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Fray Bartolomé de las Casas como tema dramático: la perspectiva de Miguel Ángel Asturias y Jaime Salom

Mónica Ruiz Bañuls

Las consideraciones sobre la figura de Bartolomé de las Casas han sido contradictorias a lo largo de la historia. Desde su valoración como el gran y fiel historiador de la conquista a su descripción como mero creador de mitos, desde su defensa a favor de los indios a su diagnóstico de «esquizofrénico megalómano que disparaba excomuniones» (Menéndez Pidal, 1964: 19). Historiador por contar las atrocidades que presenció, mitificador por contarlas con tanta pasión. Sin embargo, a pesar de la intensa vida del fraile dominico y de su azarosa trayectoria biográfica, podemos afirmar que la figura de Las Casas ha pasado relativamente desapercibida en los escenarios. Frente a figuras claves de la conquista como Cortés o Colón que a través de los siglos han inspirado decenas de piezas teatrales dentro y fuera del mundo hispánico1, han sido escasas las representaciones protagonizadas por el evangelizador sevillano2.

De entre ellas, me gustaría centrarme en dos miradas cruzadas dentro del panorama teatral hispánico: la del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y la del español Jaime Salom. Dos planteamientos dramáticos que abordarán desde diversas ópticas las conflictivas situaciones que jalonaron durante medio siglo la vida pública de fray Bartolomé de las Casas.

Miguel Ángel Asturias y La Audiencia de los confines

En 1957 Miguel Ángel Asturias publica La Audiencia de los confines. Crónica en tres andanzas, una reflexión en torno a la tensión latente entre el Nuevo y el Viejo Mundo, entre lo indígena y lo español. El escritor guatemalteco aborda dicho dualismo desde una perspectiva de denuncia social pero sin renunciar a elementos grotescos y ridículos como instrumentos de crítica a la sociedad, de la de su tiempo y de la Audiencia Real que va a ser fundada como instrumento de pacificación y justicia en territorio indiano en la primera mitad siglo XVI3.

Con la Audiencia de los Confines (1957) y posteriormente con su refundición, Las Casas, el Obispo de Dios (1971)4, Asturias lleva a la práctica la segunda etapa de su poética teatral: la que se ha considerado más implicada en el ámbito del compromiso social, pero sin descuidar la elaboración simbólica del material histórico extraliterario. Para Lucrecia Méndez (2003), sin embargo, el calificativo de «revolucionario» para estas obras es discutible; ya que más bien se sitúan dentro de las coordenadas de un pensamiento reformista, basado en un humanismo genérico, afianzado en la fe y en los valores cristianos. Asimismo, la investigadora señala que dicha representación tuvo una génesis precisa: fue escrita después que Asturias tuviera que exiliarse en el 54. De este modo, su lectura de la historia reciente la realiza en clave metafórica; ambientando la obra durante la época colonial y poniendo al centro como figura modélica a Fray Bartolomé de Las Casas, personaje de quien realiza una lectura afín a sus simpatías reformistas y a su fe católica. Para Méndez, es quizás «su obra más tradicional en cuanto a normas de retórica teatral; sin embargo, adolece de excesivos personajes, una acción lenta y parlamentos demasiado extensos, carencias que frecuentemente entorpecen el oficio teatral de Asturias» (2003: 125).

Veamos ya cómo emerge la figura del héroe dominico en La Audiencia de los confines de Asturias. Tal como se ha señalado, toda la trama argumental gira en torno a los iniciales desencuentros entre indígenas y españoles en los primeros años de convivencia tras la conquista y en la inminente llegada a Santiago de Guatemala de la nueva Audiencia Real que vendrá a imponer justicia y paz en dicho territorio. En tal contexto sobresale el personaje de fray Bartolomé de las Casas como «moderado espíritu cristiano que sabe ejercer la comunicación y el equilibrio entre los dos mundos escénicos» (Solórzano, 1969: 103).

