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La Duquesa de la Torre y su salón literario

Concepción Gimeno de Flaquer

No ha existido en España ninguna mujer que cual la duquesa de la Torre haya sido tanto tiempo joven. De ella puede decirse lo que se dijo de Mme. de Récamier: Les années qui ont passé sur sa tête ne lui ont laissé que leurs printemps.

La duquesa de la Torre es una belleza sin ocaso, como lo fueron Livia en Roma, Deidama en Sciros, Policena en Troya, Aspasia en Atenas, y en Francia Diana de Poitiers.

La prolongada juventud de la duquesa exaspera a muchas mujeres. -Hace treinta años que está siendo hermosa -exclaman unas. -Debe su belleza a hechicerías -dicen otras. -Algún químico árabe o judío la instruye en secretos de tocador -añaden las más benévolas.

Ya en el terreno de la hipérbole, solo les falta afirmar que cual la condesa húngara Elisabeth Nádasdy sacrifica esclavas para bañarse en sangre humana, con objeto de conservar su hermosura.

Es preciso convencerse de que la duquesa de la Torre jamás tendrá que dejar su espejo en el altar de Venus.

Nada más fecundo que la imaginación de las mujeres para menoscabar la hermosura de la mujer. César recomendaba a sus guerreros que al disparar contra los soldados pompeyanos les apuntaran al rostro: paréceme este consejo táctica femenina.

Lo que más preocupa generalmente al tratar de la duquesa es su edad: todos son cálculos y nadie acierta. Cuando queráis saber la edad de una mujer, no le preguntéis a otra mujer. A las mujeres les sucede al contar los años de sus amigas lo que a los conquistadores al contar las bajas del ejército enemigo; siempre cuentan de más.

La mujer que tiene aptitud para todas las ciencias desconoce la cronología, porque esta mide el tiempo hacia el cual siente horror.

A los que preguntan por la edad de la duquesa, yo les contestaría: ¿acaso Hebe tiene edad?

Creedlo, una mujer es joven mientras inspira amor. Cleopatra tenía más edad que Octavia, cuando cautivó a Marco Antonio.

La duquesa de la Torre es encantadora; su figura escultórica tiene la majestad de Hermione; parece una diosa que al bajar del pedestal abandona el peplo. Su elegancia innata es inimitable: ella impone la moda y sus creaciones en el arte de la toilette son preceptos, porque en materia de buen gusto es infalible. No hay en su atavío un pliegue, un encaje, o un lazo que no se halle artísticamente combinado. Ticiano y Tintoretto no la aventajan en acierto, para el empleo del claroscuro. Y esa elegancia de la toilette se refleja en sus maneras, en su conversación, en su gracioso saludo.

Hábil para manejar el termómetro de la etiqueta, en su salón se fijan las fórmulas sociales, como en el hotel Brancas y en el hotel Rambouillet. Amante de las artes y las letras, rodéase siempre de personas inteligentes; penetrar en su salón es adquirir patente de superioridad.

Enamorada de la gloria como la alondra de la luz, concede deferencias a toda celebridad; así es que entre sus contertulios no hallaréis un nombre que no le haya sido anunciado por la fama. Como la consejera de Luis XIV, la insigne fundadora de Saint Cyr tiene gran entusiasmo por la declamación. La naturaleza, queriendo realizar su ideal, ha hecho de su hija Ventura una gran actriz. Ventura Serrano pudiera recitarle a Racine fragmentos de su Esther, como lo hacía Mme. de Caylus. Al fundar la duquesa el teatro Ventura, en su elegante palacio de la calle de Villanueva, ha descubierto talentos para el arte escénico, que hubieran permanecido ignorados. La compañía que actúa en el aristocrático teatro es muy completa. He aquí el elenco, como se dice en lenguaje de bastidores:

DIRECTOR

Señor Conde de Romrée.

