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¿Juegos florales, señor Altamira?

19 de agosto de 1993


Digan, de verdad, cómo se lo montaban nuestros ilustres antepasados. A principios de siglo, en Alicante, como en tantos otros lugares, los juegos florales eran toda una institución, entre el verso, la erudición y el ringorrango social. En el mes de agosto, y dentro del programa de festejos con motivo de las fiestas patronales en honor de la Virgen del Remedio, el Ayuntamiento entraba en un celo poético desbordante. Los expedientes que se conservan en el Archivo Municipal no dejan lugar a dudas. Correspondencia, nombramientos, invitaciones. Todo en abundancia.

En 1902, el doctor José Gadea Pro, a la sazón alcalde de la ciudad, se puso manos a la obra. Desde su majestad la reina doña María Cristina, hasta el ex-alcalde Alfonso de Sandoval y Bassecourt, barón de Petrés, pasando por el obispo de Orihuela, por el grande de España y senador vitalicio, marqués del Bosch, Rafael Beltrán y Ausó y Ángel Fernández Caros, ambos senadores del Reino, Club de Regatas, Casino, Cámara de Comercio, Diputación Provincial, y la nómina no se agota, todos habían donado premios para los aún anónimos y esforzados paladines de la rima y de la sabiduría.

Con tan notables personalidades de por medio, Gadea Pro tenía que escoger una pieza fundamental y lo suficientemente digna para no desmerecer entre el brillo de tan generosos y encumbrados colaboradores el mantenedor. De forma y manera que, tras pensárselo lo suyo, decidió que el profesor Rafael Altamira cumpliría aquel papel con la mayor solvencia. Sin más, le escribió una emocionada carta. Altamira le contestó, con fecha cinco de julio del ya referido año, lleno de gratitud y de modestia. «(...) Ese puesto que me ofreces es de los que no puedo aceptar -le confiesa en uno de sus párrafos-. En primer término, porque me obligaría a interrumpir mi veraneo, que en mí no es simple recreación, sino cumplimiento de un mandato higiénico, indispensable para mi salud, y que me veda todo esfuerzo intelectual. En segundo término, porque yo no sirvo para esas cosas. Hace falta para ello ser un gran orador o un hombre político de notoriedad, y yo no soy lo uno ni lo otro. El género de los trabajos al que me he dedicado me ha apartado rápidamente de esos soportes oratorios y haría un mal tercio, estoy seguro. Además, y dicho sea entre nosotros, tengo mis dudas en cuanto a la eficacia de los juegos florales (...). Razonable y contundente, a Altamira no le iban las florituras espectaculares. El bueno del doctor Gadea posiblemente se mosqueó con la delicada negativa del profesor que no quiso mantener tanta pompa.




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Tren de baños

20 de agosto de 1993


¿Sabían ustedes que el alcalde Juan Bueno Sales las pasó canutas para reactivar el turismo, en tanto todos los partidos políticos con representación municipal, pretendían crucificarlo, por supuestas irregularidades administrativas? Caramba, con lo que se movió el buen hombre y, encima, apaleado.

Verán, como los veraneantes no afluían a nuestras playas, por razones de recursos y transportes, el alcalde desplegó una intensa actividad cerca de las empresas ferroviarias al objeto de restablecer los denominados trenes de baños, en los que viajaban hasta nuestra ciudad importantes contingentes de forasteros, a precios reducidos. Pero, ciertamente, los resultados fueron más bien escasos.

Así, el director general de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante, le respondió el 21 de junio de 1921, advirtiéndole que «ni los elementos de transporte de los trenes especiales, ni la situación económica, permitían el planteamiento de rebajas sobre los precios en vigor». Por su parte, la compañía de Ferrocarriles Andaluces alegó que era imposible acceder a su petición de trenes extraordinarios y billetes reducidos, que se habían suprimido años atrás, pero no obstante «estaban estudiando las posibilidades de aumentar el servicio entre Elche y Alicante». Tan sólo José María Serra, director de los Ferrocarriles Estratégicos y Secundarios (el actual trenet) estableció que los pasajes de precio especial que tenían una duración de cuarenta y ocho horas, ampliarían su validez del día tres al veintitrés de agosto.

Los diputados a Cortes por esta circunscripción, José Franco Rodríguez, José Antonio Casals y Alfonso de Rojas manifestaron su intención de realizar gestiones tendentes a resolver el problema. El periodista Ramiro Maestre Martínez expresó su incondicional apoyo a Bueno Sales, en el sentido de reflotar el «tren botijo», del que él mismo había sido uno de sus más apasionados divulgadores, desde las páginas del diario «La Correspondencia de España», lo que le valió, a propuesta de un grupo de alicantinos, el título de «Hijo adoptivo». A pesar de su empeño, Juan Bueno Sales no pudo superar aquella crisis. El escándalo en el que se vio envuelto y la salida hacia Melilla de los batallones de la Princesa terminaron arrinconándolo.




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Alicante, ciudad olímpica

21 de agosto de 1993


Hombre, dentro de un orden. Pero lo fue a su manera. Durante los días del 2 al 7 de julio de 1924. Y hubo, según el programa, que dibujó Gastón Castelló, torneos de fútbol, de remo, de atletismo, de natación, de tenis, de hockey, además de veladas musicales y artísticas, conferencias y festejos. Era aquélla la Primera Olimpiada Levantina y, en ella, participaron sociedades deportivas de Tarragona y Alicante, en una serie de actos de verdadera confraternización.

Se movieron los miembros de la comisión organizadora, en particular, César Porcel, José Penalva y Luis de Salvador. Y el Ayuntamiento se volcó. El presidente del Club de Regatas dirigió una instancia muy elogiosa al alcalde donde le recordaba que «los premios para esta clase de regatas son en metálico y desde que se fundó esta sociedad (año 1889) han sido siempre ofrecidos por nuestro excelentísimo Ayuntamiento y hemos hecho gala de consignarlo así en todos los programas». En definitiva, con seiscientas pesetas estaba todo apañado.

También el abogado Ricardo Pérez Lassaletta, por entonces presidente de la Sociedad de Cazadores de Alicante, le pidió a su amigo y alcalde Miguel Salvador Arcángel unos dineros para «el concurso provincial de tiro de pichón a brazo que se había acordado celebrar, con motivo de la Olimpiada».

Por último, la comisión organizadora elevó un escrito a la primera autoridad local absolutamente patriótica. Véase uno de sus párrafos: «(...) Esta comisión se atreve a acudir en solicitud de un premio destinado a los vencedores, bien entendido que el criterio que tenemos formado de su alicantinismo y de su amor en cuanto significa labor de las costumbres y enaltecedora de la fortaleza espiritual y física de nuestra raza, nos permite creer que no nos negará su valioso apoyo».

El Ayuntamiento concedió: «seiscientas pesetas, una corbata con broche de plata, para el Orfeón Tarragoní y tres copas igualmente de plata para otros tantos premios de las fiestas deportivas que integran la Olimpiada».

La comisión municipal del Consistorio de Tarragona y las delegaciones artísticas y deportivas de aquella ciudad que llegaron en el vapor «Jaime II» y que fueron recibidas por el teniente de alcalde José Tato Ortega, se marcharon días después, encantadas de las atenciones recibidas.

Ahí están los telegramas y la correspondencia que se cruzaron ambas corporaciones. Olimpiada Levantina y Alicante, su sede. Ya ven qué cosas. Y creíamos que sólo sabían hacerlo en Barcelona.




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El alcalde y el asno

23 de agosto de 1993


Era un tiempo todavía de sosiego y las gentes iban a sus faenas a golpe de alpargata y de alborada. Como de fábula o de cuento popular e ingenuo, una noche, a eso de las nueve, Vicente López Marco que cerró una tibia jornada de septiembre, se encontró, en la puerta misma de su casa, un borriquillo negro, con la panza blanca. El buen hombre debió pensar que aquello era una bendición. Mansamente, el borriquillo lo siguió hasta el corral. Pero Vicente López, que era honrado y muy cabal, se dijo que había de dar parte del inesperado hallazgo. De modo que se fue para donde el pedáneo de El Palamó y le contó lo del borriquillo. El pedáneo no lo dudó mucho y le aconsejó que lo retuviera, en tanto él practicaba las diligencias de rigor. Era el día doce de septiembre de 1935.

Dos días después, Vicente López, suponemos que algo azorado y nervioso compareció, en el Ayuntamiento de la ciudad, ante el alcalde o presidente de la comisión gestora municipal, como entonces se les nombraba, Alfonso Martín de Santaolalla Esquerdo, y le repitió la historia del asno. El alcalde tras recibirle declaración, le mandó que firmase al pie de la misma, pero Vicente que era analfabeto, estampó la huella de su dedo pulgar. En aquella misma fecha, se dictó un decreto, por el cual el animalito quedaba en depósito, en el domicilio del afortunado Vicente. El dieciséis de aquel mes, se levantó acta de constitución de dicho depósito: «Se obliga -decía el papel oficial- a conservar el referido asno a disposición de esta alcaldía, a ley de buen depósito y bajo las responsabilidades que la legislación señale, quedando expresamente advertido de la prohibición de servirse del mismo, sin permiso expreso del alcalde». Aquello se ponía muy serio. Tanto que como testigos firmaron los vecinos de la partida rural de Villafranqueza Rafael Herrero y José García Aracil. Siempre, la burocracia.

El diecinueve, Luis García Pertusa, domiciliado en San Juan, en la calle San José, reclamó el borriquillo y explicó que se encontraba en la finca «Obra Nueva», en Tángel, cuando se le extravió, sin percatarse hasta poco después. Acreditada su condición de propietario, Alfonso Martín de Santaolalla reunió en la alcaldía a ambos vecinos y sentenció que Vicente devolvería el asno a su legítimo propietario, pero que éste abonara a aquél la cantidad de cuatro pesetas por «los gastos hechos en el tiempo que lo tuvo bajo su custodia y en concepto de manutención». La anécdota tuvo un final casi salomónico y muy justo. Actualmente, ya no se pierden borriquillos, sino automóviles y motocicletas. Y si aparecen no hay depositarios para abonar los desperfectos. Hoy se corre demasiado, sin saber hacia dónde.




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Acrobacias aéreas

24 de agosto de 1993


En momentos nada propicios, le dio al polémico alcalde Juan Bueno Sales por organizar, en agosto de 1921, un festival aéreo en Alicante. Sin duda, el afán de subir el listón de los atractivos veraniegos y de incrementar así el contingente de visitantes lo metió en aquel embrollo que, sin embargo, recibió muy curiosas ofertas de participación.

El piloto aeronauta Albert Cerra le propuso, en una carta donde se machacaba la ortografía sin la menor consideración, un bonito número, «formado por dos globos Mongolfier libres, en competencia, tripulados el uno por mí (por el propio Cerra) y el otro por Mr. Pierre». Asimismo, el osado aeronauta le manifestó al alcalde la extraordinaria posibilidad de efectuar un salto en paracaídas, aunque no se lo garantizaba, puesto que se trataba de una primera y muy peligrosa prueba. Pero si le decía que también saldrían algunos aeroplanos que, junto con los globos, «resultará una fiesta que hasta la fecha no se ha hecho en ninguna parte del mundo, más que el año veinte, en Zaragoza». Albert Cerra cobraba unos honorarios de mil pesetas si actuaban dos globos y sólo de la mitad, si era tan sólo uno de ellos el que intervenía en las pruebas.

Por su parte, Luis O'Page R., piloto aviador, comunicó al Ayuntamiento que disponía de un aparato dotado de los últimos adelantos, «el cual se halla provisto de un camarín dotado de dos plazas, pudiendo, por consiguiente, realizar, con la debida seguridad, tanto vuelos acrobáticos, como vuelos con pasajeros. Mis condiciones son: por dos días de exhibición, con varias intervenciones aéreas, cuatro mil pesetas, siendo los gastos de pasajeros, traslado del aparato y demás, de mi cuenta. En cuanto a las fechas, las que ustedes designen, pero advirtiendo que una vez comenzados los vuelos, si tuviera la desgracia de que se me inutilizara el aparato, para lo cual pueden ustedes nombrar una junta de técnicos que lo reconozcan, habría de cobrar igualmente completos mis honorarios».

León Dupuy le comunicaba a Bueno Sales que «amante de Alicante cual si fuera su país natal, tomaba con calor el festival de aviación, a cuyo efecto escribía a Latecoere, Líneas Aéreas (Francia-España-Marruecos-Argelia), con delegación en nuestra ciudad, y advertía también que si se producían gastos, el Sindicato de Exportadores de Vinos se encargaría de sufragarlos». Poco después, el marqués de Massimi director general de las citadas líneas, hizo la siguiente propuesta: a partir del quince de agosto la empresa «hará vuelos de paseo sobre Alicante, al precio de cincuenta pesetas por pasajero, y el producto entero de la venta de billetes se entregará a la Cruz Roja Española».




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Ciclismo en Alicante

25 de agosto de 1993


Induráin está vendiendo más bicicletas que cualquier experto en marketing y cosas así. Y no sólo vendiéndolas, sino poniéndolas en las carreteras, en los caminos, en las calles, por las montañas y por las playas. El ciclismo, gracias al formidable navarro, está de moda. Que se lo pregunten si no a fabricantes y almacenistas. El medio ambiente también sale ganando, y se echa en falta un carril adecuado para que los aficionados eviten el riesgo que supone el vehículo de motor.

En Alicante, allá por el año 1926, se trató de organizar la primera Vuelta Ciclista a la provincia. Emilio Costa, director del «Diario de Alicante» escribió a la Unión Velocipédica Española exponiéndole los propósitos, y el secretario general de aquélla respondió que para el mes de agosto ya estaban previstas las siguientes pruebas: el campeonato de España de velocidad pista; la vuelta al País Vasco; y la vuelta a Cataluña. En consecuencia, sólo disponían de dos fechas posibles el quince y dieciséis del referido mes. A la carta, se adjuntó un ejemplar del reglamento de carreras en bicicleta. La respuesta del presidente de la comisión de fiestas deportivas fue fulminante: se aceptan aquellos días y se pedían condiciones y presupuestos de gastos.

Por su parte, el Ayuntamiento remitió una carta a los alcaldes cuyos municipios figuraban en el itinerario previsto exhortándolos a colaborar en el acontecimiento «que por su importancia ha de hacer venir a esta ciudad a los principales corredores de Francia, Bélgica, Alemania e Italia». El entusiasmo se desmadró. En uno de los párrafos de la citada carta, se afirmaba: «No se ha celebrado, hasta hoy en España, una manifestación deportiva de tanta categoría como ésta, que durará dos días y cuyo recorrido total será de cuatrocientos kilómetros».

Sin embargo, algunas de las respuestas de los pueblos consultados resultó un verdadero jarro de agua fría para los organizadores de aquella prueba provincial: que si los presupuestos; que si los corredores no pasaban por los cascos urbanos; que si la situación económica era deficitaria...

Así que, después de tener todo muy adelantado, la comisión organizadora se puso en contacto de nuevo con la Unión Velocipédica advirtiéndoles que por dificultades imprevistas, la vuelta se aplazaba para el siguiente mes de enero.

Los programas no dan cuenta finalmente de una carrera de medio fondo para principiantes, con un circuito de cincuenta y cuatro kilómetros que comprendía Alicante-Santa Pola-Elche-Alicante, y de varias carreras también para principiantes, alrededor del paseo del paseo de los Mártires. Qué decepción debieron sufrir los ufanos promotores y el alcalde, general Julio Suárez Llanos.




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Los refugiados

26 de agosto de 1993


Durante la guerra civil, muchas personas acuciadas por los bombardeos, el hambre y la desolación, fueron evacuadas a nuestra ciudad. Para atender a aquellas gentes que huían de las zonas más conflictivas, el artículo segundo del decreto del veintiséis de octubre de 1936, disponía la constitución de comités de refugiados, tanto locales como provinciales. Cuatro días después, el Consejo Municipal o Ayuntamiento de Alicante, presidido por Rafael Millá, designaba a dos de sus miembros, Pascual Ors Pérez y Pascual García Guillamón, como vocales del citado comité. Con la misma fecha, se remitieron oficios a las centrales sindicales CNT y UGT, al objeto de que nombraran a sus representantes. La primera de las referidas centrales no respondió. La segunda, escogió a Ángel Viñes Serrano, del Sindicato de Trabajadores de la Diputación, para que formara parte de tal organismo humanitario.

Finalmente, el veintisiete de noviembre, en el despacho del alcalde o presidente del Consejo Municipal, con la asistencia de todos ellos y la del médico decano de la Beneficencia, Rafael Ramos Esplá, el secretario del Ayuntamiento, Juan Guerrero Ruiz, procedió a la lectura del decreto y se constituyó el comité de refugiados, con la advertencia de su presidente, Millá Santos, de que sus «funciones han sido absorbidas por la comisión de asistencia social (...) No obstante lo cual, conviene quede constituido, por si en algún momento fuera necesario el ejercicio de sus funciones».

Apenas transcurridos unos meses, una orden del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales daba un nuevo impulso a aquel comité, en el que se incluía además un representante del Socorro Rojo Internacional y otro de los propios refugiados «de esta capital que tenga una antigua y sólida moral social». Llevó, lo suyo, porque la CNT en respuesta a la invitación, manifestó, el veintinueve de marzo de 1937 que «en un pleno de sindicatos celebrado últimamente desestimamos tal petición, hasta tanto el Consejo Municipal esté debida y legítimamente constituido». Ante la demora, intervino el gobernador civil: eran muchos los refugiados que reclamaban atención por parte de los organismos oficiales. La situación se hacía insostenible. Por ello, el veintiuno de abril del mencionado año, se formalizó el nuevo comité local de refugiados, en el que estaban, además del mismo presidente, el médico Carlos Shneider, de la sanidad nacional; el refugiado procedente de Málaga, Francisco Fernández Mármol; Santiago Arnal de la UGT; José Díaz Sánchez, del Socorro Rojo, y Antonio Fernández Martínez, de los organismos sanitarios de la UGT. Cada día, llegaban más refugiados a nuestra ciudad.




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Alicante, con el general Miaja

27 de agosto de 1993


El caudillismo es como un sarampión que, antes o después, los políticos padecen, en circunstancias críticas o en momentos de enfebrecimiento. Al margen de las ideologías, unos y otros, terminan invocándolo y contagiando a muy amplios sectores del pueblo. La construcción del héroe o del dirigente carismático es como una constante en nuestra historia, y un análisis sociológico resultaría poco alentador para cuantos confiamos en los auténticos valores democráticos.

El 20 de abril de 1937, Rafael Millá Santos, a la sazón alcalde o, entonces, presidente del Consejo Municipal de Alicante, se dirigió en instancia al general don José Miaja, presidente de la Junta Delegada de la Defensa de Madrid, y le comunicó que, el quince de aquel mes, el Consejo aprobó una moción, por la cual se acordó «adherirse a las múltiples peticiones elevadas al Gobierno de la República para que le sea concedida la Laureada como merecidísima recompensa a su heroico proceder como defensor de Madrid». También se le anunciaba que se había ingresado en la cuenta corriente del Banco Español de Crédito «el donativo de ciento cincuenta pesetas, para contribuir a los regalos de las insignias de tan preciada distinción», y que además, con destino a los hospitales de sangre de la invicta villa de Madrid, le acompaña un cheque de dos mil ochocientas setenta y nueve pesetas, con setenta céntimos, «importe de lo recaudado el catorce de abril, entre los vendedores del mercado central de abastos».

La moción fue presentada por el propio Millá y en uno de sus párrafos se contiene: «Las proezas que con admiración del mundo entero viene realizando nuestro ejército popular, en el frente del centro, para liberar Madrid del asedio fascista, tiene un insigne caudillo: el general Miaja. La España leal sigue con entusiasmo y gratitud esa gesta heroica con que las tropas al mando de Miaja renuevan las glorias de nuestro pueblo. Y nuestro pueblo, comprendiendo la trascendencia histórica de la lucha, quiere premiar merecidamente las virtudes militares que distinguen a su caudillo».

La solicitud de la Gran Cruz Laureada se cursó de inmediato al presidente del Consejo de Ministros, en términos igualmente exaltados. En ocasiones, a los de uno y otro bando, los confundía un muy parecido estilo retórico y la necesidad de recordar a don Pelayo. Finalmente, tuvimos caudillo durante cuarenta años. Tiempo más que suficiente para aplacar esa calentura tan perniciosa. Confiemos en vernos libres ya de tan imperiosas demandas.




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Psiquiátrico en Santa Faz

30 de agosto de 1993


Ya lo hemos contado aquí mismo: Manuel Prytz donó la finca «Buena Vista» construida por el arquitecto Juan Vidal en el término municipal de San Juan, al Ayuntamiento de Alicante, según documento dirigido a la corporación el treinta y uno de octubre de 1932. «Cedo sin reserva de ninguna clase al pueblo de Alicante y por tanto a su único representante legítimo, el Ayuntamiento, y con más profunda satisfacción por ser republicano y estar dirigido por alicantinos entusiastas, la finca de mi propiedad llamada «Buena Vista» compuesta de una casa de planta baja, tres pisos y terrazas altas, con huerto-jardín, todo cercado con tapia, con derecho a riego del pantano de Tibi y una mina de agua con motor para elevarla, teniendo jardín de primera clase, en una extensión de más de tres hectáreas». Prytz condicionó la cesión a que la descrita finca fuese destinada, en primer lugar, a residencia invernal del Jefe del Estado, en segundo, para estancia de los ministros del Gobierno de la República, alicantinos y personalidades españolas de prestigio, y sólo en último caso «a aquellos fines que más convengan a la ciudad».

Pues a la ciudad le convenía un manicomio, porque el quince de mayo de 1934, la Diputación Provincial deja constancia de la permuta del hospital de San Juan de Dios, por la finca de recreo de Manuel Prytz, ya propiedad municipal, y con objeto de llevar a cabo en este edificio la instalación y construcción del Psiquiátrico, «en sustitución del vetusto manicomio de Elda». Los arquitectos Juan Vidal, Miguel López y Gabriel Penalva valoraron los dichos bienes en ciento veintiséis mil ciento cincuenta pesetas y ciento treinta mil, respectivamente.

A raíz de aquella permuta, el Ayuntamiento propuso que se crease una plaza pública de dos mil cuatrocientos treinta y siete metros cuadrados entre el Palacio de la Diputación y las escuelas salesianas.

Por otra parte y gracias a la eficaz y rápida gestión del presidente de la corporación provincial, Agustín Mora Valero, el Ministerio de la Gobernación autorizó la permuta y la adquisición de treinta y seis mil metros cuadrados para la construcción del hospital psiquiátrico de Santa Faz, por cuanto el viejo manicomio de Elda «constituiría un horroroso problema humano con cuadros verdaderamente dantescos».

Sin embargo, y como afirma documentadamente nuestro amigo Vicente Huesca, es bien cierto que el Ayuntamiento alicantino no respondió a la generosidad de Manuel Prytz ni respetó su última voluntad. A su muerte, en 1942, sólo se llevó la medalla de oro de la ciudad.




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Teniente coronel Chápuli

31 de agosto de 1993


Hasta agosto de 1939, la calle comprendida entre la Rambla o avenida de Méndez Núñez y la de Bailén, llevaba el nombre de Valle Inclán. Fue exactamente el día tres de dicho mes y año, cuando el Ayuntamiento, en sesión plenaria y teniendo noticias del traslado de los restos del teniente coronel de la Guardia Civil Fernando Chápuli Ausó decidió, como homenaje a la memoria del mismo, «que desde ahora (tal calle) se denomine de Fernando Chápuli». También se acordó que el Ayuntamiento, presidido por Ambrosio Luciáñez Riesco, acudiría a recibir el cadáver del militar cuando fuera trasladado a Alicante, y a cuantas ceremonias fúnebres se celebraran en su sufragio; igualmente, se hizo constar en acta que el Consistorio se ponía a la disposición de la familia del finado, con objeto de depositar sus restos «en uno de los nichos provisionales recientemente construidos, para recibir de los caídos durante el glorioso alzamiento, hasta que sean llevados al monumento funerario que hay en proyecto o bien al de la familia del finalizado».

De la certificación de tales acuerdos, firmada por el secretario municipal, se remitió el correspondiente comunicado a la viuda del teniente coronel, doña Delfina Pérez Dagnino.

El veintidós de aquel mes de agosto, llegó el cadáver, en medio de las autoridades y, por supuesto, de la corporación municipal, con su alcalde al frente. A pesar de que en varios documentos se reitera el nombre de Fernando Chápuli, para rotular la referida vía, en las placas consta el de teniente coronel Chápuli.

Fernando Chápuli Ausó, primer jefe de la Guardia Civil en Albacete, consiguió que la guarnición militar se pusiera al lado de la sublevación contra la República. Su intento se frustró, poco después, y allí se dejó la vida. De distintos lugares próximos a la capital manchega partieron fuerzas leales al gobierno del Frente Popular. Entre ellas, milicias de nuestra propia ciudad. Qué crueles vientos soplaron, para todos.




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Manuel Prytz, qué personaje

1 de septiembre de 1993


Algo de saga tiene la familia Prytz, procedente de tierras septentrionales. Hugo Prytz llegó de Gotemburgo y se casó con Luisa Antoine Larrea, de Alicante. De aquel matrimonio nacieron tres hijos: Lorenzo, Carlos y Manuel. Nos interesa particularmente la figura de Manuel Prytz, que donó a esta ciudad la finca «Buena Vista», como ya apuntamos hace apenas unos días, y escribió, con tal motivo: «Tengo una deuda de gratitud con Alicante. Desde las nieblas del norte lejano, mi padre vino a esta noble ciudad del mediodía, donde, casándose con una mujer alicantina, arraigó su vida consagrada al trabajo, que más tarde continuamos sus hijos, nacidos en esta tierra luminosa, junto al Mediterráneo. Todo lo que hemos sido, a Alicante lo debemos, y en Alicante, que guarda los restos de mis padres y hermanos, han de reposar los míos también, por afecto y reconocimiento a este hermoso trozo de solar español».

Manuel Prytz fue decano del cuerpo consular en Alicante y presidente del Casino, en tanto llevaba adelante el almacén y la exportación de almendras, junto con su hermano Carlos, «negocio que durante cuarenta años produjo a la economía del país un ingreso no inferior a mil millones de pesetas oro, a nuestra balanza comercial».

Tal era la envergadura de la actividad de la empresa que, ante el anuncio de su liquidación, el alcalde Lorenzo Carbonell les remitió una carta, 22 de agosto de 1931, rogando que reconsideraran su decisión: «El negocio de ustedes representa para Alicante y la región una de las principales fuerzas de movimiento y trabajo (...) su decisión de cesar en el mencionado negocio causará a esta capital y a casi todo Levante un gran trastorno económico. Representa el abandono de muchos mercados extranjeros que ustedes conquistaron, por lo que ha obtenido un valor máximo el producto que alivia la penuria de la cosecha del labrador, y dejar sin jornal a quinientos o seiscientos obreros, a más de los empleados en transportes, embarques y otros. Alicante, afectado por la pertinaz sequía, está pasando momentos de angustia que se acrecentarán más en cuanto entre el invierno (...)».

Los rumores atribuyen a Manuel Prytz lances y devaneos, y un muy rico anecdotario. Quizá sólo habladurías. Por eso animamos a Vicente Huesca, que tanto investiga sobre tan singular personaje, a redactar siquiera un bosquejo biográfico del último de los Prytz, que falleció en 1942.




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El marqués de Benalúa

2 de septiembre de 1993


La grandeza de España le llegó al marqués de Benalúa, don José Carlos de Aguilera y Aguilera, de la mano del Ayuntamiento alicantino. Cuando menos así se contiene en el cabildo correspondiente del tres de enero de 1883. El diputado a Cortes, por la provincia, Federico Bas dirigió una carta a la corporación comunicándolo, y ya de forma oficial, un escrito del ministro de Gracia y Justicia notificaba la decisión del Rey de conceder tal privilegio de primera clase, de acuerdo con la solicitud formulada por el municipio.

Dos años antes, el referido marqués recibió el título de «hijo adoptivo» de la ciudad. Título que según acuerdo corporativo, se le entregó en Madrid, donde residía, en medio de una serenata. Tantos honores y distinciones, porque el marqués de Benalúa era propietario de las aguas potables de la Alcoraya que abastecían nuestra ciudad.

José Carlos Aguilera y Aguilera vivió durante años en el domicilio paterno, en la calle de San Nicolás, número veintidós, aunque había nacido en Madrid, en 1848, donde murió en 1900.

Meses después, en julio de 1883, se recibió en el Ayuntamiento una instancia del apoderado del marqués, Francisco Pérez Medina, solicitando la construcción de un nuevo barrio, en nombre de la sociedad «Los Diez Amigos». De esta sociedad, ostentó la presidencia de honor José Carlos de Aguilera, en tanto la presidencia efectiva la ocupaba el doctor José Soler y Sánchez. Entre sus componentes, se contaban, sin agotar la nómina, Clemente Miralles de Imperial, Juan Foglietti Piquet, Armando Alberola Martínez y Pascual Pardo Jimeno, quien fue el verdadero promotor de aquella idea. El proyecto se aprobó en agosto del citado año y el cuatro de enero del siguiente se determinó que «de conformidad con los dictámenes del arquitecto municipal y de la comisión de ornato se acordó aprobar los planos para la construcción del barrio de Benalúa, cuyas obras serán dirigidas por el arquitecto municipal don José Guardiola Picó».

Antes de renunciar al cargo de concejal en el Ayuntamiento de Alicante, para trasladarse a Madrid, el marqués de Benalúa cedió su propiedad y derechos sobre los manantiales y fuentes de La Alcoraya, para su explotación, a una sociedad anónima inglesa. Luego fuese y sanseacabó.




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Manuel Carreras

3 de septiembre de 1993


Si Pantaleón Boné fue el jefe militar de la revolución progresista de enero de 1844, el alicantino Manuel Carreras puso todo su celo e inteligencia al servicio de la libertad. De inmediato, la Prensa reaccionaria inició una campaña de descrédito contra cuantos encabezaron sublevación.

Sin embargo y con respecto a Carreras Amérigo, el Boletín Oficial de la Junta Suprema del Gobierno, de dieciséis de febrero de aquel mismo año, afirma en su defensa: «Al primero, bien lo conocen los alicantinos, bien lo conocen los españoles todos, y sería inútil, por consiguiente, presentar los innumerables sacrificios que tiene prestados a la causa de la patria; no es un contrabandista como lo llaman los apóstoles del absolutismo, sino un ciudadano honrado, que tiene sacrificada gran parte de su fortuna colosal, heredada de sus padres y no adquirida en tráficos políticos, para aliviar la desgraciada suerte del pueblo alicantino».

Tras el descalabro de aquella rebelión, inspirada en ideales de democracia y justicia, Boné y veintitrés de sus hombres fueron fusilados, en el Malecón (luego paseo de los Mártires, en su memoria, y Explanada, posteriormente), mientras Manuel Carreras, como otros políticos liberales, consiguió exiliarse, con dos de sus hijos, hasta su regreso años más tarde, merced a una amnistía.

No mucho después y debido a su participación en el motín que había de derrocar a Narváez, fue condenado a muerte. Pena capital que se le conmutó por la de destierro en Filipinas, donde, al parecer, contrajo la disentería, enfermedad que terminó con su vida, el veinticinco de julio de 1855.

Pero antes, Manuel Carreras Amérigo desempeñó el cargo de alcalde de Alicante, en 1854, y afrontó la tremenda epidemia de cólera que se llevó, entre tantos y tantos vecinos, al gobernador civil Trino María González Quijano, precisamente el quince de septiembre de aquel mismo año.

Manuel Carreras nació en Alicante, en la calle de San Francisco, en 1794, hijo de un comerciante acaudalado. Llevó una vida llena de zozobras, ocupó diversos cargos políticos y fue comandante de la Milicia Nacional. Carreras, como Cipriano Berguez, defendió a ultranza la autonomía municipal. Lamentablemente, Alicante, hoy, apenas si guarda memoria de tan notable ciudadano.




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Revolución y mártires de la libertad

4 de septiembre de 1993


Tras los sucesos de septiembre de 1868 que terminaron con la derrota de las fuerzas isabelinas, la junta revolucionaria provisional asumió el poder en nuestra ciudad. Posteriormente, se procedió a las elecciones pertinentes, para darles carácter definitivo a la misma. Los sufragios emitidos llevaron a la presidencia al monárquico Tomás España Sotelo que había sido alcalde constitucional, en 1842, y a varios republicanos, entre los que se encontraba Eleuterio Maisonnave Cutayar, que ocuparía la Alcaldía, en sucesivas ocasiones.