Dividido en tres andanzas, el drama de Asturias arranca en el despacho de un gobernador español que defiende los intereses de los encomenderos y soldados. En un encendido discurso, mientras dicta a su letrado una carta dirigida al rey y al Consejo de Indias, se lamenta que después de haber conquistado tantas tierras y vasallos para la corona, tengan ahora que defenderse «de la injuria y la calumnia de un hombre pesado, inquieto, importuno, bullicioso y pleitista en hábito de religión, tan desasosegado, tan mal criado, tan perjudicial y tan sin reposo que ha puesto alboroto y escándalo en todas estas tierras» (Asturias, 2007: 207). Y más tarde, por si nos ha quedado duda, concreta:

GOBERNADOR.- Me refiero a un tal Bartolomé de las Casas, que se dice obispo de Chiapa, obispo apóstata debe ser por haber abandonado de la iglesia que se le dio por esposa, no por enfermedad contagiosa ni renuncia del mundo, sino por hacerse procurador en Corte defendiendo a los indios, de quienes, en su desvarío, se llama protector. Si anduviera por la Corte, bien haría S. M. de mandarlo encerrar a un monasterio para que no sea causa de mayores males5...

(209)



El gobernador escribe al emperador para rebatir las duras críticas del fraile dominico que incluso ha sido capaz de prohibir, durante su episcopado en Chiapas, la dispensación de la absolución sacramental de sus pecados, aun in articulo mortis, a los encomenderos españoles y a los dueños de esclavos indígenas.

Tras esta primera descripción de Las Casas, ausente todavía en escena, la segunda andanza nos lleva al palacio arzobispal donde se aborda un grave conflicto jurisdiccional: el gobernador español reclama al obispo potestad temporal para juzgar y castigar a los indios lacandones que han asesinado a fray Jerónimo de la Cruz (enviado por el mismo gobernador). El prelado se opone y lo amenaza con la excomunión. La única solución para resolver la falta de jurisdicción reside en la llegada a la ciudad de la Audiencia de los Confines pues:

CANÓNIGO DOCTORAL.- La Audiencia de los Confines conocerá en vista y revisión de todas las causas criminales pendientes y de las que se promovieren en lo sucesivo, de cualquier clase e importancia que fuesen, sin que haya recurso de apelación alguna en las sentencias que pronuncie.

(287)



El acto termina con un gran tumulto en la ciudad, pues corre el rumor de la llegada de fray Bartolomé de las Casas a Santiago de Guatemala.

Es en la tercera andanza cuando por fin se hace presente la figura del evangelizador dominico en escena, protagonista en la sombra hasta ese momento. Aparece Las Casas soñando que está en presencia del emperador Carlos V, en la controversia que sostuvo en Valladolid con Ginés de Sepúlveda6. Reproduce dormido el diálogo del debate al tiempo que va reconociendo los errores cometidos en su pasado como clérigo-encomendero:

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.- ¡Es verdad! ¡Es verdad, señor mío, que fui tras el oro y tuve esclavos...! ¡Réprobo! ¡Réprobo! ¡Hasta el día en que se fundieron en mi corazón el oro y la propiedad, en un gran amor por el prójimo y por vos, víspera de este otro día, el más feliz de mi vida, en que el emperador acaba de dar para las Nuevas Indias, las Nuevas Leyes...!

(319)



Finaliza su intervención defendiendo con vehemencia el valor de las Leyes Nuevas promulgadas por Carlos V en 1542:

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS.- ¿A la hoguera conmigo...? ¡Yo me quemaré, pero no las Nuevas Leyes...! ¿A la horca conmigo...? ¡El nudo corredizo cerrará mi garganta, pero no la voz de la libertad...! ¡Libres...! ¡Libres...! [...] ¡No más cristianos herrados en carne viva, ahora todos sois vasallos de Su Majestad...! ¡Se acabó el imperio del amo! ¡Las nuevas leyes os amparan y aunque en la Corte digan que por leyes más, leyes menos, no pelean, yo sí peleo por leyes, que es el comenzar de esto que ha de seguir...!

(320)



Antes de despertar del sueño y volver la escena al palacio arzobispal, Asturias hace emerger la figura de don Quijote junto a la de su protagonista: «Yo, caballero de la Tiste figura, iré más allá del océano para librar el combate contra las injusticias» (324). A lo que el fraile dominico contesta:

FRAY BARTOLOMÉ.- No, tú no, yo ya estoy aquí. Mi lucha es imagen de la tuya. Mucho antes que Cervantes te insuflara vida inmortal, yo viví en mi propia carne todos los sufrimientos que se clavaron en la tuya (325).

