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ArribaAbajoII. Calendario manual y Guía universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810

(El primer libro impreso en Venezuela)



Preliminar

El Banco Central de Venezuela ha decidido patrocinar la publicación facsimilar de este impreso auroral de la bibliografía venezolana, al que, sin vacilación, puede apellidarse el primer libro venezolano. El valor histórico, la significación bibliográfica y la valía literaria de su contenido, redactado por Andrés Bello, justifican holgadamente la reimpresión fiel del original venerable para contribuir y divulgar su conocimiento.

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La ficha catalográfica de la edición princeps es bien sencilla.

Calendario manual y Guía Universal de forasteros en Venezuela para el año 1810. Con permiso superior. Caracas, en la imprenta de Gallagher y Lamb [1810].

64 p. 14 cm.



Contiene: a) El Almanaque de los doce meses del año, más los cómputos y fiestas litúrgicas, con la indicación de las épocas memorables, entre las que anota las fechas dignas de particular recuerdo en Venezuela; b) El Gobierno de la Metrópoli y el Consejo y Tribunal Supremo de España e Indias; c) El Resumen de la Historia de Venezuela; d) Gobernadores propietarios que ha tenido la provincia de Caracas y principales conquistadores de Venezuela, y e) La División Civil, evidentemente trunca, en la que inserta los Tribunales Superiores y Juzgados Ordinarios de la Capital, y luego los ramos del orden civil de la Provincia de Caracas: el Muy ilustre Ayuntamiento y sus organismos, la Real y Pontificia Universidad (Cátedras, empleados en el Gobierno económico y literario, Claustro general de Doctores), el Tribunal del Real Proto-Medicato, y el Ilustre Colegio de Abogados.

Aquí finaliza nuestro impreso, como primera porción de un plan más vasto, tal como nos lo indica el Prospecto anunciador. El texto del «Resumen de la Historia de Venezuela» basta para darle elevado rango. Además, al cumplir ahora los requisitos definidores de libro («49 páginas sin contar la cubierta», adoptado internacionalmente) ya no   —219→   permite dudar respecto al calificativo de «primer libro impreso en Venezuela».

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En 1945 terminé un largo estudio en buena parte hipotético, que mereció la aprobación y recomendación de la Academia Nacional de la Historia, sobre la existencia y publicación de este Calendario Manual. Se editó en 1946, en volumen de 220 páginas, por el Ministerio de Educación Nacional. Unos años después dieron fruto mis pesquisas, pues localicé un ejemplar en el Museo Británico, de Londres, con el cual se confirmaba plenamente mi tesis. Se ordenó su edición facsimilar en 1952. Por último, se incluyó el texto, con algunas ilustraciones, en la colección de la Academia Nacional de la Historia.

Tales ediciones se hallan totalmente agotadas, por lo que, además de justo, es necesario el proceder a esta nueva publicación de una obra tan importante.

Se realiza con nuevas reproducciones del ejemplar conservado en el Museo Británico de Londres, y se completan las páginas que le faltan, con las del ejemplar de la Biblioteca Nacional.




Historia del impreso de 1810

Andrés Bello fue el redactor de la Gazeta de Caracas, desde su iniciación el 24 de octubre de 1808. Al finalizar el primer año de vida del periódico, aparece el «Prospecto» para la edición del Calendario, iniciativa de Bello. En el n.º 68, de la Gazeta, correspondiente al viernes 27 de octubre de 1810, se imprime el siguiente aviso que por su importancia hay que reproducir íntegramente:




Prospecto para una guía universal de forasteros

La provincia de Venezuela debe elevarse al rango que la naturaleza le destina en la América. Como parte integrante del Gobierno de la Metrópoli ocupa un lugar distinguido en su sistema político y, como uno de los más privilegiados territorios del Continente americano, debe tenerlo entre los pueblos cultos del Nuevo Mundo. El estado de sus conocimientos reclamaba el auxilio de la Imprenta, que acaba de obtener hace poco; sus relaciones con la Madre Patria le hacían indispensable un papel público que saciase los curiosos deseos de su fidelidad; y ya ha tenido la satisfacción de ver que su Gazeta comienza a circular en las otras Provincias y en las Colonias extranjeras; la extensión de su terreno y los vastos ramos de su administración la ponían en la necesidad de un repertorio que facilitase el conocimiento de cuanto es importante saber en los diferentes ramos del Gobierno en que se vive; y los distantes puntos del país en que se habita.

Esto último parece que aguardaba la benéfica influencia del actual sistema para dejarse ver como un preludio favorable a las esperanzas que ha hecho concebir a estos habitantes. Bajo los auspicios de las autoridades   —220→   existentes tenemos el honor de llenar en esta parte los deseos del público, a quien ofrecemos un Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela, cuyo plan es el siguiente:

Dará principio por el Almanaque civil, astronómico y religioso; Cómputo Eclesiástico; Fiestas movibles; distribución del Jubileo circular; Épocas memorables del mundo, la América y la Provincia y Gobierno actual de la Metrópoli.

Seguirase a esto una ojeada histórica sobre descubrimiento, conquista y población del país que forma hoy el departamento de Venezuela que comprenderá la fundación de sus principales ciudades, los lugares que ocupan y sus nombres primitivos; las varias naciones a quienes pertenecían; los medios empleados para su reducción y pacificación; los principales Jefes o Caudillos que formaron los primeros Ayuntamientos o Cuerpos Municipales que regentaron la autoridad civil; y todo cuanto tenga relación con los medios políticos que se han empleado para conservar, organizar y poner en el estado de civilización y prosperidad en que se hallan las Provincias que componen hoy la Capitanía General de Venezuela, concluyendo con la serie cronológica de sus Gobernadores, Capitanes Generales, principales conquistadores y pobladores.

Constará toda la obra de cinco divisiones: Primera, Civil y Económica; segunda, Fiscal o de Real Hacienda; tercera, Eclesiástica; cuarta, Militar; quinta, Mercantil.




División civil

Se comprenderá en ella todos los Tribunales Civiles, superiores e inferiores de la Capital, con los señores Jueces y empleados que los forman: la Policía, la Correspondencia pública y Establecimientos literarios, benéficos e industriales; los Ayuntamientos y Tribunales Civiles de las Provincias; sus límites actuales; su clima, producciones e industria peculiar; su población, poco más o menos; la posición geográfica de las respectivas capitales; los pueblos de su jurisdicción; sus Jueces ordinarios, y su distancia de la capital.




División fiscal, o Real Hacienda

Precederá a esta división una noticia histórica del primitivo sistema de administración de la Provincia; sus alteraciones sucesivas; la época del establecimiento de la Intendencia y una serie cronológica de los señores Intendentes.

Seguirá el Tribunal de la Superintendencia; la Superior y Real Audiencia de Cuentas; y las juntas que haya en este ramo; el Ministerio de Real Hacienda en los Puertos, con sus Aduanas y Resguardos marítimos; los señores Intendentes, Subdelegados, Ministros y Administradores de las Provincias; la Dirección y Administración General de la Renta de Tabaco; su régimen y empleados en las plantaciones y factorías de este fruto.



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División eclesiástica

Empezará por una sucinta idea de lo que ha trabajado la Religión y sus Ministros en el aumento y felicidad de la Provincia por medio de las Misiones y del celo apostólico de los Primeros Prelados, Misioneros y Párrocos, hasta el establecimiento de los Obispados sufragáneos de esta Capital; los lugares en que ha residido su Silla hasta su exaltación a Metropolitana; concluyendo con la serie cronológica de los Ilustrísimos Señores Obispos.

El Vice Patronato Real; el Tribunal o Curia Eclesiástica; el Venerable Cabildo de la Santa Iglesia Metropolitana; el Ministerio Parroquial de la Capital y del Arzobispado por el orden de Vicarías; la Recaudación y Administración de Rentas Eclesiásticas con sus empleados; las Juntas piadosas o benéficas sujetas al brazo Eclesiástico; las Misiones, los Institutos religiosos de ambos sexos con la época de su fundación y actuales Superiores; los Seminarios Conciliares, Establecimientos piadosos de educación o beneficencia y los Hospitales sujetos a la jurisdicción eclesiástica.




División militar

Comprenderá la Capitanía General, con su Tribunal y Auditor; la Secretaría, con sus oficiales; Estado Mayor de la Capital y de las Plazas; Gobernadores de castillos y ciudadelas; Cuerpos Militares que componen la fuerza armada con las épocas de su creación, uniformes y jefes; Cuerpos facultativos; Marina militar; y Hospitales militares.




División mercantil

Previa una breve exposición del comercio de la Provincia y de sus emporios o puertos principales; de la Agricultura, Industria, tráfico interior y comunicaciones mercantiles con las inmediatas; de la introducción de las producciones agrícolas que forman hoy su prosperidad; del sistema de exportación de ella y de las providencias políticas con que la Metrópoli ha procurado su fomento; seguirá el establecimiento del Real Tribunal del Consulado, su instituto y extensión de jurisdicción con sus jueces y empleados; los Diputados consulares en los puertos; la lista de comerciantes y corredores de la Capital y Plazas de Comercio y la Marina mercantil; concluyendo con un estado de Importación y Exportación en el año anterior que manifieste las naciones amigas con quienes se ha hecho el comercio; los frutos extraídos y efectos introducidos.

La edición se hará en octavo, en buen papel y carácter, con toda la posible corrección. Estará encuadernada a la rústica, cortada y cubierta de papel de color que es todo lo que permite el arte en este país; haciendo presente al público que lo angustiado del tiempo y las otras atenciones de la Imprenta le aumentan el trabajo, y que el arancel estipulado obliga a los precios siguientes:

Los que quieran suscribirse desde cualquier punto de esta Capital, lo verificarán en la imprenta de la Gazeta, anticipando 10 reales por cada ejemplar, donde acudirán a recogerlo a principios del año entrante, el día   —222→   que se anuncie por la misma Gazeta. Los de las provincias recibirán el mismo aviso para el pueblo en que se depositarán los ejemplares destinados a aquel partido, cuyo porte desde el depósito hasta el lugar de su residencia será de cuenta de los mismos suscriptores.

Los no suscritos acudirán en esta Capital y las provincias, a los lugares que se señalen donde se les venderá cada ejemplar a 16 reales.

El Redactor de la Guía



Tal fue el proyecto, que se pensó realmente como visión muy completa de la vida del país, desde el descubrimiento y conquista hasta los primeros años del siglo XIX. Lamentablemente, sólo fue dable realizarlo en parte. De haberse llevado a término en su integridad, dispondríamos hoy de una obra invalorable para el completo conocimiento de los tres siglos de dominación hispánica en la actual Venezuela.

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La Gazeta de Caracas nos da, después, otras referencias complementarias del Calendario. En el número 73, p. 4, 2.ª, col., correspondiente a 1.º de diciembre de 1809, se lee el siguiente aviso: «En consideración a la distancia que hay de esta capital a alguna de las ciudades en que habrá quien desee suscribirse a la Guía de Forasteros se prorroga la suscripción hasta el 15 del mes entrante».

Si el Calendario se planeaba para 1810, la fecha de 15 de diciembre, como última data de suscripción, es perfectamente lógica.

En la Gazeta, núm. 78, correspondiente al 5 de enero de 1810, se lee el siguiente aviso:

«El redactor de la Guía ha tenido el disgusto de ver que algunas personas han llevado su desconfianza hasta el punto de reclamar el importe de la suscripción porque no se les ha entregado el ejemplar el primer día del año. El redactor está satisfecho de que no ha abusado de la confianza pública, pues en el prospecto inserto en la Gazeta de 27 de octubre del año pasado, no se comprometió a dar la Guía en primero de enero; además de esto ha tenido cuidado de advertir oportunamente al público las causas de la demora en la Gazeta de este año. A pesar de esta escrupulosa conducta hace de nuevo presente al público que la dilación no depende de omisión o descuido, sino de no estar completas las noticias, y que se halla ya fuera de la prensa la mitad del volumen que comprende todo aquello que ha estado al alcance del redactor».

«En la posada del Ángel y en la tienda de don Manuel Franco, esquina de la Torre, se halla de venta para noticia del público el prospecto de un nuevo Periódico que debe darse a la luz con permiso del Gobierno en este año».



En el último párrafo se alude al proyecto de la revista El Lucero, que no llegó a publicarse.

La causa de aplazarse la aparición del Calendario estaba en la falta de operarios en el taller de la imprenta. En efecto, en la Gazeta número 82, del 2 de febrero de 1810, puede leerse:

  —223→  

«La grave enfermedad del único operario que hay en la imprenta después del Director de ella ha sido causa de que la Gazeta no haya podido concluirse a tiempo para remitirla a las provincias. El director suplica a los señores suscriptores de lo interior tengan en consideración esta poderosa razón, y la de que es ésta la primera vez que ha dejado de cumplir su deber con el público después de 14 meses que tiene el honor de servirle».



En el número siguiente, el 83, correspondiente al 9 de febrero de 1810, al explicar el carácter de Gazeta Extraordinaria, confirma dramáticamente la dificultad de colaboración: «Aunque las razones que el director de la imprenta tuvo el honor de hacer presente al público sobre el retardo de la última Gazeta subsisten aún, pues ha muerto en estos días el único operario de esta oficina; cree que debe hacer este esfuerzo...».

La Gazeta de Caracas del 16 de febrero de 1810, en su número 85, p. 4, 2.ª col., vuelve a referirse al Calendario y suplica la benevolencia del público suscrito a la obra:

«No obstante la notoriedad de las razones que han mediado pata el retardo y alteración de la Gazeta por la falta de operarios en la imprenta, espera el redactor de la Guía que el público las tenga también en consideración para no extrañar el indispensable atraso que sufre ésta y la lentitud con que deberá continuarse este trabajo, mientras no se consiga algún oficial que ayude al director de la oficina».



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Pero no iban a terminar aquí las aventuras de este impreso durante su elaboración. El 19 de abril de 1810 se produce un acontecimiento extraordinario: la remoción general de las autoridades y un cambio sustancial en el régimen político de Venezuela. Y el Calendario todavía estaba sin publicarse. El Almanaque de 1810, con algo más de un tercio del año ya transcurrido, iba a tener poca utilidad. Pero, ahora, quedaba también herida de muerte otra parte de la publicación: «Los ramos del orden civil» se habían transformado, y de ello son muestra visible las raspaduras que aparecen en el impreso que conocemos sobre los nombres de Vicente Emparan y Joaquín Mosquera y Figueroa en la s páginas del Calendario. El mismo Resumen de la Historia de Venezuela, que constituye la mayor parte de lo impreso, también sufría golpe definitivo, pues se alteraba el rumbo político en los mismos días en que se estarían imprimiendo estas páginas. A partir del 19 de abril de 1810, el porvenir de Venezuela tomaba otra vía, y, por tanto, iba a ser muy distinta la estimación de la época comprendida entre la llegada de Colón y el «15 de julio de 1808», fechas inicial y terminal de la prosa histórica.

Y, del mismo modo, las otras partes anunciadas en el prospecto del 27 de octubre de 1809.

No obstante, la Gazeta de Caracas trae un expresivo aviso del redactor del Calendario, en su número 101, correspondiente al 2 de junio de 1810, p. 3, 2.ª col. Dice:

«El redactor de la Guía de Forasteros en Venezuela, deseoso de acreditar al público su exactitud, tiene el honor de anunciarle que ha resuelto darle   —224→   el fragmento de esta obra que estaba fuera de prensa cuando sobrevino el nuevo y deseado orden de cosas. En él hay una disculpa capaz de relevar al redactor de todo cargo con respecto a la continuación y conclusión de este trabajo, cuando no se han fijado aún los ramos de Gobierno y administración que deben suministrar los materiales. El Almanaque, la historia de Venezuela desde su descubrimiento hasta el 15 de julio de 1808, y algunos ramos del orden civil es lo único que las circunstancias nos han permitido ofrecer al público; y nos prometemos que esto le dará una prueba de que no era aventurada la aceptación con que honraba nuestras tareas. Si las preferentes ocupaciones en que estamos constituidos en servicio de la causa pública nos lo permiten, tendremos la satisfacción de corresponder dignamente en el año próximo a la bondad con que ha sido acogido este proyecto.

Los ejemplares estarán a disposición de los señores suscriptores desde el 10 del corriente, en los mismos lugares en que se suscribieron y para el público los habrá, además, de venta a 6 reales en la tienda de don Manuel Franco, esquina de la Torre.

Los señores suscriptores de las provincias los hallarán, francos de porte, en las estafetas de la jurisdicción donde residan».



Con este aviso se cancelaba un compromiso y una iniciativa que había tenido que habérselas con el estado rudimentario de la imprenta recién instalada en el país y con los acontecimientos públicos que se sucedían a tal velocidad, que difícilmente podían ser superados por un establecimiento tipográfico como el de Gallagher y Lamb. Además, dado el carácter mismo del impreso, el retraso y entorpecimiento en su aparición, le iban quitando todo valor. Quiso ser una obra que se anticipara a la actualidad previsible para 1810 -Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela, para el año de 1810-, y las condiciones industriales, por una parte, y por otra, el trastorno revolucionario de 1810, lo hicieron perecer antes de ver la luz del sol.

No puede negarse que el destino parece haberse complacido en crearle obstáculos a la primera empresa pública planeada después del primer periódico. Es muy explicable que el redactor propusiera el tener «la satisfacción de corresponder dignamente en el año próximo a la bondad con que ha sido acogido este proyecto».

En la última noticia de la Gazeta de Caracas, ya transcrita, se habla del suministro de materiales para el Calendario por parte de «los ramos de Gobierno y administración». Enrique Bernardo Núñez nos da algún dato respecto al punto. En la introducción al Calendario caraqueño 1949 escribe: «Por excitación del gobernador Vicente de Emparan, el Ayuntamiento comisionó a José Luis de Escalona, alcalde de primera elección, y al escribano Mariano (Casiano [?] Besares para recoger los datos relativos a la Provincia de Caracas. Los comisionados suministraron una lista de los Gobernadores de 1639 a 1706. La lista de los miembros del Muy Ilustre Ayuntamiento, la de funcionarios de la Real Cárcel de Corte y sus respectivos sueldos. Declaran que no les ha sido posible «descubrir la época en que se establece el Ayuntamiento». Otros materiales   —225→   existen en el Archivo del Consejo Municipal de Caracas, que me ha mostrado el actual Cronista de la Ciudad, Dr. Guillermo Meneses.

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Pero se dio por terminada la iniciativa y así, con sus solas 64 páginas, se entregaría a la circulación y a los suscriptores, una obra que se fue marchitando a medida que se prolongaba el tiempo de su impresión.




Aventura del impreso

De la obra como impreso no se tiene otra mención, que se conozca, hasta que aparece en el repertorio bibliográfico, incluido por James Mudie Spence en el segundo volumen de su obra The Land of Bolívar. En dicha relación figura con esta apostilla: «This rare work is one of the oldest specimens of Venezuelan printing», que daba la seguridad de su existencia, pues llegó a dudarse de que se hubiese impreso. El ejemplar que había pertenecido a Spence se identifica gracias a dos notas puestas en la cubierta por Adolfo Ernst, el sabio alemán a quien tanto debe la ciencia venezolana a partir de la segunda mitad del siglo XIX. De su puño y letra escribe: «Presented to Mr. James M. Spence by A. Ernst», y al pie de la portada, añade la glosa bibliográfica que el impreso merece en la historia de la imprenta venezolana, tema bien conocido por Ernst: «One of the oldest specimens of Printing in Caracas and very rare», o sea la misma apostilla que aparece en la obra de Spence.

Las menciones anteriores al Calendario son de Juan Vicente González, a través de una larga cita del texto de Bello en la Historia del Poder Civil en Colombia y Venezuela. Biografía de Martín Tovar, publicada en la Revista Literaria en 1865. Las alusiones posteriores, excepto la de Spence, son todas de segunda mano, derivadas de la extensa transcripción de Juan Vicente González. No es totalmente aventurado, por tanto, suponer que Ernst facilitara a Spence el mismo ejemplar que había utilizado Juan Vicente González, quien había fallecido en 1866. Si esta hipótesis es exacta, el ejemplar de Spence habrá sido la fuente de información para todas las referencias hechas al Calendario.

