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Antecedentes que se conocen del establecimiento de la Imprenta en las Misiones del Paraguay. Los jesuitas hacen fundir tipos y fabricar una prensa en aquellos lugares. Testimonios que manifiestan la habilidad de los Indios para imitar las letras de molde y los grabados. Tipos de estaño y tipos de madera. Algunos datos de los antiguos pueblos de Misiones. Relación del historiador Gay. La imprenta es transladada varias veces. Dificultades para explicarse la causa de haber cesado las Impresiones. Fin que tuvo la primera imprenta que existió en las Provincias del Río de la Plata.
Muchos años han pasado sin tenerse noticia alguna de la fecha exacta en que los jesuitas introdujeron el arte de imprimir en las misiones que tenían fundadas en el Paraguay. Es constante, sin embargo, que habiendo el padre José Serrano traducido al guaraní los libros intitulados De la diferencia entre lo temporal y eterno, del famoso Eusebio de Nieremberg y el Flos Sanctorum, de Ribadeneira por los años de 1693, el provincial de la Compañía padre Tirso González manifestó el deseo de que se publicasen ambas traducciones. Al finalizar el siglo XVII, a mediados de diciembre del año de 1699, insistiendo en aquel propósito, González escribía al Procurador general de la Orden en España para que solicitase licencia del Consejo de Indias a fin de imprimir aquellos libros, y que, luego de obtenida, la remitiese sin tardanza al Provincial del Paraguay.
Se ve, pues, que el General pensaba en que los caracteres que habían de servir para la impresión se trajesen de Europa; mas, una vez conseguido el beneplácito de González, sus súbditos del Paraguay hicieron servir para aquel propósito a los indios que tenían en sus misiones, cosa que parecerá en verdad extraña, pero cuya verdad no admite duda.
Consta de documentos auténticos
la extraordinaria habilidad que siempre habían desplegado
los indígenas del Paraguay en sus imitaciones de los
grabados y caracteres de imprenta. «Los indios que escriben,
cuenta un autor de aquella época, llegan con su pluma
a imitar tanto la mejor letra, que copian un misal impreso
en Antuerpia con tal perfección que es necesaria mucha
advertencia para distinguir cual de los dos escribió
la
—206→
mano del indio. Y con este acierto copian una sacra de
las que sirven para la misa, estampada en Roma, con varias
imágenes de la Pasión, y santos: toda la dibuja
su pluma, como si fuera de molde. Así, en parte, suplen
los misioneros la falta que hay de imprenta alguna en toda
aquella provincia.»
255
No debemos, pues, sorprendernos, después
de esto, que el padre Serrano escribiese al General de su
Orden al principiar el año de 1703, que se había
logrado ya su deseo de que se imprimiesen en las Doctrinas
las traducciones en guaraní de que hemos hablado,
«sin gastos, así de la ejecución, como en los
caracteres propios de esta lengua y peregrinos en la Europa,
pues así la imprenta, como las muchas láminas
para su realce han sido obra del dedo de Dios, tanto más
admirable cuanto los instrumentos son unos pobres indios
nuevos en la fe y sin la dirección de los maestros
de Europa.»
De lo que queda expuesto, resulta así con evidencia que habiendo llegado al Paraguay la autorización del General de los Jesuitas, probablemente a mediados de 1700, en dos años y medio, a más tardar, los indios habían vaciado los caracteres de imprenta y tenían ya grabadas las láminas que debían ilustrar las traducciones al guaraní de las obras que se trataba de publicar. Quedaban de esa manera listos los primeros elementos para aquella empresa realmente magna si se considera la época y el lugar en que se ejecutaba, pero restaba aún utilizar esos mismos elementos y proceder a la impresión, y eso no debía tampoco tardar. En efecto, en 1706 salía a luz, con el pie de imprenta de «Impreso en las Doctrinas» el celebrado libro de Nieremberg De la diferencia entre lo temporal y eterno, con tal profusión de grabados alegóricos que hasta ahora no ha sido superado por edición alguna de las muchísimas que ha tenido.
Poseemos un testimonio de aquella época que, no sólo da fe de ese hecho realmente singular, sino también de otras circunstancias que lo complementan y que han quizás parecido una exageración cuando no se han podido examinar de cerca los hechos que lo motivaban.
A fines de 1711 pisaba las riberas del Plata en viaje a la China el Padre Labbé, y en carta que desde Concepción de Chile escribía a un hermano suyo que se hallaba en Francia, le decía, refiriéndose a los indígenas del Paraguay:
No tienen estos indios genio inventivo; pero remedan todas las obras que ven con admirable destreza. He visto pinturas hermosas de sus manos, libros impresos con grande corrección, otros escritos con mucha delicadeza, órganos y todo género de instrumentos músicos, que son allí muy comunes. Hacen relojes de faltriquera, forman planos, graban mapas de geografía, y, en fin, son excelentes en todas las obras artificiales, con tal que tengan delante de sí una muestra o modelo. Sus iglesias son hermosas y adornadas de lo más perfecto, que labran sus manos industriosas256.
—207→El padre Antonio Sepp, en una carta sin fecha
que escribía a su colega Gulliermo Stinglhaim hablaba
sobre esto mismo en términos no menos explícitos:
«No se puede concebir hasta dónde llega la industria
de los indios para las obras de mano. Les basta ver una obra
de Europa para hacer otra semejante, imitándola con
tanta perfección que no es fácil saber cuál
de las dos ha sido hecha en el Paraguay. Tengo entre mis
neófitos uno llamado Paica que hace todo género
de instrumentos músicos y los toca con admirable destreza.
Él mismo graba sobre el bronce, habiéndolo
pulido, esferas astronómicas, órganos de nueva
invención, y otras muchas obras de esta naturaleza.»
257
Dan amplio testimonio de lo que decían ambos jesuitas los grabados en cobre que acompañan a la obra de Nieremberg traducida por Serrano; pero respecto de los tipos empleados se ha sostenido por algunos que eran abiertos en madera y no en metal, basándose en el solo examen de las muestras tipográficas que nos han quedado de aquellos talleres. Es frecuente encontrar emitida esa opinión en libros bibliográficos; pero entre los autores que la han apoyado merece citarse a Demersay, que conoció bien el Paraguay, y a Valle Cabral, el más distinguido bibliógrafo de la lengua guaraní258. Si hubiéramos de admitir como pertenecientes a esta época las dos planchas xilográficas que se describen bajo el número 8 de esta bibliografía259 -como parece probable- no podría admitirse duda alguna de que los talleres de los jesuitas se valían para algunas impresiones, no propiamente de los tipos de madera, tallados uno a uno, como sería propio suponer, sino de trozos de la misma materia en que estereotipaban las páginas que acaso estaban destinadas a sufrir una larga tirada; pero eso no significa de modo alguno que pueda afirmarse que los libros salidos de la imprenta de las Misiones que conocemos fuesen impresos con caracteres de madera. Creemos que lo más que en este orden puede admitirse es que las capitales o letras de gran tamaño eran las únicas talladas en madera, como quizás puede deducirse del estudio de las portadas de sus libros. Luego veremos que el resto de la composición era impresa con tipos de estaño.
Examinando las portadas de esos libros, llama la atención el pie de imprenta que llevan: en unos, Santa María la Mayor, en otros, el pueblo de —208→ San Francisco Xavier, en otros, Nuestra Señora de Loreto, en otros, por último, la indicación general de «Impreso en las Misiones». ¿Cómo explicar esta circunstancia? Conviene, desde luego, que nos demos cuenta de la ubicación de los diferentes pueblos que componían las Misiones.
La Misión de Nuestra Señora de Loreto fue fundada primeramente, en 1610, en la provincia del Guayrá y trasladada en 1632 al sitio en que después existió, en la margen oriental del Paraná, en 27º 17' de latitud, y llegó a contar con una población de tres mil doscientos setenta y seis habitantes.
Santa María la Mayor fue fundada en 1626 sobre el río Iguazú, que desemboca en la ribera oriental del mismo Paraná, y mudada en 1633, a causa de las invasiones brasileras, a la provincia del Uruguay, en 27º y 52' de latitud. Alcanzó a contar con dos mil sesenta habitantes. La de San Francisco Xavier fue establecida en 1629 sobre el arroyo Tabituí, que desagua en el Uruguay, en 27º y 47', y alcanzó a tener mil novecientos cuarenta y seis almas260.
De entre esos pueblos, los que se hallaban entre sí más inmediatos eran Santa María la Mayor y San Francisco Javier, que no distaban uno de otro sino cinco leguas, al paso que Loreto se encontraba a treinta y una leguas de la una y a treinta y seis del otro261
.
