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El teatro de arte en Madrid


Una loable tentativa de arte constituye la actualidad literaria en Madrid. Trátase del Teatro libre, a semejanza del fundado en París por L. Poe. En Madrid la institución llámase simplemente teatro de arte y ha escogido como escenario el de la Ciudad Lineal, simpática sala de espectáculos en las afueras de la villa, en un apacible y pintoresco sitio.

El plan de trabajos de los organizadores consiste en dar series de funciones, en que sucesivamente se representen obras maestras del teatro escénico, de todos los géneros, sin prejuicios de escuela ni de tendencia, pero elegidas entre las que, por circunstancias especiales de originalidad de orientación, incompatibilidad con el gusto corriente y dificultades, escenográficas o de otra índole, no sean representables en los teatros actuales.

Los gastos originados por esas funciones han de satisfacerse por quienes se adhieren a la idea, fijándose de antemano para cada serie la cuota con que cada uno debe contribuir.

La primera de estas series -que ha empezado ya- consta de cuatro funciones, representadas los días 26 y 30 de Mayo y 10 y 15 de Junio corriente. La función primera se compuso de Teresa (pieza en un acto), de Clarín, y El escultor de su alma, de Ángel Ganivet (tres actos).

La segunda función compúsose, de Sor Filomena, de los Goncourt (tres actos), y Peregrino de Amor, de Brada (un acto).

En la tercera función, que se representará el día 10 de Junio, pondráse en escena Cuando caen las hojas, de José Francés (un acto), Trata de Blancas, de Bernardo Shaw (cuatro actos). Y por último, la cuarta función se compondrá de El sueño de un Crepúsculo de Otoño, de D'Annunzio (un acto) y La Rousalka, de Eduardo Schuré (cuatro actos).

Estos programas que he enumerado, dan clara idea de las preferencias del teatro de arte, cuyo espíritu es del todo análogo al teatro de l'Oeuvre de París.

He aquí, por lo demás, cómo explican sus propósitos los adheridos hasta hoy, entre los que figuran, por cierto, Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Ramón del Valle Inclán y otros nombres tan ilustres como éstos:

«Sinceros amantes del arte escénico, síntesis y compendio de todas las bellas artes; dolidos y apenados del industrialismo que parece ser razón única de su vida, pretendemos crear, no frente al teatro industrial, sino a su lado, y completándole para dar la fórmula del teatro íntegro, un teatro de arte, un teatro que pueda ser, según la frase feliz de Lucien Muldfeld, «un laboratorio de ensayos donde libremente sean puestas en práctica nuevas fórmulas de arte».

»Eclécticos, convencidos de que la belleza no es patrimonio de una secta ni de una escuela, pretendemos abrir ese teatro a todas las tendencias, sin pedir a los que las sirven más que sinceridad en su amor a lo bello y a lo verdadero.

»Libres de prejuicios que no sean el culto a la belleza, todas las ideas nos parecen admisibles, a condición sólo de que el arte las decore y muestre; todas las respetaremos, aun no siendo las nuestras, aun oponiéndose rudamente a ellas, con tal de que su escudo sea el anhelo artístico, puro y elevado, incapaz de buscar cereales en campo de laureles.

»Nuestra empresa es noble y laudable, y, para realizarla, llamamos a los hombres de buena voluntad, de espíritu amplio y rectitud de intención suficiente para que nada pueda parecerles pecaminoso y atrevido, mientras no traspase los límites del decoro y de la licencia y lleve como garantía la sanidad del propósito. Llamamos a los hombres de buena voluntad y de cultura de espíritu suficiente para constituir el público de vanguardia que desbroce el camino y abra horizontes nuevos al arte escénico del porvenir.

»Queremos con nosotros a cuantos sientan la necesidad de elevar el nivel intelectual, moral y estético del teatro; a cuantos quieran trabajar en esa elevación que ha de darnos el definitivo derrumbamiento de las fórmulas viejas que oprimen y anquilosan el arte escénico: el arte escénico, que por ser la vida misma en acción, mayor libertad y movimiento necesita.