Prescindiendo de hipótesis tentadoras, lo que sí es indudable es lo siguiente: Spence, en 1871-1872, se lleva de Caracas, presentado por Ernst, el ejemplar del Calendario que se halla actualmente en el Museo Británico de Londres. Ignoramos cuál haya sido la suerte de este ejemplar desde que Spence lo recogió en Caracas hasta el momento de su ingreso en el Museo Británico.

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Como la extensa cita del Resumen de la Historia de Venezuela, que da Juan Vicente González, figura también en el Compendio de la Historia de Venezuela, obra del Dr. Francisco Javier Yanes, aunque publicada sin nombre de autor, en 1840, se creó una gran confusión en la bibliografía historiográfica venezolana, que ha durado largas décadas, a causa   —226→   de no conocerse directamente el impreso de 1810, y, además, porque en la obra de Yanes se acoge la acusación contra Bello de haber sido infidente en abril de 1810.

Planteaba el arduo problema de la atribución de un texto que aparecía, por un lado, como obra de don Francisco Javier Yanes, personaje honorable y digno de respeto, figura destacada en la Independencia venezolana; y, por otra parte, adjudicado a don Andrés Bello por un escritor tan estimable y profundo conocedor de la obra del sabio humanista, como Juan Vicente González. No era cuestión fácil ni cómoda decidirse por alguno de los dos extremos contradictorios.

Negarle la paternidad a Yanes era acusarlo de plagiario, con lo que se restaba autoridad y se menoscababa el sólido prestigio de una personalidad respetable por muchos conceptos. Era más hacedero creer o aceptar que Juan Vicente González había errado al asignar a Bello el texto en disputa, llevado quizás por su acendrado amor y su veneración hacia la figura del Maestro.

En general, quienes han analizado el punto han optado por lo segundo, y han sostenido que el texto era de Yanes.

Ahora bien, entiendo que en este caso se ha interferido un doble problema de atribuciones que ha enturbiado la consideración crítica de cuantos han tratado el tema hasta fecha muy reciente. A mi ver, las dos cuestiones cruzadas en este punto so n así:

A) Por una parte el Compendio de Yanes publicado sin firma provoca una primera pregunta respecto de quién fuese el autor, pues se editó anónimo y el privilegio de propiedad se libra a favor de don Antonio Damirón, impresor de la obra; y

B) El fragmento adjudicado a don Andrés Bello, como parte integrante del Compendio obliga a reconsiderar la primera atribución.

Si no se hacía el desglose y el deslinde de ambas cuestiones, parecía que la primera conclusión en favor de Yanes se contradecía abiertamente con el reconocimiento de otra mano para un fragmento de la obra. Y, para mayor confusión, como el texto citado a nombre de Bello figuraba con título semejante, o por lo menos, como si fuera de obra más extensa, obligaba a replantear el primer extremo con más fuerza todavía. Y en esta sarta de confusiones, se mezclaba además el que se pudiera hablar de Bello como autor de un texto, en una obra, en donde era acusado como responsable de un acto nefando: el de haber sido delator del movimiento del mes de abril de 1810 en pro de la Independencia Nacional.

Todo ello se aclara perfectamente, si consideramos que son dos cosas muy distintas la atribución del Compendio y la del Resumen de la Historia de Venezuela, que no es más que un texto interpolado en el primero.

Por otra parte, la confusión aumentaba por el hecho de conocer y reconocer solamente la existencia de un solo texto de historia patria, en tan enrevesado problema de atribuciones. Pero, una vez puesto en claro que hay un texto de 1809-1810 que se publicó en Caracas, y al que Juan Vicente González denomina Resumen de la Historia de Venezuela;   —227→   y otra obra distinta, o sea la que con el título de Compendio de la Historia de Venezuela desde su descubrimiento y conquista hasta que se declaró Estado Independiente, fue editada en Caracas en 1840, es natural que se presente a nuestros ojos de manera muy diferente el problema de atribuciones.

Pero, además, hay otra prueba irrebatible para comprobar que el enfoque crítico se había desorbitado. Es el simple cotejo de los dos textos. Comparada la transcripción de Yanes al lado de la cita de Juan Vicente González, aparece tan de bulto que se trata de un texto de 1810, rectificado o enmendado para ser publicado en 1840, que hay que aceptar inmediatamente el hecho de que Yanes utilizó una obra escrita treinta años antes. O se admite esta conclusión de manera absoluta, aunque no pudiera aducirse otro argumento -y los hay en abundancia- o debería aceptarse que Juan Vicente González es un impostor redomado, falsificador de textos históricos, operando sobre una porción de la obra de un hombre a quien respetaba, el Dr. Francisco Javier Yanes, para obtener una atribución falsa y punible en favor de un hombre a quien veneraba en demasía para hacerle tan flaco servicio: don Andrés Bello. Y ello es tan radicalmente disparatado, que la sola mención de su posibilidad, estoy seguro, enardece el ánimo del más indiferente en cuestiones de cultura venezolana.

No podía haber tal cosa.

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Creo que el examen sereno y desapasionado del asunto nos permite llegar a buen puerto, a conclusiones sólidas y razonadas, sin menoscabo de ningún prestigio, ni tener que recurrir a gestos de tragedia. Veamos los puntos esenciales:

1. En 1810, se publica, o mejor, se imprime, en Caracas un Calendario manual y Guía Universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810, en el que está la parte de Juan Vicente González llama Resumen de la Historia de Venezuela.

2. En 1840, el doctor Francisco Javier Yanes publica, cediendo la propiedad al editor, el Compendio de Historia de Venezuela desde su descubrimiento y conquista hasta que se declaró Estado Independiente. Impreso sin firma de autor. En el cuerpo de esta obra se vierte, con enmiendas de Yanes y notas adicionales, una parte de la redacción del Resumen de la Historia de Venezuela, escrito por Bello en 1809-1810.

3. En 1865, Juan Vicente González publica en su Historia del Poder Civil en Colombia y Venezuela. Biografía de Martín Tovar, una porción del texto de Bello transcrita directamente del impreso de 1810, restituyendo a su autor un fragmento de la obra que González estimaba como excelente y ponderada.

Prescindiendo de la literatura crítica posterior que ha desfigurado -con propósito noble, hay que reconocerlo- el problema bibliográfico, la única cosa que en las tres premisas establecidas puede parecer poco   —228→   defendible desde un punto de vista ético -o sentimental- es el segundo extremo. Pero tal interpretación me parece asimismo desproporcionada, pues aparte de que la obra de Yanes se publica sin firma, hay que pensar que no tenemos ninguna nota de las fuentes empleadas por Yanes en la preparación de su Compendio, y con toda seguridad en la obra hay otras páginas que provienen de otros estudios, impresos o no, conocidos por Yanes, sin que hoy puedan precisarse.

Y si a todo ello agregamos que el texto de Bello que comentamos había sido incluido en un Calendario sin nombre de autor; si nos atenemos, además, al carácter de una obra como ésta, impresa después de las páginas de un «Almanak» y antes de la enumeración de «algunos ramos del orden civil», tenemos que concluir que no es en verdad ningún delito grave en Yanes considerar «res nullius» el tan traído y llevado Resumen de la Historia de Venezuela.

No es justo querer sacar punta al hecho de que Yanes no citara como de Bello -en el caso que lo supiera- el texto aprovechado, cuando el propio Yanes no firma su Compendio.

Viene muy cuesta arriba tener que hallar intenciones perversas en Yanes, hombre probadamente íntegro, por no hacer mención de autor en esta cita, y es más forzado fundarse en que ello lo hace inducido porque sea el mismo Yanes quien acusa a Bello de haber traicionado a los conspiradores de los primeros días de abril de 1810. Generalmente las cosas, cuando se razonan, se convierten en hechos sencillos y claros, y se explican sin truculencias.

El hallazgo y el examen de un ejemplar del Calendario ha desvanecido todas las dudas y contradicciones en que se debatió la crítica bibliográfica respecto a tan famoso pleito. Han intervenido en él, con citas de textos, o con opiniones expresas sobre el problema de la atribución, nada menos que José Félix Blanco y Ramón Azpurúa, Ángel César Rivas, Arístides Rojas, El Cojo Ilustrado (III, n.º 68), Manuel Segundo Sánchez, Santiago Key-Ayala, José Eustaquio Machado, José Gil Fortoul, Gonzalo Picón Febres, Cristóbal L. Mendoza y Vicente Lecuna.

Todas las vacilaciones se resuelven teniendo a la vista el texto impreso en 1810, preciosa muestra de la primera imprenta venezolana. Hoy es problema resuelto.




Valor histórico y literario

Aparte el aspecto documental de este breve testimonio bibliográfico, que es el Calendario, se acrece a nuestros ojos su valía por el hecho de contener la única prosa relativamente extensa del humanista Andrés Bello, escrita en su juventud: el Resumen de la Historia de Venezuela.

No es, en verdad, desdeñable tener una muestra de la prosa de Andrés Bello, en forma de texto original en el que desarrolla la unidad de su pensamiento respecto a un asunto tan importante como la historia de su propio país, precisamente al finalizar la vida colonial. Es bien sabido que como literato sobresale Bello en poesía, pues la mayor parte de sus obras en prosa no son literarias, sino de carácter didáctico o sobre temas de investigación y crítica. Posiblemente las mejores páginas de Bello en prosa sean las de su discurso inaugural de la Universidad   —229→   de Chile, en setiembre de 1843. La finalidad estética la persiguió y la logró en el verso. No obstante, si nos atenemos a que la obra que es objeto del presente estudio, fue escrita por Bello a los veintisiete años de edad, el texto adquiere gran importancia para observar la elevada preparación de Bello en su juventud. Esta prosa puede ponerse perfectamente, sin que en nada desmerezca, al lado de los mejores poemas de Bello escritos durante su vida en Caracas: «Al Anauco», «Tirsis y Clori», «A la Victoria de Bailén». Es más, pienso que anuncian un prosista de más quilates que el que realmente aparece en sus obras posteriores. La razón de tal hecho está seguramente en que Bello no pudo dedicar mayor tiempo a pulir su estilo como prosista, pues tuvo siempre por delante una labor demasiado abrumadora, a la que quiso atender con sus estudios y su magisterio, desde el libro o desde la cátedra. Esta muestra de prosa juvenil es de gran interés y valor para conocer el escritor que hubo en Bello.

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El conocimiento del raro impreso da pleno sentido a las palabras con que Juan Vicente González glosa el fragmento que transcribe en la Biografía de Martín Tovar. Dice:

«Bello contaba así, en los primeros años de su juventud, los progresos de Venezuela, sin que su edad, el carácter de la época ni su puesto al lado del Capitán General detuviesen su pluma en el juicio de los conquistadores ni lo modificasen. A esos breves apuntes han ocurrido cuantos han deseado tener alguna idea de nuestra historia durante el siglo XVII. Desde el padre Las Casas, todos los que han hablado de la conquista la han pintado con horribles colores, representando a los españoles como monstruos feroces, sin virtud alguna, indignos de pertenecer a la especie humana. Bello, filósofo imparcial, si bien condena altamente los abusos de la fuerza al servicio de la América, recoge lo que puede alabarse y da su parte en la del valle hermoso de Maya al contagio de las viruelas, traído a Venezuela en un navío portugués procedente de Guinea (1580)».



Es clara la alusión a la unidad histórica que abarca la obra de Bello: «desde el descubrimiento hasta el 15 de julio de 1808», aunque Juan Vicente González sólo reproduce la parte final del Resumen.

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Este constituye una visión sintética de la colonia española, estimada en conjunto y ceñida a un país: Venezuela. Es la primera que se escribe en Hispanoamérica, en vísperas del movimiento de Independencia, y debida a la «elegante pluma» como la llama Juan Vicente González, del joven Andrés Bello. No cabe duda de que el texto se preparó en 1809, puesto que debía imprimirse en el Calendario para el año de 1810. La fecha tope, «el 15 de julio de 1808», nos indica también el afán de finalizar en época inmediatamente precedente el momento de escribir el resumen del pretérito venezolano.

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Es digno de particular atención el hecho de tener idea de la unidad venezolana como tema y como sujeto de personalidad histórica. En 1809 la unidad geográfico-política venezolana contaba algo más de tres décadas. Constituye este Resumen la primera estimación nacional de Venezuela, aunque enfocada todavía como entidad dependiente de la Metrópoli. Esta consideración basta para otorgarle al Resumen el merecimiento de obra extraordinaria.

Pero hay algo más. Es obra de Bello, quien desde su puesto en la Capitanía General intervenía en cuantas empresas de cultura se acometían en la primera década del siglo XIX. Lo conocemos maestro, traductor, intérprete, poeta, dramaturgo, contertulio de los centros literarios de Caracas, redactor del único periódico: la Gazeta de Caracas, estudioso del lenguaje y, con el Resumen, historiador del suelo natal, del que será el más valioso cantor en poesía.

El Resumen es la única prosa que por ahora poseemos del tiempo de Bello en Caracas. Estas 41 páginas en el modesto pero venerable Calendario nos manifiestan un escritor de estilo sazonado, emparentado con la más castiza prosa castellana. Estilista, con dominio logrado del idioma, lleno de ascendencia clásica de la que no está ausente Cervantes. Prosa severa, sin afectación, rotunda, con párrafos cortados magistralmente, de manera particular en los pasajes de síntesis de ideas interpretativas de períodos históricos o de principios generales. También logra ciertos singulares trozos descriptivos de la naturaleza, con lo que se anuncia el futuro autor de las Silvas Americanas.

En cuanto a los conceptos históricos emitidos por Bello, el Resumen es admirable muestra de equilibrio en el juicio, puesto que dentro del criterio de quien escribe en un régimen político sujeto a una Metrópolis, es en verdad Bello «filósofo imparcial», como asienta en su glosa Juan Vicente González. La ponderación de su carácter se muestra ya en esta prosa escrita a los veintisiete años.

Estas páginas son el primer intento de historia patria, en Venezuela, pues, aunque fechadas en vísperas de la Independencia, e impresas en el mismo año del primer levantamiento hispanoamericano, son ordenada expresión del pensamiento nacional en el Continente. Este texto añade al nombre glorioso de Bello un nuevo timbre no despreciable: el de ser el primer intérprete de una nacionalidad hispanoamericana. Hay que considerar a Bello como autor del primer escrito de análisis filosófico-político de la actuación de España en la etapa colonial venezolana.

De ahí la trascendencia de esta obra en la historia de la cultura americana, además del valor literario del texto y de la significación que tiene para profundizar más en el aquilatamiento de la compleja personalidad del primer humanista de América.

***

Es notable también el interés literario que tiene el Resumen de la Historia de Venezuela como precedente de la obra poética mayor de Bello. En sus palabras resalta de manera franca y cordial el canto apasionado a la naturaleza del trópico, con las reflexiones morales y la   —231→   visión amorosa de sus frutos, como anticipo juvenil al gran poema «A la Agricultura de la zona tórrida» y la «Alocución a la poesía», obras que bastan para inmortalizar el nombre de Bello en la historia de la cultura continental. Aparece en este Resumen, en agraz, en un bosquejo en prosa, su gran concepción poética de las Silvas, que habrá de publicar en Londres quince años más tarde.

Si en la capital inglesa el poema es un canto de añoranza a su propia tierra, canto escrito en la edad madura, entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años de edad, mientras lejos de su país reconstruye y exalta la grandiosidad de la naturaleza tropical, a base de los recuerdos más íntimos de su alma -corazón, espíritu y retina-, en esta prosa comienza a urdir la primera manifestación literaria que había de culminar en sus maravillosos poemas. Algo como la precreación poética, como antecedente de más perfecta expresión se halla en estas páginas, compuestas en 1809 y editadas en tan azarosas circunstancias a mediados de 1810.

Las diferencias son notorias, pues no en vano esta prosa está datada a los veintisiete o veintiocho años de Bello, y, consiguientemente, no puede codearse con los mejores poemas de su estilo en sazón. Por otra parte, es una redacción destinada a ilustrar viajeros que llegan ávidos a Venezuela a fin de que puedan disponer de su «Guía universal de forasteros», que les informe, entre otras cosas, de la razón de tan estupenda naturaleza. ¿No es, todavía hoy, el enigma y la sorpresa para cuantos llegamos a tan ubérrimas tierras? ¿No ha sido para Bello el recuerdo más punzante y más fecundo mientras permanece entre las brumas de la capital inglesa? Ahí está como respuesta, su espléndido poema: «A la Agricultura de la zona tórrida» y su «Alocución a la poesía».

Y en sus años juveniles tenemos ahora la prosa bien trabada que traduce su visión virgiliana del propio suelo.

Si de la prosa al poema hay diferencia tanta, es posible, sin embargo, hallar en ambas obras el mismo ánimo y la misma disposición poética. Aletea en la prosa de Bello el profundo deseo de ensalzar a «un país donde la naturaleza ostentaba todo el aparato de la vegetación», «el germen de la agricultura en el suelo privilegiado de Venezuela»; «a aumentar el capital de su prosperidad agrícola y a elevar su territorio al rango que le asignaba su fertilidad, y la benéfica influencia de su clima».

El canto a los «deliciosos valles de Aragua», «al majestuoso lago de Valencia», al Valle de Chacao, a la parte Oriental de Venezuela, a Coro, a la Guayana, a Barinas, a los valles de Güinima, a Margarita, a los «inmensos y feraces llanos de Venezuela», es decir, la contemplación del país incorporándose por la obra activa del labrador, en los «placeres de la vida campestre», en «la más generosa hospitalidad» hacia una Venezuela que «tardó poco en conocer sus fuerzas» como «uno de los más preciosos dominios de la monarquía española». Todo ello está en esta prosa primeriza del primer humanista de América, como idea anticipada de su famoso poema.

Es curioso que pervivan en la «Silva a la Zona Tórrida» y en la «Alocución a la poesía» algunas expresiones que hallamos en el Resumen. Por ejemplo:

  —232→  

Dice Bello en su prosa: «Nada hallaba en los valles de Aragua que no le inclinase a hacer más lenta su marcha por ellos». Y se lee en la «Alocución a la poesía»:


Oh! si ya de cuidados enojosos
exento, por las márgenes amenas
del Aragua moviese
el tardo incierto paso;



O bien este pasaje: «Bien pronto se vieron desmontadas, cultivadas y cubiertas de café las montañas y colinas, que conservaban hasta entonces los primitivos caracteres de la creación», mientras se halla en la «Alocución a la poesía»:


podrás los climas retratar, que entero
el vigor guardan genital primero
con que la voz omnipotente, oída
del hondo caos, hinchió la tierra, apenas
sobre su informe faz aparecida,
y de verdura la cubrió y de vida.



Dice Bello en su prosa: «... cuando toda la América levantaba al cielo sus brazos...» imagen que recuerda luego en la «Silva a la Zona Tórrida»:


... que, suelto el cuello de extranjero yugo,
irguiese al cielo el hombre americano...



Y, por último, en las estancias finales de la «Silva a la Zona Tórrida», Bello escribe:


honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama...



como si resonaran, en el poema, algunos pasajes de su prosa de 1809-1810. Veámoslos: «... han dejado a la posteridad ejemplos de valor...», «... y la posteridad, desnuda de prestigio ha decretado eterna gratitud a unos labradores que ofrecieron tan hermoso manantial de riqueza...». «La posteridad de Venezuela oirá con placer, y repetirá con gratitud el nombre del Ilmo. Prelado que supo señalar la época de su gobierno espiritual con tan precioso ramo de prosperidad pública [el café], y el   —233→   respetable nombre de Mohedano recordará los Blandín y Sojo, que siguieron ejemplo tan filantrópico...».

***

En la enumeración de los frutos del solar patrio, está ya en la prosa de Bello el mismo acendrado encanto con que poetiza en la Silva. El cacao es «precioso fruto de los valles de Venezuela»; el añil, «preciosa producción de la agricultura de Venezuela»; el café, «precioso germen que empezaba a desarrollarse en las inmediaciones de Caracas»; y así «la Europa sabe por la primera vez que en Venezuela hay algo más que cacao, cuando ve llegar cargados los bajeles de la compañía [Guipuzcoana], de tabaco, de añil, de cueros, de dividive, de bálsamos y otras preciosas curiosidades que ofrecía este país a la industria, a los placeres y a la medicina del Antiguo Mundo».