Un moderno historiador brasilero consigna en los términos siguientes los datos que ha podido recoger acerca de esas antiguas misiones y del estado en que se hallaban sus ruinas hace pocos años:
«Tres leguas más o menos, al sur de San Ignacio Mirí, a poca distancia del Río Paraná, se encuentran actualmente las ruinas del que fue en lo antiguo el floreciente pueblo de Loreto, que fundara en 1555 Ñuño de Chaves, en las márgenes del Río Parana-Pané, en la provincia de Guayrá. Los indios sus primeros pobladores habían sido distribuidos al principio en encomiendas a los españoles de aquellos parajes. En 1614 este fuerte fue restaurado por los jesuitas. En 1631, los habitantes de Loreto, temerosos de los portugueses de San Pablo y de los tupis, emigraron cerca de San Ignacio Mirí, y en 1686, Loreto se estableció definitivamente en el lugar en que hoy vemos sus ruinas. Loreto estaba edificado sobre una hermosa planicie y nada tenía de notable». «Santa María la Mayor, como San Francisco Javier y Concepción formaban un grupo cerca del Río Uruguay, del cual este río distaba una legua y donde había un puente y un paso por el cual sus habitantes se comunicaban —209→ con el pueblo de San Nicolás, edificado a tres leguas del mismo río en su banda oriental». «En 1633, la colonia de Santa María la Mayor, que estaba en un principio establecida en otra parte, de miedo a los portugueses, vínose a fundar en las vecindades de Mártires, y posteriormente en el lugar que hoy ocupa. Santa María la Mayor está situada en una altura en cuyas faldas serpentean unos brazos del arroyo Santa María, que a poca distancia va a desaguar en el Uruguay. La iglesia del pueblo era más pequeña que las de otros, pero su frontispicio, que aun hoy se conserva casi todo en pie, parece haber sido trabajado con más esmero. De él se ven aún hoy unas enormes columnas de piedra, bien torneadas, y aún la adornan sus estatuas de santos colocados en cornisa en la pared del frente. Los ladrillos del suelo eran polígonos de ocho caras. Como el de los Apóstoles, el terreno de Santa María es un bosque de naranjos. A poca distancia hay un cerro alto desde cuya cumbre se divisa un magnífico panorama. Santa María la Mayor tenía grandes estancias sobre las orillas del Paraná hasta el límite de San Miguel, que separaba las misiones jesuíticas del territorio español. A poca distancia al norte de Santa María principian los bosques vírgenes». «San Francisco Javier, lugar que distaba únicamente tres leguas hacia el este de Santa María la Mayor, está separado de aquel pueblo por los arroyos Itacaruaré, Taquará, Porteira, Moyolo y Molino, muy correntosos y que en el tiempo de las grandes lluvias hacen el camino intransitable. San Francisco Javier fue fundado por los jesuitas en 1629, y sobre el arroyo Itaby, un tanto al norte de su posición actual». «El pueblo de San Javier está situado en una elevación, que dista un cuarto de legua del Uruguay, y su puerto en el mismo río dista más de media legua, y a él se va por un declive del terreno medio arenoso... Pocas posiciones hemos visto más agradables y más pintorescas. El sitio de S. Xavier es actualmente un denso bosque donde se encuentran muchos naranjales. Del antiguo pueblo, que era uno de los mejor edificados, apenas existen unos trozos de pared, columnatas de piedra, casi todas trizadas y un lavatorio de piedra en la sacristía.»262 |
Conocida ya la ubicación de los pueblos en que se imprimieron los libros publicados por los jesuitas en el Paraguay, ¿cómo explicar que lo hayan sido en Loreto, en Santa María, en San Francisco Xavier? ¿Hubo talleres tipográficos en cada uno de esos pueblos, o la misma imprenta fue sucesivamente trasladada de una parte a otra? Si los años de impresión fuesen los mismos, podría, desde luego, asegurarse que había más de un taller funcionando en distintos sitios a la vez; pero la diversidad de años y la similitud de tipos indican que era uno solo el que funcionaba sucesivamente en cada una de las misiones. Pero ¿a qué obedecían esas diversas traslaciones? ¿No habría sido infinitamente más fácil trasladar los operarios, o que el autor lo hubiese hecho, si era necesaria su presencia, y no que se mudase el taller entero? Causas poderosas que no es fácil explicarse hoy, pero que deben haber existido, median sin duda para ello.
—210→Las producciones de la imprenta de las Misiones abarcan los años transcurridos entre los de 1705 a 1727. No se conoce libro alguno impreso con posterioridad a esa última fecha. ¿Por qué cesó tan repentinamente aquella imprenta? Misterio es este que tampoco es fácil de explicar. Acaso las autoridades reales se mezclaran en el asunto por no haberse fundado quizás el establecimiento, como parece, ajustándose a las leyes; o fue, acaso, por haberse publicado con sus tipos la Carta de Antequera y Castro, condenado poco después al suplicio por el Virrey de Lima. El hecho es de que esa imprenta allí nació y allí acabó.
La cesación del taller jesuítico de Córdoba del Tucumán se explica por la expulsión de la Orden que lo fundara; mas, la creada en el Paraguay no salió jamás de allí. Desde la fecha en que vio la luz pública en San Francisco Javier la Carta de Antequera hasta que se cumplió la real cédula de Carlos III, se cuentan cuarenta años cabales, y durante ese largo período no se ve aparecer libro alguno editado por el taller de las Misiones, pero la imprenta estaba todavía en aquel pueblo. Años más tarde, en 1784, el Virrey Marqués de Loreto quiso averiguar qué paradero había tenido al fin la imprenta jesuítica, y he aquí lo que resultó, según los términos de la siguiente carta de oficio dirigida por don Francisco Piera a don Juan Ángel de Lazcano:
«Muy señor mío: -A la de V. de 28 de Noviembre último sobre el encargue que hace a V. Su Excelencia de que solicite en el pueblo de Santa María la Mayor, u otros, si existe o no algunos caracteres, muebles o utensilios de la imprenta que aquí hubo en tiempo de los expatriados, digo: que habiéndome informado del teniente gobernador don Gonzalo de Doblas, me dice que en el tiempo que permaneció en dicho pueblo de Santa María tuvo ocasión de examinar con todo cuidado y prolijidad cuanto allí hay, y que, efectivamente hubo imprenta en aquel pueblo, de la que sólo existen los fragmentos de la prensa que era de madera, muy mal construida y al presente toda hecha pedazos, y que en el almacén habría una corta porción de caracteres de estaño, que ocuparían como medio celemín263, y que como cosa de ningún valor ni provecho los iban gastando en remendar fuentes y platos de estaño. Con esta noticia, he dado orden para que, si aún existen algunos de estos caracteres, me los remitan, de lo que avisaré a Vd. para que lo comunique a S. E. -Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Desta de Candelaria y Enero 16 de 1784. Besa V. ms. de Vmd. su atento y seguro servidor.- Francisco Piera.»264 |
—211→
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Muy en desacuerdo han andado hasta ahora los bibliógrafos respecto a la introducción de la Imprenta en la Isla de Cuba. Leclerc, que por su manejo de libros americanos y sus condiciones de minucioso y prolijo ha llegado a constituir en ciertos casos autoridad, dijo en su primer Catálogo que el libro de don Antonio Parra, impreso en 1787, era el más antiguo que se conocía de La Habana, si bien advirtió que la Imprenta debía hallarse establecida allí desde antes de esa fecha, pero que sin duda no pudo producir sino hojas volantes u órdenes de los gobernadores.
Años más tarde, cuando dio cabida en su Bibliotheca Americana a una Pastoral del obispo Hechavarría, publicada en 1770, indicó que hasta entonces esa Pastoral era el libro más antiguo que conocía salido de las prensas cubanas.
Como se ve, la fecha era relativamente muy moderna. Por el contrario, otro autor, mucho antes que el bibliógrafo francés, sostenía que la introducción de la Imprenta había tenido lugar en Santiago de Cuba nada menos que en 1698265.
El bibliógrafo americano más notable de nuestro tiempo (ya se comprenderá que nos referimos a Mr. H. Harrisse) que conocía esa aserción de Valiente, creía que no había salido a luz libro alguno cubano en el siglo XVII266.
Bachiller y Morales, cuya opinión debe formar autoridad en la materia, no afirma ni niega la aseveración de Valiente267.
