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32-26. A raparse (a tijera o a navaja), porque se trata de un barbero. Rapio, is, en latín, significa quitar, arrebatar. El rapista, como se ve, es músico. Ya dijo Mateo Alemán, en la segunda parte de Guzmán de Alfarache (III, 6), que no pasa un médico sin guantes y sortija, ni un boticario sin ajedrez, ni un barbero sin guitarra, ni un molinero sin rabelico.

«CLAUDIA.-  ¿Por qué los barberos tienen siempre en sus tiendas guitarras con que se alegran?

»ROSELINO.-  Porque tienen un oficio tan aprovechado, que ganan su vida quitando siempre, sin poner de su parte nada; porque ellos quitan el cabello, sacan las muelas, sacan la sangre, y, en premio de lo que sacan y quitan, les damos el dinero...»


(Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, La sabia Flora malsabidilla; Madrid, 1621; acto I.)                


Véase también la nota 78-21.

En Don Diego de Noche, de D. Francisco de Rojas (jornada II), el criado Lope teme tropezar con unos capeadores, y exclama:


   «...¡Gente hay aquí!
Esta noche anda tras mí
suelta la desdicha mía.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Ah, hidalgos! ¿Podré pasar?

 (Aparte: 

Olor hay, y cruje a seda.
Consolado estoy; no es gente
de rapio, rapis.) ¿Qué digo?»


(N. del E.)

 

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33-8. Así la edición de 1615; pero sobra una sílaba. Los editores modernos han suprimido el «ni», cambiando por completo el sentido de la frase. (N. del E.)

 

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33-9. Gutierre de Cetina, en su Paradoja en loor de los cuernos, escribe:

«Un cuerno sirve de orinal a algunos oficiales en sus tiendas.»



Oficial se emplea aquí en el sentido de aquel que ejercita una industria u oficio. (N. del E.)

 

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33-18. Véase la nota 142-3 del tomo III de estas Comedias. Cervantes emplea a menudo la palabra en El licenciado Vidriera, en El coloquio de los perros, en El viaje del Parnaso, cap. VII, y en Don Quixote, II, 45, hacia el final. (N. del E.)

 

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33-23. Alusión a un famoso rufián de este nombre, cuya vida y aventuras andaban en romances, y cuyo nombre fue también el de un antiguo baile. Véanse acerca de él las dos jácaras de Quevedo en su Parnaso (musa Terpsícore, núms. 335 y 336, edición Janer), que contienen una carta de Escarramán a la Méndez, célebre marca de aquel jayán, y la respuesta de la Méndez. En su ilustración a la mencionada musa del Parnaso, D. José Antonio González de Salas escribió: «Muchas jácaras rudas y desabridas le habían precedido (a Quevedo) entre la torpeza del vulgo; pero de las ingeniosas y de donairosa popularidad y capricho, él fue el primer descubridor, sin duda; y, como imagino, el Escarramán, la que al nuevo sabor y cultura dio principio.» Fue, en efecto, tan famosa esta jácara, que D. Juan de Arguijo, en sus Cuentos, al referir cierta anécdota de Quevedo, empieza: «Don Francisco de Quevedo, poeta que compuso el romance de Escarramán...» Quevedo, en el romance de Los valientes y tomajonas (núm. 350, edición Janer), hace al baile del escarramán contemporáneo de la zarabanda; pero no es prudente atribuir exactitud cronológica a la genealogía burlesca que de los bailes traza el autor del Buscón en esos versos. No conocemos mención alguna de aquel baile anterior al siglo XVII. Según el Dr. Alonso Cano, en sus Dias de Iardin (Madrid, 1619; pero escrito en 1617), el baile del escarramán era de carácter lascivo, y consistía «en quebrar el cuerpo y dar descompuestos saltos». (N. del E.)

 

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34-13.

«Espalderes, los remeros de popa en la galera, porque hacen espaldas a todos los demás y los gobiernan, yendo al compás que ellos traen el remo. Por otro nombre se llaman bogavantes


(Covarrubias.)                


«Estaua Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder de la mano derecha.»


(Por errata, dice espaldar.) (Don Quixote, II, 63, fol. 244 recto.) (N. del E.)

 

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34-28. Véase la nota 257-23. (N. del E.)

 

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35-6. La edición de 1615: «cofas». (N. del E.)

 

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35-8. A esto alude la susodicha carta de Escarramán, por Quevedo:


   «Que tiempo vendrá, la Méndez,
que alegre te alabarás
que a Escarramán, por tu causa,
le añudaron el tragar



(N. del E.)

 

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35-10. Medúla, del latín medulla, con la acentuación en la penúltima sílaba, larga por posición. (N. del E.)