Como ha señalado Marco Cipollini, La Audiencia de los Confines es la «oportunidad de Asturias para sucumbir a la tentación de representar a un personaje quijotesco como Las Casas como el gran precursor del héroe cervantino» (1999: 107). El fraile dominico habría sido el Quijote americano encarnado que Cervantes habría situado en América, si hubiese llegado a marchar a las Indias, para desempeñar en el Nuevo Mundo alguna gran hazaña. En este mismo sentido, José María Vallejo ha subrayado que para el escritor guatemalteco, «la locura de Las Casas no había sido otra que la de Don Quijote, un sueño de justicia humana» (Vallejo en Asturias, 2007: 8).

La acción vuelve al palacio arzobispal donde fray Bartolomé es felicitado por su victoria en Valladolid mientras los eclesiásticos le informan de la mala situación en la ciudad. Entre tanto, los indígenas asaltan el palacio para defender a Las Casas de los españoles combatientes del gobernador que rodean el lugar. Intenta fray Bartolomé detener a los españoles y un disparo hiere a la india Nabor, que se acercaba a él para librarle del peligro. El drama concluye cuando el fraile dominico proclama la libertad de todos los indígenas e impiden que se suiciden con las puntas de sus propias flechas envenenadas:

FRAY BARTOLOMÉ.- ¡No...! ¡No os matéis...! Ya no hay esclavitud...! ¡Las nuevas leyes os aseguran la libertad...! ¡Sois libres...! ¡Sois libres...!

NABOR.-(Ya tendida en tierra, moribunda) Creo en tu Dios...

FRAY BARTOLOMÉ.-(Yendo hacia el sitio en que están los CANÓNIGOS.) ¡Predicad la libertad y haréis cristianos...! (Volviéndose hacia las huestes españolas.) ¡Practicad la libertad y haréis cristianos...! (Luego se vuelve a NABOR.) ¿Crees en mi Dios? ¡Pues vas al cielo...! (Alza el brazo para absolverla.) Yo te perdono...

(348)



Al alzar el brazo fray Bartolomé para absolver a Nabor, que muere manifestándose cristiana, el gobernador se lo impide con un acto de fuerza, espada desenvainada en mano, al tiempo que tira por tierra y pisotea los manuscritos de Las Casas. Pero entran los oidores de la Audiencia de los Confines y es llevado preso. De esta forma, con la esperanza en una nueva justicia del rey, la que corresponde a las Leyes Nuevas (1542-1543), cae el telón.

Como se puede apreciar, el héroe por excelencia del drama de Asturias es fray Bartolomé, frente al malvado gobernador o al cacique indio. Incluso ausente de escena en las Andanzas primera y segunda, su evocación, máxime en la tercera, desplaza el protagonismo de la obra a los indios. Tal como señala Arturo Arias, el escritor guatemalteco «condena la codicia de la conquista española de América, pero no el dominio imperial que supuso sobre los indígenas» (2003: 1069). Frente a unos nativos pasivos sin actuar e inocentes en su forma de pensar7, el papel protagonista de fray Bartolomé de las Casas perseguiría moderar, en apariencia, los abusos generados por la conquista, pero nunca condenarla. ¿Cuál es la función de subrayar la supuesta ignorancia de los indígenas a lo largo del drama? Dejar evidenciado que ante tal ignorancia solo pueden ser rescatados por la bondad española, por los buenos oficios del fraile dominico. El fray Bartolomé de Asturias queda trazado por tanto como la figura puente que a pesar ser descrito con «corazón de colibrí», deslegitima la posibilidad de que los indios puedan rebelarse contra del rey, que es reconocido como la autoridad última del Nuevo Mundo.

