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La invención del espacio en un cuento «maravilloso» galdosiano: el Madrid de Celin

Ángeles Ezama Gil





El cuento galdosiano Celin se ubica en un espacio imaginario constituido por la ciudad de Turris y el río Alcana. La ficcionalidad de este espacio se corrobora mediante su ubicación en el marco de un sistema convencional de referencias espaciales de carácter ficticio; de ahí proceden los topónimos de Utopia y Trebisonda1, el primero de los cuales remite al éxito del género utópico en el siglo XVI, a partir de la Utopía de Tomás Moro2, en tanto que el segundo conduce al lector a ese escenario real, pero lejano y exótico, de algunos libros de caballería3. Con la doble distancia, espacial y temporal, se consigue crear ese efecto de irrealidad necesario para ambientar un relato construido de acuerdo con las convenciones del cuento maravilloso, pero en el cual tales convenciones no son sino un medio fácil de abordar un escabroso tema, el del despertar femenino a la vida mediante el descubrimiento del sexo.

Celin, por tanto, es un cuento maravilloso sólo en parte, fundamentalmente en lo que concierne a los personajes y sus aventuras, en tanto que componentes narrativos como el tiempo y el espacio, pese a construirse de forma deliberadamente ambigua y confusa, tienen una marcada base realista.

El recurso a los espacios imaginarios citados no consigue, por tanto, alejar la sospecha de que tanto la ciudad de Turris como el río Alcana envuelven un referente real, muy familiar para Galdós. Turris semeja un remedo del Madrid de la segunda mitad del XIX, ciudad que está experimentando importantes cambios urbanísticos, como lo testimonian los sucesivos proyectos de Ensanche propuestos para ampliar la capacidad de la capital. Por su parte, el Alcana, recuerda lejanamente al Manzanares, reiterado objeto de burlas por su escaso caudal, pero también de varios proyectos de canalización para el mejor aprovechamiento de sus aguas. Por tanto, en las páginas que siguen, analizaremos el proceso de ficcionalización enmascarador al que es sometido este espacio, mediante recursos como la invención toponímica, la ambigüedad, y la alteración de las coordenadas espaciales, aproximándonos para ello a la geografía madrileña, su hipotético referente.




La invención toponímica

El espacio en que se ubican los personajes de Celin es la ciudad de «Turris», topónimo que Alan Smith interpreta, a partir de su doble sentido etimológico -torre, palomar-, en términos simbólicos -símbolo de España, símbolo fálico-4. Al nombre podría dársele, no obstante, otro sentido, teniendo en cuenta el gusto galdosiano por la invención onomástica de carácter popular; tal vez podría relacionarse con la expresión «turris burris» que el narrador pone en boca de Nicolás Rubín en Fortunata y Jacinta5, y que equivale a «confusión»6. Esta segunda interpretación me parece más adecuada porque todo el cuento es una pura confusión tanto en lo temporal como en lo espacial, habida cuenta del embrollo urdido en la mente del cronista ebrio.

Los estados de Polvoranca y de Pioz a que pertenecen los personajes se ubican en la geografía de Madrid y sus aledaños. Polvoranca, a dos leguas de Madrid7, y Pioz pertenece a la provincia de Guadalajara8. Otro topónimo inequívocamente madrileño es el de los Pozos de nieve, situados al final de la calle Fuencarral, donde se ubicaba la antigua Puerta de los Pozos de nieve, luego llamada de Bilbao9.

También constituye un indicio espacial significativo la referencia del narrador al «País» en el que se lamenta la muerta de D. Galaor, que se sustituye a renglón seguido por el «Reino»10. Este último término remite a la novela inmediatamente anterior a Celin, Fortunata y Jacinta11, donde Baldomero Santa Cruz se lo aplica a España, en su defensa del país frente a los ataques de Moreno Isla.

El río que bordea Turris es el «Alcana», término que significa «alheña, arbusto oleáceo». Podría pensarse, no obstante, en una creación léxica, a partir de «canalis», que viene de «canna», anteponiéndole el artículo árabe «al».