—214→Nosotros hemos podido ser más explícitos al respecto en vista de un documento que encontramos en el Archivo de Indias, del cual consta que el obispo de aquella ciudad don Joaquín Oses Alzúa en 1792 llevó a ella una imprenta, porque antes no la había268.
Mientras tanto, ¿qué fue lo que motivó la aseveración de Valiente? Porque es claro que algún antecedente debió tener para hacerla. ¿Hay acaso una errata en la fecha, habiéndose puesto 1698 por 1798? No, por cierto, porque este último año corresponda a la verdad del hecho, sino porque así se armoniza mucho mejor con ella, ya que nada tiene de extraño que Valiente hubiese visto algún impreso santiagueño de 1798. ¿O acaso lo que dice de Santiago de Cuba debe aplicarse a la Habana?... Creemos, en efecto, que esta suposición no anda lejos de la verdad.
Beristain y Sousa, el conocido bibliógrafo mexicano, que en sus investigaciones abarcó también a los escritores cubanos, cita un impreso de La Habana que lleva fecha de 1707. Como se ve, esto nos acerca bastante a lo indicado por Valiente.
Bachiller y
Morales, tratando el punto que dilucidamos, ha dado a conocer
un impreso habanero de 1720269; pero en otro lugar de su obra
había expresado ya que «tradicionalmente se decía
por otros que en el año de 1700 ya se conocía
(la Imprenta) en la Isla de Cuba.»
270 Esto, como se ve, nos
acerca aún más a la aserción de Valiente,
la cual, lo repetimos, debió estar fundada en algún
antecedente que no expresó, y que todavía no
logramos descubrir.
Pero si hoy en día no es posible
determinar la fecha de que se trata, no cabe duda de que
el primer impresor. que hubo en La Habana fue un francés
llamado Carlos Habré. «Sin necesidad de saber el nombre
de la patria de Habré, dice con razón Bachiller,
era fácil conocer por sus obras su origen forastero;
puede asegurarse que hasta los tipos eran extranjeros: no
había ñ entre ellos y usaba de un ù
acentuada para expresar ese signo que desconoce la lengua
francesa... A ese signo ya indudable, se agrega la profusión
de acentos circunflejos y el abuso de las mayúsculas»
271.
La presencia de ese francés en Cuba en aquellos años se explica quizás por el cambio de dinastía en la Península, que repercutió de una manera perfectamente acentuada no sólo en Las Antillas sino aún en las colonias españolas más remotas de América.
Nada se sabe de la vida de ese primer tipógrafo, y si exceptuamos el folletito que descubrió Bachiller y el libro cuyo facsímil damos más adelante272, —215→ tampoco se conocen otros trabajos suyos. Es lástima que Beristain no indique el pie de imprenta que acaso tenía la Disertación, de González del Alamo publicada en 1707. Si fuera el de Habré, como es probable, podríamos afirmar que el período en que funcionó en La Habana fue, por lo menos, de veinte años: 1707-1727.
Claro está que deben ser muchas las piezas cortas que quizás salieron de su oficina y que no han llegado hasta nosotros; y que, como con el trabajo de todas ellas aún no era probable que tuviese los medios de vivir, ha debido tener otra ocupación para procurárselos.
Es casi seguro que Habré ejerció su arte sin que precedieran para ello las licencias oficiales, y por tanto, puede creerse que en vista de lo útil que era, se le toleró, simplemente. No así su sucesor, Francisco José de Paula, que en 3 de Junio de 1735 se presentó al cabildo en solicitud de licencia para establecer una imprenta, la cual quería se le concediese previo conocimiento del gobernador D. Francisco Güemes y Horcasitas, más tarde virrey de México, quien se la otorgó sin vacilación -circunstancia digna de ponderarse- al siguiente día, 4 de junio de dicho año.
Uno de los motivos que a todas luces diera lugar al establecimiento de una imprenta formal en La Habana en aquellos años, fue la erección de la Universidad que en el inmediato anterior de 1734 acababa de verificarse. Según los datos que hasta hay tenemos, Paula se estrenó, en efecto, con la impresión de una tesis universitaria en 1736.
Respecto de Paula sabemos que en 1741 había obtenido el nombramiento de tipógrafo del Tribunal de Cruzada, y Bachiller afirma que vendió, sin decirnos cuándo, su establecimiento a D. Manuel Azpeitía, quien, a su vez lo traspasó a D. Esteban José Boloña. Es lástima que el bibliógrafo cubano no nos hubiera dado los detalles de semejantes negociaciones, que tan útiles habrían sido para el conocimiento de la vida de los primeros tipógrafos cubanos.
El tercer impresor de La Habana fue Blas de los Olivos, que aparece por primera vez en 1757. Hallábase en funciones hacía siete años, cuando el Conde de Ricla, capitán general de la Isla, le llamó para que se encargase de dar a luz una Gaceta y un Mercurio mensual y la Guía de forasteros con el respectivo Almanaque que debía publicarse todos los años. Olivos presentó entonces un proyecto en el que expresaba las condiciones bajo las cuales se haría cargo de esas impresiones, el cual hemos copiado íntegro entre los documentos.
El Conde aceptó las condiciones,
pero sin atreverse a poner en ejecución el proyecto,
hubo de transmitir los antecedentes al Consejo de Indias,
acompañándolos de una nota que lleva fecha
25 de Abril de 1764, en la que expresaba: «No habiendo copia
de imprenta en esta plaza, ni en toda la Isla, se carece
muchas veces aún de los libros más precisos
para la educación
—216→
cristiana y enseñanza de
primeras letras. Con este motivo y el de civilizar más
a estos vasallos, he tenido el pensamiento de facilitar aquella
importante impresión, añadiendo a ésta
la de gacetas, mercurios y demás papeles y noticias
interesantes.»
En 1.º de Agosto de ese año, en el
Consejo se pidió informe al fiscal, quien fue de opinión
que ante todo se le pidiese a don Francisco Manuel de Mena,
que tenía a su cargo la impresión de las gacetas
en Madrid. En el Consejo se dijo entonces que «debía
hacerse presente a S. M. que podía tener muchos inconvenientes
el que se conceda licencia para abrir imprentas en La Habana
y imprimir en ellas las Guías de forasteros, etc...,
así por la decadencia del ramo del papel, que se remite
de estos reinos, como porque se innovaría el consumo
de la crecida cantidad de esos papeles que se remitían
a Indias, por cuyas consideraciones no se ha permitido en
México la impresión de la Gaceta»
; concluyendo
por que se negase el permiso, como se hizo, dictándose
al efecto una real cédula que lleva fecha 20 de Enero
de 1777, por la cual mandó el monarca que «ni ahora
ni más adelante hubiese en la Isla otra imprenta que
la de la Capitanía General.»
Por fortuna, como hubo
de reconocerlo más tarde otro gobernador, el ilustre
D. Luis de las Casas, esa cédula no se puso en práctica.273
El proyecto del Conde de Riela había, pues, fracasado por los motivos, si pueden llamarse tales, que acaban de leerse, y Olivos, que por un momento pudo soñar con el adelanto de su fortuna y del arte que ejercitaba, hubo de seguir vegetando hasta 1777, año en que su nombre desaparece de las portadas de los libros impresos en La Habana274.
En la fecha en que Olivos y su protector gestionaban ante la Corte para establecer gacetas y nuevas publicaciones en La Habana, existía otra imprenta establecida: la llamada del «Cómputo eclesiástico», cuya primera producción firmada que conocemos es de 1762, y con cuya denominación se mantuvo durante diez años. Es probable que estuviese destinada, en vista de su título, a la impresión de los añalejos de la Catedral y de las Órdenes religiosas, y, al parecer, fue la misma que desde 1776 en adelante hasta finalizar el siglo XVIII cambió su nombre por el más adecuado de «Imprenta de la Curia Episcopal y Colegio Seminario de San Carlos»275.
—217→En 1780, o a más tardar en 1781, comienza a funcionar la «Imprenta de la Capitanía General», que sigue con esa denominación durante todo el resto del período que comprende nuestro estudio. En los años de 1808 a 1810 solía alternar su nombre con el de «Imprenta del Gobierno»276.
El establecimiento gozó del privilegio de editar la Gaceta, que empezó a salir a luz en 1782, cuya publicación tuvo en un principio a su cargo D. Diego de la Barrera, a quien sucedió D. Francisco Seguí, que se había enlazado con la familia de Olivos. Sabemos que en 1792 Seguí contaba ya 61 años de edad y que trabajaba aún, pero auxiliado por su hijo D. Manuel Cayetano.