Jaime Salom y Las Casas, una hoguera en el amanecer

Pasemos a la otra mirada del drama lascasiano, la que nos ofrece el dramaturgo español Jaime Salom en su obra Las Casas, una hoguera en el amanecer, publicada en 19868. En ella, al igual que Miguel Ángel Asturias, el autor reivindica la figura del fraile dominico en su lucha a favor de los indios pero ahonda, de forma más detallada que el escritor guatemalteco, en el proceso psicológico de conversión de fray Bartolomé. Salom se centra en la ideología de Las Casas para trazar la evolución del misionero español desde que sale de Sevilla hacia el Nuevo Mundo en 1502 hasta que vuelve al monasterio de Santa María de Atocha en 1556. Para el dramaturgo, el combate incansable del que se llamó Apóstol de los indios ofrece una gran gama de posibilidades y un doble planteamiento dramático: su larga transición, desde encomendero él mismo hasta protector de los indios y los móviles de su ardiente e incansable defensa de los derechos humanos de los indígenas (Izquierdo, 1997: 19-23).

Por ello, Salom, a diferencia de Asturias, en lugar de enfocar un solo momento clave en la vida del protagonista, escoge una estructura episódica en su representación: nos ofrece una vista panorámica de una vida entera, desde la juventud del fraile dominico en tierras sevillanas y su primer viaje a América hasta su muerte en Madrid, a los 90 años, pasando por muchos momentos decisivos en su toma de conciencia y lucha.

¿Cómo es el protagonista de Una hoguera al amaneced En el I acto encontramos a un joven Bartolomé viajando hacia el Nuevo Mundo. La primera imagen que nos ofrece el drama salomiano de su protagonista es más bien quijotesca. Un muchacho idealista con ansias de conocer las nuevas tierras descubiertas que no duda en confesarle a su padre:

FRAY BARTOLOMÉ.- Desde que volvisteis de vuestro primer viaje, he soñado, en este momento, en esta tierra. ¿Sabes lo que más me atrae? Que en ella todo va a ser posible [...] Doy gracias a nuestro señor el Almirante Colón por haber devuelto a los españoles la capacidad de soñar.

(Salom, 1986: 19)



En este primer acto el autor incide asimismo en el plano afectivo del joven Bartolomé, que lo vemos debatiéndose entre su vocación religiosa, el amor a una joven lozana sevillana llamada Petrilla y su «extraña» relación con Señor (un esclavo indio regalo de su padre Pedro Las Casas cuando este regresa a Sevilla a raíz del segundo viaje de Colón):

BARTOLOMÉ.- Yo no voy a formar una familia, Señor, ni tener hijos. Algún día seré clérigo. Aunque a veces... soy sevillano, tengo la sangre ardiente, el aire huele a jazmín y aun a pesar mío, alguna que otra vez me enamoro. Pero tú no puedes entenderlo.

(42)



Es sin duda este último el personaje que más influye en el desarrollo del gran defensor de los indios, pues, en la versión teatral de Salom, Bartolomé siente una atracción casi herética hacia su fiel servidor Señor. El joven indio se enamora de Bartolomé y así se lo confiesa cuando la reina Isabel decide devolver a América a los naturales llevados a España como esclavos:

SEÑOR.- Espíritu mujer, espíritu hombre, cuerpo mujer, cuerpo hombre, para Zailos lo mismo.

BARTOLOMÉ.- Pero hay leyes de Dios, leyes de la naturaleza

SEÑOR.- (Muy firme.): Y Amor.

BARTOLOMÉ.-(Dándose cuenta de sus sentimientos.) ¡Basta!

SEÑOR.- Señor Bartolomé, ¿amar Señor?

BARTOLOMÉ.- Déjame Señor, vete a casa [...] Más adelante cuando te hagas mayor y seas feliz con una esposa cristiana que te respete y te quiera, te darás cuenta de tu ofuscación [...] Mañana por la mañana irán en tu busca para confiscarte... y nunca más volveremos a vernos.

(43-44)



Asustado ante la confesión de Señor, el futuro dominico decide no luchar por guardar a su fiel esclavo: cuanto más lejos mejor. Es una decisión que condena al indio a duro trabajo en las minas y a una triste muerte prematura. El amor y el remordimiento que siente Bartolomé por este pasaje de su vida será evocado a lo largo de la obra, culpabilizándose incluso de la muerte del indio: «Fue muriéndose poco a poco, desde que le destinaron, desde que le destiné a las minas».