Otro topónimo reiterado en el cuento es del Nuestra Señora del Buen Fin o Santa María del Buen Fin, iglesia en que D. Galaor es enterrado. Es un nombre inventado que evoca, en la geografía madrileña, los de Santa María12; Santa María del Buen Suceso13; o Santa María del Buen Consejo14. Pero también, por sus características arquitectónicas, recuerda las parroquias de San Francisco el Grande15, y San Isidro el Real16. El homónimo convento del Buen Fin podría representar a cualquiera de los que fueron objeto de la desamortización y posteriormente utilizados con fines militares: San Francisco el Grande, Nuestra Señora de Atocha, el de Santo Tomás o el del Carmen Descalzo17.

En el espacio del cuento convergen, además, una serie de instituciones sospechosamente semejantes a las que reúne una ciudad como Madrid en la segunda mitad del XIX: el Senado18, el Congreso19, la Bolsa20, el Tribunal de Cuentas21, el Depósito de Caballos padres22, la Fábrica de Tabacos23, la Fábrica de Gas24, el barrio del Hipódromo25, y la casa de los locos26.




La ambigüedad

La mayoría de los lugares por los que atraviesan los personajes del cuento se hallan sin determinar. Así, se habla de calles céntricas y comerciales, barrios excéntricos, una calle con tabernas, un parque, un sitio solitario y abierto, un barrio de gitanos, una gran plaza, un bosque, una aldea. En otros casos se utiliza el nombre genérico en vez del específico, cf.: la cárcel27, la Plaza de Toros28.




Alteración de las coordenadas espaciales

La ciudad de Turris y el río Alcana experimentan frecuentes alteraciones en sus coordenadas espaciales; estas alteraciones podrían relacionarse con los cambios urbanísticos experimentados por la ciudad de Madrid en el XIX y con las naturales oscilaciones del volumen de agua en el Manzanares.

Con respecto al urbanismo hay que recordar que éste es un tema atractivo para Galdós, que se interesa por él en sus viajes por algunas capitales europeas, y en algunos de sus artículos periodísticos y novelas. Así ve Galdós la ciudad de París en su primer viaje29:

Devorado por febril curiosidad, en París pasaba yo el día entero calle arriba, calle abajo, en compañía de un plano, estudiando las vías de aquella inmensa urbe [...] A la semana de este ajetreo ya conocía París como si éste fuera un Madrid diez veces mayor. [...]

El resto de mi tiempo, en aquel verano, lo empleaba paseándome, observando la transformación de la gran Lutecia, iniciada por el Segundo Imperio. Los Bulevares Haussmann, Malesherbes, Magenta y otros de la orilla derecha, así como los de Saint Germain y Saint Michel en la otra orilla izquierda, estaban en construcción. No se veían más que derribos de barrios enteros y enormes hileras de andamios. Los progresos de esta reforma pude observarlos al año siguiente.



Y así reflexiona sobre el urbanismo madrileño:

Ninguna otra población ha pasado en menos tiempo de la categoría de villorrio grande a la capital populosa y bella. [...]

Es lástima que este colosal crecimiento no se haya sujetado a un buen plan de urbanización. En la traza de los hermosos arrabales que hemos visto alzarse del suelo, como por encanto, existe bastante desorden. Faltan casi en absoluto las grandes y espaciosas líneas que deben unir el centro viejo con las extremidades nuevas, y los servicios municipales, rutinariamente organizados, no se acomodan a la actual grandeza de esta capital30.



Por último, en su novela Lo prohibido (I, 4)31 José María Bueno de Guzmán se refiere a Raimundo, un personaje de imaginación desenfrenada, entre cuyas obsesiones se cuenta la del urbanismo:

Mira, chico, anoche me acosté pensando que era alcalde de Madrid, no un alcalde de tres al cuarto, sino un auténtico barón Haussmann. Me quité de cuentos. Madrid necesita grandes reformas. Como disponía de mucha guita, mandé abrir la Gran Vía de Norte a Sur, que está reclamando hace tiempo esta apelmazada Villa. ¿Ves lo que se ha hecho en la calle de Sevilla? Pues lo mismito se hizo en la calle del Príncipe, es decir, demolición completa de todo el lado de los pares. Después, rompimiento de la misma calle hasta la de Atocha... hasta la de la Magdalena... Por el otro lado varié la dirección de la calle de Sevilla, y enfrente, en la casa donde está el Veloz-Club, hice otro rompimiento hasta la Red de San Luis.