***

He analizado más de una vez los rasgos estilísticos de este primer intento de historia patria, así como el notabilísimo interés que ofrece la comparación del «Resumen», con los poemas que Bello elaborará unos años más tarde en Londres: La silva A la Agricultura de la Zona Tórrida y la silva Alocución a la poesía. Hay evidentísimas reminiscencias de pasajes de la prosa del «Resumen» en algunas estancias de las silvas, lo que aumenta todavía más la valía de este texto de Bello. Los paralelismos son evidentes, por lo que podemos afirmar sin titubeos que la evocación de añoranzas que campea en las creaciones poéticas del humanista en sus días de residencia en la capital inglesa, tienen raíces claras en sus conceptos de Caracas, antes de 1810.

El «Resumen» presenta, a mi juicio, dos partes de clara diferenciación, perfectamente apreciables.

De las 40 páginas que forman la edición original, las 30 primeras corresponden a la síntesis histórica de los siglos XVI y XVII en Venezuela, en la cual sigue y se apoya en obras ajenas, principalmente en la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, de José de Oviedo y Baños, cuyo texto es a todas luces su inmediato antecedente. Se puede seguir paso a paso el modelo de Oviedo y Baños, que debe haber tenido a la vista o sabido de memoria. Juzgo más bien lo primero, por cuanto con gran frecuencia afloran sentencias y giros reproducidos literalmente. Otras veces la paráfrasis y la síntesis son también fácilmente identificables. Con todo, hay pasajes que han de tener otras fuentes, especialmente al referirse a los sucesos históricos relativos al Oriente del país, en particular a Guayana.

Pero en las diez últimas páginas del «Resumen», desde el párrafo que empieza: «En los fines del siglo XVII, debe empezar la época de la regeneración civil de Venezuela...» creo ver otra forma y estilo, claramente más personal. Las ideas y el lenguaje cobran mayor altura y, desde luego, ofrece para nosotros el interés de hallarnos ante una redacción del joven Bello en su plena expresión propia. Hay fragmentos de gran fuerza poética, con notas e imágenes de clara inspiración, con observaciones   —234→   basadas en la visión directa. La interpretación de los sucesos desde principios del siglo XVIII, así como la caracterización de la población son debidas a la reflexión personal de Bello. Evidentemente, registra hechos que a caso ha conocido por la tradición oral, pero no me cabe la menor duda acerca de que la mayor parte de los conceptos corresponde a vivencias propias del autor.

El estilo alcanza excelentes cualidades, tanto en la narración y la descripción, que fluye con notable soltura, como en las partes donde estallan expresiones de profundo lirismo. Como testimonio de la identificación de Bello con la naturaleza del país es superior al que hallamos en las composiciones en verso que de la época de Caracas han llegado hasta nosotros, así como es más rotunda la idea del destino histórico de Venezuela. Creo ver una adscripción espiritual con la tierra, los lugares, las gentes y sus costumbres, entendido el todo como base del ser americano en el trópico. Y en esta comprensión radican, a mi juicio, las fuentes del nuevo humanismo que alentará para siempre en toda la vida de Bello.

Ante el «Resumen», me pregunto cuál sería la íntima intención de Bello al redactarlo y al propiciar su divulgación. En realidad, es el primer escrito de cierto vuelo que publica en su existencia, si descontamos las colaboraciones periodísticas anónimas como redactor de la Gazeta de Caracas. Tenemos referencia de la actividad que había desplegado a través del Ayuntamiento de Caracas para procurarse los datos e informaciones necesarias para documentar una obra de gran tamaño, que había de ser una presentación integral del país. Eso tenía que haber sido el Calendario Manual, si los avatares y las circunstancias no lo hubiesen dejado trunco. Pero, la cuestión fundamental está en respondernos por qué siente Bello el deseo de trazar la historia de Venezuela, siquiera en síntesis apretada. Bello a los 27 años se ve con ánimo de ensayar la breve crónica de la evolución histórica del país, del que está evidentemente enamorado, y, armado de sus lecturas, consigna los hitos precisos del descubrimiento, conquista y población, para remontarse después, a partir de los comienzos del siglo XVIII al intento de explicar las conclusiones de su reflexión y meditación. El propósito excede los límites de la simple reseña de la organización administrativa y las «divisiones» en que estaba ordenada la Capitanía General de Venezuela. Ello era la obligación de un Calendario Manual. Pero, el «Resumen de la Historia» ha de obedecer a una finalidad distinta. ¿Había influido la presencia de viajeros como Humboldt, Bonpland, Depons, etc., para incitar a Bello hacia la necesidad de «presentar» la realidad histórica y actual de Venezuela, ante los ojos de los «forasteros», como reza el título del Calendario?

Bello en el tiempo de elaboración del «Resumen» goza de la general estimación de sus coetáneos, con excelente crédito como funcionario de la Capitanía, y con buena fama como joven sabio y amante y cultor de las letras.

Al mismo momento pertenece otra iniciativa, emprendida con Francisco Isnardy: la de llevar a término la edición semanal de una revista,   —235→   El Lucero, que lamentablemente no pasó de proyecto. Ambas iniciativas han de responder a preocupación semejante, pero el «Resumen» persigue un fin más trascendente: es la obra de una persona que se siente preparada para acometer la explicación del carácter y el destino del país, persuadido de la alta jerarquía que le tenía reservada la Providencia. Tal es, a mi juicio, la razón poderosa que impulsa a Bello a escribir el «Resumen», para ofrecer a los coetáneos una rápida ojeada al proceso de integración de su Venezuela, como estampa en las palabras iniciales del «Proyecto» con que anuncia la publicación: «La Provincia de Venezuela debe elevarse al rango que la naturaleza le destina en la América».

***

Del amor de Bello a esta tierra, hay constantes manifestaciones en el «Resumen». Escojo unas pocas: «... el hermoso país que habitamos»; «... eligiendo para fundar la ciudad de Nueva Valencia del Rey, la hermosa, fértil y saludable llanura en que se halla actualmente»; «... un país donde la naturaleza ostentaba todo el aparato de su vegetación»; «...otras naciones privaban a la Metrópoli de recibir directamente el precioso fruto de los valles de Venezuela (el cacao)...»; «No fue sólo el cultivo de este precioso fruto (el cacao) el que contribuyó a desenvolver el germen de la agricultura en el suelo privilegiado de Venezuela; nuevas producciones vinieron a aumentar el capital de su prosperidad agrícola y a elevar su territorio al rango que le asignaba su fertilidad y la benéfica influencia de su clima»; «Los primeros ensayos de don Antonio Arvide y don Pablo Orendain sobre el añil dieron a esta preciosa producción de la agricultura de Venezuela un distinguido lugar en los mercados de Europa. El gobierno honró y recompensó sus filantrópicas tareas y la posteridad, desnuda de prestigios, ha decretado eterna gratitud a unos labradores que ofrecieron tan precioso manantial de riqueza, desde los valles de Aragua, teatro de sus primeros ensayos, hasta Barinas que ha participado ya del fruto de tan importante producción»; «Apenas se conoció bien el cultivo y la elaboración del añil, se vieron llegar los deliciosos valles de Aragua a un grado de riqueza y población de que apenas habrá ejemplo entre los pueblos más activos e industriosos, desde la Victoria hasta Valencia no se descubría otra perspectiva que la de la felicidad y la abundancia, y el viajero fatigado de la aspereza de las montañas que separan a este risueño país de la capital se veía encantado con los placeres de la vida campestre y acogido en todas partes con la más generosa hospitalidad. Nada hallaba en los valles de Aragua que no le inclinase a hacer más lenta su marcha por ellos y por todas partes veía alternar la elaboración del añil, con la del azúcar; y a cada paso encontraba un propietario americano o un arrendatario vizcaíno que disputaba el honor de ofrecerle todas las comodidades que proporciona la economía rural». Y, después de mencionar varias poblaciones y su transformación, concluye: «y las orillas del majestuoso Lago de Valencia que señorea esta porción del país de Venezuela, se ven animadas por una agricultura que renovándose todos los años provee en gran parte a la subsistencia de la capital»; «El residuo de los alimentos   —236→   que ofrecía este suelo feraz a sus moradores, pasaba a alimentar las islas vecinas...»; «... el hermoso país que desde las inundadas llanuras del Orinoco hasta las despobladas orillas del Hacha, forma una de las más pingües e interesantes posesiones de la Monarquía Española...».

***

Y acerca del alto destino reservado al país por la Providencia, está asimismo repleto de referencias el «Resumen» de Bello, de lo cual transcribo asimismo unas pocas menciones:

«... esperaban sus conquistadores el reposo necesario para elevarla (a Venezuela) a la prosperidad a que le destinaba la naturaleza»; «... se hallaba todavía en su infancia al sur de ambas provincias, una (la de Guayana) que debía formar algún día la porción más interesante de la Capitanía General de Caracas. La Guayana, a quien el Orinoco destinaba a enseñorear todo el país que separan del mar los Andes de Venezuela...»; «... se vieron nacer (en el Oriente) a impulsos de la fertilidad con que el país convidaba al trabajo algunas poblaciones»; «... mas a pesar de la lentitud vemos que apenas se desarrolla su agricultura, obtiene el fruto de su primitivo cultivo la preferencia en todos los mercados, y el cacao de Caracas excede en valor al del mismo país que lo había suministrado a sus labradores...»; «... se ensancharon milagrosamente los oprimidos resortes de su prosperidad, y se empezaron a coger los frutos del árbol que sembró, a la verdad, la Compañía; pero que empezaba a marchitarse con su maléfica sombra...».

La afirmación más importante, según creo, acerca del destino de Venezuela, está en la sentencia de Bello en la cual sintetiza su juicio sobre la Compañía Guipuzcoana, cuando después de elogiar los saludables efectos de su funcionamiento, escribe: «... Harían siempre apreciable la institución... si semejantes establecimientos pudieran ser útiles cuando las sociedades pasando de la infancia no necesitan de las andaderas con que aprendieron a dar los primeros pasos hacia su engrandecimiento. Venezuela tardó poco en conocer sus fuerzas y la primera aplicación que hizo de ellas, fue procurar desembarazarse de los obstáculos que le impedían el libre uso de sus miembros».

Estas palabras -de valor profético- se imprimían exactamente en los mismos días del 19 de abril de 1810.

La prosa del «Resumen» está escrita con goce y alegría. Habrá sido para Bello una grata ocupación, tanto por su propio solaz, como por dar a sus coetáneos una breve ojeada de su Venezuela. Después de con signar los trazos de los siglos XVI y XVII, eleva la prosa con la relación de sus propias conclusiones: la riqueza y hermosura naturales del país, su progreso con la racional explotación agrícola; y el logro de la mayoría de edad a fines del siglo XVIII, con lo cual podía gobernar su propio futuro.

En las virtudes del campo, sobre un suelo fecundísimo, las gentes formadas en el trabajo podían alcanzar cumplidamente el alto rango que la Providencia tenía reservado a Venezuela.

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Tal es el mensaje que nos deja el joven Bello en estas breves páginas del «Resumen de la Historia de Venezuela», que merecen la atención de las generaciones actuales y futuras de Venezuela.




Valor bibliográfico


El primer libro impreso en Venezuela

En la historia de la imprenta venezolana, este impreso tiene considerable valor. Las investigaciones sobre la primera instalación regular de la imprenta en el país convencen cada día más que el arte de Gutenberg se introdujo en Caracas en 1808, con el taller de Gallagher y Lamb.

La discusión sobre cuál debe estimarse el primer libro impreso en Venezuela se ciñe a obras aparecidas en 1811 o 1812, ya que no es posible retrotraer el problema a fecha más remota. Las diversas publicaciones que son traídas a dictamen refieren estos años. El lector interesado debe consultar los trabajos de Manuel Segundo Sánchez y del doctor Santiago Key-Ayala, quienes en más de una oportunidad han tratado el punto.

Ninguna de las ediciones analizadas lleva pie de 1810, de manera que nuestro Calendario goza ya de considerable prioridad respecto a las otras publicaciones. Es decir, dentro del grupo de «incunables venezolanos», es éste el más venerable de que se tiene conocimiento seguro.

Además, la misma concepción de la obra, aunque aparezca modesta en su título, le da respetable categoría de empresa nacional, puesto que aspiraba a ser registro exacto de la organización del país, valía acrecentada, por otra parte, con la interpretación de los tres siglos de vida colonial, y la historia de cada División.

Ninguna de las iniciativas inmediatamente posteriores tuvo el aliento y ambición de este primer proyecto de libro a publicar por medio de la imprenta de Caracas. Quizás ni la Lógica, de Condillac, editada en 1812, alcanza mayor vuelo que nuestro Calendario, pues se reducía a una simple reimpresión de obra editada en España.

Tampoco logra ninguno de los primitivos impresos caraqueños una tan alta significación venezolana como este intento de reseña puntual de los organismos y personas que integraban la Venezuela de 1809-1810. Ni es posible encontrar en este tiempo un impreso de tanto vuelo espiritual como las 41 páginas del Resumen de la Historia de Venezuela. Y por si todo lo expuesto fuera poco, cabe recordar que es obra de Andrés Bello el texto del Resumen y seguramente débese a iniciativa suya la totalidad de la publicación. Título, éste solo, más que bastante para darle valor de preciosa realización en la historia del pensamiento y de la imprenta venezolana.

Ya no está vigente el antiguo requisito técnico de que para ser libro debía tener cien páginas, hoy bastan 49, sin contar la cubierta. Y el Calendario es de 64 páginas, pero, además, tal como nos describe el Prospecto de 27 de octubre de 1809 lo que iba a ser el Calendario, habría sido una obra muy voluminosa, ya que sólo vio la luz la parte introductoria y la sección primera -y aún inconclusa- de las cinco que iba a tener la publicación entera. Es más, podemos deducir la   —238→   dimensión total por el precio fijado a la suscripción: 16 reales en el Prospecto anunciador. Si lo comparamos con los seis reales en que se estipulan las 64 páginas publicadas, podemos estimar este fragmento, aproximadamente, como la tercera parte del impreso planeado. O sea que nos habría dado un tomo de más de 170 páginas.

Por todas estas razones, estimo que el Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para el alzo de 1810 debe ser tenido con pleno título por el primer libro impreso en Venezuela. La dimensión espiritual del contenido -el realizado y el inconcluso- le otorga tal mérito. Cumple la condición al tener más de 49 páginas.

1968.






ArribaAbajoIII. Impresos de Angostura


ArribaAbajoI. La imprenta de Andrés Roderick

En la página cuatro del primer número del Correo del Orinoco corre inserto el prospecto del periódico, en el cual se proclama exactamente lo que significa la obra de la imprenta instalada en Angostura: «... una Gazeta, cuya sola existencia en el centro de estas inmensas soledades del Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano...».

El taller del impresor, instalado en 1817 en «las playas ardientes del Orinoco», como las denomina Bolívar el 26 de octubre de 1825, desde la cumbre del Potosí; o en «las abrasadas riberas del Orinoco», como las apellida en su Mensaje al Congreso de Colombia, el 24 de enero de 1830, es un prodigio del esfuerzo del Libertador, al par de una de sus más clarividentes previsiones para llevar a cabo la Emancipación. Es bien sabido que el Libertador juzgaba que la imprenta era indispensable para la realización de sus propósitos de libertad e independencia para los pueblos americanos. Apenas se sintió con pie firme en Guayana se empeñó en disponer de un taller tipográfico que hiciese una más rápida y amplia comunicación con los ciudadanos de su naciente Estado y divulgase las noticias a los países del exterior.

Entre el día 1.º y el 4 del mes de octubre de 1817 arribaba a la capital del Orinoco la goleta «María», desde Trinidad, llevando a bordo la modesta prensa, que Tavera Acosta describe en esta forma:

«El tamaño, verticalmente, es de 180 centímetros de alto por 79 de ancho horizontal. El largo de la plataforma: en el centro tiene 69 centímetros y 75 en los ángulos; el ancho, en las extremidades, 53, y en el centro, 54; el espesor es de uno y medio. La platina mide 64 x 49. En el arco superior, que une las columnas posteriores, hay un rótulo en relieve que dice: The Washington Press. El carro tiene de largo 144 x 30. Poseía varias fuentes   —239→   de tipos: long primer y small pica, con sus respectivas itálicas y letras blancas para títulos o epígrafes».



Costó 2.200 pesos.

Bien modesto instrumento para alcanzar los altos fines de la liberación del Continente. La fuerza espiritual y la energía del conductor de los destinos políticos supliría la escasez de medios. ¿No fue éste, acaso, el signo constante de la lucha por la liberación americana desde 1810? El impresor, Andrés Roderick, de probable linaje inglés, aunque se le llame francés por algunos historiadores, se puso a la obra inmediatamente. Del mes de octubre de 1817 se ha conserva do un solo impreso: la Ley sobre la repartición de bienes nacionales entre los militares de todas clases de la República de Venezuela. Los esqueletos de la documentación administrativa para uso del Gobierno de Angostura habrán sido asimismo de los primerísimos impresos del taller de Roderick, en 1817. Se estableció inicialmente en la casa particular de José Luis Cornieles, cerca del Parque de Artillería. Consta en el Correo del Orinoco, que hasta su n.º 91, de 30 de diciembre de 1820, está domiciliada en la calle de la Muralla, n.º 83. Después, en 1821, se instalará en la Plaza de la Catedral, en el mismo edificio donde se reunió el Congreso de Angostura, como símbolo de la conjunción de trabajos o ideales a fines.

Cooperaron con Roderick en las tareas de su oficio los tipógrafos Thomas Taverner, inglés; el joven Juan José Pérez, y como empleados José Santos y Juan Nepomuceno Ribas. Al retirarse Roderick de Angostura, en 1821, fueron titulares de la imprenta, sucesivamente, Tomás Bradshaw y Guillermo Burrell Stewart. Con este último desempeñó el cargo de administrador Juan Bernard, quien vivía en el mismo establecimiento. Hubo de resistir este taller de Angostura varias amenazas de traslado: a la Nueva Granada, a Maracaibo y a Cumaná, pero fracasaron todos los intentos de retirarla de la capital del Orinoco.

El destino ulterior de la prensa de Roderick lo relata Tavera Acosta: se incorporó al establecimiento tipográfico de Pedro Cristiano Vicentini; pasó luego al poder de Juan Manuel Sucre, sobrino del Mariscal. Fue relegada como trasto viejo, hasta que la reconstruyó don Agustín Suegart, en su establecimiento tipográfico «La Empresa». A fines del siglo XIX estaba todavía en uso, y en 1911 fue obsequiada al Museo Nacional de Caracas. Consta que, más tarde, el General Arístides Tellería la donó al Museo Bolivariano, donde se exhibió con todos los debidos honores. Está actualmente donde debe estar: en el Museo de Guayana, en Ciudad Bolívar.

***

Por los impresos de Andrés Roderick conocemos los varios títulos con que identificaba su carácter de artesano de la revolución. Desde el comienzo de su actividad en 1817 («Impresor del gobierno», «Government Printer», en las publicaciones en inglés), fue el rubro que más usó, a veces expresado como «Impresor del Supremo gobierno», en 1818 y en 1820. También empleó el de «Impresor del Ejército de la República»   —240→   en los Boletines de las campañas. Excepcionalmente, se denomina: «Impresor de la República», en 1819.

La obra llevada a término por Roderick en Angostura, desde 1817 a 1820, es realmente notable. Bastaría el recuerdo de su impreso mayor, el Correo del Orinoco, para otorgarle el título de artífice extraordinario en la historia venezolana d el arte tipográfico. Además, el conjunto de los restantes impresos que he podido reunir hasta ahora, forma un repertorio considerable que acredita muy legítimamente para el taller de Roderick el homenaje de la posteridad. En la colección de facsímiles coleccionados durante varios años, se ve ostensiblemente la alta calidad profesional de nuestro impresor.