ACTRICES
  • La marquesa de Castellón.
  • Sra. D.ª Rosario Luque de Moreno.
  • Srta. D.ª Rita Luque.
  • Srta. D.ª Ventura Serrano.
  • Srta. de Caicedo.
  • Srta. D.ª María Barreada.
  • Srta. D.ª Antonia Messía de la Cerda.
  • Srta. D.ª Pilar de Palacio.
  • Srta. D.ª Clara Lengo.
  • Srta. D.ª Concepción Luque.
  • Srta. D.ª Paz Pinazo.
ACTORES
  • D. Fernando Díaz de Mendoza.
  • D. Francisco Crooke.
  • D. Federico Luque.
  • D. Gonzalo Figueroa.
  • D. Rodrigo Figueroa.
  • D. José Luis Moreno.
  • Señor marqués de San Rafael.
  • Señor conde de Pradère.
  • Señor marqués de la Rambla.
  • D. Francisco Guicorrotea.
  • D. Severiano Alonso Martínez.
  • D. Eugenio Escalera.
  • D. Salvador Díaz de Rivera.
  • D. Antonio Alonso Martínez.
  • D. Antonio Acuña.
  • D. Ángel Carbajal.
  • D. Luis Larroder.
  • D. Theodore L. Motheux.

MAESTRO DIRECTOR

D. Rafael Taboada.

APUNTADORES
  • D. Alejandro Vera (Obras españolas).
  • D. Alonso Messía de la Cerda (Obras francesas).

PINTOR ESCENÓGRAFO

Bussato.

Los inteligentes actores del teatro Ventura tienen gran talla artística y por eso no es extraño que hayan representado con éxito obras tan importantes como La Capilla de Lanuza, de Marcos Zapata; El Loco de la Guardilla, de Narciso Serra; Más vale mañana que fuerza, de Tamayo; El Capricho, comedia francesa elegantemente traducida por el marqués de Saordal; Cómo se empieza, de Miguel Echegaray; y Pobre Porfiado, del fecundo Eusebio Blasco. Cultivan notablemente todos los géneros, y después de haberse hecho aplaudir en comedias, dramas y zarzuelas españolas y francesas, han obtenido sus mayores triunfos en la difícil interpretación de algunas obras del teatro antiguo. La representación de El Vergonzoso de Palacio, joya del inmortal Tirso de Molina, fue un acontecimiento teatral en el palacio de la duquesa.

Los elegantes actores que tomaron parte en esta obra rayaron a una altura inconcebible. La joven y bella marquesa de Castellón conquistó nuevos laureles, luciendo una vez más en el papel de Magdalena su gran talento, el cual inspiró al conde de Pradère, fiel intérprete del tipo de Figueredo, los siguientes versos:

   Si un solo instante escuchara

Tu dulce voz que fascina,

Pudiendo admirar tu cara

Pienso que resucitara

El buen Tirso de Molina.

   Nadie cual tú finge afán,

Amor, celos, loco anhelo,

Con artístico ademán

¡Solo como tú, hablarán

Los ángeles en el cielo!

   De ángeles ahora se llena

De seguro, el ancho espacio,

Que vuelan hasta tu escena

Por verte en la Magdalena

De El Vergonzoso en palacio.

   De tu gracia seductora

Nada digno encontrar puedo;

Flores le da a su señora

Magdalena.


FIGUEREDO



No satisfecha la duquesa con los aplausos amistosos tributados a sus actores, quiso someterlos a la opinión de docto jurado, y para ello invitó a los hombres más distinguidos en las artes y las letras, comprometiéndoles a que fallaran severamente, prescindiendo de toda galantería. Acudieron al certamen personas eminentes, destacándose entre ellas tres escritoras muy reputadas; Mme. de Rute, Emilia Pardo Bazán y Rosario Acuña de Laiglesia. Entre los concurrentes se hallaban varios diplomáticos extranjeros, y personas tan notables como Castelar, Castro y Serrano, Fernández Flores, General Riva Palacio, Ricardo de la Vega, Ramón Correa, Duque de Rivas, Manuel del Palacio, Martínez Pedrosa, Javier Burgos, Ortiz de Pinedo, Dacarrete, Federico Huesca, Mantilla, Mariano Araus, Conde de Casa Sedano, Conde de las Almenas, López Guijarro, Lengo, Duque de Ahumada, Ministro de la Gobernación, Navarrete, Vidart, General López Domínguez, Fernández del Rincón, Messía de la Cerda, Valentín Gómez y otros.