Los proyectos para el ensanche del núcleo urbano de Madrid arrancan del Proyecto de mejoras generales de Madrid de Mesonero Romanos, que se suma a otros escritos del mismo autor sobre la reforma de la capital32, y continúa con el de Carlos María de Castro en 1860, para terminar con el de Arturo Soria en 1894 (Ciudad Lineal). El plan Castro es, sin duda, el más relevante para el período que nos ocupa, y se traduce en un trazado en cuadrícula, con las calles orientadas en dirección Norte-Sur y Este-Oeste, y en una zonificación de la ciudad, que implica una separación de clases33.

En Celin Turris es una ciudad que se mueve, pero casi nunca en su centro, sino en sus barrios, con lo que su plano resulta variable; la dificultad de traducir en palabras la extraña movilidad de la ciudad de Turris se manifiesta en la redacción del manuscrito, sujeta a no pocas vacilaciones:

La ciudad de Turris <es semoviente. Tiene como un movimiento de rotación> se mueve <, pero no como con trepidación>. No se trata de terremotos, no; es que la ciudad anda <sin> por <??> declinación misteriosa del suelo, y sus extensos barrios <no componen hoy el?> cambian de sitio sin que los edificios sientan la más ligera oscilación <El plano de Turris es pues variable. Parécese>, ni puedan los turriotas apreciar el movimiento misterioso que los lleva de una parte á otra. [...] /// [...] veces <una> la calle que anocheció curva, amanece recta sin que se pueda apreciar el momento del cambio. Los barrios del Norte aparecen inopinadamente al Sur <, y el movimiento subterráneo que determina estos ¿saltos maravillosos? es tan inapreciable al sentido de los turriotas como los movimientos cósmicos del planeta. Los felices>34.



El movimiento de Turris determina el cambio de coordenadas espaciales, y con él una confusión urbanística de la que también da testimonio la prosa vacilante del manuscrito, cf.:

La cárcel <se ha corrido> / se ha corrido/ al Oeste. Hay tendencias en el Senado á <correrse> <juntarse con la> derivar hacia los Pozos de < > nieve. La Bolsa firme, (quiere decir que no se ha movido). Todo el barrio <de> / del / Hipódromo> El convento de Padres <Carmelitas Descalzos, con> / Capuchinos Agonizantes, unido / <á la Fábrica de Tabacos? marcha> / á la Dirección de Infantería y al hotel de Asia, marcha / costeando el barrio de los judíos, hacia la Fábrica de gas35.



En esta singular ciudad los tranvías apenas acusan el cambio: «Lo más particular es que las líneas de tranvías sufren poco o nada, pues sus carriles se acomodan á la dirección del movimiento»36. A este respecto hay que recordar que, desde 1871, fecha de implantación del primer tranvía madrileño37, se crean sucesivas líneas de tranvías con destino a los distintos barrios: la de Estaciones y Mercados (Puerta del Sol-Plaza de la Cebada), la de Madrid (Puerta del Sol-Princesa/Hipódromo), la del Norte (Puerta del Sol-Cuatro Caminos), la del Este (Ventas del Espíritu Santo-Ronda de Embajadores), y la de Leganés (Plaza Mayor-Leganés)38.

Por otra parte, el Manzanares, cuyo escaso caudal de agua constituye un objeto constante de burla para los escritores españoles desde el Siglo de Oro39, es también objeto de algunos proyectos de canalización durante los siglos XVI, XVII y, en particular, el XIX, como señala Mesonero Romanos en su Manual de Madrid40; a uno de estos proyectos se refiere Galdós en un artículo de 186541.

En el cuento, el Alcana se caracteriza como un río de curso caprichoso:

Y aquí es preciso repetir la explicación que se dio referente a la ciudad. El río Alcana variaba de curso cuando le parecía. Unas veces corría por el Este, otras por el Oeste42.



de corto caudal:

Que poco fondo tiene -murmuró Diana, llegando hasta tocar son sus pies la corriente-. Aquí no podría ahogarme. Vamos más allá. Celin, pareces tonto. Llévame a donde el río sea muy profundo43.



y apenas capaz de regar la ciudad:

la misteriosa ley determinante de su curso vagabundo le imponía la obligación de no inundar nunca la ciudad. [...] En ocasiones alejábase hasta una y dos leguas de la ciudad; otras se acercaba tanto que lamía los muros de la < > Inquisición y de la Fábrica de Tabacos, o se rascaba en los duros sillares del palacio44.



es, además, navegable:

En cambio, las naves que surcaban el río, las potentes galeras de Indias, cargadas de plata, se quedaban en seco con las hélices enterradas en fango, y era forzoso esperar a que el río volviera a pasar por allí45.