Ha de haberse perdido una gran parte de la producción tipográfica del taller de Roderick. La explicación es lógica, pues además de las causas generales de la desaparición de impresos por corresponder a una época tormentosa en plena guerra de la independencia, han de tenerse en cuenta otros factores que contribuyeron a convertir los impresos de Roderick en piezas de extrema rareza. Pienso en el reducido número de ejemplares que habrá tenido cada tirada, ya que aunque la imprenta haya dispuesto de regular capacidad y quizás de medios no tan escasos, la administración pública del Gobierno de Angostura fue sobria y extraordinariamente parca en los gastos públicos, por cuanto que disponía de un erario sumamente reducido y consiguientemente imprimía los ejemplares indispensables. Por otra parte, los impresos de Roderick debían ser distribuidos en el país y en el exterior, a fin de cumplir en forma cabal con la primordial intención de divulgar los sucesos y el pensamiento del Gobierno. De ahí que la dispersión de los impresos desde Venezuela, dada la enorme extensión que debía abarcar en medio de las circunstancias de una guerra exterminadora, tanto como el dominio patriota sobre pocos centros urbanos que son los que habitualmente evitan la desaparición de tales documentos, hacen rarísimas las publicaciones de Roderick, que hoy día han sobrevivido a la tormenta heroica. De algunas sólo hemos localizado un ejemplar en archivos públicos o en colecciones privadas conservadas por los mismos protagonistas de los sucesos históricos.

Por último, el carácter provisional, transitorio, de la ciudad de Angostura como centro político de la República, también habrá sido causa poderosa para la extinción de estos papeles impresos por Roderick, durante los años de iniciación de la definitiva emancipación del Continente. De haberse estabilizado posteriormente en Angostura la capital de Venezuela, se hubiese, acaso, salvado de tan aplastante destrucción un mayor número de publicaciones.

Por todo ello, los pocos ejemplares que se han conservado merecen sobradamente la reimpresión facsimilar en el momento en que se conmemora el Sesquicentenario del Congreso de Angostura.

El taller de Andrés Roderick en Angostura, inicia una importantísima etapa de la imprenta en Venezuela. Introducida en Caracas en 1808, había existido también en Cumaná desde 1810, y en Valencia desde 1812. Al perderse la Primera República, continuó la imprenta en estas ciudades, en manos de los realistas. En 1815 trajo imprenta la   —241→   Expedición Pacificadora al mando de Pablo Morillo. En 1816, Bolívar, en la Expedición de los Cayos, trae también su imprenta con el fiel Juan Baillio como impresor, pero se perdió el taller en la rota de Ocumare. Al emprender la campaña desde Guayana, en 1817, se incorpora a la historia el taller de Andrés Roderick, como testimonio de la marcha ascendente, que será decisiva, del impulso hacia la Independencia: la campaña de Apure, Boyacá, liberación de la Nueva Granada, el Armisticio, Carabobo, liberación de Caracas y Maracaibo, y el comienzo de la marcha hacia el Sur, son los hitos que van señalando en los impresos de Angostura los pasos victoriosos de la empresa quijotesca iniciada a orillas del Orinoco en 1817.

El haz de impresos reunidos comprende desde los documentos de despacho administrativo de que requiere un Gobierno: papel timbrado para oficios y comunicaciones, para nombramientos y ascensos, para patentes, etc., hasta los registros más trascendentales de la Revolución: Leyes, Decretos, actuaciones del Congreso, Bandos, Declaraciones, etc.; junto a las huellas de la lucha por la independencia: Proclamas, Boletines del Ejército Libertador de Venezuela, Armisticio, Tratado regularizador de la guerra. Y para completar el cuadro de la vida en el Estado renaciente, también figuran reclamaciones particulares o el delicioso «Desafío de caballos», que nos atestigua aspectos sociales en los antípodas de los combates sangrientos.

Y, por encima de todo, el Correo del Orinoco, ejemplo de periodismo bien concebido, que recogió en sus columnas el pensamiento de los mejores hombres de una época de excepción, «pórtico de una transformación radical» y «fuente documental» para «historiadores y grandes coleccionistas, como Yanes y Mendoza, y Blanco y Azpurúa», tal como asevera Luis Correa en el magnífico prólogo a la edición del Correo, realizada por la Academia Nacional de la Historia, de Caracas, en 1939.

***

Cuando el Libertador se encontró en Tierra Firme en 1817 para emprender decisivamente la obra de la Emancipación, situó en Angostura el centro y eje de la estrategia política. Con su poderosa concepción de la empresa que iba a acometer, trazó las líneas de la inmediata lucha bélica ante un enemigo que se exhibía fuerte e indestructible, asentado en la casi totalidad de los antiguos dominios hispánicos, en tanto que las partes ocupadas por las fuerzas patrióticas se hallaban reducidas prácticamente a nada. Parecía pura quimera la ejecución de los planes que Bolívar acariciaba desde las orillas del Orinoco, pero la potencia genial del visionario iba a convertirlos en realidad.

Para divulgar sus ideas, Bolívar necesitaba de un instrumento indispensable: la imprenta, que había encargado a José Miguel Istúriz, enviado a Jamaica para adquirirla y traerla a su base de operaciones.

En el interesante artículo «La imprenta en Angostura», publicado por Lino Duarte Level en El Cojo Ilustrado (1.º de enero de 1914), nos da a conocer un documento de Bolívar, fechado a 31 de octubre   —242→   de 1817, dirigido al Contador de las Cajas de Angosturas y al Tesoro Nacional:

El ciudadano José Miguel Istúriz ha traído por cuenta del Estado, una imprenta cuyo valor de 2.200 pesos, le es deudor, y a cuenta de esta cantidad se le han franqueado 25 mulas a 45 pesos cada una, que embarca en la goleta María, su Capitán Juan (francés). Lo que aviso a ustedes para que permitan el embarque, y abran cuenta al ciudadano Istúriz.



Así (pagada con mulas la mitad de su costo), dispuso el Libertador de la tan deseada imprenta, que había llegado de Jamaica a la ciudad de Angostura en los primeros días de setiembre de 1817. Empezó pronto a imprimir las páginas de la campaña definitiva hacia la liberación de los hombres americanos. Desde el mismo mes de setiembre de 1817, imprime decretos, proclamas, órdenes, disposiciones militares, leyes, en hojas que recorrían rápidamente la zona ocupada por el ejército republicano. Pero el nuevo Gobierno necesitaba de un órgano oficial que en forma apropiada recogiese el pensamiento político de los dirigentes de la Independencia, la obra de la administración republicana, y los sucesos de la campaña militar, al lado de los acontecimientos generales de la época. La única forma propia era un periódico que llevase la esperanza y el mensaje de la buena nueva a los hombres anhelantes de libertad. Aunque el primer número del Correo del Orinoco aparece el 27 de junio de 1818, está ya en la voluntad de Bolívar con alguna anticipación, pues el Decreto de abolición de uso de la moneda macuquina acuñada en la Provincia de Barinas, fechado el 18 del mismo mes, consigna en su parte ejecutiva: «Publíquese, fíjese, circúlese a las autoridades a quienes corresponda e insértese en la Gaceta». La Gaceta (i. e. Correo del Orinoco) no había nacido todavía, del mismo modo que estaba por crearse la República que sólo existía en la mente del Libertador.

Situada la base de la independencia en Angostura, Bolívar traza la quijotesca concepción de la obra que iba a emprender, grandiosa en su ambición, que puede haber parecido puro delirio a quienes escucharon el 15 de febrero de 1819, el Mensaje con que presentó al Congreso su proyecto de Constitución. Aquí imagina el nuevo Estado, que reuniría bajo un solo poder, una inmensa comarca, desde las Bocas del Orinoco a las riberas del Guayas.

Colocado sobre una orilla del Orinoco, planea Bolívar la estrategia de una lucha desigual, pues la parte que dominan las armas republicanas es infinitamente menor a la que dominan las fuerzas de los realistas, dueños de la casi totalidad de las antiguas posesiones hispánicas. Sin embargo, anuncia la creación de una República que abarcaría un inmenso territorio americano, desde las legendarias Guayanas y el delta del Río Padre, hasta las costas de Guayaquil. La reunión, en una gran nacionalidad, de la Capitanía General de Venezuela, y los Reinos de la Nueva Granada y de Quito, en una Colombia, comparable en la magnitud visionaria a la que soñó Miranda en sus proyectos precursores de la Independencia del continente.

Con esta potencia ideal surge el Correo del Orinoco, modesto y sobrio en su presentación, pero fuerte en la capacidad del conductor de   —243→   la empresa, ya curtido con la experiencia de ocho años de victorias y sinsabores. De la nada iba a forjar una obra descomunal. Y en verdad, el punto de partida de Bolívar, desde Angostura, se convertiría en una carrera de triunfos, que van jalonando la vida heroica hasta los años postreros, en que sufrirá las amarguras de las decepciones, por la ingratitud de los hombres.

El Correo del Orinoco registra en sus 128 números, desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, los primeros cuatro años de marcha ascendente de la decisiva acción de Bolívar. Empezó cuando Colombia era una fantasía, simple ilusión. Terminó cuando las tierras libres del nuevo Estado estaban ya bañadas por tres mares: Atlántico, Caribe y Pacífico. Diríase que al cumplirse la misión vaticinada por el Libertador, se había agotado la vida del venerable periódico. En realidad el eje de la Independencia no podía seguir asentado en un extremo, sino que tenía que apoyarse en un centro de equilibrio para la gran República: Bogotá, por cuanto que no había nacido la ciudad de Las Casas en el centro equidistante en que la pensó Bolívar. Y con Bogotá, Caracas y Quito, como capitales de los países reunidos en la Gran Colombia bolivariana. Ahí estará a partir de 1822, el periodismo grancolombiano.

Colabora en el Correo del Orinoco un grupo de redactores de valor excepcional, que no se ha repetido en ningún otro periódico americano en lengua castellana: el mismo Bolívar con Zea, Roscio, Soublette, como Jefes y responsables, y con ellos Cristóbal Mendoza, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga, Gaspar Marcano, Fernando Peñalver, José Luis Ramos, Diego Bautista Urbaneja, Francisco Javier Yanes, José María Salazar, Juan Martínez, Guillermo White. Con tales talentos el Correo del Orinoco se impuso en el mundo como signo de un gran augurio y fue el medio de educación general para preparar a los ciudadanos de los futuros Estados americanos.

El periódico alcanzó un renombre singular en todo el continente y en Europa. La prensa desde Buenos Aires y Chile, hasta la de Estados Unidos y México sigue y reproduce la opinión del gran vocero de Angostura. En Inglaterra, Francia, y aun en España, leen con atención sus columnas, y las reproducen, comentan y las aprueban o combaten. El periódico se ha impuesto por su excelente colaboración y por la seriedad de su contenido. Fue un instrumento poderoso para que las razones de la Independencia se divulgasen en el mundo, junto al convincente triunfo de las armas.



***

Había nacido con un aviso algo recatado y cauteloso, en el cual vibran algunas ideas significativas. Dijo entre otras cosas, en su primer número:

No importa a cuál de los dos partidos contendientes pertenezca la gloria, o el oprobio de ellos. Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público. No por eso nos hacemos responsables de las Noticias Oficiales; pero anunciándolas como tales, queda a juicio del lector discernir la mayor o menor fe que merezcan. El público ilustrado   —244→   aprende muy pronto a leer cualquier gaceta, como ha aprendido a leer la de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos, ha logrado no engañar a nadie.

Como la empresa de este papel no ha sido premeditada, y estamos en un país en que no se han visto más libros que los que traían los españoles para dar a los pueblos lecciones de barbarie, o momentáneamente los de algún viajero, como Loefling y Humboldt, no podemos darle desde el principio todo el interés de que es susceptible una gaceta cuya sola existencia en el centro de las inmensas soledades del Orinoco, es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en esos mismos desiertos se pelea contra el monopolio y contra el despotismo por la libertad del comercio universal y por los derechos del mundo.



El Correo del Orinoco cumplió a cabalidad los fines para que fue establecido. Contrasta con los rasgos del primer periodismo, algo ingenuo, de los años 1810 a 1812. En el Correo del Orinoco, se alcanza un rango de mayor perfección, tanto en el contenido doctrinal y disposición de los materiales y secciones, como en el desarrollo de los temas tratados por sus redactores. Rico y vario en la temática y objetivos: la guerra, la organización del Estado, América, la cultura, la educación, las noticias del mundo, la información al exterior, la refutación a la Gazeta de Caracas, etc. Era ya la palabra concluyente de la acción emancipadora que había tomado un rumbo preciso y rotundo.


Extremo del arco de la acción bolivariana

En la extraordinaria imaginación profética de Bolívar, tal como consta en el Mensaje de Angostura, se ve claramente que conceptuaba el punto de partida desde el Orinoco como extremo de un arco que alcanzaba la unidad del Continente sudamericano. Esto es así, en febrero de 1819. Y así lo consagrará en escritos posteriores que nos señalan constantemente la profunda huella que había dejado en el ánimo de Bolívar el comienzo de su admirable parábola. Veamos algunos textos:

En la Proclama de 2 de noviembre de 1819, fechada en Pamplona, dice:

El ángel de la victoria ha gritado a nuestros pasos, desde los mares que inunda el Orinoco hasta los Andes, fuentes del Cauca, y costas del Pacífico.



Después de la rendición de Quito, dirige desde Pasto, el 8 de junio de 1822, una Proclama a todos los ciudadanos del Estado concebido en Angostura:

Colombianos: Ya toda vuestra hermosa patria es libre. Las victorias de Bomboná y Pichincha han completado la obra de vuestro heroísmo. Desde las riberas del Orinoco hasta los Andes del Perú, el ejército libertador marchando en triunfo ha cubierto con sus armas protectoras toda la extensión de Colombia.



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Y en «Mi delirio sobre el Chimborazo», acaso el texto poético más enfervorizado del Libertador, escrito muy probablemente, en Loja el 13 de octubre de 1822, escribe:

Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas... este manto de Iris que me ha servido de estandarte...



Desde Quito, en carta a Santander, le dice el 3 de julio de 1923:

Mi corazón fluctúa entre la esperanza y el cuidado: montado sobre las faldas del Pichincha, dilato mi vista desde las bocas del Orinoco hasta las cimas del Potosí, este inmenso campo de guerra y de política ocupa fuertemente mi atención y me llama también impresionantemente cada uno de sus extremos, y quisiera, como Dios, estar en todos ellos.



A Mariano Montilla, le escribe desde Oruro el 26 de setiembre de 1825:

Ya me tiene V. comprometido a defender a Bolivia hasta la muerte, como a una segunda Colombia. De la primera soy padre, de la segunda hijo; así mi derecha estará en las bocas del Orinoco, y mi izquierda llegará hasta las márgenes del río de La Plata.



Y en la Proclama pronunciada en Potosí el 26 de octubre de 1825, ante las banderas de Colombia, Perú, Chile y Buenos Aires, dice:

Venimos venciendo desde las costas del Atlántico y en quince años de una lucha de gigantes, hemos derrocado el edificio de la tiranía formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. Las míseras reliquias de los señores de este mundo estaban destinadas a la más degradante esclavitud.

¡Cuánto no debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo! En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del Universo.



Los textos transcritos no dejan la menor duda, creo, acerca de que el Libertador veía en el Orinoco, en Angostura, el punto de la etapa determinante de la liberación americana. Como el momento auroral de su obra por los derechos de los pueblos.

El Correo del Orinoco es el registro de este amanecer grandioso en la vida del Libertador y en la historia de América.

  —246→  

¿Cuál fue la suerte de nuestro impresor después de Angostura? Con la liberación de la Nueva Granada y la creación de la Gran Colombia, el centro del Gobierno de la República ya no podía permanecer en las riberas del Orinoco. Roderick recibe orden de trasladarse a Cúcuta. A partir de enero de 1821 la imprenta queda en manos de Tomás Bradshaw, artesano enviado desde Trinidad por el doctor Cristóbal Mendoza, a instancias del Libertador.

Roderick emprende viaje, con la nueva imprenta llegada el 16 de enero de 1821 en el bergantín «Meta», procedente de América del Norte. Desembarca en Maracaibo, en marzo de este año, y por circunstancias que explica espléndidamente el profesor Manuel Pérez Vila, no continúa hasta Cúcuta, sino que se radica en la capital del Zulia, donde ejerce seguidamente su oficio de impresor. Entre otras obras será el artífice de El Correo Nacional, desde junio de 1821, que inicia el periodismo republicano en Maracaibo. Es notable la actividad de nuestro artesano en la capital zuliana, como «Impresor del Gobierno».

En 1828 lo encontramos establecido en Bogotá, según reza el siguiente:

«Aviso al público. Andrés Roderick tiene el honor de anunciar al respetable público de esta capital que ha tomado a su cargo la casa y oficina de imprenta de la propiedad del señor Zoilo Salazar, calle de San Felipe, n.º 54; y ofrece a todos los señores que se dignen favorecerle con su confianza, corresponder con un despacho pronto, completo y al precio más bajo que sea posible. Cuenta, asimismo, con todos los elementos necesarios para la impresión de todo género de obra tipográfica. Bogotá, agosto 6 de 1828».



Es también excelente la obra de impresor que realiza en la capital gran colombiana, con publicaciones que le habrán evocado los días de Angostura. Prosigue en su taller hasta su fallecimiento, acaecido en abril de 1864, en Bogotá.

1969.






ArribaAbajoII. Una imprenta portátil para Angostura en 1819

En el Cuaderno-Expediente adquirido por el Banco Central de Venezuela que había pertenecido a Luis López Méndez, en el que se registran las cuentas de su gestión como representante del país ante la Corte de Inglaterra, consta el siguiente asiento:

En 1819, Luis López Méndez adquiere por £ 45.1.6. en Londres, de Rudolph Ackermann «una imprenta portátil, litográfica, completa y hecha de carba (¿roble?)», suplida al Gobierno, y enviada por el Capitán Elson (sic) a Angostura, en mayo de 1819.



En el mismo Cuaderno figura una curiosa explicación de López Méndez respecto a la salida de la última porción de la expedición preparada por Elsam en Inglaterra.

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López Méndez debía la suma de £ 193.9. a los señores James Flude & Thomas Srivener «síndicos de la quiebra de Mr. William Peyton a quien el Capitán Elsam era deudor de dicha suma por la que fue arrestado, ya en vísperas de salir para Angostura en el Bergantín Hussareen, uno de los buques de su expedición. Don Luis, para libertar al Capitán Elsam se hizo personalmente responsable de dicha suma, obligándose a su pago en tres libranzas tiradas por el Capitán Elsam que aceptó en 21 de mayo de 1819, distribuidas en tres cantidades iguales, de 64£13, y pagaderas: la una, a 6 meses cumplidos en 24 de noviembre del mismo año, la otra a 12 meses cumplidos el 24 de mayo de 1820, y la otra a 18 meses cumplidos el 24 de noviembre del mismo año; conforme al convenio celebrado, pagar el interés anual de ley. El pago no se ha podido hacer, ni los interesados han ocurrido por él».

El Capitán Elsam llegó efectivamente a Angostura el 3 de agosto de 1819, a bordo del Bergantín Hussareen, según consta en el Correo del Orinoco, tomo II, n.º 36, del sábado 7 de agosto de 1819, página 4, 3.ª columna. Es interesante la narración del arribo y el comentario sobre la devoción de los expedicionarios por la causa de la emancipación:

«En la noche del 3 del corriente fondeó en este puerto el bergantín inglés, Hussareen, Capitán Gibson, con el último destacamento de la expedición del C. Elsom, que vino también a su bordo. A la mañana siguiente saluda a la plaza, y fue correspondido conforme a ordenanza, y al mérito que ha contraído este ilustre oficial en la causa de Venezuela.

Después del saludo y demás cumplimientos desembarcaron los otros oficiales y la tropa; marcharon en el mejor orden, bien vestidos y uniformados, al compás de una música militar, surtida de todos instrumentos. Al frente de la casa donde se hallaba S. E. el Vicepresidente de la República hicieron alto, y las evoluciones conducentes a su inspección. Concluido este acto volvieron a marchar en columna hasta el cuartel que les estaba preparado. Complacida la capital con este espectáculo interesante, lo eran todavía más los que conocen al Comandante de esta lucida expedición, y los que saben con cuánto honor ha desempeñado en la Gran Bretaña la comisión con que salió de aquí en la primavera del año pasado. Su amor y celo por nuestra causa, el deseo de distinguirse en el servicio de ella, y sus otros sentimientos y virtudes, lo hacen muy digno de la consideración y aprecio de todos los amantes de la independencia y libertad de Venezuela, y de toda la América del Sur».