En octubre de aquel mismo año, la junta publicó en el Boletín de la Provincia, número doscientos cincuenta y ocho, diversos acuerdos, entre ellos la demolición del baluarte de San Carlos y la erección de una columna monumental en el malecón de la ciudad. El once de diciembre, el Ayuntamiento solicitó del Ministerio de Obras Públicas la autorización oportuna para levantar un monumento que perpetuara la memoria de las víctimas de los gobiernos reaccionarios.

El lugar elegido era la zona del puerto donde ya había dispuesto un jardín.

Asimismo, el Ayuntamiento popular había solicitado de los arquitectos de la ciudad y provincia la presentación de proyectos, con carácter gratuito, para seleccionar aquel que a juicio del jurado ofrecía mayores méritos.

El treinta de noviembre, en sesión extraordinaria, se reunieron los señores Antonio Vidal, García Pujol, Galiana, Reiner, Terol, Valero... y tomaron el siguiente acuerdo: «Puestos sobre la mesa los proyectos presentados por los arquitectos don José Ramón Mas, don Jorge P. Moreno, don José Guardiola Picó, don Manuel Chápuli Guardiola y por el delineante don Emilio Guillén, para el monumento proyectado para erigir en el paseo de los Mártires, con el laudable fin de perpetuar la memoria de los que fueron inmolados, por defender la causa de la libertad, en los años 1826, 1844 y 1848, y en los que por su patriotismo quedaron muertos en las calles de esta ciudad en el glorioso alzamiento de septiembre último, se acuerda exponerlos en las casas consistoriales, previo anuncio en la forma de costumbre».

El diecisiete de diciembre y por unanimidad, se aceptó el proyecto presentado por Chápuli Guardiola. Hoy de aquel monumento sólo queda la imagen desvaída de las tarjetas postales.




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Catástrofes en la Fábrica de Tabacos

6 de septiembre de 1993


En tan sólo una década, nuestra Fábrica de Tabacos sufrió dos tremendos desastres. El primero, sucedió el veinte de mayo de 1844. A las ocho de la mañana, según Nicasio Camilo Jover, «se declaró un incendio horroroso: al difundirse en la ciudad semejante noticia, cundió la alarma, pues encerrando aquel establecimiento más de tres mil operarias, rara es la familia de menestrales que no cuenta en él alguna de sus hijas» (el número de habitantes de la ciudad apenas si era de veinte mil). «Un inmenso gentío corrió en tropel hacia el barrio de San Antón, y al llegar delante del edificio incendiado vio con espanto que ya era completamente presa de las llamas por todos sus ángulos». Murieron dos trabajadores en el almacén de tabaco, y se registraron algunos heridos de gravedad, siempre con los datos del citado cronista. De la posterior reconstrucción del noble edificio se encargó el arquitecto Emilio Jover.

La «Gaceta de Madrid», del día veintinueve del mismo mes, decía: «Hemos visto cartas de Alicante, en que pintan con horror la quema de la fábrica de cigarros (por aquel entonces patrimonio real), ocurrida precisamente cuando se hallaban ocupados todos los talleres, por lo que ha habido algunas desgracias, a más del considerable número de existencias que las llamas han devorado y el demérito del edificio. Hay quien supone que el fuego no es casual (...)». Por su parte, tres días después del suceso, el primer teniente de alcalde, «regente de la Alcaldía constitucional de esta muy ilustre y siempre fiel ciudad», José Minguilló, en un edicto, agradecía el laudable comportamiento de los alicantinos que acudieron masivamente a sofocar las llamas.

Diez años más tarde, y con motivo del pronunciamiento de O'Donell que terminaría llevando a la presidencia del gobierno al general Espartero, en Alicante, como en otras ciudades, se produjo un movimiento popular de carácter liberal el 17 de julio de 1854. Cuando noticia alcanzó la Fábrica de Tabacos, las cigarreras (cuatro mil, según cifra Nicasio Camilo Jover) temerosas de «que sus hijos, esposos y hermanos, corrieran un riesgo inminente, y queriendo salir todas a la vez de sus respectivos talleres, se agolparon a la puerta y empujadas unas por otras derribaron el antepecho de la escalera, cayendo al patio desde una altura considerable, muchas de aquellas infelices, entre las cuales quedaron muertas en el acto quince, recibiendo las demás graves contusiones». El alcalde Manuel Carreras Amérigo que era también jefe de la Fábrica de Tabacos publicó la siguiente circular, el 11 de agosto del referido año: «Correspondiendo a la invitación de contribuir con quinientos reales de vellón a las desgracias en la fábrica de cigarros, en el día de nuestro glorioso pronunciamiento, informamos no poder ayudar más por los grandes gastos que tiene la municipalidad para evitar la proximidad del cólera morbo (...)». Aciago aquel 1854. Las víctimas de aquella desgracia eran mujeres jóvenes domiciliadas en Alicante, San Juan y Muchamiel: Josefa Gomis, Antonia Pastor, Jacoba Beltrán, Josefa Berenguer, Carmela Montecatín…




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Como un terremoto

7 de septiembre de 1993


El viernes, cuatro de octubre de 1912, el tren de Andalucía número treinta, procedente de Albacete, atravesó las paredes de nuestra estación de MZA, pulverizó el despacho de billetes y derribó una de las columnas de la fachada del edificio. Bajo la máquina, aún resoplando, todo «un montón de astillas, piedras y cascotes, se divisaban varios cuerpos humanos horriblemente mutilados, entre los que destacaba una mujer». Allí mismo, entre las ruedas, un joven alicantino de diecisiete años, Rafael Furió, apenas si podía moverse. Cuentan las crónicas periodísticas que pidió agua en dos ocasiones y finalmente un cigarrillo, en tanto se procedía a las tareas de salvamento y desescombro. El muchacho, por último, fue trasladado al hospital, donde murió.

Además de Rafael Furió hubo otras víctimas. Se rescataron los cadáveres del notario de Monóvar Martín Gual, de Juan García Gomis, del Moralet, de Juan García Pastor y de María Gomis. Los heridos, que fueron muchos, recibieron atención en la Casa de Socorro y en el hospital. Entre ellos estaban: Felipe Navarro, de Elda, Juan Falcó, de Elche, María Sellés, de Villena, Jaime Sapena, de Dolores, y la taquillera Remedios Galera, que se encontraba despachando billetes, en el momento de producirse el tremendo impacto.

El tren que tenía su llegada oficial a las doce horas cuarenta minutos, entró como un terremoto a las catorce y siete, en medio de un estruendo ensordecedor, sembrando el pánico y la destrucción. No mucho después de la catástrofe, se personaron en la estación el alcalde de la ciudad, Federico Soto, el presidente de la Diputación, los gobernadores civil y militar, los jefes de seguridad, varios concejales y médicos, el ingeniero de ferrocarriles Aniceto Aznar, el presidente de la Cruz Roja, señor Torrejón, camilleros, voluntarios...

El fallo de los frenos automáticos debió causar tan trágico accidente. El inspector de ferrocarriles señor Apellaniz declaró que, tras salir de San Vicente, se percató de que el maquinista no dominaba el tren. Se calcula que al chocar con la parte de la estación llevaba una velocidad de 40 km/h, lo que para entonces era un vértigo. El maquinista era el alicantino José Sevila y el fogonero Fidel Abad, que también resultó herido, como el guardafrenos, Francisco Chocano. Por fortuna, varios pasajeros se arrojaron antes de producirse la colisión, como el propio revisor, Carlos Villagarcía. La Prensa denunció que, en apenas un año, se habían registrado otros dos accidentes, aunque no tan aparatosos, y los atribuían a la dejadez de la compañía ferroviaria.

Curiosamente, el «Diario de Alicante» del siguiente lunes, día siete, afirmó que «Las casas cinematográficas Marín y Pathé han sacado cintas interesantísimas del suceso».




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Conciertos por acciones

8 de septiembre de 1993


Tan depauperadas andaban las arcas municipales en 1911, que para el concierto previsto por la Banda Municipal de Madrid, a mediados de febrero de aquel año, con motivo de la semana deportiva, el alcalde, Federico Soto Mollá, se dirigió a diversas entidades y particulares con objeto de que suscribieran acciones de ciento veinticinco pesetas «cuyo total importe, que será reintegrable del producto del concierto que dicha banda dará en el Teatro Principal, se destinará a los gastos de viaje, estancia y hospedaje de la misma en esta ciudad».

Hubo ochenta y una suscripciones. El Casino, cuatro acciones; el Espectáculo Club, otras cuatro; Carlos Prytz, dos; su hermano Manuel, dos más; el resto, entre los que se contaban José Guardiola Ortiz, Juan Guardiola Forgas, Emilio Díaz Moreu, Román Bono, el marqués del Bosch, el barón de Petrés, Evaristo Manero, Renato Bardín, y así, hasta completar la lista, se quedaron tan sólo con una acción. Los precios iban desde las treinta pesetas de los palcos principales, hasta la peseta de la entrada general, pasando claro, por las butacas, a tres, el anfiteatro, a dos, etcétera. El alcalde puntualizó que las ganancias o pérdidas que se produjeran se repartirían a prorrateo, entre los accionistas. Y hubo un déficit de cuatrocientas setenta pesetas, de modo que por acción, se perdieron seis pesetas y diez céntimos, con un sobrante de treinta céntimos. Nuestros buenos melómanos salieron tocados del ala, pero con levedad.

El día quince, Federico Soto ofreció un banquete al alcalde de Madrid, José Francos Rodríguez, y a los músicos: treinta cubiertos a treinta pesetas cada uno, en el hotel Victoria. Novecientas pesetas más que se evaporaron de la hacienda local. Por el veinticinco de aquel febrero, Francos Rodríguez escribió a su compañero el alcalde alicantino una consoladora carta: «Querido Soto: adjunto envío a usted una nota de lo que se ha gastado en el viaje de la Banda Municipal a Alicante y como por ella verá usted, han sobrado mil veintiséis pesetas con setenta y cinco céntimos. Al consultarme si esta cantidad se reservaba como honorario para los músicos, he dicho que no, porque sé los apuros que pasan ustedes para satisfacer los infinitos gastos que han tenido con motivo del viaje regio».

El seis de marzo siguiente, Soto recibió, por el Banco de España, la citada cantidad. Un respiro para un Ayuntamiento que ha ido, por lo general, escaso de recursos.




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El automóvil de la Alcaldía

9 de septiembre de 1993


El doce de enero de 1931, el primer teniente de alcalde, en funciones de alcalde, Juan Llorca Pillet, salió de viaje a Jijona y Alcoy, a bordo de un automóvil marca Studebaker, conducido por Antonio Domenech.

El viaje no llegó a feliz término: el vehículo que ya había presentado ciertas irregularidades mecánicas, se quedó finalmente tirado en medio de la Carrasqueta, bajo la custodia de la Guardia Civil.

A raíz de tan inocente avería, sorprende la tremenda investigación que se montó. Y todo porque, en sesión municipal de veintidós de abril de aquel año, se acordó declarar responsable de los gastos ocasionados por la reparación del coche, a Llorca Pillet.

Unas tres mil doscientas pesetas de entonces. Llorca Pillet se negó por cuanto, en sus alegaciones, manifestó que se trasladó a Jijona, primero, para negociar la posibilidad de que «las filadas de moros y cristianos tomaran parte en las fiestas de les Fogueres de San Chuan», ya que así se lo había pedido José María Py y Ramírez de Cartagena; y posteriormente debía entrevistarse en Alcoy, con su alcalde, para tratar asuntos relacionados con el matadero municipal, lo que no pudo llevar a cabo, toda vez que el automóvil sufrió desperfectos en el carburador.

El expediente resulta abultado y son numerosas las actas notariales que se levantaron con las declaraciones de muchas personas ratificando que, en su momento, expuso el teniente de alcalde Juan Llorca. Dos años después, el problema suscitado por aquel Studebaker que se averió monárquico y se recompuso republicano, se resolvió. El automóvil del Ayuntamiento (aunque no parece claro que fuera de propiedad municipal) fue utilizado debidamente por Llorca Pillet, quien en ausencia de titular de la Alcaldía, Gonzalo Mengual Segura, estaba autorizado para su uso, ya que se trataba de llevar a efecto gestiones oficiales. Por otra parte, el conductor, aunque no era el habitual de la Alcaldía, sí estaba al servicio del municipio «y era apto para conducir el expresado vehículo».

Por último no parece que el accidente fuera debido a culpa, dolo o negligencia de Juan Pillet Llorca.

Así que el expediente que mandó instruir el alcalde Gonzalo Mengual lo solucionaron posteriormente los asesores jurídicos del Ayuntamiento que presidía Lorenzo Carbonell. ¿Manías personales? La cosa resulta algo descabellada.




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El cardenal Cienfuegos

10 de septiembre de 1993


Acerca de la estancia en nuestra ciudad del cardenal arzobispo de Sevilla, don Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos hay ciertas discrepancias. Por una parte, se atribuye al clima benigno de Alicante que aplacaba sus males; y por otra, al obligado destierro gubernamental. Es lo cierto que en el año 1843,aparece empadronado aquí, con domicilio en la plaza de Ramiro, concretamente en la casa que ocupaba don Tomás Carey.

Una carta del mismo dirigida al titular de Gracia y Justicia nos ofrece aspectos novedosos de la sublevación progresista y liberal de 1844. En uno de los párrafos, dice: «(...) A pesar de mi mal estado de salud y de los peligros a los que me exponía, fueron vanas cuantas diligencias se practicaron para mi salida, desde entonces, hasta fines de febrero, y me he reducido el primero de marzo a pedir directamente y de oficio, a quien mandaba las fuerzas sublevadas, el pase necesario al efecto, que pude al fin conseguirlo, en la noche del día cuatro, y abriéronseme las puertas de la ciudad, al caer el día de ayer. Tuve anoche la cumplida satisfacción de entrar en la línea que ocupaba el leal ejército, viéndome favorecido por sus jefes, a consecuencia de las órdenes que su capitán general tenía comunicadas. Aunque la satisfacción que hoy experimento es la más completa, por la feliz entrada de las tropas nacionales, en dicha plaza y su castillo, temo no poder regresar a ella, durante algunos días, pues la total postración de fuerzas con que salí, me ocasionó graves fatigas y dolores durante el viaje, aún siendo de una hora, y me tiene abatido en la actualidad». La carta está fechada en la huerta de Alicante, el seis de marzo de 1844.

El periodista Montero Pérez, en «El Luchador», de cuatro de marzo de 1930, asegura que el cardenal Cienfuegos residía en Alicante, desde 1836, año en el que el Gobierno lo desterró de Sevilla. «En los lúgubres sucesos desarrollados en 1844, debido al cardenal, se evitó que el pueblo de Alicante presenciara, después del luctuoso día ocho de marzo, más fusilamientos liberales». En el mismo sentido se pronuncia el cronista de la provincia, Gonzalo Vidal Tur, que atribuye a las influencias del cardenal cerca de Roncali unas represalias menos sangrientas, de lo que se esperaban. El cardenal Cienfuegos murió en 1845, según el citado cronista, o en 1847, de acuerdo con los datos que nos facilita Francisco Montero Pérez. Fue enterrado en la iglesia parroquial de Santa María y allí permaneció, hasta que en 1867, sus restos fueron trasladados a la catedral de Sevilla. Una calle rotulada con el nombre perpetúa su memoria.




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La bandera de Pi y Margall

11 de septiembre de 1993


Fíjense al arranque de un acta municipal: «En las Casas Consistoriales de la ciudad de Alicante, siendo las veinte horas y treinta minutos del jueves, dieciséis de abril de 1931 de la era cristiana, tercer día de existencia de la República Española, implantada por la soberanía popular, encontrándose en su despacho oficial el alcalde, don Lorenzo Carbonell Santacruz, que acaba de ser elegido por el voto unánime del Ayuntamiento, comparece el vecino don José Pi Albert, quien solemnemente hace entrega a dicha autoridad de una bandera de color rojo, en cuyo centro aparece, bordada en negro, una inscripción que dice: «Club Republicano Federalista». La extensión del documento, nos obliga a resumirlo en el espacio de nuestra columna. Según los datos que recogemos del mismo, la citada bandera la cosió el sastre Tomás Carratalá, a finales de 1868. Años después, cuando en 1881, visitó Alicante, Francisca Pi y Margall, supo que habían surgido diferencias entre varios grupos republicanos que pretendían prodigar el uso de la enseña. Entonces, prohibió que se exhibiera más en público y la depositó en manos de Pedro Albert Linares, abuelo del donante, a quien, de acuerdo con el mismo, le advirtió que quedaba bajo su responsabilidad el exacto cumplimiento de su deseo: «Que la histórica enseña no volviese a salir de su casa, hasta que se implantara la República en España, y que sólo entonces la entregara al Ayuntamiento». «Al morir mi abuelo, en 1894, quedó la bandera en manos de su hijo, mi tío, Miguel Albert Botella, y al fallecimiento de éste, ocurrido el dieciocho de noviembre último, pasó a mi poder. Y aquí vengo, a cumplir la solemne promesa hecha por mi abuelo a Pi y Margall, su excelso jefe, entregando esta reliquia al alcalde republicano de mi republicano Alicante».

La tantas veces citada bandera tenía muchos episodios encima. «Cuando en julio de 1873, vino Antonio Gálvez, con la escuadra, y llegó a esta casa, para realizar las gestiones que a nuestro Alicante le traían, al hacérsele objeto de amenazas, presentáronse los tercera y quinta compañías de Milicianos Federales, con esta bandera a la cabeza, dispuestos a jugarse la vida en defensa de Gálvez, si no deponían su actitud quienes lo amenazaban, y lo acompañaron hasta el muelle». «Cuando los cantonales regresaron a España, estuvieron en la casa de mi abuelo, Pedro Albert Linares, Gálvez, Tomás de Petrel y otros muchos. Ante esta bandera, aquellos entusiastas dieron una nota de suprema emoción, con sus discursos y súplicas, inflamadas de hervor por sus gloriosos ideales, ansiando ver de nuevo la República». ¿Por dónde andará ahora aquella reliquia? Imagínenselo. Es muy fácil.




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Una derrota de los conservadores

13 de septiembre de 1993


Las elecciones municipales del domingo, doce de diciembre de 1909, constituyeron una aplastante derrota del partido decimonónico de Antonio Maura, mientras demócratas y republicanos se llevaban los votos y las concejalías. Entre los candidatos elegidos se encontraban: Rojas, Pérez García, Soto, Ripoll, Orts, Salinas, Palazón, Pérez Garberí, Bono, López Torres, Rico, Ors, Albiach, Gomis y Guardiola, además del liberal Federico Clemente y del socialista Valero.

El diario «El Demócrata» escribió: «Los conservadores, con su jefe, predicaron la intransigencia, la unión de todas las derechas, en apretado haz de conservadores, carlistas, integristas y demás elementos reaccionarios para "dar la batalla a la revolución"». Era «el triunfo de las izquierdas», como así lo proclamaba la referida publicación.

El proceso electoral en Alicante se había resuelto, sin incidentes de relieve. Para los vencedores de la confrontación en las urnas, el orden que había imperado se debía fundamentalmente a los desvelos del gobernador civil Joaquín Moreno Lorenzo quien en compañía del alcalde, Luis Pérez Bueno, había recorrido todos los distritos, con objeto de evitar cualquier eventualidad. Criterio que no compartían los conservadores, para los cuales la presencia de la primera autoridad provincial resultó muy negativa para sus intereses políticos.

El periódico, dirigido por Mendaro, afirmaba que «más del sesenta por ciento de los electores votaron ayer, y cupo en suerte a la mayoría de los candidatos demócratas el ocupar el primer lugar por los distritos por los que se presentaban. San Antón, el Ensanche, San Francisco, dieron una gallarda muestra de sus sentimientos en favor del partido que acaudilla el bienhechor de Alicante (en clara alusión a José Canalejas)».

En aquellos momentos de júbilo, los demócratas tuvieron frases elogiosas «para nuestros representantes en la alta cámara, señores Díaz Moreu y Palomo, cuyo patriotismo y acendrado amor al pueblo que representan están mantenidos por campañas provechosísimas». Y no regatearon alabanzas al diputado Francos Rodríguez y a «nuestro entrañable jefe provincial verdadero fundador del partido, señor Atienza».

«La lucha del domingo fue quizá la más ruda que hemos presenciado durante nuestra larga vida política (...). No se intentaron siquiera ni pucherazos ni tupinadas».

Mientras los conservadores, después de tres años en el gobierno municipal, se mostraban prudentes, los demócratas anunciaban la llegada de Canalejas, para el día cuatro de enero de 1910. «Por momentos, España (y Alicante) salía de los moldes del siglo XIX».




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La estatua de Maissonave

14 de septiembre de 1993


Le tocó al alcalde liberal, José Gadea Pro, inaugurar el monumento dedicado a Eleuterio Maissonave y Cutayar. El acto se celebró el treinta de junio de 1895 en la plaza de San Francisco (Calvo Sotelo). El propio citado alcalde nos refiere que «Recién muerto Maissonave, (seis de mayo de 1890), se constituyeron comisiones de distrito para recolectar fondos con los que sufragar el importe de la estatua que se pensó erigirle. La junta principal terminada su recaudación ingresó el total en la Caja de Ahorros de Alicante, y entregó sus poderes y representación al entonces alcalde de la ciudad Don Manuel Gómiz Orts. Todo siguió lo mismo, hasta que sustituyendo yo, en aquel cargo, al señor Gómiz, me entregó aquellos poderes. Grande era mi afecto por Maissonave y grande fue mi estímulo para llevar a la práctica la creación de la estatua».

El autor de la obra fue el escultor Vicente Bañuls y José Guardiola Picó, «aquel arquitecto cuyo corazón grande latía siempre por su Alicante, dirigió el pedestal y la verja del cerramiento». El doctor Gadea cumplió la ceremonia inaugural, días antes de pasarle la alcaldía «a su sucesor el barón de Finestrat».

Acerca de Eleuterio Maissonave, nos hemos referido reiteradamente en este espacio. Alcalde republicano de nuestra ciudad, ministro de la Gobernación, abogado, periodista, fundador de la Caja de Ahorros, hoy las palomas anidan en su bronce y dejan allí sus excrementos. La paz también tiene sus servidumbres, por muy aéreas que se pretendan. Maissonave, murió en Madrid y sus restos fueron trasladados a Alicante.

Veinticinco años después, el periódico «El Día», que dirigía Enrique Ferrer, le atribuyó un homenaje. En sus páginas, escribieron sobre tan notable político: Francos Rodríguez, Galdó López, Alfonso de Rojas, Florentino de Elizaicin, Rodolfo de Salazar, Guardiola Ortiz, Rafael Sevila y Gadea Pro.

Su hermano Juan agradeció, en una carta que fue publicada en las columnas de dicho diario, aquella muestra de emocionado recuerdo. Por cierto, que la viuda de Juan Maissonave dirigió un escrito de gratitud al Ayuntamiento «por la expresión del sentido pésame y por las palabras de alabanza que dedicó a las virtudes cívicas del finado». La señora Ángela O'Connor rogaba que transmitiesen tal gratitud «a Domingo de Elizaicin», alcalde a la sazón por el pésame personal que en aquella comunicación consignaba y por el honor que a todos nos hizo al presidir el entierro de mi difunto esposo». El escrito está fechado en Madrid, el diez de enero de 1924.




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La dote de Quijano

15 de septiembre de 1993


Tal día como hoy pero del año 1854, falleció Trino González de Quijano, víctima de una epidemia de cólera morbo que ocasionó una gran mortandad en nuestro Alicante. Desde entonces y a lo largo de muchos años, en esta fecha, se ha recordado la figura de aquel gobernador lleno de humanidad y entregado, sin medida, a combatir tan tremenda enfermedad.

En nuestro Archivo Histórico Municipal se conservan numerosos bandos invitando a los ciudadanos a participar en los actos que se celebraban en su memoria.

El diecisiete de julio del año siguiente se colocó la primera piedra del monumento que se consagro a Quijano, calificado, por algunos autores, de «mártir de la caridad».

Dice Nicasio Camilo Jover que, en tal ocasión, y ante una gran multitud, el gobernador de entonces, Ángel Barroeta «pronunció un sentido discurso elogiando las virtudes de la autoridad que había tenido la dicha de inmolar su vida en pro de sus administrados (…)».

El mausoleo, dirigido por el arquitecto Francisco Morell, recibió los restos del malogrado Trino González de Quijano, el quince de septiembre de 1957, tres años después de su muerte.

El mismo cronista al que nos hemos referido, advierte en su obra «Reseña histórica de la ciudad de Alicante», que «al terminar la fúnebre ceremonia se sortearon seis dotes de quinientos reales cada uno, para otras tantas huérfanas». «El gobernador de la provincia, que promovió tan filantrópico pensamiento, y el municipio que lo acogió con entusiasmo, suplieron por partes iguales loa suma destinada a aquella obra de caridad».

Nosotros hemos encontrado en el acta del cabildo correspondiente al siete de noviembre de 1859, un párrafo que dice: «Diose cuenta de un escrito de Carmen Pons y Galdós en el que solicita que toda vez que habiendo contraído matrimonio ha cumplido las únicas condiciones establecidas, se le entregue la dote de quinientos reales de vellón con que fue favorecida en el sorteo verificado por el excelentísimo Ayuntamiento el dieciséis de septiembre de 1857, con motivo de la traslación de los restos mortales del señor don Trino María González de Quijano (...)».

Por fin, el catorce de enero de 1860, el Ayuntamiento le hizo entrega del mencionado premio en metálico. El municipio siempre se ha mostrado fiel a sus demoras.




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Espías en Alicante

16 de septiembre de 1993


Los cinco misteriosos alemanes abandonaron Santa Pola, ya avanzada la noche, en el falucho «San Vicente», también conocido como «Boticari». Los cinco misteriosos alemanes eran «jóvenes, fuertes, rubicundos, ágiles y de aspecto simpático». Los cinco misteriosos alemanes, según el «Diario de Alicante», se llamaban Henrich Rodatz, Walter Scherz, Otto Duchrow, Ernest Zenka y Paul Wilke. Apenas si se sabía acerca de sus andanzas. Salían poco y se relacionaban menos. En el citado periódico se dijo que se hospedaban en el hostal de Juan Pastor. Pero Juan Pastor visitó la redacción y pidió que se rectificara aquella información: en realidad se alojaban en el establecimiento de Juan Gómez.

Por entonces, se especulaba con la existencia de un probable centro de operaciones de la inteligencia germana que «algunos situaban en la playa de Carabasí y otros en un edificio de reciente construcción, cerca de la estación de MZA». Los reporteros del «Diario de Alicante» abrieron una precursora línea de investigación periodística y lograron averiguar que, en la noche del veinte de abril de 1915, los cinco misteriosos alemanes se desplazaron a Santa Pola, desde donde se hicieron a la mar, con rumbo desconocido, en el falucho que habían comprado por setecientas cincuenta pesetas, a Tomás Martínez «Pichocho». «Salieron sin patrón, sin requisitos legales, sin que la autoridad de Marina tomara medidas». Salieron sigilosamente.

Al día siguiente, también en Santa Pola, los cónsules de Francia e Inglaterra, mantuvieron una reunión secreta. Los periodistas no lograron saber sobre qué se había tratado. Aunque el representante británico, señor Tato, «que los recibió con toda amabilidad, ha confirmado la información recibida de Santa Pola». En medio de las turbulencias de la Gran Guerra, los redactores del diario alicantino montaron un buen guirigay. Estaban sobre la pista de los servicios de espionaje germano, y hasta insinuaron la posibilidad de que, en la embarcación recogida por algún barco amigo enfrente de nuestras costas, hubieran sacado de Alicante una emisora clandestina de radiotelegrafía.

Inesperadamente, el falucho, con sus cinco misteriosos navegantes, arribó a nuestro puerto, tres días después de su partida. Las crónicas cuentan que descargadores y alemanes tuvieron un altercado considerable. Por último, los cinco jóvenes, rubicundos, fuertes, simpáticos y misteriosos fueron conducidos a la Comandancia de Marina. Acerca del singular episodio no se sabe mucho más. El «Diario de Alicante» notició que habían tenido que regresar bien por el temporal que hubo aquellos días, bien por el acoso de los torpederos franceses. Como una ficción de Le Carré.




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«El Antro»

17 de septiembre de 1993


El conservador Eugenio Botí Carbonell, comerciante bien acreditado en ferretería, tomó posesión de la Alcaldía de Alicante, ya lo hemos contado, el cuatro de junio del año 1915, de manos de su dimisionario antecesor Ramón Campos Puig.

El nuevo presidente del Ayuntamiento de la ciudad de Alicante puso al frente de su secretaría particular a Carmelo Simón. Pero tras la celebración de la obligada ceremonia de investidura, se marchó, en compañía de la plana mayor del conservadurismo local al Círculo Liberal-Conservador que tenía su sede en la calle de San Fernando.

Popularmente y con la aquiescencia de sus socios, a este lugar se le conocía por «El Antro». Era entonces su presidente el procurador de los Tribunales, Rafael Romero.

Una vez allí y después de realizadas las felicitaciones de rigor, el abogado y diputado provincial Manuel Pérez Mirete dictó el siguiente telegrama dirigido al jefe de todos ellos, Salvador Canals: «Reunidos en "El Antro" amigos después posesión nuevo alcalde, se acordó felicitar a usted aceptada elección, reiterándole adhesión entusiasta».

Lo firmaron: Manero, Santana, Vicedo, Papi, Romeu, Bas, Llorca. Puigcerver, Terol, Carratalá, Chorro, Albert, y el director de «El Correo», Florentino de Elizaicin.

Se destacó del recién nombrado alcalde de la ciudad de Alicante que: «Mereció ser abrazado por el marqués del Bosch» y que gozaba de la confianza y el apoyo del diputado Antonio Blanquer. Después de una grata velada Botí, a quien flanqueaban los parlamentarios Pérez Mirete y Elier Manero, los tenientes de alcalde Antonio Chorro y Juan Albert, el periodista Elizaicin y otras personas, visitó y cumplimentó al gobernador civil de la provincia de Alicante, Fernández Ramos, «quien los recibió con su acostumbrada cortesía».

«El Antro» era el lugar de activas reuniones políticas y su presidente Rafael Romeu Bonet, un destacado militante del partido que lideraba Canals y Vilaró. Precisamente, meses antes, el ya tantas veces nombrado Florentino de Elizaicin, en su condición de presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante, le hizo entrega del título de «Socio de Mérito» de la misma, «por el desinteresado apoyo que prestó a la entidad, cuando tiempo atrás, recurrió a él para utilizar sus servicios profesionales, como procurador de los Tribunales». La entrega se celebró en los locales de «El Antro».




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Cuando el «Tiflis» ardió

20 de septiembre de 1993


Los carabineros Juan Calvo y Roque Such, y la mujer de este último, descendían por la escalerilla del petrolero belga, cuando los sacudió una violenta explosión. «Dos, en realidad escuchamos dos explosiones consecutivas, aunque la primera fue apenas perceptible». Salieron a todo meter. La proa del buque estaba envuelta en llamas.

Minutos después, la multitud llenaba el paseo de los Mártires y el parque de Canalejas. El sobresalto hizo que muchos alicantinos se lanzaran a la calle para saber qué había sucedido. Amarrado en el muelle de Poniente, el «Tiflis», matriculado en Amberes, era una densa humareda. Sobre las dos de la tarde, es decir, una hora antes de su partida, se produjo la catástrofe, cuyas causas, el capitán Zyster atribuyó inicialmente a una imprudencia. Era el martes, 2 de marzo de 1915.

Por fortuna, ya había descargado seiscientas toneladas de bencina, para la factoría Deutsch, situada en la cantera, y mil quinientas más de mineral, para la fábrica de Fourcade. Pero en sus tanques aún había otras mil doscientas de productos altamente inflamables. La situación era muy crítica. Ante la posibilidad de nuevas explosiones, la Guardia Civil obligó a los curiosos a retirarse más al interior. Entre tanto la confusión imperaba en el puerto. Los tripulantes, una treintena, abandonaron el barco, y cuando lo hubieron hecho todos los supervivientes, les siguió el capitán. Nadie se atrevía a cortar las amarras. Por otra parte, y por una fatal coincidencia, todos los remolcadores se encontraban averiados. No había forma de sacar el «Tiflis» del puerto. El comandante de Marina solicitó ayuda urgente a Cartagena.