(56)



El acto II nos sitúa en La Concepción, encomienda de Bartolomé, trece años después. En él Salom aborda uno de los capítulos esenciales de la vida de Las Casas: su conversión a la gran causa de la defensa de los nativos. El autor se sirve del episodio de la muerte del indio en las minas, como revulsivo, pero también como revelación de sus lacras y motivaciones humanas. Veamos el diálogo:

BARTOLOMÉ.- Tenía por mí una inclinación muy particular... Por eso creí conveniente una separación total.

FRAY ANTÓN.- ¿Conveniente para él o para vos?

BARTOLOMÉ.- No os entiendo.

FRAY ANTÓN.- Nadie es dueño de sus sentimientos.

BARTOLOMÉ.- Desde que se fue, he pensado en él con frecuencia. Tal vez demasiado... Pero eso era algo que creí borrado de mi mente. Hasta que al ver su cadáver, todo ha revivido con más fuerza que nunca.

FRAY ANTÓN.- Respetasteis la ley de Dios [...] Evitasteis la tentación.

BARTOLOMÉ.- Al principio procuré aturdirme con placeres carnales -Dios me perdone- luego me impuse una castidad y una abstinencia durísima, sin resquicios. Ahora me pregunto si eso ha sido una virtud... o una fidelidad pecaminosa más veces culpable [...]. Tengo fama de tratar a mis indios con más suavidad que ningún otro español... Pero tal vez lo hago porque son hermanos de Señor y tienen su mismo color de piel... En este caso yo sería peor que ninguno, ya que sólo lo haría por motivos antinaturales.

(55-56)



A partir de lo anterior asistimos al debate dialéctico y dramático por el que Bartolomé termina uniéndose al proyecto dominico de la defensa y protección de los indígenas de La Española. Aparece en escena un personaje esencial para la vida del padre Las Casas: fray Antón de Montesinos9. El impacto que le causó el famoso sermón de adviento del misionero dominico se va reflejando paulatinamente en el drama pues vamos viendo cómo el ya clérigo fray Bartolomé se debate entre los dictados de los dominicos, su conciencia y la explotación y muerte de los nativos. El acto se cierra con el viaje a España de Las Casas en compañía de fray Antón para requerir al rey freno a tantos excesos y leyes más justas.

Volvemos a Sevilla en el Acto III y nos sitúa Salom en el año 1515. Por fin el monarca ha concedido audiencia a Bartolomé, que junto a Montesinos se dirige a la Corte para denunciar los desmanes de los funcionarios de la Casa de Contratación a los que solo les «interesa el oro, la plata y la venta de esclavos» (89). La entrevista de estos dos personajes ante Fernando el Católico sirve a Salom para subrayar el contraste entre un arrogante Bartolomé que solo habla de contratos y ganancias y un fray Antón que solo piensa en el bien de sus feligreses. Cuando el rey muere las distintas reacciones de los dos defensores de los indios los caracterizan claramente. Al oír el toque de difuntos, fray Antón se arrodilla y reza, mientras que un desesperado Las Casas se enfrenta con Dios:

FRAY ANTÓN.- Dios se apiade de su alma. Requiem eternem dona ei Domine. Amen.

BARTOLOMÉ.- No podéis hacerme esto, Señor. Ahora que tenía a su Majestad de mi parte. A veces parecéis tan torpe como fray Antón. ¿Qué os costaba haber mantenido al rey con vida unos días más? El tiempo de llegar a Sevilla y aprobar mis proyectos.

(99)



El contraste entre los dos se expresa con más fuerza cuando al separarse se despiden en estos términos:

BARTOLOMÉ.- No sois más que un pobre y asustadizo fraile extremeño.

FRAY ANTÓN.- Y vos un altivo e insolente señorito sevillano.

(100)



El Bartolomé de Salom es testarudo y arrogante y seguirá luchando por los indios después de la muerte del rey Fernando. A pesar del antagonismo de los soldados, a pesar de la escasez de fondos y de colonos, a pesar de la falta de cooperación de los dominicos, el misionero sevillano sigue con su proyecto. En la masacre, pierde a su padre y a su mejor amigo. Pierde también su arrogancia. Al final del tercer acto, es un pobre sacerdote humilde, «un indigno pecador arrepentido, un ridículo y pretencioso señorito sevillano que iba a redimir con su arrogancia las colonias del Nuevo Mundo» (114) y que ahora se acerca a las puertas del convento dominico y «pide ser recibido en Vuestra Orden como el más humilde y torpe de sus frailes» (114).

