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111

N. O. Brown, Op. cit., p. 125.

 

112

Piensa también así Phillips (Op. cit., p. 156). Es curiosa en cambio la confusión de Carmen de la Fuente (Op. cit., pp. 91-94) que identifica la Dama de los Guantes Negros con el amor capitalino de López Velarde, es decir con Margarita Quijano, a quien ella, sin nombrarla, alude inequívocamente. Según ella, además, en el poema El sueño de los guantes negros se reúnen las dos mujeres amadas por el poeta (Op. cit., pp. 105-106); la interpretación no parece, sin embargo, suficientemente justificada.

 

113

Los puntos suspensivos indican las palabras ilegibles en el original.

 

114

Contrariamente a lo que creen Octavio Paz (Cuadrivio, cit., p. 95), y José Luis Martínez (Op. cit., p. 794), López Velarde terminó; este poema. Phillips (Op. cit., p. 60) señala que González de Mendoza lo oyó íntegro dos veces, una de ellas donde Tablada. Véase por otro lado el testimonio de Manuel Horta (recogido por Elena Molina Ortega, Op. cit., p. 90) y el de Enrique Fernández Ledesma (ibidem, p. 94). Cuenta este último que hallándose una noche en el Ministerio de la Gobernación donde Ramón trabajaba como abogado consultor, su amigo le mostró un poema terminado poco antes. Era El sueño de los guantes negros. «Lo tenía escrito a lápiz, en el reverso de un sobre de oficio, pero la plombagina era tan suave, que la parte final del manuscrito, borrado por el roce del bolsillo, apenas podía leerse; le advertí que el poema acabaría por desaparecer, si no lo fijaba con tinta o mandaba copiarlo a la máquina. Él hizo uno de aquellos mohínes que le eran peculiares y que querían decir: "¿Para qué?", añadiendo, a manera de transacción: "¿Y mi memoria? Todavía tengo buena memoria...". Sobrevino la muerte del poeta y el original, en mis manos, fue aún más ilegible que cuando lo vi en la Gobernación. Lentes poderosos, reactivos... todos los recursos para avivar la escritura fueron inútiles».

 

115

A pesar de que mi lectura es esencialmente freudiana, y G. Bachelard se aleja no sin cierto fastidio del psicoanálisis, me parece que podría ser iluminante releer las imágenes de vuelo de López Velarde y todo lo que en él constituye una imaginación aérea a la luz de las teorías bachelardianas, expuestas en L'air et les songes, Essai sur l'imagination du mouvement, José Corti, París, 1943. Sería interesante comprobar si estos sueños de vuelo que aparecen en sus últimos poemas, no surgen abruptamente, sino que son coherentes con lo que Bachelard llama una imagination aérienne, la cual podría rastrearse sobre todo en las viejas composiciones de La sangre devota. Por otra parte, un poeta de substancia aérea está estrechamente ligado al agua. Y hemos visto qué gran importancia tienen el mar y la lluvia en López Velarde. La suspensión en el aire es para Bachelard el correspondiente de la suspensión en el agua, y el deseo latente de volver a la cuna (o de recuperar la cuna) alimenta ambas fantasías, la aérea y la acuática.

 

116

La idea se repite en otros poemas. En «Me parece que por amar tanto / voy bebiendo una copa de espanto» (En mi pecho feliz, SC), la rima une «espanto» y «tanto» como para sugerir justamente que el horror deriva del exceso.

 

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El ejemplo más drástico de hambre de absoluto -expresada en el ejercicio del mal como acto de subversión contra la naturaleza y de afirmación de la propia individualidad- que se transforma en su contrario, es decir, en el deseo de autoaniquilación, es Sade, a quien ya hemos puesto en relación con nuestro poeta a causa de sus tendencias sadianas latentes. A propósito de autoaniquilación, Sade dejó escrito en su testamento: «Una volta ricoperta la fossa, vi saranno seminate sopra delle ghiande, affinché trovandosi in seguito il terreno della detta fossa ricoperto di vegetazione, ed il bosco trovandosi folto come era prima, le tracce della mia tomba scompaiano dalla superficie della terra, come io mi lusingo che la mia memoria scompaia dalla memoria degli uomini» (Apollinaire, L'Oeuvre de Sade, París, 1909, pp. 14-15, citado por Bataille, Op. cit., pp. 99-100).

 

118

N. O. Brown, Op cit., p. 103.

 

119

S. Freud, Nevrosi e psicosi (1923), en Op. cit., vol. 9, pp. 611-615.

 

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Son famosas al respecto las imágenes de Treinta y tres (SC): «Yo querría gustar del caldo de habas, / mas en la infinidad de mi deseo / se suspenden las sílfides que veo / como en la conservera las guayabas», que José Emilio Pacheco interpreta así: «La estrofa parece transparente en un sentido menos edificante: el insípido caldo de habas, platillo predilecto de nuestra clase media hasta los cuarentas, es el símbolo de la vida conyugal y la domesticidad que a veces atraen a López Velarde; pero el mundo ("Harén y Hospital") está lleno de mujeres que encienden sus deseos y evocan el conflicto infantil entre la obligatoriedad de la sopa y la tentación y la dulzura del postre» (Op. cit., pp. 163-164). Pacheco responde así polémicamente a Eugenio del Hoyo que había escrito: «Aquí el "caldo de habas", a mi juicio, representa el ascetismo cristiano, la "cuaresma opaca"; y las guayabas en conserva, la sensualidad ardida y mahometana que lo apartaba, indomable, del camino de salvación» (E. del Hoyo, Jerez, el de López Velarde, México, 1956, p. 94). Y luego, en el mismo poema Treinta y tres, es muy significativa la contraposición de los dos tipos femeninos, Ligia y Zoraida: «Me asfixia, en una dualidad funesta, / Ligia, la máttir de pestaña enhiesta, / y de Zoraida la grupa bisiesta».