Según sus propios compañeros, cuatro marineros habían quedado atrapados en la proa, mientras otro, de nacionalidad británica falleció en la Casa de Socorro, donde estaban varios heridos, entre ellos el amarrador alicantino Antonio Compañ Bernabeu.

La ciudad vivió una jornada llena de zozobras y expectativas dramáticas, mientras el «Tiflis» se cocía en su propia salsa. Al final, dos vaporcitos, «La cierva» y «Natalia», lograron remolcarlo hasta la playa de Babel. Posteriormente sería trasladado al puerto de Barcelona.




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Aviones gafes

21 de septiembre de 1993


También fue fatalidad, miren. Pero los dos primeros aeroplanos que inauguraron la línea Toulouse-Rabat, en medio de la expectación levantada, se averiaron no más tomar tierra en Alicante. Ya ven, con tanto despliegue informativo y tantos técnicos como se llegaron para preparar convenientemente el acontecimiento.

Ocurrió el jueves, veintisiete de febrero de 1919. Mal año aquél. Comenzó con la huelga de las obreras de «La Alicantina», continuó con los conflictos de la fábrica de gas y de la subida en las tarifas ferroviarias y con un varapalo formidable del diario republicano «El Luchador» al caciquismo monárquico que se cocía, por entonces, en la Diputación y terminó exhausto. Ya lo contaremos.

Pero, a primeros de enero, expertos de la Compañía de Navigation Aerienne France, Espagne, Maroc, Algerie, estudiaron el terreno en nuestra ciudad, para ver dónde instalaban el campo de aviación. Monsieur de Casa Massini y don Joaquín María Carreras, ambos pilotos, inspeccionaron el terreno. El citado periódico informó: «Probablemente el aeródromo se construirá, con los hangares, en unos terrenos existentes en la Playa de San Juan, detrás del ferrocarril de La Marina», aunque se advertía que «provisionalmente se pedirá autorización para hacer los primeros aterrizajes en el campo del Tiro Nacional». La línea Toulouse-Barcelona-Alicante-Málaga-Rabat era un prodigio. El trayecto se cubría en unas doce horas, a bordo de grandes aviones que, además del servicio postal, estaban preparados para transportar a ocho o nueve pasajeros, con sus respectivos equipajes, y a una velocidad media de doscientos kilómetros por hora. Casi nada.

Por fin, el alcalde Antonio Bono Luque, recibió un telegrama de Barcelona: «Aeroplanos llegarán esta tarde saliendo viernes mañana para Málaga. Carreras». Lo de la pista de aterrizaje lo había solucionado el industrial de Alcoy, José Laporta, cediendo unos terrenos de su propiedad, en las inmediaciones del Tiro Nacional.

El primero de los aviones, al tomar tierra, pilló, por en medio una balsa de riego y se quedó hecho unos zorros. Lo pilotaban el teniente Lamaitres y el subteniente Massumy. El teniente resultó ileso, el segundo con heridas de escasa consideración. El otro aparato, salió de Barcelona y tuvo que hacer una escala de emergencia cerca del Ebro. «Después de aprovisionarse de gasolina y aceite de ricino», despegó y continuó su vuelo hacia Alicante, en medio de un temporal de viento y de granizo. Fue a posarse en la pista y unos pedruscos le desgraciaron el tren de aterrizaje. Sus pilotos, el alférez Puget y el ingeniero Latecoere, tras reparar la avería, continuaron hacia Málaga.




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El doctor Balmis

22 de septiembre de 1993


El catorce de febrero del año 1919 y en memoria del doctor Francisco Javier Balmis, cuyo primer centenario de su muerte se había cumplido dos días antes, el Ayuntamiento de Alicante acordó dedicarle la plaza que, hasta entonces, se conocía con el nombre de Torrents. El dieciséis, domingo, se descubrió una placa con su nombre.

El teniente de alcalde Tomás Tato, que accidentalmente ostentaba la Alcaldía, por enfermedad de su titular, Antonio Bono Luque, presidió el acto al que asistieron los concejales Soler, Bas y López González, además de los señores Evaristo Manero, Guardiola Ortiz, Gadea Pro, Lafarga, Rojas, Beltrán, la directiva del Colegio Médico, y por supuesto los doctores Cotezo, Juarros, Recasens y Francos Rodríguez, diputado y ex ministro, llegado expresamente de Madrid, para participar en un «meeting sanitario», en el Teatro Principal, organizado como homenaje a tan ilustre alicantino.

Balmis fue médico de cámara del rey Carlos IV: Abandonó, sin embargo, su cómoda posición social, para realizar viajes científicos por diversos países americanos y las islas Filipinas, donde vacunó contra la viruela a numerosas personas, junto con un equipo de diez médicos. El viaje que se inició en La Coruña el treinta de noviembre de 1803, concluyó en Lisboa, el catorce de agosto del año 1806, tres años más tarde.

Francisco Javier Balmis nació en nuestra ciudad en fecha dos de diciembre de 1753, y murió en la capital del Reino, Madrid el doce de febrero de 1819. El presbítero y cronista Gonzalo Vidal Tur «para desvanecer toda duda acerca de la patria de Balmis» aporta el dato de su partida de bautismo librada en la parroquia de Santa María, «en cuya iglesia fue bautizado Balmis el día cinco del mencionado mes (diciembre)».

En el periódico «El Día», de donde recogemos la efemérides, el también cronista Figueras Pacheco traza una semblanza del citado médico en la que, entre otras cosas, escribe: «El doctor Balmis en la medicina, como Jorge Juan en las matemáticas, el abate Andrés en la literatura, y tantos otros hombres insignes nacidos en tierras de Levante, consagró, dentro y fuera de nuestra patria, el triunfo de la mentalidad española (...). Si Balmis como sabio es digno de admiración general, como bienhechor de la humanidad merece gratitud eterna».




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Alicante, estado de guerra

23 de septiembre de 1993


Fue un año socialmente conflictivo, aquel 1919. La solidaridad con los trabajadores de Barcelona, en su pulso contra la empresa «La Canadiense», funcionó en todo el país. Alicante se paralizó el 27 de marzo.

A la huelga se sumaron los trabajadores del puerto, los de fábricas y talleres, las cigarreras. El comercio cerró a cal y canto. Y los tranvías no circularon. Dos dirigentes cenetistas fueron detenidos: Amando Sierra y Francisco Carrasco. Pero la huelga continuó, pacífica y sólidamente.

En el Ayuntamiento -la Casa del Pueblo se clausuró-, se celebró una reunión a la que asistieron el alcalde Antonio Bono Luque, el gobernador civil Francisco de Federico, representantes del Círculo Unión Mercantil y delegados obreros con objeto de alcanzar acuerdos satisfactorios para las partes implicadas. A los periodistas se les prohíbe la entrada. Pero de allí se sale finalmente con unas condiciones pactadas: se pagarán los jornales correspondientes a los días de paro; se pondrá en libertad a los dos detenidos; y los asalariados volverán al trabajo el lunes, día 31.

Sin embargo, como afirma Francisco Moreno en su libro «Las luchas sociales en la provincia de Alicante» (1890-1931), «(…) Se mantiene el paro en varios talleres, el muelle y la Fábrica de Tabacos, distanciándose las bases obreras de lo acordado por sus representantes».

Ante la situación, el gobernador militar, general Fernando Moltó, asume el mando, proclama la ley marcial y establece el gabinete para la prevención de la censura. Los soldados del regimiento de infantería Princesa número cuatro, patrullan la ciudad, vigilan los transportes públicos y el puerto. El despliegue de tropas resulta impresionante. Los huelguistas están prácticamente acorralados. Irán, poco a poco, reintegrándose a sus puestos de trabajo.

El periódico liberal «El Día» que se subtitula «defensor de los intereses de Alicante y su provincia», lanza una dura ofensiva, contra el sindicalismo y la clase trabajadora. En realidad, defiende los intereses de la burguesía. Y elogia la creación de somatén. «Som atens... Están atentos a la defensa, son los ciudadanos hidalgos, sanos de espíritu, rectos de voluntad, que se disponen a mantener, frente a la anarquía desoladora, el reposo y dignidad de la patria». En fin.

El mismo periódico, anunció el viernes, once de abril: «Ayer, se levantó el estado de guerra, por acuerdo de la junta de autoridades. El mantenimiento del orden público ha vuelto a cargo del dignísimo gobernador civil, Francisco de Federico».




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La «gota fría» de los abuelos

24 de septiembre de 1993


El otoño ha entrado con ímpetu. Los hombres y las mujeres del tiempo leen las isobaras y nos avisan de posibles lluvias torrenciales. Es la «gota fría» de cada año. Aunque antes, aún no la habían bautizado con ese nombre casi de confitura. Antes eran simplemente las nubes a chorros y la riada que se llevaba por delante todo cuanto pillaba. Así ha ocurrido desde no se sabe muy bien cuándo. Así ocurrió el treinta de septiembre de 1919, por ejemplo.

Las crónicas de entonces cuentan que hubo «relámpagos continuos y truenos horrísonos» y que «cayó tal cantidad de agua sobre Alicante que la ciudad quedó inundada».

Concretamente, el periódico «La Región» afirma que: «En algunas calles, convertidas en verdaderos ríos llegó a alcanzar una altura de más de medio metro, y en la carretera de Murcia, un metro con veinte centímetros».

Según parece, las calles Villavieja, Mayor y Jorge Juan quedaron materialmente obstruidas por la cantidad de piedras y tierras que arrastró la corriente. Las comunicaciones ferroviarias con Alicante dejaron de funcionar: la fuerza de la riada desarticuló las vías.

Entre tanto, en el puerto, el laúd «San José», matriculado en El Campello, se fue a pique, cuando, afortunadamente, no había nadie a bordo. Y «El Vapor», un popular kiosco, instalado junto al Salón Moderno, propiedad de Juan Vilaplana, apareció en la Explanada, junto con las pipas que las aguas, tras derribar una pared del establecimiento de vinos «El Nuevo Noé», qué inútil previsión, se llevó por delante.

El bueno de Aniceto Roca casi se va de un infarto. Había traído veinte cabras de Orihuela, con objeto de facturarías para Barcelona, y, cuando después de la tormenta, se llegó al corral donde las había dejado, estaban las veinte panzas arriba. Ahogadas.

Claro que todavía fue más trágico el destino de las personas que habitaban en una chabola, en el barranco de San Blas, junto a la estación de Madrid: murieron Pedro León, Francisco Limorte, alias «Chulo» y su esposa a quien se la conocía por «La Sorda» y cuyos cadáveres fueron a parar a la estación de Murcia.

Otra mujer que convivía con los anteriormente citados y apodada «La Pichona» desapareció, en medio de la tumultuosa riada.

Lo curioso es que acerca de estas gentes, el referido periódico dice: «(...) Ante la inminencia del peligro, agotaron las municiones que tenían los infelices, disparando tiros en demanda de socorro».




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Los más antiguos

25 de septiembre de 1993


Algunos ya se han esfumado, pero queda su memoria. Fueron, en su momento, y a lo largo de los tres últimos siglos, comercios, boticas, tahonas e instalaciones de manufactura que impulsaron el desarrollo mercantil, económico y social de nuestra ciudad. Son, ahora, referencias de la historia menuda y entrañable de Alicante.

Por ejemplo, Montero Pérez registra como el establecimiento industrial más añejo de la joyería, platería y relojería de Amérigo. Según el cronista, la citada casa se fundó en 1720, en la calle de la Virgen de Belén. Allí estuvo hasta 1830, en que se trasladó a la de Labradores, para ubicarse finalmente en la de Altamira.

Concede el mismo autor a la imprenta de Nicolás Carratalá la mayor antigüedad en las artes gráficas, a quien ciertamente fuera origen de un linaje de maestros en tipografía. Se instaló Carratalá en una planta baja de la calle de Toneleros (hoy, de Jorge Juan), hacia 1790, de donde pasaría sucesivamente a las plazas del Mar y de la Constitución, para recalar, ya en 1901, en la calle de Bailén: «Tiene el honor esta imprenta de haber impreso el primer periódico alicantino "La Gaceta de Alicante", en el año 1794». Suponemos que Montero Pérez, se refería, cuando tal escribió en 1920, a aquellas firmas que aún funcionaban, porque como ya constatamos, con motivo del centenario de Such Serra, en 1989, de acuerdo con Figueras Pacheco e Isidro Albert, «Jaime Mesnier estableció la primera tipografía en nuestra ciudad en 1689. A Mesnier que se trasladó a Orihuela, le sucederían Claudio Page, Andrés Clemente, su viuda Tomasa Aragó, Salvador Palerano y Nicolás Carratalá», ¡qué estirpe!

Y de las tintas que ilustran, a los olorosos hornos de pan: uno, en la plaza del Puerto; otro, en la Vila Vella; y un tercero, en la calle de San Nicolás. Aunque el «Forn de Toni», el del carrer de Baix (o la Vila Vella o la Villavieja) se lleva la palma: aparece en la segunda mitad del siglo XVI.

Pan y chuletas. El matadero se montó, cuando mediaba el 1700, en la plaza de Ruperto Chapí; luego iría a parar a la actual calle de Altamira, hasta que en 1811, se lo llevaron a un extremo del Raval Roig. Y claro, el bicarbonato para digerir el presunto atracón, en la botica de Soler que se levantó, en 1836, se incendió y se reconstruyó de inmediato, siempre en la plaçeta de Sant Cristófol. Esa plaçeta que trinchó la voracidad y envenenó la gasolina quemada impunemente. De la farmacia apenas queda ese emblemático rótulo, en un muro dispuesto para. el sacrificio. Cómo despilfarramos, tan callando, nuestro parvo inventario de la identidad urbana.




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Contra los caciques

27 de septiembre de 1993


No escapó nuestra provincia ni nuestra ciudad del control político y económico de las clases dominantes. El turnismo de los partidos dinásticos de la Restauración, conservadores y liberales pasándose el testigo del poder, propició el tinglado del caciquismo, es decir, el mecanismo de manipulación electoral y del manejo de las administraciones, entre otras raterías. La Prensa y una considerable bibliografía nos informan de quienes ejercieron artimañas caciquiles, en nuestras comarcas, particularmente, a lo largo del presente siglo. Son más que conocidos los nombres de Ruiz Capdepón, de los Ruiz Valarino, «Los Trinos» y del marqués de Rafal, en la Vega Baja; o de los Morro Miranda y Torres Orduña, en La Marina. En la ciudad de Alicante se cita a los «caciques liberales Alfonso de Rojas y Rafael Beltrán Ausó que procedían respectivamente de las filas conservadoras y republicanas».

En febrero de 1919, el diario «El Luchador» le metió un repaso a la Diputación de mucho cuidado: «(La Diputación) es un caso escandaloso de caciquismo, de impudor, de administración monárquica. Monárquicos son todos los diputados. Ellos arreglan y desvalijan aquella casa».

El periódico republicano afirmaba que nuestras carreteras eran las peores de España y de que cuanto dependía de la corporación provincial no tenía apaño: la beneficencia, el hospital, la cárcel. «Todos los ayuntamientos de Alicante están marginados y desaministrados por monárquicos». Tal sólo se refiere a San Vicente del Raspeig, «donde el pueblo venció al caciquismo». Claro que, de acuerdo con la referida publicación, el alcalde y los concejales republicanos «del pueblecito», fueron amenazados reiteradamente por la Diputación que concluyó por procesarlos y embargarlos, a pesar de que «pagaron, hasta el último céntimo».

La munición del diario citado se dirigía muy concretamente contra los diputados Francos Rodríguez y Ruiz Valarino que movían los hilos de los caciques rurales. Al presidente de la Diputación, Celestino Pons Albi. Carlos Esplá, en «El Pueblo», de Valencia, lo puso a parir: «La última desvergüenza -dice- es la que ayer publicaba la Prensa. Los empleados no cobran sus mensualidades desde hace mucho tiempo. Y han ido a la huelga. El presidente excusó diciendo que no había fondos para pagarles. Y han ido a la huelga los empleados, los cocineros de la beneficencia, los médicos del hospital». Por ésta u otras razones, el presidente dimitió en marzo de aquel año. Le sucedió en el cargo Alfredo Pastor. Pero la lucha contra el caciquismo no arreció por ello.




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Ángel Lozano no abandonó

28 de septiembre de 1993


La tempestad zarandeó el transatlántico «Santa Isabel», hasta lanzarlo contra los acantilados de la isla Salvora, en las costas gallegas. El siete de enero de 1921, «El Luchador» informó de que a consecuencia del naufragio, se contabilizaban ya doscientas catorce víctimas, «a menos que otros alcanzaran tierra por puntos distintos, pues a Santa Eugenia de Riveira no habían llegado más que cincuenta y dos náufragos». «Se ha comprobado también -noticiaba el periódico de referencia- que el capitán del barco estuvo ocho horas bregando con el oleaje, asido a un madero, hasta que fue rescatado por una gasolinera. Ayer, el vapor "Rosina" desembarcó dieciséis cadáveres más recogidos entre el oleaje».

El alicantino Ángel Lozano Campos, joven radiotelegrafista del «Santa Isabel» se hundió, con el barco. «Desgraciadamente para él y su familia, murió en su cabina pidiendo ayuda hasta el último momento, para honra de sus paisanos, porque con su sacrificio se pudieron salvar muchas vidas».

Posteriormente a aquella tragedia marítima, muchos periodistas y escritores, elogiarían el heroísmo de Ángel Lozano, en toda la Prensa nacional. Entre ellos, el académico José Ortega Munilla. El Ayuntamiento de nuestra ciudad, en sesión del veintiuno de los dichos mes y año, escuchó la emocionada intervención del concejal, señor Alberola, quien manifestó que «es necesario glorificar la memoria de ese distinguido hijo de Alicante, y para ello debe hacerse algo práctico, no olvidando a tal fin que, por el hecho de haber perdido la vida el señor Lozano Campos, queda en el mayor desamparo una viuda próxima a ser madre».

Alberola propuso que el Consistorio abriera una suscripción popular que secundara la Prensa periódica, con objeto de allegar recursos a la infortunada esposa y «el niño o la niña que dé a luz dicha señora». A tal fin se abriría una cuenta en la Caja de Ahorros de Alicante.

Seguidamente, el citado concejal añadió que para «perpetuar la memoria del "soldado de la ciencia" que murió excediéndose en el cumplimiento de su deber», su nombre figure en una nueva calle de Alicante, así como «en las lápidas de mármol que existen en el antesalón de sesiones del Ayuntamiento». La corporación así lo acordó.

Ángel Lozano era «hijo del comandante don Antonio y hermano de nuestro querido amigo Carlos Lozano».




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Salas de espectáculos, a pagar

1 de octubre de 1993


Había que echarle cuartos, como de costumbre, a las siempre depauperadas arcas municipales. Nuestro Ayuntamiento, dentro de las tradicionales servidumbres locales, ha rendido una ilusoria autonomía administrativa a los poderes más absorbentes y a la insuficiencia de caudales. La crónica lo documenta así, al margen de la mayor o menor eficacia de los equipos de gobiernos. Aquella corporación que presidía Antonio Bono Luque tuvo que hacer ejercicios de malabarismo, para sacar recursos.

En sesión del seis de mayo de 1920, treparon la cucaña de las salas de espectáculos y las metieron el rejón de los impuestos, para los dos años siguientes. La cosa quedó tal y como aquí se recoge.

A la empresa del Teatro Principal le cayeron quinientas pesetas al mes y la cesión gratuita de dos días, para que la Banda Municipal pudiera dar otros tantos conciertos de pago. Los mismos dos días que al Teatro de Verano, el cual tenía que abonar doscientas cincuenta pesetas por mes, de mayo a diciembre.

Luego, y por quincenas anticipadas, debían pagar el Salón España (cine Capitol), el Teatro Nuevo y el Salón Moderno (cine Monumental, en su anterior emplazamiento en la avenida de Alfonso el Sabio). El primero dieciocho pesetas por cada día de función; el segundo, trece pesetas con cuarenta céntimos, también diarias y siempre que ofreciera algún espectáculo; y el tercero, once pesetas y veintiocho céntimos, en las mismas condiciones que los anteriores.

Además, el Salón España venía obligado a reservar dos días al año, con carácter gratuito para el Ayuntamiento. Mientras que tanto el Teatro Nuevo como el Salón Moderno, en virtud de tales acuerdos, «debían comprometerse a dar, cada mes, una exhibición cinematográfica instructiva y gratuita para los niños de las escuelas públicas alicantinas», lo que no dejaba de ser, en aquellos tiempos heroicos del Séptimo Arte, una buena experiencia pedagógica.

Otra cosa es la reacción de los empresarios, frente a tales medidas. Que cada cual se lo imagine. Pero los lugares para el espectáculo y para la proyección de películas mudas eran toda una tentación para quienes tenían que administrar la ciudad.




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¿Dónde está el Gobierno Civil?

2 de octubre de 1993


Con todos nuestros respetos al actual gobernador y buen amigo, Alfonso Calvé, nos referimos tan sólo al edificio oficial y particularmente a aquellos otros que antaño albergaron sus dependencias y oficinas. Aquí ya dejamos constancia de la inauguración, con la presencia del general Francisco Franco, de la finca de la plaza de la Montañeta. Pero, anteriormente, de algo más de un siglo a esta parte, ¿qué hubiéramos respondido si alguien nos pregunta por la dirección del Gobierno Civil?

Sucesivamente, y desde la muerte de Fernando VII, en 1833, los entonces denominados jefes de Fomento, ocuparon un edificio, propiedad de los señores Laussant, en la actual Rambla de Méndez Núñez, al lado del convento de las Capuchinas, es decir, en el mismo lugar donde, en 1836, se instaló la Diputación Provincial.

Más tarde, pasó a la calle Jorge Juan, al palacio de los Marqueses de Beniel, en cuyo solar se construiría, hacia 1922, el Teatro Nuevo. Mucho antes, en 1858, el gobierno se trasladó a la calle de Gravina, número trece. Tan sólo por unos meses y debido, según el periodista Montero Pérez, «a una genialidad del gobernador Alcalá Galiano, en la que mediaron faldas, ¡oh!, mágico poder de las faldas» («El Luchador», cuatro de abril de 1922), se ubicó temporalmente a la calle de Liorna (hoy, López Torregrosa), para volver de nuevo a Gravina.

Las dependencias del Gobierno Civil se instalarían posteriormente en la calle de San Fernando. Y desde 1922 hasta su traslado a la Diputación Provincial, durante la Guerra Civil, en un edificio propiedad de Roque Ruiz Belda, situado en las calles Cid, Blasco y Sagasta. Tres fachadas, planta baja, entresuelo, y principal. Edificio que hizo construir el alcalde Anselmo Berguez Dufro, entre 1858 y 1960. Dice el citado periodista: «El señor Berguez hermoseó así esta parte del antiguo Arrabal de San Francisco que era conocida por el rabo de la paella». La propiedad del mismo pasaría a Manuel Cortés de Mira, luego al notario Pablo Jiménez Sampelayo. y su viuda la vendería a Ruiz Belda, quien la arrendó por diez años y diez mil pesetas anuales, a partir del primero de abril de 1922, al Gobierno Civil, para sus oficinas y habitación del titular. Por cierto que el primer gobernador propiamente dicho de la provincia de Alicante, fue el poeta Ramón de Campoamor, tras el decreto por el cual se suprimía la figura de intendentes y jefes políticos.

Todos los datos los hemos tomado de la Prensa alicantina, y muy en particular, de las crónicas de Francisco Montero Pérez, de diversa documentación consultada y del libro de Gonzalo Vidal «Alicante, sus calles antiguas y modernas».




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Incautaciones

4 de octubre de 1993


Ya nos ocupamos, con la brevedad que nos impone las escasas cien líneas de nuestra habitual columna, de algunas de las incautaciones e intervenciones de los bienes y cuentas corrientes del Frente Popular, de sus organizaciones y personas significadas, por las autoridades franquistas, tras la guerra civil.

Cuando se inició, los republicanos procedieron también análogamente, a través de la Comisión de Incautación de Industrias. En uno de los varios documentos que nos han sido confiados se reseña el acuerdo del Sindicato de Trabajadores de Aduanas, Consignaciones y Transportes, de veintiséis de agosto de mil novecientos treinta y seis, por el cual se incauta, con carácter provisional, la casa Ravello Hijo «dedicada al negocio de consignación de buques y comisionista de tránsitos».

En el acta correspondiente, se autoriza a Miguel Polo Sánchez y Francisco Huesca Calleja, como presidente y vicepresidente, respectivamente, del comité del referido sindicato, «para llevar la firma en toda clase de documentos que correspondan al negocio de la casa, incluso talones y cheques contra los bancos de esta ciudad».

La citada Comisión, dependiente del Gobierno Civil, notificó oficialmente tal acuerdo a las entidades bancarias, en su escrito, «con las firmas estampadas al margen» de los señores relacionados, para su reconocimiento y comprobación, con el aval técnico y administrativo de ambos, por parte de dicho organismo, y de la Comisión Provincial Técnica de Banca.

La misma que, en septiembre del treinta y seis, comunicó a los directores de las sucursales bancarias que le concedía firma «a los compañeros de Julio Carbonell y Juan y Mariano Botella Martínez» que se habían incorporado a la mencionada Comisión provincial, en tanto se la retiraba «al compañero Adrián Dupuy, por haber sido necesarios sus servicios en otro cometido y en virtud de instrucciones del Sindicato Provincial de Trabajadores del Crédito y de las Finanzas».

En meses posteriores, ingresaban en la repetida Comisión de Banca, con el reconocimiento de firma, José Miralles Pérez y José Climent Lledó, «para que, al igual que los demás componentes, puedan legalizar cuantas operaciones se deriven de las funciones que nos ha competido (el sindicato más arriba expresado)».




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Han matado a Pelo Lobo

5 de octubre de 1993


Le dieron garrote vil de mañana. El verdugo, taciturno y vaporoso, llegó de Sevilla y se hospedó en la cárcel. Aquel mes de febrero de 1922, la ciudad sintió cómo se le helaba la sangre. «Hacía unos cincuenta años que en Alicante no se había alzado la visión horrible del patíbulo», comentaba un periódico, el día antes de la ejecución.

El alcalde, Juan Bueno, telegrafió al presidente del Consejo de Ministros, y a los titulares de Guerra y de Gracia y Justicia, solicitando el indulto para el gitano José Moreno Moreno (a) «Pelo Lobo». La tarde antes de cumplirse la sentencia capital, el Ayuntamiento en pleno aprobó la petición de clemencia. También lo hicieron varias sociedades obreras. Y los presidentes del Colegio de Abogados, del Casino, del Círculo de Bellas Artes, de la Liga de Inquilinos, de la Junta de Obras del Puerto. Por unos momentos, se pensó que sí, «que Francisco Rodríguez, diputado por Alicante, y con un cargo en el Gobierno» iba a conseguir la medida de gracia. En telégrafos se esperaba con los nervios tensos, mientras crecía la expectación general.

Pelo Lobo ya estaba en capilla, con los jesuitas Vicente Hernández y Estanislao Domenech. Pálido, silencioso, confuso. El consejo de guerra lo había sentenciado a muerte. No entendía nada. Meses atrás, había disparado contra un sargento de la Guardia Civil y lo hirió en una mano. El tétano, en unos días, acabó con la vida de Francisco Solís, el hombre de la Benemérita. Lo juzgaron y lo condenaron al garrote, en agosto de 1921. Seis meses después, se encontraba en capilla alentando una vaga esperanza de clemencia.

Pero el jueves, veintitrés de febrero de 1922, la Prensa daba la noticia de que, a las siete de la mañana, había sido ajusticiado José Moreno (a) «Pelo Lobo». El verdugo salió sigilosamente hacia Sevilla: había cumplido su tremenda misión. Durante varios días aún, los periodistas recogieron el desencanto de quienes confiaron en las gestiones de políticos y organizaciones sociales y profesionales. Hasta los comerciantes habían cerrado sus tiendas solidaria, pero inútilmente.

Pelo Lobo fue el primer reo agarrotado en el patio de la cárcel, de acuerdo con las disposiciones gubernativas de 1897. Quienes le antecedieron, pudieron contemplar desde el patíbulo, fugazmente, la viscosa crispación de una multitud de espectadores del horror.




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Lugares para el patíbulo

6 de octubre de 1993


Lo escribimos ayer: José Moreno, alias «Pelo Lobo» fue el primer reo ejecutado en el interior de una cárcel, en nuestra ciudad, de acuerdo con las nuevas disposiciones gubernativas, primero, y legales, poco después. En tiempos anteriores, las sentencias capitales se cumplían en lugares públicos. Se pretendía ejemplarizar. Y se horrorizaba. Es uno de los aspectos más desagradables y crueles de los pueblos. Del nuestro también. Pero forman parte de su crónica. De su crónica negra.

Durante la primera mitad del pasado siglo, el patíbulo se encontraba instalado en el Portal de Elche que habría de llamarse, por ello, plaza de las Horcas. Más tarde, tendría, por fortuna, otros nombres que ya hemos comentado aquí. Un decreto de las Cortes de Cádiz, de fecha veinticuatro de enero de 1812, entre otras cosas, decía: «(...) que desde ahora queda abolida la pena de horca, sustituyéndose por la de garrote, para los reos que sean condenados a muerte». Está firmado tal decreto por el presidente, Manuel de Vallafañe, y por los diputados Josep María de Calatrava y Josep Antonio Sumbiela, este último por el Reino de Valencia. Sin embargo, dos años después, se restableció la horca.

Según Montero Pérez, a partir de 1814, se trasladan los siniestros artefactos a un lugar alejado: el Rihuet que más tarde, ya urbanizado, se rotularía con el nombre de calle de Luchana y posteriormente con el de avenida del Doctor Gadea. A partir de entonces, se ejecutó en un descampado que, con el tiempo, se convertiría en el parque de Canalejas.

Fernando VII, por real decreto de veintiocho de abril de 1832, volvió a imponer el garrote, ya con carácter definitivo. En el descampado, se ejecutó, en 1874, a José Soler Berbegal, vecino de Elche, acusado y condenado por parricidio. Desde entonces, y hasta la muerte de «Pelo Lobo» no se llevó a cabo ninguna otra ejecución en el patíbulo. Sí se registra una pena capital a cargo del ejército, por fusilamiento.

A las siete de la mañana del siete de abril de 1891, fue pasado por las armas, en las faldas del castillo de Santa Bárbara, el carabinero de veinticinco años de edad, Manuel Rey. Se le había condenado por la muerte del sargento del mismo cuerpo, Manuel García.

Cerramos tan penosos capítulos. Hoy, la Constitución nos preserva de tan degradantes prácticas.




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Bretón de los Herreros, en Alicante

7 de octubre de 1993


Con apenas diecisiete años de edad, Manuel Bretón de los Herreros sentó plaza de soldado, dispuesto a plantarle cara al ejército invasor. Y se la plantó. Primero, el tres de septiembre del año 1812, inició en Alicante la instrucción militar. Aprendió a manejar el fusil en el cuartel de la plaza de las Barcas (luego de Isabel II y finalmente de Gabriel Miró). Y cuando, después de unos meses, ya estuvo preparado, cargó macuto y armamento y se fue a hacerle la guerra a los franceses.

Intervino en diversas operaciones en nuestra provincia y en la de Murcia. Y no paró, hasta que en 1814, las tropas de Napoleón emprendieron la retirada. Al joven Bretón de los Herreros la arrogancia del gabacho le costó un ojo: el izquierdo.

En «El Luchador», del veintiuno de noviembre del año 1922, se reproduce la siguiente ficha: «Regimiento de Infantería Primero de Voluntarios de Aragón. Filiación del soldado Manuel Bretón de los Herreros, natural de Quel (Logroño), dependiente del Co-Regimiento de Calahorra y avecindado en su pueblo. Su oficio, estudiante. Su estatura, cinco pies, tres pulgadas y seis líneas (es decir, apenas metro y medio). Su religión, Católica Apostólica Romana. Sus señas éstas: pelo castaño claro, ojos pardos, color moreno, cejas como el pelo, nariz regular, Barbilampiño. Fue destinado al Batallón de Voluntarios de Aragón, por el tiempo de guerra, en Alicante, el día tres del mes de septiembre de 1812». «Se le leyeron las penas que previene la ordenanza y lo firmó, quedando advertido de que es la justificación y no le servirá de disculpa. Siendo testigos los sargentos primero y segundo Tomás Bellón y Esteban Marqués».