Nada dice la nota sobre la imprenta que, con seguridad, habrá traído el Capitán Elsam, ni sabemos cuál fue la suerte que le cupo posteriormente, pero no cabe duda que habrá entrado en servicio inmediatamente, llegando en las mismas vísperas de la Batalla de Boyacá.

No he visto mencionada la existencia de esta imprenta en los estudios sobre el arte de Gutenberg en los días de Angostura.

1977.







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ArribaAbajoIII. Repúblicos del siglo XIX

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ArribaAbajoI. Valentín Espinal (1803-1866)


Una vida ejemplar

Valentín Espinal nació el 14 de febrero de 1803, en Caracas, pertenecía a familia modesta. Según noticias de sus actuales descendientes, el padre, Manuel Espinal, era brigadier del Ejército español y poco se ha sabido de su suerte en suelo venezolano. Se habrá visto envuelto en las luchas por la independencia. Hace tiempo, me refirió doña María Gathman Espinal, nieta directa de don Valentín, que Manuel Espinal falleció en las bóvedas de La Guaira, en 1822.

La infancia de Valentín transcurrió en Caracas, donde aprendió sólo hasta las primeras letras en los años tormentosos de las luchas por la emancipación nacional. En 1815, a los 12 años de edad, entra de aprendiz en el taller de imprenta de Juan Gutiérrez Díaz, en la Caracas realista, que a partir de 1818 se hallaría asediada por el formidable empuje de las fuerzas patriotas, que culminarían la obra emancipadora en 1821, con la Batalla de Carabobo. Estos seis años de vida de impresor determinarán el destino de Espinal. Lograda la oportuna Real Cédula para ejercer el oficio, gracias al apoyo de su patrono, Valentín Espinal se halla con ánimo para fundar su propio hogar. Se casa el 9 de abril de 1822 con doña Encarnación Orellana, tres años menor que él. El hogar se enriqueció con dieciséis hijos. La esposa le sobrevivió once años, pues falleció el 5 de febrero de 1877. Los primeros tiempos del joven matrimonio aparecen deliciosamente explicados en la Testamentaría de Valentín Espinal y Encarnación Orellana de Espinal:

Por todo capital, pues, tenían los jóvenes esposos al principiar su sociedad conyugal los conocimientos que el marido aportaba como Impresor, y ganaba él para entonces trece reales diarios en la Imprenta de Gutiérrez. Entre los años de 22 a 25 en que ya se industriaba Espinal con alguna independencia, por conducto del mismo Sr. Gutiérrez se hizo de una prensa de madera y algunos tipos. Ya así, trabajaba de día en la Imprenta de su maestro, y de noche en su casa ayudado por su joven consorte. Esta también por el día mojaba el papel con que había de trabajarse en la noche, y «amansaba las balas» de dar tinta. Como es de suponerse no había entonces sino publicaciones pequeñas, siendo la primera que le rindiera buen provecho una edición de diez mil cartillas.



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Tales fueron los comienzos de la actividad pública de Espinal. Desde 1823 encontramos ya su nombre al pie de impresos propios. Primero en periódicos y folletos, después en empresas de mayor aliento, hasta su muerte en 1866. En los períodos de paz en la República las iniciativas de alta cultura parten de Espinal o encuentran en él la mejor colaboración. Impresor y Editor, siempre al servicio de su fervor por Venezuela en camino de mejoramiento y perfección.

Ancha era la vía abierta a la juventud, con el triunfo de la Independencia, en el nuevo Estado, y al amparo de las ideas democráticas que eran la base social del país. Pronto fue reconocida y respetada la valía de Espinal. Nunca ocupó cargos que no fueran de origen popular. A los veinte años es elegido miembro de la Municipalidad de Caracas. En algunos trabajos biográficos sobre Espinal se menciona que viajó a Estados Unidos, en 1826, de donde se trajo instrumental para su imprenta; en 1827, escribe por encargo del Municipio la relación de la última estancia de Bolívar en Caracas, de enero a julio de dicho año; en 1828 es Diputado a la Convención de Ocaña; por lo que se deduce, las opiniones que emitió en la Convención de Ocaña desagradaron al gobierno, que libró una orden contra él, de expulsión del país, pero se detuvo en La Guaira, donde le llegó la noticia de haber sido levantada la disposición de extrañamiento de Venezuela; en 1829, interviene en la Asamblea del Convento de San Francisco, que acordó la separación de Venezuela, de la Gran Colombia; en 1830 es redactor de la Gaceta de Gobierno; era asiduo concurrente, desde la década de los 30, de la tertulia de la Botica de Claudio Rocha, frecuentada por lo más granado del procerato civil y militar: Vargas, Soublette, José María Carreño, José de Austria, José María Rojas, Rafael Urdaneta, Codazzi, Santos Michelena, Pedro Gual, Manuel Felipe de Tovar, Narvarte, Tomás Lander, Mariño, Felipe Larrazábal, Tomás Sanabria, el General Manrique, José Hermenegildo García, Juan Vicente González, Antonio Leocadio Guzmán, Fermín Toro, Olegario Meneses, Rafael Acevedo, Juan José Aguerrevere, Manuel María Urbaneja y Páez.

Fue miembro prominente de la Sociedad Económica de Amigos del País, desde 1830, donde tuvo una brillante actuación, pues fue elegido Censor Conciliario suplente en 1832 a sus 29 años de edad, después de Vargas y Pedro Pablo Díaz; en la Sociedad presentó iniciativas para mejorar la enseñanza en Venezuela; desde 1833 a 1844, es Representante en el Congreso Nacional, preside la Cámara de Diputados en 1833 y es Vicepresidente del Senado en 1841, 1842 y 1844; en 1835 viaja a Estados Unidos; apoya en Caracas fervorosamente la candidatura del Dr. Vargas para Presidente de la República; en 1842 forma parte, como Vicepresidente fundador, de la Caja de Ahorros de Caracas, cargo que ostenta todavía en 1846, en donde intervino eficazmente para hacer muy trascendente y patriótica esta entidad, que tuvo ramificaciones en todo el país; en 1844 funda la Sociedad Patriótica, de la que es elegido Director, entidad que aunque tuvo vida efímera, constituye un símbolo más de los afanes de Espinal para que Venezuela encontrase el mejor camino; en 1848, después de los sucesos del 24 de enero, sale de Venezuela   —253→   para Curazao a fin de evitar represalias; en 1855 pronuncia un famoso brindis en pro de una amplia amnistía, en pleno régimen de Monagas, con ideas que levantaron viva polémica; y en 1858, como culminación de su carrera pública, es Diputado por Caracas a la Convención de Valencia, donde se distingue por su oratoria mesurada, fácil, llena de principios y doctrina, expresión de su ponderada conciencia de ciudadano. Es el momento cumbre de su vida publica. Llegó a rivalizar en renombre con Fermín Toro, el excelente artista del discurso político. En 1861 consta el nombre de Valentín Espinal entre los de quienes contribuyen a remediar en parte las necesidades de los vecinos de las poblaciones de Caucagua y Curiepe. Figuró luego, más de una vez, en el Consejo de Estado. Estuvo entre los primeros ciudadanos, aptos para la primera magistratura de la República. Pocos días antes de su muerte, El Federalista de 21 de noviembre de 1866, proponía el nombre de Valentín Espinal como poder neutral mientras se resolvía en Venezuela el conflicto del Zulia.

¡Cuán hermosa la trayectoria de aquel modesto aprendiz de imprenta que en 1815 se iniciaba en el taller de Juan Gutiérrez Díaz! A fuerza de tenaz laboriosidad su nombre se había impuesto entre los grandes ciudadanos de su tiempo.

Los últimos años de Valentín Espinal, fueron, sin duda, de profundo dolor. Sus propósitos de paz, incompatibles con la lucha apasionada entre dos bandos, le obligaron a salir de Venezuela, expulsado, durante los años de 1861 a 1863. De regreso en Caracas murió súbitamente el 28 de noviembre de 1866, después de haber visto la República en plena guerra civil. Dejó numerosa descendencia que es honra de la República.

***

Impresor, editor, hombre público, orador y escritor, todo ello impulsado por su carácter entero, por su voluntad indomeñable, y por un conjunto de virtudes nada comunes, convierte la personalidad de Valentín Espinal en una de las figuras más completas y ejemplares del siglo XIX venezolano, que no es precisamente escaso en hombres de temple y significación.

Como impresor, la colección de las publicaciones salidas de sus prensas puede parangonarse con las de cualquier gran taller coetáneo, y si pensamos en la escasez de elementos con que operaba, se nos hace todavía más estimable. Dice uno de sus comentaristas: «La nitidez de los trabajos es admirable, y evidencian el cuidado que en ellos ponía aquel hombre apasionado de su arte, atento antes que a la ganancia al decoro de su nombre y el esplendor de una profesión a la cual debía las comodidades materiales de su familia, los progresos de su inteligencia y su elevación social y política».

Formó un buen número de discípulos que tenían como título de orgullo haber aprendido al lado de Espinal el arte de la imprenta.

Sin duda alguna, no existe en la historia de la imprenta nacional, desde su primer establecimiento en Caracas, en 1808, ningún impresor que haya enaltecido tanto las publicaciones del país. Don Manuel Segundo   —254→   Sánchez lo llamó, con gran acierto, el «Elzevir venezolano». Formado desde su adolescencia en el trabajo del taller, supo educarse y crecer en el aprecio social.

Está repleta de dignidad la vida de Valentín Espinal. Todos sus actos, de impresor y hombre público, llevan el legítimo timbre del esfuerzo, la honestidad, el buen gusto, el talento y el espíritu cívico. Pudo haberse equivocado alguna vez, pero en su conducta aparece de un modo transparente la limpieza de las intenciones y la solidez de sus razonamientos.

Valentín Espinal está unido a la imprenta, como la devoción mayor de su existencia, pero Espinal impresor discurre en la vida nacional del siglo XIX como centro de toda acción cultural y ciudadana. No hay empresa noble que no encuentre acogida en el ánimo emprendedor del artesano. No hay acontecimiento público que no halle resonancia en el corazón y en la mente del ciudadano. Podría escribirse la historia de la cultura, y aun de la vida pública, teniendo como tema central la persona y la imprenta de Valentín Espinal. Pasaron por sus manos, ennoblecidas por el trabajo diario, impresos de ciencia, investigación, gobierno, historia, literatura, jurisprudencia, legislación, política, enseñanza, periodismo, etc. Siempre con el sentido de perfección en el oficio, con el encendido amor a su tierra y con la devoción por toda empresa de elevados fines.

Y así fue Valentín Espinal en las otras actividades, como hombre de convicciones sociales y como escritor. En sus discursos y en sus escritos campea siempre la sobriedad al lado de la intención de ser útil al país. Se empareja en categoría moral y cívica con la estirpe de repúblicos que dieron tantos días de gloria a Venezuela: la generación de 1830, de humanistas y de ciudadanos, en cuyo esfuerzo se apoyó toda una etapa de la historia nacional que merece el más profundo respeto. Los acontecimientos sociales y políticos interfirieron en su magisterio, pero dejaron un altísimo ejemplo para las generaciones posteriores.

***

Toda sociedad se integra gracias a la suma de las acciones individuales. Una colectividad vale, en tanto en cuanto se coordinan en espíritu e intención comunes los esfuerzos de cada ciudadano. En las sociedades hispánicas los factores de la asociación solidaria aparecen débiles frente a los valores individuales. Ello explica, acaso, que en nuestros países las personalidades individualizadas sean de cualidades muy superiores a las comunidades de que forman parte.

En Valentín Espinal es notorio el espíritu público, rebosante de generosidad y desprendimiento. Creo que es el aspecto más estimable de su vida. Artesano modélico, en el propio oficio encontró el medio para su educación y progreso, así como el camino para servir a sus compatriotas. Hombre sencillo y honesto, supo cumplir cuanto se le confió, con la fuerza que da el convencimiento de estar sobre seguro en sus propósitos y en sus deberes. Perfeccionó su tarea de impresor y la obra que nos ha legado alcanza cualidades extraordinarias. Logró un raro   —255→   conocimiento del arte de la imprenta, a pesar de tocarle vivir una época agitada. En la imprenta educó su carácter y halló la senda de su formación hasta ser un ciudadano de notable valía entre la selectísima minoría de su época.

1970






ArribaAbajoII. Fermín Toro (1807-1865)


Fermín Toro, político y ciudadano

En 1830, al constituirse definitivamente la República de Venezuela, con la desintegración de la denominada Gran Colombia, don Fermín Toro tenía 23 años de edad. Para los jóvenes de su generación el naciente Estado había de ofrecer la más pura perspectiva de acción a la que podía entregarse la vida y la actividad con toda la fuerza de las ilusiones. Venezuela había cumplido su gesta heroica, desde Caracas hasta los confines meridionales del Alto Perú, y se replegaba ahora en sí misma a organizar su propio gobierno. Es natural que los hombres que llegaban a la mayoría de edad, con la meditación y el pensamiento puestos en el porvenir del país, formen una legión de entusiastas personalidades, llenas de pasión por el futuro de la patria. Los nombres de Baralt, Toro, González, Cagigal, Fortique, Espinal, y tantos otros más, forman un haz de valores logrados de esta generación. Los maestros han sido diezmados por los años de lucha; quedan pocos: José M. Vargas, José Luis Ramos, F. J. Yanes, J. R. Revenga, P. P. Díaz, Tovar, Álamo, Sanavria, Montenegro Colón y algunos más. Y el gran ausente: Andrés Bello. Casi todos los jóvenes se imponen la tarea de autoeducarse. Llegarán a tener un puñado de ideas que pugnan por encontrar formas y realidad en el segundo tercio del siglo XIX venezolano. Pero los azares de la vida pública no dejaron llegar a sazón los frutos promisorios que se habían anunciado espléndidamente. El deseo de ser útil manifestado en tantas empresas, de las cuales son índices algunos periódicos, ediciones de libros y sociedades como la de Los Amigos del País, no encuentra oportunidad o clima propicio para influir en la vida social y quedan todos, para nuestro examen, como símbolos ejemplares de lo que puede hacerse en esta segunda mitad del siglo XX.

El estudio de la personalidad de Fermín Toro es aleccionador. Y más que cualquier glosa, la lección se desprende magnífica con el conocimiento de sus escritos.

Tradicionalmente se clasifica a Fermín Toro como conservador. Es, a nuestro juicio, un error. Pero respetamos la denominación, aunque del estudio de sus escritos habrá de desprenderse una distinta definición.

  —256→  

Nacido Fermín Toro en 1807, en Caracas o en El Valle, pasa su infancia en este último lugar donde aprende sus primeros conocimientos escolares y de música con el P. Benito Chacín, párroco de la población. Luego, a los diez años, pasa a vivir a la ciudad y ahí prosigue su formación escolar, aunque especialmente se dedica a lecturas formativas. Entra de funcionario en el Departamento de Hacienda y desempeña cargos aduanales en La Guaira y luego en la isla de Margarita, de donde regresa en 1831, como diputado a las Cortes, en las que manifiesta por primera vez las dotes de pensador y de brillante tribuno. Es el comienzo de su vida pública, hasta cierto punto precoz, pues requiere incluso excepción por la edad para ser parlamentario. Aparece ya el meditador de los temas nacionales, el hombre formado que posiblemente deba mucho a personalidades como la de José Luis Ramos.

Desde las primeras manifestaciones parlamentarias de Fermín Toro sobre asuntos de interés general aparecen ya sus ideas claves, dichas con mesura, ponderación y hermosamente, como resultado de sus estudios, lecturas, de la observación atenta e inteligente, y del trato con los mejores. Se anuncia ya uno de los valores más completos en la historia de la cultura nacional.

Rompe sus primeras armas en la prensa, con su mismo nombre o con el seudónimo de «Emiro Kastos» o el de «Jocosías» en El Liberal (1837) y más tarde (1839), junto a Cagigal en el Correo de Caracas. Ejerce el profesorado en el Colegio de la Independencia, fundado por Feliciano Montenegro y Colón, compartido todo ello con el cargo en la secretaría de Hacienda, que había de producirle algunos sinsabores. Los temas de sus primeros escritos son literarios -relatos o artículos de costumbres-, o políticos y didácticos como Los estudios filosóficos en Venezuela, Europa y América o la Cuestión de imprenta.

En 1839, ya con sólido prestigio, es nombrado secretario del doctor Alejo Fortique en la importante misión diplomática que a éste le confía el Gobierno nacional cerca de la Corte inglesa. Va a permanecer Fermín Toro en Londres hasta 1841, y en la ciudad del Támesis perfeccionará sus estudios en el campo de las ciencias, adquirirá otro horizonte en su ideario político-sociológico, y proseguirá su obra literaria. Allí escribe su relato Los Mártires, y probablemente, La Sibila de los Andes. Son años de rica experiencia junto a la fuerte personalidad del doctor Fortique.

Por propia petición regresa a Venezuela a mediados del año 1841, en donde ha de pasar el contratiempo de sustituir a José Luis Ramos en el cargo de Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda, lo que habrá sido, indudablemente, causa de mortificación perfectamente comprensible. Vuelve Fermín Toro al puesto de profesor en el Colegio de Montenegro y Colón, y ofrece sus servicios a la Universidad, que pospone la resolución a su solicitud. Reanuda en 1842 la colaboración literaria en las filas de los redactores de El Liceo Venezolano, en cuyas páginas ven la luz pública sus trabajos literarios: «Los Mártires», artículos costumbristas y políticos, así como comentarios a las obras de Baralt y de Codazzi. Y en este mismo año de 1842 es encargado de escribir la Descripción de los honores fúnebres consagrados a los restos del Libertador   —257→   Simón Bolívar, que es la pieza más lograda, estilísticamente, salida de su pluma.

Fermín Toro verá consagradas sus dotes diplomáticas con las Misiones que va a encargarle el Gobierno de Venezuela. La primera, a la Nueva Granada, en 1844, como Ministro Plenipotenciario, con el propósito expreso de llegar a un acuerdo sobre la cuestión de límites, gestión que no logró el resultado apetecido; luego a España, en 1846, también como Enviado Extraordinario, misión que se ve coronada con un rotundo éxito al terminar con el reconocimiento de la Independencia de Venezuela. La segunda misión a España fue en 1860, para arreglar el grave asunto de las indemnizaciones reclamadas por los daños ocasionados a súbditos españoles en los comienzos de la guerra federal. Fermín Toro logró un acuerdo decoroso. Lo completó luego con la firma de un tratado de amistad, comercio y navegación entre España y Venezuela.

No abandona sus tareas intelectuales, ni sus afanes de escritor: en 1845 publica su obra mayor: Reflexiones sobre la ley del 10 de abril de 1834, que es todavía un texto que merece la más profunda atención. Artículo como el «5 de Julio», muestra el ideario del sociólogo y del patriota.

Los avatares de la política lo llevan a altos cargos. En 1847 es designado Ministro de Hacienda, por renuncia de José Félix Blanco. La vida de parlamentario de Fermín Toro se ve trunca con la digna actitud adoptada después del suceso del 24 de enero de 1848. No regresa a las Cámaras y se refugia en la vida privada, retirado en el campo, en los Valles de Aragua, ocupado en actividades de estudioso insaciable, durante los diez años del dominio de los Monagas.

En 1858 vuelve a la actividad pública, con la Revolución de Marzo. Es Ministro de Hacienda, y, luego, de Relaciones Exteriores. Hasta que al reunirse la Convención de Valencia en este mismo año, no tan sólo preside, sino que hace oír su verbo elocuente en la expresión, y denso de contenido, aunque la fuerza de los acontecimientos habrá de arrastrar como cosa inútil cuanto manifiesta el gran tribuno. Salvo el servicio diplomático de la segunda misión a España, la presencia de Fermín Toro en la escena política venezolana está concluida. Desde 1860 a 1862 permanece en Europa, y a su regreso apenas publica, en 1863, el Prefacio al Manual de Historia Universal, de Juan Vicente González.