La reputación de que gozaba hasta entonces el establecimiento de haber sido el mejor de La Habana, vino a disputársela desde 1787 uno nuevo, cuyo propietario era D. Esteban José Boloña, quien, seis años más tarde, obtuvo el título de impresor de la Real Marina, y en 1792 el de familiar de la Inquisición. En 1806 dirigía también la «Imprenta Episcopal» o de la «Curia Eclesiástica», como se la llamó generalmente277.
De lo expuesto, resulta, pues, que al finalizar el siglo XVIII se hallaban —218→ a la vez en ejercicio en La Habana, según parece, cuatro imprentas, o tres, por lo menos.
Por más que parezca extraordinario, en fines de 1791, fundó otra Pedro de Palma,278 natural y vecino de aquella ciudad, que había servido en el ejército en calidad de soldado y sargento segundo durante más de veinte años. Declarada su invalidez, quiso establecer también imprenta, y al intento, después de haber comprado los útiles necesarios, solicitó permiso del gobernador para abrirla, permiso que le fue negado en vista de la real cédula de 1777 que queda recordada. Por fortuna para él, el inteligente y progresista gobernador Las Casas apoyó su pretensión ante la Corte, y en Mayo de 1791 obtuvo la autorización que solicitaba279.
En vista de ella, es indudable que Palma ha debido comenzar sus trabajos muy poco después; pero bien sea porque ellos no han llegado hasta nosotros, o porque fueron meramente comerciales, resulta que no conocemos ninguno anterior a 1797. Palma siguió ejerciendo su oficio durante el tiempo a que alcanza nuestro estudio, y hacia los años de 1810 se hizo también librero.
Ya que hemos consignado los datos que poseemos acerca de los impresores cubanos, es del caso que transcribamos lo que Bachiller y Morales decía respecto de las condiciones y elementos con que contaban sus talleres.
«Era corto el número de empleados de las imprentas y menores las ganancias que alcanzaban, siendo esto ocasión a que se trabasen frecuentes riñas y quejas entre editores e impresores. La única ocupación de las imprentas era la de dar a la estampa las novenas de santos de más clientela, algunas malas láminas y ninguna cosa de más trascendencia. El Almanaque impreso en México y arreglado para aquel país, venía de él y surtía a nuestros abuelos con la indicación de afecciones astronómicas que no podían dejar de ser equivocadas...» «D. Diego de la Barrera, en 30 de Noviembre de 1793, manifestó a la Real Sociedad Económica que habiendo dispuesto varias reales órdenes la publicación del Calendario manual y Guía de forasteros, de que se remitían 156 ejemplares a la Real Hacienda, que abonaba por ellos 156 pesos, debía atenderse no sólo a este ramo sino al de imprenta, del que había una necesidad imperiosa...» «... Un solo oficial podía destinarse a la Guía, según dicho señor, y esto le movió a pedir a la Sociedad que fijara su atención en el estado de la imprenta». «El impresor ha servido bien en esta parte, decía, tanto en la Guía como en el Periódico, y debe correspondérsele con no arrancarle dichas obras de su oficina; pero no por eso debe perder de vista la Sociedad de tener una imprenta con buen maestro, y luego que se recojan los pobres, —219→ tratar de aplicar algunos muchachos para aprendices, con lo que se fomentarán estas oficinas, que, a mi ver, no están en la perfección que deben, con cuyo beneficio se llenarían los pueblos del interior de la Isla. «El estado de las imprentas no había mejorado, aunque ya daban a luz algunas memorias e impresos. D. Esteban Boloña, familiar de la Santa Inquisición y su impresor, pues en informe que cometió al Dr. D. Agustín Caballero la Sociedad Económica para que promoviese el establecimiento de una imprenta, expresaba el ilustrado socio lo siguiente: "Ni aquí se trabajan letras, ni es fácil hallar un compositor. Es preciso traerlos de fuera".- D. Francisco Seguí hizo, entonces, su propuesta para la mejora que se pretendía, y ya terminado el año de 1799, informaban con sus puntas de donaire los Sres. Veranes y Viana, que, después de un detenido examen, habían tenido por resultado que de las dos imprentas, en la una "encontraron prensas sin manos, y en la otra, éstas sin aquéllas"». «En tal estado, fuele preciso a la Sociedad Económica, siempre alentada por el celo de su presidente, pedir auxilios a la Junta del Real Consulado, y reunidos los esfuerzos de ambas corporaciones, se publicó el siguiente anuncio en el Papel Periódico de 17 de Abril de 1800: »La Real Sociedad Patriótica de esta ciudad, dispuesta siempre a promover y cultivar las artes útiles, ha tomado sobre sí el mejorar hasta el mayor grado de perfección que se pueda las dos imprentas que tiene esta ciudad pertenecientes a D. Francisco Seguí y D. Esteban Boloña. Entre otras providencias dirigidas a surtir ambas de buena letra y utensilios necesarios, ha determinado también se vayan formando en ellas buenos oficiales, a cuyo efecto anuncia al público que desde luego admitirá dos jóvenes, uno para cada imprenta, a quienes auxiliará por parte del Real Consulado y Sociedad con diez pesos mensuales, y por los citados impresores con vestido y manutención. Para ser admitidos han de concurrir en ellos las circunstancias de saber leer y escribir con propiedad, la ortografía castellana, y si fuere posible, algo de latinidad, que su edad no pase de 14 años, y el tiempo del aprendizaje de tres; en el concepto de que por una diputación de la Sociedad se examinarán oportunamente para conocer su adelantamiento, y con vista de él, premiarlos según su mérito, de modo que aún el término del aprendizaje cesará si llegasen a estar expertos antes de los tres años designados». «Los jóvenes que aspiren a entrar en esta honrosa profesión, se presentarán en todo el presente mes a la Sociedad por medio de su secretario D. Antonio de Viana». «Efectivamente, se colocaron los aprendices de imprenta en las ya citadas, y luego, se reunieron en sólo la de Seguí, por razones que no son de este lugar. Si se hubiera observado el acuerdo de la Real Sociedad, no habría sido posible encontrar candidatos con los requisitos necesarios. La comisión nombrada para el examen de los cinco que se presentaron lo manifestó y así consta de informe suscrito por don Pablo Boloix en 4 de Junio de 1800. Eligiéronse los dos menos atrasados, con la advertencia siguiente: -"Y respecto de que no tienen todas las calidades que se propuso la Sociedad sobre lo que extendió su ofrecimiento, parece a la Diputación que los dos jóvenes indicados pueden admitirse bajo la condición de que serán examinados cada seis meses a fin de graduar los progresos que hicieren, sirviéndoles esto de estímulo para que vayan perfeccionándose sobre los principios que tienen adquiridos, y no reconociéndose en ellos aplicación, se les despida". —220→»Concluido el aprendizaje de los primeros alumnos, lo participó la Sociedad a la Junta del Real Consulado, que en oficio de 12 de Julio de 1805, suscrito por el Conde la Casa de Bayona y don Manuel Zavaleta, accedió a la continuación de su auxilio, expresando la Junta que "no dudó un momento en resolver por su parte se prosiguiera el auxilio prestado para el progreso de las imprentas, pues son indudables las ventajas que se han conseguido, y todavía más necesario llevarlas adelante a fin de mejorar un arte tan esencial a la pública y general instrucción de los vecinos. Por tanto, si el Cuerpo Patriótico y su digno Director confirman con su voto el del Consulado, esperamos que V. S. I. dispondrá que sin dilación se abra a los aspirantes el concurso que V. S. I. se sirvió indicar en su precitado oficio a que contestamos". »El espíritu de especulación comenzaba a fermentar en nuestra atrasada Isla, y el fomento recibido por el Capitán General y la Sociedad empezaba a sentir sus buenos efectos. Ya se pretendía la redacción del Periódico, ya se ponían en movimiento las artes de la intriga para obtener la plaza en las diferentes formas que recibió la redacción. La publicación de otros periódicos semanales la Aurora y el Regañón, en el último año del siglo XVIII, habían traído el estímulo de la competencia, y el país era mejor servido por el escritor periodista. Estos motivos habían de producir la mejora y el progreso de la imprenta». «Un hijo de don Francisco Seguí era el único operario o cajista del Papel periódico en 1802, y esto ocasionaba atrasos en el servicio, que reclamó don Manuel Zequeira, nuestro aventajado poeta, redactor entonces del Papel; iguales quejas por falta de operarios que no podían cumplir con los tres periódicos semanales de a medio pliego español, daba el señor don Tomás Romay, encargado de la publicación del elogio del ilustre Las