A Manuel Bretón de los Herreros, uno de los comediógrafos costumbristas y chispeantes de nuestro teatro, autor de «A la vejez, viruelas» y «El pelo de la dehesa», por citar tan sólo un par de sus obras, el marqués de Molins, íntimo amigo que conocía su admiración por nuestra ciudad y nuestro benéfico clima, le dedicó unos versos cuyo comienzo es el siguiente:

Sépades, señor Bretón,

que de Poniente a Levante

es, sin disputa, Alicante

«la millor terra del món».




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El misterio del abanico

8 de octubre de 1993


Acerca de la muerte de una joven cigarrera ocurrida hacia 1829, apenas si se tienen noticias. La confusión y el silencio inmediato pusieron fin a lo que aún continúa siendo un misterio. Ni siquiera el nombre de la víctima resulta conocido. Sí, el de la presunta autora del homicidio. Con un cierto aire de folletín de la época, el suceso, escasamente esclarecido, se esfumó, cuando el corregidor y jefe político Pedro Fermín de Iriberry prohibió, con toda severidad, las coplas populares a las que dio origen.

De la cigarrera se cuenta que anduvo por Madrid, durante algún tiempo, «y que con otras mujeres era obsequiada por muy altos personajes -entre ellos se dice que el propio rey Fernando VII-, en el Canal y en las Ventas del Espíritu Santo».

Finalmente, la alegre operaria fue trasladada a nuestra ciudad, para evitar el escándalo en la Corte. Según parece, poseía alhajas y un abanico realmente excepcional. De acuerdo con los comentarios de la Prensa, la mujer fue desterrada de Madrid y se urdió, en su torno, una sutil y bien amañada conspiración, para arrebatarle aquel objeto. Fue Pepa León su maestra de taller, la que recibió órdenes, para conseguirlo. Pepa León, que procedía de la Fábrica de Cigarros de Sevilla, trató de persuadirla para que se lo vendiera. La joven se negó reiteradamente, aun cuando el precio que le ofrecía su supuesta amiga era muy considerable.

Por último, cierta mañana en que se encontraban ambas a solas se empeñaron en una lucha, cuerpo a cuerpo. En esa lucha murió la operaria, sin que se sepa cómo. Las mismas fuentes periodísticas no descartan un accidente fortuito. El caso es que Pepa León recogió el abanico del domicilio de la infortunada y se lo entregó a su jefe de la fábrica quien, al parecer, lo remitió a Madrid, «para ser entregado a una augusta dama, propietaria del mismo y que lo era, según los rumores, la reina Amalia, tercera esposa de Fernando VII, al que se lo reclamó con insistencia, cuándo advirtió su desaparición».

Una de las coplas a las que hemos hecho referencia anteriormente decía:

«En la fábrica del Rey

se ha hecho una muerte fiera.

Por un abanico

se ha muerto una cigarrera»

Entonces, Iribarry publicó un bando en el cual se advertía que se aplicarían duras penas a quienes cantaran tales letras. Sospechosa la amenaza. En cualquier caso, cierta o no, la historia tiene el trágico encanto de algunos pliegos de cordel.




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Dos visitantes de excepción

9 de octubre de 1993


De tener un álbum de firmas de visitantes ilustres en Alicante y provincia, estaría rebosante de historia. Por supuesto, se ha escrito lo suyo sobre muchos de cuantos «famosos» han estado por aquí, a lo largo de los siglos, bien atraídos por nuestro paisaje y clima, bien por otros motivos. La bibliografía disponible al efecto nos avala más que suficientemente.

Recordamos, sin embargo, a dos de esos personajes que tienen su acomodo en las páginas de la literatura y de la astronomía. Nos referimos a Teófilo Gautier y a Camilo Flammarion.

Del primero, conocemos de fuentes periodísticas que llegó a nuestra ciudad, por vía marítima, procedente de Cartagena, y a bordo del vapor «L'Ocean». Era un día de septiembre de 1840. Desde la cubierta del mismo barco, tan sólo contempló «una torre muy baja y poco visible». Sin embargo, cuando entró por la Puerta del Muelle, se quedó admirado ante el edificio del Ayuntamiento. Acompañado por su amigo, Eugenio Piot, y durante las pocas horas en que se realizaban las operaciones de carga y descarga, en el vapor donde viaja, recorrieron el Malecón y las calles de Princesa, Toneleros, Pescadería, Labradores, Lonja de Caballeros, Mayor, Balseta y plaza de las Barcas. En su diario de viajes, anotó: «Los edificios urbanos se elevan y toman un aire europeo». Después, y en opinión de Montero Pérez, almorzaron en «La Cruz de Malta» del fondista Bossio. El autor de «La señorita de Maupin» y colaborador, con Balzac, de «La crónica de París», examinó atentamente la fortaleza de Santa Bárbara y escribió escueta y acertadamente; «Magnífica de forma, magnífica de color». Por último, embarcó de nuevo en «L'Ocean» y partió hacia Valencia.

En los cabildos municipales queda constancia de los trabajos del científico Camilo Flammarion, que el veintiocho de mayo de 1900, junto con otros astrónomos, estuvo en nuestras costas, con objeto de estudiar un eclipse total de sol. La habitual limpieza de nuestros cielos facilitaba, sin duda, los propósitos de estos hombres. Previamente, en acta municipal de nueve de abril del referido año, el concejal Guardiola manifiesta que los ayuntamientos de Elche y Santa Pola habían festejado a los científicos y que sería conveniente que Alicante no se quedara a la zaga, en cuestiones de agasajo a tan ilustres extranjeros. Y sus palabras fueron tomadas en cuenta.

Camilo Flammarion que tanto sabía de constelaciones y estrellas, ¿no vendría a escrutar el futuro del «triángulo»? Habrá que analizar bien sus escritos no sea que...




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Enterrar a los muertos

11 de octubre de 1993


Inevitablemente, nos hemos referido en distintas ocasiones tanto a la ya desaparecida necrópolis de San Blas, como a la que se encuentra en servicio en la actualidad, tras diversas ampliaciones y modificaciones, desde su inauguración.

El Cementerio Municipal se inauguró oficialmente el 17 de julio de 1924, a las 19 horas, aunque ya venía funcionando desde bastante tiempo atrás. Asistieron al acto, el alcalde, comandante Miguel Salvador Arcángel, y los concejales Heliodoro Madrona, Carlos Manero, José Tato y José Guillén; los funcionarios del Ayuntamiento, Enrique Ferré, Carmelo Simón y Cipriano Frías; José Gadea Beneyto, inspector municipal de Sanidad, y directores y representantes de la Prensa local. Algunos diarios, comentaron satisfactoriamente la diligencia de Miguel Salvador quien, poco después de tomar posesión de la Alcaldía, giró una visita al camposanto y viendo las obras de cerramiento aún tan atrasadas, se comprometió a urgir su conclusión en seis meses.

Doce años habían transcurrido desde la compra de los terrenos, pertenecientes a la finca denominada «El Toll», en 1912. El once de marzo de 1915, se aprobó el proyecto para la cerca de dichos terrenos y fue adjudicada, mediante subasta, por treinta y dos mil seiscientas cincuenta y siete pesetas con noventa y ocho céntimos, a Pedro Llopis Marí, quien cedió, luego, el contrato, previo acuerdo favorable de la corporación, a Francisco Sogorb y Agustín Pantoja. Las cinco puertas de acceso al recinto fueron construidas en los talleres de la fundición Martínez, Roselló y López, y costaron poco menos de 6.500 pesetas.

Pero además del cementerio, se inauguró el camino de acceso al mismo desde la carretera de Alicante a Ocaña, y que tenía una longitud de 1.083,35 metros. Los terrenos para su trazado fueron cedidos por Juan Esquerdo y Máximo Caturla.

Un redactor de «El Luchador» decía en su crónica: «Se inspeccionó después el magnífico osario y las obras de las dependencias de la necrópolis, pasando todos al departamento neutro o cementerio civil, cuyas rejas de hierro, fachada y tapia son, en todo, iguales al otro, sin distinciones. Sobre las tumbas de este departamento se habían depositado flores, lo mismo que en los del departamento católico». Un recuerdo, cuando apenas si faltan tres semanas, para las habituales y masivas visitas a aquel lugar.




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Novecento

12 de octubre de 1993


El primer alicantino nacido en el siglo XX fue José Sanz Ferrándiz, hijo de José María Sanz Borrás y Ramona Ferrándiz Monllor. Cuando menos, así se recoge en el acta municipal correspondiente a la sesión plenaria del once de enero de 1901 y que dice, en uno de sus párrafos, que el referido niño «nació a los catorce minutos del primero del actual». El concejal Porcel expresó al Ayuntamiento que «se hiciera algo en favor de este niño». De inmediato el síndico Francisco Alberola Cantarae, de acuerdo con su compañero, propuso que se ingresaran quinientas pesetas en la Caja de Ahorros de Alicante, a nombre del mismo, con la condición de que dicha cantidad y los intereses acumulados no pudieran ser retirados hasta que la criatura cumpliese los veinte años, «o antes previa información de necesidad y utilidad para el niño, practicado ante el Ayuntamiento y con el acuerdo de éste». El asunto, que se declaró de urgencia, fue aprobado por la corporación.

El nuevo siglo no tuvo un reflejo muy considerable en la documentación municipal. El catorce de diciembre de 1900, postrimerías del XIX, el alcalde, Alfonso de Sandoval, barón de Petrés, aprobó, con el acuerdo del resto de los ediles, «la adquisición de cincuenta ejemplares de un almanaque para el siglo XX y cien de otro para el próximo año, de cuyas obras es autor don Francisco García Torregrosa».

En la sesión ordinaria de aquel mismo día y en virtud de la instancia presentada por varios vecinos, que solicitaban una contribución del Ayuntamiento para «erigir una cruz en una de las cimas próximas a la ciudad como homenaje de Alicante a Cristo Redentor en los albores del siglo XX». El teniente de alcalde Martínez Blanquer, que presidía accidentalmente la corporación, propuso que se contribuyera con quinientas pesetas y así se acordó.

También se convino trasladar la Santa Faz a la Colegiata de San Nicolás, «con el piadoso objeto de que, encontrándose en esta ciudad que tanta adoración le profesa, la noche del treinta y uno del corriente (diciembre de 1900), presida la entrada del nuevo siglo y reciba homenajes y cultos...».

Vamos a ver para el 2001 qué odiseas preparamos, con los pies en la Tierra, si aún aguanta.




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Las viejas sepulturas

13 de octubre de 1993


Hacia 1514, según el cronista Viravens, los religiosos de la Orden Franciscana, que hasta entonces tuvieron su residencia en los alrededores de la ermita de Los Ángeles, se trasladaron «a un llano que se extendía al pie de la Montañeta» y en él aún estaban edificando su casa y la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. Doscientos años más tarde, adquirieron un huerto cuyos límites coincidían más o menos, con las calles de Bazán, Jerusalén, Gerona y Riego (después, General Goded; y hoy, Teatro). En este espacio, reservaron una parcela para enterrar a los peregrinos que fallecían en el hospital o casa santa de Jerusalén, junto al convento, y que aún existía en los años veinte.

Hacia 1810, y ante la posibilidad de que los ejércitos franceses se fortificasen en el arrabal de San Antón, el gobernador Iriarte ordenó su demolición. Simultáneamente, el extenso huerto se parceló con objeto de compensar a los propietarios de los inmuebles destruidos en el citado arrabal. Estaba así naciendo el llamado Barrio Nuevo. Poco antes, en 1805, y gracias al recientemente construido cementerio de San Blas, dejaron de practicarse inhumaciones en el referido huerto.

Por otra parte, los extranjeros recibían sepultura, si eran ingleses, en el llamado Huerto de Seguí, a espaldas de la fábrica de gas, ya que por aquellos parajes había varios almacenes propiedad de gentes de dicha nacionalidad, y hasta en la misma playa de Babel un pequeño puerto conocido por «el mollet dels inglesos». Según Montero Pérez, allí estuvo el primer cementerio protestante de nuestra ciudad. Los holandeses y otros extranjeros, eran enterrados en solares aledaños al Pou del Drac, (en la actual calle de Jovellanos), y también en la antigua plaza de las Barcas (ahora Gabriel Miró). En ambos citados lugares, al efectuarse obras de edificación, se encontraron abundantes restos humanos.

Otras necrópolis, en la calle de Montengón, en el huerto del hospital de San Juan de Dios que allí se conservó, hasta 1844; y en las plazas de Quijano y de Hernán Cortés (hoy, Plaza Nueva), en la que estuvo instalado el mercado de Calamarde, a finales del pasado siglo. Precisamente, el terreno de dicha plaza formó parte del huerto de los franciscanos al que ya nos hemos referido, al comienzo de esta columna.




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La gota de leche

14 de octubre de 1993


Seguro de que muchos recordarán aquellas verbenas que se celebraban en el paseíto de Ramiro y también, durante unos años, en el parque del castillo de San Fernando y que se las conocían por «La gota de leche». Una manera de recaudar fondos de carácter benéfico, para los niños pobres. Qué filántropos éramos por entonces, ¿verdad, usted? Con el fox-trot por medio y todo.

El episodio comenzó el uno de octubre de 1925, cuando se inauguró el Instituto Municipal de Puericultura, en los bajos del Ayuntamiento. Allí estuvieron el gobernador, general Cristino Bermúdez de Castro, el alcalde, general Julio Suárez Llanos, los inspectores provincial y local de Sanidad, doctores José Gadea Pro y José Gadea Beneyto, respectivamente; tras muchas personalidades, funcionarios y empleados del nuevo establecimiento. El decano del Cuerpo Municipal de Beneficencia y director técnico del mencionado instituto, Pascual Pérez Martínez, procedió a la lectura de la minuciosa memoria, en cuyo preámbulo se refiere cómo el tal organismo fue creado a instancias del doctor Carlos Manero Pineda y con el entusiasmo del por entonces alcalde Miguel Salvador Arcángel, como así consta en la sesión plenaria de la corporación, del día veintiocho de diciembre de 1923. Casi dos años después, Suárez Llanos lo llevaba, por fin, a la práctica.

Lo primero que se abrió al público fue la sección denominada «La gota de leche», que tenía por objeto facilitar tan necesario alimento a los niños sin recursos económicos. Atendían el servicio, además del referido director del nuevo organismo local, el facultativo auxiliar Ángel Pascual Devesa, el doctor Aguiló, químico del laboratorio municipal, la doctora en farmacia, Josefa Pascual Devesa, y los practicantes Vicente Lesban García y José Llopis.

Las instalaciones disponían de depósito para leche, una esterilizadora, una máquina para llenar botellines, un pesa-bebés, mil biberones, tubos de ensayo, probetas, matraces, etcétera.

Con motivo de la inauguración se concedieron de inmediato beneficios a varios niños, cuyos padres carecían de recursos. En aquel primer año de funcionamiento, el Ayuntamiento consignó en sus presupuestos una cantidad de ocho mil pesetas para el mantenimiento de «La gota de leche», durante el ejercicio correspondiente. Luego, llegarían las verbenas.




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Día del ahorro en Alicante

15 de octubre de 1993


Rompan el cerdito de alfarería, metan el dinero en una libreta y les darán una vajilla, una aspiradora o algo por el estilo. Las cajas van a por los caudales, cada día más escuálidos, y cada una se monta su tinglado seductor, para atrapar al cliente, también cada día más escaso. Se acerca el llamado «Día del Ahorro». Una fecha que se estableció al terminar el primer congreso de Cajas de Ahorro que se celebró, en Milán, en 1924, y se clausuró el treinta y uno de octubre. Asistieron veintisiete países, entre ellos, España. Con los representantes de las Cajas de Madrid, Barcelona y Postal, señores Carlos Prats, Enrique de Camps y Enrique García, respectivamente.

Al año siguiente, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Alicante que había fundado Eleuterio Maisonnave, celebró la fiesta. Previamente se había adherido al Instituto Internacional del Ahorro, tras solicitar su inscripción en Milán. No crean. Entonces, por real orden del primero de octubre de 1925, se sancionó el Día del Ahorro, el treinta y uno de octubre, y por otra real orden del catorce de los mismos mes y año, se dispuso que fuera presidida por el gobernador civil.

Y allí estuvo, claro, el general Cristino Bermúdez de Castro. Y, por supuesto, el presidente del consejo de administración, el abogado y escritor, José Guardiola Ortiz, que demostró, una vez más, su elocuencia, en la disertación que se marcó. También habló el señor Carreras, director gerente de la entidad.

Hubo premios en metálico «para el imponente más antiguo y otro, para el más perseverante». Mas como quiera que ambos eran personas de posibles, aquellos dineros los destinaron a costear cuatrocientos cincuenta cubiertos para pobres, que se sirvieron en la Cocina Económica. También se abrieron dos cartillas, con ciento veinticinco pesetas cada, para un asilado y una asilada de la Casa de la Misericordia.

Coincidiendo con la efeméride, se celebró una «magna asamblea» a la que asistieron, además, las Cajas de Elche, Novelda, Orihuela, Cartagena y Yecla, en la que ya se sentaron las bases para una futura federación de Cajas de Ahorro. Y ahora, fíjense. Así que, no lo duden, rompan el cerdito de barro o saquen los duros del calcetín y corran por la recompensa. Se la merecen. En estos tiempos, ahorrar, más que una hipotética virtud, es todo un malabarismo.




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Del himno de la Comunidad

16 de octubre de 1993


Con motivo de la exposición de Valencia, en 1909, el maestro Serrano compuso un himno al que escribió la letra Maximiliano Thous. Era, pues, el himno de la referida exposición. Años más tarde, concretamente en 1925, el dieciséis de mayo, «se consagró» oficialmente como himno de la región valenciana, en el festival concebido mancomunadamente por las tres provincias.

El festival se celebró en la plaza de toros de Valencia y asistieron al mismo comisiones procedentes de todas las ciudades y pueblos y, por supuesto, de las tres capitales: Alicante, Castellón y Valencia. La representación alicantina estaba integrada por el alcalde, Julio Suárez Llanos, el concejal Riquelme y el secretario del Ayuntamiento, Enrique Ferré. El edil Candela Ardid, acompañaba a cinco jóvenes de distintos lugares de nuestra provincia: María Sirvent y Mercedes Candela, de Jijona; Bienvenida Olmos, de Elda; Anita Samper, de Novelda; y Etelvina Pérez, de Monóvar. También estuvo presente en aquel acto, el compositor alicantino Ernesto Rosillo, de quien escribimos recientemente.

La comitiva provincial que tomó parte en el acontecimiento estaba integrada por una carroza alegórica, autoridades de la ciudad y de los partidos judiciales que se encontraban también representados «por once labradores ricamente vestidos».

El maestro José Serrano, al frente de las bandas de música, de la orquesta valenciana y de una numerosa masa coral, empuñó la batuta y dirigió solemnemente el himno, «hasta que en la estrofa final, de la parte superior de la plaza, cayó una lluvia de flores, se soltaron centenares de palomas, las campanas se echaron al vuelo y se dispararon salvas, quedando proclamado, en aquel momento y oficialmente, el himno de la región». Luego, se le concedieron a Serrano distinciones y el título de «hijo adoptivo» de Valencia. A los alcaldes de las tres capitales se les entregó un pergamino con la proclamación. En la permanente del veinte de aquel mes de mayo, el alcalde Suárez Llanos se congratuló de la efemérides.

Pero en septiembre del mismo año, un grupo de intelectuales manifestaron su disgusto por el himno impuesto. Rafael Miñana, desde «El Mercantil Valenciano», y Roberto Castrovide, desde «La Voz», aglutinaron la protesta. En «El Luchador», de Alicante, José Juan escribía: «Repasen los que todavía se sientan deslumbrados por el efectismo gordinflón y dolzacho del himno de la exposición, esos otros himnos que han prevalecido».

Con la autonomía, la Generalitat, por ley de 1984, título segundo, y en donde se evoca aquella ocasión, lo declaró himno oficial. Primero en la dictadura primorriverista; luego, en la democracia.




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Dicenta y el abad Penalva

18 de octubre de 1993


El autor teatral Joaquín Dicenta murió en nuestra ciudad, en 1917, y fue enterrado en el viejo cementerio de San Blas. Aquí, pasó su infancia junto a su padre, «el húsar apuesto que era ya un viviente despojo humano, macerado por las dolencias más crueles».

Tenían su domicilio en la plaza de Isabel II (hoy, Gabriel Miró). A Dicenta, lo guió en sus estudios el abad Penalva. Y él le contaría, más tarde, al escritor Pedro de Répide: «El padre Penalva me decía siempre que en mí había un ángel y un demonio que habían trabado pelea, y se preguntaba: ¿Cuál de los dos ganará y se quedará contigo?».

En marzo de 1930, Pedro de Répide, cronista oficial de Madrid y novelista, estuvo en Alicante y visitó la sepultura de su amigo que ofrecía un aspecto lamentable.

Lo acompañaron, en aquella fúnebre visita, Álvaro Botella, director del diario republicano «El Luchador», y Ferrándiz Torremocha, «el ágil escritor que lleva a los ciudadanos las palpitaciones de la vida alicantina». El novelista describía así al dramaturgo: «Su perfil tenía algo de Fernando V, algo de León XIII y algo de Lagartijo».

Pedro de Répide manifestó: «Esta ciudad lo ha honrado dándole su nombre a una hermosa plaza (la del Mar), en cuyo centro se haya, por cierto, el monumento a los Mártires de la Libertad».

Refiriéndose al nuevo cementerio, comentó que gracias a las gestiones de Juan Botella que era miembro del Consejo, «se consiguió que se hiciera allí el civil con las mismas condiciones de decoro que el católico. El propio Juan Botella descansa en él. Y el doctor Rico, insigne no sólo por la ciencia, sino por la elevación de sus ideales. Es donde deben estar los restos del autor de "Juan José"».

Pedro de Répide pudo contemplar la procesión cívica que se celebró el ocho de aquel mes de marzo, como todos los años, en memoria de los Mártires de la Libertad, y muy probablemente escuchó las palabras que, en tal acto, pronunció el alcalde Florentino de Elizaicin: «Queridos alicantinos, el año cuarenta y cuatro del siglo pasado, a las once de la mañana, fueron vilmente fusilados por un sicario de la reacción, veinticuatro ciudadanos honrados.

»Y se les fusiló por la espalda, aunque querían dar la cara». También se refirió en su alocución a Tomás España, hermano de su abuelo, el alcalde y liberal que tomó parte en el pronunciamiento progresista de Pantaleón Boné.




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Monumento a Chapí

19 de octubre de 1993


El veinticinco de marzo de 1930, se descubrió el busto dedicado al ilustre músico de Villena, Ruperto Chapí, en la plaza rotulada a su nombre. Al acto asistieron los ayuntamientos alicantino y villenense. la Diputación Provincial y diversas comisiones. El alcalde de nuestra ciudad, Florentino Elizaicin ofrendó el homenaje, y el abogado Antonio Pérez Torreblanca, paisano de compositor, pronunció unas palabras de exaltación. Se iba a cumplir el veintiún aniversario de su muerte, por aquel entonces, concretamente el treinta de abril de 1909. El proyecto lo inspiró un colaborador del diario «El Luchador». En 1927, Ballester Soto escribió: «Según se me dice va a empezar la transformación de la plaza de Ruperto Chapí, en el lado izquierdo del Teatro Principal, que da frente al nuevo edificio de la Casa de Socorro, y después de construir el evacuatorio subterráneo, se piensa improvisar un pequeño jardín, y éste sí podría tener ese sello artístico que indicaba antes. ¿Por qué no instalar ahí un busto del gran músico Ruperto Chapí, orgullo de esta tierra, gloria de España?». Según parece, Julio Suárez-Llanos, alcalde por entonces y admirador entonces y admirador de las zarzuelas del villenero, acogió la iniciativa favorablemente, aunque no pudo llevarla a cabo durante el resto de su mandato municipal.

La plaza que hoy lleva su nombre se rotuló poco después de su muerte y cuando presidía el Ayuntamiento alicantino Luis Mauricio Chorro. Mucho antes, el Casino de Alicante, dentro de los actos conmemorativos del cuarto centenario de la Santa Faz, es decir, en 1889, lo distinguió con el título de «Socio de honor» y lo obsequió con un banquete en los salones de la citada entidad. Chapí se sentó entre el alcalde, Rafael Terol, y el presidente de la sociedad, Blas de Loma y Corradí. Previamente, y en el concurso de bandas civiles que se celebró con motivo del dicho centenario, el compositor de Villena, presidió el jurado. En aquella ocasión, se alojó en casa de su amigo y abogado José García Soler, en la calle de San Fernando. Tras el banquete al que ya hemos hecho referencia, Chapí, accedió a las peticiones y dirigió las bandas del Regimiento de la Princesa, «La Primitiva de Alcoy» y «La Lira» de Alicante, que interpretaron el pasodoble de la opereta «El recluta».

En numerosas ocasiones, Alicante mostró su cariño y respeto a Ruperto Chapí, muy particularmente, entre los años 1883 y 1888, en los que dirigió la orquesta del Teatro Principal, y «la de un circo instalado en la plaza del Teatro».




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Los hermanos España

20 de octubre de 1993


En la alocución que pronunció el alcalde Florentino de Elizaicin y España, en memoria de los mártires de la Libertad, el ocho de marzo de 1930, y a la que aludimos en esta misma columna, el pasado lunes, dijo: «Esta vara que empuño, perteneció a don Tomás España que fue alcalde de Alicante y diputado a Cortes. Su hermano don Miguel, mi abuelo, tuvo que huir, como otros ciudadanos, disfrazado de marinero a Marsella, en un barco francés. Si no, esta vara estaría salpicada por la mano negra de la reacción».

Efectivamente, Miguel España Sotelo perteneció a la junta de gobierno que presidía Pantaleón Boné, en calidad de vocal. Tras el triunfo del impetuoso y nada clemente general Roncali, el comerciante progresista Miguel España, como tantos otros, emprendió el camino del exilio. Era marzo de 1844.

La espléndida y romántica revolución de Boné y Carreras había fracasado, tras mes y medio casi de enfrentamientos armados con el ejército gubernamental. En el libro de Pedro Díaz Marín y José A. Fernández Cabello, «Los Mártires de la Libertad» (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1992), se recoge la lista de los refugiados políticos procedentes de Alicante y en la que figura, junto a varios nombres más, el citado Tomás España, con todo un largo historial de liberalismo a sus espaldas.

Como su hermano Tomás, alcalde constitucional de Alicante, en dos ocasiones y en otras varias, diputado a Cortes, cuando la regencia del general Espartero, y quien igualmente tomó parte activa en el pronunciamiento progresista de 1844. Comerciantes ambos que gozaron de sólido crédito en el ámbito de la burguesía mercantil alicantina, Tomás España fue jefe provincial del partido progresista, y «objeto de inicuas persecuciones, cuando no de inhumanos encarcelamientos». Según algunos de sus biógrafos mantuvo relaciones fraternales con liberales de relieve.

Así, por ejemplo, Juan Prim y Prats tenía depositada su confianza, en nuestra ciudad, en Ramón Lagier y Pomares, en Francisco Carratalá, sobre todo en lo que se refería a asuntos periodísticos, y en Tomás España Sotelo, quien también ostentó el cargo de comandante de la Milicia Nacional y la presidencia del Casino. Murió en febrero de 1877 sin recursos económicos y en un destino burocrático, por cuanto dio sus caudales «para socorrer a los exiliados, a la Prensa liberal, a los presos y familiares de los mismos». Dos dirigentes históricos del progresismo, en el siglo pasado.




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Carratalá, otro alicantino con garra

21 de octubre de 1993


Empezó de tipógrafo y terminó siendo, entre otras muchas cosas, como ya se verá, maestro de periodistas. Francisco Javier Carratalá nació en Alicante, el tres de diciembre de 1830. Y murió de un ataque de apoplejía el veinte de enero de 1871, cuando contaba con cuarenta años de edad. El cronista Montero Pérez lo compara con «Berenguer de Marquina, modelo de marinos y gobernantes; con Balmis, médico de fama universal, propagador de la vacuna contra la viruela; con Segarra, médico también y catedrático de la Universidad de Valencia en el siglo XVI; con Nicasio Camilo Jover, periodista y escritor, conocido en todos los pueblos donde se habla el lenguaje de Cervantes(…)».

En su libro «Sus calles antiguas y modernas», Gonzalo Vidal Tur, presbítero y cronista oficial de la provincia, dice de él que estaba «considerado políticamente como activo liberal, progresista y revolucionario». Fue, ya lo dijimos recientemente, hombre de confianza de Juan Prim.

Francisco Javier Carratalá Cernuda fundó con Carlos Navarro Rodrigo, varios periódicos en nuestra ciudad, especialmente «El Eco de Alicante», «publicación ésta que con la que ya había creado años antes el tan conocido periodista en toda España, Blas de Loma y Corradi, «El Comercio», pueden ser tenidos como los primeros que han reflejado la vida política, artística y literaria del Alicante reciente».

Después de diversas vicisitudes, entre ellas un exilio de tres años, quien organizara el partido progresista en nuestra ciudad, se trasladó a Madrid, con objeto de dirigir «La Iberia», órgano oficial del citado partido. Junto con Práxedes Mateo Sagasta, del que fue gran amigo, ocupó relevantes cargos en el Ministerio de la Gobernación. Asimismo consiguió un escaño de diputado a Cortes y ostentó la Secretaría del Congreso.

Como diputado, viajó a Roma para ofrecerle a Amadeo I de Saboya la Corona de España. Esta circunstancia hizo que, a su muerte, la viuda recibiera una pensión de dos mil pesetas anuales que el ex monarca le asignó de su propio bolsillo, y otras tantas de las Cortes del Reino, por los servicios prestados por su marido a la causa de la libertad ya la revolución de septiembre de 1868. El Ayuntamiento alicantino rotuló una calle a su nombre: Francisco Carratalá Cernuda.




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El doctor Rico en San Fernando

23 de octubre de 1993


Hacia 1907 y así consta en los cabildos municipales, el doctor Rico instó a la corporación municipal a que adquiriera los terrenos del monte Tossal que rodean el castillo de San Fernando, y que pertenecían, según el cronista Gonzalo Vidal, a varios propietarios, entre ellos Rafael Beltrán y Rodolfo Izquierdo. Hasta que finalmente se compraron por cincuenta mil pesetas. Con posterioridad, se amplió la superficie, con nuevas adquisiciones a la condesa de Soto-Ameno. Allí, se dispuso el Parque del Castillo de San Fernando.

El día cuatro de mayo de 1930 se inauguró el monumento dedicado al doctor Rico. El alcalde, Gonzalo Mengual pronunció unas palabras: «Erigido para perpetuar su memoria, supo elegirse acertadamente este bello rincón de lo que fue una de sus más destacadas preocupaciones: el Parque del Castillo de San Fernando que don Antonio Rico llamaba «pulmón sanitario de la ciudad», y por el que trabajó para que el Ayuntamiento adquiriera la plena propiedad de la finca; luego, para que costeara metódica y perseverantemente los gastos de repoblación forestal, construcción de caminos, muretes y balsas, la formación de viveros y planteles (...) Honramos así al doctor Rico a quien principalmente debemos esta mejora urbana, que en un plazo no lejano ha de ser un grandioso parque de saneamiento, de expansión y de recreo de la ciudad». En medio de las corporaciones local y provincial, y del nutrido público que presenció aquel acto, Fermín Botella, leyó unas frases del poeta y periodista Salvador Sellés: «Nos reunimos a darte gracias por lo que has hecho por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros descendientes, porque aquí has plantado la salud futura, la salud de nuestros pulmones y de nuestra alma. Con tu elocuencia, firme y decisiva, encendiste una estrella en nuestro cielo. Esa estrella ha guiado a los obreros en su camino de redención. Esa estrella tiene estos nombres: se llama libertad, se llama república, se llama la forma definitiva de la sociedad humana, se llama el divino ideal que es el progreso».

Hablaron también, tras el descubrimiento del busto, «el venerable correligionario de Rico, Rafael Pastor Soler», y Guardiola Ortiz, en nombre de la comisión gestora del homenaje, quien felicitó al joven escultor Daniel Bañuls, autor del busto, y a cuantos habían contribuido a aquel acontecimiento, como el ex alcalde, Florentino Elizaicin «que en su breve paso por la Alcaldía ofreció todo género de posibilidades para su realización». Juan Sebastián, presidente del Colegio de Médicos, asistió a la ceremonia que concluyó depositando ante el monumento al doctor Rico numerosos ramos de flores.