Los últimos años transcurren en su retiro de Aragua, dedicado a investigaciones botánicas, a estudios sobre lenguas indígenas, de las que ha dejado un manuscrito intitulado «Ensayo gramatical sobre el idioma guajiro», que fue utilizado con elogio por un científico como Ernst. Quizás en estos días postreros, Fermín Toro habrá revisado las poesías, a las que había dedicado muchos años de su vida, con más fuerza conceptual que fortuna en la inspiración. Algunos de sus poemas fueron impresos después de fallecido; de otros sabemos su existencia.

Muere Fermín Toro el 22 de diciembre de 1865, víctima de cruel enfermedad. «El último venezolano», lo llama Juan Vicente González,   —258→   compañero de generación, copartícipe de la misma pasión por el país, al que entregaron lo mejor de sus vidas.

1960






ArribaAbajoIII. Juan Vicente González (1810-1866)


Estimación

La pasión política que Juan Vicente González puso en sus escritos, pasión nacida de un profundo sentimiento de deber patriótico; el excesivo número de anécdotas que se vienen repitiendo en la interpretación de su vida, que lo han convertido en un personaje pintoresco y casi estrafalario; y la falta de atenta lectura de las obras humanísticas que apenas dejó iniciadas, han desfigurado el juicio crítico y la recta valuación del literato, quizás frustrado, que hubo en la personalidad de nuestro autor.

Pero el hombre que ha escrito hacia el final de su existencia, en 1860, en el artículo con que cierra una intensa campaña política de prensa conducida desde las columnas de El Heraldo:

Al cielo pedimos fervientemente que si nuestra pluma no había de ser útil a la Patria, suscitase dificultades que fueran una señal para nosotros de su voluntad. Preferimos morir a ser ocasión involuntaria de la desgracia pública. Contamos con los consejos de nuestros amigos, y la censura, siempre provechosa, de nuestros adversarios,



no es ciertamente el energúmeno enceguecido que se ha puesto al servicio de una facción, sino un alma que ha deseado acertar a través de las letras en el ideal de una Venezuela que las circunstancias no le han permitido ver hecha realidad.

Para situarlo debidamente, debemos referirnos a la generación a que pertenecía.

La de 1830.




Teoría de una generación

Al reconstruirse definitivamente la República de Venezuela, en 1830, cuando se desmembró en sus anteriores porciones la creación política bolivariana que hoy denominamos históricamente la Gran Colombia, Juan Vicente González era joven de 20 años y perteneció cronológicamente al grupo del que formaban parte algunos nombres de alta significación. Entre otros: Fermín Toro (n. 1807), Valentín Espinal (n. 1803), Juan Manuel Cagigal (n. 1803), Rafael María Baralt (n. 1810), Luis don Correa, y, algo más joven, José Antonio Maitín   —259→   (n. 1814). Están con ellos, algunos hombres de generaciones anteriores: Bello, ausente, José María Vargas, José Luis Ramos, Domingo Navas Spínola, Francisco Javier Yanes, los Ustáriz, Tomás Lander, Antonio Leocadio Guzmán, Agustín Codazzi, Andrés Narvarte, Carlos Soublette, y tantos nombres más que vinculan la nueva generación a los sucesos heroicos de la tierra venezolana.

Tiene que haber sido momento de gran ilusión para la juventud de Venezuela. ¿Lo fue?

Hay una sentencia de Juan Vicente González, de 1831, en Mis Exequias, donde dice:


Salimos al mundo y ¿qué
hallamos? Un sepulcro y
... viuda la victoria.



Pero, a pesar de todo y dejando ahora de lado a Juan Vicente González, la juventud de 1830 habrá sentido el acicate del deber de patria. La independencia cultural -social, política, económica- debía completar la independencia política, darle contenido, fondo y forma, como espíritu de la estructura del Estado, cuyas ramas administrativas acababan de reconstruirse con la separación de la Gran Colombia. Hay en numerosos escritos la manifestación de esta idea, que llega a ser angustiosa. Idea que fue expuesta por Bello a su regreso a tierra americana, en 1829:

Nosotros tenemos la fortuna de hallar tan adelantada la obra de la perfección intelectual, que todo está hecho y preparado para nuestros goces y para nuestros progresos.



Doce años más tarde, en 1841, vuelve a manifestar la misma convicción, quizás en forma más rotunda, después de vivir su propia experiencia en Chile:

«Nuestra república acaba de nacer para el mundo político; pero también es cierto que, desde el momento de la emancipación, se han puesto a su alcance todas las adquisiciones intelectuales de los pueblos que la han precedido, todo el caudal de la sabiduría legislativa y política de la vieja Europa, y todo lo que la América del Norte, su hija primogénita, ha agregado a esta opulenta herencia».

«Todos los pueblos que han figurado antes que nosotros en la escena del mundo han trabajado para nosotros».



No conozco ningún texto de los escritores de la generación venezolana de Juan Vicente González en que esté recogido de modo tan preciso y terminante el propósito y la convicción de la tarea social-cultural como exigencia inmediata a la de la independencia política. Pero en la conducta, en los escritos y en las empresas de los hombres de 1830 está ese mismo empeño, que Andrés Bello, el maestro ausente, lejano y añorado, resume en sus sabias palabras.

***

  —260→  

Los años largos y terribles, de la lucha emancipadora, que en Venezuela fue particularmente sangrienta, impidió la regular formación de quienes integran la generación de 1830. Quiero decir que durante la infancia, la mocedad y la primera juventud de quienes «salieron al mundo» al empezar la cuarta década del siglo XIX, no habían tenido oportunidad de recibir la enseñanza pausada, fecunda, nacida en la maravillosa rutina del trabajo diario en las aulas de las Escuelas, Liceos y Universidades. Los mejores años para la educación habían transcurrido en medio de una sociedad conmovida por la gigantesca tarea de ganarse el derecho a la independencia. Por ella es visible una cierta solución de continuidad entre quienes debieran haber sido los maestros respecto a quienes eran los naturales discípulos. Los hombres de 1830 deben la propia educación, en su mayor parte, a su propio esfuerzo, que si los hace más notables a los ojos del historiador, no obstante los deja, como dirá más tarde Luis Correa, «inacabados». Repásense las biografías, en los años juveniles, de Toro, Baralt, González, para que veamos que con la excepción de este último en breves períodos, han sido hombres formados por consejos ocasionales, y especialmente por la reciedumbre de la autodeterminación. No es una generación de universitarios, sino de apasionados por la cultura debida a una extraordinaria vocación personal. Se habla del magisterio de José Luis Ramos, pero hemos dudado siempre que hubiese podido ser metódico, continuo y por tanto eficaz. Creo, que se ha de recurrir a la decisión individual para comprender el nivel que alcanzaron en su desarrollo intelectual.

Este hecho significa también una grave interrupción, un truncamiento en la evolución progresiva de una colectividad, en la sucesión de generaciones, acontecimiento capital en la historia de todas las sociedades.

***

Es asimismo visible cierta perplejidad en el juicio y estimación que merece la continuidad cultural histórica en Venezuela, por parte de los hombres de 1830. Los próceres de la Independencia que habían escrito sobre la civilización hispánica colonial habían cargado los tintes sombríos del cuadro que ofrecían las Universidades, los centros de cultura y en general la acción política de las autoridades de la metrópoli. Si la Emancipación se hacía para recuperar una dignidad que había sido oprimida, era lógico que la descripción de la vida preindependiente se juzgase con caracteres totalmente negativos. Así Yanes, Sanz, Paúl, Roscio, y tantos más, habían naturalmente extremado la dureza al referirse a los oscuros siglos coloniales, suerte de Edad Media, en que los valores culturales se habían negado a las colonias de habla castellana. Es sabido que esta interpretación perdura con fuerza a lo largo del siglo XIX, hasta que llega la escuela del revisionismo de la historia encabezada por Ángel César Rivas.

Pero, ¿cómo pensaron los hombres de 1830? ¿Cómo enfocaron la necesidad de hallar una base de cultura sobre qué apoyar su enseñanza? En Andrés Bello hallamos una enérgica respuesta a estos interrogantes, en la contestación dada a José Victorino Lastarria:

  —261→  

Jamás un pueblo profundamente envilecido, completamente anonadado, desnudo de todo sentimiento virtuoso, ha sido capaz de ejecutar los grandes hechos que ilustraron las campañas de los patriotas, los actos heroicos de abnegación, los sacrificios de todo género con que Chile y otras naciones americanas conquistaron la emancipación política.



En Venezuela, junto al juicio severo de Baralt, bien conocido, encontramos opiniones más suavizadas como las que expresan Fermín Toro o Juan Vicente González. De este último son estas palabras:

Se ha creído por algunos que los años que precedieron a la revolución fueron de barbarie y ferocidad. Hablando con justicia, los españoles dieron a América cuanto tenían: si encerraba pocos ramos la enseñanza general en las colonias, casi iguales se cultivaban en la Metrópoli; y cuando en ésta se reformaron los estudios en 1720, de iguales ventajas debían disfrutar las colonias.



Sentían la imperiosa necesidad de enraizar la obra de la educación pública en la tradición hispánica, a fin de darle asidero y vinculación históricas al propio devenir nacional.

***

Otro rasgo peculiar de los hombres de la generación de 1830 es la preocupación poligráfica, amplísima, por los temas de la cultura y de la enseñanza. Letras y ciencias en dilatado horizonte; la acción magisterial como deber paralelo a la tarea periodística; la participación en sociedades con fines patrióticos, en las cuales los asuntos económicos, mercantiles, industriales, corrían parejos con los temas sociológicos, jurídicos, culturales y científicos. Así vemos un Fermín Toro, por ejemplo, escribir poesía, novelas, costumbrismo, junto a investigaciones de botánica y tratados de legislación contractual o económica o de especulación filosófica, de derecho, de política y de sociología. Ello obedece a un imperativo de la vida nacional: laborar en todos los ramos para contribuir al mejoramiento de una sociedad, libre políticamente, pero urgida de un amplio y totalizador programa de cohesión social.

De ahí la admiración a los maestros: Vargas, Bello, Ramos, etc. De ahí esta espléndida postura ante los hechos de la cultura que constituye el timbre más notable de esta generación, mal llamada de la oligarquía conservadora. La defensa de ciertos principios fundamentales a la sociedad y el ferviente anhelo de servir al país los hizo sostener unas bases de civilización que de otro modo se hubieran derrumbado.

***

Si buscaron afanosamente el apoyo en los conocimientos ajenos, no por ello desdeñaron ni olvidaron el estudio y divulgación de los hechos nacionales, de lo peculiar. Al contrario. En esta generación están los fundamentos y la orientación de cuanto se ha desarrollado posteriormente. En las ciencias y en las letras. Desde las especulaciones en   —262→   Química, Anatomía o Botánica, de Vargas, hasta el artículo de costumbres está toda la gama de la temática nacional. El conjunto forma un atrayente modelo para ser meditado en nuestros días, como fondo y nervio de una orientación moderna en los problemas de la cultura.

En este sentido, los hombres de 1830 constituyen una bien llamada «generación humanista», pero debe matizarse la denominación y el concepto clásico renacentista con los rasgos de la pasión por el país, la preocupación por los cimientos sociales del Estado, y por el frecuente descenso a la arena de combate, que fue el periodismo.

El concepto romántico de una sociedad naciente, protagonista de una epopeya, los llevó a soñar en perfecciones, pero les hizo también vivir en plena vibración por el servicio a los conciudadanos.

A tal generación pertenece Juan Vicente González y no es, en verdad, el menos representativo de un momento excepcional de la vida venezolana.




Una vida dramática

Si la circunstancia en la existencia de Juan Vicente González no le hubiese exigido -tal vez de modo insoslayable- estar presente en el fogoso combate político en el que aplicó la mayor porción de sus energías, habríamos tenido en él un humanista de altísimas calidades, pues está no sólo entrevisto, si no claramente de manifiesto en unas cuantas obras de indudable valer. Los años de 1830 a 1866, que son los de actividad pública de González están repletos de acontecimientos que no daban, ciertamente, paz a un temperamento como el de nuestro autor. De haberse refugiado en campana de cristal, sin ver, ni oír, ni sentir, hubiera sido una incomprensible paradoja en un hombre de su temple. La tinta de su pluma olvidó sus clásicos para enfrentar el deber que le imponía su conciencia de venezolano. Sus escritos andan, en su mayoría, insertos en publicaciones de prensa, elaborados en el instante de la pelea. Los temas de placer erudito, fueron reemplazados por las polémicas avinagradas en lucha con un buen puñado de adversarios. Quien hubiera podido ser un maestro de clasicismo, sobrio, pacífico y ponderado, se convirtió en punta de lanza vibrante, con lenguaje anguloso y encendido que no despreció la ironía y aun la frase casi insultante.

En la biografía a José Manuel Alegría aparece como una exclamación desesperada esta sentencia:

vivimos un tiempo en que están olvidados todos los buenos principios.



Ahí está la doctrina a la que dio su vida y a la que sacrificó las letras. Se dice que en los escritos políticos hay contradicciones. Es verdad. Pero la mayor paradoja de Juan Vicente González es este frustramiento de su indudable vocación. En su íntima convicción, en su más preciado deseo, duerme el reposado humanista, que se ve convertido en paladín de la violenta discusión política en la que más que lucha de partidos, es de personas. Ahí es donde se han encontrado sus contradicciones: en   —263→   el juicio a las personas. Sin embargo, la Venezuela ideal que él lleva en el alma es siempre la misma.

No pienso aquí analizar el político. Lo que debo subrayar es el literato que sobrevivió a las preocupaciones de hombre público. Es difícil, a menudo, separar la política y la literatura en Juan Vicente González.




El símbolo de unas empresas

En la traducción interlineal de la Epístola ad Pisones, de Horacio, publicada por Juan Vicente González en 1851 figuran una «Dedicatoria» y una «Advertencia» sumamente significativas. La obra está ofrecida al Dr. José María Vargas, «como el mejor amigo de los progresos de la juventud», y en la «Advertencia» constan, como un manifiesto humanista, estas palabras:

Entre los libros que escogí desde temprano para amigos de mi juventud, el cisne de Venosa, tanto quizá como Virgilio, fue el alimento delicioso de mi entendimiento e imaginación. Hallé en esos escritores con el buen gusto y la elegancia de estilo, o una filosofía dulce que atraía a sí, o graciosas formas que enamoraban el alma o una delicadeza de sentimientos que hacía estremecer gratamente el corazón. Me prometí entonces desnudarlos un día, en obsequio de los jóvenes, de las dificultades de construcción; y apenas en el establecimiento que dirijo he iniciado a algunos en los misterios del latín, cuando para cumplir mi voto, emprendí la traducción interlineal de Horacio, comenzando por su «Arte poética» código de buen gusto, camino lleno de flores, que guía suavemente al templo de las letras.



Este manifiesto termina con la enumeración de los autores que han de proporcionar goce al estudioso, y, con criterio certero, afirma que para los jóvenes «sus faltas mismas les serán provechosas, y sus esfuerzos, aunque resultaren inútiles, les harán contraer un compromiso solemne consigo mismos y con la patria que deben honrar».

Tiene por consiguiente, esta «Advertencia» un valor singular para la comprensión de Juan Vicente González. Pero hay todavía otro rasgo sumamente importante. Uno de sus párrafos dice así, a la letra:

Con esta educación, la única digna del hombre, nuestra juventud se preparará a mejores destinos, y grabados en su pecho los modelos nunca igualados de lo bello, atravesarán la vida entre los celajes de la poesía, les habremos dado armas contra las seducciones sensuales y ejercitando el sentimiento, elevando el carácter moral, habremos debilitado para ellos el terror de las vicisitudes de la fortuna.



Tales frases son transcripción y eco fiel para Venezuela de las palabras de otro gran venezolano, pronunciadas para una ocasión solemne, la de la inauguración de la Universidad de Chile, el 17 de setiembre de 1843, por Andrés Bello. Véanse:

  —264→  

Las letras adornaron de celajes la mañana de mi vida...; ... las letras y las ciencias debilitan el poderío de las seducciones sensuales...;... dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación; elevan el carácter moral;... desarman de la mayor parte de sus terrores a las vicisitudes de la fortuna.



Lo estimo un hecho simbólico: la doctrina humanista de González, puesta al amparo de Vargas, y haciéndose intérprete, quizás inconscientemente con el recuerdo vivo del Discurso de Bello, de la profesión de fe que entrañan las palabras del Maestro ausente.

***

En 1855 publicó Juan Vicente González su versión del Método de latín, de Burnouf. En la «Advertencia» reivindica la prelación de su uso, opuesto al de Nebrija, del que también nos habla José Luis Ramos. Dice González:

Fuimos los primeros en adoptar para la enseñanza del latín el Método de Burnouf. Nos cautivaron los grandes principios que en él campean, fruto de los progresos en el estudio de las lenguas...



La «Dedicatoria» de la edición es también expresiva y tiene aire de proclama. El libro lo dedica a Mariano F. Fortique, antiguo Obispo de Guayana, con esta carta:

Al ver que se extingue entre nosotros el estudio del latín, junto con el sentimiento religioso y el gusto de las letras que inspiraba, con ansia y respeto vuelvo los ojos hacia los que representan todavía los felices días de los Montenegros y Cazares.

Fruto, V. S. Ilma., de aquella época, conocedor del genio latino y de sus producciones, amigo y admirador de Virgilio, permitid, Ilmo. Señor, que os consagre esta traducción de una Gramática que enseña tan bella lengua.



***

Juan Vicente González escribió su famoso Compendio de gramática castellana, según Salvá y otros autores, y arreglado al método de la Gramática de la Academia, texto que fue publicado en Caracas, en 1841, con expresiva dedicación al Dr. José María Vargas:

Admitid, Señor, esta insignificante, pero sincera demostración del profundo aprecio que hace de vuestro mérito, Juan Vicente González, Caracas, abril 30, de 1841.



El libro, escrito en forma dialogada, es muy interesante para la historia de la cultura venezolana, porque es el primer esfuerzo consciente y de cierto vuelo para introducir en el país el estudio razonado de la Gramática Castellana, de acuerdo principalmente con Vicente Salvá, primer gran renovador en el ochocientos de las investigaciones didácticas de la gramática del idioma. Salvá, que tanto influyó en Bello, según lo atestigua en el magnífico Prólogo a la Gramática que edita en Chile,   —265→   en 1847, impulsó asimismo a Juan Vicente González a escribir su Compendio, publicado seis años antes que la obra de Bello, con lo que la figura de González adquiere singular significación en los estudios de gramática castellana en Hispanoamérica.

Tal Compendio se reedita en el mismo año de 1841; la tercera edición es de 1843, impresa en Caracas; la cuarta edición, en 1849, hecha en Bogotá, es de suma importancia, pues González rectifica a fondo su contenido a causa de que, según dice en el Prólogo «preparaba, al dar a luz una nueva, cambiamentos sustanciales, cuando la aparición de la Gramática del señor Andrés Bello, célebre humanista venezolano, vino a darme los medios de hacer este Compendio más exacto y más digno de la juventud a que está consagrado». Corrige y modifica considerablemente el texto del Compendio, de acuerdo con las enseñanzas de Andrés Bello, aunque le conserva el mismo título «así porque con él obtuve el privilegio, como porque siendo esta edición el resultado del estudio progresivo del idioma, quiero que quede, en el nombre al menos, un recuerdo del punto de que partí».

Se suceden con éxito las ediciones de dicho Compendio, hasta la séptima, de Caracas, en 1855, última que cuidó personalmente Juan Vicente González. Después de la muerte de su autor, fueron publicadas las 8.ª, 9.ª y 10.ª ediciones más o menos fraudulentas, con múltiples errores escurridos a consecuencia de la defectuosa impresión. La 11.ª edición fue realizada por los editores bogotanos Echeverría Hermanos, en 1868. En ella aparece la advertencia de haber procurado atenerse escrupulosamente al texto establecido por Juan Vicente González, el cual fue adoptado en Colombia, a juicio de la Escuela de Literatura, y Filosofía de la Universidad Nacional, «para texto en la enseñanza oficial de nuestra lengua lo que significa también que lo recomienda a los Institutos particulares de educación».

