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La niña

Concepción Gimeno de Flaquer





Una niña es un ser sagrado: representa la familia futura, un mundo de ilusiones y esperanzas acariciadoras, la misteriosa página del libro del porvenir.

La vida de una niña debe sernos muy querida porque, al troncharse, se marchitan quizá las semillas de grandes ideas; tal vez el germen de más perfectas generaciones.

Las niñas son la alegría del hogar, las inseparables compañeras de la madre, la fiesta de la vida.

La madre debe conservar cuidadosamente la inocencia de la niña, porque destruir esa inocencia es agostar la infancia, es arrebatarle la felicidad.

La infancia de una niña es la alborada de un día de mayo, el crepúsculo matinal de un cielo sin nubes, la fresca brisa impregnada de fragancias y armonías; la mañana de la vida, pura, radiante, serena.

Las niñas que por descuido de sus padres han perdido la inocencia, ofrecen un triste espectáculo: hállanse en el otoño de la vida, sin haber gustado las delicias de la primavera; son flores frescas rodeadas de amarillentas y secas hojas.

¡Cuánta lástima inspira la vejez moral al retratarse en la sombría frente de una niña que siempre debía verse risueña!

La niña a quien se ha rasgado el cendal del candor es una enferma del alma. Al perder el candor, pierde una niña la encantadora espontaneidad infantil que tanto seduce, la fascinadora gracia que tan adorable la hace.

Las niñas despojadas de su inocencia se convierten en mujeres en miniatura, y como fenómenos de la naturaleza, son siempre antipáticas y ridículas.

¡Madres! A vosotras está fiada la misión de velar por la inocencia de esos ángeles terrestres llamados niñas. No deshojéis las flores de la inocencia antes que lo haga la mano del tiempo.

Las niñas que presumen de mujeres son cual los frutos de estufa, se corrompen sin haber estado en sazón; tienen una vida ficticia, artificial.

¡Madres! No ofrezcáis galas a las niñas; ofrecedles muñecas.

Una niña sin muñeca no tiene la alegría de aquellas niñas que revolotean cual alegre bandada de mariposas, convirtiendo el hogar en jardín de la existencia.

Una niña sin muñeca es una desheredada de la fortuna, debe considerarse sola en el mundo, porque le falta su confidente, su primera amiga, la depositaria de sus expansiones.

Cuando veáis una joven taciturna, de tez marchita y de alma envejecida, compadecedla; es una joven que no ha tenido infancia, porque no tuvo muñecas.

Una señora dotada de corazón ternísimo regaló una muñeca a una pobrecita que mendigaba. Esta limosna nada vulgar, que muchos seres no comprendían, fue una limosna de amor. La muñeca era para la menesterosa la realización de un hermoso sueño, era una alegría real, una felicidad tangible que podía estrechar entre sus brazos.

Indudablemente aquella señora era madre y comprendía las necesidades morales de una niña.

Las jóvenes de carácter sombrío y concentrado, son aquellas a las cuales han faltado las alegrías de la infancia.

Prolongad la infancia de las niñas y prolongaréis su ventura.

Todo sonríe en esa edad bendita. La primavera es el espejo de la niñez, de esa edad preciosa en que se gozan bajo el materno regazo venturas inefables; de esa bendita edad, en la cual no hay pesar que dure un momento, ni desdicha que pase de un segundo, ni amargura que no se dulcifique en el instante. Gocemos todo el tiempo posible de los placeres de la edad temprana, inseguros siempre en la edad provecta.

¡Amemos a las niñas! Ellas son muchas veces el eslabón que une la cadena conyugal cuando se halla rota por el desamor.

Las niñas embellecen la existencia; ellas saben hacernos sonreír cuando el dolor nos abruma, ellas saben desarrugar el más adusto ceño.

¡Educad bien a las niñas! La discreta tolerancia con sus defectos es una culpa que más tarde os reprocharíais.

¡Qué desconsolador, qué humillante debe ser para una madre oír la siguiente frase! «Hago a usted responsable de mis defectos; ¿por qué no me educó usted mejor?»

¡Qué inmensa pena debe sentir la madre que ha merecido tal acusación!

La madre debe ser la educadora de las niñas; el eterno le ha confiado tan augusta misión.

Nadie conoce a la niña cual su madre: hay entre ambas una corriente simpática, un hilo misterioso que las atrae.

La madre posee una secreta magia que le permite comprender a la niña balbuciente: solo la madre conoce la clave de los enigmas del corazón de la mujer.

Las niñas son la alegría, la dicha, la paz del hogar: una casa sin niñas es un vergel sin flores.

¡Benditas sean las niñas!





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