Casas. Abrió la competencia La Aurora o Correo político económico, y la lid casi personal que se trabó contra el periódico de la Sociedad y sustentada por los otros dos, contribuyó a la mejora del ramo. La Sociedad calificó de hostil la conducta de la prensa contra su papel». «Cuando examinamos los gastos de la imprenta, redacción y repartición de los periódicos de La Habana hoy, nos parece imposible que a principios de este siglo fuesen tan distintos, demostrándose que con haberse centuplicado cada uno de los operarios y agentes antiguos, todos ganan más: triunfo constante de las verdades de la Economía política. Para noticia y comparación diremos que el total producto del Papel periódico y sus gastos en un mes a principios de este siglo, para repartir menos de 400 ejemplares, parece una ilusión comparado con el de hoy»280. —221→«En cuanto a las condiciones materiales de la parte económica, la tarifa de anuncios fue hasta 1805 la más disparatada: "medio real cada anuncio, sin distinción de persona", decía una tablilla colgada en la imprenta. En 1805 se estableció otra fundada en bases más racionales, sin serlo tanto que se refiriesen al trabajo de los operarios; según ella, se exigía un real por anuncio de venta de esclavo, y ocho por venta de fincas rústicas o urbanas, y establecía una escala arbitraria en esta forma». «Lo que prueba más que cuanto escribamos la poca importancia de los trabajos de imprenta, es la propuesta que hizo don Mariano Aljovín en 1794 de repartir el periódico, cuidar la biblioteca, cobrar las suscripciones, que eran dos, la de los que sólo recibían el periódico los domingos, y los que recibían todo el periódico, llevar la cuenta mensual, ponerla en manos del Contador, etc., todo por 88 pesos al mes. Al repartidor se le abonó en lo sucesivo un cuartillo de real por suscriptor». «En cuanto a la librería, existía un corto número de libros en la de don Francisco Seguí, y desde 1793 se propuso establecer, por indicación de los señores don Agustín de Ibarra y don Antonio Robredo, un gabinete de lectura, abriendo una suscripción de seis reales mensuales al efecto; los socios nada pagaban, pues se proponían construir los estantes de los fondos del periódico». «El progresivo aumento de las imprentas y de las publicaciones de diverso género que hacía necesaria la época que atravesaba la presente generación, hizo que la Real Sociedad, a moción de don Tomás Agustín Cervantes, pasase a la imprenta de Arazoza y Soler la impresión de su Diario y de la Guía de forasteros, y concediera el título de impresores de la Real Sociedad a los dueños de dicha oficina en 22 de Mayo de 1812: la traslación fue en 1811». «Tales fueron los primeros pasos de la imprenta en la Isla de Cuba, y tal la influencia del Excmo. señor don Luis de las Casas y de la Sociedad Económica en este importante elemento de la ilustración...» |
Acerca de la historia del grabado en Cuba en la época que estudiamos, bien poco es lo que se sabe, sin duda porque son muy escasos también los materiales que pueden procurarse. No era posible, en efecto, que un grabador encontrase en La Habana campo para un trabajo que le permitiese ganar su vida. Cerca de allí estaba México y con eso se está dicho que cualquier artista mediano que surgiese en la Isla debía emigrar a la capital del opulento virreinato.
El primer ensayo que conocemos es la lámina o viñeta en madera que figura en el libro de Menéndez Márquez, impreso en 1727, cuyo facsímil damos en la página 9281. Es probable que el grabador fuese el mismo impresor Habré.
Muy superior bajo todos conceptos, como que importa una verdadera composición, y está además, abierta en cobre, es la lámina que acompaña a la Relación y diario de la prisión, del obispo Morel de Santa Cruz, impresa en 1762. Su autor se firma Bélez, pero ignoramos su nombre de pila.
—222→Como obra de más aliento, si bien puramente mecánica, debemos recordar los grabados que acompañan al libro de Parra282, que no están firmados, pero que de la dedicatoria consta que fueron ejecutados por el hijo del autor283.
Los grabados que se ven en las únicas piezas religiosas que conocemos son de procedencia mexicana.
No debemos terminar sin decir siquiera dos palabras acerca de los escritores que nos han precedido en el estudio de la bibliografía cubana.
El primero de todos ellos, en el orden cronológico, es, sin duda, el dominico Fr. José Fonseca, natural que fue de La Habana maestro en teología de la Provincia de Santa Cruz de la Isla Española que a mediados del siglo XVIII, según parece, escribió una Noticia de los escritores de la isla de Cuba, manuscrito de que disfrutó el bibliógrafo mexicano Eguiara, pero que ya Beristain de Sousa no pudo hallar en 1817.
Este último autor ha consignado también en su Biblioteca hispanoamericana septentrional algunos datos de escritores cubanos de cierto interés.
En ella, desde luego, se encuentra mencionado, aunque desgraciadamente sin los detalles bibliográficos necesarios, el primer impreso de La Habana de que se tenga noticia, y algún otro de época relativamente remota, también hoy desconocido.
Ch. Leclerc merece, asimismo, ser recordado, por cuanto en su Catálogo de la librería de Maisonneuve consignó las descripciones de algunos libros de La Habana que en su tiempo eran apenas conocidos de nombre.
Pero el más notable de todos los bibliógrafos es, sin disputa, don Antonio Bachiller y Morales que en sus Apuntes citados catalogó muchos de los impresos que se enumeran en el cuerpo de nuestra obra.
Dentro del plan de ese libro la bibliografía ocupaba un lugar relativamente secundario y por eso no es de extrañar que las descripciones de libros y folletos cubanos aparezcan diminutas y en ocasiones del todo deficientes. —223→ El desarrollo mismo del texto es un tanto desordenado, pero las noticias que nos da de los autores son de incuestionable valía, y tiene, además, el mérito, que por cierto no es poco en este género de estudios, de haber abierto el campo a investigaciones posteriores acabadas y completas.
Ahí va ahora lo nuestro, lleno de vacíos, sin duda, con algunos errores quizás. Confiamos, sin embargo, en que en parte hemos adelantado el catálogo de los impresos cubanos hasta ahora conocidos, y que, por lo menos, podrá servir de base a un trabajo más prolijo para los que dispongan de la voluntad y de los medios de llevarlo a cabo. Tal es lo único a que aspiramos con la publicación de las siguientes páginas284.
—[224]→ —225→—[226]→ —227→
(Archivo de Indias, 80-4-23). |
(Archivo de Indias, 81-3-12). |
—[231]→ —232→
—233→
La introducción de la Imprenta en Oaxaca se debió a una mujer, doña Francisca Flores. Tuvo lugar este hecho en una fecha tan remota como la del año 1720 y cuando en toda la América Española no había más talleres tipográficos que los de México, Puebla y Lima.
Por muy extraño que esto nos parezca, no lo es menos que de esa Imprenta no se conozca sino una sola producción. ¿A qué se debió semejante fenómeno? ¿Resultó la impresión mucho más cara que en Puebla o México? ¿No hubo material para sostener el taller? ¿Faltó el tipógrafo que allí lo tuvo a cargo? Ninguna de estas dudas ha podido resolverse hasta ahora.
Creímos nosotros que la causa de la cesación tan repentina de la Imprenta se debiera a la muerte de su introductora, pensando que pudiera haber ocurrido por aquellos mismos días, y al intento registramos los Libros de Defunciones de las parroquias de Oaxaca, en los cuales, en efecto, hallamos la partida, correspondiente a doña Francisca Reyes Flores, indudablemente la misma persona que firmaba el pie de imprenta del Sermón, del padre Santander, de la cual consta que falleció en Oaxaca el 2 de enero de 1725285.
En vista de esto, pudimos convencernos que esa no debió ser la causa de haberse cerrado la Imprenta, como que el fallecimiento ocurrió cuatro años casi cabales después de salir a luz la primera muestra de la prensa de Oaxaca. En cambio, descubrimos que doña Francisca Reyes Flores era viuda del maestre de campo general don Luis Ramírez de Aguilar y que dejó por heredero universal al Convento de Santa Catalina de Sena de —234→ aquella ciudad: nuevo antecedente para creer, por si hubiera lugar a duda, de que la testadora era la misma persona cuyo nombre aparece al pie del primer impreso oaxaqueño286.
El doctor don Nicolás León287 refiere que alguna vez le aseguraron dos eclesiásticos de Oaxaca que existía allí la tradición de que en la casa de los Filipenses hubo una imprenta en el siglo XVIII. Pero esta tradición no ha sido hasta ahora comprobada con producción alguna salida de aquel taller, si es que lo hubo. Luego veremos el origen de esa leyenda tipográfica.