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Antecedentes del Teatro Principal

25 de octubre de 1993


Observen cómo se constituyó, según un redactor de «El Luchador», la sociedad para la edificación de un teatro en nuestra ciudad: «Con objeto de comprar el cargamento de la polacra goleta "Constancia", el veintidós de septiembre de 1845, se invitó a varios comerciantes y sobre la toldilla de la citada goleta se reunieron: don Tomás España Sotelo, don Gaspar White y compañía, don José Bas, señores hijos menores de la viuda de Serín, don Antoni Campos e hijos, don Mariano Oriente, don Vicente Alcázar, señores Vassallo, Martínez y hermanos, señora viuda de Soler, don Joaquín Llorca, don Miguel Guillén, don Calixto Pérez, don Pedro Bargada, don Felipe Atti (o Athi), don Fernando Sala, don Joaquín Aracil, don Pedro García, señor conde de Casas-Rojas, señor conde de Santa Clara y don Manuel Elizaicin».

En octubre se formalizó la sociedad ante el notario de la ciudad José Cirer y Palou, cuya acta transcribe Vicente Ramos en su obra «El Teatro Principal en la historia de Alicante». Las obras se iniciaron el dos de enero de 1846, con la excavación de los cimientos del edificio, cuyos planos realizó el arquitecto Emilio Jover.

Previamente, el dieciocho de octubre de 1845, y bajo la presidencia del alcalde constitucional Miguel Pascual de Bonanza, el Ayuntamiento celebró sesión en la que acordó ceder a la referida sociedad y en la plaza del Barranquet (hoy, Ruperto Chapí) «un terreno comprensivo de cuatrocientas cuarenta líneas por valor de ocho mil reales de vellón (dos mil pesetas), cantidad que hizo efectiva el tesorero de dicha asociación Gaspar White». No lo hemos podido contrastar, por cuanto el libro de actas correspondiente a los cabildos de tal año desapareció del Archivo Municipal, hace mucho tiempo.

Para recaudar los fondos necesarios, los comerciantes accionistas decidieron imponer un pequeño gravamen por cada caja de azúcar que se expidiese, con lo cual se logró recaudar la cantidad de ochocientos mil reales de vellón o sea doscientas mil pesetas.

No es extraño, pues, que José Alfonso Roca de Togores en su obra «Guía de Alicante», publicada en 1883, escribiera: «Tenemos entendido que para la construcción de este coliseo que es verdaderamente majestuoso, se gravaron algunos artículos de primera necesidad, y si esto es cierto, si todo el pueblo de Alicante, todo o en parte, en grande o pequeña escala, contribuyó a su construcción, resulta extraño que pertenezca en absoluto a una sociedad de particulares, a la que es ajena el Ayuntamiento en un todo». Una reflexión razonable. Si bien es cierto que, mucho después, en noviembre de 1984, nuestro Ayuntamiento adquirió, por cincuenta y tres millones de pesetas, treinta y una de las sesenta y cuatro participaciones en que se distribuyó la nueva propiedad. Otras treinta y una fueron compradas por la Caja de Ahorros Alicante y Murcia (ahora, Caja de Ahorros del Mediterráneo), y las dos restantes, por la sociedad de Conciertos.




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Enano infiltrado en la corte

26 de octubre de 1993


A lo que se ve, hasta en la corte de Isabel II y de la regente María Cristina, había infiltrados. Cuando presidía el Gobierno el reaccionario Evaristo Pérez de Castro, por R.O. de diciembre de 1838, nombraron jefe político (cargo parecido al de gobernador civil, pero con muchos recursos) a don Nicolás Domínguez. La jefatura de Nicolás Domínguez fue breve: del 2 de enero al 24 de junio de 1839; luego, le sucedió don Francisco de Gálvez. La jefatura de don Nicolás Domínguez no sólo fue breve, sino también inusitada. Así, en vez de establecer buenas relaciones con el alcalde moderado don Miguel Pascual de Bonanza y Roca de Togores y con gentes de su cuerda, como don José Minguilló o Domingo Morellá, le tiraba más la amistad y simpatía de los destacados progresistas Tomás España y Manuel Carreras. Ya ven: se esperaban un jefe político reaccionario y les salió un tipo muy peculiar. Tanto que a decir del cronista popular Montero Pérez. el portero u ordenanza del alto funcionario le oía tararear en la soledad de su despacho, la conocida canción republicana: «Es un verde, blanco, rosa / la bandera tricolor». De ser cierto, probablemente don Nicolás Domínguez se refería a la bandera italiana (rosa por roja, en castellano) y no era del todo ajeno a los carbonarios. Los carbonarios, una secta secreta, nacida contra el absolutismo y por la república, se extendió de Italia a Francia y tuvo sus ramificaciones en nuestro país. Poco más sabemos de tan singular personaje.

De sus amigos Tomás España y Manuel Carreras sí conocemos muchas actividades y peripecias, de las que de algunas hemos dejado aquí constancia. Carreras, después de los episodios con Pantaleón Boné, en 1844, fue detenido, juzgado y condenado a muerte en 1848. Le conmutaron la pena, junto con otros, por la de la deportación a Filipinas. Y todo porque andaba metido en conspiraciones para derrocar a Narváez, con algunos otros civiles y varios sargentos del Ejército, «entre ellos el célebre Sánchez de la Torre» («El Luchador», 13-2-31). Pues, fíjense, los paisanos lograron fugarse de la cárcel de la que era director Carlos Navarro, padre del futuro ministro Carlos Navarro Rodrigo. Sin embargo, Manuel Carreras y Amérigo, encerrado en los calabozos del castillo de San Fernando, no se pudo escapar. Y se salvó de la ejecución por los pelos: por las gestiones del diputado a Cortes de nuestra ciudad, don Antonio Ribero de Cidraque y por su esposa «que a los pies de la Reina imploró el perdón de éste». Finalmente, ya saben, a la Reina la echaron. Cosas que pasan.




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Que viene don Niceto

27 de octubre de 1993


El presidente de la República llegó a Alicante, en medio de las fiestas de invierno y de una expectación generalizada. Llegó el quince de enero de 1932, con su hija, el jefe del Cuarto Militar y el secretario Sánchez Guerra. Al principio, se pensó en alojarlo a bordo de un buque de guerra, pero finalmente, se acondicionaron las dependencias del nuevo Palacio Municipal y allí tuvo -y cuantos le acompañaban, claro- dormitorio, cuarto de baño, comedor, despacho y sala de recibo. Dice el periodista Ferrándiz Torremocha: «Muchos alicantinos pudientes han prestado generosamente elementos que son indispensables para la instalación». Días antes, el doctor Tapia ofreció su chalé, en el Cabo de la Huerta, como residencia de Alcalá Zamora.

Verdaderamente, anduvo más que azacanado. No paró, el buen hombre. Admiró una exposición de pintura, en el Ateneo; fue a pie, por la rambla de Méndez Núñez, hasta la tribuna, donde le aguardaban las autoridades; almorzó en el Ayuntamiento; visitó el destructor «Alcalá Galiano»; asistió a una cena en el Casino, flanqueando por el vicepresidente de la sociedad, señor Sánchez Guerra; el general Queipo de Llano; el gobernador civil, Vicente Almagro Sanmartín; el presidente de la Diputación, Franklin Albricias; el ya citado vicealmirante Cervera; el director general de Agricultura, Pérez Torreblanca; otras autoridades; y numerosos profesionales y comerciantes de la ciudad: don Marcial Samper; don José Cerdán; don Luciano Tato, don Eduardo Bryant, don Ángel Pascual Devesa, don Edmundo Ramos, el señor Martínez Alejo, y un muy largo etcétera.

El día dieciséis se trasladó, en automóvil, a Elda, donde colocó la primera piedra del monumento a Emilio Castelar que presidió, en su tiempo, la Primera República. Viajó a Elche e inauguró, el diecisiete, el Museo Arqueológico instalado «en el nuevo edificio del Palacio de la Diputación Provincial». Y siempre, a pie o en automóvil, rodeado de una multitud entusiasta, con la cohetería y los fuegos de artificio en los talones.

Cuando aquel mismo día diecisiete de enero de 1932, don Niceto Alcalá Zamora salió hacia Madrid, le manifestó al alcalde, Lorenzo Carbonell, ya con el pie en el estribo; «Dígale usted a su pueblo, en valenciano, en castellano, como usted quiera, que estoy profundamente agradecido de tanta cordialidad».

Tras aquella primera visita oficial del presidente, la Prensa continuó, durante varios días, comentándola y puntualizándola. No en balde la Compañía Telefónica montó en la avenida de Zorrilla (ahora, de la Constitución) una sala, para uso exclusivo de los periodistas, «con aparatos para conferencias y servicios auxiliares de gran utilidad».




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El primer enlace civil

28 de octubre de 1993


El sábado veinte de agosto de 1932, sobre las cinco de la tarde, la multitud no cabía en la plaza de la República (actualmente, del Ayuntamiento). El Palacio Consistorial «había sido engalanado igualmente que para las fiestas populares alicantinas: pisos alfombrados, macetones, colgaduras, y en el balcón central ondeaba la bandera nacional». Conforme avanzaba la hora, la gente fue ocupando las dependencias municipales del primer piso.

Aquella tarde, a las cinco y media se celebró el primer matrimonio civil en nuestra ciudad. Tuvo lugar en el salón de sesiones. Previamente, la Banda Municipal dio un concierto hasta la llegada de los contrayentes. Él, Rafael Guardiola Benisium, secretario local del partido Acción Republicana; ella, Concepción Giner Roque. Los padrinos, el padre del novio y la madre de la novia. Los casó el juez suplente, Manuel Gómez Brufal, y con el mismo se encontraban el secretario y un oficial del Juzgado, Rafael Martínez Bernabeu y Francisco Ramos. Gómez Brufal les leyó el artículo cincuenta y seis del Código Civil y cuando respondieron afirmativamente a la pregunta de rigor, el juez dijo solemnemente: «Han quedado unidos por un matrimonio civil, el único válido y legal que reconoce la República Española». Una vez firmada el acta matrimonial la banda, situada en el Salón Azul, interpretó el himno nacional. Aquel acontecimiento tenía mucho de emblemático y reivindicativo. Los numerosos asistentes, entre los que se encontraban la corporación, representantes de otros ayuntamientos y muchos ciudadanos, vitorearon al nuevo matrimonio y a la República.

Un diario local escribía: «Se celebró en el Ayuntamiento, con la marcha nupcial de Lohengrin, el primer matrimonio realizado ante la presencia del pueblo, bajo la enseña de la ciudad, del Código y de la Justicia». El alcalde Lorenzo Carbonell, cerró el acto con una breve alocución, en el curso de la cual dijo: «El Ayuntamiento de Alicante tomó el acuerdo de que todos los matrimonios civiles pudieran celebrarse en el salón de sesiones. El Ayuntamiento pensó, al tomar este acuerdo, que el salón de sesiones de la Casa Consistorial es el salón de fiestas del pueblo soberano de Alicante».

A los novios les costó lo suyo abrirse paso entre el gentío que abarrotaba la plaza. La ceremonia adquirió categoría de acontecimiento histórico.




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Aguas de Totana a Alicante

29 de octubre de 1993


Más que satisfecho emprendió el viaje a Totana el alcalde alicantino Lorenzo Carbonell. El día anterior, jueves, treinta de junio de 1932, recibió un gozoso telegrama del vicealmirante Cervera, en el que le comunicaba que al siguiente, a las tres y media de la tarde, se inaugurarían en la citada localidad las obras del canal, para la conducción de las aguas que habían de abastecer a treinta y dos pueblos.

En Totana, se encontraron Cervera, capitán general del departamento marítimo de Cartagena, el ingeniero Moltalvo, y los alcaldes de Murcia, Cartagena, Alicante, Lorca, Librilla y Alhama, además de numerosos agricultores. Era todo un acontecimiento. Y la Prensa lo registró cumplidamente. Allí estaban los enviados y redactores gráficos de«La Verdad» y «El Liberal», de Murcia; «El Luchador», de Alicante; «Justicia», de Cartagena; y «Nosotros», de Lorca.

Todos los asistentes se trasladaron a diecisiete kilómetros de Totana, a un paraje denominado El Paredón, donde se había bifurcado el río Guadalentín en dos canales: uno para Lorca y el otro para Cartagena. Con precisión matemática, los periodistas noticiaron que a las cuatro horas y doce minutos del día uno de julio, explosionaron dos barrenos que inauguraban las obras de los canales. De regreso a Totana, y tras abrir un nuevo trozo, acuciados por el calor se ampararon a la sombra de un frondoso algarrobo, y se procedió a la firma del acta de inauguración, a los acordes del himno de Riego.

Cervera, que presidía la Mancomunidad de Ayuntamientos del Taibilla, pronunció un discurso en el que destacó la importancia de aquel acto «que había de redimir de la sed a los pueblos que se unieron a la referida Mancomunidad y que también había de dar eficacia militar a la base naval de Cartagena por entonces obligada a determinadas restricciones por la carencia del agua. Posteriormente y desde los balcones del Ayuntamiento de Totana, habló su alcalde, le siguió en el uso de la palabra y en nombre de los agricultores, Martínez Palau y después, el ingeniero Montalvo quien destacó la importancia de aquella fecha histórica; por último, y «en un vibrante discurso», Lorenzo Carbonell se refirió «al fin de esa caravana de cántaros acostados en derredor de una fuente y esperando el hilo de agua que mitigue las necesidades perentorias de los pueblos». El Taibilla estaba en marcha.




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Los rotarios y Prytz

30 de octubre de 1993


Ya contamos cómo el conocido comerciante y decano del cuerpo consular Manuel Prytz Antoine, donó su finca, situada en Santa Faz, en el término municipal de San Juan, realmente, y llamada «Buenavista», a la ciudad de Alicante, para que sirviera de residencia al presidente de la República y a otros relevantes estadistas.

La verdad, al menos según «El Luchador» (1 de noviembre de 1932), el asunto se coció en una cena del Rotary Club, en la que se admitió al neófito Casimiro Arques y a la que asistieron como invitados Lorenzo Carbonell, Álvaro Botella, Emilio Costa y el también periodista Félix Lorenzo «Heliófilo». Al término de la misma, el arquitecto José Vidal expuso la necesidad, dada la frecuencia de las visitas a nuestra a nuestra ciudad y provincia de ministros y destacados políticos, de que Alicante dispusiera de una residencia apropiada para albergar a los ilustres huéspedes. Saltó casi de inmediato, el nombre de Manuel Prytz. Lorenzo Carbonell manifestó que «él Ayuntamiento estaría pronto a contribuir con lo que considerase oportuno». De la misma forma se pronunció el diputado provincial Álvaro Botella que en ausencia del presidente de la comisión gestora de la Diputación, Franklin Albricias, dijo que la corporación que representaba también cooperaría. No se lo pensaron dos veces. De allí, se trasladaron al domicilio de Prytz y le plantearon la papeleta. No lo dudó el acaudalado comerciante, y les replicó que «estando en deuda con Alicante hace mucho tiempo, para pagarla siquiera en una mínima parte cedía, en aquel momento, a la ciudad la finca de "Buenavista"».

El viernes, cuatro de noviembre, el pleno municipal aceptó la donación, «comprometiéndose el Ayuntamiento a mantener a los dos jardineros que cuidan actualmente el huerto-jardín, y a cuidar el panteón de la familia Prytz, a la muerte del donante». En la misma sesión se acordó concederle a don Manuel la medalla de oro de Alicante, «en justa reciprocidad y deseando así corresponder a sus sentimientos alicantinistas».

La referida finca fue adquirida y mejorada por Hugo Prytz, padre de Manuel, y dispuso de un álbum de firmas, con objeto de que sus invitados dejaran en él constancia de su paso. Emilio Castelar, en 1890; Isaac Peral, en 1892; Benito Pérez Galdós y Sagasta, en 1896; el astrónomo Camilo Flammarión, en 1900 que escribió, el veinticinco de mayo, «laudemain de l'eclipse total de soleil» (aprovechamos aquí la ocasión para agradecerle a nuestro buen amigo Miguel Ángel Pérez Oca sus puntualizaciones sobre la visita del citado científico, con las que estamos de acuerdo); Alfredo Naquet, político francés, en 1905; y numerosos escritores y periodistas alicantinos, son otros tantos de los que estamparon opiniones y rúbricas en aquel singular álbum, cuyo paradero desconocemos.




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La ciudad por las ondas

1 de noviembre de 1993


Mantuvimos varias entrevistas con el entrañable amigo Juan Valero Campomanes. Nos contó minuciosa y apasionadamente la historia y todos los intríngulis de la puesta en marcha de la emisora EAJ-31, Radio Alicante, y no facilitó algunos documentos acerca de tales peripecias.

A principios de febrero de 1933, los periódicos locales anunciaban la inminente inauguración oficial de la estación de radio, en nuestra ciudad, aunque ya había emitido en períodos de pruebas. Y la inauguración se celebró el domingo, día cinco de febrero del citado año, como estaba previsto, en medio de una considerable expectación. No era para menos.

Aquel día, por los micrófonos de Radio Alicante, don Juan Valero, su director, dirigió un saludo a los oyentes y a la Prensa. Fue breve y conciso. Luego, cedió la palabra a Lorenzo Carbonell.

El entonces alcalde de Alicante se felicitó y felicitó a sus conciudadanos por aquel nuevo medio de comunicación que representaba un sustancial progreso. «Alicante -dijo- es una de las primeras ciudades españolas de disponer de una estación de estas características». Valoró muy positivamente el hecho de que las sesiones municipales se pudieran radiar, por cuanto así «el pueblo puede tener conocimiento de su desarrollo, como si asistiese al palacio municipal».

Posteriormente, el gobernador interino, Manuel Fernández Reyes, manifestó su satisfacción por las instalaciones y se congratuló de aquella empresa capaz de haber puesto en pie la estación radiofónica. Cerró el turno de las intervenciones, Romualdo Rodríguez de Vera, director general de Comunicaciones, «quien en un elocuentísimo discurso, se refirió al invento de la radio y a cuanto representaba para la humanidad». Por último, y en nombre del presidente de la República, declaró oficialmente inaugurada la emisora Radio Alicante EAJ-31.

Emisora que ya había solicitado autorización para aumentar su potencia y que ya se disponía a instalar un circuito «para ponerla en contacto con el Ayuntamiento y con el quiosko del paseo de los Mártires, donde actuaba la Banda Municipal, a fin de transmitir las sesiones corporativas y domingos». Circuito que se ampliaría también al Teatro Principal y al Cine Monumental, con el propósito de emitir igualmente algunas representaciones y los actos políticos de interés que pudieran celebrarse en ambas salas de espectáculos.

La programación se iniciaba a las doce, con el trío de la propia emisora que interpretaba valses, pasodobles, marchas, etcétera. Seguía un boletín meteorológico y una selección de discos, hasta las catorce horas, en que se cerraba la emisión. Por las tardes, se reanudaba a las siete y media, con noticias de Prensa e información local que facilitaba el diario «El Luchador», para finalizar, con música, a las nueve y media. Hablaremos ampliamente de ésta y de otras emisoras locales.




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El viejo cuartel, para la ciudad

2 de noviembre de 1993


Fue a finales de octubre de 1932, cuando se conoció la noticia de que el Ministerio de la Guerra había cedido, por fin, el edificio del antiguo cuartel de San Francisco, a la ciudad de Alicante. Se abrían así las posibilidades necesarias para urbanizar un sector paralizado y de precarias condiciones higiénicas. Las gestiones se las había confiado, con muy buen criterio, el alcalde Lorenzo Carbonell al diputado y subsecretario de la Gobernación, Carlos Esplá.

A raíz de aquella cesión, comentó Francisco Montero: «Lo que no consiguió en su momento, de mano de la política alicantina, el omnipotente político, el banquero privado de Sagasta, don Enrique Arrayo Rodríguez, cual era la donación por el Estado a nuestro municipio del vetusto convento de los Franciscanos, convertido en cuartel de Infantería, como así se lo hacía creer a un correligionario y amigo de confianza don Rafael Terol y Maruenda, lo ha conseguido, sin ruidos ni alharacas, nuestro paisano el joven diputado a Cortes, por esta provincia, don Carlos Esplá y Rizo».

En efecto, Manuel Azaña, a la sazón ministro de la Guerra, le había escrito una carta a Esplá notificándole la decisión de su departamento. En el largo contencioso por recuperar aquel núcleo ciudadano, no sólo había fracasado Arroyo Rodríguez, sino otros tantos que también lo habían intentado. «Durante el efímero paso por el poder del ilustre hombre público don Francisco Silvela -escribía el citado Francisco Montero Pérez-, se nos impuso, se puede decir que a viva fuerza, para diputado a Cortes por esta circunscripción, a don Santiago Mataix Soler, secretario particular del entonces ministro de la Guerra don Camilo Polavieja, y atendiendo a esta circunstancia, el jefe del partido silvelista de la localidad, don Salvador Pérez, interpuso toda su valiosa influencia a fin de conseguir tal cesión». Sin embargo, tampoco prosperó la gestión. «Se alegraba por el Ramo de Guerra que para ceder dicho cuartel, debía de contar de antemano con otro nuevo, petición que nuestro Ayuntamiento atendió regalándole al Estado el terreno donde debía ser construido. El Estado se apoderó del nuevo cuartel, pero sin ceder el viejo, hasta que Esplá intervino».

Curiosamente, en sesión plenaria municipal del dieciocho de noviembre de 1932, se dio cuenta de un comunicado del Ministerio de la Guerra en el que se dice que, por no necesitarlo para servicios dependientes de aquél, se accede a la solicitud del Ayuntamiento de Alicante, cediéndole la finca denominada de La Montañeta. El alcalde Carbonell aclaró que se había solicitado a los ministerios de Hacienda y de la Guerra los ochocientos metros cuadrados de La Montañeta y el cuartel de San Francisco.




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Nos faltan hoteles

3 de noviembre de 1993


El doctor Tapia contó que les decía a sus enfermos: «Vayan a Alicante. Es un clima magnífico. Pero los pacientes venían aquí, estaban dos días y tenían que irse, por falta de hoteles. Toda la propaganda que se haga resulta negativa puesto que en Alicante no hay donde guarecerse. Lo primero es disponer de comodidades, para que pueda venir todo el mundo».

Estaba el doctor Tapia, en el Hotel Samper, en la cena de Club Rotario, invitado, con el arquitecto de Madrid Antonio Rubio, el alcalde Lorenzo Carbonell, el periodista «Heliófilo», y los directores del «Diario de Alicante» y «El Luchador», Emilio Costa y Botella Pérez, la noche en la que el ingeniero Sánchez Guerra hizo la presentación de Tapia. En su discurso afirmó: «Alicante no es un país favorecido por la naturaleza, sino un país puesto por la naturaleza en situación de favorecerse por los esfuerzos de los alicantinos». Y recordó a sus correligionarios que «cuando Roviralta vino a entregarnos la carta fundacional, como gobernador del distrito, nos dijo que los rotarios no seríamos nada si no lográbamos que se arreglase la carretera de Albacete a Alicante y que se construyese aquí un gran hotel».

El doctor Tapia contestó: «Yo me encontraba a los cincuenta años sin ganas de estudiar y obligado necesariamente a realizar unas oposiciones a cátedra. Tenía que estudiar y vine a Alicante en los meses de diciembre y enero. Y recuerdo con una satisfacción enorme que, en dicha época, me hallaba en una habitación de este mismo hotel, con el balcón abierto y en mangas de camisa, en cuya habitación entraba el sol a raudales. El año siguiente pasé las vacaciones navideñas en esta ciudad, por gratitud; conocí al arquitecto Juan Vidal y vi su finca que me gustó muchísimo, pero sobre todo la Playa de San Juan». El doctor Tapia trabajó en silencio y junto con su amigo el arquitecto Rubio que había diseñado grandes hoteles estudió el terreno. En el curso de aquella cena, Antonio Rubio mostró los planos del establecimiento hotelero que imaginaba construir en la referida playa. A Juan Vidal, que también se encontraba presente en la reunión, le pareció espléndido el trabajo, lo mismo que al alcalde y al resto de los asistentes. Todos, en fin, se pronunciaron favorablemente y alabaron el interés del doctor Tapia. De forma que Emilio Costa propuso que al conocido médico se le nombrase «alicantino in honoris causa», tanto en Álvaro Botella manifestó que había asistido a dos reuniones notarias, que se habían tratado cosas de verdadera importancia para Alicante; la primera, la donación de la finca de don Manuel Prytz; la segunda el proyecto de un gran hotel en la Playa de San Juan. A estas alturas, ¿faltan plazas hoteleras en nuestra ciudad?




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La Campsa, en el puerto

5 de noviembre de 1993


La corporación municipal, en sesión ordinaria del quince de septiembre de 1933, facultó al alcalde Lorenzo Carbonell, para realizar las gestiones para conseguir el emplazamiento de una factoría de la Campsa, en terrenos ganados al mar. Claro que previamente el proyecto presentado por el monopolio, había sido rechazado en el informe del ingeniero municipal. La Campsa pretendía levantar la factoría en terrenos de su propiedad situados en zona del ensanche, de modo que imposibilitaba la urbanización de la ciudad. El consistorio arbitró una posible solución: ofrecerle 60.000 metros cuadrados que se conquistarían al mar, entre la estación de Andaluces y el Puerto Pesquero, a cambio de que el monopolio de petróleos cediera al municipio «las fincas que posee en Alicante, o sea, los terrenos de la Hoya de Gascón y los de las factorías de la Cantera y de Babel». La Alcaldía propuso, en consecuencia, que se solicitase del Estado, por mediación de la Junta de Obras del Puerto, la construcción del terraplenado necesario, para las instalaciones de la nueva factoría.

Así empezó todo. Lorenzo Carbonell y sus concejales -Beltrán de la Llave, Cremades Fons, Tarí Navarro, Pérez Llorca, Arqués Payá...- pensaban que rendían un buen servicio a Alicante. Algún cronista municipal estimó que de aquel trueque podían obtenerse beneficios hasta de siete millones de pesetas. Además. «Será una factoría cuya construcción no tendrá complicaciones: un campo completamente cuadrado, separado de la población y dentro del mar, sin representar peligro alguno para la población». ¿Qué pensaría ahora el comentario? Claro que, por entonces, resultaba imprevisible el desarrollo de Alicante y los problemas que iba a desencadenar la referida instalación de Campsa. «En esos terrenos ganados al mar -especulaba el periodista- se podrá construir la factoría más moderna que exista en España. Allí podrán atracar los buques, sin necesidad de acarrear luego el petróleo, toda vez que lo dejarán dentro de la misma factoría (...)». Hoy, ya se sabe, la factoría es todo un enorme y sensible incordio que tiene en vilo razonablemente a las partes implicadas. A todos, en definitiva.




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Cruz Roja y República

6 de noviembre de 1993


A raíz de los cambios políticos que se produjeron en abril de 1931, muchas instituciones experimentaron diversas transformaciones, de acuerdo «con el espíritu más amplio y liberal de los nuevos tiempos». Desde la proclamación de la Segunda República, en nuestra ciudad, la Cruz Roja procedió a la revisión de su funcionamiento y servicios. Se advirtió, en primer lugar, la inoperancia «del dispensario instalado en lugar impropio, situado cercad de la Casa de Socorro».

Muy pronto, el nuevo presidente delegado, doctor José Estruch, el jefe facultativo, doctor Rafael Gandulla, y el secretario de la entidad humanitaria, Tomás Navarro, procedieron a localizar un emplazamiento más adecuado para aquel dispensario, que finalmente se inauguró, dos años después, en un edificio esquina entre la calle del Cid y la avenida del Doctor Gadea. «Estaba dotado de vestíbulo, sala de espera, amplio corredor, quirófano, consultorio, enfermería, sala de juntas, instalación de rayos X, electroterapia, almacén y farmacia» («El Luchador», veinticuatro de abril de 1933). Disponía de un cuadro prestigioso de especialistas médicos. Además del ya citado doctor Gandulla, allí se encontraban: Claramunt, Guillén Tato, Bellvert, Ortega, Ribelles, Llombart, Guardiola, los practicantes Elisa Elull y José Llopis, y el doctor Adolfo Mangada, al frente del laboratorio.

Aparte del dispensario, otra dependencia de la Cruz Roja en Alicante, era la conocida popular y cariñosamente por el nombre de «El hospitalillo», que se hallaba ubicado «en un paraje admirable por lo sano y lo tranquilo, allá, en las altas planicies de la avenida de Alcoy». El conocido cirujano Antonio Gascuñana, al frente de un equipo de facultativos: López Sánchez, Martínez Morellá, Migallón, Navarro Herrero, Pillet Llorca y algunos más, atendían a cuantos enfermos les era posible. «Por lo común estaban siempre ocupadas las camas disponibles. Más que un hospital era una clínica-sanatorio, donde los pacientes tras la operación, quedaban atendidos, hasta su total curación».

Por último, la activa brigada de camilleros siempre en los lugares donde se les requería o en aquellos donde pudieran ser necesarios. Francisco Riqué Ferrer se responsabilizaba de tales gestiones junto a los practicantes Tomás Martínez y Antonio Ferrándiz.




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Alcaldes y masones

8 de noviembre de 1993


Con cierta frecuencia, nos hemos referido a ambos, en esta columna. Los dos ocuparon la Alcaldía: Terol, en 1887; Gadea en 1893, en 1897 y en 1901. Los dos eran liberales. Los dos se iniciaron como masones en la logia «Constante Alone», de Alicante. Aunque no coincidieron. Según el estudio de Javier Vidal Olivares y Joan-Carles Uso i Arnal, «Datos básicos para la reconstrucción histórica de la burguesía de Alicante durante la Restauración (1875-1900)», publicado en los «Anales de la Universidad de Alicante. Historia Contemporánea», en 1986; el doctor José Gadea Pro ingresó en la citada logia, «sin duda, el establecimiento más importante que ha alumbrado la masonería en el Estado español», el 4-10-1880, y pidió la plancha de quite (certificación de baja voluntaria) el 14-3-1881. Rafael Terol Maluenda se inició, en la «Constante Alona», en 1882 y su plancha de quite el 4-7-1887.

De acuerdo con la costumbre masónica de adoptar un nombre simbólico, «costumbre totalmente institucionalizada en el Estado español», Gadea Pro eligió el de «Lavoisier»; y Rafael Terol, el de «Mateo». La actividad de Terol es mucho más intensa que la de Gadea, por cuanto, al abandonar la «Constante Alona», «por no estar conforme con la marcha de la logia», fue miembro fundador de otra denominada «Esperanza» (1888), de la que llegó a ser Venerable Maestro Honorario y Maestro de Ceremonias del capítulo. No sólo estos dos relevantes alcaldes alicantinos pertenecieron a la masonería. También el destacado republicano Eleuterio Maisonnave Catuyar, alcalde de Alicante en 1869, en 1870 y en 1872, ocupó relevantes cargos en el Gran Oriente de España. Se inició «en la logia "Alona" de Alicante, el 11-6-1876, con el nombre simbólico de Pericles».

El trabajo del cual ofrecemos estos datos, concluye subrayando «el alto grado de cohesión interna existente», entre los quince individuos seleccionados y representativos de la burguesía alicantina, en las dos o tres últimas décadas del pasado siglo. De ellos, diez estuvieron vinculados a las diversas logias masónicas que se establecieron en nuestra ciudad». Además de los citados que desempeñaron la presidencia de la corporación municipal, se contabilizan comerciantes y empresarios como Amando Alberola Martínez, Francisco Bernabeu Poveda, Francisco Linares Such y Luis Penalva Muñoz; profesionales como el conocido arquitecto José Guardiola Picó, el médico y catedrático de instituto Manuel Ausó y Monzó, y el compositor y maestro de la capilla de Música de San Nicolás, Ernesto Villar Miralles.




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Un alicantino en Ayacucho

9 de noviembre de 1993


José Carratalá Martínez ocupó el Ministerio de la Guerra, por Real Decreto de diecisiete de enero de 1838, firmado por doña María Cristina de Borbón, Reina regente. El decreto aparecido en la «Gaceta de Madrid» dice: «A raíz de la renuncia de don Baldomero Espartero del cargo de secretario del Despacho de la Guerra; que le conferí por mi real decreto de dieciséis de diciembre último, he tenido a bien admitírsela, en nombre de mi excelsa hija la Reina doña Isabel II, y en el mismo nombro, para el expresado cargo, al mariscal de campo don José Carratalá».

