemento de su biografía para confirmar algo que surge de su imaginería poética: el deseo de regreso al útero o, lo que es lo mismo, la pulsión de muerte.

 

124

José Luis Martínez, Op. cit., pp. 11-12. Otro testimonio es el que recoge Elena Molina Ortega, quien dice que el 15 de junio del 1918, cuando cumplía treinta años, el poeta quiso pasar esa tarde en el campo, solo, hasta ver morir el sol. Permaneció mucho tiempo de pie en una de las lomas cercanas a Mixcoac. Según la biógrafa, el poeta sentía que había cumplido su ciclo vital y se preparaba, en grave y dulce paz, para la muerte (E. Molina Ortega, Op. cit., p. 55).

 

125

En la poesía de López Velarde, como vimos, esta mujer aparece como la que puede sintetizar sus instintos. En la vida no lo era tal vez tampoco ella. Dice Carmen de la Fuente: «No se trata de una mujer sencilla, sino de una iluminada; su alma sufre los arrebatos místicos y su carne por alcanzar la ingravidez de los espacios cósmicos» (C. de la Fuente, Op. cit., p. 94).

 

126

L. Mumfford, Culture of Cities, Harcourt, Brace, New York, 1938, p. 271 y ss.

 

127

G. Bachelard, La poética del espacio, cit., p. 20.

 

128

O. Paz, Introducción a la historia de la poesía mexicana, en Las peras del olmo, cit.., p. 29.

 

129

La contraposición entre la vida urbana y la vida rural caracteriza toda la historia de los países latinoamericanos (Cfr. José Luis Romero, Campo y ciudad: las tensiones entre dos ideologías, en «Culturas», vol. V, n.º 3, América Latina y el Caribe: identidad y pluralismo, Unesco, París, 1978, pp. 31-51). Del mismo historiador, véase Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1976.

 

130

La llamada Novela de la Revolución Mexicana se podría incluir en un área más vasta de la «novela rural», o la «novela campesina», es decir, novelas ambientadas en el campo, además de formar parte, por otras razones, de la «novela política» (Cfr. Luis Alberto Sánchez, Proceso y contenido de la novela hispanoamericana, Gredos, Madrid, 1953).