Lo más importante en esa fiesta de Melpómene y Talía era la opinión de Coquelin, Vico, Mario, Calvo, y el popular Mariano Fernández. Los eminentes actores sancionaron, con sincera aprobación, todos los elogios tributados a los aristocráticos artistas. El galante empresario del Teatro Real, Sr. Ducazcal, obsequió a la hija de la duquesa de la Torre con una magnífica corona en la que se leía esta dedicatoria: A Ventura Serrano, artista de talento y corazón. Felipe Ducazcal. Calvo, Vico y Mario afirmaron que las artistas del teatro Ventura, pueden representar las obras que representaban Matilde Díez, Teodora Lamadrid y Elisa Boldún, con la misma inspiración que ellas. Mariano Fernández demostró su entusiasmó, improvisando los siguientes versos:

   Con notable admiración

Escuché esta noche a todos,

Y no hallo medio ni modos

De expresar mi aprobación.

Esta agradable impresión,

Ni el tiempo que veloz corre

Hará que de mí se borre,

Y pues mi arte así enaltece

Gracias del arte merece

La Duquesa de la Torre.


El general Riva Palacio, ministro de México, conocido en la república de las letras como historiador, novelista y poeta, quiso manifestar a Ventura Serrano la fascinación que su talento le causaba, con unas quintillas que dicen así:

   Ni más gallarda amapola

Ni azucena más gentil

De perfumada corola,

En esta tierra española

Mecen las auras de Abril.

   Tu dulce nombre, Ventura,

Es cifra de ardiente anhelo,

Y es la luz de tu hermosura

Tierno mirar, que fulgura

Con la promesa de un cielo

   El genio sus esplendores

Sobre tu frente derrama,

Y por canta tus loores

Hasta tu nido de flores

Viene a buscarte la fama.

   ¡Bendiga Dios tu destino!

Y sobre alfombras de rosas

Al cruzar en tu camino,

Recuerda del peregrino

Las endechas cariñosas.

   Y allá donde muere el día

Tras de los revueltos mares,

Unirá la lira mía

En misteriosa armonía

Tu recuerdo y mis cantares.


Manuel del Palacio, que siempre habla en verso, se dirigió a las bellas actrices en esta ingeniosa forma:

   Dos palacios a porfía

Se reparten la fortuna

De cantaros este día,

Y es poco, merecería

Un palacio cada una.

   Dice Palacio (Vicente)

Que tiempo no halla ni espacio

Para decir lo que siente,

Y lo mismo exactamente

Dice Manuel del Palacio.

   Pues tan discretas os vi

Y de entusiasmo sincero

Tales efluvios sentí,

Que pienso que el arte íbero

Ha puesto su casa aquí.

   No he de entrar en pormenores

Sobre cuál me gusta más;

Arrojo entre bastidores

Una Canasta de flores

Y mi corazón detrás.

   Grabados quedan en él

Vuestros nombres y en mi mente,

Y no han de seros infiel

Ni la lira de Vicente

Ni la lira de Manuel.