Su paso por el Gobierno fue fugaz. Había alcanzado el citado grado militar durante los diez años que permaneció en Perú. Allí participó en diversos hechos de armas. El alicantino José Carratalá Martínez estuvo en la batalla de Ayacucho y fue el encargado de redactar las bases de la capitulación. Su última intervención en operaciones bélicas tuvo lugar en el Maestrazgo, contra los carlistas. Alcanzó finalmente el nombramiento de teniente general.

José Carratalá nació en Alicante, el catorce de diciembre de 1781. Inició estudios eclesiásticos que abandonó, para iniciar Derecho, cuya licenciatura concluyó en Valencia, en 1808. Posteriormente, se trasladó a Madrid, donde fijó su residencia y se dispuso para el ejercicio profesional. Sin embargo, los sucesos de Aranjuez, determinaron su regreso a nuestra ciudad.

Cuando el dos de mayo, empezó la lucha contra los franceses, José Carratalá se integró en la Junta de Salvación de Alicante. No mucho después, se trasladó al cuartel general de Almansa y allí movilizó «a numerosos alicantinos pertenecientes a las mejores familias de Alicante y formó el regimiento de infantería de su ciudad».

Según los datos biográficos que recogemos de la Enciclopedia Espasa-Calpe, se le ofreció el grado de comandante que, movido por su desinterés rehusó, para aceptar el de alférez. En el curso de la guerra de la Independencia recibió diversas heridas, en Tudela y en el segundo sitio de Zaragoza. Asimismo, fue hecho prisionero, pero logró escapar.

Murió en 1854. Tras una vida de gran actividad, consiguió distinciones y condecoraciones, entre ellas, las de San Hermenegildo y San Fernando. Además fue senador vitalicio y benemérito de la patria, en grado heroico.

Montero Pérez, en «El Luchador» (18 de octubre de 1933) dice: «A pesar de reunir tan relevantes condiciones, nunca se acordó de la ciudad de Alicante en donde viera la luz primera, ni de los pueblos de su provincia, no teniendo éstos que agradecerle la más insignificante mejora».




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El escritor Aureliano Ibarra

10 de noviembre de 1993


También la vida le zurró lo suyo. Anduvo, en más de una ocasión perseguido por los gobiernos reaccionarios. Primero, en Madrid, donde escribía para «La Discusión», dirigido entonces por Nicolás Maira Rivero. Sus artículos incomodaron, sin duda, a más de un cortesano y le echaron encima los tribunales de imprenta, para que lo metieran en vereda. Por fortuna, tenía buenos amigos. En aquella ocasión Pi y Margall lo defendió de sus adversarios. Pero más adelante, en 1867, lo detuvieron al frente de un grupo de republicanos y fue de cabeza a las mazmorras del castillo de Santa Bárbara. No por mucho tiempo. Cuando lo juzgaron finalmente, fue absuelto y salió junto con Tomás España y Sotelo, Rafael Abad y otros varios subversivos de la época.

Aureliano Ibarra y Manzoni, nació de chamba en Alicante el 21 de enero de 1834. Sus padres, ilicitanos, se encontraban en nuestra ciudad, cuando se produjo el alumbramiento. Luego, se trasladaría a Elche, donde permaneció hasta los treinta años. Estudió en el instituto provincial y, posteriormente, en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, a cuyo frente se encontraba otro alicantino del que hablaremos en breve: Vicente Rodes.

Ibarra estuvo en Roma, donde administró con solvencia los «lugares píos de Santiago y Santa María de Monserrate, pertenecientes a España, pingüe patrimonio donado por legados que la piedad de los fieles dejó, en aquella ciudad, en beneficio de los súbditos españoles».

De su estancia y gestión en la capital italiana, surgiría la Academia de Bellas Artes de España, en Roma. Durante su permanencia en aquella ciudad, llevó a cabo investigaciones literarias y arqueológicas, y elaboró el «luminoso informe que elevó a Madrid probando, con documentos fehacientes, que el célebre cuadro de la Transfiguración, debido al pincel de Rafael de Urbino, es propiedad de España, como sustraído de la iglesia española de Santiago, a cuyo cabildo pertenecía».

El periodista, escritor y arqueólogo Aureliano Ibarra escribió amplia y profundamente sobre temas ilicitanos, y redactó una biografía sobre Jorge Juan. En 1899, a las instancias de su buen amigo Eleuterio Maisonnave, fue nombrado director de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Alicante, hasta que en 1884 pasó a ocuparse de la administración de los bienes del conde de Casa Rojas. Murió en Alicante, en la calle Gerona, el 17 de noviembre de 1890. Según Gonzalo Vidal Tur en 1891.




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Plaza del Abad Penalva

11 de noviembre de 1993


El periodista y cronista local Francisco Montero Pérez falleció el trece de noviembre de 1934, a la edad de setenta y ocho años. Había comenzado de tipógrafo en el diario «El Graduador» que fundó Antonio Galdó Pérez, bajo los auspicios de Castelar y Maisonnave. Montero Pérez estaba en posesión de la Medalla del Trabajo. Poco después de su muerte, y a instancias de Florentino de Elizaicin, director de «El Correo» y presidente de la comisión de homenaje al abad Penalva, se publicó en toda la Prensa alicantina el articulo póstumo de Montero Pérez, cuyo título encabeza, en su memoria, esta columna.

Gracias al humilde y generoso cronista conocemos las vicisitudes urbanísticas de la plaza rotulada con el nombre del abad don Francisco Penalva Urios. Plaza que ya a principios del siglo XVIII, se proyectó, según acreditan Rafael Viravens, Juan Vila y Blanco, y Nicasio Camilo Jover. Sistemáticamente, los propietarios de las casas fronterizas, en la entonces prolongación de la calle de Labradores, se opusieron a tal proyecto en defensa de sus intereses. Y así, hasta que a partir de 1908 «tomó la perspectiva arquitectónica de hoy, por la construcción, en su fondo, frente a la iglesia, de la suntuosa casa que edificó el prestigioso comerciante don Guillermo Campos», de acuerdo con la información que nos facilita Gonzalo Vidal Tur. Entonces y a instancia de sus antiguos alumnos del instituto, entre los que se encontraban Rafael Altamira, Figueras Pacheco y José Guardiola Ortiz, el Ayuntamiento le rotuló con el nombre del abad Penalva, que fue también profesor del citado centro docente de segunda enseñanza.

Para ello, fue necesario que el alcalde José Bueno Rodríguez visitara al obispo de la Diócesis y al gobernador civil, Ricardo Puente y Brañas, con objeto de solicitar autorización para exhumar los restos del religioso, en la cripta del coro de la entonces Colegiata, como así se llevó a cabo, tras embalsamar el cadáver los médicos José y Manuel Ausó Arenas, bajo la dirección de su padre, el doctor Manuel Ausó y Monzó. El trece de diciembre de 1879, la multitud se agolpó en las puertas de San Nicolás para presenciar los funerales por el referido abad. Y fue a raíz de tal aglomeración y clamor popular, cuando el citado alcalde decidió que se iniciasen las expropiaciones de las fincas que impedían la construcción de la anhelada plaza.

Con anterioridad, lo habían intentado los también alcaldes Manuel Carreras y Amérigo, en 1854; y Terencio José Javaloyes, en 1878, sin que prosperaran sus propósitos, ante la ya advertida oposición de los propietarios de las viviendas que finalmente serían expropiadas.




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La puntilla de Viriato

12 de noviembre de 1993


Una mañana de agosto, de 1934, el paseo de los Mártires fue escenario de un espectáculo inusitado: varios bañistas muy puestos de maillot y con la mirada desorbitada, se pegaron un sprint de época. De haber estado presente, Fellini hubiera filmado unas secuencias deliciosas. Muchos lo recordarán. El suceso fue noticia de primera página en los periódicos de aquel tiempo.

A un carretero que transportaba seis novillos al matadero municipal, se le escapó uno a la altura de la plaza de Joaquín Dicente (hoy, del Mar). El bicho salió a todo gas y se dio una vuelta por el paseo de Gómiz, para, seguidamente, cruzar la playa y echarse al agua. Imagínense cómo salieron los decididos bañistas, a varios de los cuales embistió con ímpetu. Luego, el torete cogió la carretera de Silla y alcanzó el Hospital Provincial. Por las Carolinas Altas causó estragos. No había quién lo detuviese. El itinerario posterior fue: plaza de Castellón, Fábrica de Tabacos, Díaz Moreu, Herrera y Pérez Galdós, hasta el paso a nivel de la carretera de Ocaña con la avenida de Maisonnave. Pero con mucha historia de por medio. Así, frente a la Fábrica de Tabacos derribó al anciano de ochenta años Cristóbal Tortillol León que tenía allí mismo una paraeta de rifas callejeras, y le produjo heridas de consideración. En Benito Pérez Galdós, el guardia urbano José Bernal se apercibió de que algo inusual estaba sucediendo, cuando escuchó unos alarmantes silbidos. El guardia vio al novillo y le siguió la pista a bordo de un automóvil propiedad del comerciante señor Fuster, junto con otro agente de paisano. A la altura de los Salesianos, José Bernal tiroteó al bicho e hizo dos dianas: una en el vientre y la segunda, en una pezuña. Pero el bicho tenía marcha e iba a su aire. De forma que continuó su imprevisible recorrido.

Cuando los pasajeros que esperaban la salida del rápido de Madrid, en la Estación de MZA observaron lo que se les venía encima, se apresuraron a subirse en los coches. El novillo, sin embargo, pasó de largo, como si tal cosa. Y ese fue su error. En la estación se encontraban de servicio Asensi, agente de vigilancia, y los guardias de seguridad Fernando Lamas y Viriato Moreno. Los tres, no lo dudaron, sacaron sus armas y abrieron fuego. El novillo recibió varios impactos y se quedó ya malherido junto al paso a nivel.

Entonces, Viriato Moreno «con gran decisión, se lanzó sobre el toro y, a escasa distancia, le descerrajó un tiro en la testuz que lo derribó mortalmente». Un hombre heroico e histórico para aquella faena.

El suceso se saldó con varios heridos y muchos sobresaltos. Además del citado vendedor de rifas, resultaron lesionados: José Cortés Blasco, José Torregrosa Fuentes y José Luis Pinedo, de trece años.




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José Mariano Milego

13 de noviembre de 1993


Un muchacho de catorce años leyó «al pie del mausoleo del gobernador Quijano, una sentida composición que impresionó al auditorio». Después exaltaría, con sus versos, a Echegaray y Maisonnave, a Alicante, sobre todo. Aquel poeta se llamaba José Mariano Milego Inglada. Había nacido en nuestra ciudad, el 29 de julio de 1859, frente al Ayuntamiento, en la calle de la Cruz de Malta, donde su padre, de origen italiano, se dedicaba al comercio.

Milego estudió el bachillerato en el Instituto Provincial y posteriormente se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras, en la Universidad Central de Madrid. Durante ocho años trabajó en estadística, hasta que se decidió a ejercer la abogacía, donde alcanzó un considerable prestigio profesional. Sin embargo, cuando se creó la Escuela de Comercio en Alicante, ocupó la cátedra de Legislación Mercantil. Desde entonces se dedicó a la docencia, al periodismo y a la literatura. De aquí, y tras opositar a una cátedra en Cádiz, se trasladó a aquella ciudad, para, ya en 1903, instalarse en Barcelona, donde desempeñó sus funciones en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, hasta su jubilación.

Como periodista, fue redactor del diario republicano «El Graduador» que alentaba Eleuterio Maisonnave. Y en Cádiz, dirigió el «Diario Popular». El bibliógrafo Manuel Rico García cita en su «Ensayo de escritores de Alicante y su provincia», diversos artículos aparecidos en otras publicaciones periódicas, muy particularmente en «La Correspondencia» de Alicante. Escribió también una obra dramática, «El precio de una corona», e inició una colaboración con Ruperto Chapí, que la muerte de éste impidió concluir. Fue amigo del doctor Rico, de Castelar, de Salmerón, de Maisonnave, «quienes alentaron su entrega a la causa republicana, de la que resultó un defensor insobornable. Milego sufrió siete procesos y varias detenciones».

El lunes, 4 de febrero de 1935, la Prensa alicantina dio noticia de su muerte, en Barcelona. Una prolongada enfermedad, tras su jubilación, no le permitió cumplir el deseo de regresar a su ciudad.

El decano de los periodistas alicantinos, Florentino de Elizaicin, propuso que la Asociación de la Prensa Alicantina dedicara un acto de homenaje «a quien fue ilustre periodista, profesor y abogado, poeta y orador, don José Mariano Milego». El homenaje se celebró el 17 de febrero de 1935.




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Fraternidad farmacéutica

15 de noviembre de 1993


En las veladas facultativas que tenían lugar en el domicilio del doctor Manero Mollá y bajo su presencia o la de su colega Silvio Escolano, se presentó el primer número de la revista «Fraternidad Médico-Farmacéutica», que apareció el uno de octubre de 1886. Dirigía aquella publicación profesional el médico Sánchez Santana y la administraba Pascual Pérez Martínez.

Esteban Sánchez Santana nació en nuestra ciudad, el día veintiséis de diciembre de 1852. Aquí cursó los estudios medios y, en Madrid, se licenció en Medicina, el veintiuno de enero de 1885, según consta en el correspondiente título. El doctorado lo obtuvo en la misma Universidad, doce años más tarde, con la calificación de sobresaliente. Ejerció su profesión en Callosa del Segura y en Benidorm, hasta que opositó a sanidad militar, y ganó una plaza, en octubre de 1875. Un año después, participó en la campaña contra los carlistas y ascendió en el escalafón, por méritos de guerra.

Pero su salud andaba bastante quebrantada. De manera que solicitó la licencia absoluta y, tras concedérsela, se estableció en el pueblo navarro de Corella, como médico titular, y allí permaneció hasta 1885. Se casó, en Pamplona, con Teresa San Julián.

Precisamente, el mismo año 1885, el alcalde de Alicante, Julián Ugarte, creó el cuerpo facultativo de la Beneficencia Municipal. Y para regular el acceso al mismo, pidió al rector de la Universidad de Valencia, Vicente Gadea Orozco, la formación de un tribunal formado por catedráticos de la Facultad correspondiente, para juzgar las pruebas de ingreso. Pascual Pérez superó el examen, y, poco después, con su amigo y compañero Sánchez Santana, ya con plaza en Hospital Provincial de Alicante, sacaron a luz pública la referida revista.

El doctor Esteban Sánchez Santana presidió el Colegio Médico-Farmacéutico de nuestra provincia, y desempeñó, por algún tiempo, el cargo de médico forense. Fue además socio correspondiente de la Real Asociación de Beneméritos de Italia, que le otorgó su medalla de oro, y de la Academia de Ciencias y Bellas Artes de Córdoba. El Ayuntamiento alicantino lo nombró subinspector del laboratorio químico municipal. Sánchez Santana murió el diecisiete de julio de 1918.




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Vuelve el Ayuntamiento popular

16 de noviembre de 1993


Escribimos ya cómo a raíz de los sucesos de octubre de 1934, con una huelga general que en Alicante no alcanzó la pujanza prevista, el gobernador civil, Vázquez Limón, ordenó la detención del alcalde Lorenzo Carbonell y de varios concejales, que serían puestos en libertad pocos días después. Sin embargo, el veinte de aquel mismo mes se destituyó el Ayuntamiento popular, surgido de las urnas el doce de abril de 1931. El llamado bienio radical-cedista, de derechas o negro, estaba en auge.

Con objeto de cubrir el vacío de la administración municipal, se suscitó una comisión gestora al frente del Ayuntamiento, integrada por diez radicales que eligieron, de entre ellos, al médico Alfonso Martín de Santaolalla Esquerdo, como nuevo alcalde de la ciudad.

Figuraban además en dicha gestora y entre otros: Manuel Pérez Rama, Lino Esteve Sanz, Vicente Mayor Climent, etcétera.

El miércoles, veintinueve de enero de 1936, «El Luchador» noticiaba: «Esta tarde a las seis y media, en el salón de sesiones se celebrará el acto de reposición del Ayuntamiento popular». Efectivamente, el gobierno presidido por Portela Valladares devolvió sus cargos a los ediles surgidos de las elecciones de abril de 1931.

«Del veinte de octubre de 1934 al veintiocho de enero de 1936, se han sucedido en nuestra ciudad diversos ayuntamientos gubernativos que han vivido, para nosotros, apartados de la ley. Y hoy, cuando ya está decidida la reposición del Ayuntamiento legítimo, nuestra satisfacción es inmensa», comentaba el referido diario republicano de Alicante, quien advertía de las gestiones de Lorenzo Carbonell, Fermín Botella Pérez y Juan Sevila, alcalde de San Juan, en Madrid, el día anterior, para ultimar los detalles de la reincorporación de los concejales suspendidos por Antonio Vázquez Limón quince meses atrás.

Por supuesto, durante aquel agitado periodo habían aparecido nuevas formaciones políticas que estarían representadas en el consistorio. Pero también era cierto que desgraciadamente algunos de los regidores ya no podrían reintegrarse a sus puestos: Lorenzo Llaneras Rico, del Partido Radical Socialista; Rafael Sierra Bernabeu, socialista; y el radical Rafael Blasco García. Habían fallecido durante el intervalo. Por algunos meses, Lorenzo Carbonell volvió a empuñar la vara de alcalde. Ya soplaban las vísperas de la guerra civil.




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El escultor alicantino

17 de noviembre de 1993


En su casa de Altozano, falleció Vicente Bañuls Aracil, el treinta y uno de enero de 1934. «El escultor alicantino», como lo llama «El Luchador», estaba enfermo desde hacía ya varios meses. Bañuls, que había nacido en nuestra ciudad en 1865, fue alumno de la academia que fundara en Alicante el alcoyano Lorenzo Carbonell Ruiz. Allí estudiaron también Heliodoro Guillén, Pericás Ferrer, Manuel Harmsen, Adelardo Parrilla, Andrés Buforn, Lorenzo Aguirre, Sebastián Cortés, Bernardo Carratalá, y los escultores Juan Planelles, Reus, Fernández y Oliver, etcétera. Refiriéndose a este centro, el profesor Adrián Espí escribe en la «Historia de la Ciudad de Alicante»: «De regreso de Roma, Casanova contrae matrimonio con Teresa Miró, y tras una cortísima estancia en su tierra natal, Alcoy, se establece de por vida en Alicante, lo que ocurre exactamente en 1855, año en que firma su espléndido "Nacimiento" y queda fundado el Ateneo de Alicante, entidad que invita al pintor a presidir la comisión artística. El periódico "La Tarde" anuncia ya el ambicioso proyecto: "Trata de establecer una Academia en Alicante", dice, y ésta queda domiciliada en 1887, en la casa número 16 de la calle de Luchana».

Vicente Bañuls consiguió una ayuda para trasladarse a Italia, en 1897. Regresó a los tres años y desde «la gráfica expresión de "Marianela" ejecutada como ejercicio, para la pensión en Roma, realizó la estatua de Maisonnave, el monumento a los Mártires de la Libertad -y el mausoleo a los mismos, inaugurado poco después de su muerte-, la lápida conmemorativa del nacimiento de Cervantes, el busto de Chapí, el de Campoamor, la fuente del jardín de Gabriel Miró».

Vicente Bañuls Aracil, padre de Daniel, otro de nuestros más destacados escultores, recibió las medallas de oro de las exposiciones celebradas en Alicante (1894) y en Murcia (1900). El Gobierno le concedió el título de caballero de Isabel la Católica, por el conjunto de su obra artística. Suyo es también el inicial diseño de la medalla de la ciudad. A su muerte, Ferrándiz Torremocha dijo: «Vicente Bañuls, el escultor alicantino, que acaba de fallecer, gozó momentos de inefable delicia punzando materias duras, para buscar, entre los átomos de ella, un poco de esa alma que existe en todo. Tal vez los artistas al pintar, al escribir, al esculpir, busquen sólo hallar su propia alma (...)».




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Diputación del Frente Popular

18 de noviembre de 1993


Tiempo para el estupor. Dos días antes de que se celebrasen las elecciones del dieciséis de febrero de 1936, el Ayuntamiento popular repuesto muy poco antes, como registramos el pasado martes en esta misma columna, fue de nuevo destituido, según comunicación del gobernador civil, Alejandro Vives, quien dimitió de su cargo tan pronto tuvo noticia del triunfo del Frente Popular. Lo sustituyó interinamente, el político y director de «El Luchador», Álvaro Botella Pérez, que el día veinte de aquel mes, volvió a colocar en su sitio a la corporación municipal que presidía Lorenzo Carbonell. Qué de zozobras y de júbilo, para la mayor parte de la ciudadanía.

En medio de tanto trajín y después de tomar posesión del Gobierno Civil el abogado republicano de Talavera de la Reina, Francisco Valdés Casas, se procedió a la constitución de la gestora provincial. Los salones de la Diputación estaban hasta los topes de gente.

En presencia del nuevo gobernador, mostraron sus credenciales los señores Álvaro Botella Pérez, Vicente Sansano, Alberto Moltó Brotons, Manuel Sellés Orts, José María Navarro Abad, Juan Samper Fortepiani y José Cañizares Domenech. Valdés Casas pronunció un breve y tajante discurso, en el que dijo: «Venís todos de la lucha política; del campo honrado de la lucha política, donde habéis formado vuestras personalidades. Tenéis un amor indeclinable a vuestra provincia y a sus intereses. Pero venís aquí con una misión delicadísima; la misión de poner en orden la administración pública, la administración provincial y la administración de esos intereses que os confía la provincia de Alicante, tan desbarajustada, tan deshecha, tan maltrecha, en este bienio ominoso que ha padecido la historia de España».

Tras las palabras del gobernador, ocupó la presidencia de la Diputación Juan Samper Fortepiani, el gestor de más edad, y anunció que se iba a proceder a la elección del presidente. El escrutinio fue rápido: seis votos a favor de Álvaro Botella y uno en blanco. «Representamos al Frente Popular y nuestro triunfo ha de acabar con el caciquismo en la provincia». Alberto Moltó, en nombre de Izquierda Republicana, y José Cañizares en el de los socialistas, le manifestaron públicamente su adhesión. Cañizares señaló que la aversión del pueblo hacia la Diputación provenía del hecho de la entronización en ella del más infecto caciquismo.

En aquella ocasión, Álvaro Botella nombró notario particular a Teodomiro López Mena, destacado propagandista de las juventudes de Izquierda Republicana; y puso al frente de la asesoría jurídica al abogado José Ramón Clemente Torregrosa «hijo del ilustre jurisconsulto don Federico Clemente».




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Represalia sobre represalia

19 de noviembre de 1993


Qué mes tan siniestro y sangrante aquel de noviembre de 1938. Primero fue el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, al que acompañaron en la ejecución Luis Segura Baus, Vicente Muñoz Navarro, Ezequiel Mira Iñesta y Luis López López, según se desprende de una relación de cadáveres inhumados «en este cementerio (el de Alicante) por asesinatos, fusilamientos y otras muertes violentas, durante el periodo de dominación marxista», que se conserva en el Archivo Municipal.

A raíz de tal suceso y como advirtió el gobernador civil Valdés Casas, días después, el veintiocho de tan fatídico mes la aviación facciosa, en sucesivas oleadas, bombardeó nuestra ciudad durante ocho horas («La Gatera», 6 de mayo de 1993) y causó tres víctimas mortales, veintiséis heridos y considerables daños materiales en las instalaciones portuarias, cercanías de la estación ferroviaria y depósitos de Campsa.

La reacción frente al despiadado ataque aéreo no se hizo esperar y resultó de una brutalidad desorbitada: cincuenta detenidos fueron sacados de sus celdas y fusilados en las tapias del cementerio. Damos la cifra de cincuenta porque así consta, con nombres y apellido o apellidos, en otro documento depositado en el dicho Archivo. Sin embargo, observamos que en la bibliografía consultada no hay acuerdo, en lo que se refiere a dicha cifra. En algunos libros se establece en cincuenta y dos los pasados por las armas arbitrariamente, en aquella lamentable noche del veintinueve de noviembre, en tanto en otros, se relacionan hasta cuarenta y ocho.

El cronista Figueras Pacheco en su informe «Alicante bajo el cautiverio rojo», escribe: «En la tarde del día siguiente (de la fecha señalada) la ferocidad de los marxistas cayó sobre los presos políticos, que completamente indefensos se hallaban en las cárceles de la ciudad. Trasladados en camiones, se los llevó al cementerio donde se los fusiló en masa. Fueron contados los que lograron escapar de aquella horrible matanza. Cincuenta infelices murieron así bárbaramente asesinados (...)».

Con todo, un testimonio de la hermana del sacerdote José Planelles Marco, párroco de Aguas de Busot y de Agost, y al parecer, confesor de José Antonio, afirma que «se le sacó de la cárcel el día de los cincuenta y dos». Su nombre figura en la relación a la que nos hemos referido.




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Caballero de la República

22 de noviembre de 1993


Sepan cuantos se dan a las prácticas del velador o consultan al medium para recibir señales de un hipotético más allá, que Salvador Sellés fue cronológicamente el primer espiritista alicantino. Así lo decían muchos de sus amigos y hasta él mismo. No resulta extraño, pues, que el ocho de septiembre de 1888, en Roma, se le expidiera el titulo de socio de la Academia Internacional para el estudio del espiritismo y del magnetismo. Tres años después, el diez de mayo, fue nombrado en la proyectada Masonería Espiritista, grado séptimo, es decir, el último de dicho ritual, con el pseudónimo de Torcuato Tasso.

Pero a Salvador Sellés Gozálbez se le conoce fundamentalmente como poeta y periodista. El bibliógrafo Manuel Rico García reseña entre sus obras «El temblor de tierra», «Hacia el infinito», «Giordano Bruno», y también: «La elegía del ciego», «Lázaro», «El profeta en su tierra», etcétera.

El citado erudito dice: «En 1875, fijó su residencia en Madrid, donde trabó amistad con Castelar, Núñez de Arce, la poetisa Amparo López del Baño, Rosario de Acuña. Fue secretario general y vicepresidente de la Sociedad Espiritista Española». Y perteneció a otras varias academias e instituciones.

Salvador Sellés nació en Alicante el veinticinco de abril de 1848 y murió en nuestra ciudad el nueve de febrero de 1938.

Liberal y republicano, el Ayuntamiento de la dictadura, presidido entonces por Julio Suárez-Llanos, acordó por unanimidad otorgarle el título de «Hijo predilecto», en sesión corporativa del veintiuno de agosto de 1925.

Tiempo después, cuando ya había cumplido los ochenta y ocho años, las juventudes de Izquierda Republicana solicitaron para él la banda de la Orden de la República. El jefe del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, le comunicó a Teodomiro López Mena que apoyaba decididamente la justa petición.

El treinta de mayo de 1936 se concedió la distinción «por sus altos merecimientos al eximio poeta que dedicó su vida entera a la veneración republicana y a la cultura, siendo, desde joven, paladín encendido en defensa de la democracia».

Casares Quiroga le dirigió una carta, en la que le decía: «La Orden de la República se ha honrado, honrándole a usted. Merecía usted, antes que nadie, que la República le hiciera caballero suyo».




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Retratista de Fernando VII

23 de noviembre de 1993


A los doce años, Vicente Rodes Aries ya había obtenido todos los premios establecidos por la escuela de bellas artes del Consulado Marítimo y Terrestre de Alicante. Lo que se dice un niño prodigio. Tanto, que a los dieciocho era director interino de la misma «por la autorización precisa de la Academia de Valencia, con el informe favorable de los pintores académicos Luis Antonio Planes, Vicente López y Mariano Torra», según afirma el profesor Espí Valdés. El nombramiento fue expedido el seis de abril de 1809, por la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino de Valencia.

Tras sus estudios regulares y metódicos, la Real Academia de San Carlos le otorgó el título de académico supernumerario y, al año siguiente, lo elevó a la categoría de académico de mérito.

En 1820 se trasladó a Barcelona, donde acrecentó notablemente su prestigio y decidió fijar su residencia. Catorce años más tarde, accedió a la Escuela de Bellas Artes de la Ciudad Condal, en calidad de profesor de colorido y composición. Y en 1840 pasó a dirigir el mencionado centro docente.

Vicente Rodes nació en Alicante, en 1791 y murió en Barcelona, en 1858. Entre sus alumnos, se encuentra el escritor y arqueólogo Aureliano Ibarra, de quien, hace unos días, dejábamos también testimonio en nuestra habitual columna.

Destacó particularmente como retratista, «desarrollando al máximo la técnica del pastel, tan delicada, precisa y difícil, acaso aprendida de Vicente López. Y así cabe señalar los retratos del escultor Damián Campany, que figuran en la colección de la Academia de San Jorge de la Ciudad Condal, algunos retratos de Fernando VII, del general Concha, del escultor Francisco Alberola». Y también, según «El Luchador», de los generales Castaños y Riego.

Gaya Nuño lo califica de «Especie de Ingres levantino, concienzudo y correcto». Aunque pintor de cámara de Fernando VII propiamente dicho, fue otro alicantino: José Aparicio Inglada.

En ese empeño que nos hemos impuesto de recuperar episodios y gentes de Alicante, escasamente conocidos u olvidados, hoy reivindicamos a Vicente Rodes Aries (otros escriben Arien), notable artista del siglo pasado.




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Pues no salen las cuentas

24 de noviembre de 1993


Que el tema de los Mártires de la Libertad ya resulta -aparentemente, al menos- un tema recurrente y manido, está fuera de toda duda. Lo han tratado viejos cronistas y jóvenes historiadores, y hasta el maestro Charques, creemos recordar, le puso música. Sin embargo, se trata de un tema con ciertas incógnitas aún, para más de un investigador escrupuloso.

Por ejemplo, el número de fusilados por orden del general Roncali, el ocho de marzo de 1844, en el Malecón, fue de veinticuatro, de acuerdo con todas las fuentes consultadas. De aquellos cadáveres, uno, el del maestro de obras Simón Carbonell sí se sabe que fue inhumado en el panteón familiar; los demás fueron enterrados en una fosa común. Sin embargo, cuando se efectuó el traslado de aquellos restos de uno a otro cementerio, el acta que se depositó en el arcón que los contenía decía así: «A las quince horas del día octavo del mes de marzo del año 1934, correspondiente al vigésimo siglo, siendo presidente de la Segunda República Española S. E. don Niceto Alcalá Zamora y del Gobierno de la Nación don Alejandro Lerroux García; gobernador civil de la provincia de Alicante don Adolfo Chacón de la Mata, y alcalde de la capital don Lorenzo Carbonell Santacruz, se procedió a exhumar de una sepultura, en fosa común, situada en la calle del Santísimo Cristo, de la clausurada necrópolis de San Blas de aquella ciudad, y abierta entre los panteones números seis, perteneciente a la familia de don Heliodoro Gras, y ocho, de herederos de don Manuel Ausó, los restos cadavéricos de los Mártires de la Libertad fusilados en igual fecha de 1844, en el paseo que como ofrenda y recuerdo imperecedero lleva este nombre (hoy, Explanada de España). Sobre la sepultura descrita existía una columna de piedra labrada, sin inscripciones, rematada con una cruz de hierro forjado. Reconstruidos los esqueletos, resultan ser veintidós correspondiendo por consiguiente a los cadáveres entonces inhumados (...)». La relación que se ofrece comparándola con la de las personas ejecutadas, registra la ausencia de dos nombres: uno, el de Simón Carbonell, ya comentado; el otro, el del comandante del provincial de Valencia, Francisco Fernández, citado por Nicasio Camilo Jover, y por Pedro Díaz Marín y José A. Fernández Cabello, entre otros autores.

Con relación a estos datos, hay quien mantiene la hipótesis de que el citado comandante logró escapar a la brutal ejecución. Aunque lo más probable es que su cuerpo fuera reclamado por sus familiares. Queda la duda, por ahora.




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Ministro de por aquí

25 de noviembre de 1993


Antoni Asunción sucede en la cartera de Interior a José Luis Corcuera. Es un ministro de la Comunidad. Algo nos toca, sea dicho púdicamente. Como algo más nos tocaron otros conciudadanos y coprovincianos que también ocuparon plaza en sucesivos gobiernos, a lo largo y ancho de la historia. En el diario «El Luchador», de 18-10-1933, se nos informa acerca de los alicantinos que, hasta por entonces, formaron parte de algún gabinete ministerial: Juan Antoine Zayas, José M.ª Manresa Navarro, el duque de Lerma, Joaquín María López, Francisco Santacruz, Rafael Mayalde, Eleuterio Maisonnave, Carlos Navarro Rodrigo, Trinitario Ruiz Capdepón, José Ortuño, Joaquín Chapaprieta... y pocos más, incluyendo los actuales.