Los escritores mexicanos nos dicen que no existió ya imprenta en Oaxaca hasta el año de 1812, fecha en que la introdujo allí el general don José María Morelos. El hecho, en cuanto a la fecha, nos parece problemático, pues, tanto por Beristain288 como por nosotros, según se verá más adelante, se citan impresos oaxaqueños de 1811. Cierto es que, al menos de los tres que hasta ahora hemos visto, dos no llevan pie de imprenta y sólo la data de Oaxaca, y el tercero, nombre de impresor, pero no la fecha. ¿Serían, en realidad, productos de las prensas de Puebla? Creemos que no, y para ello nos fundamos en que las Pastorales del obispo Bergosa y Jordán de 1811 están impresas exactamente con los mismos caracteres que se ven en los escritos dados a luz por los jefes insurgentes un año después. ¿Habría sido llevada allí por aquel prelado, cuyas aficiones literarias son bien conocidas y cuyo ardiente celo por la causa de Fernando VII le aconsejó como necesaria aquella arma terrible contra los revolucionarios? Además, el impresor Idiaquez siempre tuvo su taller en Oaxaca, y jamás en Puebla.
El hecho es que, tanto los escritos de Bergosa como los emanados de los generales patriotas, no sólo acusan una misma procedencia en los tipos, sino también la misma falta de elementos tipográficos y la misma mano inexperta del obrero.
Lo singular a este respecto es, que al paso que El Ilustrador Americano, de 1812, por ejemplo, aparece impreso con tipos perfectamente formados, a todas luces de procedencia europea, El Correo Americano del Sur, por el contrario, acusa una impresión primitiva en sus caracteres y condiciones tipográficas289.
Que los patriotas, antes del mes de marzo de 1812, «en medio de las turbulencias de la guerra más activa», como ellos decían, habían fundido letras, es un hecho innegable290. Estaban, en realidad, muy mal formadas, según ellos mismos lo reconocían, de modo que cuando comenzaron a dar —235→ a luz El Ilustrador Americano se felicitaban de «la letra clara y hermosa» que podían presentar a sus lectores.
Para explicarnos, pues, el retroceso que se nota en las impresiones oaxaqueñas de 1813, tenemos que llegar a la conclusión de que ese taller que podía exhibir «letra clara y hermosa» desapareció con las contingencias de la guerra; y que, así, hubieron de procurar fundir de nuevo caracteres de imprenta.
Es lo que, en efecto, resulta de carta escrita en Oaxaca, en 23 de Noviembre de 1813, por el clérigo don José María Idiaquez a don Carlos María Bustamante, en la que le comunica que estaba entonces amoldando letras de imprenta291.
El presbítero Idiaquez fue, pues, quien fundió los tipos con que aparecen impresas las producciones tipográficas de Oaxaca hasta el límite que alcanza nuestro trabajo y el mismo, que tenía a su cargo la imprenta, sin duda desde 1811. Era bachiller en teología y pertenecía a la Orden de los Filipenses. Y de aquí, sin duda, el origen de la tradición que le refirieron en Oaxaca a nuestro amigo el doctor León.
—[236-237]→ —238→
—239→
Los historiadores colombianos andan en desacuerdo acerca de la fecha en que se introdujo la imprenta en el antiguo virreinato de Nueva Granada. Algunos señalan el año de 1738;292 pero el hecho es que nadie ha visto hasta ahora impreso alguno anterior a 1739.
El primero que diera algunos detalles sobre tan interesante tópico, fue don José María Vergara, quien al respecto dice lo siguiente:
«La introducción de la imprenta se debe a los jesuitas». |
«Esta Orden, que había abierto y sostenido un colegio en Santa Fe, y que a mediados del siglo XVIII, en que fue expulsada, tenía varios en distintos puntos del reino, trajo a las selvas de la colonia tipos y libros, formando ricas bibliotecas. La introducción de la imprenta entre nosotros había sido colocada por nuestros historiadores en 1789: el mismo Plaza, tan laborioso investigador, no tenía conocimiento de otro impreso más antiguo que el de la inscripción conmemorativa de la erección del templo de las Capuchinas, en 1783: después se descubrió una providencia del visitador Piñeres, impresa en Bogotá, en 1770: la publicación de la Vida de la Madre —240→ Castillo, reveló que la imprenta existía en Santa Fe en 1746, y últimamente descubrimos una hoja que tiene al pie la siguiente dirección: »En Santa Fe de Bogotá, en la imprenta de la Compañía de Jesús. Año 1740». «Así, pues, podemos fijar la época de la introducción de la imprenta en la Nueva Granada, en 1738, por lo menos. Adelantándonos un poco de nuestra narración, por la analogía de la materia, pondremos aquí lo que escribía el 28 de Noviembre de 1746 el padre Diego de Moya, jesuita, a una monja tunjana, después de la muerte de la notable escritora, madre Francisca Castillo: »Pues hay imprenta bastante para este efecto (el de imprimir el sermón pronunciado en las exequias de la madre Castillo) en nuestro Colegio máximo de Santa Fe... Si esta empresa le agrada, escriba al padre Provincial... para que, hechas las diligencias de examen y aprobación, se ponga el sermón a la prensa; lo cual hará el hermano Francisco de la Peña, que es impresor de oficio; y aunque ahora está de labrador en el campo, podrá venir a imprimirlo, supliéndole otro en el ministerio de su hacienda, que es el Espinar, por un par de meses a lo más largo... que como se han estampado catecismos y novenas, podrá esta obra semejantemente imprimirse en cuartillas, pues hay moldes y letras suficientes para eso... Etc., etc. »Tal fue la historia de la introducción de la imprenta en nuestro atrasado país»293. |
«La imprentilla que habían introducido los jesuitas, agrega el mismo autor, había producido novenas y patentes de cofradías, oraciones y jaculatorias»294. |
Esto era, en efecto, lo que aseveraba el P. Moya en 1746, y también Catecismos, añadiremos nosotros, conforme a las palabras de aquel jesuita que quedan recordadas. Desgraciadamente, con excepción de un opúsculo y de una hoja volante, ningún trabajo tipográfico se ha descubierto hasta —241→ ahora salido de aquel taller. Nada se sabe tampoco acerca del hermano Francisco Peña, que era «impresor de oficio» y que fue indudablemente el tipógrafo que compuso e imprimió aquellos primeros productos de esa imprenta. Que debieron ser contadísimos, bien se descubre cuando el P. Moya decía en 1746 que el tipógrafo Peña había cambiado entonces el componedor por el arado295.
No sabemos qué suerte correría la imprenta de los jesuitas después de su expulsión, pero, según parece, nadie pensó en utilizarla, bien fuera por deficiente o porque su existencia pasó desapercibida296.
El caso es que en carta que el virrey D. Manuel Antonio Flores escribía al ministro D. José de Gálvez desde Santafé, con fecha 5 de enero de 1777, es decir, cuando aún no iban transcurridos diez años desde la expulsión de los hijos de San Ignacio, aseguraba que allí no había imprenta alguna297.
Y esto fue cabalmente lo que aquel ilustrado funcionario se propuso entonces remediar, a instigaciones, según parece, del fiscal de aquella Audiencia D. Francisco Antonio Moreno y Escandón298.
—242→Decía, pues, Flores al ministro que para contribuir al fomento de la juventud en ese reino y para facilitar a los literatos el que pudiesen lograr el fruto de sus tareas por medio de la imprenta, había dispuesto se trasladase desde Cartagena de Indias, donde se hallaba establecido, «un impresor ejercitado, con alguna letra».
En nuestra Imprenta en Cartagena hemos contado ya que ese impresor se llamaba don Antonio Espinosa de los Monteros, y cuáles eran probablemente su patria y su procedencia.
Para lograr el transporte de Espinosa fue necesario, expresaba el virrey, buscarle algún dinero por medio de una subscripción, la cual hasta el 15 de Mayo de 1778 había producido 943 pesos299.
Luego, pues, de llegar Espinosa a la capital, que fue a fines de 1776, se vio que la letra con que contaba su taller era tan escasa y se hallaba tan gastada que con algún trabajo sólo podía servir para dar a luz papeles sueltos, pero de ninguna manera para estampar obras de cierto aliento. De ahí derivaba, precisamente, la instancia del virrey para que se aceptase la idea del fiscal Moreno de que se le enviase de la Península alguna imprenta, aunque no fuese completa, de las que habían pertenecido a la extinguida Compañía de Jesús.