El proyecto de canalización para el Alcana que se recoge en Celin, enlaza también con los absurdos proyectos de los arbitristas de los Siglos de Oro y con la «política hidráulica» que se halla en la base del regeneracionismo finisecular:

Soñó, pues, la dama que estaba con dos o tres amiguitas suyas en la tribuna del Senado, oyendo a su papá pronunciar un gran discurso en apoyo de la proposición para el encauzamiento y disciplina del río Alcana. El marqués pintaba con sentido acento los perjuicios que ocasionaba a la gran Turris el tener un río tan informal, y proponía que se le amarrase con gruesas cadenas o que se le aprisionase en un tubo de palastro46.



Las alteraciones espaciales causadas por el misterioso movimiento de la ciudad y el río no permiten determinar de modo exacto los itinerarios recorridos por los personajes, aunque sí aproximarnos a ellos. Estos itinerarios son dos, el primero cubierto por Diana sola, y el segundo por Diana acompañada de Celin, siendo el punto de encuentro entre ambos los barrios excéntricos por donde vagabundea Celin.

El recorrido de Diana se realiza desde el centro antiguo hacia las afueras, partiendo del palacio de Pioz47, pasando luego por calles céntricas y comerciales en las que se encuentran reunidas tiendas de lujo, cafés, y teatros48, por barrios excéntricos con rejas, una calle con tabernas49, un parque, casa pobres, un sitio solitario y abierto, edificios monstruosos, fábricas, la Fábrica de Gas, y una casa destechada, hasta el Resguardo50.

El itinerario de Diana y Celin bordea las afueras de la ciudad y termina en un bosque. Su punto de partida es la iglesia de Santa María del Buen Fin, pasa luego por una torcida calle, el desamortizado convento del Buen Fin, la casa de locos, un barrio de gitanos51, la Casa de los jesuitas, y tina gran plaza52, llega a los límites entre la ciudad y el campo, pasa junto a las tapias de los corrales de la Plaza de Toros, el viaducto del ferrocarril53, un prado, una vereda bordada de plantas, unas breñas entre rocas, una angosta cañada, unos salvajes montes54, una carretera, una aldea, un bosque...

La confusión del pasado y el presente, tan productiva desde el punto de vista temporal, apenas si alcanza al espacio, ya que la geografía urbana que se reproduce es la del siglo XIX, salvo excepciones, v. gr., la panorámica general de la ciudad contemplada por Diana:

Miró a diestro y siniestro, pero como por todos lados viera techos negros, torres altísimas, almenados muros y pináculos góticos, la pobre niña no sabía adonde volverse55.



La referencia luego corregida, al «convento de Padres <Carmelitas Descalzos>»56 y al «barrio de los judíos»57 o la del edificio de la Inquisición58.

En fin, para concluir, Galdós, pese a su manifiesta intención de construir un relato «fantástico»59, no consigue su objetivo sino en parte, ya que, al menos por lo que concierne al espacio, el narrador sigue aferrado a su geografía de siempre, la que se articula en torno a esa omnipresente ciudad de Madrid60. El propio escritor reconoce en el prólogo a la segunda edición en volumen de Celin, las dificultades que encuentra para desasirse del «natural»:

Nunca como en esta clase de trabajos he visto palpablemente la verdad del chassez le naturel & ... Se empeña uno a veces, por cansancio o por capricho, en apartar los ojos de las cosas visibles y reales, y no hay manera de remontar el vuelo, por grande que sea el esfuerzo de nuestras menguadas alas. El pícaro natural tira y sujeta desde abajo, y al no querer verle, más se le ve, y cuando uno cree que se ha empinado bastante y puede mirar de cerca las estrellas, éstas, siempre distantes, siempre inaccesibles, le gritan desde arriba: «zapatero a tus zapatos...»61.







 
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