La nueva edición bogotana de este Compendio, según el testimonio del Conde de la Viñaza (Biblioteca histórica de la filología castellana, Madrid, 1893, p. 336) es de 1871, «corregido por el eminente colombiano Dr. Rufino José Cuervo». No me ha sido posible examinar directamente esta edición, pero hay que aceptar el aserto del Conde de la Viñaza, quien dispuso de la copiosa colección de obras existentes en Madrid, para preparar su excelente obra.

***

El enjundioso plan de la Historia del Poder Civil en Colombia y Venezuela o vida de sus hombres ilustres lo expuso Juan Vicente González en dos oportunidades. Una, en 1859, en su primer artículo del primer número de El Heraldo, lo que nos hace creer que era un pensamiento madurado con anterioridad y del que había ya dado una parte con las biografías de José Manuel Alegría y José Cecilio Avila. La segunda vez que expone su propósito es en el Preámbulo de la biografía de Martín Tovar Ponte, publicada en la Revista Literaria, en 1866. Ambos textos han sido reproducidos muy profusamente y su simple   —266→   comparación demuestra cómo redujo en 1866 la vastedad de su primer programa, de 1859.

Quedaron sin escribirse, o no alcanzaron nunca la letra impresa, las biografías de José María Vargas, Andrés Bello, P. Espinosa, Juan Manuel Cagigal, Alejo Fortique, Santos Michelena, José María Rojas, José H. García, etc. Sólo llevó a término la del general José Félix Ribas y la de Martín Tovar Ponte, además de las del P. Alegría y del P. Avila, con las que había iniciado su plan. Adolfo Frydensberg cita, como publicada, la de José Hermenegildo García, pero no la hemos visto nunca.

En el Preámbulo a la biografía de Tovar Ponte hay un pasaje sumamente expresivo de su juicio sobre la generación de 1830. Es significativo, pues, amplía en 1866, lo que había adelantado en 1859, en su primer anuncio del vasto plan de biografías. He aquí sus palabras de 1866, a pocos meses de su muerte:

El Doctor José María Vargas representa aquellos dieciocho años que podrían envidiarnos todos los pueblos, grandes mortalis aevi spatium, en que se crió la riqueza que no han podido destruir veinte años de revuelta, donde se echó la base de la educación literaria y científica, de que aún quedan huellas, donde la magistratura fue independiente, las legislaturas un poder real; donde las naciones de Europa parecían cortejarnos con sus ministros públicos y se levantó nuestro crédito, que hemos perdido, y fuimos el primer pueblo de la América del Sur. En ese período representaron la independencia de las letras los mandatarios de la idea de autoridad, mientras representaron la servidumbre los que se decían campeones de las revueltas y de las licencias del pensamiento. De su estudio resultarán estas verdades: el poder no es siempre la autoridad; el espíritu revolucionario se opone con frecuencia al espíritu de libertad.

En esa época brillante, y, por desgracia, transitoria, cuanto fue grande, bueno, fecundo y durable, perteneció a las generaciones que aparecieron de pronto.



Entona luego el lamento a los cambios sufridos por la Venezuela de sus amores, en la que ve sólo «odios transformados en opiniones», «rencores disfrazados en ideas». Piensa que tendrá que hacer la oración fúnebre del Poder Civil, a causa de que la guerra parece «el estado natural de los pueblos de Indoamérica».

Y el mejor endecasílabo de todos los que intentó escribir sin éxito en forma de verso, le sale ahora en medio de su prosa, ocasionalmente. Vale por un poema:

El olivo no nace en sus riberas



De las anunciadas y nonatas biografías, sobre las que adelantó más ideas y juicios fueron las de Vargas y Bello. No pierde oportunidad para ensalzar a las dos personalidades que estima paradigmas de perfecciones. Especialmente, le dedica a Bello constantes recuerdos que culminan en la más espléndida de sus Mesenianas, la intitulada «24 de noviembre», fecha de 1865, cuando supo el fallecimiento del Maestro, que vivió alejado para siempre en tierras chilenas.

  —267→  

Las referencias y los homenajes a Bello son constantes. Ya se han comentado en muchas ocasiones. Quiero aducir solamente dos notas de las muchas que pueden acumularse.

En la «Advertencia» puesta a la sexta edición del Compendio, ya adherido a las ideas gramaticales del ilustre caraqueño, escribe Juan Vicente González esta sentencia final:

Nosotros nos gloriamos de conservar puras en el Compendio, las doctrinas del Sr. Andrés Bello y de haber empleado, cuantas veces hemos podido, sus mismas palabras. Caracas, marzo 15 de 1853.



Y, para cerrar este tema, juzgo idóneo anotar que en la última página de la última empresa de Juan Vicente González, la Revista Literaria, de 1866, aparece el aviso de la publicación para el número siguiente, que no vio jamás la luz, de El Orlando enamorado del Conde Mateo Mario Boyardo, escrito de nuevo por Berni, y traducido al castellano por don Andrés Bello. Iba a ser «precedido de un juicio literario por J. V. G.». Fue su postrer homenaje.

***

Si Juan Vicente González fue un poeta de escasa fortuna, pues no le favorecieron ciertamente las musas, en cambio en prosa logró páginas de espléndida rotundidad. En sus obras hallará el lector muestras muy logradas de la mejor prosa romántica que se escribió en Venezuela durante el siglo XIX. Hombre de continuas lecturas a veces recrea trozos leídos, como se le ha comprobado respecto a Michelet en su Manual de Historia Universal, pero no creemos que el suceso le haga perder un adarme a la valía intrínseca de su prosa. Numerosísimos fragmentos serían de antología, en sus Mesenianas, en sus Biografías, en su Historia Universal, y aun en muchos de sus artículos volanderos de carácter periodístico.

Por lo que tiene, además, de íntima confesión de su ideario, me parece oportuno citar un pasaje como muestra de excelente prosa:

¿Por qué he de luchar yo con las tempestades políticas, contra el movimiento continuo de las pasiones, con la ambición, las venganzas y crímenes de los hombres? A mí no me tienta el esplendor de honores ni riquezas; más que lanzar mi nave al proceloso mar, amado de aquilón, me es grato, cerca de la orilla, en tímida barca, cruzar sonriendo las tranquilas aguas del lago. La política es una diosa austera y sangrienta; su templo ahuyenta por el crúor de la sangre que lo ennegrece; esos ambiciosos que corona la fortuna son víctimas destinadas a sus cruentas aras.



Soltura de pluma, riqueza de léxico, fluidez de sintaxis, y claridad en la exposición de la idea, con trasfondo horaciano, es prosa maestra la que nos da Juan Vicente González. Profesor del idioma, aparece con frecuencia la propia teoría estilística, que revela honda meditación en los tesoros del castellano y amplio conocimiento de su literatura. Ya en sus primeras prosas -Mis exequias a Bolívar- aparece escritor de estilo propio y personal.

  —268→  

Sus ensayos de crítica no son desdeñables. Escasos, sí, que estuvo su vida dedicada a otros menesteres, pero siempre es agudo en sus observaciones y sabe hallar los aciertos estéticos de las obras que analiza.

Conocedor de otros idiomas, aparte de su latín, nos deja algunas señales de sus lecturas del francés y del italiano, particularmente su versión de 25 cantos de El Infierno de Dante.

***

Si en breve recapitulación, anudamos ahora los rasgos que hemos señalado en la obra de Juan Vicente González, como latinista, gramático, biógrafo, estilista, crítico y traductor, ¡qué lejos estaremos de la visión del personaje linfático, peleón, de una timidez bravucona, metido en aventuras políticas y protagonista de tantas anécdotas mediocres!

Es justo y necesario dejar de lado la versión corriente de un Juan Vicente González pintoresco, para adentrarnos en el noble mensaje que como hombre de letras sólo pudo legarnos en parte. Le devolvemos la altura que tiene merecida, y hacemos honor al dramático trance de su existencia.

Julio de 1961.







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ArribaAbajoIV. Definidores modernos

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ArribaAbajo1. Manuel Segundo Sánchez (1868-1945)


I. La gratitud debida

En otras ocasiones habré insistido en subrayar el hecho singular de que las palabras a fuerza de ser usadas pierden su vigor original, primitivo, puesto que el hábito nos conduce a emplear los términos, las frases y los giros, sin que reparemos, no ya en la corrección de su empleo, sino ni tan sólo en el profundo y total significado de los vocablos y sentencias, como si fuera suficiente contemplar las expresiones por la superficie, sin que precisare meterse en mayores honduras. Ello es tan frecuente que es dable encontrar en el idioma los denominados idiotismos, que no son otra cosa sino giros de lenguaje que a expensas de usarse sin conciencia viva de su significado, han venido a parar en frases, en modos adverbiales, que son, por discordantes, evidentes disparates, pero que tienen un valor en circulación, aceptados de manera automática, casi mecánica, sin detenerse a considerar su entrañable significado. Naturalmente, éste es el caso extremo de desgaste de valores en los términos en uso habitual.

Pero vale la pena de experimentar en cualquier oportunidad un pequeño análisis de alguna dicción, empleada como buena y perteneciente a nuestro lenguaje familiar. Al profundizar en ella se nos descubre un mundo insospechado, aunque lo que examinemos pertenezca a nuestra vida rutinaria; o, quizá, precisamente por tal razón. Equivale dicho análisis a la reparación del natural desgaste producido por el uso y por nuestro olvido y distracción, como si provocáramos el afloramiento de las faces que habitualmente permanecen en la penumbra, a copia de utilizar el idioma por el lado más usual.

Traigo a colación tales consideraciones porque ello acontece con una palabra que, por desventura, nuestro tiempo la ha convertido en término ordinario para un gran número de seres vivientes: expatriado. El sin patria. La generación a que pertenezco está señalada por un cúmulo de hechos y de recuerdos que, aparte del irreparable daño inferido a nuestro destino, dan al vocablo un valor de herida abierta en el punto más sensible de nuestra naturaleza. Expatriado, sin patria, o, mejor y más íntimo, sin padres.

Cuando murió don Manuel Segundo Sánchez en 1945, sentí que la memoria personal de varón tan preclaro y de corazón tan bondadoso,   —272→   rehacía y vivificaba el dolor que en tantas oportunidades he sentido al re-pensar el vocablo expatriado. El terrible castigo de estar ausente de padres se renovó en mi sensibilidad. Porque, y esta es mi deuda personal con don Manuel, a su amparo (amparar es signo contrario a expatriar) rehíce, orienté y estabilicé mis mejores días de trabajo en Venezuela. De ahí que dedique esta nota, corta o extensa, mejor o peor, a enaltecer su recuerdo, por tantos conceptos venerable, obligado (por lo que a mí atañe), por un sentimiento de gratitud.

El eminente profesor español don Luis Jiménez de Asúa, en ocasión de inaugurar un curso de conferencias públicas en la Universidad de Caracas, pronunció ciertas palabras que me produjeron honda conmoción y que luego he buscado en el tomo Las ciencias penales y otros ensayos, publicado en Caracas, 1945, donde se recogen las referidas conferencias. En sus páginas 10 y 11, están estampadas las aludidas frases y de ellas quiero citar unos párrafos como testimonio de autoridad para mis sentimientos respecto a don Manuel Segundo Sánchez.

«Yo creo -habla Jiménez de Asúa- que, salvo contadas excepciones, que, por temperamento o desconcierto, no se encuentran bien en parte alguna, nosotros los hombres de España, hemos revivido en Hispanoamérica y hemos encontrado, en estos países, nueva patria. Creo que este peregrinar de los españoles ha de ser el día de mañana extraordinariamente fecundo». «Los hombres de mi tiempo, que vamos a volver a una Europa destruida, ensangrentada, desmoralizada, estamos seguros de que los días felices que nos restan son los que pasamos aquí en Venezuela, en la Argentina, en Colombia o en Cuba; los que hemos vivido en estas tierras de gesto acogedor. Y cuando, fatigados de escribir cuartillas, de discurrir remedios, o de trabajar la tierra, levantemos la mirada para soñar con este horizonte de América que habitamos un día, pensaremos en la humilde felicidad que hemos gozado. Esa felicidad que muchos de nosotros hemos sentido aquí trabajando en nuestra profesión, en nuestra propia disciplina. Cuando volvamos a España llevaremos con nosotros el reconocimiento efusivo hacia estas tierras que jamás podremos olvidar».



Y una patria son los hombres con su geografía. Don Manuel Segundo Sánchez ha representado para mí, en las horas más sombrías, la mano amiga y el corazón desinteresado. En él personifico, desde este momento el recuerdo que tan emotivamente sugiere Luis Jiménez de Asúa.

***

A pesar de la fuerza con que sobre mi ánimo pesa el compromiso personal hacia don Manuel Segundo Sánchez, esta nota ha corrido grave riesgo de no ser escrita, a causa de un cúmulo de ocupaciones. Ello me ha hecho aplazar, de semana en semana, la ejecución de mi proyectado estudio acerca de la persona de Sánchez. Es más: la escribo ahora, cinco meses después de muerto don Manuel, y a distancia de Caracas, lejos de mis papeles y de quienes podrían proporcionarme el complemento de los datos biográficos que redondearían este comentario. Mas no quiero   —273→   que por imperfecto o inconcluso sea diferido más tiempo el obligado y sincero homenaje a quien fue mi mentor, «padre y padrino de mis trabajos bibliográficos venezolanos», como escribí en la dedicatoria de mi primer trabajo bibliográfico publicado en Venezuela: Estudios de castellano, Caracas, 1940.

1945, Cambridge, Mass.




II. La persona y su obra

La bibliografía venezolana puede figurar con decoro
al lado de las de sus hermanas de América.


Manuel Segundo Sánchez                


Va a cumplirse el año próximo la segunda década de la desaparición del eximio bibliógrafo venezolano don Manuel Segundo Sánchez, sensible pérdida para las letras nacionales. Si bien la obra que nos ha dejado impresa no alcanza extraordinario volumen, en cada página de todo cuanto escribió aparece de modo notable el sello inconfundible de una singular personalidad. La exactitud y firmeza de sus conocimientos, el atildamiento de la expresión, y la pasión entrañable por los temas del libro y la historia del país, nos dan idea exacta de su carácter como hombre y como ciudadano. El estudio, el buen gusto y el amor por las manifestaciones culturales de Venezuela animaron siempre su existencia, en la que, por su propio esfuerzo y dedicación, llegó a convertirse en un ejemplo de nobleza intelectual en la vida de la primera mitad del siglo XX venezolano.

Su porte señorial, sus rasgos de generosa fraternidad en el trato y de desinterés en el consejo, nos han dejado el recuerdo vivo de quien ha entendido las tareas espirituales como el símbolo de la más hermosa convivencia humana.

***

En las investigaciones bibliográficas prosigue Sánchez la tarea que iniciaron en el siglo XIX los primeros estudiosos de la bibliografía nacional: Arístides Rojas, Adolfo Ernst, Adolfo Frydensberg, Guillermo Tell Villegas, Manuel Landaeta Rosales, Eloy G. González, Juan Piñango Ordóñez, y pocos más, habían desbrozado el camino de las pesquisas relacionadas con la imprenta y el libro en Venezuela. En sus propios estudios, Sánchez, como prenda de la honestidad con que siempre elaboró sus trabajos, recuerda a quienes le precedieron en las tareas de su preferencia.

Pertenece Sánchez al grupo de escritores venezolanos que en su tiempo dedicaron la atención a tareas similares: Lisandro Alvarado, José   —274→   Eustaquio Machado, Santiago Key-Ayala, Tulio Febres Cordero, Alfredo Jahn, Víctor Manuel Ovalles. Entre todos ellos destaca con caracteres muy particulares la figura de Sánchez. Su obra tiene rasgos individualizados que le distinguen específicamente. Como bibliógrafo no tan sólo nos dio la obra más eminente que existe en los anales de la cultura del libro en el país, la Bibliografía venezolanista, sino que señaló todas las vías en que puede orientarse la investigación de las obras impresas: las monografías bibliográficas; el Anuario de la producción nacional; el ámbito de la investigación cultural, tanto en las obras de autores venezolanos, como en las extranjeras relativas a Venezuela; la bibliografía de bibliografías; y los puntos atinentes a la historia de la imprenta y del periodismo. Todo ello con la visión precisa de que el análisis del caudal de impresos es medio e instrumento para la interpretación de la vida peculiar de Venezuela.

Si la producción de Sánchez no llegó a las dimensiones impresionantes de un José Toribio Medina, por ejemplo, se debe a causas diversas que no son imputables a nuestro bibliógrafo.

En el conjunto de cuanto hizo están indicados los temas, y además el método que debe seguirse, tanto como la forma de ejecución. Cabe seguir su enseñanza para perfeccionar y completar los campos de estudio que nos dejó señalados con excepcional maestría.

***

Don Manuel Segundo Sánchez Outlaw nació en La Guaira el 25 de marzo de 1868, y murió en Caracas el 22 de julio de 1945. Vivió setenta y siete años de recia y fecunda existencia. La síntesis de su carácter y de su personalidad ha sido trazada admirablemente por Enrique Planchart, quien dice en nota aparecida en la Revista Nacional de Cultura:

«Era don Manuel acabado humanista moderno: pertenecía a ese tipo humano que suele producirse en las grandes universidades, por el empeño de éstas en infundir, como virtudes esenciales, el método, la especialización vocacional como acendrado fruto de una amplia cultura, y, finalmente, el generoso sentimiento de su misión en la sociedad. Pero si Sánchez fue entre nosotros paradigma del «scholar» en la noble acepción de este vocablo extranjero, se lo debió a sí mismo, a las raíces primordiales de su temperamento, y no a la formación en centros intelectuales, pues vivió casi apartado de ellos durante su juventud».



Esta cualidad de autodidacta es a nuestro parecer lo que explica la formación de Sánchez y su progresivo perfeccionamiento en el campo de la bibliografía y de la historia. Quizás haya influido en su juventud sobre su vocación el ejemplo del grupo de intelectuales coetáneos que floreció en Venezuela a finales del siglo XIX y en los comienzos del actual. Sobre su fino temperamento y sus notables aptitudes personales habrá pesado sin duda el trato mantenido con la brillante generación de sus contemporáneos.

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Trasladado en su niñez a la ciudad de Barcelona (Anzoátegui), realiza allí sus estudios primarios y de secundaria hasta graduarse de Bachiller de la República en agosto de 1884, en la misma Barcelona.

En abril de 1888 fundó, junto con otros jóvenes barceloneses, el «Círculo Unión», asociación destinada a «propender al desenvolvimiento de toda idea levantada y culta». La sociedad creó un periódico llamado La Nueva Era, que duró de junio a octubre de 1888. Fue Manuel Segundo Sánchez, Subdirector del Círculo y luego Director del periódico. Cuenta el propio Sánchez que en su juventud fue tipógrafo en Barcelona, y confiesa que «llegué a ser tan buen tipógrafo que así me ganaba el pan».

En 1899 viene a Caracas, donde se establece y desempeña diversos cargos de carácter mercantil, pero va destacándose por su afición a las cosas antiguas y por su devoción a las letras y a la historia. Debe haber empezado pronto su colaboración en periódicos y revistas caraqueñas, aunque no conozcamos escritos suyos anteriores a 1909, pero ya en agosto de 1911, la Academia Colombiana de Historia, de Bogotá, lo nombra Socio Correspondiente de la Corporación.

Prosigue tenazmente la elaboración de estudios y monografías que van apareciendo regularmente en las columnas de periódicos, particularmente en El Universal, con lo que el nombre de Manuel Segundo Sánchez va adquiriendo el prestigio de investigador serio y sólidamente documentado. La publicación en 1914 de su obra maestra, la Bibliografía venezolanista, supone necesariamente largos años de preparación, de estudio y anotación del rico y difícil repertorio incluido en el libro. Ha de haber sido un paciente coleccionador de publicaciones y un infatigable rebuscador de noticias y referencias.