—243→Pobre, pobrísimo como era el taller de Espinosa
de los Monteros, pudo regocijarse el Virrey de su feliz determinación
con sólo el hecho, según decía, de haberse
conseguido que se hubiese formado e impreso un Almanaque...
«y a él se ha añadido, como prueba, que el
regente se ha valido del mismo medio para tirar los ejemplares
de su edicto de visita»
.
El ensayo era evidentemente feliz,
pero había pasado más de un año desde
que el Virrey iniciara sus gestiones ante la Corte, y aún
no le llegaba respuesta alguna. Flores repitió entonces
su demanda300, pues «vivía persuadido a que Su Majestad,
movido del influjo de vuestra excelencia, le decía
al ministro, y hecho cargo de los fines a que se dirigían
mis anhelos, hubiese providenciado a beneficio de la ilustración
de sus vasallos de este reino el envío de alguna porción
de letra de la que en ésos tenía o tendría
la extinguida Religión de la Compañía...»
.
Veamos ahora qué era lo que había pasado al respecto en España.
Por decreto de 10 de Mayo de
1777 se dijo: «pregúntese si ha quedado alguna de
las imprentas de jesuitas»
.
No había aún respondido
el gobernador del Consejo a la pregunta, cuando se recibió
la carta del Virrey de 15 de Mayo. Repitiose aquella orden
en 19 de Octubre de 78, «y dígase al Virrey que se
le enviará la letra e instrumentos que ha pedido para
la imprenta establecida ya en aquella capital»
.
Contestando
don Manuel Ventura de Figueroa a lo que se deseaba saber,
en 19 de Febrero de 1779, expuso que le había sido
indispensable reconocer los autos de extrañamiento
y ocupación, «con otros que pudieran suministrar las
luces necesarias, y de vueltas de todo ello aparece no haber
existente imprenta alguna»
, decía.
A pesar de esto, resolvió el Rey que se estableciese imprenta en Santafé, y que de la Península se remitiese lo que fuese preciso para el objeto, en lo que se gastaron quince mil reales de vellón301.
La letra iba en 24 cajones, que se remitieron a Cartagena, de cuenta de la Real Hacienda, y que debían embarcarse en Cádiz en la primera ocasión302.
No sabríamos decir a punto fijo cuándo llegó esa imprenta a Bogotá, pero por las impresiones de esa ciudad que conocemos, es fácil caer en la cuenta de que sólo ha debido comenzar a funcionar a mediados de 1782, con la designación de «Imprenta Real», bajo la cual siguió hasta el año de 1811.
Don Antonio Espinosa de los Monteros, a cuyo cargo estuvo desde un principio, fue honrado con el título de «impresor real», según parece, en 1785, último año en que se registra también su nombre al pie de los impresos bogotanos que conocemos, sin que eso signifique que hubiese muerto, —244→ ya que sólo en 1804 se le ve reemplazado por don Bruno Espinosa, que era quizás su hijo.
Este quedó regentando la Imprenta Real por lo menos hasta 1809, siendo substituido en 1811 por don Francisco Javier García de Miranda.
La Imprenta Real cambió de nombre y se llamó del Estado en 1813, año en que aparece regentada por don José María Ríos; y desde 1817 «Imprenta del Gobierno». En 1821 la tenía a su cargo otro Espinosa, cuyo nombre no se da, pero que probablemente sería el mismo don Bruno Espinosa, nieto del primer impresor, que figura en los libros bogotanos de 1843 que hemos visto303.
A pesar de que la Imprenta resultaba
muy barata al Gobierno de Santafé, el hecho es que
sus trabajos salían carísimos, más que
todo, según puede creerse, por causa del papel. En
prueba de ese aserto paradojal vamos a citar un antecedente
decisivo. Cuando el virrey Ezpeleta redactó el reglamento
de milicias, hubo de remitir el manuscrito a España
para que allí se imprimiese, y se le enviasen después
50 ejemplares, «pues la impresión en esta capital,
declaraba, sería muy costosa»
304.
Esta circunstancia fue, al menos en parte, la que decidió a don Antonio Nariño a pedir otra imprenta a Europa en ese mismo año de 1793, la cual debe haberle llegado poco después, ya que sabemos que en 1794 salió de su prensa el famoso folleto Los derechos del hombre y del ciudadano.
Esa publicación ocasionó, como hemos de verlo más adelante, la prisión y destierro del propietario, y la del tipógrafo que la tenía a su cargo, don Diego Espinosa de los Monteros, hijo probablemente de don Antonio, que fue condenado a servir en las fábricas de Cartagena por tres años, en destierro perpetuo de Santafé, y en inhabilitación para el ejercicio de su arte305.
No es difícil sospechar que el taller debió clausurarse en el acto por orden del Gobierno. Llamose después «Imprenta Patriótica», con cuyo título aparece por primera vez en 1798, y que conservó hasta 1810, -fecha en que entra a figurar como de propiedad de don Nicolás Calvo y Quijano-, y sigue con él durante el año inmediato siguiente de 1811306.
—245→Tal es lo que hemos podido descubrir acerca de las imprentas bogotanas y de sus tipógrafos durante el período cuya noticia bibliográfica nos hemos propuesto trazar307.
—[246-247]→ —248→—249→
(Archivo de Indias, 116-7-11). |
Para lograrlo fue necesario auxiliarle en el transporte y habilitación de viaje, tomando el arbitrio de solicitarle algún dinero por medio de un donativo voluntario a que contribuyeron con las cantidades que explica, las personas que constan en la adjunta lista, que denota asimismo su inversión. Y aunque tal vez se echarán menos en ella los ministros de esta Real Audiencia y Tribunal de Cuentas, de los que algunos produjeron, invitados, generosas ofertas, de cuyo cumplimiento se retrajeron después; no sé a qué atribuir su falta de concurrencia, cuando esperaba que, como principalmente interesados por varios respetos privados y comunes fueran los —251→ primeros que, a imitación del Regente y del Fiscal del crimen, excitaran los ánimos de otros con sus ejemplos. El que ha producido de utilidad pública mi pensamiento, se está experimentando con sólo el hecho de haber ya conseguido que se haya firmado e impreso un Almanaque, con que no sólo en esta capital, sino en la mayor parte de los lugares de este reino, puedan todos saber los días que son de fiesta, con obligación sola de misa, o de no poder trabajar, las vigilias y abstinencias, los días en que viven y las demás noticias que son consiguientes308 y de que antes carecían, con falta de habilidad y aún de cumplimiento de muchas obligaciones que exige la religión y la cristiana disciplina. Y a él se ha añadido, como prueba, que el Regente se ha valido del mismo medio para tirar los ejemplares de su edicto de visita, que habrían sido más trabajosos y menos claros y perceptibles del común de las gentes, siendo manuscritos, a más de ser innegable que no sólo facilita la expedición de las providencias de semejante clase, sino que proporciona, en la publicación de las producciones útiles, la emulación al trabajo y al aplicado estudio. No he merecido hasta ahora contestación a la citada carta, y, como consiguiente a lo que me propuso el fiscal del crimen don Francisco Moreno, como director de estudios, en representación que original incluí en aquélla, vivía persuadido a que Su Majestad, movido del influjo de vuestra excelencia y hecho cargo de los fines a que se dirigían mis anhelos, hubiese providenciado a beneficio de la ilustración de los vasallos de este reino el envío de alguna porción de letra de la que en ésos tenía o tendría la Religión extinguida de la Compañía; mas, habiendo llegado el caso de que haga falta, porque la que tiene el impresor es muy poca y demasiado gastada, me hallo precisado a recordar a vuestra excelencia este asunto, que acaso los vastos, preferentes cuidados que le rodean, habrán impedido a vuestra excelencia tener presente, no dudando que si vuestra excelencia lo apoya, será efectivo, y que sucederá lo mismo con los instrumentos pedidos de Cádiz para la Biblioteca Pública que insinuó el fiscal en la que original incluí en mi citada carta número 256. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años, como deseo. Santa Fe, 15 de Mayo de 1778. Excelentísimo Señor, besa la mano de vuestra excelencia su más atento y seguro servidor.- Manuel Antonio Flores.- (Con su rúbrica). Excelentísimo señor don Josef de Gálvez. |
(Archivo de Indias, 117-6-5). |
—[252]→ —253→
—[254]→ —255→
No se sabe hasta ahora a punto fijo cuándo se introdujo la imprenta en Ambato. De lo que no puede dudarse es de que los jesuitas la tenían establecida allí en 1755, y aún con alguna anterioridad, ya que se citan producciones de aquel taller, de 1754.