Nos traslada el autor a Madrid en el último acto, a una humilde celda del convento de Santa María de Atocha, donde un anciano fray Bartolomé intenta escribir medio dormido, con la cabeza hundida en un sinfín de papeles. Salom nos presenta a un Padre Las Casas que ha logrado la reconciliación consigo mismo, reconociendo sus culpas como encomendero, doctrinario y soldado. Surgen en esta parte final de la representación dos fantasmas de su pasado: fray Antón de Montesinos, el dominico que le negó la absolución y que inició su proceso de conversión y Petrilla, la antigua amante del joven Bartolomé. Su idealismo espiritual y su pasión andaluza fluctúan en los últimos momentos del peregrinar del fraile dominico.

En el desenlace final de Las Casas, una hoguera en el amanecer, será el mestizo Señor, hijo de Petrilla, el que se convierta en símbolo ético del mestizaje liberador anunciado por fray Bartolomé en una escena anterior: «Y unidos y libres, se mezclarían con el tiempo y los hijos de unos con las hijas de los otros formarían un solo pueblos» (97):

SEÑOR.- Seremos nosotros, los mestizos, los que crearemos una nueva estirpe, libre con su pendón y su rey, sin cadena que les aten a los antiguos ritos ni a los soberanos extranjeros allende de los mares. [...] Y aquel día encenderemos hogueras en las cumbres de las montañas [...] y levantaremos un gran monumento a los que fueron como vos, para honrar lo mejor que recibimos de nuestra patria... la fe, la lengua y el corazón.

(137)



Al igual que en la Audiencia, de los confines de Asturias, el personaje de Las Casas también acaba emergiendo en el drama de Salom como la figura puente entre dos mundos, como la clave de la configuración utópica de una América mestiza que surgirá históricamente gracias al esfuerzo de muchos héroes colectivos.

Fray Bartolomé de las Casas no fue, sin duda, exactamente como lo presentan Asturias o Salom, pero ellos lo vieron de este modo, con numerosos aspectos comunes que confluyen en las reivindicaciones sociopolíticas e históricas de dos dramaturgos que al margen de tiempos, razas y personas concretas evocan una reflexiva reivindicación de la historia denunciando verdades universales como la explotación, la codicia o la injusticia social. Únicamente he querido abordar en este trabajo dos miradas cruzadas en torno a un protagonista clave en la historia de México que sin duda reclama una mayor presencia en los escenarios contemporáneos.

Bibliografía

  • ASTURIAS, M. Á. (2007). Las Casas: el Obispo de Dios (La Audiencia de los Confines. Crónica en tres andanzas). Estudio introductorio de J. M. Vallejo. Madrid. Cátedra.
  • ARIAS, A. (2003). «Legitimación mestiza, subalternidad indígena: contrapuntos étnicos en Las Casas: el Obispo de Dios de Miguel Ángel Asturias». En Teatro de Miguel Ángel Asturias. Nanterre-Madrid. Archivos: 1051-1070.
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  • IZQUIERDO, J. (1997). Conformación y éxito de un dramaturgo: Jaime Salom. Granada. Universidad de Granada.
  • MENÉNDEZ PIDAL, R. (1964). «Observaciones críticas sobre las biografías de Fray Bartolomé de las Casas». En Actas del Primer congreso Internacional de Hispanistas. Oxford. The Dolphin Book: 13-25.
  • MÉNDEZ DE PENEDO, L. (2003). «Asturias, dramaturgo: una aventura de arqueología teatral». En Actas de Coloquio Internacional «Miguel Ángel Asturias: 104 años después». Guatemala. URL/Archivos: 119-129.
  • SALOM, J. (1986). Las Casas, una hoguera en el amanecer. Madrid. ICI.
  • SOLÓRZANO, C. (1969). «Miguel Ángel Asturias y el teatro». Revista Iberoamericana. 67: 101-104.