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31

Para las relaciones que Juana pudiera haber tenido con las monjas carmelitas, véase lo que sugiero con respecto, precisamente, al hecho de ser hija natural y criolla, en el mismo capítulo mencionado en la nota anterior, p. 277, nota 8. En esta revisión quisiera recalcar, sin embargo, el aspecto de ser hija natural, debido a las conversaciones que he tenido, últimamente, con Asunción Lavrin, quien, basada en trabajos de Manuel Ramos Medina, defiende la existencia de monjas carmelitas novohispanas; véase la nota 23 en mi artículo «Apología de América...», que aparece en esta colección. Sobre lo que se dice más abajo en el texto, sobre «compañeros» de la madre de Juana, véase a Augusto Vallejo en la bibliografía, quien descubrió un documento que acredita que la hermana mayor de Juana fue hija de un tal de Vargas, aunque esto no debe aplicarse a Juana Inés.

 

32

Asunción Lavrin, op. cit., p. 77.

 

33

Pilar Gonzalbo, Las mujeres en la Nueva España, p. 45.

 

34

Ibidem, pp. 45.

 

35

Un epigrama clásico es una sententia escrita en dísticos elegíacos (un par de versos desiguales que hacen una especie de pareado) que, muy sucintamente, concentran la idea que se quiere dar, es como una inscripción, y puede tener carga de sátira social o burlesca. El epigrama de Sor Juana está escrito en dos redondillas que era, junto con la décima, la quintilla y la cuarteta una de las formas más comunes. Es lo que Henry Bonneville (Juan de Salinas. Poesías humanas, p. 26) llama «poesía de la sal» en Juan de Salinas.

 

36

MP, t. I, p. 492.

 

37

Elías Rivers, «"Indecencias" de una monjita mexicana», pp. 633-637.

 

38

Escribo estas palabras con mayúscula, no para darles importancia sino porque se refieren específicamente al descubrimiento y colonización de América.

 

39

Véanse en esta colección mis artículos: «Apología de América y del mundo azteca en tres loas de Sor Juana» y «Loa del auto a San Hermenegildo: Sor Juana frente a la autoridad de la sabiduría antigua» en los que hago análisis más extenso de estas loas. Se han publicado -sobre estas loas- los artículos de Margo Glantz, «Las finezas de Sor Juana: Loa para El Divino Narciso», en Borrones y Borradores. Reflexiones sobre el ejercicio de la escritura (Ensayos de literatura colonial, de Bernal Díaz del Castillo a Sor Juana), México, UNAM / Ediciones El Equilibrista, 1992, pp. 177-189; y más recientemente, de Héctor Azar, «Sor Juana y el descubrimiento de América», en Memoria del Coloquio Internacional Sor juana Inés de la Cruz y el pensamiento novohispano, 1995, pp. 9-15.

 

40

Recordemos que Sor Juana conocía tres lenguas: el castellano, el náhuatl y el latín, las cuales podemos aventurarnos a identificar, respectivamente: el castellano con la lengua de su probablemente mexicanizado abuelo, de sus amigos mexicanos, es decir, con la lengua de los criollos -aquí también tenemos algo de «la apropiación del signo»-; el náhuatl, la lengua de la tierra, que aprendería de su «nana» y que seguramente también conocía su madre además del castellano, el cual no leía ni escribía; y el latín que constituía la lengua de los «padres» y de los letrados, es decir, de la alta autoridad masculina. Sor Juana escribía y seguramente hablaba el náhuatl (utilizó esta lengua en villancicos) y dominaba, por supuesto, el manejo del castellano y del latín.

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