«La impresión de los catálogos latinos relativos al estado de la Provincia quitense de la Compañía de Jesús, era privada y tan sólo para el uso de los Colegios que tenían los jesuitas. La imprenta misma que los padres establecieron en Ambato, era doméstica, y estaba destinada, por lo general, a la impresión de libros y cuadernos pequeños, de esos que los mismos religiosos habían menester: no era, pues, una imprenta pública, fundada para dar a luz en ella toda clase de escritos, sino una imprenta privada»309. |
El regente, y quizás el único tipógrafo de aquella imprenta, sábese que fue el hermano coadjutor Adán Schwartz, alemán, nacido en 1730310.
El último impreso salido del taller de los jesuitas de Ambato que se conoce, es de 1759, pues si bien existe alguno de 1762 que está datado en aquella ciudad, hay motivos para creer, según se verá más adelante, que se trata, en ese caso, de una impresión apócrifa.
—256→¿Hasta cuándo, pues, estuvo en
funciones aquel taller? El señor González Suárez,
nuestro amigo muy apreciado, cree que siguió allí
hasta después de 1760311. Y a esta creencia parece que
concurriese el dato que apunta Anrique de haber hallado en
el inventario que se hizo al tiempo del extrañamiento,
la nota de que entre los bienes de los expulsos de aquella
ciudad se cuenta «una pequeña imprenta y sus enseres»
312.
Mientras tanto, como lo reconoce el señor González
Suárez, un año después, esto es, en
1760, «los jesuitas tenían establecida en Quito una
nueva imprenta, cuyo tipógrafo era el mismo Adán
Schwartz que dirigía la imprenta de Ambato»
313. Y luego,
al cotejar la parte material de la primera producción
de la prensa de Quito (1760) con las anteriores de Ambato,
considera que «es idéntica a la de esta última»
,
y aún añade que «el impresor era también
el mismo hermano Adán Schwartz»
.314
Estas circunstancias todas concordantes en cuanto a la fecha y a las condiciones tipográficas y al impresor mismo, nos inducen, creemos que con fundamento, a pensar que el taller de Ambato, al menos en su parte principal y utilizable, ha debido ser trasladado por los jesuitas desde allí a Quito en 1760. Si no existiera la partida del inventario a que alude Anrique, sostendríamos, desde luego y sin vacilación, la afirmativa. ¿Era natural, era posible, mejor dicho, que los jesuitas sostuvieran, dadas las escasísimas ocasiones en que podía ocurrirse a la imprenta en aquellos años y en aquellos sitios, dos talleres tan cercanos uno de otro? ¿Los impresos mismos salidos de Ambato no están manifestando a las claras que lo más importante que aquella prensa produjo fueron obras llevadas de Quito? ¿No era, pues, lógico, conveniente y aún necesario trasladar la prensa y el único tipógrafo que la manejaba a la capital del país, centro literario donde la propia Orden tenía un Colegio de importancia y donde sus miembros eran catedráticos universitarios? Habiendo ya imprenta en Quito en 1760, ¿para qué iba a servir en adelante la de Ambato? ¿Quién habría podido tener ésta a su cargo, cuando sabemos que el tipógrafo que la manejaba había sido llevado a la capital?
Así, pues, todo induce a creer que la imprenta de Ambato fue trasladada en 1760 a Quito, y que allí quedaron, cuando más, algunos materiales de poca importancia, que dieron después margen a la anotación del inventario a que se refiere Anrique.
—257→
—[258]→ —259→
Un vecino de Quito, llamado Alejandro Coronado, presentó
al Consejo de Indias, por medio de apoderado, en 1741, una
solicitud para establecer imprenta en aquella ciudad, donde
hasta entonces no la había, sin embargo de tener,
según expresaba, «muchos sujetos de letras y de sublime
ingenio»
. El suplicante, que sin duda sospechaba que pudieran
ponérsele obstáculos en América para
fundar el taller que proyectaba, pretendía, en realidad,
que se le extendiese por el Consejo un certificado en que
se declarase que podía hacerlo sin inconveniente,
en vista de no estar prohibido por las leyes el establecimiento
de imprentas.
Conforme a los acostumbrado, se dio vista de la solicitud al fiscal, quien, al paso que recordó que acababa de denegarse a los jesuitas permiso para plantificar imprenta en uno o dos colegios del virreinato de Santafé, por causas que no le tocaba a él indagar, opinó por que se diese a Coronado la certificación que pedía, por supuesto, precediendo, cuando llegase el caso de publicar algo, las licencias y aprobaciones prescritas por las leyes.
El Consejo no estimó bastante el parecer de su fiscal, y quiso oír, antes de otorgar el certificado y permiso que se solicitaba, la opinión de un hombre muy conocedor de los asuntos de América y que se hallaba entonces en Madrid, después de haber desempeñado durante varios años el gobierno de la provincia para la cual se destinaba la imprenta. Ese hombre era don Dionisio de Alcedo.
Pintó éste con caracteres los más verídicos la situación en que se hallaba Quito, capital de una vastísima provincia, con motivo de carecer de una imprenta; dijo que la Universidad y Colegio de los jesuitas, poblados de estudiantes y catedráticos distinguidos, después de leer los cursos de facultades mayores, perdían en seguida su trabajo por falta de imprenta; —260→ que las órdenes circulares del Gobierno se repartían tarde y a mucho costo; que los litigantes, allí donde había Audiencia, carecían, por eso, de los medios de presentar impresos los informes de sus letrados; y que, aún en los actos ordinarios de la vida social, los particulares se veían obligados a repartir de mano sus esquelas y convites, a costa de mucho trabajo y gasto; para cuyo remedio, en ciertos casos, como para el reparto de las cédulas de comunión, se ocurría a un molde de madera, y las novenas y libros de devoción se enviaban a Lima para ser impresas allí a crecido precio por causa del transporte, y con la pérdida de tiempo consiguiente.
Unos cuantos días después el Consejo concedía a Coronado la licencia que solicitaba y ordenaba extenderle el correspondiente despacho.
Asaltó entonces a Coronado la duda del fin que pudieran tener sus diligencias y gastos en caso de que falleciese, y al intento de quedar a salvo de las contingencias del porvenir, pidió la declaración de que el permiso que le había sido otorgado se entendiese, que debía comprender también a sus herederos; y, después de oído el fiscal, resolvió el Consejo que sólo en caso de que Coronado muriese antes de establecer su proyectada imprenta, pudiese hacerlo alguno de sus hijos.
Tal es la historia de ese primer intento para fundar una imprenta en Quito. Por circunstancias que desconocemos, Coronado no pudo al fin realizar su proyecto, y hubieron de transcurrir todavía cerca de veinte años antes de que fuera una realidad.
En efecto, los jesuitas, que habían montado un pequeño taller tipográfico en Ambato, resolvieron, a fines de 1759 o principios del año siguiente, trasladarlo a la capital, conduciendo allí, junto con los útiles, al hermano coadjutor Adán Schwartz, joven alemán que hasta entonces lo había dirigido315.
Así, en los comienzos de 1760, probablemente en el mes de abril, salió a luz el primer impreso quiteño.
Tuvieron los jesuitas su taller en el Colegio de San Luis y allí quedó al tiempo de su expulsión en 1767, para pasar a ser, en virtud del decreto de extrañamiento, como todos los demás bienes de la Orden, de propiedad del Rey.
En ese mismo año aún pudo utilizarse el taller, pero en los inmediatos siguientes estuvo, al parecer, clausurado, porque el hecho es que hasta —261→ 1773 no se conoce impreso alguno salido de la prensa quiteña. Inventariado, sin duda, como los demás bienes de las temporalidades, no dio señales de vida sino en el año que indicamos, en el que, según es de presumirlo, fue vendido o entregado bajo condiciones que no conocemos, a Raimundo de Salazar y Ramos316.
Nada se sabe acerca de la persona de ese nuevo impresor, a no ser que continuó en su ejercicio hasta mayo de 1792. Desde esos días desaparece su nombre, y junto con él toda muestra del arte tipográfico quiteño. Es necesario llegar a 1798, para ver figurar, en un solo caso, el de José Mauricio de los Reyes. El misterio más completo rodea aún la historia tipográfica de Quito durante ese período, y sólo en el año de 1818 salen a la luz pública unas cuantas muestras del arte de imprimir en la capital del Ecuador publicadas acaso con los restos de los materiales que a mediados del siglo XVIII habían llevado los jesuitas a su Colegio de Ambato317.
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(Archivo de Indias, 77-3-5). |
—268→
(Archivo de Indias, 70-3-22). |