»Nuestro programa es amplio, porque amplio es el terreno por conquistar, pero su amplitud no nos arredra porque no tenemos por enemigos la impaciencia ni la premura; convencidos y seguros por ello de nuestro triunfo, no nos urge vencer; nuestra labor es obra de precursores y sus efectos no son a fecha fija.

»Si somos pocos, procuremos ser los mejores y practiquemos el apostolado del ejemplo; que cada día tenga su trabajo, y la labor, por ardua que sea, será realizada. Nuestro trabajo de hoy, trabajo de iniciación, aparte se declara; nuestro propósito es lo que importa, y para él pedimos adhesiones y apoyo.

Démosle los que como nosotros sientan y piensen y el arte escénico será algún día en España algo más que entretenimiento de desocupados y buscavidas de menesterosos».

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Restando de estos párrafos tales o cuales frases hechas y períodos sonoros, ripio indispensable de todo manifiesto, programa o exposición de miras, queda en el fondo la expresión de un propósito moderno, loable por todos conceptos, noble y sereno, para el que deseo la mejor suerte.

No hay que ocultar, empero, que esta empresa del teatro libre, que fracasó en un país como Francia, donde las ideas nuevas se abren paso fácilmente, tienen muchos escollos. Uno de ellos está en la elección de piezas.

Suele suceder, y de hecho ha sucedido en algunos centros extranjeros, que los adheridos o iniciadores llevan fines muy particulares, de un egoísmo disculpable, si se quiere, pero que mina las bases mismas de una institución de este género.

Consisten estos fines en representar las obras propias, aquellos ensayos más o menos audaces o más o menos imperfectos que no merecieron la acogida de otros empresarios, o lo que es peor todavía, piezas sin mérito alguno que desprestigian desde luego la calidad del repertorio.

Los miembros de este cenáculo tienen cada uno su drama (¡qué menos puede pedirse a autores inéditos!), y como las veladas son reducidas y los dramas de los socios incontables, el teatro libre se reduce a un teatro de familia, en que las obras maestras de los autores nacionales y extranjeros ceden el paso a los ensayos dramáticos de los socios. Pasa en esto algo análogo a lo que sucede con los editores de libros modernos, cuando son, a la vez que editores, autores. Sus primeros propósitos se refieren a la divulgación de las grandes obras, de aquellas que por sus tendencias avanzadas no han encontrado acogida en las casas editoriales por mayor. Pero como el libro inédito del editor hace cosquillas, se empieza por editarlo mientras se traduce el otro, y al cabo resulta aquello una sociedad de ediciones de familia también, en que la obra maestra no asoma por ninguna parte.

Si en España se salva este escollo que en otras naciones de Europa no se ha salvado; si los adheridos al teatro de arte tienen el suficiente desinterés para ayudar a la representación de las grandes obras dramáticas españolas o extranjeras, sin pensar en las que ellos guardan en el fondo del cajón; si se constituye un tribunal de seriedad y prestigio, que dictamine acerca de las obras que merezcan representarse, el bello intento de crear un teatro libre florecerá vigorosamente, porque aquí abundan aptitudes para la obra escénica, además del tesoro de piezas dramáticas españolas que no han sido suficientemente representadas por lo osado de sus tendencias.

Por lo pronto, casi en su totalidad, es de alabar la lista de las que se han elegido:

La Teresa, de Clarín; El escultor de su alma, de Ganivet, y la Rousalka, de Schuré, son obras capitales, que deben conocerse, y ciertamente que la Sor Filomena de los Goncourt y El Sueño de un Crepúsculo de Otoño, de D'Annunzio, no necesitan recomendaciones ni elogios.

Esperemos, pues, que la noble idea fructifique y traiga nuevos estímulos y nuevo vigor para la moderna producción dramática en España, tan abundante ya y tan preciosa.