De Juan Antoine Zayas, probable antepasado de Juan Prytz Antoine, se nos dice que por real decreto de la reina regente María Cristina de Borbón se le nombre titular de la cartera de Estado. Previamente, había designado a don Modesto Cortázar, regente de la audiencia de Valladolid, hasta aquel momento, la formación de un nuevo gobierno, además de asignarle el ministerio de Gracia y Justicia. Era el 29 de agosto de 1840. En la «Gaceta de Madrid», del martes, 1-9-1840, apareció el referido decreto firmado en Valencia que dice textualmente: «Habiéndome dignado admitir la dimisión que me ha hecho don Mauricio Carlos de Onís del cargo de secretario del Despacho de Estado, como reina regente, gobernadora del Reino, durante la menor edad de mi excelsa hija la reina doña Isabel II, vengo en nombrar para que lo desempeñe en propiedad, a don Juan Antoine y Zayas, actual encargado de negocios, en la corte de Bruselas».

Por cierto que al alicantino Antoine Zayas le correspondió formar parte del gobierno que «entronizó la llamada Ley de Ayuntamientos. Ley que cercenaba las franquicias y antiguos fueros de nuestros municipios». Las mismas fuentes periodísticas, nos advierten que fue diputado a Cortes por Alicante en los siguientes períodos: 1844-1845, 1845-1846, 1846-1847, «y admitido de 1847 a 1848». Tiempos borrascosos aquéllos. Aunque verdaderamente su paso por el ministerio fue fugaz: escasos días, de la fecha ya señalada hasta el 7 de septiembre siguiente, en que cesó también por real decreto. Vicente Ramos en su obra «Historia parlamentaria, política y obrera de la provincia de Alicante», tomo I, dice, sin embargo, «que sólo pudo mantenerse (al frente de la cartera de Estado) hasta el 16 de septiembre». Según el mismo autor, su hermano Lorenzo ejerció la dirección de nuestra fábrica de Tabacos.




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Los tribunales populares

27 de noviembre de 1993


Se pusieron en pie el uno de septiembre de 1936. Estaba integrado por el magistrado presidente, Vidal Gil Tirado; magistrados, Julián Santos Cantero y Rafael Antón Carratalá; vocales jurados, José Carratalá Vallcarnera, Alfonso de la Encarnación Vélez, Francisco Vega Sánchez, Rafael Gomis de Cádiz, Felipe Irala Romá, Julio Garijo García, Juan Lillo Planelles, Pascual Triguero Rubio, Rafael Lledó Asensi, Pascual García Guillamón, Julio Moreno Peláez, Salvador Martí Forment, Luis Arráez Martínez y Juan Pomares Castaño.

El primer proceso se celebró en el Hogar del Soldado, del cuartel de Benalúa, el siete de los mismos mes y año. Se juzgó a 61 personas, todas ellas acusadas, por el fiscal, del delito de rebelión y agresión a las Fuerzas Armadas. Tal acusación contiene que los procesados, el día 19 de julio de 1936, se reunieron en una finca denominada «La Torreta», del término municipal de Callosa del Segura, tras haber sido invitados por «el destacado elemento de la Falange Española, Antonio Masiá (El Pollo), y se acordó venir sobre Alicante, en camiones y debidamente armados».

Según la relación de los hechos, sobre las cuatro y media de la ya citada fecha, emprendieron el viaje hacia la capital, no por la carretera general, sino por la de Almoradí a Guardamar y Santa Pola, al objeto de detenerse en el paraje conocido por el nombre de Agua Amarga, frente al puente de Hierro, lugar muy adecuado para guarecerse, llegado el caso, debido a las muchas cuevas que existen por las cercanías de aquel barranco.

Sin embargo, a las siete de la tarde del mismo día, desde Alicante, salieron a su encuentro fuerzas del Asalto, al mando del capitán señor Rubio.

Se produjo entonces un enfrentamiento entre ambas partes, a resultas del cual recibieron heridas «un guardia de asalto y dos fascistas, de gravedad. Pero finalmente, se rindieron».

Posteriormente, se les condujo a la cárcel. El juicio al que se les sometió fue público. El fallo del tribunal se produjo el 12 de septiembre: «Pena de muerte a cincuenta y dos de los procesados y absolución para los nueve restantes». El día dieciocho, el Gobierno Civil comunicó que, a las cinco de la madrugada, la sentencia se había cumplido.




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Un arcón misterioso

29 de noviembre de 1993


Sucedió en febrero de 1942. Resulta que el archivero municipal cuando procedía al arreglo, limpieza y organización de tal dependencia, necesitó un recipiente adecuado para acomodar en él algunos legajos. Y qué mejor que el arcón que descubrió en un rincón del Archivo. Era el arcón en el que tradicionalmente se habían guardado los fondos del Ayuntamiento. Al abrirlo, el buen hombre se llevó una considerable sorpresa: en su interior se encontró con no pocos objetos de valor. De inmediato, puso en conocimiento de la comisión permanente municipal aquel hallazgo insospechado.

No se sabía quién los había depositado en aquel lugar, pero sin duda lo hizo movido por las más saludables intenciones. La mayoría de tales objetos valiosos resultaron ser ofrendas a la Virgen de los Desamparados que se veneraba en la por entonces destruida iglesia del Carmen.

La relación comprendía: un bastón de mando de caña de Indias, contera y empuñadura de oro, de brillantes y rubíes, con cordones propios de autoridad gubernativa y con las iniciales F. D.; posteriormente, se supo que correspondían a quien fue gobernador de nuestra ciudad, don Federico Dupuy de Lome; otro bastón de menor valor que perteneció al médico don Vicente Llueca Colomer, del Cuerpo de Sanidad Militar; una arqueta de madera de roble, con forro de cuero y clavos de metal, que contenía tres recipientes de plata para los santos óleos; esta arqueta se devolvió después a la colegiata de San Nicolás, a cuyo patrimonio pertenecía; una caja ovalada de plata, con el escudo heráldico de Alicante grabado en relieve, y en la cual se guardaban, desde antiguo, las llaves del relicario de la Santa Faz, y que contenía una pulserita con medalla de oro, con las iniciales J. M., donada por doña Balbina Gómiz de Montesinos, para engarzarla en el referido relicario; un broche con filigrana de oro, topacios y perlitas; dos pares de pendientes y otro suelto, también con filigranas de oro, de estilo antiguo; un broche de plata, con imagen y escudos religiosos; y una caja de cartón en la que había varias joyas de más o menos valor.

Vicente Huesca me ha facilitado los datos y el título de esta columna. El proceder diligente del archivero permitieron que estos objetos volvieran a sus propietarios o custodios. El documento relativo a este hallazgo se encuentra en el Archivo Municipal, legajo Estado y Gobernación (1942-1943).




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Rico insta al Ayuntamiento

30 de noviembre de 1993


Ciertamente, sí: el doctor Rico puso en brete a sus compañeros de Ayuntamiento. El treinta y uno de marzo de 1911, con las arcas municipales muy limpitas, como era y es habitual, metió a alcalde y concejales una moción casi de infarto. Una propuesta parecida a la de González Lizondo en el Congreso, aunque no tan incómoda y mucho menos demagógica. Previa declaración de urgencia, soltó en sesión plenaria, que, en vista de la precariedad imperante y de la imperante necesidad de adquirir «el monte del castillo de San Fernando», parecía oportuno que cada concejal apoquinara de su bolsillo mil pesetas y el alcalde, que lo era Federico Soto Mollá, diez mil. Imagínense, así, de sopetón.

El doctor Rico Cabot, hombre cabal, se apresuró a manifestar que él estaba dispuesto a ser el primero en efectuar el desembolso. Y todo porque estimaba que aquel monte «arrimado a la población» tenía que figurar en el patrimonio del Ayuntamiento. De manera que, en el siguiente mes de julio, volvió sobre el tema, movido por sus ideas higienistas y sociales. Previamente, dio cuenta de las gestiones llevadas a cabo por la comisión designada, para la adquisición de las cuatro quintas partes «del inmueble denominado Castillo de San Fernando», por el precio de cuarenta mil pesetas. De tal cantidad habría que satisfacer diez mil, en el acto de otorgamiento de la escritura y dos plazos más de a quince mil cada uno, en los años 1912 y 1913. Por supuesto, los vendedores recibirán un cinco por ciento de interés anual, y además propuso que «la finca objeto del contrato quedase especialmente hipotecada a favor de los mismos, en garantía del pago de la parte del precio aplazada».

Para zanjar el asunto, manifestó en su moción, «que se facultase al señor alcalde, para hacer constar en la escritura la condición de reconocer al Ayuntamiento el derecho a completar la adquisición del inmueble dicho, con la otra quinta parte del mismo, siempre que la compra se realizase en el plazo de dos años, como máximo, a partir de la fecha del otorgamiento de la escritura de las cuatro quintas partes, y por el precio de diez mil pesetas más». No hubo discusión, y se aprobó por unanimidad.

No mucho después, y con visión de futuro y mucha sensatez, manifestó que venía observando cómo la zona del litoral se fragmentaba y pasaba a manos de entidades particulares. Bueno, si ahora viera el tremendo desaguisado, ¿qué?




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Incautaciones religiosas

1 de diciembre de 1993


En los primeros días de agosto de 1936, se constituyó la Junta Provincial de Incautación de edificios religiosos que presidió el alcalde Lorenzo Carbonell, por delegación del gobernador civil Francisco Valdés Casas. Dicha Junta se estableció para dar cumplimiento al decreto de veintisiete de julio de aquel desdichado año, y en el que se contemplaba la ocupación de los inmuebles de las congregaciones religiosas que estuviesen dedicados a la enseñanza, el catorce de abril de 1931, o bien que se encontraran deshabitados.

Además del citado presidente, eran vocales de la referida Junta Provincial, los siguientes señores: José Lafuente Vidal, director del instituto de Enseñanza Media; Rodrigo Almada, catedrático de la Escuela de Comercio; José Agulló, catedrático de la Escuela de Trabajo; y Alejandro Gil Pardos, de la Sociedad de Trabajadores de la Enseñanza. A todos ellos, les correspondió, tras un detenido estudio de los oportunos expedientes de las fincas incautadas, emitir el oportuno informe y la propuesta con el destino de las mismas para fines escolares o instituciones culturales.

Las primeras incautaciones se llevaron a cabo en Alicante, Bañeres, Biar, Benejama, Benidorm, Calpe, Cocentaina, Crevillente, Cox, Denia, Ibi, Jávea, Monforte del Cid, Muro del Alcoy, Novelda, Orihuela, Onil, Pinoso, Santa Pola y Villena.

En nuestra ciudad se ocuparon, de acuerdo con la relación que nos facilita el diario «El Luchador», del doce de agosto de 1936, los siguientes edificios: convento de los Franciscanos, escuelas Salesianas, edificio de los Jesuitas denominado Casa de Ejercicios Espirituales y solares anejos; asilo de Nuestra Señora del Remedio; colegio de la Congregación de Jesús y María, sito en la avenida de Ramón y Cajal; edificio propiedad del instituto de Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza, en la calle de San Telmo, 9; escuela de la Congregación de Hermanas Carmelitas, Navas, 49 y 51; edificio de las Hijas de María Auxiliadora, de Benalúa; solar procedente del antiguo colegio de los Hermanos Maristas; convento de Monjas Agustinas; iglesia del Carmen; convento de San Roque; monasterio de la Santa Faz; ermita del Socorro; ermita de la Santa Cruz; iglesia de San Francisco; iglesia de la Misericordia; e iglesia de Benalúa.




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El juicio de los militares

3 de diciembre de 1993


El martes, seis de octubre de 1936, se inició la vista contra el general José García Aldave y nueve militares más. García Aldave, de sesenta años de edad, llevaba dos al frente de la Comandancia o Gobierno Militar de Alicante, cuando, a raíz de los acontecimientos infaustos de aquel mes de julio, fue detenido, el veintitrés del mismo, y acusado, junto con sus compañeros de armas, de rebelión militar.

El juicio se prolongó durante varios días. Actuó como fiscal Rafael Mas, y como defensores Guardiola Ortiz, González Arráez y González Ramos. «En el sumario -leemos en la Prensa de la época- figuraban elementos de prueba importantísimos, tales como planos de la capital, con signos especiales, órdenes para la toma y ocupación de la ciudad, cruzadas entre esta Comandancia y la de Valencia, y una relación de las personas más destacadas del campo de las izquierdas, así como los directivos de los sindicatos obreros que eran, sin duda, los primeros que hubieran sido víctimas del fascismo, si el pueblo no hubiera opuesto a los militares aquel fervoroso entusiasmo republicano de los primeros días».

En sus declaraciones, García Aldave manifestó que recordaba que el diecisiete de julio, «se celebró un banquete, ente los foguerers del distrito del teatro, hablando el procesado en aquel acto, pero negando que hiciese alusión a sus dudas, sobre lo que pudiera ocurrir el año próximo». Cuando mediaba tal acto, «le llegó un recado de que le llamaban por teléfono de la Capitanía General; puesto en comunicación con Valencia, le dijo Martínez Monge que había estallado un movimiento militar y que había que acuartelar las tropas, como así lo hizo. También declaró que «desde el mes de abril se estaba preparando un plan de ocupación militar de Alicante, pero que era ordenado por el Ministerio de la Guerra». Y añadió que «siempre había estado al lado de la República y que no tenía conocimiento previo del levantamiento».

Tras varias e intensas sesiones, el tribunal popular dictó finalmente sentencia sobre los acusados. Fueron condenados a muerte: el general García Aldave, el teniente coronel Félix Ojeda Vallés, el comandante Antonio Sintes Palliser, el capitán José Meca Romero y los tenientes Joaquín Luciáñez Riesco, Santiago Pascual Martínez y Enrique Robles Galdó. A seis años, el capitán Cesáreo Martín Castro; a reclusión perpetua, el sargento Francisco Lizarán López; y fue absuelto, con todos los pronunciamientos favorables el también sargento Adolfo Posada Ruiz.




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Ha muerto «el tío Cuc»

4 de diciembre de 1993


El periodista alicantino José Coloma Pellicer falleció en la noche del domingo, ocho de noviembre de 1936, «repentinamente, víctima de una afección cardiaca». El sindicato de vendedores de Prensa, de la CNT-AIT, hizo público un comunicado en el que advertía que ni los quioscos abrirían, ni los vendedores callejeros saldrían «hasta después de verificarse el entierro del compañero y buen amigo Coloma». En «El Luchador», José Guardiola Ortiz, en un artículo titulado «El tío Cuc ha muerto», escribía: «Sobre las cajas de la imprenta de este diario, he visto esta mañana las últimas galeradas de "El tío Cuc". Al morir su director, José Coloma Pellicer, ha dejado también de existir para siempre, el popular semanario, airón de la cimera del casco alicantinista que, de por vida, llevó calado Pepe Coloma, este insigne caballero del más fervoroso alicantinismo». Y concluía: «Modelo de laboriosidad y de hombría de bien, leal compañero y amigo curioso, con él perdemos todo un ejemplar ciudadano y Alicante un amador de sus glorias y un cantor de sus típicas tradiciones». Coloma Pellicer como autor teatral, escribió numerosas obras, entre las que destaca la revista «La foguera d'Alacant», que tanto éxito obtuvo, en sus repetidas representaciones. Con Ferrándiz Torremocha, redactó la comedia «El mateix sender», «en pulcro valenciano, porque quiso demostrar que en Alicante, se dominaba el idioma valenciano correctamente». Coloma «fue redactor-jefe y alma de "Heraldo de Alicante", periódico que dirigía Juan Carrasco, donde realizó campañas de resonancia grande y de éxito ruidoso. Después creó y dirigió "El Popular", diario que vivió todo el tiempo que quiso Coloma. Y por último, se consagró a la dirección de "El tío Cuc", semanario humorístico, el que mayores tiradas ha realizado y que ha podido salvar las fronteras, porque su aguda gracia y picante sátira, le abría todos los horizontes. Coloma Pellicer, amigo de todos y hombre de recto espíritu liberal fue antes que nada periodista de profunda visión y de bien probado republicanismo». Ferrándiz Torremocha, emocionadamente, notició: «Compañero en la vida y camarada en las faenas teatrales y periodísticas, no quiso nunca que en su semanario "El tío Cuc" saliera a la calle sin mi firma, tal vez para sabernos, él y yo, más unidos en ese abrazo periodístico que nos unía desde 1908». Coincidiendo con su muerte, se celebró, en el Monumental Salón Moderno, la conmemoración del XIX aniversario de la revolución rusa, en la que intervinieron entre otros, Antonio Guardiola, Miguel Villalta Gisbert y «el secretario general del Partido Comunista en Italia, camarada Gallo». La guerra civil continuaba su turbio curso.




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El parque de Canalejas

7 de diciembre de 1993


Mira por donde, un próximo antepasado nuestro, Tomás Tato Ortega, resultó, además de teniente de alcalde, pionero en el desarrollo urbanístico, de la primera década del siglo, en el que aún vivimos críticamente. Tomás Tato proyectó la instalación del llamado Teatro de Verano que habría de alzarse en la prolongación del paseo de los Mártires o Explanada de España, en los terrenos ganados al Rihuet y a las murallas que cerraban la ciudad, por donde hoy discurre la calle de Canalejas. Entre ésta y la de Barrejón (ahora, Portugal) se comprometía, a cambio de su solicitud, a «construir el paseo y jardines y a cuidar de los mismos, durante el tiempo de la concesión».

Los terrenos habían sido cedidos al Ayuntamiento, por el Ministerio de Fomento, de acuerdo con la real orden de dieciséis de octubre de 1903, y por entonces, se dedicaban a depósito de mercancías portuarias. En la citada orden, ya se decía que en tales terrenos necesariamente debería construirse un paseo que llevase el nombre de parque de Canalejas. El día primero de diciembre de 1907, la corporación municipal, en pleno, examinó «el proyecto y expediente promovido por don Tomás Tato Ortega, vecino de esta capital, para construir un teatro de verano».

El edil Clemente, después de estudiar los papeles, manifestó que procedía informar favorablemente dicho proyecto «teniendo en cuenta la necesidad racional que existía de alentar las iniciativas particulares, en cuanto tendiesen a dotar a Alicante de aquellas mejoras que contribuyesen a su desarrollo y prosperidad material».

«Y en el caso concreto, por cuanto se trataba, según el proyecto, de levantar un edificio para espectáculos públicos, en el sitio más indicado para ello de la población, que carecía de locales de tal índole, para época veraniega que era cuando concurrían a la ciudad miles de forasteros, a los que era de interés general proporcionarles recreos cultos y distracciones que fomentasen aquella concurrencia de bañistas, fuente segura de ingresos».

La corporación que presidía Manuel Cortés de Miras, decidió imponer condiciones referentes a la urbanización del paseo, plantación de arbolado, cuidado y sostenimiento de los jardines durante el tiempo de la concesión y prestación de las garantías necesarias para el puntual cumplimiento de las referidas condiciones.

Las viejas postales nos ofrecen una bella imagen de aquel Teatro de Verano.




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¿Qué fue de Marta Barrié?

8 de diciembre de 1993


En ocasiones, nos preguntan por nombres que rotulan algunas calles y de cuyos titulares los propios vecinos no tienen, o apenas si tienen, noticias. De Marta Barrié nos cuenta escuetamente el cronista provincial y presbítero Gonzalo Vidal Tur, en su libro «Alicante, sus calles antiguas y modernas». Sin embargo, ampliamos en nuestra columna, algunos datos. Marta fue hija del cónsul británico Benjamín Barrié Deomsu, y hermana de Georgina, la baronesa de Satrústegui. Marta Barrié Labros se casó con José Gayón, con el que tuvo dos hijas: María y Josefa. A los veinticinco años de edad, enviudó, y se trasladó a Alicante, desde Cádiz, para fijar su domicilio junto al de su padre, en la plaza de Ramiro.

En el padrón de 1875, en el número tres de dicha plaza, constatamos que vivía Clemente Miralles de Imperial, de veintisiete años, industrial, natural de Elche, su esposa Marta Barrié, de treinta y dos, y sus hijos: María Gayón Barrié, Josefa Gayón Barrié, así como los hijos del nuevo matrimonio, Julián Miralles de Imperial y Barrié y Marta Miralles de Imperial y Barrié.

El citado Gonzalo Vidal la define como «dama caritativa y distinguidísima, de elevados sentimientos y excepcionales dotes personales, por lo que durante su vida se hizo acreedora a la estimación y respeto de cuantos la trataban». Fundó el asilo de Nuestra Señora del Remedio, «que sustentaba de su pecunio particular sosteniendo a hijos de obreros pobres, en la calle de San Vicente, primero, y, por último, en el paseo de Campoamor». Durante dieciséis años, presidió la benéfica institución. A la que igualmente contribuyó su hermana Georgina.

Tenía tan sólo treinta y nueve años cuando falleció, a consecuencia de una neumonía crónica, el tres de enero de 1883. Mucho tiempo después, el Ayuntamiento rotuló una calle de nuestra ciudad a su nombre. Fue el seis de marzo de 1929.

El padre de Marta Barrié, Benjamín, fue uno de los propietarios de terrenos sobre los que se construiría el barrio de Benalúa. Y su segundo marido, Clemente Miralles de Imperial, uno de los miembros de la sociedad «Los Diez Amigos», que promovió el referido barrio.




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El campo de Albatera

9 de diciembre de 1993


El 24 de octubre de 1937 se inauguró el campo de Albatera que, con el tiempo, tanta tinta y tanta sangre y tantos padecimientos propiciaría. Pero aquel domingo se desplazaron a la vecina localidad, el gobernador civil y el presidente de la Audiencia Provincial; el inspector de Prisiones, Simón García Martín del Val, el director del reformatorio de adultos de Alicante, señor Crespo, y varias personalidades más, quienes con las autoridades de Albatera y Crevillente, dieron la bienvenida al ministro de Justicia, Manuel Irujo, y al director general de Prisiones, Vicente Sol. Posteriormente, los técnicos -especialmente con un ingeniero agrónomo- explicaron a los asistentes «lo que era en la actualidad y lo que había de ser en un futuro próximo aquel campo de trabajo: 40.000 hectáreas de saladares se convertirían en terrenos laborables. Magno proyecto que ya en el siglo XVII, inició el Cardenal Belluga».

Días antes, la Prensa anunció el acto. Por ejemplo, «El Luchador», el veintiuno de octubre, dice que «iniciada en el siglo XVII esta gran obra de colonización por el Cardenal de Belluga (Luis Antonio Belluga y Moncada, 1662-1743), quedó paralizada, sin que en los actuales tiempos pudiera continuarse, en razón de su coste». También nos ofrece un dato de considerable interés: «Está calculada para albergar tres mil reclusos». Ya con anterioridad, en el mitin organizado por las Juventudes de Izquierda Republicana y celebrado en el cine Monumental, el diecisiete de aquel mismo octubre, el diputado y director general de Prisiones, Vicente Sol, manifestó: «Por decreto de 26 de diciembre de 1936, se crearon los campos de trabajo que significan una noble innovación en el régimen penitenciario español haciendo que el recluso se gane con su esfuerzo lo que cuesta sostener al Estado y se reivindique por el único sistema que puede tener un hombre para hacerlo, es decir, por medio del trabajo». Y agregó: «Dentro de diez o quince días, habrá allí dos o tres mil hombres trabajando».

El decreto invocado se publicó en «La Gaceta de la República. Diario Oficial» número 362, y en él se especifica que tales campos se crean para los condenados por los Tribunales Especiales Populares y por los Juzgados de Urgencia que entienden en los delitos de rebelión, sedición y desafección al régimen». Está claro dado en Barcelona, en la fecha indicada, y firmado por Manuel Azaña y el presidente del Consejo de Ministros, Francisco Largo Caballero.

Con el tiempo y la victoria franquista, allí irían a parar miles de republicanos. La «Hoja Oficial de Alicante», de 28 de abril de 1939, informa que «se habían internado en él a seis mil ochocientos rojos». Aunque se barajan cifras bastante más altas.

Volveremos sobre el tema.




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Diputación, a pique

10 de diciembre de 1993


Todo comenzó en Valencia. Allí, se propuso que la Diputación Provincial pasara a desempeñarse por una nueva institución popular: el Consejo Provincial. Y el Gobierno de la República dijo que bien, pero ampliando la medida a todo el territorio español. Y promulgó un decreto, el veintitrés de diciembre de 1936, en Barcelona, por el que se disolvían las comisiones gestoras y se creaban «con carácter transitorio, hasta que las Cortes legislen sobre la materia, los consejos provinciales» («Gaceta de la República», número 360 del veinticinco del mismo citado mes).

En Alicante, se constituyó oficialmente el dos de febrero de 1937, tras numerosas reuniones con partidos políticos y organizaciones sindicales, bajo la presidencia del gobernador civil Valdés Casas. El Ministerio les otorgaba la facultad de extender a dos más el número de puestos a cubrir, con arreglo al Estatuto provincial de 1879. En total dieciséis representantes que quedaron distribuidos de la siguiente manera: UGT, tres: José Morales Cots, Emilio Mora López y Ramón Llopis Agulló; Partido de Izquierda Republicana, dos: José Estruch Ripoll y Casimiro Arques Payá; PSOE, dos: Enrique Ferrándiz Bellvert y Vicente Martínez Sansano; PC, dos: Jacinto Alemañ Campello y Arturo García Pino; FAI, dos: Antonio Ortega Corbí y Domingo Díaz Ferrer; Partido Unión Republicana, uno: Antonio Ramos Espinós; y Partido Sindicalista, uno: Rafael Lledó Asensi.

Igualmente, se acordó, en virtud del referido decreto, elegir dos vicepresidencias, con las mismas prerrogativas. Una, para los asuntos relativos al pleno y ordenación de pagos; y otra, para el funcionamiento de la permanente y de la comisión política. La primera, por el orden aquí establecido, debería desempeñarse por un miembro de la Unión General de Trabajadores; y la segunda, por uno de la Confederación Nacional del Trabajo. En el acto de la constitución que presidía Valdés Casas, se llevó a cabo las votaciones que dieron el resultado que señalamos a continuación: José Cañizares, por quince votos y uno en blanco, asumió la vicepresidencia del Pleno; y Ramos Llopis, con los mismos resultados, la de Permanente. Casimiro Arques fue elegido secretario político del Consejo Provincial, que aquel mismo día y tras abandonar el gobernador civil la reunión, inició sus funciones.




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A los amigos de la ONCE

11 de diciembre de 1993


El próximo lunes los ciegos festejan a Santa Lucía, su patrona. Curiosamente, disponemos de una carta, que se conserva en el Archivo Municipal, fechada el treinta de junio de 1932, que don Alejo Julve Asensio dirigió al alcalde Lorenzo Carbonell: «Mi respetable señor: cumplimentando el ofrecimiento hecho por mi buen amigo don Ricardo Latorre Durán, he remesado a su consignación, con porte pagado por la agencia de Luis Gras, una caja conteniendo cien bastones blancos, para distintivo de los ciegos de esa capital y su provincia, sin perjuicio de enviarle seguidamente cuantos le sean necesarios. Para su gobierno, me cabe la satisfacción de comunicarle me dispensaron el honor de aceptarlo y lo tienen ya establecido los ayuntamientos de Barcelona y Generalidad de Cataluña, Madrid, Valencia, Castellón de la Plana, Zaragoza, Vitoria, Bilbao, Santander, Burgos, islas de Mallorca y Menorca, otros de menor importancia, facilitados gratuitamente como los remesados. Ruego tenga en cuenta que al crear el bastón blanco (tenemos entendido que fue en Suiza) no se hizo para la mendicidad y sí como distintivo para los ciegos ricos y pobres, puesto que todos merecen igual respeto, no debiendo aquellos de tener reparo en llevarlo, si otros no favorecidos por la fortuna, lo usan pidiendo limosna, pues el objeto de su fundación es para que todos los videntes los distingan y puedan prestarles su cooperación guiándoles en sus inciertos pasos y previniéndoles de posibles y siempre lamentables accidentes».

Tras nuestra conversación con don Miguel Cazorla y don Jesús Montero Martínez, ambos de la ONCE, conocemos que el señor Julve Asensio fue un industrial generoso que realizó diversos donativos de la misma naturaleza a diversas ciudades y pueblos, con el fin que ya determina en su carta. Por otra parte y de acuerdo con la información que nos han facilitado ambos referidos amigos, sabemos que en Alicante funcionó, a partir de 1903, la primera rifa de cupones a cuyos números bautizó con pintorescos nombres un señor Vendrell, del que poco más se conoce. Después, otras ciudades pondrían en marcha tales juegos de lotería.

También se organizó una asociación de invidentes y minusválidos con la ayuda del abad Penalva y bajo la presidencia de don Francisco Just Valentí.

Esta asociación, como la de Alcoy y tantas otras, desaparecería cuando se fundó la Organización Nacional de Ciegos Españoles, la ONCE, el día trece de diciembre de 1938. El lunes hará, pues, cincuenta y cinco años.




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¡A jugar!

13 de diciembre de 1993


En medio de las mudanzas urbanísticas y de los vaivenes políticos y militares, los alicantinos de los siglos XVIII y XIX, le pegaron lo suyo a la pelota, una antigua tradición lúdica del Reino de Valencia.

Nos proponemos, a estas alturas, una «guía secreta» de la ciudad, de las mentadas centurias. ¿Qué hacían nuestros antepasados para distraer sus ocios?, ¿dónde iban de marcha?, ¿cómo estaban de tahurerías y de mancebías? Imagínense, por aquellas calles estrechas y llenas de inmundicias, de olores nauseabundos, por donde entraba a saco la epidemia de cólera o de fiebre amarilla, y dejaba al vecindario en cuadro. Tan alta era la mortalidad y tan escasas las condiciones higiénicas.

Mientras, la ciudad creció, con altibajos, por supuesto, de unos once mil habitantes, en 1717, a cuarenta y nueve mil cuatrocientos sesenta y tres, según el censo de 1897. No cesó en sus trajines el puerto, para nuestra fortuna; llegó el tren de Madrid; se vinieron a tierra las murallas y fortificaciones estratégicas. Y Alicante se extendió y ocupó los viejos arrabales; se hizo el alumbrado público y se implantaron medidas sanitarias. Era la modernidad.

Con todo, nuestros abuelos, que aún no sabían lo que significaba el fútbol, ni el baloncesto, ni el tenis, siguieron dándole a la pelota valenciana. Escribe Montero Pérez que «después de las provincias vascas y Navarra, aquí se le rendía culto».

Claro que dentro de un orden y siempre de acuerdo con las clases sociales: «El trinquete más antiguo que se recuerda estuvo en el llamado Carrizo del Marqués, extrarradio de la población hasta el siglo XVI, y en el que sólo podían jugar personas de sangre azul, pues los plebeyos utilizaban los terrenos al aire libre situados en el arrabal de San Francisco y que luego se conocerían como calle de la Pelota». Es decir, en el llamado barrio de Buda, barrio de los calafates, y entre las que se contaban además las calles de Esteras, Almas, Desamparados, Limones y de la Mar, entre algunas otras.

Posteriormente, en la primera mitad del XIX, se construyó un nuevo trinquete en la calle del Foso (hoy, Gerona), con la salida por la actual de Colón. Y en 1864, otro en la calle de la Concepción. El último del pasado siglo, concretamente en 1886, lo edificó Antonio Lillo, en la plaza de San Antón.




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Escándalo en el Mercado

14 de diciembre de 1993


Y cómo sería de grave que el entonces concejal Florentino de Elizaicin propuso que se enviaran anuncios a algunos periódicos madrileños, con objeto de calmar los ánimos y temores de nuestros aún escasos incondicionales veraneantes. Se resistían a la visita estival, por temor a intoxicaciones alimentarias.

Todo comenzó cuando el juzgado, en una visita de inspección rutinaria, descubrió descerrajadas las cámaras frigoríficas, sin que los encargados se percataran, al parecer, de que se había cometido un presunto hecho punible. Según «El luchador»: «(...) con ello se pretendió sustraer de la inspección judicial pruebas de que, contraviniendo las disposiciones sanitarias, se retenían determinadas clases de pescado. Y hasta una vaca muerta que debió ser enterrada, en presencia de una pareja de guardia urbanos, no fue enterrada, a pesar de que el veterinario Laliga aseguró que él había realizado la operación».