Para que los lectores americanos se formen aproximada idea del teatro de la calle de Villanueva, creo oportuno transcribir algunos párrafos de una reseña publicada en Madrid. El cronista dice así:

«Dos grandes candelabros dorados se elevan sobre pintados pedestales en el proscenio. Un gran espejo en el que ha trazado troncos y flores, el elegante pincel de Lengo, decora la sala alumbrada con candelabros colocados en la pared y una araña de pintados cristales venecianos. Frente al escenario se abre lo que desde la primera noche se llamó el palco del veloz, por ser el sitio predilecto del aristocrático círculo que lo ha ocupado en todas las representaciones. El salón encamado que embellecen de ordinario grupos primorosos de porcelana de Sèvres y de Sajonia, y del que es principal adorno el retrato de la bella condesa de Santovenia, debido al pincel de Raymundo Madrazo, se dedicó a foyer de artistas y todo se dispuso tan admirablemente, que pocas veces se ha visto terreno mejor aprovechado».

Las aficiones literarias de la duquesa no datan de hoy, tienen más larga fecha. Acababa yo de llegar a Madrid en el año de 1875, cuando fui presentada en su hotel: esta presentación coincidió con mi entrada en la vida social, pues hallábame en la adolescencia. Manifestaron a la ilustre dama que yo recitaba versos, y constantemente me pedía que le dijera algunos de Ayala, García Gutiérrez y Selgas, que eran entonces mis poetas favoritos. Después de las afectuosas atenciones que debo a la duquesa, lígame a su salón literario un grato recuerdo, el haber conocido allí a Juan Valera, al cual traté después en Lisboa, en el palacio de Carolina Coronado.

Juan Valera, uno de los más asiduos contertulios de la duquesa, tiene un trato cautivador: en su conversación variada y brillante, no hay asomo de pedantería; sencillo y verídico, detesta toda afectación, teniendo el buen gusto de no hacer sentir jamás a los que le escuchan el peso de su superioridad. Esta es una delicadeza que no todas las personas de talento poseen. Valera es dos veces hidalgo, porque sus sentimientos son tan nobles como su cuna; es un perfecto gentleman, como se dice ahora en los círculos diplomáticos. Elegante en sus maneras como en su atavío, ningún hombre de su edad lleva los años con tanta coquetería y distinción, ni sabe atraer tanto, ni conoce tan profundamente el secreto de agradar. Si lo encontráis entre eruditos, le oiréis recitar con levantada entonación fragmentos de las obras de Goethe, Milton, Dante, Camoens y Molière, en el idioma en que fueron escritas; si lo encontráis entre mujeres frívolas, le veréis entretenerlas, sin que sospechen que hablan con un sabio. ¡Rara habilidad!

Acúsanle de veleidoso; pero dominando sus fugaces pasiones, caprichosos impulsos y volubles gustos, conócesele un amor al que nunca ha sido infiel. Juan Valera tiene su Beatriz. Es una casta matrona de andar rítmico y severo porte; viste elegante túnica y nítido manto sobrio de adornos, calza coturno, se corona con nimbo de luz y contempla su espléndida hermosura en límpido manantial de cristalinas ondas. ¿Sabéis quién es esa Beatriz, que le guía al templo de la inmortalidad? La corrección. Valera es el eterno enamorado de la forma: el divorcio entre esta y el pensamiento parécele una monstruosidad. Por mucho tiempo fue Valera gala de los salones de la duquesa; y cuando salió de Madrid, para ocupar la Legación de Washington, sus contertulios sintieron nostalgia de su amena conversación.

Entre los muchos méritos que enaltecen a la duquesa, debe mencionarse su talento para la elección de amigos. El salón de la elegante dama tiene en España la importancia que tuvieron en París los salones literarios de Mme. de la Sablière y Mme. de Geoffrin, en los cuales se formaban candidaturas, para los puestos diplomáticos, políticos y académicos. Las fiestas sociales de la hermosa duquesa de la Torre son dignas de las famosas grands nuits de Sceaux, presididas por la duquesa de Maine, aquella célebre dama nieta del gran Conde, conocida en la historia por su habilidad política y su hermosura.

Los literatos y los artistas españoles, agradecidos a la duquesa de la Torre, la elegirán por musa, como los literatos de la corte de Luis XV eligieron a la marquesa de Pompadour.

México, mayo de 1888.