Así lo confiesa en el Catálogo de los impresos de la Biblioteca de Manuel Segundo Sánchez, que se refieren a Venezuela y a sus grandes hombres, redacción inédita fechada en 1913, que se conservaba entre los papeles personales de Sánchez. Por su importancia transcribo a continuación la «Advertencia»:

La colección de impresos referentes a Venezuela, cuya enumeración se lee en las páginas que siguen, la he formado en muchos años de labor solícita y cuantiosos gastos. Con dificultad podrá formarse otra igual, pues abundan en ellas obras preciosas, raras o agotadas. Muchas de éstas no podrían adquirirse ni a subidos precios, pues los ejemplares de ellas existentes sólo se hallan en bibliotecas o instituciones poderosas que las guardan con justo celo y las mantendrán sustraídas para siempre del comercio de libros. Para no citar sino una de las obras que están en este caso bastará mencionar el tomo Tercero -Apéndice de las Memorias del General O’Leary-. El ejemplar de mi colección contiene todos los pliegos que se imprimieron de ese tomo, o sean, treinta y dos, con quinientas doce páginas, y es uno de los cuatro o cinco que existen de tan curiosa joya bibliográfica, que por sí sola representa un gran valor.

Destinado como está el presente Catálogo al uso de peritos en asuntos bibliográficos, para mayor brevedad se han omitido muchas indicaciones que lo harían harto voluminoso. Tales indicaciones, además constan en una obra sobre Bibliografía venezolanista, que tengo en preparación y que habrá   —276→   de ver la luz pública próximamente. No es éste por tanto un Catálogo razonado, sino una mera lista. Comprende los ramos de historia natural y política, geografía, etnografía, viajes, costumbres, etc., y producciones tanto de autores venezolanos como extranjeros. Todo como dejo dicho, referente a Venezuela.

Obligado a poner en venta esta colección de impresos, y considerándola de importancia excepcional para el estudio de mi patria, la ofreceré en primer término a su Gobierno; en segundo lugar, a las corporaciones científicas y literarias nacionales y a los venezolanos amantes de este género de estudios. Sólo en el caso de no ser posible la venta en el país, ofreceré esta colección en el extranjero; pues debo confesar que vería con dolor la salida de ella de nuestro territorio, por cuanto acaso nunca más podría acopiarse tal conjunto de obras, no sólo interesantes para la bibliografía nacional sino indispensables para la historia de Venezuela.



Desconocemos las razones que obligan a Sánchez en esta época, 1913, a vender su colección. Los organismos oficiales de Venezuela no atendieron la oferta que hizo don Manuel, según nos había referido él mismo. Lo cierto es que la valiosa biblioteca reunida con tanta laboriosidad y sacrificio fue a parar a Estados Unidos, adquirida el mismo año de 1913 por el señor Walter Lichtenstein, quien hizo un largo viaje para comprar libros por Hispanoamérica en nombre de varias Bibliotecas: Harvard, John Crerar, Universidad de Northwestern, John Carter Brown y la Sociedad Americana de Anticuarios. La colección de Sánchez se dividió por partes iguales entre la Universidad de Harvard, la de Northwestern y la Biblioteca John Crerar.

Podemos imaginarnos fácilmente el dolor que habrá sentido un enamorado de los libros venezolanos y venezolanistas al ver partir su colección hacia otro país.

***

De marzo de 1913 hasta 1919 (1920), fue don Manuel Segundo Sánchez Director de la Biblioteca Nacional. Corresponden estos años a la época de más activa producción de sucesivas monografías bibliográficas e históricas.

En enero de 1914 es designado Miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes, de Cádiz. Y el 7 de abril del mismo año es elegido Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, en Caracas, pero no tomó posesión hasta el 4 de abril de 1918, al ser recibido en sesión solemne. Ya incorporado, ciertos escrúpulos, su modestia y un sentido de exageradas preocupaciones, le hicieron presentar su renuncia, que afortunadamente no fue aceptada, pero que consta en la siguiente carta:

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Caracas, 25 de junio de 1918

Señor doctor don Felipe Tejera

Director de la Academia Nacional de la Historia

Presente.

Señor Director:

Al aceptar el sillón que esa Academia me brindó sin que mediara iniciativa mía, lo hice en el concepto de que la Academia amparaba con su benevolencia mi modesta labor de bibliógrafo. Yo sólo podía aportar a sus faenas el concurso del investigador que solicita el hecho como base firme de la Historia, y creí sinceramente que estos modestos servicios de obrero, por serenos y de honrada estirpe, podrían merecer el aprecio de la ilustre Corporación.

Los conceptos emitidos por el Representante de la Academia en la recepción del doctor Vicente Lecuna, que deben tomarse como la voz de la misma Academia, han quebrantado mi confianza. Hago examen de conciencia: comparo los servicios que puedo prestar al conocimiento de nuestra Historia con los que ha prestado el doctor Lecuna y me asaltan los más naturales temores; temo con razón que la generosidad demostrada por la Academia al elegirme Individuo suyo, no alcance a disimular mi insuficiencia el día de mi recepción. Sobre todo, se impone a mi espíritu el deber de no usurpar un puesto que con más derecho correspondería a elementos útiles en realidad a la Academia. Esta última consideración da cuenta de cualesquiera dudas que pudieran quedarme y me decide a renunciar de modo irrevocable al Sillón para el cual fui electo.

Dígnese el señor Director comunicar al Cuerpo de que es honra y decoro, esta resolución y aceptar para él y los demás Individuos que me dieron sus votos generosos, el testimonio de mi invariable gratitud.

Manuel Segundo Sánchez



En 1917 dirige la «Biblioteca Venezolana», patrocinada por El Universal, en la que se publicó el Poema de Gaspar Marcano, prologado por el propio Sánchez; Los novios de Caracas, de P. Martín-Maillefer, con estudio de Santiago Key-Ayala; y textos de Díaz Rodríguez. No prosperó esta actividad editorial por causas que ignoramos. Se había propuesto publicar un volumen mensual.

La Junta de Historia y Numismática Americana de la República Argentina lo reconoció en calidad de Miembro correspondiente el 1.º de julio de 1917, y The American Association of Teachers of Spanish lo eligió Miembro Honorario el 28 de diciembre de 1918.

En 1919 fue Comisionado Especial del Gobierno de Venezuela para escoger y seleccionar la estatua del Libertador que se iba a inaugurar en la ciudad de Nueva York. Formó parte además de la Misión Especial de Venezuela en la inauguración de esa estatua el 19 de abril de 1919. El Presidente de los Estados Unidos de Venezuela le concede la «Medalla de Honor creada por decreto del 18 de febrero para que la use en nombre de la gratitud popular», el 6 de octubre de 1919.

Recibe otras distinciones del Exterior como las que le confiere la Société des Américanistes de París al designarlo titular el 5 de mayo   —278→   de 1920, y el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay al nombrarlo en la clase de Miembro correspondiente el 6 de mayo de 1920.

Habiendo cesado en su cargo de Director de la Biblioteca Nacional, ingresa como empleado del Banco Holandés en 1920, donde llega a ocupar el cargo de Jefe del Departamento de Información para Venezuela y las Indias Occidentales.

Sigue recibiendo distinciones y honores por su labor de bibliógrafo e historiador: el Presidente de los Estados Unidos de Venezuela le confiere la Orden del Libertador en el grado de Comendador el 26 de mayo de 1920; el Presidente de Chile le concede la Condecoración «Al Mérito», en segunda clase, el 18 de setiembre de 1921; The Nacional Geographic Society, Washington don C., lo eligió miembro de la Corporación el 3 de junio de 1924; el Instituto Sanmartiniano de Colombia, Bogotá, lo designó Miembro Honorario el 28 de abril de 1925; es designado Miembro del Comité Venezolano de la Sociedad Americana de Nueva York (The Pan American Society of the United States) el 6 de noviembre de 1925; la Sociedad Martiniana de La Habana lo nombró por unanimidad Miembro de Honor de dicha Sociedad el 14 de octubre de 1924 y le extendió un Diploma de Mérito el 8 de diciembre de 1925; es nombrado Delegado de Venezuela al Congreso Panamericano de Panamá el 17 de marzo de 1926 (en la conmemoración del Centenario del Congreso de Bolívar); la Sociedad Chilena de Historia y Geografía lo nombró Miembro correspondiente en Santiago de Chile el 18 de octubre de 1927; el Consejo Directivo de Estudios Superiores del Uruguay lo designó Miembro Honorario correspondiente en la ciudad de Caracas, en Montevideo, el 20 de agosto de 1930; la Sociedad de Historia y Geografía de Honduras lo aceptó como Socio correspondiente en Tegucigalpa el 14 de julio de 1932; la Junta Directiva del Instituto Hispanoamericano de Relaciones Culturales, correspondiente del de Madrid, lo nombró Socio correspondiente a la sección Peruana en Lima el 22 de febrero de 1935.

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El 2 de enero de 1936 fue nombrado Director de Gabinete del Ministerio de Fomento.

La Sociedad Bolivariana de Venezuela lo designó Miembro Activo del Consejo Consultivo de la Sociedad el 24 de junio de 1936.

El 14 de mayo de 1936 fue nombrado Director del Gabinete del Ministerio de Relaciones Exteriores. A partir del 1.º de julio de 1938 ocupa el cargo de Director General de dicho Despacho.

En 1938, propone a la Academia Nacional de la Historia la reedición facsimilar de la Gazeta de Caracas y el Correo del Orinoco, entre los actos conmemorativos del Cincuentenario de la Corporación.

Es nombrado Agregado Comercial de Venezuela en Estados Unidos y Canadá, el 25 de julio de 1941, donde además desempeñó el puesto de Cónsul General Interino de Venezuela en Montreal (Canadá), entre abril y julio de 1942.

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Regresó a Caracas el 25 de setiembre de 1943, amenazado ya por la enfermedad que lo llevó al sepulcro el 22 de julio de 1945.

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Un año antes de su muerte ofrece en obsequio a la Biblioteca Nacional de Caracas, dos obras que habían pertenecido a Simón Bolívar. Por su significado, reproduzco la carta que acompañó tan espléndido regalo:

Señor don Enrique Planchart

Director de la Biblioteca Nacional

Ciudad.

Mi distinguido amigo:

Tengo la complacencia de ofrecer a la Biblioteca Nacional de su digno cargo dos libros que pertenecieron al Libertador. Por desgracia el estado en que se encuentran deja mucho que desear. Ellos son:

Les Plus Secrets Mystéres / Des Hauts Grades / De la Maçonnerie Devoilés / Ou / Le vrai Rose Croix / Traduit de L’Anglois / Suivi Du Noachite / Traduit de L’Allemand / Nouvelle Edition augmentée / A Jerusalem M. DCC. LXXIV.

En 8.º - 1 lámina - xvi - 163 pp. - 1 fol., en bl. Sin pie de imprenta.

Memoirs of the Mexican Revolution, Including a Narrative of the Expedition of General Xavier Mina. To which are annexed some observations on the practicability of opening a commerce between the Pacific and Atlantic Oceans through the Mexicoan Isthmus in the province of Oaxaca and at the Lake of Nicaragua, and on the vast importance of such commerce to the civilized world. By William Davis Robinson. In two volumes. Vol. II. London: Printed for Lackington Hughes Harding; Mavor, Lepard, Finsbury Square. 1821.

En 8.º - vii - 1 en bl. - 389 pp. sn, contentivas de avisos sobre diversas ediciones.

En relación con la primera de las obras descritas, El Heraldo, de esta ciudad, acogió en sp N.º 5.473, correspondiente al 20 de noviembre de 1939, una crónica intitulada «Un libro que no tiene precio». En ella hice constar que este invalorable documento me había sido donado generosamente, en 1914, por mi buen amigo don Manuel Flores Cabrera.

A manos del Libertador llegó el referido tomo II de la obra de Robinson por envío de Jeremías Bentham. De puño y letra del célebre jurisconsulto inglés se lee en la parte superior de la portada lo que sigue: «From Jeremy Bentham to Simón Bolívar, Libertador of Columbia, 1 June 1822». El hecho de hallarse la dedicatoria en el volumen segundo prueba, a mi entender, que Bentham sólo obsequió a Bolívar con el citado tomo último. Quizá pensó el donador que la parte de la obra que contiene lo relativo a la apertura de un canal entre los océanos Atlántico y Pacífico habría de ser la   —280→   más interesante para el hombre de América. «Route to the Pacific Ocean» denomínase el capítulo XIII, comprendido entre las páginas 263 a 332.

Robinson, comerciante norteamericano, vivió en Caracas desde 1779 hasta 1806. Extrañado del territorio de la Capitanía General por haber intentado una reclamación, volvió al país después de la consolidación de la República y aquí murió. La obra de referencia fue traducida al castellano por don José Joaquín de Mora y editada en Londres en 1824. Una apreciación de ella puede verse en la Bibliografía venezolanista, bajo el número 708.

Soy de usted atento servidor y amigo,

Manuel Segundo Sánchez

Caracas, 10 de junio de 1944.



Me consta que hizo un regalo de otras obras, también importantes, a la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales (creo recordar que había una Botánica de Ernst, con anotaciones marginales), pero no me ha sido posible verificar el dato.

***

La conducta de don Manuel Segundo Sánchez fue siempre la de un hombre enamorado de lo hermoso y lo justo. Persona muy de nuestro tiempo, preocupado por las ideas de justicia social y progreso humano, vinculado espiritualmente con la razón de la humanidad en marcha hacia el logro de auténtica fraternidad, no abandona nunca sus trabajos en pro de la cultura y las letras de Venezuela, con criterio y visión de perfecto universitario.

Estos mismos rasgos son los que le daban inusitada distinción a su trato. En el amigo, el bibliógrafo, el historiador, el bibliotecario, el bibliófilo, el académico, el estilista, el coleccionista, el apasionado venezolano, que de todo esa se formó su rica personalidad, predominaba siempre el buen gusto, que lo convertía en uno de los hombres más delicados y finos que jamás hayamos conocido.

Si como humano era espécimen de categoría que cada vez es más rara y escasa, también como intelectual, en el más depurado valor del término, su valor es sustancial en la historia de la cultura venezolana. ¡Cuántas veces le habíamos oído departir a propósito de las posibilidades que en el campo de las letras ofrecía Venezuela! ¡Con cuánta emoción y entusiasmo hacía el recuento de personajes, hechos, libros, temas, escuelas, grupos, centros editoriales, periódicos, etc., que están todavía en espera de la mano cariñosa que los desempolve, los desentrañe y los descifre, para incorporarlos al acervo de la cultura histórica nacional! Esta fue, creo, la línea de progreso seguida en la vida de Sánchez, pues como lector, o como periodista o como bachiller, entró en el conocimiento de la vida cultural venezolana y, paulatinamente, fue creciendo su estimación y su dedicación por tales actividades, y, con ello, el dominio singular que llegó a poseer en determinados temas. Apareció el alma de bibliófilo, bibliógrafo y bibliotecario puesta al servicio de un pensamiento nacional.

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Fue el historiador de los libros venezolanos, es decir, quien hurgó con más ahínco para encontrar la significación de los testimonios en la cultura histórica. No se limitó a ser un simple ordenador, aunque ello sea ya de por sí tarea meritoria y necesaria en todas partes, y, posiblemente, de manera particular en los países de Hispanoamérica.

La estupenda significación de Sánchez -estupenda y asombrosa- está, a mi parecer, en que su obra de estudioso del libro en Venezuela, no deja camino ni vía que él no haya señalado y aun, en la mayor parte de ocasiones, que no haya comenzado a desbrozar.

Refiriéndose a los eruditos en historia, dice Unamuno con su habitual ingenio: «¡Lástima de ejército! En él hay quienes buscan y compulsan datos en archivos, recolectando papeles, resucitando cosas muertas en buena hora, haciendo bibliografías y catálogos, y hasta catálogos de catálogos, y describiendo la cubierta y los tipos de un libro, desenterrando incunables y perdiendo un tiempo inmenso como pérdida irreparable. Su labor es útil para los que la aprovechan con otro espíritu».

Don Manuel tenía conciencia del sacrificio que ello representa, y sabía también que sin ello no podía ponerse a andar la cultura venezolana, sobre todo en el terreno de la investigación y aun del simple conocimiento. Reléanse sus palabras del «Proemio» a su extraordinaria Bibliografía venezolanista. Además, si bien como apunta mordazmente Unamuno, ello entraña un peligro de desecación espiritual, precisamente en don Manuel es dable observar el frescor y lozanía de conceptos y de maneras con que trabaja sus obras, sin que por un momento caiga en la erudición negativa, reseca, esterilizante. Le anima el deseo de ver crecer a su país.

Sánchez fue, por otra parte, un atildado escritor, con exquisita soltura para manejar la prosa castellana. No ya en el relato de acontecimientos o en la descripción de objetos y de ambientes, sino inclusive en las notas y apostillas bibliográficas, género que con frecuencia conduce hacia lo árido y enteco. Pues bien: ábrase por donde se quiera, por ejemplo, su obra maestra, la Bibliografía venezolanista; escójase al azar cualquier nota de comentario de alguna obra, y obsérvese el redactado como pieza literaria. Siempre la justeza de expresión y, con la exactitud, una refinada muestra de sensible paladar para el idioma. Recuerdo cuán a menudo discutía el preciso significado de una preposición o el mejor giro de una frase, con tal que se sometiera a tal o cual cambio. De algunas de sus páginas podría hacerse una buena antología de prosa moderna venezolana.

***

Tal es la obra y la significación de don Manuel Segundo Sánchez. Le pondría como tributo permanente a su memoria la frase de Manuel Díaz Rodríguez, quien al lamentar haber perdido las notas de un itinerario de viaje, escribe:

Faltó cerca de este pecador un don Manuel Segundo Sánchez que con avaro celo hubiese guardado aquella página en el arca de su devoción erudita.





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La «Bibliografía venezolanista»

Este libro, auténtica joya de la bibliografía nacional, corresponde a la siguiente ficha:

Bibliografía venezolanista, contribución al conocimiento de los libros extranjeros relativos a Venezuela y sus grandes hombres, publicados o reimpresos desde el siglo XIX. Caracas, Empresa El Cojo, 1914, x p., 1 h., 494 (2) p. front. (retrato) 24 cm.



Es la obra capital de Sánchez. El propio autor, dechado de modestia, anota en esta forma su gran libro: «Comprende 1.439 títulos de obras relativas a Venezuela y muchas notas críticas sobre las mismas».

Sin duda constituye la labor bibliográfica más importante que jamás se haya llevado a cabo en Venezuela, pues significa no tan sólo la tarea de un gran número de años de paciente investigación, sino que quiere esclarecer a través de la bibliografía lo que ha representado el país como tema de estudio. De ahí deriva su enorme trascendencia. Los comentarios que figuran al pie de las cédulas son, como dice Enrique Planchart, «caudal de erudición y absoluto sentido de exactitud» y muestra de «sus raras dotes de artista de la bibliografía, comparables únicamente con las del magistral bibliófilo Jacob».

Del «Proemio» de la obra, quiero reproducir unos breves párrafos, con todo y reconocer que es todo él de magnífica calidad:

Acreedora por mil egregios títulos a que se le consagre vigilante atención es la bibliografía venezolana, la cual puede figurar con decoro al lado de las de sus hermanas de América. Cuando alguien tome sobre sí la tarea de divulgarla, se verá comprobado este aserto.

A pesar de los obstáculos con que hube de tropezar, mi fervor por este linaje de estudios llevóme a emprender y realizar con las consiguientes imperfecciones el que ahora ofrezco a los bibliógrafos, a título de contribución al catálogo de las obras extranjeras publicadas o reproducidas desde el siglo XIX y que se refieren, en forma digna de nota, a la geografía, etnografía, costumbres, viajes, historia natural y política de Venezuela. Si años de constante y desinteresada labor y lo exiguo de los elementos disponibles, no alcanzan a excusar las grandes lagunas de este libro, válgame ante la crítica ambas atenuantes y el buen intento de acopiar materiales para quien emprenda la obra definitiva en mejor sazón y con más feliz suceso.



Al cumplir más de siete décadas de publicada la Bibliografía venezolanista sigue teniendo la misma utilidad y significación de cuando apareció en 1914.

1945-1988.