Era septiembre de 1930. El alcalde, Gonzalo Mengual Segura, procedió con diligencia y decretó que el concejal Florentino de Elizaicin, asistido del también edil Gaspar Peral, instruyera expediente de depuración. de los hechos, en los cuales ya había intervenido el juzgado. Posteriormente fueron designados los miembros de la corporación municipal Emilio Guijarro y Luis García Ruiz. Este último en sustitución de Juan Palazón quien, a raíz del creciente escándalo, presentó su dimisión de la presidencia de la Comisión de Mercados. Como secretario de aquella instancia depuradora, actuó el funcionario del Ayuntamiento, Miguel Sellés.

El juez Mariano Avilés se encargó del caso, y en colaboración con el alcalde, propició la dimisión de Palazón y dejó suspensos de empleo al citado veterinario, al administrador José Aznar y a los vendedores Mira. Aznar (Miguel) y Fontaner. Provisionalmente, se designó administrador del Mercado Central de Abastos a Pascual Martínez Ripoll.

La investigación conmocionó a la opinión pública: se hablaba de doscientos cerdos enfermos, cuya carne se había distribuido a través de la venta. El referido diario dio cuenta del ingreso en la Prisión Provincial de otro veterinario municipal, Manuel Amorós, implicado supuestamente en el «affaire», escribía en sus páginas: «Hay tela que cortar para un rato. El asunto del Mercado, como se verá, no tan sólo es de una inmoralidad enorme, sino que además reviste caracteres de criminalidad». Y hubo mucha tela y rodaron cabezas. Con las cosas de comer no se juega.




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Otra vez los facciosos

15 de diciembre de 1993


Fue en la madrugada del domingo, veintiuno de noviembre de 1937. A la una, la aviación procedente de Palma de Mallorca efectuó una incursión sobre nuestra ciudad, «volando a gran altura», veinte minutos después, se produjo otro ataque aéreo. Unas cincuenta bombas incendiarias y explosivas se precipitaron sobre las barriadas de San Antón y San Fernando, y posteriormente, machacaron el Pla del Bon Repós y Carolinas. Según la Prensa, uno de los aparatos agresores ametralló, con saña «el Hospital de Campoamor, la Casa del Niño, el panteón de Quijano, el antiguo hospital de la calle Manuel Azaña y el refugio en construcción de la calle de la Huerta. Y fue precisamente en éste, donde hubo más víctimas».

En total se contabilizaron veintiocho o veintinueve muertos, según las fuentes consultadas, y un total de entre sesenta y setenta y seis heridos de diversa consideración. Hubo además muy considerables daños materiales, especialmente en la ya citada calle de las Huertas, donde fueron reducidos a escombros varios edificios. Y en el Pla, ardieron otros más. Entre ellos, la Clínica Climent, que fue evacuada oportunamente. «El Luchador» decía: «Pepito Climent, como cariñosamente le llamamos sus amigos, que consagró su vida a crear y fomentar esa clínica, en la que se adoraba y por la que luchaba afanosamente, la he visto destrozarse en unos minutos». Tan violento fue el bombardeo y tan potentes algunos de los artefactos, que los periódicos señalan el hecho de que una gran piedra fue impulsada por la fuerza de las explosiones nada menos que hasta la finca La Torreta, en la carretera de Villafranqueza, donde derribó a un hombre».

Sin duda, aquella resultó una de las más sangrientas incursiones de la aviación extranjera con base en Mallorca. Que se lo pregunten si no a los doctores Claramunt y Visconti o al practicante Martínez, todos de guardia en la Casa de Socorro, a donde corrieron de inmediato otros médicos, Ángel Pascual Devesa y Ramos Esplá, así como el también practicante Guerri, para atender a los numerosos heridos.

El gobernador civil, Jesús Monzón, sentenció por los micrófonos de Radio Alicante: «El fascismo mata por matar. Busca a los obreros en sus barrios humildes y allí los asesina». En sesión ordinaria del veinticinco de aquel mes, la corporación o más exactamente el consejo municipal, presidido, en funciones, por Antonio Eulogio Díaz, «por encontrarse vacante el cargo de la presidencia», condenó «el criminal atentado contra la población civil» y acordó diversas medidas tendentes a mitigar la situación de los damnificados.




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El crimen de la calle del Cid

16 de diciembre de 1993


En la madrugada del diecinueve de noviembre de 1937, el barítono beodo Juan Salboch le trituró el cráneo a Nieves López Aldeguer. Como entonces no había minipímer ni esas cosas, el hombre se lo hizo artesanalmente: a base de golpes de plancha, que ya es ponerle empeño al asunto. Luego, el barítono beodo Juan Salboch, oriundo de Miranda de Ebro (Burgos) y profesional de los bolos líricos, salió al raso y aguardó a que abrieran la bodega de Varela, en la calle de Sagasta, para agenciarse cigarrillos y media botellita de tinto peleón.

Aquella madrugada llegó cargada de presagios y desgracias. Hora abajo, hora arriba, en Rabasa, la furia del vendaval abatió un pabellón y se llevó por delante las vidas de José Lorente Calatayud y de Hilario Riofrío García, además de lisiar a otros tres obreros. En la calle del Cid no fue la meteorología, sino los celos desatados los que terminaron con los veintitrés años de Nieves López Aldeguer, quien ejercía la prostitución a jornada fija. Juan Salboch que le sacaba veinte años, así lo había estipulado: a las nueve de la noche, a casita. Y Nieves cumplió, hasta que, al parecer, un joven comenzó a frecuentarla, fuera del horario convenido, y a Juan le entró la sospecha.

Juan Salboch formó parte de la compañía de zarzuela que dirigían los alicantinos Arturo Lledó y Jaime Olmos, y había servido de lancero, en la milicia, circunstancia que aún le daba cierto prestigio y una bizarría ya como muy venida a menos. Juan recriminó a Nieves sus presuntos devaneos con el recalcitrante, y los ánimos se caldearon. Por último, se produjo el violento asalto y la joven se quedó tendida en el suelo, junto a la mesa en la que aún había unas longanizas de las que el lancero y barítono Juan Salboch dio buena cuenta, antes de salir camino de la bodega de Varela. Allí le contó lo que había sucedido a La Churrera, una mujer conocida que frecuentaba el establecimiento. Al final, decidió presentarse voluntariamente a la Comisaría de Vigilancia. Los vecinos de la calle del Cid recaudaron lo necesario para costear el entierro de la infortunada Nieves López, a quien tenían por mujer de vida social recatada, a pesar de su oficio.

La tragedia íntima y sórdida, en medio de la tragedia civil y sórdida. Alicante ultimaba los preparativos del primer aniversario de la muerte de Buenaventura Durruti, cuando se sobresaltó con tan despiadado crimen.




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Tranvías en la guerra

17 de diciembre de 1993


¿Se acuerdan ustedes de los tranvías? ¿Se acuerdan de aquellos coches más dinámicos, pintados de blanco y azul? Pues aquellos coches, con los colores de Alicante, fueron construidos, salvo el motor y el regulador de procedencia francesa, en los talleres de La Florida. En plena Guerra Civil, nuestros mecánicos y trabajadores, bajo la dirección del ingeniero Luis Badías Aznar, los pusieron en la calle, al servicio de todos los ciudadanos. Muy flamantes, llevaban en sus partes laterales el escudo heráldico alicantino, en metal fundido.

Así, el treinta de diciembre de 1937, se procedió a la prueba oficial de la primera unidad. A bordo estaban Jesús Monzón, gobernador civil de la provincia; el coronel José Sicardo, comandante militar; Santiago Martí Hernández, alcalde de la ciudad; José Sena, Juan Montañés y Felipe López Morales, ingenieros respectivamente de Obras del Puerto, de Obras Públicas y de Industria; Pérez Domenech, de la Federación Local de UGT; Agustín Mora Valera, de la junta provincial de Unión Republicana; Francisco Armengol, del sindicato de Obras del Puerto; los directores de «Bandera Roja» y «El Luchador», y otras personalidades.

Por la mañana de aquel día, el nuevo vehículo, señalado con el número noventa, cubrió su itinerario inaugural, en medio de la admiración del público: de las cocheras a la Explanada, al Mercado, a la Fábrica de Tabacos y a La Florida. Un éxito.

Tanto que otros dieciocho coches estaban ya previstos, junto con el proyecto de establecer dos nuevas líneas de tranvías a San Gabriel y Villafranqueza. Proyectos que, como bien se sabe, nunca llegaron a materializarse.

Después de la prueba y ya en el domicilio particular del ingeniero Badías situado en las mismas dependencias de Tranvías Alicante, el comité de Industria y Consejo Obrero obsequió a los invitados y les hizo los honores «confraternizando con los camaradas tranviarios, doña Amalia Bono de Badías y su linda hija Amelita».

Por último, intervinieron el gobernador civil Jesús Monzón, Luis Badías y el representante del sindicato tranviario, todos los cuales coincidieron en destacar la aceptación de los nuevos vehículos destinados al transporte público. Vehículos eléctricos y nada contaminantes que desaparecieron definitivamente con la década de los sesenta. Un error de cálculo.




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Entrevista a Miguel Primo de Rivera

18 de diciembre de 1993


En octubre de 1937, un periodista mantuvo una conversación con Miguel Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, en la prisión provincial, donde, por entonces, cumplía la condena que le había impuesto el Tribunal Popular que lo juzgó, junto a su hermano José Antonio y otras personas. Aquella entrevista, propiciada por el Servicio de Información de la Subsecretaría de Propaganda, tenía por objeto poner de manifiesto la situación de los reclusos, en los distintos establecimientos penitenciarios de la República.

Según el redactor, cuando llegó a la celda, Miguel Primo de Rivera se «hallaba acodado en la mesa y escribiendo». Al verlo, se levantó y le ofreció asiento. Luego, le respondió que «desde que estaba allí, recibía el mismo trato humano que todos los otros presos». Añadió que su profesión era la de abogado, hasta que procedente de Madrid, ingresó en la prisión provincial de Alicante, el día seis de junio de 1936. «En noviembre, el dieciocho, fue condenado, como colaborador de su hermano José Antonio, en el grave delito de haber contribuido a la preparación del movimiento militar contra la República».

A preguntas del informador, cuyo nombre no consta a pie de la entrevista, el detenido manifestó:

-En todo este tiempo -insiste-, el comportamiento que los funcionarios de prisiones han mantenido para conmigo ha sido cortés y humano, dentro naturalmente de los límites del reglamento. Yo proclamo lealmente mi reconocimiento hacia ellos.

El periodista, para quien el penado era «una víctima atávica de una causa muerta», hizo la siguiente observación: «Con el acento de quien se previene contra la posibilidad de que sus palabras de gratitud sean atribuidas a un fingimiento humillante», añadió: «Si en vez de gratitud, hubiera de expresar quejas, expondría éstas sin recato».

Después de ponderar las declaraciones de Miguel Primo de Rivera, el redactor concluía: «El ambiente general de la prisión provincial de Alicante, que es idéntico al que luego hemos observado en el reformatorio y en el castillo de esta ciudad, son las primeras pruebas incontrovertibles que proclaman las normas generosas en la España republicana».




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Bajo el cautiverio rojo

20 de diciembre de 1993


El que fue hasta su muerte, el veintiuno de marzo de 1960, cronista oficial de la ciudad, Francisco Figueras Pacheco, escribió acerca de los bombardeos del ejército de Franco: «A partir de la primavera de 1938, los bombardeos aéreos se repitieron con extrema frecuencia. Durante los últimos meses del dominio rojo, los sufrimos casi a diario. A veces, hubo varios en un mismo día. El más terrible fue el de veinticinco de mayo de mil novecientos treinta y ocho. Hubo unos trescientos muertos». Unas líneas antes, sin embargo, el citado autor afirma: «La ciudad carecía de artillería antiaérea y no se disponía tampoco de aeroplanos para entablar combate con los nacionales. Estos, por lo tanto, habrían podido arrasar la capital, sin correr el menor peligro. Sin embargo, no atacaron ni destruyeron más que objetivos militares».

Choca tal conclusión, cuando el ataque al que se refiere nuestro cronista se llevó a cabo sobre el Mercado Central y en horas de afluencia al mismo, es decir, sobre la población civil. Sin poner en duda la ecuanimidad y honesto proceder de Figueras Pacheco, sólo explica tal silencio y ausencia de datos circunstanciales, el apresuramiento y las condiciones en que fueron redactados los anteriores párrafos. Ambos pertenecen a un informe titulado «Alicante, bajo el dominio rojo», escrito en 1939, poco después de terminada la Guerra civil, y que se conserva inédito, en el Archivo Municipal. El informe lo recoge en la bibliografía de Francisco Figueras, el también notable investigador Vicente Martínez Morellá, en su libro «Escritores alicantinos del siglo XX», quien sucedería en el cargo de cronista municipal al tantas veces ya citado. Martínez Morellá incluye también en su relación, otro trabajo del mismo autor y con idéntico título, aunque destinado, como advierte, al Japón.

Tal informe, al que habremos de volver en próximas ocasiones, se divide en cinco apartados, y debió de elaborarse por mandato del alcalde Ambrosio Luciáñez Riesco, a solicitud del gobernador civil, Fernando de Guezala, quien pidió a todos los municipios un «avance de cálculos de daños y perjuicios sufridos en cada término, así como relación de asesinatos y otras muertes violentas», durante el periodo de conflicto armado. En el mismo, Figueras Pacheco cuenta cómo tras «la huida de las autoridades rojas», del veintisiete al veintiocho de marzo de 1939, «los nacionalistas, que se encontraban presos, lograron ser puestos en libertad», mientras José Mallol Alberola, Ambrosio Luciáñez Riesco y Sebastián Cid Granero, se hacían cargo, respectivamente, del Gobierno Civil, de la Alcaldía y de la Audiencia.




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Escuela y despensa

21 de diciembre de 1993


Y bien sentado que lo dejó Joaquín Costa: «El problema de España es un problema de escuela y despensa». Lo recordó el mayor, jefe del sexto batallón de retaguardia, Elías Palma, con motivo de la inauguración del Hogar del Soldado, en el cuartel de Benalúa. En su intervención, ante autoridades y tropa, afirmó que el Frente Popular estaba llevando a la práctica la doctrina de Costa. «Y en las mismas filas del Ejército -dijo en aquella ocasión-, no sólo se anida la cultura, sino que todos sus miembros tienen además su salario».

Eran las doce del veintiuno de febrero de 1938. El Hogar del Soldado se levantó un salón espacioso en el cual, «a raíz de la criminal sublevación militar, hubo de habilitarse para las actuaciones del Tribunal Popular». Quienes le sucedieron en los actos inaugurales, pronunciaron palabras de elogio, para el mayor Palma. Así, Luis Deltell, socialista y representante del Frente Popular; y el alcalde o presidente del consejo municipal, Santiago Martí quien diferenció «el Ejército de la República del de la Monarquía». En este último «se menospreciaba al soldado, y en los ratos libres de servicio, se le entregaba la escoba, para que barriera».

El jefe de sanidad militar, teniente coronel Gregorio Hernández de la Herrera ponderó las condiciones higiénicas de las instalaciones del cuartel «limpio y aseado y hasta bello. Con flores y pájaros, para equiparlo». Saludó también al coronel Sicardo: «Viejo amigo y oráculo militar de una generación de ateneístas». Y a Elías Palma, quien había impulsado aquel Hogar, y de quien aseguró que «había sabido transformar lo feo y malo, en bello y agradable».

Habló seguidamente de Luis Arráez, delegado político del sexto batallón de retaguardia, quien, al igual que sus compañeros, tuvo frases de gratitud para el jefe del mismo, por sus acertadas gestiones en favor de los hombres que luchaban por la República. El presidente de la Audiencia, tras excusar la ausencia del gobernador civil, Jesús Monzón, abundó en los públicos reconocimientos. Finalmente, el comandante militar de la plaza, coronel José Sicardo, cerró el acto, pronunciando un discurso que fue calificado de esclarecedor y certero. «Señores -puntualizó-, hemos de salvar la integridad y la independencia de la patria, hoy invadida». Faltaba algo más de un año para la derrota final.




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Muchachas antifascistas

22 de diciembre de 1993


Coincidencias. Hace apenas dos días, hablamos telefónicamente con Marina Olcina -siempre procuramos hacerlo, porque resulta aleccionador-, y nos comentó la estatura humana y política del gobernador civil, Jesús Monzón, en aquellos años de crispaciones y contiendas fratricidas. No recordábamos cuándo dejó su puesto en nuestra ciudad más que de una manera aproximada. «A mediados de año, de 1938», apuntó Marina. Y hemos buscado, hasta dar con la fecha: el día cuatro de junio, tomó posesión del Gobierno Civil el socialista Rafael Mella Serrano, quien sustituyó a Monzón.

Y algo más de un mes después, concretamente, el siete de julio, Marina Olcina entró de concejala o consejera del Ayuntamiento de Alicante, «en lugar del camarada Prieto -dice "Nuestra bandera"-, el cual abandona el Consejo Municipal por exceso de trabajo, para atender de manera exclusiva la secretaría de la comisión político-militar del Partido Comunista». Nos vamos entonces a las actas municipales de aquel año y en la sesión correspondiente a la citada fecha, leemos: «A continuación se da cuenta de las comunicaciones del Gobierno Civil de la provincia, del treinta del pasado mes de junio, en virtud de las cuales y en uso de las facultades que tiene conferidas por el artículo segundo del decreto de cuatro de enero último, se nombra consejeros municipales a don Armando Soto López, en sustitución de don Fernando Santos Navarro, y a doña Marina Olcina González, en sustitución de don José González Prieto».

A Marina Olcina, la Prensa la saludó con júbilo. Nueva coincidencia. Por los mismos días, Felisa Melendo, otra joven de la Unión de Muchachas, se despidió de Alicante, para incorporarse a la ejecutiva nacional de las Juventudes Socialistas Unificadas. Aquí, dejaba el recuerdo de su capacidad organizativa y de su campaña para la promoción de las mujeres al trabajo, campaña que según la citada publicación comunista, estaba dando un espléndido resultado en las fábricas, en los talleres y en el campo».

Eran tiempos tumultuosos y se vivía entre la zozobra y el apasionamiento, entre la incertidumbre y la voluntad de «vencer al fascismo». Y, fíjense, por entonces, se confiaba en la fusión de las organizaciones socialista y comunista, con objeto de crear el Partido único del Proletariado. A ver, que alguien se atreva a mentárselo a González y a Anguita. ¡Qué histeria! ¡Qué historia!




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Golfo de Alicante

24 y 25 de diciembre de 1993


No, por supuesto, no nos referimos a ningún pícaro o pilluelo, aunque los haya, para mayor gloria de la astucia, de la desvergüenza y de la literatura, sino a la noble palabra geográfica que define una gran porción de mar que se interna en la tierra, entre dos cabos, ya saben. Los vetustos historiadores y los escrupulosos cronistas situaban nuestra ciudad en el fondo no de un golfo, sino de la modesta bahía, comprendida entre los cabos de la Huerta o del Alcodre y de Santa Pola o del Aljub y «conocida en la antigüedad con el nombre de Seno Ilicitano», como afirma, entre otros, Nicasio Camilo Jover.

Pues he aquí que el veintiséis de febrero de 1932, en sesión plenaria de la corporación municipal, se presentó una moción, ambiciosa y paladina, que decía: «El maravilloso trozo de costa que se extiende entre los cabos de la Nao y Palos se llamó antiguamente "Sinus Illicitanus" o Golfo Ilicitano, significando con ello que era esta vieja ciudad de Illice la que por su importancia imprimía carácter en todo el mencionado litoral. A partir de la caída de Roma, decayó el uso de aquella denominación, a la vez que nuevas ciudades heredaban la importancia que había tenido la antigua Illice. Hoy, no existe en España nombre oficial aplicado a la costa que antes se llamó ilicitana. Pero como la riqueza en formas de este litoral obliga a distinguirlo de otros tramos, aunque inmediatos, bien distintos, en algunos mapas extranjeros, aparece rotulada con el nombre de "Golfo de Alicante" que espontáneamente han escogido, como justo homenaje a la indiscutible primacía de nuestra ciudad, entre todas las de este bello trozo de España».

Tras la exposición, se propuso que, con objeto de consolidar de manera oficial tal denominación, se acordase solicitarlo así, del ministro de la Gobernación.

No hubo inconveniente alguno. Lorenzo Carbonell, que presidía la corporación, sometió la propuesta a los ediles que la aprobaron; según certificación del secretario del Ayuntamiento, Juan Guerrero. Igualmente, y por decreto del alcalde, se acordó también dirigirse al Ministerio citado solicitando la aprobación del acuerdo municipal. Desconocemos, de momento, la suerte que corrió tal petición.




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Partido único

27 de diciembre de 1993


Ya lo apuntamos el pasado miércoles, veintidós, el día de «el gordo», en El Campello: los partidos socialista y comunista estaban por la unidad. Por encima de las viejas discrepancias y de las ásperas querellas de otros tiempos, la Guerra Civil trabajaba a favor de la fusión entre las organizaciones marxistas. Desde Ramón González Peña, presidente. de los socialistas, hasta Dolores Ibarruri y José Díaz, secretario general del Partido Comunista, circulaba una corriente de euforia y esperanza.

El pacto nacional de la unidad se firmó el diecisiete de agosto de 1937. Un año después, las negociaciones continuaban fructificando, a través de los comités de enlace que se suscitaron, en todo el territorio español, tras el inicial acuerdo. Con motivo del primer aniversario, se multiplicaron los esfuerzos de ambas formaciones por consumar el proceso y alumbrar el Partido Único de los Proletarios.

Al dirigente comunista Antonio Guardiola tuvimos ocasión de recibirlo y atenderlo, ya en nuestra ciudad, meses antes de las primeras elecciones generales de 1977. Regresaba Guardiola de un largo exilio, en Uruguay, y traía la memoria lúcida y fértil. Nos habló de todos aquellos afanes y nos entregó escritos personales que guardamos celosamente. Antonio Guardiola, en su condición de vicepresidente del comité de enlace de Alicante, tuvo un destacado protagonismo en el proceso. En 1938, formuló unas declaraciones sobre el mismo, en «Nuestra bandera», de las que espigamos los siguientes párrafos: «A través de estos comités y del proceso de unidad que ha liquidado un lastre de animadversión de enconos políticos y de antagonismos, en nuestra capital y en muchos pueblos de la provincia; ha servido igualmente para que socialistas y comunistas nos conozcamos y nos comprendamos ampliamente (..)».

Por su parte, el secretario del mismo citado comité, Juan Iniesta Cuquerella, manifestó que «el Partido único aceleraría la victoria de la República en su lucha contra el fascismo». Por los mismos días, el comité nacional socialista reunido en Barcelona, recibió la siguiente carta: «El buró político del PC os envía su más fraternal y cordial saludo (...). Permitidnos recordar en esta carta el balance positivo como consecuencia de nuestra unidad, sellada hace un año en Valencia. Balance de trabajo que la historia valorizará con la máxima justeza». Y ya veis, decía Antonio Guardiola, muchos años después. Y ya ven decimos todavía más años después.




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Los rotatorios

28 de diciembre de 1993


Según nos dice INFORMACIÓN, ha echado a andar el Club Rotary Elda-Vinalopó, con treinta socios, treinta profesionales que entonaron el himno nacional, en su fundación. Cristóbal Serrán, su presidente, recibió la carta magna constituyente.

En varias ocasiones, nos hemos ocupado en esta columna de la institución rotaria que fundó, en Chicago, Paul Harris, en el año de 1905, si no nos fallan nuestras fuentes bibliográficas, «con fines de inteligencia internacional, filantrópicos y de ayuda mutua, y tienen como emblema una rueda dentada de características especiales».

Hace ya diez o doce años, asistimos invitados a un almuerzo que el recién recuperado Rotary Club o Club Rotatorio de nuestra ciudad, celebró en un conocido establecimiento hotelero. Sus miembros estaban eufóricos razonablemente, después de tantos años de prohibición y mordaza inexplicables e intolerables.

En Alicante, los rotarios se organizaron en 1930. A primeros de julio, se desplazó a nuestra ciudad el gobernador de España de dicha asociación, Salvador Echeandía Gal, «un prestigioso hombre de negocios», como lo definía un periódico de ámbito provincial. El señor Echeandía Gal giró una visita detenida por los lugares más interesantes de la capital, «acompañado de personalidades locales». Por último, fue invitado a una comida en el «Huerto del Cura», de Elche. Allí, se reunió con los diecinueve miembros del Club alicantino. A los postres de lo que también fue un homenaje al gobernador de los rotatorios españoles, José Torras brindó por la prosperidad del nuevo Club, mientras que el presidente del mismo, Luis Sánchez Guerra, elogió a Echeandía Gal y a la institución que regentaba.

«Los socios del Club más joven de entre los españoles recibieron una elocuente y sentida lección de rotarismo que les dio el señor Gal, y prometieron seguir su ejemplo, para mayor gloria de los fines que persigue el rotarismo y que no son otros, en definitiva, que el progreso de la humanidad». Para perpetuar aquel acto, se tomó el acuerdo de celebrar próximamente el bautizo de una palmera con el nombre de «Club Rotatorio. Alicante», a cuya ceremonia habrían de asistir los diversos clubes de España, para confraternizar con los socios alicantinos. Luego, ya se sabe, se hizo un espeso y amenazador silencio de cerca de cuarenta años. Fatal.




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Avenida de Aguilera

29 de diciembre de 1993


Una de las principales vías de acceso a nuestra ciudad, antaño «camino carretero de Alicante, con bifurcación un poco más allá, hacia la izquierda para los pueblos del Sur de la provincia y Murcia; y hacia la derecha, para los del norte, La Mancha y Madrid», se rotuló con el nombre de don José Carlos Aguilera y Aguilera, marqués de Benalúa.

Aunque natural de Madrid, donde nació en 1848 y murió en 1900, vivió, en nuestra ciudad, en el domicilio paterno de la calle de San Nicolás, a lo largo de diez años, cuando contaba veinticinco. Dos grandes obras emprendió en Alicante, el marqués de Benalúa. Una, el suministro de aguas potables procedentes de Los manantiales de su propiedad en La Alcoraya, cuyo servicio se inauguró en 1881; y otra, la construcción del barrio que lleva el nombre de su marquesado, a través de la ya tan conocida sociedad anónima de «Los Diez Amigos», según instancia remitida al Ayuntamiento por don Francisco Pérez Medina, apoderado de don José Carlos Aguilera y Aguilera, con fecha de dieciocho de julio de 1883. Dicha sociedad estaba integrada, además del referido Aguilera que ostentó la presidencia de honor de la misma, por don José Soler y Sánchez, presidente efectivo; don Clemente Miralles de Imperial, don José Carratalá Cernuda, don Amando Alberola Martínez, don Pedro García Andreu, don Juan Foglietti Piquet, don Arcadio Just Ferrando, don Pascual Pardo Gimeno y don Francisco Pérez Medina, secretario.

Con respecto a la primera, una comunicación del catorce de octubre de 1883, advirtió que había cedido sus propiedades en La Alcoraya a la empresa británica «Alicante Wanernork Limited», que desde el pasado quince de agosto, estaba en posesión de todos los derechos del abastecimiento de aguas. En lo que se refiere a la edificación el barrio de Benalúa, cuyo proyecto se aprobó por la corporación municipal, el cuatro de agosto de 1884, ya lo abordaremos en otra columna, aunque tanto y tan exhaustivamente se escribió con motivo de su primer centenario.

Don José Carlos Aguilera y Aguilera, marqués se Benalúa, a propuesta de nuestro Ayuntamiento que presidía Carlos Chorro Zaragoza fue nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad, y fue solicitada al Gobierno la Grandeza de España que se le concedió, según consta en el cabildo del tres de enero de 1883.




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Golfos, limpiabotas y otros

30 de diciembre de 1993


Nuestros abuelos eran, quisquillosos y hasta intolerantes. Sólo así se explica sus protestas porque «los golfos, los limpiabotas y otras gentes» jugaran a las chapas, en la acera norte de la Explanada. Figúrense ahora si descubrieran el mundo de la «litrona», o a las putitas y travestis disputándoles el vuelo a las palomas, en la plaza de Gabriel Miró, para ellos, aún de Isabel II, ¿se lo imaginan?

Pues se montaron una cruzada y achucharon a la guardia municipal contra todos aquellos pícaros que les impedían sestear en las terrazas o en los cafés del espléndido paseo del que, muy probablemente, se consideraban propietarios absolutos.

El edil Mendaro, en sesión plenaria, así lo expuso: que se ahuyentara a las pandillas de golfos que incordiaban a los apacibles paseantes en los lugares públicos. Era en mayo de 1905. También pidió a la corporación que se aplicaran las ordenanzas municipales al objeto de que los peatones no sufrieran dificultades ni tuvieran que andar sorteando veladores y sillas de los establecimientos situados en la Explanada. El edil Vila le secundó, si cabe, con mayor dureza: había que prohibir el juego de chapas y otros por el estilo, tal vez, el de canicas y el de tabas.

Pero la acción de erradicar tal desvergüenza no se circunscribía sólo al paseo de los Mártires, sino que se extendía a diversos lugares en centro urbano. Tal subravó el edil Bernabeu quien abundó en que abusos de aquella naturaleza deberían suprimirse también de la plaza de Castelar, que así se llamaba el «primer tramo de la actual avenida de Méndez Núñez». Y que se rotuló según acuerdo del Ayuntamiento el nueve de abril del año 1900, precisamente cuando el veinticinco de mayo próximo se cumplía el primer aniversario de la muerte del ilustre repúblico.

Ignoramos cuál fue el resultado de la batida. Una muy particular «limpieza moral»,contra quienes no tenían ni más juegos que las chapas, ni más salones que unas aceras.

Además, por aquel tiempo no se había inventado todavía la figura del ludópata, de forma que cuantos se dedicaban a tan ingenuos ejercicios no pasaban de ser unos golfos. Y a los limpiabotas, ya ven. Con decirles que, mucho demás, el sindicato vertical a uno de ellos, buen amigo nuestro, lo declaró persona «non grata», por denunciar ciertos enjuagues.




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Epidemias de cólera

31 de diciembre de 1993


Durante el pasado siglo nuestra ciudad sufrió, además de dos invasiones de fiebre amarilla, en 1804 y 1870, que ocasionaron una fuerte mortalidad, varias epidemias de la enfermedad más característica y despiadada de aquellos tiempos: el cólera morbo. La primera de ellas, en 1834. Ante las alarmantes noticias que llegaban desde Albaida, Muro, Novelda y San Fulgencio, relativas a la extensión que iba adquiriendo la temida infección, Alicante, bajo el mando del corregidor y mariscal de campo, don Isidro de Diego, suscitó, el día 12 de agosto, una comisión de Sanidad compuesta por: Manuel Carreras, Bartolomé Vicent, Antonio Ripoll, Juan San Martín, Luis García Proyec, José Mira, Joaquín Lafarga, Juan Bautista Pina y Bernardo de Borgas Tarrius quien, dos años después accedería, por real orden, a la Dirección General de Loterías.

Antes de que la epidemia alcanzara la ciudad, tal comisión adoptó diversas medidas preventivas; entre ellas, la creación de un fondo económico, para atender a los más necesitados, en el caso de que se produjera, como se produjo finalmente, la extensión colérica. Hubo muchos alicantinos pudientes que colaboraron, con sus donativos, al mencionado fondo. Entre otros: José Minguilló, Juan Bautista Lafora, Manuel Alberola, Vicente Bañuls, Manuel Ausó... Ni las precauciones dinerarias ni las sanitaria evitaron la invasión del terrible mal que, de la segunda quincena de agosto a principios de octubre, ocasionó más de 800 defunciones, en un municipio que por aquel año contaba, según los cabildos, con 21.366 habitantes. Veinte años después, en 1854, y siendo entonces alcalde Manuel Carreras, el cólera cargó de nuevo contra Alicante y, entre el diez de agosto y últimos de septiembre, se llevó a cerca de dos mil personas, entre ellas al gobernador civil, Trino Alonso de Quijano. La última de estas grandes epidemias, aparte de otros brotes más o menos virulentos, tuvo lugar en 1885, cuando era alcalde de la ciudad Julián Ugarte.








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